Indice de Diálogos y conversaciones de Rafael Barrett CAPÍTULO CUARTO. Politiquerias CAPÍTULO SEXTO. RegicidiosBiblioteca Virtual Antorcha

Diálogos y conversaciones

Rafael Barrett

CAPÍTULO QUINTO

Harden - Moltke



Don Angel.
- Ese Harden nos ha resultado un justiciero.

Don Tomas.
- Antes tenía otro oficio. Fue actor, y según se cuenta no le faltaban aptitudes. Ahora es periodista. Hace justicia cuando en ello hay escándalo. El proceso Moltke habrá quintuplicado el tiraje de la Zultuntt. Harden es un buen periodista.

Don Angel.
- Ciertamente que para fulminar a los amigos del ernperador un Zola sería preferible. La pluma de Harden, por bien tallada que esté, es demasiado alegre, demasiado frívola. Pero no siempre tenemos Zolas a mano. Lo importante es que se diga la verdad. Cualquier boca sirve.

Don Tomás.
- ¿Y qué es la verdad? Pilatos dudó de la divinidad de Cristo. Renán, después de mil ochocientos años, dudó también. Esto es para desanimar a los hijos de Dios. En cambio, la crítica favorece a los criminales. El método cartesiano salvó a Dreyfus. Los historiadores están muy ocupados en' rehabilitar a Tiberio. ¡Sí, querido don Angel! Tácito es un panfletista audaz, una especie de Harden. ¡Revisión, revisión continua! El conde de Moltke volverá tal vez de la Isla del Diablo. Admito, sin embargo, que ha cometido un funesto crimen. Ha imitado a Sócrates.

Don Angel.
- ¡Caramba, don Tomás! ¿Toleraría usted el ... la ...?

Don Tomás.
- ¿La homosexualidad? Y usted, ¿tolera a los variolosos, a los apestados? ¿Los entrega usted a los tribunales? Antes se quemaba a los histéricos. Se les llamaba brujos. Ahora se condena a los Oscar Wilde a trabajos forzados. Con la diferencia de que los homosexuales no son excesivamente contagiosos. La ciencia ...

Don Angel.
- ¡Ya salió la ciencia!

Don Tomás.
- Si no tenemos otra cosa ...

Don Angel.
- Hay hechos científicos y hechos que no lo son. He aquí lo que no le puedo meter a usted en la cabeza. ¿Cree usted que la repugnancia suprema, fatídica, que nos inspiran los invertidos, no es un dato legítimo, tan legítimo como sus famosos datos de laboratorio o de clínica? ¿Cree usted que el instinto de conservación que nos impulsa a separar, a despedir de nuestra sociedad ciertas monstruosidades, no es tan real y tan práctico, o más, que su instinto de crítica y de especulación? Antes de clasificar a las víboras, se las aplasta.

Don Tomás.
- ¡Bueno, bueno! Declaremos culpables a los monstruos. Procecemos a los fetos de tres piernas. Confiéseme usted, no obstante, que si no se tratara de altos señores no se mostraría usted romántico a tal punto. Un homosexual sin pretensiones, de Montmartre o del Liceo Rius, no despertaría en usted la aversión bíblica, ¡qué bíblica!, apocalíptica de que habla. Recuerdo que los Lorrain y los Verlaine han encontrado en usted mayor indulgencia. Pero la ignominia de Moltke, después de la del príncipe de Eulenburg y de los colosales robos de Poldbiesky, le exalta a usted. Es que Moltke y Eulenburg y Poldbiesky eran los acólitos de un poder estupendo, los monopolizadores de un mangoneo nacional, los íntimos del káiser. El caso Wilde para usted es un caso; el de Moltke un argumento. Y si algún día, el mismo Guillermo ... ¿eh? ¡Qué triunfo, don Angel! Pediría usted la pena capital ...

Don Angel.
- ¿Y qué?

Don Tomás.
- ¿Cómo y qué? Usted, el apóstol de la equidad, ¿juzgaría según las personas? ¿Pesaría los delitos, si delito hay, con dos balanzas?

Don Angel.
- Naturalmente. El fenómeno individual será idéntico; el social es diferente y lo social es lo que interesa. Acusemos al rico, porque es más temible que el pobre. Acusemos al educado y al instruído, porque son más peligrosos que el rudo. Un bandido, indigente y vagabundo, es excusable; quizá tenga razón en lo que ejecuta. Pero si el bandido está sentado en un trono, hay que bajarlo a tiros.

Don Tomás.
- Noventa y tres.

Don Angel.
- Está usted corrompido por la ciencia ...

Don Tomás.
- Corrompido ingenuamente, se lo aseguro. Corrupción cómoda. ¿Tanto le molestan a usted el telégrafo y los rayos X?

Don Angel.
- No me refiero a esos juguetes, sino al espíritu. A usted le parecen sujetos semejantes Moltke y Wilde porque es usted un sabio. A mí me parecen distintos porque soy un hombre. La ciencia analiza, es decir, destruye. Falsea, puesto que aísla. Miente, puesto que descompone.

Don Tomás.
- ¡Qué quiere usted, don Angel!, comprender es descomponer ... ¿Nos amputaremos el cerebro para pensar mejor? Noto que caemos en nuestra sempiterna disputa metafísica. Tornemos a Moltke.

Don Angel.
- Tornemos. ¿Leyó usted la declaración de la esposa? ¡Qué ferocidad!

Don Tomás.
- Estas Walkyrias no perdonan que un marido las respete tan profundamente.
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