Indice de Diálogos y conversaciones de Rafael Barrett CAPÍTULO UNDËCIMO. Stoessel CAPÍTULO DÉCIMOTERCERO. GeneralidadesBiblioteca Virtual Antorcha

Diálogos y conversaciones

Rafael Barrett

CAPÍTULO DUODÉCIMO

Los juegos del fanatismo



Don Tomás.
- ¿Pasó usted bien la Semana Santa?

Don Angel.
- Bien.

Don Tomás.
- ¿Fue usted al templo?

Don Angel.
- Fuí.

Don Tomás.
- ¿Oyó usted la palabra del Señor?

Don Angel.
- La del Señor precisamente creo que no. Oí la de un señor. Un señor simpático. Le oímos con gusto.

Don Tomás.
- ¿Con atención devota?

Don Angel.
- Con atención amable. El auditorio crecía. La iglesia era el único teatro abierto. Los novios, bien vestidos, podían contemplarse gratis durante dos o tres horas. La función fue del agrado del público. Pero no me hable de entusiasmo religioso.

Don Tomás.
- Las mujeres, sin embargo ...

Don Angel.
- No es religioso un país en que las mujeres no logran transmitir la fe a los hijos varones. Por ese lado nos acercamos al espíritu moderno, amigo de la duda, enemigo del fanatismo.

Don Tomás.
- ¡Ah! ¿Conque en el espíritu moderno no hay fanatismo?

Don Angel.
- Indignada contra la avaricia del cura, una aldea italiana entera se ha hecho protestante. Síntoma de los tiempos.

Don Tomás.
- ¿Y eso qué prueba? ¿Por qué no aprovecharon la ocasión de ensayar el ateísmo? La masa necesita un culto. ¡Cualquiera! Muda de profetas como de camisa. La humanidad no tiene apego a los viejos dogmas. Apenas asoma un guía elocuente se pone detrás de él en marcha. Las creencias son nómadas, porque están fundadas en lo absurdo. La verdad es una, pero el error es innumerable, y lo mismo da uno que otro.

Don Angel.
- Admita usted que disminuye el fanatismo católico. Nos quedan pocos Papas. Tendemos a lo individual en materia religiosa. Es imposible que subsista la centralización de las oficinas vaticanas.

Don Tomás.
- Tal vez. Si nuestra época tiene un carácter propio, es el que le imprime el método positivo en las ciencias. No veo más.

Don Angel.
- ¿Y le parece bueno?

Don Tomás.
- ¡Hombre! A mí me sirve.

Don Angel.
- Pues le confieso que la neurosis catequizadora de los procedimientos antiguos no me repugna tanto como la normalidad de ciertas prácticas positivas. Por ejemplo, entre razas. San Francisco Xavier, seductor de tribus salvajes, me inspira menos asco que el sistema yanqui para eliminar a los negros y a los amarillos. Es preferible un iluminado de proselitismo, por loco que esté, a ese diputado de Alabama que después de pegar un tiro a un negro, en un tranvía, por el delito de beber wiskey, es felicitado calurosamente en el Congreso. Tenía usted razón. No faltan fanáticos. Mañana se demostrará científicamente la inutilidad de los negros, y se procederá a una hecatombe dirigida por cirujanos.

Don Tomás.
- Y en eso consiste la civilización. En hacer las cosas con calma. No asesinar es difícil. Asesinar con la frescura de quien desinfecta es ya un progreso evidente.

Don Angel.
- Allá ustedes. Noté, al escuchar el sermón del señor simpático, que Jesús no interesa. Los santos, en cambio, conservan algún privilegio. En las capillas he observado que todavía triunfan estos pequeños ídolos. Para que el Cristo sea obsequiado, es preciso que esté en brazos de San José o de San Antonio.

Don Tomás.
- Ni aun así. Ayer entré en el cuarto de mi hija y descubrí que le había quitado el nene a San Antonio de Padua. Adela estaba furiosa porque el santo no le había hecho caso, y quiso castigarle duramente.

Don Angel.
- Pues bien, me consolaría del abandono en que se tiene al Salvador si los médicos no profanaran su noble memoria ocupándose de él. Un sabio caballerete, M. Binet-Sanglé, acaba de publicar un libro titulado La locura de Jesús, donde se dice que Ieschou-barloseff, con siete místicos en la familia, con un derrame pleurético de probable naturaleza tuberculosa, con una larga anorexia y una crisis de hematidrosis, con ideas de eunuquismo, de edipismo y de amputación manual, murió en la cruz de un síncope de deglutición y era un degenerado físico y mental.

Don Tomás.
- ¿Y qué?

Don Angel.
- Que Binet-Sanglé es el tipo más despreciable del fanático, el fanático científico, borracho de su propia jerga, y no menos degenerado que el peor de sus clientes.

Don Tomás.
- No se queje usted del fanatismo. El fanatismo es la vida. ¿Qué sería de usted sin el suyo?
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