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Índice de Canción de Navidad de Charles DickensCuarta estrofaBiblioteca Virtual Antorcha

QUINTA ESTROFA

Conclusión

¡Sí! Y la columna de la cama era suya. Suyo era el lecho, y suya la habitación. ¡Y lo mejor y más venturoso de todo era que el tiempo que le quedaba por delante era suyo y en él podía enmendar sus errores!

- Viviré en el pasado, en el presente y en el futuro -repitió Scrooge, saltando de la cama-. ¡Los Espíritus de los tres se esforzarán dentro de mí! ¡Oh Jacobo Marley! ¡Alabado sea Dios y la Navidad por esto! ¡De rodillas lo digo, Jacobo, de rodillas!

Tan agitado y resplandeciente estaba con sus buenas intenciones, que su voz cascada apenas respondía a su llamada. En su lucha con el Espíritu había sollozado con violencia y tenía el rostro empapado en lágrimas.

- ¡No las han arrancado! -exclamó Scrooge, estrechando entre sus brazos una de las cortinas de la cama-, ¡no las han arrancado con anillas y todo! Están aquí ... y yo estoy aquí ... Pueden disiparse las sombras de las cosas que pudieran haber sido. Y se disiparán ¡Estoy seguro!

Sus manos manoseaban sin cesar las ropas, volviéndolas del revés, poniendo lo de arriba abajo, desgarrándolas, colocándolas mal, haciéndolas objeto de toda clase de extravagancias.

- ¡No sé qué hacer! -exclamó Scrooge, riendo y llorando al mismo tiempo y convirtiéndose, con sus medias, en un perfecto Laocoonte-. Me siento ligero como una pluma, dichoso como un ángel, alegre como un escolar, aturdido como un borracho. ¡Felices Pascuas a todos! ¡Hip! ¡Viva!

Había llegado saltando hasta la sala y allí se hallaba ahora sin resuello.

- ¡Aquí está la cacerola donde estaban las gachas! -exclamó Scrooge, comenzando de nuevo a saltar y danzar alrededor de la chimenea-. ¡Esta es la puerta por donde entró el fantasma de Jacobo Marley! ¡Ese es el rincón donde se sentó el Espectro de la Navidad presente! ¡Esa es la ventana desde donde vi a los Espíritus Errantes! ¡Todo está en orden, todo es cierto, todo ha sucedido! ¡Ja, ja, ja!

En realidad para un hombre que había dejado de practicarla hacía tantos años, resultaba aquélla una risa espléndida, una magnífica carcajada. ¡La madre de una larga, larguísima descendencia de brillantes risas!

- ¡No sé a cuántos estamos! -dijo Scrooge-. No sé el tiempo que he permanecido entre los Espíritus. No sé voz nada. Soy un niño enteramente. No importa. No me preocupa. Preferiría ser un niño. ¡Eh! ¡Hip! ¡Viva!

Le contuvieron en sus transportes las campanas de las iglesias que lanzaron sus más sonoros repiques. ¡Talán, talán! ¡Tolón, tolón! ¡Talán, talán! ¡Oh, magnífico, magnífico!

Corrió hacia la ventana; la abrió y asomó la cabeza. Ni niebla ni bruma. ¡Un frío claro, luminoso, jovial, animoso; un frío armonioso que hace bailar la sangre; un sol de oro; un cielo divino; un aire fresco y suave; las alegres campanas! ¡Oh, magnífico, magnífico!

- ¿Qué día es hoy? -gritó Scrooge llamando a un muchacho vestido de domingo, que quizá se había detenido a mirar en derredor suyo.

- ¿Eh? -contestó el mozo lleno de asombro.

- ¿Qué día es hoy, mi buen amigo? -repitió Scrooge.

- ¿Hoy? -contestó el muchacho-. ¡Pues el día de Navidad!

- ¡El día de Navidad! -se dijo Scrooge-. No me lo he perdido. Los Espíritus lo han hecho todo en una noche. Pueden hacer cuanto quieren. Claro que sí. Claro que sí. ¡Hola, muchacho!

- ¡Hola! -le contestó.

- ¿Sabes dónde está la pollería que hay en la segunda calle? -preguntó Scrooge.

- Pues creo que sí -contestó el mozalbete.

- ¡Eres un chico inteligente! -dijo Scrooge-. ¡Un muchacho notable! ¿Sabes si han vendido el magnífico pavo que tenían allí colgado? No el pequeño, el grande.

- ¿Cuál? ¿El que era tan grande como yo? -respondió el muchacho.

- ¡Qué chico tan estupendo! -dijo Scrooge-. Da gusto hablar con él. ¡Si amigo!

- Allí sigue colgado -repuso el muchacho.

- ¿Sí? -dijo Scrooge-. Ve y cómpralo.

- ¡Qué bromista! -exclamó el mozo.

- No, no -insistió Scrooge-. Lo digo en serio. Ve, cómpralo y di que me lo traigan aquí, que yo les daré las seña a donde tienen que llevarlo. Vuelve con el mozo y te daré un chelín. ¡Si vuelves con él antes de cinco minutos, te daré media corona!

El muchacho salió disparado come una bala. Muy firme habría de tener la mano en el gatillo aquel que pudiera lanzar una bala con la mitad de la velocidad con que corrió.

- ¡Se lo voy a mandar a Bob Cratchit -murmuró Scrooge, frotándose las manos y rompiendo a reír-. No sabrá quién se lo envía. Es el doble de grande de que Timoteín. ¡José Miller no ha gastado nunca una broma como ésta de mandarle un pavo a Bob!

La mano con que escribió las señas no estaba muy firme, pero el caso es que las escribió y bajó las escaleras para abrir la puerta tan pronto como llegara el mozo de la pollería. Mientras allí estaba, esperando su llegada, atrajo su mirada al aldabón.

- ¡Lo querré mientras viva! -exclamó Scrooge, acariciándolo con la mano-. Antes, apenas si me había fijado en él. ¡Qué honrada expresión tiene su rostro! ¡Es un aldabón maravilloso! ...

- ¡Aquí está el pavo! ¡Eh! ¡Hip! ¿Cómo estás? ¡Felices Pascuas!

- ¡Vaya un pavo! No hubiera podido sostenerse sobre las patas aquel ave. Se la hubieran chascado en un minuto, como barras de lacre.

- Pero es imposible que lo lleves hasta Candem Town -dijo Scrooge-. Tienes que tomar un coche.

La risa con que dijo esto, la risa con que pagó el pavo, la risa con que le dió el dinero para el coche y la risa con que añadió una gratificación para el muchacho, sólo pudo superarlas la risa con que se sentó de nuevo en la silla, casi sin aliento y siguió riendo hasta llorar.

El afeitarse no era cosa fácil, porque su mano continuaba harto temblorosa, y el afeitado requiere atención, aunque no se baile mientras tanto. Pero si se hubiese cortado la punta de la naríz, se habría pegado un trozo de tafetán y se hubiera quedado tan satisfecho.

Se vistió con sus mejores galas y salió a la calle. La gente se desparramaba a la sazón como antes la había visto cuando iba con el Espectro de la Navidad presente. Andando con las manos a la espalda, Scrooge contemplaba a todo el mundo con amable sonrisa. En una palabra: tenía un aspecto tan irresistiblemente agradable, que tres o cuatro individuos de buen humor le dijeron al pasar: ¡Buenos días, caballero! ¡Felices Pascuas! Y Scrooge confesó muchas veces después, que de todos los alegres sonidos que escuchara, aquéllos eran los que mejor sonaron en sus oídos.

No se habia alejado mucho, cuando vió venir hacia él a un caballero de majestuoso porte que había entrado en su despacho el día antes, diciendo: Según creo, es aquí Scrooge y Marley. Le dió un vuelco el corazón al pensar en cómo le miraría este caballero anciano cuando se encontraran; pero ya sabía cuál era el camino recto que se tendía ante él, y lo tomó.

- Muy señor mío -dijo Scrooge, acelerando el paso y estrechándole ambas manos al caballero-. ¿Cómo estáis? Espero que ayer hayáis tenido éxito. Sois muy amable. ¡Felices Pascuas, caballero!

- ¿El señor Scrooge?

- -contestó éste-. Ese es mi nombre, y temo que no os sea agradable. Permitidme que os pida perdón. ¿Tendríais la bondad de ...? -aquí Scrooge le habló al oído.

- ¡Válgame Dios! -exclamó el caballero como si se hubiera quedado sin aliento-. Mi querido señor Scrooge, ¿habláis en serio?

- Si os parece -dijo Scrooge-. Ni un ochavo menos. Os aseguro que ahí van incluídas muchas deudas atrasadas. ¿Me haréis ese favor?

- Señor mío -repuso el otro, estrechandole la mano-. No sé qué decir ante tanta magnifi ...

- No digáis nada, por favor -replicó Scrooge-. Venid a verme. ¿Me vendréis a ver?

- ¡Vendré! -exclamó el anciano. Y evidentemente pensaba hacerlo.

- Gracias -dijo Scrooge-. Os lo agradezco mucho. Un millón de gracias. ¡Id con Dios!

Estuvo en la iglesia, paseó por las calles, contempló a la gente que corría de un lado para otro, acarició a los chiquillos en la cabeza, interrogó a los mendigos, se asomó a las cocinas de las casas, alzó sus ojos a las ventanas y advirtió que todo le proporcionaba placer. Jamás se había imaginado que un paseo pudiera causarle tanta felicidad. Por la tarde, encaminó sus pasos a casa de su sobrino.

Pasó ante la puerta una docena de veces sin atreverse a subir y llamar. Por fin, de un impulso, se lanzó a hacerlo.

- ¿Está en casa vuestro amo, queírida? -preguntó Scrooge a la criada-. ¡Muy simpática muchacha!

- Sí, señor.

- ¿Dónde está, cariño? -dijo el señor Scrooge.

- En el comedor, señor, con la señora. Si me hacéis el favor, os llevaré arriba.

- Gracias, ya me conoce -dijo Scrooge con la mano puesta ya en el picapore. te del comedor-. Yo entraré, querida.

Abrió despacio y asomó la cara por la puerta. Estaban examinando la mesa -puesta con gran aparato-; y es que los jóvenes amos de casa siempre se preocupan por estas cosas, y les gusta cuidar de que todo esté en orden.

- ¡Fred! -dijo Scrooge.

- ¡Ay corazón! -¡Cómo se asustó su sobrina política! Scrooge, en aquel momento, se había olvidado de que se sentaba en el rincón con su taburete, de lo contrario, no lo hubiera hecho de ninguna manera.

- Pero ... ¡cómo! -exclamó Fred-. ¿Quién es?

- Soy yo. Tu tío Scrooge. He venido a cenar. ¿Me permites entrar, Fred?

¡Permitirle entrar! Fue una suerte que no le arrancara el brazo. A los cinco minutos, estaba como en su casa. No podía haber nada más cordial. Su sobrino se mostró lo mismo. E igualmente Topper cuando llegó. Y la hermana rolliza, al entrar. Y todos cuantos estuvieron allí. ¡Admirable reunión, maravillosos juegos, asombrosa unanimidad, magnífica dicha!

Pero a la mañana siguiente, muy temprano, ya estaba en la oficina. ¡Oh, muy temprano! ¡Si pudiera llegar el primero para coger a Bob Cratchit cuando fuese tarde! En esto tenía puesto todo su interés.

¡Y lo consiguió; ya lo creo que sí! Sonaron las nueve en el reloj, y Bob no apareció. Las nueve y cuarto, Bob no llegaba. Ya llevaba dieciocho minutos y medio de retraso. Scrooge se había sentado con la puerta abierta de par en par, para poder verle llegar a su cuchitril.

Antes de abrir la puerta, se había quitado el sombrero y también la bufanda. Se subió a la banqueta en un periquete y comenzó a escribir a toda prisa, como si quisiera adelantar a las nueve.

- ¡Hola! -gruñó Scrooge, fingiendo en cuanto pudo su acostumbrada voz-. ¿Qué es eso de venir a esta hora?

- Lo siento mucho, señor -repuso Bob-. He llegado tarde.

- ¿Tarde? -repitió Scrooge-. Sí; eso me parece. Acercaos aquí, caballero, por favor.

- Es sólo una vez al año, señor -suplicó Bob, saliendo de su cubil-. No se repetirá. Ayer me estuve divirtiendo un poco, señor.

- Pues voy a deciros una cosa, amigo mío -dijo Scrooge-. No estoy dispuesto a consentir esto por más tiempo. Y, por tanto -añadió, saltando de su banqueta y dándole a Bob tal empellón en la cintura que éste retrocedió vacilante hasta su cuchitril-, y, por tanto, ¡voy a subiros el sueldo!

Bob tembló y se acercó más a la regla. Tuvo la fugaz intención de derribar a Scrooge con ella, sujetarle, y llamar a la gente de la plazuela pidiendo auxilio y una camisa de fuerza.

- ¡Felices Pascuas, Bob! -dijo Scrooge con tal sinceridad que no admitia dudas, mientras le daba unas palmadas en la espalda-. ¡Más felices, mi buen amigo Bob, que las que he dado hace muchísimos años! ¡Os subiré el sueldo y trataré de ayudar a vuestra esforzada familia, y hablaremos de vuestras cosas esta misma tarde ante un tazón de ponche humeante, Bob! ¡Y antes de hacer a una i más, Bob Cratchit, encended las chimeneas y comprad otro cubo para el carbón!

Scrooge fue aún más allá en su palabra. Lo hizo todo e infinitamente más; y fue un segundo padre para Timoteíto, que no murió. Se hizo tan buen amigo, tan buen amo. tan buena persona como el mejor que se conociera en la vieja ciudad, en otra cualquiera, en pueblo o aldea del nuevo y viejo mundo. Algunos se reían al verle tan cambiado; pero él los dejaba reír y no les hacía caso, pues era lo bastante prudente para saber que jamás ocurrió nada bueno en este mundo de lo que al principio no hubieran de reírse las gentes: y comprendiendo que éstos habían de estar ciegos, pensó que lo mismo era que arrugasen los ojos, haciendo muecas como que sufriesen la enfermedad en forma menos atractiva. También su alma se reía, y eso le bastaba.

No volvió a tener trato con los Espíritus; pero desde entonces vivió siempre de acuerdo con los principios de abstinencia total; y siempre se dijo que si alguien sabía celebrar bien la Navidad, ese alguien era él. ¡Ojalá se diga lo mismo, con verdad, de nosotros, de todos nosotros! Y así, como observó Timoteíto, ¡qué Dios nos bendiga a todos!

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