Indice de Fantomas de Pierre Souvestre y Marcel Allain CAPITULO DËCIMONONO. Jerome Fandor CAPÍTULO VIGÉSIMO PRIMERO. El asesino de lord BelthamBiblioteca Virtual Antorcha

Fantomas

Pierre Souvestre y Marcel Allain

CAPÍTULO VIGÉSIMO

Una taza de te



- ¿Si puede usted presentarse todavía esta noche? ... Alló ... ¿Qué hora es? Las diez y media ... Alló, reverendo ..., ya lo supongo ... Usted sabe que lady Beltham se acuesta tarde de ordinario ... Alló ... ¿Llega usted de Escocia en este momento? Alló, no se retire ...

Thérese Auvernois, dejando el receptor del teléfono, se acercó a lady Beltham, medio tendida en la chaise-longue, en el gran hall de su hotel particular en Neuilly.

Por recomendación de monsieur Etienne Rambert, desde hacía dos meses ya, la nieta de la marquesa de Langrune había sido admitida, por la gran dama inglesa, en el número de jóvenes que sostenía en su casa, en calidad de secretarias.

Thérese, sonriendo, se dirigió a lady Beltham:

- Es el reverendo William Hope, que solicita el honor de ser recibido por usted, señora, antes de acostarse. Acaba de llegar de sus tierras del Norte ...

- ¡Este buen reverendo!- exclamó lady Beltham, cerrando el libro y devolviendo a Thérese su sonrisa-. Dígale que venga.

Y cuando la joven, presurosa y ligera, volvía al teléfono, lady Beltham, fijándose en una de las dos graciosas inglesas que, con Thérese Auvernois, desempeñaban junto a ella las funciones de colaboradoras, preguntó:

- ¿Por qué se ríe usted, Lisbeth?

La joven interpelada no vaciló en confiar a lady Beltham el secreto de su alegría:

- Pienso que ese santo hombre, ese reverendo, desolado por haber cenado mal en el exprés, habrá olido, al extremo del hilo, el aroma del té y el perfume de las tostadas.

Lady Beltham no pudo por menos de reírse.

- ¡Vamos! El reverendo está por encima de las cosas materiales.

La joven insistió:

- Perdóneme, lady Beltham; pero el reverendo ¿no explicaba recientemente a Thérese que se debe a los alimentos respeto y estima, desde el momento que han sido bendecidos por el cielo, y que un rosbif mal cocido constituye una especie de sacrilegio?

- Creo -interrumpió Thérese- que se trataba de un faisán.

Lady Beltham las regañó:

- Son ustedes unas malas lenguas, celosas de un buen estómago. Yo recurro más bien a Suzannah. que es la que entiende en materia de apetito.

Suzannah, una hermosa morena, estaba abstraída en la lectura de una carta.

- ¡Oh!, lady Beltham -dijo, enrojeciendo-, tengo mucho menos apdito desde que el crucero, a bordo del cual se encuentra Harry, está dando la vuelta a Europa.

Lady Beltham se levantó, dio algunos pasos por el cuarto y se acercó a la joven.

- No sé qué relación pueda tener una cosa con otra -observó-. El cariño de un noviazgo alimenta el alma; pero no el cuerpo. En resumen: esto no es un reproche, Suzannah, y es preciso conservar para su futuro marido esas bonitas mejillas sonrosadas y esa buena salud, a fin de ser, en todos los aspectos, una excelente madre de familia ...

Lisbeth, siempre traviesa, cortó la palabra a lady Beltham y, acabando el pensamiento de esta última, lo adaptó a su manera:

- ... Teniendo muchos hijos, siete u ocho niñas, que se casarán todas con jóvenes pastores, hasta que, a su vez ...

Las muchachas cesaron en su charlatanería. Un lacayo acababa de abrir la puerta, anunciando:

- El reverendo míster William Hope.

Un anciano afeitado, con cara regocijada, el vientre rechoncho y vestido de negro, penetró en el cuarto.

- Soy, lady Beltham, su más humilde servidor -declaró solemnemente el anciano-, y pongo a sus pies el homenaje de mi profundo respeto.

Lady Beltham tendió, cordialmente, su blanca mano al reverendo, que la rozó con sus labios.

- Estoy encantada de verle de vuelta -aseguró ella-. Acepte una taza de té.

El reverendo, con una ojeada circular, saludó a las jóvenes; después, como para excusarse de aceptar, dijo a lady Beltham:

- He comido particularmente mal en el exprés, y ...

Lisbeth le interrumpió:

- ¿Y no encuentra usted que el contenido de esta taza tonifica verdaderamente?

El reverendo alargó la mano para coger la taza que le tendía la muchacha.

- Voy a decírselo, miss Lisbeth.

Thérese y Suzannah, testigos de esta pequeña escena, se volvieron hacia la pared para disimular un principio de risa desacompasada; pero la voz de lady Beltham se había vuelto seria y grave, cambió el curso de sus ideas.

- Señoritas -dijo-, vamos a trabajar con el reverendo, que viene de Escocia. Hagan el favor de coger los expedientes ...

- Mientras que las jóvenes iban y venían silenciosas, rápidas, buscando los diversos documentos que podía necesitar la amable huésped, quien, por las circunstancias, se había convertido en la patrona, lady Beltham interrogó al reverendo.

- ¿Ha tenido usted buen viaje?

- Bueno, lady Beltham, como de ordinario. Los labradores de Scottwell Hill están llenos de ánimo y buena voluntad; pero el invierno será duro. Se ve ya la nieve en los montes.

- ¿Ha distribuido usted los trajes de lana a los niños y a las mujeres? -interrogó ladv Beltham.

El reverendo, tendiendo una lista manuscrita, replicó:

- Se han repartido doscientos vestidos.

- Compruébelo -dijo lady Beltham a Suzannah.

Después, dirigiéndose al reverendo:

- El subintendente es un buen hombre, aunque fanático. Puede ser que haya excluido de este reparto a algunas familias abiertamente liberales. Quiero la caridad igual para todos. Tanto como los conservadores, nuestros amigos, nuestros adversarios políticos sufren la miseria.

El reverendo, aprobando, murmuró:

- Es una gran concepción cristiana ...

Pero lady Beltham le interrumpió con un gesto:

- Por favor ... ¿y el sanatorio de Glasgow?

- La construcción está casi acabada. He hecho que vuestro abogado reduzca la cuenta del contratista casi en un quince por ciento, lo que representa una economía de trescientas libras ...

- Esas trescientas libras las incrementará usted al presupuesto del carbón gratuito de Scottwell Hill. Puesto que el invierno va a ser frío, es preciso que se les caliente bien ...

Sin embargo, el reverendo se agitaba en su silla; parecía vacilante, molesto.

Aprovechando un momento en que lady Beltham, ocupada en escribir, no le miraba con sus grandes ojos claros y profundos, el reverendo en voz baja le murmuró:

- ¿Le parece que abordemos esta noche ... lo que concierne al difunto lord Edward Beltham?

La joven se estremeció. Su rostro traicionó una emoción violenta que, de repente. por un esfuerzo de voluntad, fue reprimida.

Lady Beltham respondió simplemente:

- Le escucho.

A pesar de lo bajo que había hablado el reverendo, las muchachas habían oído pronunciar el nombre del difunto lord y, por delicada discreción, se habían apartado.

El reverendo comenzó:

- Usted no ignora, lady Beltham, que he vuelto estos días a Escocia por primera vez desde la muerte de lord Beltham, su esposo. He encontrado a los habitantes de sus tierras aún muy emocionados.

Lady Beltham interrumpió vivamente:

- Espero que la memoria del difunto lord Beltham no habrá sido manchada con ninguna calumnia.

- No tenga usted ningún temor a ese respecto. Se sabe en Scottwell Hill que el asesino ne se ha encontrado, pero que se ha puesto precio a su cabeza, y se hacen votos para que la Policía ... ¡Oh!, excúseme por reavivar ...

El rostro de lady Beltham se había contraído dolorosamente al oír las últimas palabras del santo hombre.

- Es preciso, querido reverendo -respondió ella.

Este prosiguió con vivacidad:

- Olvidaba ..., el subintendente ha expulsado por propia iniciativa a los dos hermanos Tilly. Ya sabe usted, esos herreros que bebían mucho y pagaban poco.

- Me disgusta -exclamó vivamente lady Beltham- que el subintendente tome semejantes decisiones sin previo aviso. Es por la bondad como se incita a la bondad; es por medio de la piedad como se logra el arrepentimiento. No debemos aquí abajo ser jueces de nuestros actos. ¿Por qué, pues, un subordinado, mi subintendente, se permite lo que yo misma no me permito?

La puerta del hall se abrió de nuevo.

Un lacayo anunció:

- El señor intendente Silvertown ...

Las jóvenes habían cogido las cartas y los periódicos de la bandeja, y se dedicaban, según costumbre, a abrir unas y otros, leyéndolos en voz alta.

Rápidamente, Thérese enumeró:

- Peticiones de socorros, peticiones de vestidos ... Esa viene de tierras de Escocia. Siniestros de Ivry-Port ..., de la casa de retiro de Versalles ...

Suzannah anunció a su vez:

- Es el novelista Myrial, que pide autorización para presentar a su hermana a lady Beltham en la próxima reunión ...

- Volveremos a hablar de ese asunto -murmuró lady Beltham con un gesto de lasitud ...

Y cuando el reverendo, acercándose, le pedía permiso para dejarla:

- Se lo ruego ..., reverendo -dijo.

Pero Lisbeth acababa de presentar a lady Beltham una carta bastante larga. Antes de leerla, había mirado la firma y había exclamado:

- ¡Ah! Noticias de monsieur Etienne Rambert.

Instintivamente, Thérese, al oír este nombre, interrumpió su trabajo; se acercó a lady Beltham, sin temor de ser indiscreta, esperando que la joven le permitiera saber, al mismo tiempo que ella, las noticias que traía la carta de su protector.

Lady Beltham hizo algo mejor.

- Lea, mi querida niña -propuso-. Usted me contará luego lo que dice nuestro amigo.

Desde hacía ocho días, monsieur Etienne Rambert había dejado París, anunciando que emprendía un grande y largo viaje.

Thérese leía aún cuando las dos jóvenes inglesas acababan de clasificar el corrreo, y Lisbeth, impaciente por saber lo que iba a ocurrir y dirigiéndose a lady Beltham, preguntó:

- ¿Será la lectura esta tarde?

Pero la joven viuda no respondió. Estaha en plena conversación con el intendente. A las preguntas que le hacía su dueña, este respondía con grandes gestos, y Lisbeth, habiéndose acercado a lady Beltham, la oyó que decía:

- Sí, ha hecho usted bien en asegurar esta tarde la reparación de la verja del parque. Usted sabe cómo soy de nerviosa.

El intendente aseguró:

- Vuestra gracia no tiene nada que temer; el hotel está seguro, cuidadosamente guardado ... Por otra parte, nuestro portero, Walter, no duerme más que con un ojo ... Yo mismo, lady Beltham ...

- Sí, lo sé, mi buen Silvertown -interrumpió la joven-. Gracias, puede retirarse ...

Lady Beltham se dirigió entonces a las muchachas:

- Me siento un poco cansada.

Lisbeth, con gesto espontáneo, la besó afectuosamente.

Mientras, Thérese se acercó, llevando con cuidado un grueso libro. Con tono respetuoso anunció:

- Lady Beltham, aquí tiene la Biblia.

Y, mientras que ponía la piadosa obra sobre un velador próximo, lady Beltham. bendiciendo a la joven con un gesto, murmuró suavemente:

- Que Dios sea con usted, hija mía.
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