Indice de Diálogos y conversaciones de Rafael Barrett CAPÍTULO DËCIMOTERCERO. Generalidades CAPÍTULO DÉCIMOQUINTO. Una visitaBiblioteca Virtual Antorcha

Diálogos y conversaciones

Rafael Barrett

CAPÍTULO DÉCIMOCUARTO

Criminalidad



Don Tomás.
- Según las últimas estadísticas, la criminalidad sigue en aumento, sobre todo en los países cultos.

Don Angel.
- La ciencia, que es tan útil a los avaros, ha de serlo igualmente a los rateros y a los asesinos. Supongo que la instrucción obligatoria y la publicidad de los descubrimientos y de las invenciones aprovechan a los criminales.

Don Tomás.
- Sin duda. Hoy se roba y se mata con más técnica. Los asaltos ocasionales, las bárbaras manotadas del salteador hirsuto, los desvalijamientos sin calma y sin orden, los homicidios ejecutados, con un tosco instrumento, por un ladrón que se asusta, la grosería y la ignorancia, en fin, disminuyen sensiblemente. Hasta cuando hiere y devasta, el homosapiens deja de imitar a las bestias. El crimen se humaniza.

Don Angel.
- La guerra también. Acabo de leer un trabajo interesante sobre la bala humanitaria. El autor, un sabio médico, J. J. Matignon, se asombra de que en la batalla de Moukden no hayan tenido los japoneses sino 70.000 bajas. De 150.000 heridos en total sólo se les murieron 10.000.

Don Tomás.
- Son cifras satisfactorias.

Don Angel.
- Sí; la bala moderna es humanitaria. ¡Ah miserables!

Don Tomás.
- No se exalte usted. Mire la realidad como la miran los microscopios, sin insultar a los bacilos. La carrera del bandido, como la del soldado, se dignifica sin cesar. Exige una larga preparación, y por lo común relaciones seleccionadas, haberes y buenos modales. Es una empresa en que colaboran los adelantos múltiples de nuestro siglo.

Don Angel.
- La química ha de servir a los envenenadores.

Don Tomás.
- Ya lo creo. El aqua tofana del renacimiento italiano es un torpe tósigo. Ningún envenenador delicado emplea ya el arsénico. Conoce alcaloides sutiles que no dejan rastros en las entrañas del difunto. La escuela de Turín nos proporciona datos curiosos. El cloroformo y el éter son exquisitos auxiliares del saqueo en los trenes de lujo y en los hoteles. Estas operaciones de cirugía social requieren la anestesia. La propiedad se amputa sin dolor.

Don Angel.
- Es más humanitario.

Don Tomás.
- Nada de martillos, machetes ni hachas en los escalos y fracturas. Nada de informes artefactos. La clásica ganzúa pasó de moda. Se prefieren las finas manoplas eléctricas, y esos mil aparatos diminutos, de punta de diamante, fabricados en talleres ingleses que a ello tan sólo se dedican.

Don Angel.
- Al cabo encuentro una industria generosa, enemiga del capitalismo.

Don Tomás.
- Se usa la dinamita contra las cajas de caudales, las minas galvánicas para los regicidios, la fotografía para la falsificación de documentos, el hipnotismo para los estupros, la bacteriología para producir enfermedades agudas o crónicas, el teléfono para fulminar. Si quiere usted detalles, consulte el estudio de Lombroso: Delitti all'automobile.

Don Angel.
- No leo eso, y le prohibo que me lo cite. ¿Se ha olvidado usted de nuestro pacto? Así como usted expulsó de nuestras conversaciones a los literatos llamados castizos y grandilocuentes, expulsé yo a todo linaje de antropólogos y sociólogos. Merece usted, por este descuido, que le recite medio discurso de Castelar.

Don Tomás.
- ¡Socorro! Perdóneme.

Don Angel.
- Perdono. Me figuro además lo que dice el estudio a que usted alude. Verifica seguramente la influencia del laboratorio y de la máquina en el oficio criminal, uno de los más trascendentales de nuestra civilización. Yo le confieso que entre el bello crimen a lo Borgia y el crimen científico, el crimen de gabinete, me quedo con el primero. Aquel Enrique VII, asesinado por medio de la santa hostia, aquel cardenal de Gomeyn, canciller de Escocia, suprimido gracias al vino consagrado, me parecen sucumbir a un arte más noble. Los métodos actuales serán tal vez exactos y seguros, pero están impregnados de una vulgaridad prestidigitadora. No hablan al alma.

Don Tomás.
- Hablan a la inteligencia. Signo de los tiempos.

Don Angel.
- Una objeción: la criminalidad, al complicarse, se hace difícil. Necesita recursos y talento. Debería decrecer. Sin embargo, aumenta.

Don Tomás.
- Lo que aumenta mucho es la masa de pequeños delitos cometidos por mendigos, vagabundOs y hambrientos.

Don Angel.
- Todo delito es una venganza.

Don Tomás.
- Alejandro Yvernés, notable estadístico, los intitula delitos de pereza y miseria. Son innumerables.

Don Angel.
- He aquí el gran resultado: la miseria es un delito, la riqueza es una virtud.

Don Tomás.
- Lo que está clasificado como delito es la vagancia.

Don Angel.
- Dispense usted, señor mío. La vagancia no es delito sino cuando está unida a la miseria. Un vago opulento es doblemente respetado. Si trabaja se degrada un poco, porque se asemeja al pobre. El hijo de Rothschild, al resignarse a ser lo que usted, -un simple médico-, ha descendido. Sus parientes le tendrán lástima. La cúspide social es el duque de Osuna, el imbécil deslumbrador, el enorme solitario montado en oro, la joya de la humanidad. La vagancia de Osuna nos honraba a todos. El único delito es la miseria.

Don Tomás.
- Exagera usted.

Don Angel.
- Es por lo menos el único que se persigue con tenacidad. El hambre está maldita. El hambre muerde. La desesperación no se aviene siempre a hundirse sola en el abismo. La miseria amenaza. Un delincuente con dinero es digno de las amabilidades de los jueces y de los intelectuales. Su proceso es una fiesta. Su prisión es un hospedaje. Su presidio es un sanatorio. Se trata de un aliado comprometedor, pero aliado siempre. Se trata de un rico. En cambio el vagabundo da miedo, y para él no hay piedad. Es el espectro de la justicia. Es el remordimiento vivo. Es preciso concluir con él. Por eso a más de encarcelarle y de espiarle, se le tortura. En nuestra crueldad espantada, agrandamos la terrible deuda de angustia y de dolor que pagaremos algún día.

Don Tomás.
- ¡Vendrá Dios a juzgamos!

Don Angel.
- Ríase usted. Yo le agradezco la noticia de que la criminalidad aumenta. ¿La sociedad' se desquicia? Mejor. Desplómese el templo idólatra, aunque las manos del Sansón estén manchadas de sangre.
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