Índice de Antonio y Cleopatra de William ShakespeareSEGUNDO ACTOCUARTO ACTOBiblioteca Virtual Antorcha

ANTONIO Y CLEOPATRA

William Shakespeare

TERCER ACTO


Escena primera.
Una llanura en Siria.

Entran Ventidio en triunfo, con Silio y otros romanos, oficiales y soldados; el cadáver de Pacoro es llevado delante.

VENTIDIO
Pues bien, ya estás castigado, país de los Partos flecheros. La suerte ha querido hacerme el vengador de la muerte de Marco Crasso. Llevad delante de nuestro ejército el cuerpo del hijo del rey. Orodes, tu Pacoro paga por Marco Crasso.

SILIO
Noble Ventidio, en tanto que tu espada esté aún caliente de sangre parta, persigue a los partos fugitivos; espoléalos a través de la Media, la Mesopotamia y todos los asilos hacia donde se precipitan en derrota; y más tarde tu gran general, Antonio, te instalará sobre carros de triunfo y colocará coronas sobre tu cabeza.

VENTIDIO
¡Oh, Silio, Silio! Bastante he llevado a cabo. Un puesto inferior, nótalo bien, puede hacer contraste con una hazaña demasiadq grande; porque sábelo, Silio, vale más dejar una cosa inacabada que adquirir renombre excesivo cuando el jefe a quien. servimos está ausente. César y Antonio han vencido siempre más por sus lugartenientes que por sí mismos. Sosio, su lugarteniente, que ocupaba mi puesto en Siria, por haber adquirido una gloria rápidamente acumulada, perdió el favor que tenía. Quien hace en la guerra más de lo que puede hacer su general, viene a ser general de su general; y la ambición, esa virtud del soldado, prefiere una pérdida a una ganancia que le eclipse. Más podría hacer en interés de Antonio; pero esto fuera ofenderle, y bajo esta ofensa mis hazañas perecerían.

SILIO
Posees, Ventidio, esa facultad sin la cual un soldado no es nada más que una espada. ¿Escribirás a Antonio?

VENTIDIO
Le informaré humildemente lo que hemos realizado en su nombre, esta palabra mágica de guerra; cómo con sus banderas y sus legiones bien pagadas hemos echado fuera del campo de batalla la caballería parta, que nunca fue batida.

SILIO
¿Dónde está ahora?

VENTIDIO
Se propone ir a Atenas, donde nos presentaremos a él tan rápidamente como nos permita la impedimenta que arrastramos. ¡Adelante! ¡Por aquí! ¡Desfilad!

(Salen).


Escena segunda
Roma. Una antecámara en el palacio de César.

Entran, encontrándose, Agripa y Enorbarbo.

AGRIPA
Qué, ¿se han separado los hermanos?

ENOBARBO
Han acabado con Pompeyo, que se ha marchado ya. Los otros tres sellan el tratado. Octavia llora por tener que abandonar Roma; César está triste, y desde la fiesta de Pompeyo, Lépido, como dice Menas, está atacado por la clorosis.

AGRIPA
¡Ese noble Lépido!

ENOBARBO
Un hombre bien notable. ¡Oh, cómo ama a César!

AGRIPA
Cierto, pero ¡cómo adora tiernamente a Marco Antonio!

ENOBARBO
¿César? Pero si es, ¡por Dios!, el Júpiter de los hombres.

AGRIPA
¿Y qué es Antonio? El Dios de Júpiter.

ENOBARBO
¿Habláis de César? ¡Oh, el incomparable!

AGRIPA
¡Oh, Antonio! ¡Oh, Fénix de la Arabia!

ENOBARBO
Si queréis alabar a César, decid César, y no vayáis más lejos.

AGRIPA
Verdaderamente, les ha colmado a los dos de excelentes alabanzas.

ENOBARBO
Pero es a César a quien prefiere; sin embargo, ama a Antonio. ¡Oh, los corazones, las lenguas, las figuras, los escritores, los cantantes, los poetas no podrían sentir, expresar, figurar, escribir, cantar, medir su amor por Antonio! ¡Oh! Pero en cuanto a César, ¡arrodillaos, arrodillaos y admirad!

AGRIPA
Los quiere a ambos.

ENOBARBO
Son sus élitros, y él su escarabajo. (Trompetería). He ahí que nos llama a montar a caballo. Adiós, noble Agripa.

AGRIPA
Buena suerte, noble soldado, y adiós.

(Se separan a un lado. Entran César, Antonio, Lipido y Octavia).

CÉSAR
¿Qué, Octavia?

OCTAVIA
Voy a decíroslo al oído.

ANTONIO
No vayáis más lejos, señor.

CÉSAR
Me separáis de una gran parte de mí mismo. Tratadme bien en esta cara mitad. Hermana, muéstrate una esposa tal como mi pensamiento lo ambiciona, y que tu conducta justifique todo lo que me atreviera a garantizarte de ti. Muy noble Antonio, que este modelo de virtud, colocado entre nosotros como el cimiento encargado de mantener el edificio de nuestro afecto, no se convierta nunca en ariete para batir en brechá la fortaleza de nuestra amistad. porque mejor fuera habernos querido sin este lazo, si nO ha de ser cuidadosamente tratado por ambas partes.

ANTONIO
No me ofendáis con vuestra desconfianza.

CÉSAR
He dicho.

ANTONIO
Por meticulosamente que procedáis en el examen de mi conducta no encontraréis en ella el menor motivo para alarmaros a propósito de lo que parecéis temer. Ahora, que los dioses quieran protegeros y poner a disposición de vuestros designios los corazones de los romanos. Vamos a separarnos aquí.

CÉSAR
Adiós, mi muy querida hermana, que te vaya bien. ¡Que los elementos sean blandos contigo y no te den sino salud y alegría! Que te vaya bien.

OCTAVIA
¡Mi noble hermano!

ANTONIO
Abril está en sus ojos. Es la primavera del amor, y esas lágrimas, los aguaceros encargados de hacerle nacer. Mostraos alegre.

OCTAVIA
Señor, velad por la casa de mi esposo, y ...

ANTONIO
Su lengua se niega a obedecer a su corazón, y su corazón es impotente para enseñar su lengua; tal como el plumón del cisne que flota sobre las olas de la marea alta, sin inclinarse a ningún lado.

ENOBARBO
(Aparte a Agripa) ¿Llorará César?

AGRIPA
(Aparte a Enobarbo). Tiene una nube en el rostro.

ENOBARBO
(Aparte a Agripa). Sería lamentable si fuera un caballo, y con mayor razón siendo un hombre.

AGRIPA
(Aparte a Enobarbo). ¿Qué habré de deClrte Enobarbo? Cuando Antonio halló muerto a Julio César, gimió hasta rugir, y lloró cuando en Filipos vio en tierra a Bruto.

ENOBARBO
(Aparte a Agripa). En verdad, aquel año le aquejaba un reuma; se lamentaba sobre el que había destruido voluntariamente, creedlo, aunque yo también lloraba.

CÉSAR
No, amable Octavia; sabréis siempre noticias mías; el tiempo no debilitará vuestro recuerdo en mi pensamiento.

ANTONIO
Vamos, señor, vamos; quiero luchar con vos en fortaleza de amor. Mirad, os abrazo ... y ahora os suelto y os encomiendo a los dioses.

CÉSAR
¡Adiós; sé dichoso!

LÉPIDO
¡Que toda la multitud de estrellas ilumine tu feliz viaje!

CÉSAR
¡Adiós, adiós! (Besa a Octavía).

ANTONIO
¡Adiós!

(Trompetería. Salen).


Escena tercera
Alejandría. Una sala del palacio.

Entran Cleopatra, Carmiana, Iras y Alejas.

CLEOPATRA
¿Dónde está ese muchacho?

ALEJAS
No se atreve apenas a venir.

CLEOPATRA
Andad, andad. Venid aquí, señor.

(Entra un Mensajero).

ALEJAS
Noble Alteza, Herodes de Judea no osa miraros más que cuando estáis de buen humor.

CLEOPATRA
Tendré la cabeza de ese Herodes. Pero ¿cómo tenerla, ahora que ha partido Antonio, que hubiera podido dar la orden de traérmela? Aproxímate.

MENSAJERO
¡Muy graciosa Majestad!

CLEOPATRA
¿Has visto a Octavia?

MENSAJERO
Sí, temida reina.

CLEOPATRA
¿Dónde?

MENSAJERO
Señora, en Roma. La he contemplado de frente, y la he visto conducida entre su hermano y Marco Antonio.

CLEOPATRA
¿Es tan alta como yo?

MENSAJERO
No, señora.

CLEOPATRA
¿La has oído hablar? ¿Tiene la voz aguda o grave?

MENSAJERO
Señora, la he oído hablar; tiene la Voz grave.

CLEOPATRA
Tanto mejor. No la amará mucho tiempo.

CARMIANA
¡Amada! ¡Oh, Isis, eso es imposible!

CLEOPATRA
Lo creo, Carmiana. ¡Bajita y la voz gruesa! ¿Tiene majestuosidad en la figura? Acuérdate, si has contemplado algunas veces la majestad.

MENSAJERO
Va a rastras. Ya esté inmóvil o ya marche, siempre es la misma; tiene el aire de un cuerpo más bien que de un alma, de una ... estatua más que de una persona que respira.

CLEOPATRA
¿Es cierto?

MENSAJERO
Sí; o no tengo el don de la observación.

CARMIANA
No hay tres en Egipto que pudieran hacer mejor un informe.

CLEOPATRA
Es muy inteligente, me parece. Pues bien; no veo aún nada en ella. Este mozo está dotado de un buen criterio.

CARMIANA
Excelente.

CLEOPATRA
Infórmame sobre su edad, te lo ruego ...

MENSAJERO
Señora, era viuda.

CLEOPATRA
¡Viuda! ¿Oyes, Carmiana?

MENSAJERO
Y creo que tiene treinta años.

CLEOPATRA
¿Conservas su rostro en la memoria? ¿Es ovalado o redondo?

MENSAJERO
Redondo hasta la imperfección.

CLEOPATRA
Los que tienen la cara redonda son en su mayór parte imbéciles. Y su cabellera, ¿de qué color es?

MENSAJERO
Morena, señora; y su frente tan baja como hecha de encargo.

CLEOPATRA
Aquí tienes, para ti. No debes tomar a mal mi precedente rudeza. Voy a hacer que emprendas un nuevo viaje. Te encuentro muy apropiado para los negocios. Ve a prepararte. Nuestras cartas están dispuestas.

(Sale el mensajero).

CARMIANA
Es un hombre listo.

CLEOPATRA
Sí, en verdad. Me arrepiento mucho de haberle molestado, como he hecho. Verdaderamente, me parece que, según él, esta criatura no es gran cosa.

CARMIANA
Nada en absoluto, señora.

CLEOPATRA
Ese hombre ha visto ciertas personas majestuosas, y entiende de ello.

CARMIANA
¿Si ha visto personas majestuosas? ¡Isis impida que, después de haberos servido tan largo tiempo, ignore lo que es la majestad!

CLEOPATRA
Tengo aún que preguntarle una cosa, mi buena Carmiana. Pero poco importa; me lo llevarás al aposento donde vaya escribir. Todo puede ir bien todavía.

CARMIANA
Os lo garantizo, señora.

(Salen).


Escena cuarta
Atenas. Una sala en la morada de Antonio.

Entran Antonio y Octavia.

ANTONIO
No, no, Octavia; no es solamente eso ..., eso sería excusable; eso y otras mil ofensas de parecida importancia; pero ha emprendido nuevas guerras contra Pompeyo. Ha hecho su testamento y lo ha leído en público. Ha hablado de mí ligeramente, y en las ocasiones en que no ha podido dispensarse de hacer mi elogio, se ha expresado en términos fríos y sin fuerza. Me ha medido en tan poco como le ha sido posible. Cuando ha tenido ocasión de hacerme justicia, no la ha aprovechado, o ha hablado de mí a flor de labios.

OCTAVIA
¡Oh, mi buen señor! No creáis todo; o si lo creéis, no lo toméis todo con resentimiento. Jamás se ha encontrado mujer más desgraciada que yo, puesto que si esta querella estalla, me será preciso mantenerme entre vosotros dos, rogando por los dos partidos. Los dioses buenos van a burlarse enseguida, cuando, después de haberles dicho: ¡Oh, bendecid a mi señor y esposo!, oirán deshacer esta imploración, gritando también en voz alta: ¡Oh, bendecid a mi hermano! Triunfe mi esposo, triunfe mi hermano, mi plegaria destruye a mi plegaria. No hay término medio entre esos extremos.

ANTONIO
Encantadora Octavia, que vuestro mejor amor se incline del lado del que hace los mejores esfuerzos por conservarle; si pierdo mi honor, me pierdo a mí mismo. Más valiera no ser vuestro, que perteneceros así mutilado. Pero ya que lo habéis pedido, serviréis de intermediaria entre nosotros dos. Durante este tiempo, señora, haré los preparativos de una guerra capaz de volver a sumir a vuestro hermano en la sombra. Haced vuestra más rápida diligencia; así, tenéis vuestros plenos deseos.

OCTAVIA
Gracias a mi señor. ¡Quiera el poderoso Júpiter hacer de mí, tan débil, tan débil, el instrumento de vuestra reconciliación! ¡Una guerra entre vosotros dos! ¡Es como si el mundo se partiese y fuera preciso llenar la sima con cadáveres!

ANTONIO
Cuando hayáis descubierto quién ha comenzado, volveréis vuestro disgusto del lado suyo; pues nuestras faltas no pueden ser tan iguales que vuestro amor se divida igualmente entre nosotros dos. Haced vuestros preparativos de partida, escoged las personas que os acompañen y mandad, sea cual fuese, el gasto que os plazca.

(Salen).


Escena quinta
Atenas. Otro aposento en la morada de Antonio.

Entran, encOntrándose, Enobarbo y Eros.

ENOBARBO
¡Hola, amigo Eros!

EROS
Acaban de llegar extrañas noticias, señor.

ENOBARBO
¿Cuáles, amigo?

EROS
César y Lépido han declarado la guerra a Pompeyo.

ENOBARBO
Ésa es una noticia atrasada. ¿Cuál ha sido el resultado?

EROS
Después de haberse servido de Lípido en la guerra contra Pompeyo, César le ha negado su título de colega; no ha querido que participase en la gloria de la acción, Y no se ha detenido en esto; le acusa con cartas que había escrito antes a Pompeyo, y por esta acusación le ha hecho detener; así es que el pobre triunviro está enjaulado hasta que la muerte le libere.

ENOBARBO
Entonces, mundo, tienes dos mandíbulas, no más; y al arrojar entre ellas todo el alimento que guardas, rechinarán la una contra la otra. ¿Dónde está Antonio?

EROS
Se pasea por el jardín ... de este modo ..., patea los rosales que tiene delante, de este otro ..., y grita: ¡Estúpido Lépido!, y jura cortar la garganta del oficial que ha matado a Pompeyo.

ENOBARBO
Nuestra gran flota está equipada.

EROS
Para Italia y contra César. Hay otra cosa, Domicio; mi señor desea que vayáis a encontrarle inmediatamente. Debí haber guardado mis noticias para más tarde.

ENOBARBO
No tendrá nada que decirme. Pero sea. Condúceme al lado de Antonio.

EROS
Venid, señor.

(Salen).


Escena sexta
Roma. Un aposento en la casa de César.

Entran César, Agripa y Mecenas.

CÉSAR
Ha hecho todo eso y más aún en desprecio de Roma, en Alejandría. He aquí cómo han pasado las cosas. En la plaza del mercado, en la cima de una tribuna de plata, Cleopatra y él fueron públicamente instalados sobre tronos de oro. A sus pies estaban sentados Cesarión, a quien llaman hijo de mi padre, y toda la descendencia ilegítima que su concupiscencia les ha proporcionado. Le dio el patrimonio de Egipto y la hizo reina absoluta de la Baja Siria, de Chipre y de la Lidia.

MECENAS
¿Y eso a la vista del público?

CÉSAR
En la gran plaza pública, donde se hacen los ejercicios. Proclamó allí a sus hijos reyes de reyes. A Alejandro le dio la Gran Media, la Partia y la Armenia; a Ptolomeo le asignó la Siria, la Cilicia y la Fenicia. Aquel día la reina apareció bajo las vestiduras de la diosa Iris. Por cierto que, según cuentan, ya en otras ocasiones había dado audiencia con el mismo traje.

MECENAS
Que se entere Roma de esto.

AGRIPA
Roma que, asqueada ya de su insolencia, le retirará toda estima.

CÉSAR
El pueblo lo sabe y ha recibido ya sus acusaciones.

AGRIPA
¿A quién acusa?

CÉSAR
A César. Se queja de que, habiendo despojado a Sexto Pompeyo de la Sicilia, no le hayamos dado su parte de la isla. A continuación dice que me ha prestado algunas naves que no han sido devueltas. En fin, se enoja porque Lépido ha sido depuesto del triunvirato y porque, una vez depuesto, hemos retenido todos sus ingresos.

AGRIPA
Señor, eso merece una respuesta.

CÉSAR
Ya está redactada, y el mensajero ha partido. Le he respondido que Lépido se había vuelto demasiado cruel, abusando de su alta autoridad, y que merecía su destitución; que en cuanto a mis conquistas, le había concedido una parte, pero que yo pedía también la reciprocidad por su Armenia y los otros reinos conquistados por él.

MECENAS
No consentirá jamás eso.

CÉSAR
Entonces no consentiré por mi lado en lo que me pide.

(Entra Octavia con su séquito).

OCTAVIA
¡Salve, César y señor mío! ¡Salve, queridísimo César!

CÉSAR
¡Qúién hubiera dicho que un día había de llamarte repudiada!

OCTAVIA
No me lo habéis llamado, ni tenéis razón alguna para llamármelo.

CÉSAR
¿Por qué, entonces, venís furtivamente de esa manera a encontrarnos? No venís como conviene a la hermana de César. Un ejército debiera preceder a la mujer de Antonio, y los relinchos de los caballos anunciar su proximidad mucho tiempo antes de que apareciese; a todo lo largo del camino los árboles deberían haberse hallado cargados de curiosos, ilusionados con la espera y desalentados de no vislumbrar el objeto de su impaciencia. El polvo levantado por vuestro numeroso cortejo debió haber subido hasta la bóveda misma del cielo. Pero habéis venido a Roma como una muchacha del mercado, sin permitirnos daros las señales ostensibles de nuestro afecto, afecto que, de no expandirse, a menudo corre el peligro de enfriarse. Hubiéramos salido a vuestro encuentro por tierra y por mar, y en cada etapa de vuestro viaje os habríamos deseado una bienvenida siempre creciente en esplendor.

OCTAVIA
Mi buen señor; no he sido obligada a venir así. Libremente lo he hecho. Marco Antonio, mi esposo, al enterarse de que hacíais preparativos de guerra, ha abrumado mis oídos con esas noticias, y entonces le he rogado que me permitiera regresar.

CÉSAR
Lo que os ha concedido bien pronto, por ser vuestra persona un obstáculo entre él y su lujuria.

OCTAVIA
No habléis de ese modo, mi señor.

CÉSAR
Tengo los ojos puestos en él, y el viento me ha traído noticias de sus asuntos. ¿Dónde está ahora?

OCTAVIA
En Atenas, mi señor.

CÉSAR
No, hermana mía ultrajadísima; Cleopatra le ha indicado que vaya a reunírsele. Ha entregado su imperio a una puta y ahora se ocupan en establecer, para una guerra, una coalición de todos los reyes de la tierra. Ha unido ya a Boco, rey de Lidia; Arquelao, rey de Capadocia; Filadelfo rey de Paflagonia; Adallas, rey de Tracia; el rey Maleo, de Arabia; el rey del Ponto; Herodes de Judea; Mitrídates, rey de Comagena; Polemon y Amintas, reyes de Media y de Licaonia, y otros muchos más porta cetros.

OCTAVIA
¡Oh, qué desgraciada soy, al tener mí corazón dividido entre dos parientes que se hieren el uno al otro!

CÉSAR
Sed bienvenida. Vuestras cartas han retardado el estallido de nuestra ruptura, hasta el día en que he visto a qué extremo estáis ultrajada y qué peligro corríamos por negligencia. Tened valor. No os dejéis perturbar por las circunstancias que suspenden sobre vuestra dicha estas necesidades inevitables; dejad al destino las cosas decretadas de antemano, sin tratar de detenerlas y sin gemir por ellas. ¡Sed bienvenida a Roma! Ninguna persona me es tan querida como vos. Estáis ultrajada por encima de toda imaginación, y, por haceros justicia, los grandes dioses nos han elegido a nosotros y a los que os aman como ministros de su venganza. Tened valor y sed bienvenida para siempre entre nosotros.

AGRIPA
¡Sed bienvenida, señora!

MECENAS
¡Sed bienvenida, querida señora! Todos los corazones de Roma os aman y os compadecen. Sólo el adúltero Antonio, sin freno en sus desórdenes, se desvía de vos para entregar su poder temible a una puta, que se sirve de él contra nosotros con escándalo.

OCTAVIA
¿Es posible, señor?

CÉSAR
Demasiado cierto. Sed, bienvenida, hermana mía. Os ruego que vuestra paciencia no se acabe nunca. ¡Queridísima hermana mía!

(Salen).


Escena séptima
El campamento de Antonio, cerca del promontorio de Actium.

Entran Cleopatra y Enobarbo.

CLEOPATRA
Te lo haré pagar, no lo dudes.

ENOBARBO
Pero ¿Por qué, por qué, por qué?

CLEOPATRA
Te has pronunciado contra mi presencia en esta guerra, diciendo que no era conveniente.

ENOBARBO
Bien, ¿y lo es, lo es?

CLEOPATRA
Si esta guerra no ha sido declarada contra nosotros, ¿por qué habíamos de estar aquí en persona?

ENOBARBO
(Aparte). Bien, sé lo que tendría que responder. Si nos sirviéramos a la vez de caballos y de yeguas, los caballos no nos rendirían absolutamente ningún servicio; pues cada yegua llevaría un soldado y su caballo.

CLEOPATRA
¿Qué es lo que decís?

ENOBARBO
Que vuestra presencia tiene que molestar necesariamente a Antonio y ocuparle una parte de su corazón, de su cabeza y de su tiempo, cosas que no le sobrarán por el momento, por muchas que tenga. Se le tacha ya de ligereza, y se dice en Roma que esta guerra está dirigida por Fotino, un eunuco, y vuestras mujeres.

CLEOPATRA
¡Que reviente Roma y se pudran las lenguas de todos los que hablen contra nosotros! Tenemos intereses comprometidos en esta guerra, y, como jefe de mi reino, debo mostrarme aquí como si fuera un hombre. No habléis contra mi presencia, que no me iré.

ENOBARBO
Bueno, he terminado. Aquí viene el emperador.

(Entran Antonio y Canidio).

ANTONIO
¿No es extraño, Canidio, que desde Tarento y Brindis haya podido cortar el mar Jónico y apoderarse de Torina? ¿Lo habéis sabido, querida mía?

CLEOPATRA
La celeridad nunca es admirada sino por los negligentes.

ANTONIO
¡Excelente reprensión! Honraría a los hombres más valientes verse así denostados por su indolencia. Canidio, les combatiremos por mar.

CLEOPATRA
¡Por mar! ¿Y no habría otro modo de combatirles?

CANIDIO
¿Por qué adopta mi señor esa resolución?

ANTONIO
Porque es en el mar donde nos desafía.

ENOBARBO
Mi señor también le ha desafiado en singular combate.

CANIDIO
Y vos le habéis ofrecido librar esa batalla en Farsalia, donde César combatió con Pompeyo. Pero rechaza los ofrecimientos que no redundan en ventaja suya; debierais hacer otro tanto.

ENOBARBO
Vuestras naves no están bien equipadas; vuestros marinos son arrieros, segadores, gentes reclutadas a toda prisa para vuestras necesidades; la flota de César está dirigida por los marinos que han combatido con frecuencia contra Pompeyo; sus naves son ligeras, las vuestras pesadas. No hay ningún deshonor en rehusar el combate en el mar, cuando estáis preparado para un combate terrestre.

ANTONIO
En el mar, en el mar.

ENOBARBO
Nobilísimo señor, entonces renunciáis a la absoluta superioridad militar que tenéis en tierra; mutiláis vuestro ejército, compuesto en su mayoría de infantes experimentados en la guerra; renunciáis a aprovechar vuestros afamados conocimientos; abandonáis la vía que da promesas ciertas y os apartáis de una firme certeza para entregaros simplemente al azar y a la casualidad.

ANTONIO
Combatiré por mar.

CLEOPATRA
Tengo sesenta veleros. César no los tiene mejores.

ANTONIO
Quemaremos el sobrante de nuestra flota, y con el resto, sólidamente equipado, desde las alturas de Actio, batiremos a César cuando se acerque. Si fracasamos, entonces podremos librar batalla en tierra. (Entra un mensajero). ¿Qué tienes que decir?

MENSAJERO
Las noticias son verdaderas, mi señor. Están confirmadas. César ha tomado Torina.

ANTONIO
¿Es posible que esté allí en persona? No puede ser. Resulta extraño que sus fuerzas estén aquí. Canidio, quedarás en tierra, a la cabeza de nuestras diez legiones y de nuestros doce mil jinetes. Nosotros retornaremos a nuestro navío. ¡Partamos, mi Tetis! (Entra un soldado). ¡Hola! ¿Qué hay, bravo soldado?

SOLDADO
¡Oh, noble emperador! No combatáis por mar, no os fiéis de las tablas podridas. ¿No confiáis en mi espada y mis heridas? Dejad los papeles de patos para los fenicios y los egipcios; sobre tierra es donde nosotros tenemos costumbre de vencer, combatiendo paso a paso.

ANTONIO
Bueno, bueno, partamos.

(Salen Antonio, Cleopatra y Enobarbo).

SOLDADO
¡Por Hércules! Estoy seguro de poseer la verdad.

CANIDIO
Sí, soldado; pero su orientación ya no se apoya en su fuerza legítima, de suerte que nuestro jefe es dirigido, y resultamos los soldados de las mujeres.

SOLDADO
Mandáis en tierra todas las legiones y la caballería, ¿no es eso?

CANIDIO
Marco Antonio, Marco Justeio, Publícola y Celio dirigen por mar. Pero nosotros mandamos en todas las fuerzas de tierra. Esa celeridad de César sobrepuja a cuanto puede imaginarse.

SOLDADO
Cuando se hallaba todavía en Roma hizo salir sus tropas por destacamentos, de manera que se despistaran todos los espías.

CANIDIO
¿Quién es su lugarteniente, 10 sabéis?

SOLDADO
Un cierto Tauro, se dice.

CANIDIO
¡Ah, sí, le conozco!

(Entra un mensajero).

MENSAJERO
El emperador llama a Canidio.

CANIDIO
La hora presente está en gestación de noticias, y cada minuto pare alguna.

(Salen).


Escena octava.
Una llanura cerca de Actium.

Entran César, Tauro, oficiales y otros.

CÉSAR
¡Tauro!

TAURO
¿Mi señor?

CÉSAR
No operes en tierra, guarda tus fuerzas intactas; no presentes batalla antes de que hayamos terminado en el mar. No vayas más allá de las prescripciones de este pergamino. Nuestra suerte pende toda entera de este trance.

(Salen).


Escena novena
Otra parte de la llanura.

Entran Antonio y Enorbarbo.

ANTONIO
Coloquemos nuestros escuadrones allá, a este lado de la colina, a la vista de los batallones de César; desde este sitio podremos distinguir el número de sus naves y obrar en consecuencia.

(Salen).


Escena déclma
Otra parte de la llanura.

Entran Canidio, atravesando la escena, con su ejército de tierra, y Tauro, el lugarteniente de César, que la atraviesa por otro lado. Después se oye estrépito de un combate en el mar. Entra Enobarbo.

ENOBARBO
¡Perdido, perdido, todo está perdido! No puedo ver más. La Antoniada, el barco almirante egipcio, gira el timón y huye con todas sus sesenta naves. Mis ojos enferman de ver tal cosa.

(Entra Escaro).

ESCARO
¡Por todos los dioses y diosas de la asamblea olímpica!

ENOBARBO
¿Qué significa tu vehemencia?

ESCARO
Hemos perdido por simple estupidez la mayor parte del mundo; hemos dado el beso de despedida a una multitud de reinos y de provincias.

ENOBARBO
¿Qué fisonomía ofrece el combate?

ESCARO
Por nuestra parte, la de la peste debidamente declarada, con perspectiva de muerte cierta. Esta lujuriosa jaca de Egipto, que la lepra se lleve, en medio del combate, cuando las ventajas estaban balanceadas de ambos lados, iguales en los dos bandos, y aun parecíamos tener la superioridad, de pronto, como si la picara una mosca, cual a una vaca en junio, hace izar las velas y huye.

ENOBARBO
Lo he visto. Mis ojos han enfermado con ese espectáculo y no he podido contemplarlo más tiempo.

ESCARO
Al virar en redondo ella, esa noble ruina de su magia, Antonio, como un pájaro alocado, deja el combate en el más fogoso momento, iza sus velas y corre en su persecución. Jamás he visto acción tan vergonzosa; la experiencia, la virilidad, el honor nunca se han infligido parecido oprobio.

ENOBARBO
¡Ay, ay!

(Entra Canidio).

CANIDIO
Nuestra fortuna en el mar está en la agonía y se derrumba de una manera lamentable. Si nuestro general hubiese sido el que acostumbraba, todo habría pasado bien. Nos ha dado, en cambio, el ejemplo de la fuga huyendo cobardemente.

ENOBARBO
¿Sí? ¿Habéis llegado a eso? ¡Ah, bien, entonces buenas noches, a fe mía!

CANIDIO
Han huido hacia el Peloponeso.

ESCARO
Llegarán sin dificultad. Yo iré también a esperar los acontecimientos.

CANIDIO
Voy a entregar a César mis legiones y mi caballería; seis reyes me han mostrado ya cómO se rinde.

ENOBARBO
Seguiré aún la suerte maltrecha de Antonio, aunque mi razón me sople la opinión contraria.

(Salen).


Escena décima primera
Alejandría. Un aposento en el palacio.

Entran Antonio y la gente de su séquito.

ANTONIO
¡Escuchad! La tierra me prohibe hollarla más tiempo; está avergonzada de sostenerme. Amigos, venid aquí. De tal manera me he retrasado en el mundo, que he perdido para siempre mi camino. Tengo una nave cargada de oro; tomadla, repartidla entre vosotros; huid y haced vuestra paz con César.

TODOS
¡Huir! No, nosotros no huiremos.

ANTONIO
He huido yo mismo y enseñado a los cobardes a correr y mostrar las espaldas. Amigos, partid; he adoptado una resolución para la que no tengo necesidad de vosotros; tomadlo. ¡Oh, he perseguido lo que ahora me sonrojo de mirar! Mis cabellos mismos se insurreccionan, pues los blancos reprochan a los negros su precipitación temeraria, y los negros censuran a los blancos por su temor y su locura. Partid, Compañeros, os daré cartas para ciertos amigos que desembarazarán vuestra senda de obstáculos. Os ruego que no aparezcáis tristes; no me respondáis que ese bando os repugna, Seguid la opinión que os da mi desesperación, Abandonad al que se abandona a sí mismo. A la orilla en el acto. Quiero poneros en posesión de esa nave y de ese tesoro. Por favor, dejadme un momento en esta hora. Veamos, haced lo que os digo; he perdido ahora todo poder para mandaros y por eso os ruego. Me uniré a vosotros más tarde.

(Se sienta. Entra Cleopatra, conducida por Iras y Carmiana; Eros les sigue).

EROS
Vamos, buena señora, aproximaos a él, consoladle.

IRAS
Hacedlo, queridísima reina.

CARMIANA
¡Hacedlo! ¿Qué otra cosa podríais hacer?

CLEOPATRA
Dejad que me siente. ¡Oh, Juno!

ANTONIO
¡No, no, no, no, no!

EROS
¿Veis quién está aquí, señor?

ANTONIO
¡Oh! ¡Vergüenza, vergüenza, vergüenza!

IRAS
¡Señora, oh, buena emperatriz!

EROS
Señor, señor ...

ANTONIO
Sí, mi señor, sí. ¡El que en Fibpos llevaba su espada como un bailarín, mientras yo me ensañaba en el flaco y arrugado Casio! y fui yo quien acabé la derrota del loco de Bruto. Entonces obraba sólo como mi lugarteniente, y no tenía ninguna experiencia de las valientes maniobras de la guerra; y en esta hora, sin embargo ... Poco importa.

CLEOPATRA
¡Ah! Auxiliadme.

EROS
¡La reina, mi señor, la reina!

IRAS
Aproximaos a él, señora, habladle. La vergüenza le hace olvidar completamente lo que es.

CLEOPATRA
Pues bien, entonces, sostenedme, ¡oh!

EROS
Muy noble señor, levantaos; la reina avanza, su cabeza se derrumba sobre su hombro, y la muerte va a apoderarse de ella si no la socorréis con vuestros consuelos.

ANTONIO
He manchado mi reputación. Una huída por demás innoble ...

EROS
Señor, la reina.

ANTONIO
¡Oh, reina de Egipto! ¿Adónde me has llevado? Ve cómo me desvía mi vergüenza de tus ojos, dirigiendo atrás mis miradas sobre las cosas que he dejado a lo lejos, destrozadas por el deshonor.

CLEOPATRA
¡Oh, mi señor, mi señor! ¡Perdonad a mis velas tímidas! No pensaba que me habríais seguido.

ANTONIO
¡Reina de Egipto, sabías demasiado bien que mi corazón estaba ligado por sus fibras a tu timón, y que me arrastrarías tras de ti; comprendías tu entero imperio sobre mi espíritu y te constaba que a una señal tuya habría desobedecido a los mismos dioses!

CLEOPATRA
¡Oh, perdonadme!

ANTONIO
Ahora es preciso que envíe a ese muchacho humildes proposiciones, que me humille y soslaye por medio de rodeos tortuosos de la bajeza. Yo que, dueño de la mitad del mundo, hacía el juego que me placía, levantando y derribando las fortunas. Sabíais hasta qué punto erais dueña de mí mismo y que mi espada debilitada, por mi amor, le obedecería en todo estado de causa.

CLEOPATRA
¡Perdón! ¡Perdón!

ANTONIO
Vamos, no dejes caer uná lágrima, que una sola iguala a todo lo que ha sido jugado y perdido. Dame un beso; esto me compensa enteramente. Hemos enviado como mensajero a nuestro preceptor. ¿Está de vuelta? Querida, me siento pesado como el plomo. ¡Vino de allá dentro y nuestra comida! La fortuna sabe bien que en la hora en que nos alcanza más fuertemente es cuando más la despreciamos.

(Salen).


Escena décima segunda
El campamento de César en Egipto.

Entran César, Dolabella, Tireo y otros.

CÉSAR
Haced que se aproxime el hombre que ha venido de parte de Antonio. ¿Le conocéis?

DOLABELLA
Es el preceptor de sus hijos, César. Prueba que está desplumado cuando envía una pluma tan pobre de su ala, él que hace pocas lunas tenía por mensajeros más reyes de los que quería.

(Entra Eufronio).

CÉSAR
Aproxímate y habla.

EUFRONIO
Humilde como soy, vengo de parte de Antonio. No hace mucho tiempo era yo tan poco importante en sus asuntos, como la gota de rocío sobre la hoja de mirto pueda serio para el vasto mar.

CÉSAR
Sea; expón tu mensaje.

EUFRONIO
Antonio te saluda como dueño de su suerte y pide que se le permita vivir en Egipto. Si no le es concedido, se resuelve a aminorar su demanda, y te suplica le dejes respirar entre cielo y tierra, como simple particular, en Atenas. Esto en cuanto a él. Enseguida Cleopatra reconoce tu grandeza, se somete a tu poder y solicita de ti para sus herederos la diadema de los Ptolomeos, de que tu gracia puede disponer ahora.

CÉSAR
Por lo que se refiere a Antonio, no tengo oído para sus requerimientos. En cuanto a la reina, no le rehúso ni audiencia ni satisfacción, con tal de que eche de Egipto a su amante, tan completamente deshonrado, o le quite la vida. Si lo hace, no solicitará sin que se le atienda. Tal es nuestra decisión para el uno y la otra.

EUFRONIO
¡Que la fortuna te acompañe!

CÉSAR
Conducidle a través de las tropas. (Sale Eufronio. A Tireo). He aquí la hora de ensayar tu elocuencia. ¡Despáchate! Separa a Cleopatra de Antonio. Prométele, y en nuestro nombre, lo que pide; añádele otras ofertas de tu invención. Las mujeres no son fuertes a la mejor fortuna; pero la necesidad haría perjurar a la vestal inmaculada. Pon en juego tu habilidad, Tireo; redacta tú mismo la ordenanza de la remuneración debida a tus trabajos, que nosotros~jecutaremos como una ley.

TIREO
Voy a ello, César.

CÉSAR
Observa cómo soporta Antonio su naufragio, y dime lo que conjeturas de su actitud y lo que dejan presagiar sus movimientos.

TIREO
Lo haré, César.

(Salen).


Escena décima tercera
Alejandría. Una sala en el palacio.

Entran Cleopatra, Enobarbo, Carmiana e Iras.

CLEOPATRA
¿Qué nos queda por hacer, Enobarbo?

ENOBARBO
Desesperar y morir.

CLEOPATRA
¿Es en Antonio o en nosotros en quien recae esta falta?

ENOBARBO
En Antonio solo, que ha querido que su voluntad fuese dueña de su razón. ¿Qué influía que hubieseis huido ante ese gran espectáculo de la guerra, cuando las diversas filas se espantaban las unas de las otras? ¿Qué necesidad tenía de seguiros? El prurito de su amor no debió entonces profanar su reputación de capitán, en parecido momento, cuando la mitad del mundo estaba empeñada con la otra mitad, la sola cuestión para él era vencer, y fue una vergüenza igual a la de su derrota correr detrás de vuestra bandera fugitiva y abandonar su flota, mirándola con estupefacción.

CLEOPATRA
Silencio, te lo ruego.

(Entran Antonio y Eufronio).

ANTONIO
¿Es ésa su respuesta?

EUFRONIO
Sí, mi señor.

ANTONIO
De modo que la reina será complacida, con tal de que nos ceda.

EUFRONIO
Así lo ha manifestado.

ANTONIO
Informémosle de ello. Envía al niño César esta cabeza encanecida y te colmará de reinos más allá de tus deseos.

CLEOPATRA
¿Esa cabeza, mi señor?

ANTONIO
Vuelve hacia él. Dile que lleva en sus mejillas las rosas de la juventud, lo que hace que el mundo espere verle señalarse por alguna hazaña muy particular; pues un cobarde puede poseer su tesoro, sus naves, sus legiones; porque sus generales pueden triunfar lo mismo bajo las órdenes de un niño que bajo el mando de César; por consiguiente, le invito a dejar a un lado todas esas felices ventajas y a venir a medirse uno contra uno, espada contra espada, conmigo, que estoy ya en el declive de la edad. Voy a escribirle una carta. Sígueme.

(Salen Antonio y Eufronio).

ENOBARBO
(Aparte). ¡Ah! ¿Cómo es posible que César, rodeado de un ejército formidable, vaya a jugarse su porvenir y darse como espectáculo midiéndose con un espadachín? Veo que los juicios de los hombres constituyen una parte de sus fortunas, y que los acontecimientos exteriores les sacan las facultades interiores para hacerles sufrir la misma suerte que a ellos mismos. ¿Es posible que sueñe, conociendo la medida de las cosas, que César, rebosante de poder, va a responderle a él, desprovisto de fuerza? César, has conquistado también su buen sentido.

(Entra un criado).

CRIADO
Un mensajero de parte de César.

CLEOPATRA
¡Cómo! ¿Sin más que esa ceremonia? ¡Mirad, mujeres mías! Los que se arrodillaban ante la rosa en capullo se tapan la nariz ante la rosa deshojada. Hacedle entrar, señor.

(Sale el criado).

ENOBARBO
(Aparte). Mi honradez y yo comenzamos a reñir. La lealtad fielmente guardada a los locos hace de nuestra fe una pura tontería. Sin embargo, el hombre capaz de seguir con deferencia a un amo caído, conquista al conquistador de su amo y se gana un nombre en la historia.

(Entra Tireo).

CLEOPATRA
¿Cuál es la voluntad de César?

TIREO
Escuchadla en privado.

CLEOPATRA
No hay aquí más que amigos; hablad con desenvoltura.

TIREO
Es posible que sean al mismo tiempo amigos de Antonio.

ENOBARBO
Los precisa tanto como César los tiene, señor; o no tiene necesidad de nosotros. Si le place a César, nuestro amo saldrá al encuentro de su amistad. Por nosotros, sabed que estamos con quien él esté; por consiguiente, con César, si él quiere.

TIREO
Bueno. Pues bien, ilustre reina, César te suplica que no te asustes de la situación más de lo preciso y que pienses que él es César.

CLEOPATRA
Continuad. ¡He aquí una conducta muy real!

TIREO
Sabe que continuáis unida a Antonio, no por amor, sino por miedo.

CLEOPATRA
¡Oh!

TIREO
Así, deplora las heridas hechas a vuestro honor como ultrajes forzados y no merecidos.

CLEOPATRA
Es un dios y sabe lo que es verdaderamente justo. Mi honor no ha cedido; ha sido simplemente conquistado.

ENOBARBO
(Aparte). Para asegurarme de ello, voy a preguntárselo a Antonio. Señor, señor, estás tan desplomado, que debemos dejarte hundir, ya que lo que tienes de más caro te abandona.

(Sale).

TIREO
¿Qué diré a César que le pedís? Porque no quiere sino oíros desear para conceder. El colmo de sus anhelos sería que consintierais en apoyaros sobre su suerte. Pero estaría repleto de satisfacción si supiese por mí que habéis abandonado a Antonio y que os habéis colocado bajo la protección del que es poseedor del mundo.

CLEOPATRA
¿Cuál es vuestro nombre?

TIREO
Mi nombre es Tireo.

CLEOPATRA
Excelente mensajero, decid lo siguiente al gran César: Beso sin más hablar su mano conquistadora; me apresuro, decidle, a depositar mi corona a sus pies, ante los cuales me arrodillo; y decidle, además, que espero de su voz, a la que obedezco en todo, la suerte de Egipto.

TIREO
Ésa es vuestra más noble postura. Cuando el saber y la suerte están en pugna, si lo primero no se aventura más de lo que le es posible, ningún acontecimiento puede quebrantada. Concededme la gracia de depositar en vuestra mano la expresión de mi respeto.

CLEOPATRA
A menudo el padre de vuestro César, después de meditar en la conquista de reinos, permitió a sus labios estacionarse en este indigno sitio y depositar en él besos que hizo llover encima.

(Vuelven a entrar Antonio y Enobarbo).

ANTONIO
¡Favores! ¡Por Júpiter! ¿Quién eres, muchacho?

TIREO
Uno que cumplió únicamente las órdenes del hombre poderoso entre todos y el más digno de que sus órdenes sean obedecidas.

ENOBARBO
(Aparte). Vais a ser azotado.

ANTONIO
¡Avanzad aquí, eh! ... ¡Ah, gavilán! ... ¡Dioses y diablos! Mi autoridad se diluye a simple vista; hace poco tiempo, cuando gritaba: ¡Hola!, los reyes acudían a toda prisa, como niños que se empujan en su carrera, y respondía: ¿Cuál es vuestra voluntad? ¿No tenéis oídos? Soy todavía Antonio. (Entran criados). Cogedme a ese y azotadle.

ENOBARBO
(Aparte). Es más seguro jugar con un leoncillo que con un viejo león moribundo.

ANTONIO
¡Luna y estrellas! ¡Azotadle! Si hubiese aquí veinte de los más grandes tributarios que acatan a César, si yo los sorprendiera tan descaradamente con la mano de esta ... ¿cuál es su nombre desde que fue Cleopatra? Azotadle, hijos míos, hasta que le veáis tomar un semblante lloricón, como un nene, y gemir a gritos para pedir gracia. Lleváoslo de aquí.

TIREO
Marco Antonio ...

ANTONIO
Arrancadle de aquí, y cuando haya sido azotado, volvedle a traer. Este Jack de César le llevará un mensaje de nuestra parte. (Salen los criados con Tireo). Estabais medio marchita antes de que os conociese. ¡Ah! ¿He dejado yo mi lecho vacío en Roma, y descuidado de engendrar una raza legítima, y por dos joyas de mujeres, para ser puesto así en ridículo por una persona que pone los ojos en los inferiores?

CLEOPATRA
Mi buen señor ...

ANTONIO
Siempre habéis sido falsa; pero cuando nos sumimos en nuestras disposiciones viciosas -¡oh, qué miseria!- los justos dioses nos ciegan, apagan en nuestro fango la claridad de nuestro juicio, nos hacen adorar nuestros errores y se ríen de nosotros, mientras tropezamos con nuestra ruina.

CLEOPATRA
¡Oh! ¿Hemos llegado a esto?

ANTONIO
Os encontré como un trozo de fiambre en el trinchero del difunto César; o, mejor dicho, erais las sobras del Cneo Pompeyo. Y no hablo de las cálidas horas, no registradas en el recuerdo del público, que os habéis pasado lujuriosamente, pues estoy seguro de que, aunque os sea posible sospechar qué es la continencia, ignoráis lo que es.

CLEOPATRA
¿A qué todo eso?

ANTONIO
¡Dejar a un muchacho que va recibiendo propinas y diciendo: Dios os lo pague tomar familiaridades con vuestra mano, que es mi compañera de placer, cón ese sello real y ese testigo de los grandes corazones! ¡Oh, que no estuviera sobre la colina de Basan para dominar con mis mugidos el rebaño de animales con cuernos! Pues esta cólera salvaje tiene justa causa; pero explicada con calma sería tan difícil como para un hombre que tenga la soga al cuello agradecer al verdugo el tener la mano hábil con él. (Vuelve a entrar la gente del séquito con Tireo). ¿Está azotado?

PRIMER HOMBRE DEL SÉQUITO
Firmemente, mi señor ...

ANTONIO
¿Ha gritado y pedido perdón?

PRIMER HOMBRE DEL SÉQUITO
Ha pedido gracia.

ANTONIO
Si vive tu padre, que se arrepienta de no haber tenido una hija en tu lugar; siente seguir a César en su triunfo, puesto que has sido azotado por haberle seguido. Que desde ahora la blanca mano de una dama te cause fiebre y te estremezcas mirándola. Retorna al lado de César, cuéntale tu recepción. Ve y dile hasta qué punto me ha irritado; porque se muestra hacia mí altivo y desdeñoso, y me trata según lo que soy, no según lo que sabe que era. Me irrita, y es muy fácil en este momento en que las buenas estrellas que me guiaban en otro tiempo han dejado sus órbitas vacías y lanzado sus fuegos al abismo del infierno.

CLEOPATRA
¿Habéis acabado ya?

ANTONIO
¡Ay, nuestra luna terrestre se ha eclipsado ahora, y sólo presagia la caída de Antonio!

CLEOPATRA
Es preciso que me contenga.

ANTONIO
Para halagar a César, ¿teníais necesidad de cambiar guiñas con quien le ata sus agujetas?

CLEOPATRA
¿No me conocéis todavía?

ANTONIO
Sé que tenéis un corazón de hielo para mí.

CLEOPATRA
¡Ah, querido! Si es así, que el cielo de mi corazón helado suelte granizo y le envenene en su fuente; que el primer pedrisco caiga sobre mi cuello, y que cuando se liquide, liquide mi vida. Que el segundo alcance a Cesarión, y así sucesivamenle, hasta que todo recuerdo de mi descendencia y de mis bravos egipcios yazca sin sepultura bajo este huracán de granizo fundente, hasta que las moscas y mosquitos del Nilo les hayan sepultado, haciendo de ellos su presa.

ANTONIO
Me siento esperanzado. César se establece en Alejandría, donde lucharé contra su fortuna. Nuestras tropas terrestres han resistido noblemente; nuestras naves, dispersas, se reúnen de nuevo, y nuestra flota presenta un aspecto temible. ¿Dónde estabas, corazón mío? ¿Oyes, señora? Si regreso una vez más del campo de batalla para besar esos labios, apareceré todo sangrante; yo y mi espada conquistaremos nuestra crónica. Todavía hay esperanza.

CLEOPATRA
¡Éste es mi bravo señor!

ANTONIO
Tendré triples nervios, triple corazón, triple aliento y combatiré sin piedad. Cuando la fortuna me era feliz y dulce, la gente me rescataba sus vidas con una broma; pero ahora mantendré los dientes cerrados, y enviaré al lugar de las tinieblas a todos aquellos que me pongan obstáculos. Vamos, tengamos otra noche de fiestas. Llamadme a todos mis capitanes entristecidos; llenad nuestras copas; una vez más burlémonos de la campana de medianoche.

CLEOPATRA
Hoy es el aniversario de mi nacimiento; había pensado pasado tristemente; pero puesto que mi señor ha vuelto a ser Antonio, seré Cleopatra.

ANTONIO
¡Todavía lo pasaremos bien!

CLEOPATRA
Llamad ante mi señor a todos sus nobles capitanes.

ANTONIO
Hacedlo, quiero arengarles, y esta noche forzaré al vino a que rezume por sus cicatrices. Vamos, reina mía; aún me queda savia. La primera vez que combata, obligaré a la muerte a amarme porque he de rivalizar casi con su guadaña pestilente.

(Salen todos, menos Enobarbo).

ENOBARBO
Ahora va a exceder al rayo. Estar furioso es no tener miedo, a fuerza de tenerlo, y en este estado, la paloma dará picotazos al halcón. Veo que nuestro capitán restaura siempre su corazón con lo que pierde de cerebro; cuando el valor devora a la razón, ésta se traga la espada con que pelea. Voy a buscar algún medio de abandonarle.

(Sale).

Índice de Antonio y Cleopatra de William ShakespeareSEGUNDO ACTOCUARTO ACTOBiblioteca Virtual Antorcha