Índice de Casa de muñecas de Enrique IbsenPrimer actoTercer actoBiblioteca Virtual Antorcha

ACTO SEGUNDO

La misma decoración. Al foro, junto al piano, está el árbol de Navidad, despojado ya de todos los objetos. Sobre el sofá, el sombrero, los guantes y el abrigo de Nora.

(Nora va de un lado a otro con inquietud; al fin, se detiene junto al sofá, toma el abrigo, medita y vuelve a dejarlo).

NORA.- ¡Alguien viene! ... (Se dirige a la puerta y escucha). No, no hay nadie. No, no, no es para hoy, día de Navidad, ni mañana tampoco ... Aunque es posible que ... (Abre la puerta y mira hacia afuera). En el buzón tampoco hay nada; está vacío. ¡Qué locura! No era seria la amenaza. No puede ocurrir semejante cosa. Tengo tres hijos.

(Mariana entra por la izquierda con una caja grande de cartón).

MARIANA.- Al fin encontré la caja del traje.

NORA.- Está bien. Póngala sobre la mesa.

MARIANA.- (Lo hace). El traje quizá no sirva tal como está.

NORA.- ¡Ah! De buena gana lo haría mil pedazos.

MARIANA.- ¡Ay, eso no! Puede arreglarse fácilmente; sólo se necesita un poco de paciencia.

NORA.- Sí, iré a rogar a la señora de Linde que me ayude.

MARIANA.- ¿Salir otra vez? ¿Con este tiempo tan malo? Va usted a resfriarse.

NORA.- No sería lo peor que pudiera ocurrirme. ¿Qué hacen los niños?

MARIANA.- Los pobrecillos están jugando con los regalos de Navidad, pero ...

NORA.- ¿Hablan mucho de mí?

MARIANA.- Están tan acostumbrados a no separarse de su mamá ...

NORA.- Sí, Mariana, pero, ya ve usted, en el futuro no podré estar con ellos.

MARlANA.- Los niños se acostumbran a todo.

NORA.- ¿Lo cree usted así? ¿Cree usted que si su mamá se marchara para siempre, la olvidarían?

MARIANA.- ¡Dios me valga! ... ¡Para siempre! ...

NORA.- Dígame, Mariana ..., yo me he preguntado muchas veces una cosa. ¿Cómo tuvo usted valor para confiar su hija a manos extrañas?

MARIANA.- ¿Qué remedio me quedaba, teniendo que criar a Norita?

NORA.- Sí, pero ¿cómo pudo usted decidirse?

MARlANA.- ¡COmo se trataba de una colocación tan buena! ¡No era poca suerte para una muchacha que había tenido una desgracia! Porque el bribón no quería hacer nada a favor mío.

NORA.- Seguramente su hija la habrá olvidado.

MARIANA.- Ni pensado. Me escribió cuando tomó la primera comunión, y luego, otra vez, cuando contrajo matrimonio.

NORA.- (Echándole los brazos al cuello). Mariana mía, usted fue una buena madre para mí, cuando era pequeña.

MARlANA.- La pobre Norita no tenía más madre que yo.

NORA.- Y si los niños llegaran a no tenerla tampoco, sé bien que usted ... ¡Todo esto es hablar por hablar! (Abre la caja). ¡Ea! Vaya usted a su lado. Yo tengo que ... Ya verá usted qué guapa me pongo mañana.

MARIANA.- En todo el baile no habrá otra más guapa que la señora; eso es indudable. (Se va por la puerta de la izquierda).

NORA.- (Abre la caja pero la rechaza en seguida). Si me atreviera a salir ... Si tuviera la seguridad de que no vendrá nadie ... Si supiera que no habría de ocurrir nada en la casa mientras tanto ... ¡Qué locura! No vendrá nadie. ¡Fuera cavilaciones! ¡A peinar el manguito! ¡A ponerse los guantes majos, los guantes majos! ¡A desechar estas ideas! Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis ... (Lanza un grito). ¡Ah!, están ahí ...

(Intenta dirigirse a la puerta, y se queda indecisa. Entra Cristina, después de dejar el sombrero y el abrigo en la antecámara).

NORA.- ¡Ah! ¿Eres tú, Cristina? ¿No viene nadie más, verdad? ¡Qué oportunamente llegas!

CRlSTINA.- He sabido que fuiste a buscarme.

NORA.- Sí, pasaba precisamente por tu casa. Quería rogarte que me ayudases. Sentémonos en el sofá, y te diré de qué se trata. Mañana hay baile de máscaras en el piso que está encima del nuestro en casa del cónsul Stenborg. Torvaldo desea que me disfrace de pescadora napolitana, y que baile la tarantela que aprendí en Capri.

CRISTINA.- ¡Vaya, vaya! Vas a dar una función completa.

NORA.- Sí, es deseo de Torvaldo. Aquí tienes el traje. Me lo mandó hacer Torvaldo; pero está tan estropeado, que realmente no sé ...

CRISTINA.- (Después de examinar el traje). Pronto se arregla. Sólo tiene descosido el adorno por algunos sitios. ¡Volando!: hilo y aguja. ¡Ah! Aquí hay de todo.

NORA.- ¡Qué buena eres!

CRISTINA.- (Cosiendo). ¿De modo que te disfrazas mañana? Oye, vendré un momento a verte. ¡También yo! ... Olvidé darte las gracias por la buena velada de ayer.

NORA.- (Se levanta y atraviesa la habitación). Me parece que ayer no se estaba aquí tan bien como de costumbre. Debías haber llegado en años anteriores, Cristina ... Torvaldo tiene la habilidad de hacer agradable la casa.

CRISTINA.- Y tú también ...; no negarás que eres hija de tu padre. Pero, dime, ¿el doctor Rank continúa tan abatido como ayer?

NORA.- No, ayer lo estaba más que de costumbre. El infeliz padece una afección terrible de la médula espina. Su padre era un hombre repugnante, que tenía queridas y ... todavía podría decirse algo más. Por eso está el hijo enfermo desde la infancia, como comprenderás.

CRISTINA.- (Deja caer la labor). Pero ¿quién te cuenta semejantes cosas, Nora?

NORA.- ¡Bah! ... Cuando una ha tenido tres hijos, recibe visitas de ciertas señoras que son medio médicos y que cuentan muchas cosas.

CRISTINA.- (Reanuda la costura. Pausa). ¿Viene todos los días el doctor Rank?

NORA.- Todos los días. Es nuestro mejor amigo. El doctor Rank es, por decirlo así, de la casa.

CRISTINA.- ¿Es completamente sincero? Quiero decir ..., si es amigo de lisonjas.

NORA.- Es todo lo contrario. ¿Por qué se te ocurre esa idea?

CRISTINA.- Ayer, cuando me lo presentaste, aseguró que había oído aquí con frecuencia mi nombre, y, sin embargo, advertí luego que tu marido no tenía la menor noticia de mí. ¿Cómo se explica entonces que el doctor Rank haya podido ...?

NORA.- Tienes razón, Cristina. Torvaldo me ama extraordinariamente y quiere que yo sea sólo de él, como dice. Al principio le daba celos el oírme hablar de las personas queridas que me rodeaban antes, y, naturalmente, me abstuve de hacerlo desde entonces, pero con el doctor Rank hablo a menudo de ellas. Le distrae oírme.

CRISTINA.- Escúchame bien, Nora. Tú eres una niña en más de un concepto; yo tengo más edad que tú y algo más de experiencia, y voy a darte un consejo a propósito del doctor Rank: te convendría poner fin a todo esto.

NORA.- ¿Poner fin a qué?

CRlSTINA.- A muchas cosas. Ayer me hablabas de un admirador rico que debía proporcionarte dinero.

NORA.- Es verdad; pero ese admirador no existe ... por desgracia. ¿Qué otra cosa?

CRISTINA.- ¿Es rico el doctor Rank?

NORA.- Sí, tiene fortuna.

CRlSTINA.- ¿Y familia?

NORA.- Ninguna; ¿pero ...?

CRISTINA.- ¿Y viene aquí diariamente?

NORA.- Ya sabes que sí.

CRISTINA.- ¿Y cómo comete esa indelicadeza un hombre caballeroso?

NORA.- No te comprendo poco ni mucho.

CRISTINA.- No disimules, Nora. ¿Crees que no adivino a quién pediste los mil doscientos escudos?

NORA.- ¿Has perdido el juicio? ¿Puedes creer de veras semejante cosa? ¡A un amigo, que viene aquí todos los días! ¡Pues no sería violenta la situación!

CRISTINA.- Entonces, ¿de veras no es él?

NORA.- ¡Claro que no! Ni un solo instante se me ha ocurrido semejante idea. Además, él no podía prestar dinero en aquella época; lo ha heredado después.

CRISTINA.- Ha sido una suerte para ti, querida Nora.

NORA.- No, mujer; jamás se me ocurrióa la idea de pedir al doctor ... Y eso que estoy segura de que si le pidiera ...

CRISTINA.- Pero, naturalmente, no lo harás.

NORA.- Por supuesto. Tampoco creo que sea necesario; pero estoy seguósima de que si yo le hablase al doctor Rank ...

CRISTINA.- ¿Sin saberlo tu esposo?

NORA.- Es menester salir de esta situación. También lo pedí sin que él lo supiera. Es preciso que esto concluya.

CRISTINA.- Ya te lo decía ayer; pero ...

NORA.- (Va de un lado para otro). Un hombre puede resolver más fácilmente esta clase de asuntos que una mujer ...

CRlSTINA.- Si hablas del marido, sí.

NORA.- ¡Tonterías! (Se detiene). Cuando se ha pagado todo, ¿se devuelve el recibo, no es eso?

CRISTINA.- Naturalmente.

NORA.- Y puede romperse en mil pedazos y quemarse ... ¡el inmundo papel!

CRISTINA.- (La mira con fijeza; abandona la labor y se levanta lentamente). Nora, tú me ocultas algo.

NORA.- ¿Me lo conoces en la cara?

CRISTINA.- Desde ayer por la mañana ha ocurrido alguna cosa. Nora, dime de qué se trata.

NORA.- (Se vuelve hacia ella). ¡Cristina! (Escuchando). ¡Silencio! Torvaldo está ahí. Ve al cuarto de los niños. Torvaldo no puede verte coser. Di a Mariana que te ayude.

CRISTINA.- (Recoge parte de la labor). Bueno; pero no me iré hasta que me lo hayas contado todo con franqueza.

(Mutis por la izquierda; al mismo tiempo entra Helmer por la puerta de la antecámara).

NORA.- (Va al encuentro de Helmer). ¡Con qué impaciencia te esperaba, querido Torvaldo!

HELMER.- ¿Era la costurera?

NORA.- No, era Cristina, que me está ayudando a arreglar el traje ... ¡Ya verás qué golpe doy!

HELMER.- Sí, he tenido una buena idea.

NORA.- ¡Soberbia! Pero yo también tengo el mérito de tratar de complacerte.

HELMER.- (Acariciándose la barba). ¿Mérito? ... ¿Por complacer a tu marido? Vamos, vamos loquilla, ya sé que no es eso lo que querías decir. Pero no quiero interrumpirte; tendrás que probarte el vestido, supongo.

NORA.- ¿Y tú? ¿Vas a trabajar?

HELMER.- Sí. (Enseña papeles). Mira; he ido al Banco. (Va a entrar en el despacho).

NORA.- Torvaldo.

HELMER.-(Se detiene). ¿Decías? ...

NORA.- ¿Si la ardillita te suplicara encarecidamente una cosa? ...

HELMER.- ¿Qué?

NORA.- ¿La harías?, di.

HELMER.- Ante todo necesito saber de qué se trata.

NORA.- Si tú quisieras ser complaciente y amable, la ardillita brincaría y haría todo lo que tú quisieras.

HELMER.- Habla de una vez.

NORA.- La alondra gorjearía en todos los tonos.

HELMER.- La alondra no hace más que eso.

NORA.- Bailaría para distraerte como las sílfides a la luz de la luna.

HELMER.- Nora ... ¿no será aquello de que hablaste esta mañana?

NORA.- (Acercándose). Sí, Torvaldo ... ¡Hazme este favor!

HELMER.- ¿Y tienes valor para volver a hablar de ese asunto?

NORA.- Sí, sí, tienes que acceder; deseo que Krogstad conserve su puesto en el Banco.

HELMER.- Mi querida Nora, he destinado esa plaza a la señora de Linde.

NORA.- Te lo agradezco mucho; pero, bueno, no tienes más que dejar cesante a otro en vez de Krogstad.

HELMER.- ¡Eso es una terquedad que pasa de la raya! Porque ayer hiciste irreflexivamente una promesa, quieres que ...

NORA.- No es por eso, Torvaldo. Es por ti. Me has dicho que ese hombre escribe en los peores periódicos ... ¡Podrá hacerte daño! ¡Me inspira un miedo espantoso!

HELMER.- ¡Oh! Ya comprendo ... Te acuerdas de otras épocas y te asustas.

NORA.- ¿A qué aludes?

HELMER.- Piensas evidentemente en tu padre.

NORA.- Eso; sí. Acuérdate de todo lo que escribieron en los periódicos contra papá personas viles ... y de todas las calumnias que lanzaron contra él. Creo que lo habrían destituido, de no haberte enviado el Ministerio para hacer el informe.

HELMER.- Norita mía, existe una gran diferencia entre tu padre y yo. Tu padre no era funcionario inatacable; yo sí, y espero continuar siéndolo mientras conserve mi posición.

NORA.- ¡Oh, quién sabe lo que son capaces de inventar las malas lenguas! ¡Podríamos vivir tan bien, tan tranquilos, tan contentos, en nuestro apacible nido, tú, los niños y yo! Por eso es por lo que te suplico con tanta insistencia.

HELMER.- Pues precisamente por hablarme tú en su favor me es imposible acceder. Ya se sabe en el Banco que va a quedarse cesante, y si ahora se supiera que la mujer del nuevo director le había hecho variar de opinión ...

NORA.- ¿Qué?

HELMER.- No, poco importa, naturalmente, con tal de que tú te salgas con la tuya. ¿Te parece bien que me ponga en ridículo a los ojos de todo el personal? ... Dar a entender que soy susceptible a toda clase de influencias extrañas? Puedes estar segura de que no tardarían en hacerse sentir las consecuencias. Y, además, hay otra razón que hace imposible la permanencia de Krogstad en el Banco mientras yo sea director.

NORA.- ¿Cuál?

HELMER.- En lo que respecta a su mancha moraL, yo, en rigor, hubiera podido ser indulgente ...

NORA.- ¿Sí, verdad, Torvaldo?

HELMER.- Sobre todo después de saber que es un buen empleado; pero le conozco hace mucho tiempo. Es una de esas amistades de la juventud, contraída a la ligera y q~e después nos estorban frecuentemente en la vida. Para decírtelo todo, nos tuteamos. Y ese hombre tiene tan poco tacto, que no disimula en presencia de otras personas, sino que, por el contrario, cree que tiene derecho a usar conmigo de un tono familiar, y siempre está tú por arriba, tú por abajo. Te juro que eso me molesta mucho, y haría intolerable mi situación en el Banco.

NORA.- Torvaldo, tú no piensas una palabra de lo que dices.

HELMER.- ¿Por qué no?

NORA.- Porque sería un motivo mezquino.

HELMER.- ¿Qué dices? ¿Mezquino? ¿Me juzgas mezquino?

NORA.- No, al revés, querido Torvaldo, y por eso ...

HELMER.- Es lo mismo. Tú dices que son mezquinos mis motivos; por consiguiente, debo serio yo. ¿Mezquino? ¿De veras? Es tiempo de que esto concluya. (Llamando). ¡Elena!

NORA.- ¿Qué vas a hacer?

HELMER.- (Buscando entre los papeles). A tomar una resolución.

HELMER.- Tenga usted esta carta. Salga en seguida a buscar un mozo para que la lleve. ¡Inmediatamente! Las señas van puestas. Tome usted el dinero.

ELENA.- Bien, señorito. (Se va con la carta).

HELMER.- (Arrollando los papeles). ¡Ea!, señora terca.

NORA.- (Con voz ahogada.) ¿Qué hay en ese sobre?

HELMER.- El cese de Krogstad.

NORA.- ¡Recógela, Torvaldo! Todavía es tiempo. ¡Oh Torvaldo, recógela! ¡Hazlo por mí, por ti, por los niños! ¡Óyeme, Torvaldo! ..., ¡haz eso! No sabes la desgracia que puede acarreamos a todos.

HELMER.- Es demasiado tarde.

NORA.- Sí, demasiado tarde.

HELMER.- Querida Nora, te perdono esa angustia, aun cuando no sea otra cosa que una injuria a mí. ¡Sí, lo es! ¿No es una injuria creer que yo podría temer la venganza de un abogaducho perdido? Pero te lo perdono de todos modos, porque eso demuestra el gran cariño que me tienes. (La toma en brazos). Es preciso, adorada Nora. Suceda lo que suceda. En los momentos graves, tengo fuerzas y valor, y arrostro todas las responsabilidades.

NORA.- (Asustada). ¿Qué quieres decir?

HELMER.- He dicho todas las responsabilidades.

NORA.- (Con acento firme). ¡Jamás, jamás harás eso!

HELMER.- Bien; pues las compartiremos, Nora, como marido y mujer. Así debe ser. (La acaricia). ¿Estás contenta ahora? Vamos, vamos, nada de miradas de paloma asustada. Todo es pura fantasía. Ahora debes tocar la tarantela y ensayar con la pandereta. Yo me encerraré en mi despacho; y desde allí no oiré nada. Puedes hacer todo el ruido que quieras, y cuando venga Rank le dices dónde estoy. (Le hace una seña con la cabeza, entra en el despacho llevando los papeles, y cierra la puerta).

NORA.- (Sumamente angustiada, permanece inmóvil y dice a media voz). Sería capaz de hacerlo. Lo hará a pesar de todo. ¡Jamás, oh, jamás! ¡Antes cualquier cosa! ... ¡Valor! ... ¡Un pretexto! (Llaman). ¡El doctor Rank! ... ¡Antes cualquier cosa!, ¡cualquiera! (Se pasa la mano por la frente procurando tranquilizarse y va a abrir la puerta de entrada. Se ve al doctor RANK colgando el abrigo. Empieza a anochecer). ¡Buenas tardes, doctor! Le he conocido a usted en el modo de llamar. No entre usted ahora en el despacho de Torvaldo; está ocupado.

RANK.- ¿Y usted?

NORA.- (Mientras, entra el doctor y ella cierra la puerta). ¡Oh!, ya sabe ... para usted siempre tengo un momento.

RANK.- ¡Gracias! Me aprovecharé todo el tiempo que pueda.

NORA.- ¿Cómo todo el tiempo que pueda?

RANK.- Sí. ¿Se asusta usted?

NORA.- La frase es algo extraña. ¿Es que va a ocurrir algo?

RANK.- Lo que he previsto hace mucho tiempo; pero no he creído que fuera tan pronto.

NORA.- (Le agarra de un brazo). ¿Qué sucede? ¿Qué le han dicho a usted? Doctor, tiene usted que contármelo.

RANK.- (Sentándose cerca de la chimenea). Estoy al fin de la pendiente. Ya no hay nada que hacer.

NORA.- (Aliviada). ¿Se trata de usted? ...

RANK.- Pues ¿de quién? ¿A qué engañarme a mí mismo? Soy el más miserable de todos mis pacientes ... Estos días he hecho el examen general de mi estado. ¡Es la bancarrota! Antes de un mes estaré quizá convertido en un puñado de tierra ...

NORA.- ¡Qué disparate! ¡Vaya una manera tan fea de hablar!

RANK.- Es que la cuestión es horriblemente fea. Lo peor, sin embargo, son los horrores que han de preceder. No me queda ya más que hacer un solo examen, y en cuanto lo haga, sabré sobre poco más o menos cuándo empezará el desenlace. Deseo decirle una cosa: Helmer, con su temperamento delicado, tiene horror a todo lo feo. No quiero verlo a mi cabecera.

NORA.- ¡Oh, pero, doctor! ...

RANK.- No quiero. Bajo ningún pretexto. Le cerraría la puerta de mi casa. Tan pronto como tenga la certidumbre de la catástrofe, le enviaré a usted mi tarjeta de visita señalada con una cruz negra, y así sabrá usted que ha empezado el desastre.

NORA.- No; hoy está usted tremendo. Y yo que tenía tanta necesidad de que estuviera usted de buen humor ...

RANK.- ¿Con la muerte ante los ojos? ... (Pausa). ¿Y pagar por otro? ¿Es eso justicia? En cada familia hay de una u otra manera una liquidación de ese género ...

NORA.- (Se tapa los oídos). ¡Silencio! ¡Estamos alegres, estamos alegres!

RANK.- La verdad es que es cosa de risa. Mi espina dorsal, la pobre inocente, debe sufrir aún a causa de la alegre vida que hizo mi padre cuando era teniente.

NORA.- (A la izquierda, cerca del velador). ¿Le gustaban demasiado los espárragos y los pasteles, verdad?

RANK.- Sí, y las trufas.

NORA.- ¡Ah, sí!, las trufas, ¿y también las ostras?

RANK.- Y las ostras, naturalmente.

NORA.- Y tragos de oporto y de champaña ... Es lamentable que todas esas cosas tan buenas ataquen la espina dorsal.

RANK.- Especialmente cuando destruyen a una infeliz espina dorsal que jamás disfrutó de ellas.

NORA.- ¡Ah, sí!, ¡eso es lo más triste!

RANK.- (La mira atentamente). ¡Hum! ...

NORA.- (Después de una pausa). ¿Por qué se sonríe usted?

RANK.- Si es usted la que se ha sonreído ...

NORA.- No, doctor, le juro que ha sido usted.

RANK.- (Se levanta). Es usted más bromista de lo que suponía.

NORA.- Es que hoy me encuentro tan dispuesta a decir locuras ...

RANK.- Ya se advierte.

NORA.- (Poniendo la mano sobre los hombros del doctor). Querido, querido doctor. No hay que morirse y abandonamos a Torvaldo y a mí.

RANK.- ¡Oh! Será una desgracia de la que se consolarán ustedes pronto. ¡Se olvida con tanta facilidad a los que mueren! ...

NORA.- (Mirándolo con inquietud). ¿Cree usted? ...

RANK.- Se adquieren nuevas relaciones, y después ...

NORA.- ¿Que se adquieren nuevas relaciones?

RANK.- Usted y Helmer lo harán así, tan pronto como yo desaparezca. Usted ya me parece que ha empezado. ¿Qué tenía que hacer aquí anoche la señora de Linde?

NORA.- ¡Ah! ... No irá usted a tener celos de la pobre Cristina.

RANK.- Sí, los tengo. Será mi sucesora en la casa. Cuando yo muera, esa señora ...

NORA.- ¡Silencio! No hable tan alto, que está aquí.

RANK.- ¿También hoy? Ya lo ve usted.

NORA.- Ha venido a arreglar mi traje. ¡Dios mío, qué incomprensible está usted hoy! (Se sienta en el sofá). Ahora hay que ser juiciosos, doctor. Mañana verá con qué gracia bailo y podrá usted decir que no lo hago más que por usted ... sí, y por Torvaldo, ¡claro está! (Saca varias cosas de la caja). Doctor, venga a sentarse, para que le enseñe algo ...

RANK.- (Se sienta). ¿Qué va a enseñarme?

NORA.- No tiene usted más que mirar ... ¡Vea usted!

RANK.- Medias de seda.

NORA.- Color carne. ¿No es cosa bonita? Ahora está demasiado oscuro; pero mañana ... No, no, no; usted no verá más que los pies. Sin embargo, si por casualidad viera usted algo más.

RANK.- ¡Hum! ...

NORA.- ¿Por qué pone usted ese gesto de duda? ¿No cree que me sentarán bien?

RANK.- ¿En qué he de fundarme?

NORA.- (Lo mira un momento). ¡Váyase usted a paseo! ¡Qué mala persona! (Sacudiéndole ligeramente una oreja con las medias). Esto es lo que usted merece. (Las vuelve a guardar en la caja).

RANK.- ¿Qué otras maravillas hay que ver?

NORA.- Ninguna; usted no tiene que ver ya nada, por no tener juicio. (Registra la caja tarareando).

RANK.- (Después de una breve pausa). Cuando estoy aquí con usted, en plan de familia, no acierto a comprender ... No, no comprendo qué hubiera sido de mí si no hubiese venido a esta casa nunca.

NORA.- (Sonríe). La verdad es que le va a usted aquí muy ricamente.

RANK.- (Baja la voz y mira confijeza hacia adelante). Y tener que abandonar todo esto ...

NORA.- ¡Tonterías! ¡Qué ha de abandonamos usted! ...

RANK.- (Como antes). Y no dejar tras sí el más leve motivo de gratitud ..., no dejar a lo sumo más que una pena pasajera ..., no dejar más que un puesto vacío, que podrá ocupar el primero que llegue.

NORA.- ¿Y si yo le pidiera a usted ...? No ...

RANK.- ¿Si me pidiera usted qué? ...

NORA.- Una gran prueba de cariño.

RANK.- Sí, ¿qué?

NORA.- Es decir, un servicio inmenso.

RANK.- ¿Me proporcionará alguna vez esa gran alegría?

NORA.- Sí; pero usted no puede suponer siquiera de qué se trata.

RANK.- Vamos a ver. Hable.

NORA.- No, no puedo, doctor; ¡es cosa tan enorme!, un consejo, una ayuda y un servicio a la vez ...

RANK.- Tanto mejor. No sospecho qué pueda ser; pero termine de hablar. ¿No tiene usted confianza en mí?

NORA.- Como en nadie. Ya sé que es usted mi mejor y mi más leal amigo, y por eso voy a decírselo todo. Pues bien, doctor, tiene que ayudarme a evitar una cosa. Usted sabe lo que me quiere Torvaldo, que no vacilaría un instante en dar su vida por mí.

RANK.- (Se inclina hacia ella). Nora ... ¿Cree usted que él es el único?

NORA.- (Haciendo un ligero movimiento). ¿Cómo?

RANK.- ¿El único que daría la vida con alegría por usted?

NORA.- (Tristemente). Pero ¿de veras? ...

RANK.- He jurado que lo sabría usted antes de morir yo. Jamás hubiera encontrado mejor oportunidad. Sí, Nora, ya lo sabe usted, y es tanto como decirle que puede confiarse a mí como a nadie.

NORA.- (Se levanta tranquilamente). Déjeme usted.

RANK.- (Deja paso, pero sin levantarse). ¡Nora!

NORA.- (En la puerta de entrada). Elena, trae la lámpara. (Se dirige hacia la chimenea). ¡Oh, querido doctor! ¡Qué mal hace!

RANK.- ¿Es un mal haberla amado con todo mi corazón?

NORA.- No, sino haberlo confesado. Bastante era ...

RANK.- ¿Qué quiere usted decir? ¿Que lo sabía? (Entra la doncella con la lámpara, la deja en la mesa y se va). Nora ..., señora ..., le pregunto a usted si lo sabía.

NORA.- ¿Sé yo acaso ...? No puedo decírselo a usted ... ¡Cómo ha podido usted cometer tal torpeza, doctor! Iba todo tan bien ...

RANK.- En fin, ahora tiene usted la certidumbre de que estoy a su disposición en cuerpo y alma. ¿Quiere usted hablar?

NORA.- (Lo mira). ¿Después de lo que acaba de declararme?

RANK.- Por favor, dígame de qué se trata.

NORA.- Asunto concluido. No sabrá usted nada.

RANK.- ¡Sí, sí! No me castigue de ese modo. Déjeme ayudarla hasta donde sea humanamente posible.

NORA.- Ahora ya no puede usted hacer nada por mi ... Además, no necesito de nadie. Como usted comprenderá, son simples caprichos, y no otra cosa. ¡Eso es evidente! (Se sienta en la mecedora y le mira sonriendo). Realmente, es usted lo que se llama un pícaro redomado, doctor Rank. ¿No le da a usted vergüenza ahora que está encendida la lámpara y nos vemos las caras?

RANK.- A decir verdad, no. Pero ¿es cosa de que me marche ... para siempre?

NORA.- Ni soñarlo. Vendrá usted, naturalmente, como antes, porque sabe bien que Torvaldo no puede pasarse sin usted.

RANK.- Sí, pero ¿y usted?

NORA.- ¿Yo? Veo todo con tan buenos ojos cuando está usted aquí ...

RANK.- Eso es precisamente lo que me ha inducido a error. ¡Es usted tan enigmática! Me ha parecido muchas veces que usted se complacía en estar conmigo tanto como con Helmer.

NORA.- Y es cierto, porque hay personas amadas y personas agradables.

RANK.- Es verdad.

NORA.- Cuando estaba en mi casa quería a papá sobre todo, naturalmente, pero mi mayor placer era bajar a escondidas al cuarto de las criadas, porque no me sermoneaban nunca, y andaban siempre contándose unas a otras cosas tan divertidas ...

RANK.- ¡Ah, divinamente! ¿De modo que he sustituido a las criadas?

NORA.- (Se levanta con viveza y corre hacia él). No, por Dios, querido doctor, no es eso lo que he querido decir; pero usted puede suponer que ahora me pasa con Torvaldo lo mismo que con papá.

ELENA.- (Saliendo de la antecámara). ¡Señora! (Le habla al oído y le entrega una tarjeta).

NORA.- (Mira la tarjeta). ¡Ah! (La guarda en el bolsillo).

RANK.- ¿Alguna cosa enojosa?

NORA.- No, nada de eso; es ... es mi nuevo traje ...

RANK.- ¿Cómo? ¡Pues si está ahí!

NORA.- Bien, sí, ése; pero es otro. Lo he encargado yo ... Torvaldo no sabe nada ...

RANK.- ¡Ah! Era ése el gran secreto.

NORA.- ¡Claro! Vaya usted corriendo al lado de Torvaldo y no le deje venir ...

RANK.- Esté usted tranquila; no se me escapará. (Pasa a las habitaciones de Helmer).

NORA.- (A la doncella). ¿Y espera en la cocina?

ELENA.- Sí, señora; ha subido por la escalera de servicio ...

NORA.- ¿No le has dicho que tenía visita?

ELENA.- Sí; pero ha sido inútil.

NORA.- ¿No ha querido marcharse?

ELENA.- No; dice que no se irá hasta después de hablar con la señora.

NORA.- Bien. Pues que pase; pero sin hacer ruido, y no se lo digas a nadie, Elena; es una sorpresa para el señor.

ELENA.- Sí, sí, comprendo ... (Se va).

NORA.- ¡Va a estallar el trueno gordo! Aquí lo tenemos. ¡No, no, no, no puede, no debe ocurrir semejante cosa!

(Cierra con llave la puerta del despacho de Helmer. Después entran la doncella y Krogstad. Éste en traje de viaje, con botas recias y gorra de pieles).

NORA.- (Se adelanta hacia Krogtad). Hable bajo, que está ahí mi marido.

KROGSTAD.- No hay inconveniente.

NORA.- ¿Qué quiere usted?

KROGSTAD.- Decirle una cosa.

NORA.- ¡Hable pronto! ¿Qué desea decirme?

KROGSTAD.- ¿Usted sabe que he recibido el cese?

NORA.- No he podido evitarlo, señor Krogstad. He defendido su causa cuanto me ha sido posible, pero todos mis esfuerzos han resultado inútiles.

KROGSTAD.- ¿Tan poco la ama a usted su marido? Sabe lo que puede ocurrir, y, a pesar de eso, se atreve ...

NORA.- ¿Cómo puede usted suponer que lo sepa?

KROGSTAD.- Realmente no lo he creído nunca, porque no es persona que tenga tanto valor mi buen Torvaldo Helmer.

NORA.- Señor Krogstad, exijo que se respete a mi marido.

KROGSTAD.- Se supone. Se le respeta cuanto es debido. Pero puesto que usted pone tanto empeño en ocultar este asunto, me permito suponer que está usted mejor informada que ayer respecto a la gravedad de lo que hizo.

NORA.- Mejor informada de lo que hubiera podido estarlo por usted.

KROGSTAD.- Efectivamente, un jurista tan malo ...

NORA.- ¿Qué quiere usted?

KROGSTAD.- Nada. Ver sólo cómo se encuentra, señora, he pasado todo el día pensando en usted. Por más que uno sea un abogaducho, un ..., en fin, un sujeto como yo, no deja de tener algo que se llama corazón, después de todo.

NORA.- Demuéstremelo usted; piense en mis hijos.

KROGSTAD.- ¿Ha pensado en los míos su marido? Pero importa poco. Yo sólo quería decirle que no tomara la cosa muy por lo trágico, pues por el momento, no he de presentar ninguna acusación contra usted.

NORA.- ¿No, verdad? Estaba segura.

KROGSTAD.- Se puede terminar este asunto amistosamente, sin que se enteren otras personas. Todo puede quedar entre nosotros tres.

NORA.- Mi marido no debe saber nada nunca ...

KROGSTAD.- ¿Cómo va usted a impedirlo? ¿Acaso puede pagar el resto de la deuda?

NORA.- Inmediatamente, no.

KROGSTAD.- ¿Ha encontrado quizá manera de adquirir dinero estos días?

NORA.- No. Medio que me avenga a emplear, ninguno.

KROGSTAD.- Además, no le serviría a usted de nada; no he de devolverle el pagaré por todo el dinero del mundo.

NORA.- Explíqueme entonces cómo quiere utilizarlo.

KROGSTAD.- Deseo conservarlo, simplemente; tenerlo en mi poder; pero ningún extraño sabrá nada. De manera que si había pensado usted en alguna resolución desesperada ...

NORA.- Sí que he pensado.

KROGSTAD.- ... en abandonarlo todo y huir ...

NORA.- Lo he pensado, sí.

KROGSTAD.- ... o en algo peor todavía ...

NORA.- ¿Cómo?

KROGSTAD.- ... renuncie a esas ideas.

NORA.- Pero ¿cómo sabe usted que las tengo?

KROGSTAD.- Casi todos las tenemos al principio. Yo las tuve como los demás; pero confieso que me faltó valor.

NORA.- (Con voz sorda). ¡A mí también!

KROGSTAD.- (La tranquiliza). ¿No es verdad? A usted también le falta valor.

NORA.- Sí.

KROGSTAD.- Además, sería una solemne tontería, porque, pasada la primera tempestad conyugal ... Aquí, en el bolsillo, traigo una carta para su esposo ...

NORA.- ¿Se lo cuenta usted todo?

KROGSTAD.- Con las mayores atenuaciones posibles.

NORA.- (Con precipitación). No verá esa carta. Rómpala y yo buscaré el dinero para pagarle.

KROGSTAD.- Dispénseme, señora, pero creo haberle dicho hace un momento ...

NORA.- ¡Oh! No hablo del dinero que le debo a usted. Dígame cuánto piensa pedir a mi marido y se lo entregaré yo.

KROGSTAD.- No pido dinero a su marido.

NORA.- ¿Qué pide entonces?

KROGSTAD.- Se lo diré. Quiero prosperar, señora, quiero hacer fortuna; y ha de ayudarme su marido. Durante año y medio no he cometido ningún acto deshonroso; durante todo ese tiempo he luchado con las más duras dificultades. Estaba satisfecho con volver a subir paso a paso. Ahora me dejan cesante y no me basta ya que me repongan por favor. Quiero prosperar, digo. Quiero entrar en el Banco ... en mejores condiciones que antes; su marido tiene que crear una plaza para mí ...

NORA.- ¡Eso no lo hará nunca!

KROGSTAD.- Lo hará; le conozco ... no se atreverá a pestañear, y, conseguido esto, ya verá usted. Antes de un año seré la mano derecha del director. Quien dirigirá el Banco será Enrique Krogstad y no Torvaldo Helmer.

NORA.- Jamás ocurrirá semejante cosa.

KROGSTAD.- ¿Querría usted acaso ...?

NORA.- Tengo valor para arrostrar ...

KROGSTAD.- ¡Oh! No me asusta usted. Una dama distinguida y delicada como usted ...

NORA.- ¡Ya lo verá usted, ya lo verá!

KROGSTAD.- ¿Bajo el hielo acaso? ¿En el abismo húmedo, frío y sombrío? Y volver a la superficie en la primavera, desfigurada, desconocida, sin cabello ...

NORA.- No me asusta usted.

KROGSTAD.- Ni usted a mí. No se hacen esas cosas, señora. ¿Ya qué conducirán, además? De todos modos, lo tengo en el bolsillo.

NORA.- Cuando yo no exista ...

KROGSTAD.- Si usted se suicida. estará en mis manos su memoria. (Nora lo mira perpleja). Conque ya está usted advertida. ¡Nada de bobadas! Cuando Helmer reciba mi carta. se apresurará a contestarme. Y acuérdese usted bien de que su marido es quien me obliga a dar este paso. Esto no se lo perdonaré nunca. ¡Adiós. señora! (Se va).

NORA.- (Entreabre con preocupación la puerta del vestíbulo y escucha). Se ha marchado. No le enviará la carta. ¡No. no es posible! (Abre la puerta más cada vez). ¿Qué es esto? Se ha detenido. Reflexiona. ¿Irá a ...? (Se oye caer una carta en el buzón, y después los pasos de Krogstad, cuyo ruido va extinguiéndose conforme baja la escalera. Nora reprime un grito y vuelve corriendo hasta el velador. Un momento de silencio). ¡Está en el buzón! (Vuelve sigilosamente a la puerta de la antecámara). ¡Está ahí! ¡Torvaldo. Torvaldo .... nos hemos perdido!

CRISTINA.- (Entra con el traje por la puerta de la izquierda). No he podido hacer más. ¿Quieres probártelo?

NORA.- (Bajo, con voz ahogada). Cristina, ven aquí.

CRISTINA.- (Dejando el vestido sobre el sofá). ¿Qué tienes? Pareces completamente trastornada.

NORA.- Ven aquí. ¿Ves esa carta? ¿Ahí, al través de la abertura del buzón?

CRISTINA.- Sí, la veo perfectamente.

NORA.- Esa carta es de Krogstad.

CRISTINA.- ¡Nora! ... ¿Fue Krogstad quien te prestó el dinero?

NORA.- Sí. Lo sabrá todo Torvaldo.

CRISTINA.- Créeme, Nora, es lo mejor para vosotros dos.

NORA.- Es que no lo sabes todo; he puesto una firma falsa.

CRISTINA.- ¡Gran Dios! ¿Qué dices?

NORA.- ¡Ahora oye, Cristina! Oye lo que voy a decirte; necesito que me sirvas de testigo.

CRISTINA.- ¿De qué? ¡Di!

NORA.- Si yo me volviese loca ..., y bien puede llegar el caso ...

CRISTINA.- ¡Nora!

NORA.- O si me ocurriera alguna desgracia ... y no estuviese aquí para ...

CRISTINA.- ¡Nora, Nora, has perdido el juicio!

NORA.- Si hubiera entonces alguien que quisiera atribuirse toda la culpa ... ¿comprendes?

CRISTINA.- Sí, pero ¿cómo puedes creer? ...

NORA.- En ese caso debes declarar que es falso, Cristina. No estoy loca; estoy en mi sano juicio, y te digo: ninguna otra persona lo supo; obré sola, absolutamente sola. Acuérdate de esto.

CRISTINA.- Bien, lo recordaré; pero no comprendo ...

NORA.- ¡Ah! ¿Cómo vas a comprender? Es que va a realizarse un prodigio.

CRISTINA.- ¿Un prodigio?

NORA.- Sí, un prodigio. ¡Pero es tan terrible! ... Cristina, es preciso que no ocurra tal cosa; no quiero, a ningún precio.

CRISTINA.- Voy a hablar con Krogstad ahora mismo.

NORA.- No vayas a verle; lo pasarías mal.

CRISTINA.- Hubo un momento en que hubiera hecho el mayor sacrificio del mundo por complacerme.

NORA.- ¿Él?

CRISTINA.- ¿Dónde vive?

NORA.- ¿Qué sé yo? ... Digo, sí. (Se registra el bolsillo). Aquí está su tarjeta. ¡Pero la carta! ...

HELMER.- (Llamando a la puerta que comunica con sus habitaciones). ¡Nora!

NORA.- (Grita angustiada). ¿Qué ocurre? ¿Qué quieres?

HELMER.- ¡Vamos, vamos! No te asustes, es que no podemos entrar: has cerrado la puerta. ¿Te estás probando el vestido?

NORA.- Sí, sí, estoy probándomelo. Voy a estar muy guapa, Torvaldo ...

CRISTINA.- (Después de mirar la tarjeta). Vive muy cerca de aquí, en la esquina de esta calle.

NORA.- Sí, pero ¿de qué sirve? Estamos perdidos. La carta está en el buzón.

CRISTINA.- ¿Tiene la llave tu marido?

NORA.- Siempre.

CRISTINA.- Krogstad puede reclamar la carta antes de que sea leída, inventando un pretexto cualquiera.

NORA.- Pero es precisamente la hora en que Torvaldo acostumbra ...

CRISTINA.- Entretanto, ve a su habitación. Yo volveré lo antes posible. (Se va precipitadamente por la puerta del vestloulo).

NORA.- (Se acerca a la puerta de Helmer, la abre y mira). ¡Torvaldo!

HELMER.- (Desde dentro). Vaya, al fin se puede entrar. Ven, Rank, vamos a ver ... (Apareciendo). Pero ¿en qué quedamos?

NORA.- ¿Qué, querido Torvaldo?

HELMER.- Rank me había preparado para asistir a una gran exhibición del traje.

RANK.- (Se presenta). Así lo había comprendido; pero, por lo visto, me he engañado.

NORA.- De medio a medio. Hasta mañana nadie me verá con todas mis galas.

HELMER.- ¡Qué mala cara tienes, Nora! ¿Es que te has fatigado ensayando el baile?

NORA.- No, no he ensayado todavía.

HELMER.- Pues no habrá más remedio.

NORA.- Sí, Torvaldo, es indispensable; pero no puedo dar un paso sin ti. Lo he olvidado por completo.

HELMER.- Bien, te ayudaremos.

NORA.- ¿Sí, verdad? Al fin vas a ocuparte de mí, Torvaldo. ¿Me lo prometes? ¡Estoy tan intranquila! Esa reunión ... ¡Nada de negocios esta noche, nada de letras! ¿Eh, quieres?

HELMER.- Te lo prometo. Esta noche estoy completamente a tu disposición ... atolondradilla. ¡Ah, es verdad! Primero tengo que ver una cosa. (Se dirige hacia la puerta del vestíbulo).

NORA.- ¿Qué vas a hacer?

HELMER.- A ver si han venido cartas.

NORA.- No, Torvaldo, no vayas.

HELMER.- ¿Por qué?

NORA.- Te lo suplico, Torvaldo ..., no hay.

HELMER.- Déjame que lo vea.

(Da un paso hacia la puerta. Nora se sienta al piano y empieza a tocar la tarantela).

HELMER.- (Se acerca para escuchar a Nora). ¡Ah!

NORA.- No podré bailar mañana, si no ensayo hoy contigo.

HELMER.- (Se acerca a Nora). ¿De veras tienes tanto miedo, Norita?

NORA.- ¡Ay, sí!, ¡un miedo terrible! Vamos a ensayar ahora mismo; todavía tenemos Úempo antes de sentamos a la mesa. Ponte ahí, querido Torvaldo, y toca. Corrígeme, dame consejos como acostumbras.

HELMER.- Puesto que lo deseas, vamos allá. (Se sienta al piano).

NORA.- (Abre una caja; saca una pandereta y un chal de varios colores; da un brinco y se sitúa en el centro de la escena). ¡Ea, toca! Voy a bailar.

(Helmer toca; Nora baila; Rank permanece detrás de Helmer, contemplando a Nora).

HELMER.- (Tocando). Despacio, despacio.

NORA.- Imposible.

HELMER.- Menos precipitación.

NORA.- Es precisamente lo que hace falta.

HELMER.- ¡Eso no va bien!

NORA.- (Riendo y agitando la pandereta). ¿Qué te decía yo?

RANK.- Permíteme que me siente al piano.

HELMER.- (Se levanta). Con mucho gusto, así podré dirigirla mejor.

(Rank se sienta al piano y toca. Nora baila de una manera más desatenta cada vez. Helmer, colocado cerca de la chimenea, le dirige de vez en cuando una observación que ella parece no oír. Se le suelta el cabello, cayéndole por la espalda; no lo advierte y sigue bailando. Entra Cristina).

CRISTINA.- (Se detiene confusa). ¡Oh!

NORA.- Me sorprendes en plena locura, Cristina.

HELMER.- Pero, querida Nora, estás bailando como si te fuera en ello la vida.

NORA.- Y así es.

HELMER.- Para, Rank. Es un furor. Que pares, te digo.

(Rank deja de tocar el piano y Nora se detiene de repente).

HELMER.-(A Nora). No lo hubiera creído nunca; has olvidado todo lo que te enseñé.

NORA.- (Arroja la pandereta). Ya lo ves.

HELMER.- Vamos, necesitas mucha dirección.

NORA.- ¡Ya ves si la necesito! Tú me guiarás hasta el fin. ¿Me lo prometes, Torvaldo?

HELMER.- Puedes tener confianza.

NORA.- Ni hoy ni mañana debes pensar más que en mí; no has de abrir ninguna carta, ninguna ..., ni ... el buzón.

HELMER.- ¡Bueno! Otra vez el temor a aquel hombre.

NORA.- ¡Pues bien: sí! Algo de eso hay también.

HELMER.- Nora, te lo conozco en la cara; allí hay seguramente una carta suya.

NORA.- No sé ..., es posible; pero ahora no hay que leer cartas. Que no se interponga ninguna sombra entre nosotros hasta que todo haya concluido.

RANK.- (Aparte, a Helmer). No conviene contrariarla.

HELMER.- (Pasándole el brazo por la cintura). Vaya, niña, se hará lo que quieres; pero mañana, después de que bailes ...

NORA.- Quedarás en libertad.

ELENA.- (Desde la puerta de la derecha). La señora está servida.

NORA.- Trae champaña, Elena.

ELENA.- Muy bien, señora. (Se va).

HELMER.- ¡Vaya! Va a haber festín, según parece.

NORA.- Fiesta y festín hasta mañana. (Gritando a la doncella). Y unas pocas almendras, Elena, o, mejor dicho, muchas. (A Torvaldo). Una vez no es todos los días.

HELMER.- (Le toma las manos). Vamos, vamos, así me gusta. No hay que ponerse loca de terror. Hay que ser la de siempre, mi alondra que canta.

NORA.- Sí, Torvaldo, sí. Pero sal un momento; y usted también, doctor. Tú, Cristina, me ayudarás a arreglarme el cabello.

RANK.- (Aparte a Helmer, dirigiéndose al comedor). ¿Y qué? ... Todo esto ... ¿Presagia ... algo de particular?

HELMER.- De ningún modo, amigo mío. No es más que esa pueril angustia de que te he hablado. (Se van por la derecha).

NORA.- ¿Y qué?

CRISTINA.- Se ha marchado al campo.

NORA.- Te lo he leído en la cara.

CRISTINA.- Vuelve mañana por la noche; pero le he dejado cuatro letras.

NORA.- No has debido hacerlo. No hay que tratar de impedir nada. En el fondo, es un goce esperar el terror.

CRISTINA.- ¿Qué esperas?

NORA.- ¡Oh!, tú no comprenderías. Ve con ellos. En seguida iré a reunirme con vosotros.

(Se va Cristina).

NORA.- (Permanece inmóvil un momento como para recogerse; luego mira el reloj). Las cinco. Faltan siete horas para la medianoche, y otras veinticuatro horas para la medianoche siguiente. Entonces se habrá bailado la tarantela. ¿Veinticuatro y siete? Tengo treinta y una horas de vida.

HELMER.- (En la puerta de la derecha). Pero ¿qué hace la alondra?

NORA.- (Arrojándose en sus brazos). ¡Aquí la tienes!


TELÓN
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