Índice de Electra de SófoclesEscenario de la TragediaSegunda parteBiblioteca Virtual Antorcha

PRIMERA PARTE


PEDAGOGO.- Hijo del antiguo adalid de Troya Agamenón: Ahora puedes contemplar ya con tus propios ojos lo que siempre estabas deseando ver. La antigua Argos, por que tanto suspirabas, hela aquí mansión consagrada a la hija de Inaco, la herida por el tábano. Ahi tienes, Orestes, la plaza Licia, la del dios matador de lobos. Allá, a la izquierda, el célebre templo de Hera. Y aquí, adonde hemos llegado, no dudes que estás contemplando a Micenas, la de los áureos tesoros. Este es el palacio de los Pelópidas, tan visitado del dolor, donde en otro tiempo yo te libré del cuchillo que mató a tu padre, recibiéndote de las manos de tu querida hermana; yo te salvé, y yo te he ido formando hasta el punto de tu vida, en que vas a ser el vengador de tu padre asesinado.

Ahora, pues, Orestes, y tú, el más querido de los amigos, Pilades, hay que fijar cuanto antes el plan de ataque; porque ya el sol con sus vivos rayos mueve las vibrantes gargantas de las aves tempraneras, y la negra noche se ha desvestido ya de sus estrellas. Antes, pues, que nadie salga de palacio, pongámonos de acuerdo, que a sazón hemos llegado, que no es ya tiempo de emperezar, sino ocasión única de obrar.

ORESTES.- ¡Ah, tú, el más fiel de los servidores! ¡Cuán a las claras no estás probando tu ingénita lealtad para con nosotros! Como caballo de noble raza que, aun viejo y todo, a la hora del peligro se acuerda de su antiguo brío y yergue y empina las orejas, así nos empujas a nosotros tú, y a ti mismo te pones en primera fila. Voy a exponerte, pues, lo que se me ofrece: Y tú presta atento oído a mis razones, y si en algo no atino con lo que conviene, corrigeme.

Pues bien: cuando fui a consultar al pítico oráculo cómo había de tomar venganza de los asesinos de mi padre, me dio por respuesta Febo lo que vas a oir al momento: que yo mismo, en persona, sin ayuda de armas ni de ejército, con ardides y cautela, perpetrara furtivamente las justas muertes.

Esto es lo que el dios nos manda; así que tú ve, y cuando la ocasión te brinde, entra en este palacio y entérate de todo lo que en él sucede, y dame después puntual cuenta de cuanto hubieres visto. Pues por la vejez y por la larga ausencia no te reconocerán, ni sospecharán de ti viéndote así encanecido. Echa mano de este pretexto: dirás que eres un extranjero, focense, y que vienes de parte de Fanoteo, pues él es el más poderoso aliado que tienen. Les anunciarás luego, y refuérzalo con juramento, cómo ha muerto Orestes de un accidente fatal, precipitado de una rauda carroza en los certámenes piticos. Este ha de ser el ardid.

Mientras tanto, nosotros vamos a coronar primero, como lo ordenó el oráculo, la tumba del padre con libaciones y bucles cortados de nuestra cabeza, y luego volveremos de nuevo acá otra vez, trayendo en las manos la urna de bronce que sabes tengo escondida entre unas matas por ahi; de modo que, con falsas palabras, les llevaremos una dulce nueva, a saber: que ya mi cuerpo está abrasado, y consumido, y reducido a cenizas. ¿Qué más se me da a mi de ello, si con morir asi de palabra resucito en realidad y me visto de gloria? Tengo para mi que nunca es mal agüero palabra que trae utilidades. Pues bien sé yo que con frecuencia, aun hombres muy prudentes, han muerto de palabra y falsamente, y luego, vueltos de nuevo a sus casas, han disfrutado de gloria más cumplida. Asi, yo también estoy ya viendo que, llevado por este rumor, voy a aparecer entre mis enemigos vivo y más radiante que el mismo sol.

¡Oh patria tierra y dioses locales!, recibidme con prósperos auspicios en este lance; y tú también, mansión paterna, pues a ti y a purificarte con la justicia vengo impelido por los dioses. No me despidáis de esta tierra deshonrado, sino hacedme dueño de mis posesiones y restaurador de mi casa.

Esto está ya; tú, anciano, entra y cuida de cumplir con diligencia tu cometido. Nosotros dos vámonos, que la ocasión es el más seguro guia de los hombres en todas sus empresas.

ELECTRA.- (Desde dentro). ¡Ay de mí, ay de mí, desventurada!

PEDAGOGO.- Hijo, creo haber oído los gemidos de alguna sierva dentro de palacio.

ORESTES.- ¡Si será la desdichada Electra! ¿Quieres que nos quedemos aquí a escuchar sus quejas?

PEDAGOGO.- De ninguna manera. Lo primero ha de ser cumplir el mandato de Apolo, comenzar por ahi: vamos a verter las libaciones a honra de tu padre; esto es lo que nos ha de asegurar la victoria y el éxito de la empresa.


(Vanse el PEDAGOGO por la izquierda del espectador; ORESTES y PILADES, por la derecha. Sale ELECTRA de palacio en cuanto se han ide ellos).


ELECTRA.- ¡Oh luz inmaculada! ¡Oh aire que abrazas a la tierra!, ¡de cuántos lamentos y quejas, de cuántos duros golpes descargados sobre mi pecho ensangrentado habéis sido testigos a la hora en que la negra noche se acababa! Pues el aborrecido lecho nocturno de aquesta maldecida casa puede contar cuánto es lo que lloro a mi padre desventurado, a quien no agasajó el cruel Ares en tierras bárbaras, sino que mi madre misma y su galán Egisto le abrieron la cabeza con criminal hacha, como abren los leñadores una encina. ¡Y a nadie arranca esto un solo gemido sino a mi, habiendo muerto así tú, padre mio, tan sin justicia y sin piedad!

¡Oh, no, no, acallaré yo mis lamentos ni mis gemidos mientras vean mis ojos rutilantes estrellas de noche y la luz de este sol: como aquel ruiseñor que mató a sus polluelos, aquí, a las puertas del palacio de mi padre, yo cantaré a todo el mundo las tristes endechas de mi dolor.

¡Palacio de Hades y de Perséfone! ¡Hermes subterráneo! ¡Veneranda Maldición! ¡Espantables Furias hijas de los dioses!, pues veis quiénes mueren sin justicia, quiénes se roban el lecho ajeno, venid, socorrednos, vengad la muerte de nuestro padre, y a mi enviadme acá a mi hermano! Porque sola no puedo ya llevar por más tiempo la carga pesada de tanta tristeza.


(Estando ELECTRA llorando, entra el CORO de quince mujeres micenas).


CORO.- ¡Ay hija, hija de la más calamitosa de las madres, Electra! ¿Por qué estás siempre as!, derramando, insaciable, tus lamentos por Agamenón, el que fue envuelto, tiempó ha, en los traidores engaños de tu traidora madre, y entregado a manos asesinas? ¡Maldito sea quien tal hizo!, si yo puedo usar tal lenguaje ...

ELECTRA.- ¡Oh gentes de noble corazón! A calmar mis pesares habéis venido. Yo lo sé, yo lo reconozco, no puede ocultárseme; pero no quiero faltar a este mi deber; tengo que llorar sin tasa a mi padre desdichado. ¡Oh cariño de corazones que responde a todo amor! Dejadme desvariar así, dejadme, yo os lo suplico.

CORO.- Pero mira, así no has de lograr volver desde el lago que a todos recibe del Hades a la vida a tU padre, no, ni con lamentaciones ni con plegarias. Te vas consumiendo asi con esos perpetuos quejidos, saltando la valla de la moderación a extremos en que no hay salida alguna para tus males ... ¿Por qué te enamoras así del dolor?

ELECTRA.- ¡Oh! ¡Maldito quien echa en olvido a su padre tan criminalmente asesinado! Para mí, es de mi gusto el mensajero de Zeus, el pajarillo emblema del dolor, que canta siempre triste: ¡Itis! ¡ltis! ¡Oh Niobe, la de las desventuras!, a ti te tengo yo por diosa, pues en tu rocosa tumba logras llorar perpetuamente.

CORO.- No eres tú la sola entre los mortales, hija, a quien visitó este dolor, que te exacerba más que a los demás de casa, siendo ellos de tu misma familia y de tu sangre misma, como Crisótemis, que vive aún, e Ifianasa también y el que irritado crece en la oculta sombra, y feliz un día ha de ser acogido con patriota regocijo por la ilustre tierra de Micenas, traido por la benévola mano de Zeus, Orestes.

ELECTRA.- Si, a quien yo vivo esperando sin cansarme, aqui desventurada, sin un hijo, sin un esposo, empapada en lágrimas, arrastrando esta cadena infinita de males. Y él, olvidado de lo que ha sufrido y de lo que sabe también. Porque, ¿qué noticias no me han llegado ya, siempre mentirosas? Siempre lo está deseando, pero con tanto deseado, nunca se digna presentarse.

CORO.- Ten ánimo, ten buen ánimo, hija. Todavia vive en el cielo un Zeus omnipotente, que todo lo ve y lo rige. Cédele a él los excesos de tu enojo, y en tu odio a tus enemigos, ni el arrebato te guíe ni el olvido. El tiempo es un dios serenador. Porque no es tan olvidadizo el hijo de Agamenón que mora en las playas y dehesas de Crisa, ni tampoco el dios que reina en la ribera del Aqueronte.

ELECTRA.- Pero a mi ya se me ha consumido la mejor parte de mi vida sin un rayo de esperanza, y ya no puedo más. Acabándome estoy aquí sin padres, sin un hombre amigo que me ampare, como extranjera sin derechos, trabajando en los salones de mi padre, asi con andrajosos vestidos, en pie junto a una mesa privada de su dueño.

CORO.- ¡Tristes gemidos al entrar de vuelta, tristes en el tálamo paterno, al descargar frontero el golpe de la férrea hacha! El dolor fue quien lo armó, y el amor quien lo remató; y misteriosamente simbolizaban misteriosa escena ..., ya sea un dios, ya un mortal quien tales cosas maneja.

ELECTRA.- ¡Oh día aquel aborrecible para mi como el que más!, ¡oh noche y horrores de un banquete execrable, y muerte criminal que recibió mi padre de las manos de aquellos dos, que me robaron a traición la vida y me arruinaron! Que el dios del Olimpo potente, en pago, los pudra con penas, y jamás les brille el sol de la dicha a los que tales crímenes perpetraron.

CORO.- Ten cuidado y no prosigas. ¿No reparas por qué caminos vienes a dar, ya ahora, en esos tormentos voluntarios? Tú misma te acarreas desmedidos males, metiendo incesantes guerras en tu mismo desolado corazón. A los poderosos no les es gran molestia encontrarse con tal conducta.

ELECTRA.- Es que son terribles, son terribles las causas que me han forzado; lo se, no se me desencona mi ira. Y pues tan terribles son, yo no cesaré en mis maldiciones mientras me dure la vida. ¿Quién, quién que tenga asomo de juicio dirá que puedo yo escuchar palabra alguna de consuelo, oh almas cariñosas? Dejadme, dejadme, consoladoras mías, esta herida mía cuéntese entre las incurables; yo jamás he de hallar ni respiro a mis males, ni término a estas lamentaciones.

CORO.- Pues yo, por solo amor, y bien así cual madre solicita he venido a decirte que no añadas calamidades a tus calamidades.

ELECTRA.- ¿Pero tiene algún limite mi desventura? Di, ¿desde cuándo es virtud despreocuparse de los difuntos? ¿Entre qué hombres ha brotado jamás tal idea? Ni quisiera ser honrada con alabanzas de los tales y, si es que alguna vez me asomo a la dicha, jamás me dé yo a gozarla en reposo, ni deshonre a mi padre abatiendo las alas de mis agudos lamentos. Porque si él, muerto, ha de yacer hecho polvo, hecho nada, ¡desventurado!, y los otros, a su vez, no han de pagar a la justicía la vida con la vida, mal hayan los temores y las plegarias de los mortales a sus dioses.

CORIFEO.- Pues yo, niña, acá he venido, tan solicita por tu bien como por el mlo propio. Con todo, si no apruebas lo que hablo, quédate con la razón. A ti te seguiremos nosotras.

ELECTRA.- Avergonzada estoy, mujeres, porque pensáis que no sé irme a la mano en estos mis continuos lamentos. Pero me veo forzada a ello, perdonádmelo. ¿Qué mujer que sea bien nacida no hará lo que yo hago, viendo tantas injusticias como yo veo en mi casa, y que, lejos de menguar, van creciendo y aumentando sin cesar día y noche? Por una parte, la madre que me dio a luz se ha vuelto mi mayor enemigo; luego tengo que vivir en una misma casa con los matadores de mi mismo padre, y a ellos estoy sujeta, y en su mano está mi sustento, lo mismo que mis privaciones; pero, además, ¿qué dias crees tú me paso yo, cuando veo sentado en el trono de mi padre a Egisto, y le veo llevar las vestiduras mismas de mi padre, y haciendo libaciones domésticas alli mismo donde le dio muerte, y veo, ¡el colmo de todas estas insolencias!, al matador en el lecho mismo del padre con la malhadada madre, si madre se ha de llamar la que a ese concede su lecho?

Ella, tan empedernida que vive con el infame sin temer las Furias vengadoras, antes, como jactándose de sus propias torpezas, cuando llega el dia aquel en que mató traidoramente a mi padre, organiza danzas y sacrifica ovejas como ofrendas mensuales a los dioses salvadores. Y yo, desventurada, veo todo esto dentro de mi misma casa, y lloro, y me consumo, y rabio por las malditas fiestas que llevan el nombre de mi padre, a solas en mi retiro, y ni aun llorar puedo cuanto mi corazón desearia.

Pues esa mujer, que tanto se paga de noble, se me viene y me insulta diciendo: ¡Oh abominación de los dioses!, ¿solo a ti se te ha muerto un padre? ¿A nadie más entre los mortales ha visitado la desgracia? ¡Maldita seas, y nunca los dioses infernales den tregua a tanto quejido!. Así sigue increpándome, menos cuando oye decir a alguno que va a venir Orestes; que entonces sale de sí, se me echa encima y grita: ¿No tienes tú la culpa de todo? ¿No es esto obra tuya, por haber robado de mis manos a Orestes y puéstole a salvo? Yo te aseguro que lo has de pagar como mereces. Así refunfuña y a su lado se arrima a darle alas el ilustre doncel, el cobarde para todo, el causante de todo el mal, ese que no sabe de peleas sino con mujeres. Así me estoy consumiendo en mis desgracias, siempre aguardando el día en que venga Orestes a acabar con tanto mal. Y él, esperando siempre alguna coyuntura para dar el golpe, ha acabado ya con todas mis esperanzas, las que tenía y las que no tenia. En situación como esta, amigas, no es posible, ni la paciencia, ni la piedad tampoco; entre tantas cosas malas, no puede una sino hacerse mala.

CORIFEO.- Escucha, cuando así nos hablas, ¿está Egisto en casa o ha salido fuera?

ELECTRA.- Claro que está fuera; si él anduviera por aquí, mal pudiera yo salir a la puerta; ahora está en el campo.

CORIFEO.- Si ello es así, ¿podríamos con más libertad trabar conversación contigo?

ELECTRA.- Está ausente; puedes preguntar, ¿Qué deseabas?

CORIFEO.- Pues bien, pregunto: de tu hermano, ¿qué piensas?, ¿que vendrá pronto, o que todavía no? Desearía saberlo.

ELECTRA.- El, sí, dice que si; lo dice, pero no cumple lo que dice.

CORIFEO.- Hombre que maquina algo grande, gusta de andar despacio.

ELECTRA.- No anduve yo tan despacio cuando le salvé a él.

CORIFEO.- Ten buen ánimo. El es demasiado bueno para faltar a sus seres queridos.

ELECTRA.- Lo creo. De otra suerte, ¿viviera hasta ahora yo?

CORIFEO.- No digas más palabra; veo a tu hermana Crisótemis, hija de tu mismo padre y de tu madre, que sale de palacio llevando en sus manos ofrendas sepulcrales de las que se dedícan a los difuntos.


(Sale CRISOTEMIS con las ofrendas).


CRISOTEMIS.- ¿Qué sales ahí, mujer, a la puerta de palacio a decantar tus cuitas, y ni a fuerza de años quieres resignarte a no andar cebando con vaciedades tus fútiles pasiones? Yo bien sé que también a mí me duele lo que está pasando; tanto, que si fuerzas tuviera, yo les mostraría el afecto que les tengo. Pero con tan malos vientos, creo mejor navegar con velas recogidas y no aparentar que se está amagando, y luego nunca dar el golpe. Ojalá hicieras tú lo mísmo; y no es que la justicia esté en lo que yo digo, bien veo que tú tienes la razón; pero si una no ha de_ser esclava, no hay más remedio que obedecer en todo a los tiranos.

ELECTRA.- Cosa fuerte, por cierto, que, siendo hija del padre que te engendró, te olvides de él y, en cambio, te cuides de la que te dio a la luz. Ella es la que te ha dictado todos esos consejos de prudencia, y nada dices que salga de ti.

Pues bien, una de dos: o eres una imprudente o, siendo prudente, te olvidas de los tuyos.

¿Decias ahora mísmo que, a disponer de medios, les descubrieras tú el odio que les tienes, y andando yo afanosa por vengar a nuestro padre, no me ayudas, y hasta me disuades de mí empeño? ¿Qué es esto, sino añadir a nuestros males la cobardia?

Porque, dime ..., o yo te lo diré: ¿qué ganaria yo con poner ténninos a mis llantos? ¿Qué? ¿No vivo? En la miseria, lo sé; pero eso me basta a mí. Y si les hostigo, es porque así vengo la honra de mi padre, si es que algún alivio se recibe allá abajo. Pero tú, que dices los aborreces, de palabra los aborreces, que con los hechos en favor estás de los asesinos del padre. Yo, al menos, en mi vida me doblegaría a ellos, aunque me hubieran de dar todos esos regalos con que tú ahora te pavoneas; quédese para ti la mesa bien repuesta y el nadar en la opulencia. A mí me basta por sustento el no faltar a mi conciencia; que no quiero para nada tu suerte, ni aun tú la quisieras, si tuvieras juicio. Pudiendo ser llamada la hija del más noble de los padres, llámate hija de tu madre. Asi sabrá la gente, cuán vil eres, que haces traición a tu padre muerto y a tus parientes.

CORIFEO.- Con ira, no, por los dioses, que los dichos de ambas tienen sus ventajas si tú, Electra, te avienes a las razones de esta, y ella, a su vez, a las tuyas.

CRISOTEMIS.- Yo, mujeres, ya estoy, como si dijera, hecha al lenguaje de esta, y no lo hubiera traído a cuento a no haber averiguado la gran calamidad que se le viene encima, y va a poner fin ya a los perpetuos lamentos de esta.

ELECTRA.- ¡A ver!, ¿cuál es esa calamidad?: si me cuentas una mayor que la que estoy sufriendo, no te replico más.

CRISOTEMIS.- Pues te lo diré todo, tal como lo sé. Tienen resuelto, si no pones coto a tus quejas, meterte donde jamás puedas ver la luz del sol, donde te estés cantando tus cuitas encerrada en vida, en una oscura caverna lejos de esta tierra.

Mira, piénsalo bien, y luego no me culpes a mí cuando te haya venido el golpe. Ahora es tiempo de ser prudente.

ELECTRA.- ¿De veras?, ¿eso tienen pensado hacerme?

CRISOTEMIS.- Como lo oyes, en cuanto Egisto regrese a casa.

ELECTRA.- Pues, si es para eso, que venga cuanto antes.

CRISOTEMIS.- ¿Qué imprecaciones son esas, infeliz?

ELECTRA.- Que llegue ya, si tal cosa piensa hacer.

CRISOTEMIS.- ¿Para que te vengan más males? ¿Dónde tienes la cabeza?

ELECTRA.- Si, para estar lo más lejos que pueda de vosotros.

CRISOTEMIS.- ¿Es que no tienes cuenta con la vida presente?

ELECTRA.- ¡Lucida vida la mia, por cierto! ¡Para pasmar a cualquiera!

CRISOTEMIS.- Lo seria si supieras tener seso.

ELECTRA.- No me enseñes a hacer traición a los mios.

CRISOTEMIS.- No es eso lo que te digo, sino que cedas a los que mandan.

ELECTRA.- Para ti tales adulaciones; a mi no me cuadra eso.

CRISOTEMIS.- Al menos, bueno es no sucumbir por indiscreción.

ELECTRA.- Sucumbiré, si es menester, por la causa de mi padre.

CRISOTEMIS.- Pero el padre, yo no lo dudo, me lo perdona.

ELECTRA.- Solo los ingratos pueden aprobar tal lenguaje.

CRISOTEMIS.- ¿De modo que no quieres ceder ni recibir mi consejo?

ELECTRA.- De ninguna manera. No quisiera, por ahora, perder tanto el juicio.

CRISOTEMIS.- Pues entonces, yo me voy a cumplir mi mandato.


(Hace ademán de irse).

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