Índice de La celestina de Fernando de RojasActo anteriorSiguiente actoBiblioteca Virtual Antorcha

ACTO DOCENO

ARGUMENTO

Llegando la media noche, Calisto y Sempronio y Pármeno armados van para casa de Melibea. Lucrecia y Melibea están cabe la puerta, aguardando a Calisto. Viene Calisto; háblale primero Lucrecia: llama a Melibea; apártase Lucrecia; háblanse por entre las puertas Melibea y Calisto. Pármeno y Sempronio, en su cabo, departen. Oyen gente por la calle; apercíbense para huir. Despídese Calisto de Melibea, dejando concertada la tornada para la noche siguiente. Pleberio, al son del ruido que había en la calle, despierta, llama a su mujer Alisa; pregunta a Melibea quién da patadas en su cámara; responde Melibea a su padre fingiendo que tenía sed. Calisto con sus criados va para su casa hablando; échase a dormir. Pármeno y Sempronio van a casa de Celestina, demandan su parte de la ganancia; disimula Celestina; vienen a reñir; échanle mano a Celestina; mátanla. Da voces Elicia; viene la justicia a prenderlos a ambos.

CALISTO, SEMPRONIO, PÁRMENO, LUCRECIA, MELIBEA, PLEBERIO, ALISA, CELESTINA, ELICIA

CALISTO
¡Mozos! ¿Qué hora da el reloj?

SEMPRONIO
Las diez.

CALISTO
¡Oh cómo me descontenta el olvido en los mozos! De mi mucho acuerdo en esta noche, y tu descuidar y olvido se haría una razonable memoria y cuidado. ¿Cómo, desatinado, sabiendo cuánto me va en ser diez o once, me respondías a tiento lo que más aína se te vino a la boca? ¡Oh cuitado de mí! Si por acaso me hubiera dormido, y colgara mi pregunta de la respuesta de Sempronio para hacer de once diez, y así de doce once, saliera Melibea, yo no fuera ido, tornárase; de manera que ni mi mal hubiera fin, ni mi deseo ejecución. No se dice en balde, que mal ajeno de pelo cuelga.

SEMPRONIO
Tanto yerro me paresce sabiendo, preguntar, como ignorando, responder. Mejor sería, señor, que se gastase esta hora que queda en aderezar armas que en buscar cuestiones.

CALISTO
(Bien me dice este necio: no quiero en tal tiempo rescebir enojo; no quiero pensar en lo que pudiera venir, sino en lo que fue; no en el daño que resultara de su negligencia, sino en el provecho que verná de mi solicitud; quiero dar espacio a la ira, que o se me quitará, o se me ablandará). Descuelga, Pármeno, mis corazas, y armaos vosotros; y así iremos a buen recaudo, porque, como dicen: el hombre apercebido, medio combatido.

PÁRMENO
Hélas aquí, señor.

CALISTO
Ayúdame aquí a vestirlas; mira tú, Sempronio, si paresce alguno por la calle.

SEMPRONIO
Señor, ninguna gente paresce; y aunque la hubiese, la mucha escuridad privaría el viso y conoscimiento a los que nos encontrasen.

CALISTO
Pues andemos por esa calle, aunque sé rodee alguna cosa, porque más encubiertos vamos. Las doce dan ya: buena hora es.

PÁRMENO
Cerca estamos.

CALISTO
A buen tiempo llegamos: párate tú, Pármeno, a ver si es venida aquella señora por entre las puertas.

PÁRMENO
¿Yo, señor? Nunca Dios mande que sea en dañar lo que no concerté; mejor será que tu presencia sea su primer encuentro, porque viéndome a mí no se turbe de ver que de tantos es sabido lo que tan ocultamente quería hacer, y con tanto temor hace, o porque quizá pensará que la burlaste.

CALISTO
¡Oh qué bien has dicho! La vida me has dado con tu sutil aviso; pues no era más menester para me llevar muerto a casa, que volverse ella por mi mala providencia. Yo me llego allá, quedaos vosotros en ese lugar.

PÁRMENO
¿Qué te paresce Sempronio, cómo el nescio de nuestro amo pensaba tomarme por broquel para el encuentro del primer peligro? ¿Qué sé yo quién está tras las puertas cerradas? ¿Qué sé yo si hay alguna traición? ¿Qué sé yo si Melibea anda porque la pague nuestro amo su mucho atrevimiento desta manera? Y más aún no somos muy ciertos decir verdad la vieja. No sepas burlar, Pármeno; sacarte han el alma sin saber quién; no seas lisonjero, como tu amo quiere, y jamás llorarás duelos ajenos, no tomes en lo que te cumple el consejo de Celestina, y hallarte has a escuras; ándate ahí con tus consejos y amonestaciones fieles, y darte han de palos; no vuelvas la hoja, y quedarte has a buenas noches. Quiero hacer cuenta que hoy me nascí, pues de tal peligro me escapé.

SEMPRONIO
Paso, paso, Pármeno, no saltes así, ni hagas ese bullicio de placer que darás causa a que seas sentido.

PÁRMENO
Calla, hermano, que no me hallo de alegría. ¡Cómo le hice creer que por lo que a él cumplía dejaba de ir, y era por mi seguridad! ¿Quién supiera así rodear su provecho, como yo? Muchas cosas me verás hacer, si estás de aquí adelante atento, que no las sientan todas personas, así con Calisto, como con cuantos en este negocio suyo se entremetieren, porque soy cierto que esta doncella ha de ser para él cebo de anzuelo, o carne buitrera, que suelen pagar bien el escote los que a comerla vienen.

SEMPRONIO
Anda, no te penen a tí esas sospechas, aunque salgan verdaderas. Apercíbete, a la primera voz que oyeres, a tomar calzas de Villadiego.

PÁRMENO
Leído has donde yo: en un corazón estamos: calzas traigo, y aun borceguíes desos ligeros que tú dices, para mejor huir que otros. Pláceme que me has, hermano, avisado de lo que yo no hiciera de vergüenza de tí; que nuestro amo, si es sentido, temo que no escapará de las manos desta gente de Pleberio, para podernos después demandar cómo lo hecimos, ni incusarnos el huir.

SEMPRONIO
¡Oh Pármeno amigo, cuán alegre y provechosa es la conformidad en los compañeros! Aunque por otra cosa no nos fuera buena Celestina, era harta utilidad la que por su causa nos ha venido.

PÁRMENO
Ninguno podrá negar lo que por sí se muestra. Manifiesto es que, con vergüenza uno del otro, por no ser odiosamente acusado de cobarde, esperáramos aquí la muerte con nuestro amo, no siendo más de él merecedor della.

SEMPRONIO
Salido debe de haber Melibea; escucha, que hablan quedito.

PÁRMENO
¡Cómo temo que no sea ella, sino alguno que finja su voz!

SEMPRONIO
Dios nos libre de traidores, no nos hayan tomado la calle por do tenemos de huir, que de otra cosa no tengo temor.

CALISTO
Este bullicio más de una persona lo hace: quiero hablar, sea quien fuere. ¡Ce, señora mía!

LUCRECIA
La voz de Calisto es ésta: quiero llegar. ¿Quién habla? ¿Quién está fuera?

CALISTO
Aquel que viene a cumplir tu mandato.

LUCRECIA
¿Por qué no llegas, señora? Llega sin temor acá, que aquel caballero está aquí.

MELIBEA
¡Loca, habla paso! Mira bien si es él.

LUCRECIA
Allégate, señora, que sí es; que yo le conozco en la voz.

CALISTO
Cierto soy burlado; no era Melibea la que me habló. Bullicio oigo; ¡perdido soy! Pues viva o muerta, que no me he de ir de aquí.

MELIBEA
Vete, Lucrecia, a acostar un poco. ¡Ce, señor! ¿Cómo es tu nombre? ¿Quién es el que te mandó ahí venir?

CALISTO
Es la que tiene merescimiento de mandar a todo el mundo, la que dignamente servir yo no merezco. No tema tu merced de se descubrir a este captivo de tu gentileza; que el dulce sonido de tu habla, que jamás de mis oídos se cae, me certifica ser tú mi señora Melibea; yo soy tu siervo Calisto.

MELlBEA
La sobrada osadía de tus mensajes me ha forzado a haberte de hablar, señor Calisto, que habiendo habido de mí la pasada respuesta a tus razones, no sé qué piensas más sacar de mi amor de lo que entonces te mostré. Desvía estos vanos y locos pensamientos de tí, porque mi honra y persona estén, sin detrimento de mala sospecha, seguras. A esto fuí aquí venida, a dar concierto en tu despedida y mi reposo. No quieras poner mi fama en la balanza de las lenguas maldicientes.

CALISTO
A los corazones aparejados con apercibimiento recio contra las adversidades, ninguna puede venir que pase de claro en claro la fuerza de su muro. Pues el triste que, desarmado y sin proveer los engaños y celadas, se vino a meter por las puertas de tu seguridad, cualquiera cosa que en contrario vea, es, razón que me atormente, y pase rompiendo todos los almacenes en que la dulce nueva estaba aposentada. ¡Oh malaventurado Calisto! ¡Oh cuán burlado has sido de tus sirvientes! ¡Oh engañosa mujer Celestina! ¡Dejárasme acabar de morir, y no tornaras a vivificar mi esperanza para que tuviese más que gastar el fuego que ya me aqueja! ¿Por qué falsaste la palabra desta mi señora? ¿Por qué has así dado con tu lengua causa a mi desesperación? ¿A qué me mandaste aquí venir para que me fuese mostrado el disfavor, el entredicho, la desconfianza, el odio por la misma boca desta que tiene las llaves de mi perdición y gloria? ¡Oh enemiga! Y tú, ¿no me dijiste que esta mi señora me era favorable? ¿No me dijiste que de su grado mandaba venir este su captivo al presente lugar? No para me desterrar nuevamente de su presencia, pero para alzar el destierro, ya por otro su mandamiento puesto antes de agora. ¿En quién hallaré yo fe? ¿Adónde hay verdad? ¿Quién caresce de engaño? ¿Adónde no moran falsarios? ¿Quién es claro enemigo? ¿Quién es verdadero amigo? ¿Dónde no se fabrican traiciones? ¿Quién osó darme tan cruda esperanza de perdición?

MELlBEA
Cesen, señor mío, tus verdaderas querellas, que ni mi corazón basta para las sufrir, ni mis ojos para lo disimular. Tú lloras de tristeza,juzgándome cruel; yo lloro de placer, viéndote tan fiel. ¡Oh mi señor y mi bien todo! ¡Cuánto más alegre me fuera poder ver tu faz que oír tu voz! Empero, pues no se puede al presente más hacer, toma la firma y sello de las razones que te envié escritas en la lengua de aquella solícita mensajera. Todo lo que te dijo confirmo; todo lo he por bueno. Limpia, señor, tus ojos; ordena de mí a tu voluntad.

CALISTO
¡Oh señora mía, esperanza de mi gloria, descanso y alivio de mi pena, alegría de mi corazón! ¿Qué lengua será bastante para te dar iguales gracias a la sobrada e incomparable merced que en este punto, de tanta congoja para mí me has querido hacer, en querer que un tan flaco e indigno hombre pueda gozar de tu suavísimo amor? Del cual, aunque muy deseoso, siempre me juzgaba indigno, mirando tu grandeza, considerando tu estado, remirando tu perfección, contemplando tu gentileza, acatando mi poco merescer y tu alto merescimiento, tus extremadas gracias, tus loadas y manifiestas virtudes. Pues ¡oh alto Dios! ¿cómo te podré ser ingrato, que tan milagrosamente has obrado conmigo tus singulares maravillas? ¡Oh cuántos días, antes de agora pasados, me fue venido ese pensamiento a mi corazón, y por imposible lo rechazaba de mi memoria, hasta que ya los rayos ilustrantes de tu muy claro gesto dieron luz en mis ojos, encendieron mi corazón, despertaron mi lengua, extendieron mi merescer, acortaron mi cobardía, destorcieron mi encogimiento, doblaron mis fuerzas, desadormecieron mis pies y manos; finalmente, me dieron tal osadía, que me han traído con su mucho poder a este tan sublimado estado en que agora me veo, oyendo de grado tu suave voz! La cual si ante de agora no conosciese y no sintiese tus saludables olores, no podría creer que caresciesen de engaño tus palabras. Pero como soy cierto de tu limpieza de sangre y hechos, me estoy remirando si soy yo Calisto, a quien tanto bien se hace.

MELlBEA
Señor Calisto, tu mucho merescer, tus extremadas gracias, tu alto nascimiento han obrado que, después de que tí hube entera noticia, ningún momento de mi corazón te partieses; y aunque muchos días he pugnado por lo disimular, no he podido tanto, que en tornándome aquella mujer tu dulce nombre a la memoria no descubriese mi deseo, y viniese a este lugar y tiempo, donde te suplico ordenes y dispongas de mi persona según querrás. las puertas impiden nuestro gozo, las cuales yo maldigo, y sus fuertes cerrojos y mis flacas fuerzas, que ni tú estarías quejoso ni yo descontenta.

CALISTO
¿Cómo, señora mía, y mandas tú que consienta a un palo impedir nuestro gozo? Nunca yo pensé que demás de tu voluntad lo pudiera cosa estorbar. ¡Oh molestas y enojosas puertas! Ruego a Dios que tal fuego os abrase como a mí da guerra; que con la tercia parte seríades en un punto quemadas. Pues, por Dios, señora mía, permite que llame a mis criados para que las quiebren.

PÁRMENO
(¿No oyes, no oyes, Sempronio? A buscamos quiere venir para que nos den mal año. No me agrada cosa esta venida; en mal punto creo que se empezaron estos amores; yo no espero más aquí).

SEMPRONIO
Calla, calla, escucha, que ella no consiente que vamos allá.

MELIBEA
¿Ouieres, amor mío, perderme a mí y dañar mi fama? No sueltes las riendas a la voluntad; la esperanza es cierta, el tiempo breve a cuanto tú ordenares. Y pues tú sientes tu pefia sencilla y yo la de entrambos; tú solo dolor, yo el tuyo y el mío, conténtate con venir mañana a esta hora por las paredes de mi huerto: que si agora quebrases las crueles puertas, aunque al presente no fuésemos sentidos, amanecería en casa de mi padre terrible sospecha de mi yerro. Y pues sabes que tanto mayor es el yerro cuanto mayor es el que yerra, en un punto sería por la ciudad publicado.

SEMPRONIO
(¡En hora mala acá esta noche venimos! Aquí nos ha de amanescer según el espacio con que nuestro amo lo toma; que aunque más la dicha nos ayude, nos han en tanto tiempo de sentir de su casa o vecinos).

PÁRMENO
Ya ha dos horas que te requiero que nos venimos, que no faltará un achaque.

CALISTO
¡Oh mi señora y mi bien todo! ¿Por qué llamas yerro aquello que por los santos de Dios me fue concedido? Rezando hoy ante el altar de la Madalena me vino con tu mensaje alegre aquella solícita mujer.

PÁRMENO
¡Desvariar, Calisto, desvariar! Por fe tengo, hermano, que no es cristiano. Lo que la vieja traidora con sus pestíferos hechizos ha rodeado y hecho, dice que los santos de Dios se lo han concedido o impetrado, y con esta confianza quiere quebrar las puertas; y no habrá dado el primer golpe, cuando sea sentido y tomado por los criados de su padre, que duermen cerca.

SEMPRONIO
Ya no temas, Pármeno, que harto desviados estamos, y en sintiendo bullicio, el buen huir nos ha de valer. Déjale hacer, que si mal hiciere, él lo pagará.

PÁRMENO
Bien hablas, en mi corazón estás, así se haga, huyamos la muerte, que somos mozos; que no querer morir ni matar no es cobardía, sino buen natural. Estos escuderos de Pleberio son locos; no desean tanto comer ni dormir como cuestiones y ruidos: pues más locura sería esperar pelea con enemigos, que no aman tanto la victoria y vencimiento como la continua guerra y contienda. ¡Oh si me vieses, hermano, cómo estoy, placer habrías! A medio lado, abiertas las piernas, el pie izquierdo adelante puesto en huída, las haldas en la cinta, la adarga arrollada y so el sobaco, porque no me empache; que por Dios creo que fuyese como un gamo, según el temor tengo de estar aquí.

SEMPRONIO
Mejor estoy yo, que tengo liado el broquel y el espada con las correas porque no se caiga al correr, y el casquete en la capilla.

PÁRMENO
¿Y las piedras que traías en ella?

SEMPRONIO
Todas las vertí por ir más liviano, que harto tengo que llevar en estas corazas que me hiciste vestir por importunidad; que bien las rehusaba de traer, porque me parescían para huir muy pesadas. ¡Escucha, escucha! ¿Oyes, Pármeno? ¡A malas andan! ¡Muertos somos! Bota presto, echa hacia casa de Celestina, no nos atajen por nuestra casa.

PÁRMENO
¡Huye, huye, que corres poco! ¡Oh pecador de mí, si nos han de alcanzar deja broquel y todo!

SEMPRONIO
¿Si han muerto ya a nuestro amo?

PÁRMENO
No sé, no me digas nada; corre y calla, que el menor cuidado mío es ese.

SEMPRONIO
¡Ce, ce, Pármeno! Torna, torna callando, que no es sino la gente del alguacil que pasaba haciendo estruendo por la otra calle.

PÁRMENO
Míralo bien: no te fíes en los ojos, que se antoja muchas veces uno por otro. No me habían dejado gota de sangre: tragada tenía ya la muerte, que me parescía que me iban dando en estas espaldas golpes. En mi vida me acuerdo haber tan gran temor ni verme en tal afrenta, aunque he andado por casas ajenas harto tiempo y en lugares de harto trabajo; que nueve años serví a los frailes de Guadalupe, que mil veces nos apuñeábamos yo y otros; pero nunca como esta vez hube miedo de morir.

SEMPRONIO
¿Y yo no serví al cura de San Miguel, y al mesonero de la plaza, y a Mollejas el hortelano? Y también yo tenía mis cuestiones con los que tiraban piedras a los pájaros que asentaban en un álamo grande que tenía, porque dañaban la hortaliza. Pero guárdete Dios de verte con armas, que aquel es verdadero temor; no en balde dicen: cargado de hielo, cargado de miedo. Vuelve, vuelve, que el alguacil es cierto.

MELIBEA
Señor Calisto, ¿qué es eso que en la calle suena? Parescen voces de gente que va en huída. Por Dios, mírate, que estás a peligro.

CALISTO
Señora, no temas, que a buen recaudo vengo; los míos deben de ser, que son unos locos, y desarman a cuantos pasan, y huiríales alguno.

MELIBEA
¿Son muchos los que traes?

CALISTO
No, sino dos; pero aunque sean seis sus contrarios, no resceberían mucha pena para les quitar sus armas y hacerlos huir, según su esfuerzo: escogidos son, señora, que no vengo a lumbre de pajas. Si no fuese por lo que a tu honra toca, pedazos harían estas puertas; y si sentidos fuésemos, a tí y a mí librarían de toda la gente de su padre.

MELIBEA
¡Oh, por Dios, no se acometa tal cosa! Pero mucho placer tengo que de tan fiel gente andes acompañado; bien empleado es el pan que tan esforzados sirvientes comen. Por mi amor, señor, pues tal gracia la naturaleza les quiso dar, sean de tí bien tratados y galardonados, porque en todo te guarden secreto, y cuando sus atrevimientos y osadías les corrigieres, a vueltas del castigo mezcla favor, porque los ánimos esforzados no sean con encogimiento diminutos e irritados en el osar a sus tiempos.

PÁRMENO
¡Ce, ce, señor, señor! Quítate presto dende, que viene mucha gente con hachas, y serás visto y conoscido, que no hay donde te metas.

CALISTO
¡Oh mezquino yo, y cómo me es forzado, señora, partirme de ti! Por cierto el temor de la muerte no obrara tanto, como el de tu honra. Pues que así es, los ángeles queden con tu presencia; mi venida será, como ordenaste, por el huerto.

MELIBEA
Así sea, y vaya Dios contigo.

PLEBERIO
Señora mujer, ¿duermes?

ALISA
Señor, no.

PLEBERIO
¿No oyes bullicio en el retraimiento de tu hija?

ALISA
Sí oyo. Melibea, Melibea!

PLEBERIO
No te oye; yo llamaré más recio. ¡Hija mía Melibea!

MELIBEA
¿Señor?

PLEBERIO
¿Quién da patadas y hace bullicio en tu cámara?

MELIBEA
Señor, Lucrecia es, que salió por un jarro de agua para mí, que había sed.

PLEBERIO
Duerme, hija, que pensé que era otra cosa.

LUCRECIA
Poco estruendo los despertó, con pavor hablan.

MELIBEA
No hay tan manso animal, que con amor o temor de sus hijos no se asperece; pues, ¿qué harían si mi cierta salida supiesen?

CALISTO
Cerrad esa puerta, hijos, y tú, Pármeno, sube una vela arriba.

SEMPRONIO
Debes, señor, reposar y dormir eso que queda de aquí al día.

CALISTO
Pláceme, que bien lo he menester. ¿Qué te paresce, Pármeno, de la vieja que tú me deslababas? ¿Qué fuera hecho sin ella?

PÁRMENO
Ni yo sentía tu gran pena, ni conoscía la gentileza y merescimiento de Melibea; y así no tengo culpa. Conoscía a Celestina; y a sus mañas, avisábate como a señor, pero ya me paresce que es otra, todas las ha mudado.

CALISTO
¿Y cómo mudado?

PÁRMENO
Tanto, que si yo no lo hubiese visto, no lo creería; mas así vivas tú como es verdad.

CALISTO
Pues ¿habéis oído lo que con aquella mi señora he pasado? ¿Qué hacíades? ¿Teníades temor?

SEMPRONIO
¿Temor, señor, o qué? Por cierto, todo el mundo no nos lo hiciera tener. ¡Hallado habías los temerosos! Allí estuvimos esperándote muy aparejados, nuestras armas muy a mano.

CALISTO
¿Habéis dormido algún rato?

SEMPRONIO
¿Dormir, señor? ¡Dormilones son los mozos!, nunca me asenté ni aunjunté por pios los pies, mirando a todas partes, para, en sintiendo, poder saltar presto, y hacer todo lo que mis fuerzas me ayudaran. Pues Pármeno, aunque parescía que no te servía hasta aquí de buena gana, así se holgó, cuando vio a los de las hachas, como lobo cuando siente polvo de ganado, pensando poder quitárselas, hasta que vido que eran muchos.

CALISTO
No te maravilles, que procede de su natural ser osado, y aunque no fuese por mí, haríalo porque no pueden los tales venir contra su uso, que aunque muda el pelo la raposa, su natural no despoja. Por cierto, yo dije a mi señora Melibea lo que en vosotros hay, y cuán seguras tenía mis espaldas con vuestra ayuda y guarda. Hijos, en mucho cargo os soy; rogad a Dios por mi salud, que yo os galardonaré más cumplidamente vuestro buen servicio. Id con Dios a reposar.

PÁRMENO
¿Adónde iremos, Sempronio? A la cama a dormir, o a la cocina a almorzar?

SEMPRONIO
Ve tú donde quisieres, que antes que venga el día quiero yo ir a Celestina a cobrar mi parte de la cadena; que es una puta vieja: no le quiero dar tiempo en que fabrique alguna ruindad con que nos excluya.

PÁRMENO
Bien dices, olvidado lo había. Vamos entrambos, y si en eso se pone, espantémosla de manera que le pese, que sobre dinero no hay amistad.

SEMPRONIO
¡Ce, ce! Calla, que duerme cabe esta ventanilla. Ta, ta, señora Celestina, ábrenos.

CELESTINA
¿Quién llama?

SEMPRONIO
Abre, que son tus hijos.

CELESTINA
No tengo yo hijos que anden a tal hora.

SEMPRONIO
Ábrenos a Pármeno y a Sempronio, que nos venimos acá a almorzar contigo.

CELESTINA
¡Oh locos traviesos! Entrad, entrad; ¿cómo venis a tal hora que ya amanesce? ¿Qué habéis hecho? ¿Quéos ha pasado? ¿Despidióse la esperanza de Calisto, o vive todavía con ella, o cómo queda?

SEMPRONIO
¿Cómo, madre? Si por nosotros no fuera, ya anduviera su alma buscando posada para siempre, que si estimarse pudiese lo que de allí nos queda obligado, no sería su hacienda bastante a cumplir la deuda, si verdad es lo que dicen, que la vida y la persona es más digna y de más valor que otra cosa ninguna.

CELESTINA
¡Jesú! qué, ¿en tanta afrenta os habéis visto? Cuéntamelo, por Dios.

SEMPRONIO
Mira qué tanta que, ¡por mi vida!, la sangre me hierve en el cuerpo en tornarlo a pensar.

CELESTINA
Reposa, por Dios, y dímelo.

PÁRMENO
Cosa larga le pides, según venimos alterados y cansados del enojo que habemos habido. Harías mejor en aparejamos a él y a mí de almorzar, quizá nos amansaría algo la alteración que traemos; que cierto te digo, que no querría yo topar a hombre que paz quisiese. Mi gloria sería agora hallar en quién vengar la ira, pues no pude en los que nos la causaron, por su mucho huir.

CELESTINA
Landre me mate si no me espanto en verte tan fiero; creo que burlas. Dímelo agora, Sempronio, tú, por mi vida: ¿qué os ha pasado?

SEMPRONIO
Por Dios, sin seso vengo, desesperado; aunque para contigo por demás es no templar la ira y todo enojo, y mostrar otro semblante que con los hombres. Jamás me mostré poder mucho con los que poco pueden. Traigo, señora, todas las armas despedazadas, el broquel sin aro, la espada como sierra, el casquete abollado en la capilla, que no tengo con qué salir un paso con mi amo cuando menester me haya, que quedó concertado de ir esta noche que viene a verse por el huerto; pues ¿comprallo de nuevo? No mandó un maravedí, aunque caiga muerto.

CELESTINA
Pídelo, hijo, a tu amo, pues en su servicio se gastó y quebró; pues sabes que es persona que luego lo cumplirá, que no es de los que dicen, vive conmigo, y busca quien te mantenga: él es tan franco, que te dará para esto y para más.

SEMPRONIO
¡Ah! Trae también Pármeno perdidas las suyas; a esta cuenta, en armas se le irá la hacienda. ¿Cómo quieres que le sea tan importuno en pedirle más de lo que él de su propio grado hace, pues es harto? No digan por mí, que dándome un palmo pido cuatro. Diónos las cien monedas; diónos después la cadena. A tres tales aguijones no terná cera en el oído. Caro le costaría este negocio: contentémonos con lo razonable, no lo perdamos todo por querer más de la razón; que quien mucho abraza poco suele apretar.

CELESTINA
¡Gracioso es el asno! Por mi vejez, que si sobre comer fuera, que dijera que habíamos todos cargado demasiado. ¿Estás en tu seso, Sempronio? ¿Qué tiene qué hacer tu galardón con mi salario, tu soldada con mis mercedes? ¿Soy yo obligada a soldar vuestras armas, a cumplir vuestras faltas? A osadas, que me maten si no te has asido a una palabrilla que te dije el otro día, viniendo por la calle, que cuanto yo tenía era tuyo, y que en cuanto pudiese, con mis pocas fuerzas jamás te faltaría, y que si Dios me diese buena manderecha con tu amo, que no perderías nada. Pues ya sabes, Sempronio, que estos ofrescimientos, estas palabras de buen amor no obligan: no ha de ser oro cuanto relice, si no, más bajo valdría. Dime, ¿estoy en tu corazón, Sempronio? Verás si, que aunque soy vieja, si acierto lo que tú puedes pensar. Tengo, hijo, en buena fe, más pesar, que se me quiere salir esta alma de enojo: dí a esta loca de Elicia cómo vine de tu casa, la cadenilla que traje para que se holgase con ella, y no se puede acordar dó la puso; que en toda esta noche ella ni yo no habemos dormido sueño, de pesar: no por su valor de la cadena, que no era mucho; pero por su mal cobro della y de mi mala dicha. Entraron unos conoscidos y familiares míos en aquella sazón aquí: temo no la hayan llevado, diciendo, si me viste, burléme, etc. Así que, hijos, agora quiero hablar con entrambos: si algo vuestro amo a mí me dio, debéis mirar que es mío, que de tu jubón de brocado no te pedí yo parte, ni la quiero. Sirvamos todos, que a todos dará según viere que lo merescen; que si me ha dado algo, dos veces he puesto por él mi vida al tablero. Más herramienta se me ha embotado en su servicio, que a vosotros; más materiales he gastado. Pues habéis de pensar, hijos, que todo me cuesta dinero, y aun mi saber, que no lo he alcanzado holgando; de lo cual fuera buen testigo su madre de Pármeno, Dios haya su alma. Esto trabajé yo, a vosotros se os debe esotro; esto tengo yo por oficio y trabajo, vosotros por recreación y deleite. Pues así, no habéis vosotros de haber igual galardón de holgar, que yo de penar; pero aun con todo lo que he dicho, no os despidáis (si mi cadena paresce) de sendos pares de calzas de grana, que es el hábito que mejor en los mancebos paresce, y si no, rescebid la voluntad, que yo me callaré con mi pérdida: y todo esto, de buen amor, porque holgastes que hubiese yo antes el provecho destos pasos que otra, y si no os contentáredes, de vuestro daño haréis.

SEMPRONIO
No es ésta la primera vez que yo he dicho cuánto en los viejos reina este vicio de codicia: cuando pobre, franca; cuando rica, avarienta. Así que, adquiriendo cresce la codicia, y la pobreza codiciando, y ninguna cosa hace pobre al avariento, sino la riqueza. ¡Oh Dios, y cómo cresce la necesidad con la abundancia! ¡Quién la oyó a esta vieja decir que me llevase yo todo el provecho, si quisiese, deste negocio: pensando que sería poco! Agora que lo ve crescido, no quiere dar nada, por cumplir el refrán de los niños, que dicen: de lo poco poco, de lo mucho nada.

PÁRMENO
Déte lo que prometió, o tomémoselo todo. Harto te decía yo quién era esta vieja, si tú me creyeras.

CELESTINA
Si mucho enojo traéis con vosotros, o con vuestro amo o armas, no lo quebréis en mí; que bien sé de dónde nasce esto; bien sé y barrunto de qué pie cojeáis. No, cierto, de la necesidad que tenéis de lo que me pedís, ni aun por la mucha codicia que lo tenéis, sino pensando que os he de tener toda vuestra vida atados y captivos con Elicia y Arcusa, sin quereros buscar otras. Movéisme estas amenazas de dinero, ponéisme esos temores de la partición; pues callad, que quien estas os supo acarrear, os dará otras diez, agora que hay más conoscimiento y más razón, y má merescimiento de vuestra parte. Y si sé cumplir lo que prometo en este caso, dígalo Pármeno: dilo, dilo, no hayas empacho de contar cómo nos pasó cuando a la otra dolía la madre.

SEMPRONIO
Yo dígole que se vaya, y abájase las bragas: no ando por lo que piensas; no entremetas burlas a nuestra demanda, que con ese galgo no tomarás (si yo puedo) más liebres; déjate conmigo de razones; a perro viejo no cuz cuz; danos las dos partes por cuenta de cuanto de Calisto has rescebido, no quieras que se descubra quién tú eres. A los otros, a los otros, con esos halagos, vieja.

CELESTINA
¿Quién soy yo, Sempronio? ¿Quitásteme de la putería? Calle tu lengua, no amengües mis canas, que soy una vieja cual Dios me hizo, no peor que todas. Vivo de mi oficio, como cada oficial del suyo, muy limpiamente. A quien no me quiere no le busco; de mi casa me vienen a sacar; en mi casa me ruegan; si bien o mal vivo, Dios es testigo de mi corazón; y no pienses con tu ira maltratarme, que justicia hay para todos y a todos es igual: tan bien seré yo oída, aunque mujer, como vosotros muy peinados. Déjame en mi casa con mi fortuna; y tú, Pármeno, no pienses que soy tu captiva por saber mis secretos y mi vida pasada, y los casos que nos acaescieron a mí y a la desdichada de tu madre. Aun así me trataba ella cuando Dios quería.

PÁRMENO
No me hinches las narices con esas memorias; si no, enviarte he con nuevas a ella, donde mejor te puedas quejar.

CELESTINA
¡Elicia, Elicia! Levántate de esa cama, daca mi manto presto, que por los santos de Dios, para aquella justicia me vaya bramando como una loca. ¿Qué es esto? ¿Qué quieren decir tales amenazas en mi casa? ¿Con una oveja mansa tenéis vosotros manos y braveza? ¿Con una gallina atada? ¡Con una vieja de sesenta años! ¡Allá, allá, contra los hombres como vosotros, contra los que ciñen espada mostrad vuestras iras, no contra mi flaca rueca! Señal es de gran cobardía acometer a los menores y a los que poco pueden: las sucias moscas nunca pican sino a los bueyes magros y flacos; los gozques ladradores a los pobres peregrinos aquejan con mayor ímpetu. Si aquella que allí está en aquella cama me hubiese a mí creído, jamás quedara esta casa de noche sin varón, ni durmiéramos a lumbre de pajas; pero por aguardarte, por serte fiel, padescemos esta soledad; y como nos veis mujeres, habláis y pedís demasías; lo cual, si hombre sintiésedes en la posada, no haríades. Que como dicen: el duro adversario entibia las iras y las sañas.

SEMPRONIO
¡Oh vieja avarienta, muerta de sed por dinero! ¿No serás contenta con la tercia parte de lo ganado?

CELESTINA
¿Qué tercia parte? Vete con Dios de mi casa tú y es otro, no dé voces, no allegue la vecindad; no me hagáis salir de seso; no queráis que salgan a plaza las cosas de Calisto y vuestras.

SEMPRONIO
Da voces o gritos, que tú cumplirás lo que prometiste, o cumplirás hoy tus días.

ELlCIA
Mete, por Dios, el espada. Tenle, Pármeno, tenle, no la mate ese desvariado.

CELESTINA
¡Justicia, justicia, señores vecinos! ¡Justicia: que me matan en mi casa estos rufianes!

SEMPRONIO
¿Rufianes, o qué? Espera, doña hechicera, que yo te haré ir al infierno con cartas.

CELESTINA
¡Ay, que me ha muerto! ¡Ay, ay! ¡Confesión, confesión!

PÁRMENO
Dale, dale, acábala; pues comenzaste, que nos sentirán; ¡muera, muera! De los enemigos los menos.

CELESTINA
¡Confesión!

ELICIA
¡Oh crueles enemigos! ¡En mal poder os veáis! ¡y para quién tuvistes manos! ¡Muerta es mi madre y mi bien todo!

SEMPRONIO
Huye, huye, Pármeno, que carga mucha gente. ¡Guarte, guarte, que viene el alguacil!

PÁRMENO
¡Ay pecador de mí!, que no hay por dó nos vamos, que está tomada la puerta.

SEMPRONIO
Saltemos destas ventanas; no muramos en poder de justicia.

PÁRMENO
Salta, que yo tras ti voy.

Índice de La celestina de Fernando de RojasActo anteriorSiguiente actoBiblioteca Virtual Antorcha