Índice de Edipo rey de SófoclesAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

EDIPO REY
TERCERA PARTE



CORO.- ¡Oh!, sea mi muerte conservar siempre la más respetuosa pureza en palabras y en obras. Pues a todas presiden altisimas leyes, engendradas en las etéreas regiones de los cielos. El Olimpo es su único padre y no le dio ser fuerza alguna mortal de hombres ni acabará con ellas jamás el sueño del olvido. Un gran dios habita en ellas, que no envejece.

La intemperancia engendra a los tiranos; la intemperancia, que cuando se halla cebada más de lo justo en efectos que son ilicitos y perniciosos, remóntase insolente hasta lo más alto, pero de alli se despeña en angustiosos aprietos, donde no puede dar un paso en libertad. Certámenes que traen la bendición a la patria, yo mismo pediré al dios que jamás nos falten, y ese mismo dios será quien los presida para siempre.

Mas si alguien se pasea llevando la insolencia en sus palabras o en sus obras, sin temor a la Justicia, sin respeto a las sagradas imágenes de los dioses, a ese, mal hado le arrebate en castigo de su malhadada impudicia; ya que no disfruta de lo que hay que disfrutar como es debido, y no se aparta de toda impureza, sino que con incontinentes manos toca lo que no hay que tocar. ¿Quién será el que, reo de tales maldades, pueda gloriarse en su corazón de sustraer su vida a los tiros (de los dioses)? Porque si honra (y no castigo) merecen tales acciones, ¿para qué estas danzas sagradas?

Yo ya no iré respetuoso al inolvidable y central santuario (de Delfos), ni al templo de Abe, ni a Olimpia tampoco, si todo esto no ha de cumplirse a la letra, tal que todo mortal lo señale con el dedo. Más, ¡oh soberano Zeus!, pues con razón eres aclamado Señor que impera en todo, no se escape esto a ti y a tu inmortal poder jamás. ¡Por tierra van quedando aquellos (antiguos) oráculos de Layo, y en ninguna parte es glorificado por veraz Apolo! ¡Toda la Religión se viene a tierra!


(Sale de palacio YOCASTA, acompañada de dos doncellas y llevando, como ella lo dice, una guirnalda de laurel y otras ofrendas, y se dirige al altar de APOLO)


YOCASTA.- He resuelto, príncipe de la patria, salir a visitar el santuario de los dioses, llevando conmigo esta guirnalda y aquestos timiamas, porque está el ánimo de Edipo increíblemente sobreexcitado con toda clase de espantos, y no conjetura como hombre sensato el porvenir por lo pasado; a merced está de todo el que hable, con tal que diga cosas pavorosas.

Y ya que con todas mis exhortaciones nada he logrado, a Ti vengo suplicante con estas humildes ofrendas, ¡oh Licio Apolo!, que tan cerca estás y nos oyes, rogándote nos otorgues un desenlace libre de toda impureza. Pues ahora todos estamos desconcertados, viendo así aterrado al rey que maneja el timón de la patria.


(Entra, por la izquierda, un MENSAJERO y habla al CORO)


MENSAjERO.- ¿Podríais decirme, el palacio del rey Edipo? Y, más dónde está él, si lo sabéis.


CORIFEO.- El palacio este es; él está dentro, ¡oh extranjero!; esta señora es su esposa-madre ... de sus hijos.


MENSAJERO.- Pues bendita sea ella y benditos los que rodean la digna esposa de tan gran rey.


YOCASTA.- Las bendiciones para ti, extranjero, que bien te las mereces por tan gentil saludo. Pero dime ya, ¿qué es lo que deseas o qué noticias traes?


MENSAJERO.- Noticias buenas para tu casa y para tu esposo, señora.


YOCASTA.- ¿A ver cuáles? ¿De dónde has venido?


MENSAJERO.- De Corinto. y la noticia que te voy a dar te va a alegrar, ¿cómo no?, aunque quizá también te dé alguna pena.


YOCASTA.- Pero ¿cuál es? ¿Y qué doble virtud es esa?


MENSAJERO.- EI pueblo va a proclamar a Edipo rey de la tierra ístmica. Así se dijo allí.


YOCASTA.- Qué ¿no está ya en el poder el anciano Pólibo?


MENSAJERO.- No; donde está es en el sepulcro, muerto.


YOCASTA.- ¿Cómo? ¿Ha muerto ya Pólibo?


MENSAJERO.- Aquí me muera yo, si no digo la verdad.


YOCASTA.- Muchacha; anda a escape; cuenta al rey inmediatamente estas noticias.


(Vase una de las doncellas)


YOCASTA.- ¡Oh oráculo de los dioses!, ¿dónde estáis? De miedo de matar a este hombre hace tanto tiempo se desterró Edipo; y ahora está ya muerto, y eso a manos de su sino, y no a las del rey.


(Sale de palacio EDlPO)


EDlPO.- Amadísima esposa, Yocasta, ¿qué querías al mandarme llamar de palacio?


YOCASTA.- Oye a este hombre; escúchale, y ve en qué paran los decantados oráculos de los dioses.


EDlPO.- ¿Quién es ese hombre y qué es lo que quiere?


YOCASTA.- De Corinto viene, anunciando que ya no es tu padre Pólibo, sino que ha muerto.


EDlPO.- ¿Cómo? Forastero, explícamelo todo tú mismo.


MENSAJERO.- Si eso es lo que primero debo declararte, no lo dudes, él está muerto. Pólibo se fue.


EDIPO.- ¿En qué manera? ¿A traición? ¿Por enfermedad?


MENSAJERO.- A cuerpos ancianos, un peso de nada los derriba.


EDIPO.- Según las trazas, fue la enfermedad la que acabó con el desventurado.


MENSAJERO.- Si, y los muchos años que llevaba encima.


EDIPO.- ¡Bien, bien! Para que nos preocupemos, mujer, con los santuarios adivinatorios de Apolo y con las aves que chirrían por los aires, según las cuales yo había de dar muerte a mi padre. Muerto está él y oculto bajo tierra, y yo aquí, sin tocar un arma. A no ser que haya muerto de pena por mi ausencia, ¡esto también sería matarle yo! En fin, ya está Pólibo en el Hades y se ha llevado consigo todos esos oráculos, probando la nada que son.


YOCASTA.- ¿No te lo decía yo hace ya tiempo?


EDIPO.- Me lo decías; pero yo andaba a merced del miedo.


YOCASTA.- Conque, en adelante, ni pensar siquiera en nada de esto.


(Pausa)


EDIPO.- Pero lo del lecho de la madre, ¿no es para angustiarme?


YOCASTA.- ¿Qué preocupaciones ha de tener el hombre, cuando todo se lo maneja el azar y no tiene previsión cierta de nada? Vivir a la ventura, eso es lo que importa, y cada uno como mejor pueda. A ti, lo de las bodas de tu madre, no te dé pena, que dicen que también otros han tenido tales himeneos maternos, sí, en sueños. El que más se burla de todo esto, ese es el que mejor se pasa la vida.


EDIPO.- Bien estuviera todo eso, si no viviera aún mi madre. Pero, pues vive, ella, con todo lo bien que hablas, fuerza es temer, Yocasta.


YOCASTA.- Sí, para buen argumento ahí está el sepulcro de tu padre.


EDIPO.- Bueno, lo confieso; pero al fin eIla vive y todo es de temer.


MENSAJERO.- (Interrumpiéndoles) ¿Cuál es la mujer que tan alarmados os tiene?


EDIPO.- Mérope, ¡oh viejo!, la señora de Pólibo.


MENSAJERO.- ¿Y por qué os ha de causar tanta inquietud aquella señora?


EDIPO.- Por un oráculo terrible, que los dioses pronunciaron.


MENSAJERO.- ¿Se puede saber, o existe absoluto secreto?


EDIPO.- De ningún modo. Dijo Loxios (Apolo) que yo había de contraer nupcias con mi misma madre y que, además, había de ensangrentar mis manos con la sangre de mi padre. Esta es la razón por que no he puesto el pie en Corinto hace tanto tiempo. No me va ciertamente mal; pero siempre es dulce volver a ver a los padres.


MENSAJERO.- ¿Qué, y por temor a eso vives expatriado?


EDIPO.- Sí, viejo; para no Ilegar a ser el asesino de mi padre.


MENSAJERO.- ¿Por qué no te habré quitado yo esa inquietud, ya que con tan buenas intenciones he venido acá?


EDIPO.- Pues a fe que te Ilevarás un premio digno.


MENSAJERO.- Pues a fe que eso es lo que más me movió a venir; la esperanza de que, vuelto tú a tu patria, prosperaria yo a tu lado.


EDIPO.- Yo jamás vuelvo a donde mis padres.


MENSAJERO.- ¡Ay, hijo!, ¡cómo se conoce que no sabes lo que traes entre manos!


EDIPO.- ¿Cómo, viejo?, por los dioses, dime qué hay.


MENSAJERO.- Si esa causa te retrae de volver a tu hogar ...


EDIPO.- Sí, el temor de que Febo resulte verdadero.


MENSAJERO.- ¿EI temor de que te contamines con tus padres?


EDIPO.- Eso mismo, viejo; eso es lo que me tiene en perpetua zozobra.


MENSAJERO.- Pues sábete que en ello no tienes motivo ninguno de desazón.


EDIPO.- ¿Cómo que no, si ellos son mis padres?


MENSAJERO.- Porque Pólibo no tenía que ver nada contigo.


EDIPO.- ¿Qué dices?, ¿no es él el padre que me engendró?


MENSAJERO.- Tanto como este hombre (yo), lo mismo.


EDIPO.- ¿Van a ser lo mismo el padre y el que no lo es?


MENSAJERO.- Es que ni él te ha engendrado, ni yo.


EDIPO.- ¿No?, ¿pues cómo me llamó siempre hijo?


MENSAJERO.- Mira, rey, porque fuiste un regalo que él recibió de mis manos.


EDIPO.- ¿Y tanto supo amarme habiéndome recibido de otros?


MENSAJERO.- EI verse sin hijos le enseñó a hacerlo.


EDIPO.- ¿Y tú me compraste o me encontraste casualmente y me pusiste en sus manos?


MENSAJERO.- En los replegados valles del Citerón te había encontrado.


EDIPO.- ¿Y a qué andabas tú por aquellos parajes?


MENSAJERO.- Allí por los montes pastoreaba mis rebaños.


EDIPO.- ¿Pastor eras entonces y andabas vagando asalariado?


MENSAJERO.- Y tu salvador, hijo, en aquel trance.


EDOPO.- Pues ¿qué mal tenia yo, cuando tus manos me cogieron?


MENSAJERO.- Tus tobillos te lo podrían decir.


EDIPO.- ¡Ay de mí! ¿Cómo me explicas tú esa deformidad tan antigua?


MENSAJERO.- Es que yo te solté unos hierros que te atravesaban los pies.


EDIPO.- Ciertamente, desde la cuna me vienen esas vergonzosas cicatrices.


MENSAJERO.- Como que por ellas te dieron el nombre que llevas.


EDIPO.- ¡Por los dioses!, di quién fue: ¿el padre?, ¿la madre?


MENSAJERO.- No lo sé; esto mejor lo sabrá el que te me entregó.


EDIPO.- ¿Me recibiste de manos de otro? ¿No me encontraste tú mismo?


MENSAJERO.- No; otro pastor te me dio.


EDIPO.- ¿Qué pastor? ¿Podrias mostrárnoslo?


MENSAJERO.- Le llamaban el pastor de Layo, uno de ellos.


EDIPO.- ¿De Layo, el antiguo rey de esta tierra?


MENSAJERO.- De ese mismo; pastor suyo era.


EDIPO.- ¿Vive ese viejo todavia?, ¿le podria yo ver?


MENSAJERO.- Eso vosotros lo sabréis mejor (A los del CORO), los de la tierra.


EDIPO.- ¿Hay alguno de los aqui presentes que conozca al pastor de que habla?, ¿alguno que le haya visto, sea aquí, sea en el campo? Dígalo, que a punto hemos llegado ya de descubrirlo todo.


CORIFEO.- Creo que no es otro que el pastor del campo, el mismo que hace un rato deseabas ver. Nadie podría decirlo mejor que aquí, Yocasta.


EDIPO.- ¿Conoces, Yocasta, al que hace un momento llamábamos?, ¿es aquel el que este dice?


YOCASTA.- Con desazón

EDIPO.- De ninguna manera; en este punto ya de mi pesquisa, no cejo hasta dar con mi nacimiento.


YOCASTA.- No, por los dioses; si no deseas tu perdición, no des un paso más. Bástame lo que he sufrido.


EDIPO.- Ten buen ánimo; tú nada pierdes, aunque yo resulte siervo, hijo de sierva nacida de sierva.


YOCASTA.- Aun así, obedéceme, te lo suplico, no lo hagas.


EDIPO.- No cedo hasta no dar con la verdad y con la evidencia.


YOCASTA.- Que te lo digo por tu bien; que mi consejo es el mejor.


EDIPO.- Esos consejos tan buenos son precisamente los que hace tiempo me están molestando.


(Le vuelve la espalda)


YOCASTA.- ¡Ay, desventurado!, ¡ojalá nunca descubras quién eres!


EDIPO.- (A sus pajes) Que vaya alguno inmediatamente a traerme acá al pastor. Y a esta, dejadla que se pavonee con la opulencia de su linaje.


YOCASTA.- ¡Ay!, ¡ay!, ¡desdichado!, este es el único nombre que te puedo dar ¡y jamás ya otro alguno!


(Furiosa y desesperada, métese en palacio)


(Pausa)

Índice de Edipo rey de SófoclesAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha