Índice de Antonio y Cleopatra de William ShakespearePRIMER ACTOTERCER ACTOBiblioteca Virtual Antorcha

ANTONIO Y CLEOPATRA

William Shakespeare

SEGUNDO ACTO


Escena primera.
Mesina. Aposento en la casa de Pompeyo.

Entran Sexto Pompeyo, Menécrates y Menas.

POMPEYO
Si los poderosos dioses son justos, ayudarán las empresas de hombres justísimos..

MENÉCRATES
Sabed, noble Pompeyo, que lo que retrasan, no lo niegan.

POMPEYO
Mientras solicitamos a los pies de sus tronos, lo que solicitamos se desploma.

MENÉCRATES
Siendo, como somos, ignorantes de nosotros mismos, a menudo solicitamos nuestro propio mal, que su sabiduría suprema nos niega para nuestro bien, de suerte que encontramos nuestro provecho al perder nuestras súplicas..

POMPEYO
Triunfaré. El pueblo me ama y la mar es mía; mi poder se agranda y mis esperanzas me presagian que se realizarán enteramente. Marco Antonio está de festines en Egipto, y no saldrá de ellos más que para hacer la guerra. César recolecta dinero a costa del afecto de los corazones. Lépido adula al uno y al otro, y es adulado por el uno y el otro; pero no ama a ninguno de los dos ni ninguno de los dos se preocupa por él.

MENAS
César y Lépido están en el campo de batalla; conducen un poderoso ejército.

POMPEYO
¿Por quién lo sabéis? Es falso.

MENAS
Por Silvio, señor.

POMPEYO
Sueña; sé que están reunidos en Roma esperando a Antonio. Pero ¡oh; lúbrica Cleopatra! ¡Que todos los encantos del amor suavicen tus labios marchitos! ¡Que la hechicería se una en ti a la belleza, y la lascivia a la una y la otra! Encadena al libertino en un campo de fiestas; mantén su cerebro en ebullición; que los cocineros epicúreos agucen su apetito por medio de salsas estimulantes, a fin de que el sueño y la buena comida amodorren su honor hasta que haya caído en un letargo del Leteo.

(Entra Varrio).

POMPEYO
¡Hola, Varrio! ¿Qué ocurre?

VARRIO
He aquí la noticia más cierta que puedo daros. En Roma se espera a Marco Antonio de un momento a otro. Desde que partió de Egipto, habría podido terminar un viaje más largo.

POMPEYO
Gustoso hubiera prestado oídos a un asunto menos serio. Menas, no pensé que ese enamorado glotón se pusiera su casco por una guerra tan mezquina. Su talento militar vale por dos veces el de los otros dos; pero elevemos tanto más la opinión de nosotros mismos, puesto que nuestra entrada en campaña ha podido arrancar del regazo de la viuda egipcia a ese Antonio de insaciable lujuria.

MENAS
No creo que César y Antonio vuelvan a verse con buenos ojos. Su mujer, que está muerta, había inferido ofensas a César; su hermano le ha hecho la guerra, aunque, en mi opinión, no fueron excitados por Antonio.

POMPEYO
No sé, Menas, hasta qué punto esas enemistades menores pueden ceder a una más grande. Si no nos hubiésemos alzado contra todos ellos, es evidente que se tirarían de los pelos entre sí, porque tienen bastantes motivos para sacar sus espadas los unos contra los otros. Pero ignoramos todavía hasta qué punto el miedo que tienen de nosotros puede cimentar sus divisiones y encadenar sus pequeñas querellas. Mas ¡cúmplase la voluntad de los dioses! Lo único cierto es que nos va la vida en hacer uso de todas nuestras fuerzas. Ven, Menas.

(Salen).


Escena segunda
Roma. Una habitación en la casa de Lépido.

Entran Enorbarbo y Lépido.

LÉPIDO
Buen Enobarbo, es un acto noble y que os hará gran honor el de suplicar a vuestro capitán que sea dulce y afable en su lenguaje.

ENOBARBO
Le suplicaré que tenga su lenguaje conforme a su carácter. Si César le irrita, mire de Antonio a César por encima del hombro y hable tan alto como Marte. ¡Por Júpiter, si yo llevase la barba de Antonio, no me la afeitaría hoy!

LÉPIDO
Éste no es el tiempo de querellas particulares.

ENOBARBO
Todos los tiempos son buenos para los asuntos que hacen surgir.

LÉPIDO
Pero los pequeños asuntos deben ceder el puesto a los más grandes.

ENOBARBO
No así, si los más pequeños llegan los primeros.

LÉPIDO
Vuestro lenguaje no es más que pasión. Pero, os lo ruego, no remováis las cenizas calientes. Aquí viene el noble Antonio.

(Entran Antonio y Ventidio).

ENOBARBO
Y állí César.

(Entran César, Mecenas y Agripa).

ANTONIO
Si llegamos a entendernos, hay que proceder enseguida contra los Partos. ¿Escucháis, Ventidio?

CÉSAR
No sé, Mecenas; preguntad a Agripa.

LÉPIDO
Nobles amigos, el motivo que nos asoció fue muy grande; no permitamos que el acto más útil nos divida. Que lo malo que ha pasado sea oído con dulzura; cuando discutimos con calor nuestras miserables diferencias, cometemos asesinatos queriendo curar heridas. Así, nobles colegas, aunque no fuese más que en consideración a las súplicas que os dirijo, os ruego que toquéis los puntos más sensibles con los términos más dulces y que no se mezcle ninguna iracundia en la discusión.

ANTONIO
Bien hablado. Aun cuando estuviéramos delante de nuestros ejércitos y a punto de combatir, no obraría de otra manera.

CÉSAR
Sed bienvenido a Roma.

ANTONIO
Os doy las gracias.

CÉSAR
Sentaos.

ANTONIO
Sentaos, señor.

CÉSAR
Pues bien, en ese caso ...

ANTONIO
Me entero de que tomáis a mal cosas que no deben tomarse así, o que, si son malas, no os afectan.

CÉSAR
Sería digno de risa si me considerara ofendido por nada o por poca cosa, más todavía con vos que con cualquier otro hombre del mundo; y me prestaría más aún a la risa si me hubiera ocurrido una Vez siquiera pronunciar vuestro nombre con reproches, cuando no me convenía pronunciarlo.

ANTONIO
¿Qué os importaba mi estancia en Egipto, César?

CÉSAR
No más que mi estancia aquí, en Roma, os importaba en Egipto. Sin embargo, si desde allí intrigabais contra mi poder, vuestra estancia en Egipto podía inquietarme.

ANTONIO
¿Qué entendéis por intrigar?

CÉSAR
Fácilmente podéis comprender mi pensamiento, si queréis acordaros de lo que me ha sucedido aquí. Vuestra mujer y vuestro hermano me han hecho la guerra. Erais el pretexto de su hostilidad, erais la palabra de consigna de sus guerras.

ANTONIO
Os equivocáis. Jamás mi hermano me tomó por pretexto de su acción; me he informado, y mi conocimiento de los hechos lo extraigo de las relaciones exactas de aquellos que han sacado la espada por vos. ¿Es que no atacaba mi autoridad tanto como la vuestra? ¿Es que no hacía la guerra contra mis propios intereses, puesto que mi causa era también la vuestra? Mis cartas han debido daros toda satisfacción a este respecto. Si queréis provocar una querella, como no tenéis pretexto nuevo qué emplear, no es tramando éste como la conseguiréis.

CÉSAR
Encontráis medios de discerniros alabanzas, imputándome faltas de juicio; pero peliáis mal vuestras excusas.

ANTONIO
No, no, no podía ser, estoy seguro, de que este pensamiento tan natural se os escapase: que yo, vuestro aliado en la causa contra la cual combatía, no podía ver con ojos satisfechos una guerra que turbaba mi propia paz. En cuanto a mi mujer, os desearía que hallaseis su alma en otra. El tercio del mundo es vuestro, y os es fácil llevarle cómodamente con un bridón, pero una esposa así, no.

ENOBARBO
¡Rogad al cielo que tuviésemos todos tales esposas! Los hombres podrían entonces ir a la guerra con las mujeres.

ANTONIO
Indomable como era, os concedo con pena, César, que los alzamientos provocados por su impaciencia, y que no carecían, sin embargo, de habilidad política, os han causado demasiada inquietud; pero debéis concederme también, al menos, que nada podía hacer yo en ello.

CÉSAR
Os escribí cuando estabais en pleno libertinaje en Alejandría; os metisteis mis cartas en el bolsillo y negasteis audiencia a mi correo con sarcasmos y burlas.

ANTONIO
Señor, se presentó delante de mi antes de ser admitido; acababa de dar una fiesta a tres reyes y en aquel momento no era el mismo que por la mañana; pero al día siguiente le di unas explicaciones, lo que equivalía a pedirle perdón. Que este muchacho no entre para nada en nuestra disputa. Si hemos de querellamos, pongámosle fuera de discusión.

CÉSAR
Habéis quebrantado el artículo de vuestro compromiso, lo que nunca me podréis reprochar a mi.

LÉPIDO
¡Calma, César!

ANTONIO
No, Lépido; déjale hablar; el compromiso de honor a que alude, suponiendo que yo haya faltado a él, es sagrado. Pero continua, César; el artículo de mi compromiso ...

CÉSAR
Consistía en prestarme vuestras armas y vuestra ayuda cuando las pidiera, y me habéis negado ambas.

ANTONIO
Descuidado en concedéroslas, más bien, y esto cuando horas emponzoñadas me habían privado enteramente del conocimiento de mí mismo. Quiero mostrarme tan arrepentido como sea posible ante vos; pero mi dignidad no consentirá jamás humillar mi grandeza, ni mi poder obrar sin el concurso de mi dignidad. La verdad es que Fulvia hizo aquí la guerra para arrancarme de Egipto, acontecimiento por el cual yo, que fui pretexto sin quererlo, os pido perdón tanto como conviene a mi honor humillarse en tales circunstancias.

LÉPIDO
He ahí un noble lenguaje.

MECENAS
Haced el favor de no insistir más en vuestros mutuos agravios. Olvidarlos por completo equivaldría a traer a vuestro recuerdo que la hora presente os habla de la necesaria reconciliación.

LÉPIDO
Noblemente hablado, Mecenas.

ENOBARBO
Por otra parte, si queréis prestaros por el momento un afecto recíproco, podréis reanudar vuestros agravios cuando no oigáis más hablar de Pompeyo. Tiempo tendréis de disputar cuando no tengáis otra cosa que hacer.

ANTONIO
Eres sólo un soldado. No hables más.

ENOBARBO
Casi había olvidado que la verdad debe ser silenciosa.

ANTONIO
Faltáis al respeto de esta asamblea; así, no habléis más.

ENOBARBO
Pues bien, proseguid; heme aquí mudo como una piedra.

CÉSAR
La forma de su discurso es lo que yo condenaría, pero no el fondo, porque no puede ser que continuemos aliados con maneras de obrar tan diferentes. Sin embargo, si supiera que existe un círculo capaz de mantenernos estrechamente unidos, iría de un extremo a otro del mundo para encontrarle.

AGRIPA
Dame permiso, César ...

CÉSAR
Habla, Agripa.

AGRIPA
Tienes una hermana por parte de madre, Octavia, objeto de todas tus admiraciones. El gran Marco Antonio está ahora viudo.

CÉSAR
No hables así, Agripa; si Cleopatra te oyese, sus reprimendas castigarían muy justamente la temeridad de tu lenguaje.

ANTONIO
No estoy casado, César; permitidme que continúe escuchando a Agripa.

AGRIPA
Si queréis estar unidos con los lazos de una amistad perpetua, haceros hermanos y enlazar vuestros corazones con un nudo indisoluble, es preciso que Antonio tome por esposa a Octavia, cuya belleza no reclama por marido menos que el más eminente de los hombres, cuya virtud y gracias de todo género hablan un lenguaje que ninguna otra podría hablar. Por este matrimonio, todos esos pequeños celos que ahora parecen tan grandes y todos esos grandes temores que amenazan con sus peligros, quedarían reducidos a la nada. El amor que ella tendría por ambos os encadenaría el uno al otro y os aseguraría los corazones de todos los que arrastrase tras de sí. Perdonadme lo que he dicho; no es un pensamiento espontáneo, sino estudiado, elaborado por mi abnegación.

LÉPIDO
¿Quiere hablar César?

CÉSAR
No antes de que se haya enterado hasta qué punto está impresionado Antonio por lo que acaba de decirse.

ANTONIO
Y si yo dijese: Agripa, sea ello así, ¿qué poder tendría Agripa para realizar este deseo?

CÉSAR
El poder de César y el poder del mismo César sobre Octavia.

ANTONIO
¡Ojalá no sueñe nunca con un obstáculo para este noble proyecto que se presenta tan felizmente! Dame tu mano; persevera en este acto de gracia; y que a partir de esta hora un mismo corazón fraternal gobierne nuestro afecto mutuo y dirija nuestros grandes designios.

CÉSAR
Aquí está mi mano. Os lego una hermana que nunca fue amada tan tiernamente por su hermano. Que viva para unir nuestros reinos y nuestros corazones. ¡Y que nuestro amor jamás llegue a extinguirse!

LÉPIDO
Amén, digo a este voto feliz.

ANTONIO
No soñaba con sacar mi espada contra Pompeyo, porque me ha dado muy recientemente raras y grandes pruebas de cortesía. Debo enviarle las gracias para que no me acuse de tener mala e ingrata memoria; hecho lo cual, puedo declararme su enemigo.

LÉPIDO
El tiempo apremia. Nos es preciso buscar a Pompeyo inmediatamente, o será él quien se nos adelante.

ANTONIO
¿Dónde se encuentra?

CÉSAR
En los alrededores de Monte Miseno.

ANTONIO
¿Cuáles son sus fuerzas de tierra?

CÉSAR
Grandes y crecientes. Pero en el mar es dueño absoluto.

ANTONIO
Es lo que se dice. ¡Que no hayamos podido conversar juntos! Apresurémonos a atacarle; sin embargo, antes de tomar las armas acabemos el asunto de que hemos hablado.

CÉSAR
Con la mayor alegría, y os invito a venir a ver a mi hermana, a cuya casa voy a conduciros sin demora.

ANTONIO
No nos privéis de vuestra compañía, Lépido.

LÉPIDO
Noble Antonio, la enfermedad misma no podría retenerme.

(Trompetería. Salen César, Antonio y Lépido).

MECENAS
¡Sed bienvenido a vuestra vuelta de Egipto, señor!

ENOBARBO
¡El digno Mecenas la mitad del corazón de César! ¡Mi honorable amigo Agripa!

AGRIPA
¡Mi buen Enobarbo!

MECENAS
Tenemos motivo para estar contentos de que se hayan arreglado los asuntos tan bien. ¿Habéis hecho buena estancia en Egipto?

ENOBARBO
Sí, señor; dormíamos durante el día abochornado, y se nos hacían cortas las noches bebiendo.

MECENAS
Ocho jabalíes salvajes asados enteros para un solo almuerzo, y doce comensales solamente. ¿Es verdad?

ENOBARBO
¡Oh! Eso no era más que una mosca comparada con un águila. Hemos tenido festines mucho más extraordinarios y dignos de contarse.

MECENAS
Ella es una dama irresistible, si su reputación dice verdad.

ENOBARBO
Desde su primer encuentro con Marco Antonio, se metió su corazón en su bolsa; fue sobre el río Cidno.

AGRIPA
Allí apareció, en efecto; o el que me lo ha referido se la imaginó felizmente.

ENOBARBO
Vaya contároslo. La galera en que iba sentada, resplandeciente como un trono, parecía arder sobre el agua. La popa era de oro batido; las velas, de púrpura, y tan perfumadas, que se dijera que los vientos languidecían de amor por ellas; los remos, que eran de plata, acordaban sus golpes al son de flautas y forzaban al agua que batían a seguir más a prisa, como enamorada de ellos. En cuanto a la persona misma de Cleopatra, hacía pobre toda descripción. Reclinada en su pabellón, hecho de brocado de oro, excedía a la pintura de esa Venus, donde vemos, sin embargo, a la imaginación sobrepujar la naturaleza. En cada uno de sus costados se hallaban lindos niños con hoyuelos, semejantes a Cupidos sonrientes, con abanicos de diversos colores. El viento parecía encenderles las delicadas mejillas, al mismo tiempo que las refrescaba, haciendo así lo que deshacía.

AGRIPA
¡Oh, espléndido espectáculo para Antonio!

ENOBARBO
Sus mujeres, parecidas a las nereidas, como otras tantas sirenas, acechaban con sus ojos los deseos y añadían a la belleza de la escena la gracia de sus inclinaciones. En el timón, una de ellas, que podría tornar por sirena, dirige la embarcación; el velamen de seda se infla bajo la maniobra de esas manos suaves como las flores, que llevan a cabo listamente su oficio. De la embarcación se escapa invisible un perfume extraño, que embriaga los sentidos del malecón adyacente. La ciudad envía su población entera a su encuentro, y Antonio queda solo, sentado en su trono, en la plaza pública, silbando al aire qUe, si hubiera podido hacerse reemplazar, habría ido también a contemplar a Cleopatra, y creado un vacío en la Naturaleza.

AGRIPA
¡Maravillosa egipcia!

ENOBARBO
En cuanto hubo desembarcado, Antonio le envió un mensajero y la invitó a cenar. Ella respondió que estaría mejor que él fuera su huésped e insistió por que se hiciese así. Nuestro cortés Antonio, a quien jamás mujer alguna le oyó decir que no, después de haberse hecho afeitar diez veces, se persona en el festín y allí, a escote, da su corazón en pago de lo que sus ojos sólo habían comido.

AGRIPA
¡Real cortesana! Forzó al gran César a acostar en su lecho su espada; él la labró y ella extrajo la cosecha.

ENOBARBO
La he visto una vez saltar a la pata coja cuarenta pasos en la calle, y cuando perdió la respiración, habló y se agitó de tal suerte, que hizo de este desfallecimiento una perfección, y de la falta de respiro exhaló un poder de seducción.

MECENAS
Ahora Antonio la abandonará definitivamente.

ENOBARBO
Nunca; no querrá; la edad no puede marchitarla, ni la costumbre debilitar la versatilidad infinita que hay en ella. Las demás mujeres sacian los apetitos a que dan pasto; pero ella, cuanto más satisface el hambre, más la despierta; pues infunde en cosaS más viles tal atractivo, que los santos sacerdotes la bendicen cuando está rijosa.

MECENAS
Si la belleza, la sabiduría, el pudor pueden sentar el corazón de Antonio, Octavia será para él un feliz regalo.

AGRIPA
Partamos. Mi buen Enobarbo, sed mi convidado mientras permanezcáis aquí.

ENOBARBO
Os lo agradezco muy humildemente, señor.

(Salen).


Escena tercera
Roma. Salón en el palacio de César.

Entran César, Antonio y Octavia en medio, con gente de sus séquitos.

ANTONIO
El mundo y mis grandes deberes me arrancarán alguna vez de vuestros brazos.

OCTAVIA
Durante ese tiempo, mis oraciones, arrodillada ante los dioses, les suplicarán por vos.

ANTONIO
Buenas noches, señor. Octavia mía, no juzgues de mis faltas por los relatos del mundo. No he seguido siempre la línea recta, pero en el porvenir será regular mi conducta. Buenas noches, querida dama.

OCTAVIA
Buenas noches, señor.

CÉSAR
Buenas noches.

(Salen César y Octavia. Entra el adivino).

ANTONIO
Vamos a ver, bribón, ¿echas de menos Egipto?

ADIVINO
¡Ojalá nunca hubiese salido de él, ni vos hubierais venido aquí!

ANTONIO
¿Vuestra razón, si es posible?

ADIVINO
Se trata de un presentimiento, pero mi lengua no quisiera revelarlo. No obstante, apresuraos a volver a Egipto.

ANTONIO
Dime, ¿a quién elevará más alto la fortuna, a César o a mí?

ADIVINO
A César. Por consiguiente, ¡oh, Antonio!, no continúes a su lado. Tu demonio, es decir, el espíritu que te protege, es noble, valiente, educado, incomparable, mientras el de César no lo es de ningún modo. Pero cuando estás cerca de él, tu buen ángel se sobrecoge de espanto, como si estuviera dominado. Así, abre un espacio suficiente entre los dos.Menas.

ANTONIO
No me hables más de eso.

ADIVINO
No hablo de ello más que a ti y no hablaré sino cuando me sea preciso hablar te en persona de este asunto. A cualquier juego que juegues con él, ten la evidencia de perder; por su suerte natural, te vence contra todas las probabilidades. Tu resplandor se ensombrece cuando brilla junto a ti. Te lo repito, tU buen genio teme ser doblegádo cuando él se te aproxima; pero una vez que ha partido, vuelve a ser noble.

ANTONIO
Vamos, vete. Di a Ventidio que quisiera hablarle. (Sale el Adívíno). Irá a Partia. Este hombre ha dicho la verdad, sea en virtud de su arte o por casualidad. Los mismos dados obedecen a César, y en nuestros recreos, mi destreza superior sucumbe ante su suerte. Si extraemos al albur, es él quien gana; sus gallos consiguen siempre la victoria en su lucha con los míos, y sus codornices baten siempre a las mías contra todas las eventualidades y las echan fuera del circo. Iré a Egipto. Aunque contraiga este matrimonio por tener paz, es en Egipto donde está mi placer. (Entra Ventidio). ¡Oh! Venid, Ventidio. Es necesario que marchéis al país de los Partos. Vuestro mandato está extendido. Seguidme y lo recibiréis.

(Salen).


Escena cuarta
Roma. Una calle.

Entran Lépido, Mecenas y Agripa.

LÉPIDO
Os lo ruego, no os molestéis más. Despachad para reuniros con vuestros generales.

AGRIPA
Señor, Marco Antonio sólo pide el tiempo preciso para besar a Octavia, y enseguida partimos.

LÉPIDO
Pues bien, adiós. Hasta que os vuelva a ver con vuestro uniforme de soldado, que os sentará admirablemente a los dos.

MECENAS
Me doy cuenta exacta del viaje. Estaremos antes que vos en el Monte Miseno, Lépido.

LÉPIDO
Vuestro camino es el más corto. Mis proyectos me harán efectuar largos rodeos. Me llevaréis dos días de ventaja.

MECENAS y AGRIPA

(A la vez). ¡Buen éxito, señor!

LÉPIDO
Adiós.

(Salen).


Escena quinta
Alejandría. Una sala en el palacio.

Entran Cleopatra, Carmiana, Iras, Alejas y gente del séquito.

CLEOPATRA
Hacedme música ..., música; alimento espiritual de los que vivimos del amor.

UNO DEL SÉQUITO
¡Música, pronto!

(Entra Mardián).

CLEOPATRA
No, que no se le llame; vamos a jugar al billar. Ven, Carmiana.

CARMIANA
Me duele el brazo; mejor sería que jugarais con Mardián.

CLEOPATRA
Para una mujer tanto vale jugar con un eunuco como con una mujer. Vamos, ¿queréis jugar conmigo, señor?

MARDIÁN
Haré lo que pueda, señora.

CLEOPATRA
Cuando se muestra buena voluntad, aunque haya insuficiencia, el actor tiene derecho a rogar que se le excuse. No quiero jugar ya. Dadme mi caña de pescar; iremos al río. Y allí, mientras toca la música a lo lejos, traicionaré a los peces de aletas oscuras; mi anzuelo, sumergido, atravesará sus bocas fangosas, y cuando los saque, me imaginaré que cada uno de ellos es un Antonio y le diré: ¡Ah, ja, estáis atrapado!

CARMIANA
Lo pasamos muy bien el día en que hicisteis apuestas a quién pescaría más, y en que vuestro buzo adhirió al anzuelo de Antonio un pescado salado, que sacó del agua con verdadera ilusión.

CLEOPATRA
Aquel día -¡oh qué tiempo aquél!- me reí para hacerle perder la paciencia; y por la noche, me reí para calmársela; y a la mañana siguiente, antes de la hora de nona, le embriagué hasta hacerle meter en la cama; entonces le puse encima mis vestidos y mis abrigos, mientras me ceñí su espada filipense. (Entra un mensajero). ¡Oh, un mensajero de Italia! Relléname con tu provisión de noticias mis oídos, tanto tiempo vacíos de ellas.

MENSAJERO
Señora, señora ...

CLEOPATRA
¿Ha muerto Antonio? ... Si es eso lo que me dices, villano, matas a tu ama. Pero si vienes a decirme que goza de buena salud y está libre, si así me lo describes, aquí tienes oro, y aquí un beso de mis venas de sangre azul de la más pura; una mano que los reyes han tocado con sus labios y besado temblorosos.

MENSAJERO
Primero, señora, goza de buena salud.

CLEOPATRA
Pues bien, aquí tienes ya el oro. Pero, granuja, atención; tenemos costumbre de decir que los muertos gozan de buena salud. Si hay que entender así tus palabras, este oro que te doy lo haré fundir y verter por tu garganta, órgano de desgracia.

MENSAJERO
Buena señora, escúchame.

CLEOPATRA
Bien, sigue, te escucharé; pero tu semblante no augura nada bueno. Si Antonio está libre y en buena salud, ¿a qué viene esa fisonomía desencajada para proclamar tan buenas noticias? Si no va bien, debieras venir como una furia coronada de serpientes, y no como un hombre de sangre fría.

MENSAJERO
¿Me haréis el favor de escucharme?

CLEOPATRA
Anda, dan ganas de pegarte antes de oírte. Sin embargo, si dices que Antonio vive, que goza de buena salud, que es amigo de César, y no su cautivo, haré caer una lluvia de oro y una granizada de ricas perlas sobre ti.

MENSAJERO
Señora, goza de buena salud.

CLEOPATRA
Bien dicho.

MENSAJERO
Y es amigo de César.

CLEOPATRA
Eres un hombre honrado.

MENSAJERO
César y él son más grandes amigos que nunca.

CLEOPATRA
Hazte dar por mí una fortuna.

MENSAJERO
Pero, sin embargo, señora ...

CLEOPATRA
No me gusta ese pero. Atenúa tus buenas palabras precedentes. ¡Fuera ese pero! Ese pero es como un carcelero encargado de hacer avanzar algún malhechor espantoso. Te lo ruego, amigo mío; vierte de una vez en mi oído el paquete de tus noticias, buenas y malas. Es amigo de César, goza de buena salud, dices; y está libre, agregas.

MENSAJERO
¡Libre, señora! No, no he mencionado nada semejante. Está ligado a Octavia.

CLEOPATRA

¿Por qué vínculo?

MENSAJERO
Por el mejor vínculo del lecho.

CLEOPATRA

Palidezco, Carmiana.

MENSAJERO
Señora, está casado con Octavia.

CLEOPATRA
¡Que la peste más maligna caiga sobre ti! (Le pega).

MENSAJERO
Buena señora, tened paciencia.

CLEOPATRA
¿Qué decís? ¡Fuera de aquí, horrible villano! (Le golpea de nuevo). O vaya patear tus ojos delante de mí como pelotas; voy a arrancarte los cabellos de la cabeza. (Le maltrata). Serás azotado con un látigo de alambre, revolcado en la sal y cocerás lentamente en salmuera.

MENSAJERO
Graciosa señora, yo traigo las noticias; no he hecho la boda.

CLEOPATRA
Di que no es así, y te daré una provincia, una fortuna espléndida. Los golpes que has recibido bastarán para que te perdone por haberme encolerizado, y te concederé, además, cualquier don que tu condición humilde pueda mendigarme.

MENSAJERO
Se ha casado, señora.

CLEOPATRA
Bribón, ya has vivido demasiado tiempo. (Saca un puñal).

MENSAJERO
¡Oh! Entonces voy a ponerme a salvo. ¿Qué pretendéis, señora? No he cometido ofensa alguna.

(Sale).

CARMIANA
Mi buena señora, conteneos; ese hombre es inocente.

CLEOPATRA
Hay inocentes que no se escapan de los rayos. ¡Que Egipto se hunda en el Nilo! ¡Y que todas las criaturas bienhechoras se cambien en serpientes! Llamad a ese esclavo. Aunque esté loca, no le morderé. Llamadle.

CARMIANA
Teme venir.

CLEOPATRA
No le haré daño. (Sale Carmiana). Se envilecerían estas manos si pegaran a un inferior, cuando no tengo otro motivo que el que me he dado yo misma. (Vuelven a entrar Carmiana y el mensajero). Venid aquí, señor. Aunque sea honrado, nunca es bueno traer malas noticias. Dad un ejército de lenguas a las buenas noticias; pero las malas nuevas dejad que se relaten ellas mismas haciéndose sentir.

MENSAJERO
He cumplido mi deber.

CLEOPATRA
¿Se ha casado? No te puedo odiar más de lo que te odio, si me dices todavía sí.

MENSAJERO
Se ha casado, señora.

CLEOPATRA
¡Los cielos te confundan! ¿Aún te atreves a persistir?

MENSAJERO
¿Habría de mentir, señora?

CLEOPATRA
¡Oh! Quisiera que hubieses mentido, aun cuando la mitad de mi Egipto hubiera de sumergirse y transformarse en una cisterna de serpientes escamosas. Anda, retírate de aquí. Aunque tuvieras realmente el rostro de Narciso, me aparecerías, en verdad, repugnante. ¿Se ha casado?

MENSAJERO
Imploro perdón de Vuestra Alteza.

CLEOPATRA
¿Está casado?

MENSAJERO
No toméis a ofensa lo que no digo para ofenderos. Castigadme por ejecutar lo que vos misma me ordenáis me parece muy injusto. Está casado con Octavia.

CLEOPATRA
¡Oh! ¡Así el cielo hubiese hecho de ti, por su falta, un bellaco, que no lo eres! ¡Cómo! ¿Estás seguro de ello? Parte de aquí. Las mercancías que me has traído de Roma son demasiado caras para mí! ¡Ojalá se te queden en los brazos y te arruinen!

(Sale el mensajero).

CARMIANA
Paciencia, buena Alteza.

CLEOPATRA
Al elogiar a Antonio he denigrado a César.

CARMIANA
Varias veces, señora.

CLEOPATRA
Ya estoy pagada. Condúceme fuera de aquí; me desmayo. ¡Oh, Iras, Carmiana! ... ¡Bah! Poco importa. Ve a encontrar a ese muchacho, mi buen Alejas; ordénale que te describa la persona de Octavia; que te informe sobre su edad, sus inclinaciones y que no olvide el color de su cabellera. Tráeme la respuesta acto seguido. (Sale Alejas). Que parta para siempre ... Pero no, que no parta ... ¡Carmiana! ... Aunque está pintado por un lado como una Gorgona, por el otro es un Marte. (A Mardián). Ordenad a Alejas que me traiga los informes acerca de la estatura de ella. Ten compasión de mí, Carmiana, pero no me hables. Llévame a mi habitación.

(Salen).


Escena sexta
Cerca de Miseno.

Trompetería. Entran, por un lado, Pompeyo y Menas, con tambores y trompetas; por el otro, César, Antonio, Lépido, Enobarbo, Mecenas, con soldados en marcha.

POMPEYO
Tengo vuestros rehenes; vosotros tenéis los míos; podemos, pues, conferenciar antes de combatir.

CÉSAR
Es de absoluta conveniencia que nos pongamos primero al habla, y por eso nos hemos hecho preceder por nuestras proposiciones escritas; si las has meditado, haznos saber si volverá tu espada descontenta a la vaina y se restituirá a Sicilia toda esa juventud valerosa que, en caso contrario, habrá de perecer aquí.

POMPEYO
¡Salud a vosotros tres, únicos senadores de este vasto universo, principales agentes de los dioses! No comprendo por qué le habían de faltar a mi padre vengadores, teniendo un hijo y amigos; puesto que Julio César, cuyo fantasma visitó al bueno de Bruto en Filipos, os vio en el mismo Filipos trabajar por vengarle. ¿Qué impulsó al débil Casio a conspirar? ¿Qué animó a Bruto, que era un honrado romano, estimado por todos, en compañía de los otros cortesanos armados de la seductora libertad, a ensangrentar el Capitolio? ¿No era vuestro deseo que un hombre no fuese más que un hombre? Pues he ahí la razón que me ha hecho equipar una flota que haga espumajear al océano embravecido bajo su peso, de la que pretendo servirme para castigar la ingratitud que la perversa Roma ha mostrado con mi noble padre.

CÉSAR
Haced lo que os plazca.

ANTONIO
No puedes asustarnos con tus navíos, Pompeyo; te haremos frente en el mar. En tierra ya sabes que te hallas lejos de poder medirte con nosotros.

POMPEYO
En tierra, estás lejos de contender conmigo con todo el valor de la casa de mi padre; esto es lo cierto. Pero puesto que el cuchillo no hace su popio nido, quédate allá todo el tiempo que puedas.

LÉPIDO
Haced el favor de decirnos (pues esas recriminaciones nada tienen que ver con el objeto de nuestra reunión), cómo tomáis las ofertas que os hemos enviado.

CÉSAR
Éste es el punto.

ANTONIO
No se te suplica que las aceptes, sino que veas si valen la pena de ser aceptadas.

CÉSAR
Y de considerar lo que ocurriría si buscaras una más alta fortuna.

POMPEYO
Me habéis ofrecido Sicilia y Cerdeña a condición de limpiar todo el mar de piratas; además, tendré que enviar unas tantas medidas de trigo a Roma; y una vez retribuido el acuerdo a este respecto, retirarnos con nuestras espadas sin mellas y nuestros escudos sin abolladuras.

CÉSAR, ANTONIO y LÉPIDO
Ése es nuestro ofrecimiento.

POMPEYO
Sabed, pues, que vine ante vosotros decidido a aceptar ese ofrecimiento. Pero Marco Antonio me ha causado alguna molestia. Aunque aminore el mérito de esta acción refiriéndola, habéis de saber que cuando César y vuestro hermano se hallaban en lucha, vuestra madre vino a Sicilia y encontró allí una cordial bienvenida.

ANTONIO
Lo he sabido, Pompeyo, y estoy dispuesto a expresaros las gracias infinitas que os debo.

POMPEYO
Dadme vuestra mano. No esperé encontraras aquí, señor.

ANTONIO
Los lechos son duros en Oriente; pero he de daros muchas gracias por haberme reclamado aquí más de lo que era mi designio; he ganado con esta vuelta.

CÉSAR
Estáis cambiado desde la última vez que os vi.

POMPEYO
Bien; no sé qué modificaciones haya podido hacer a mi semblante la áspera fortuna; pero lo que sé bien es que no entrará en mi lecho para hacer de mi corazón un vasallo.

LÉPIDO
Sed bienvenido.

POMPEYO
Lo espero, Lépido. Así, estamos de acuerdo. Pido que nuestro convenio se escriba y selle entre nosotros.

CÉSAR
Es lo primero que hay que hacer.

POMPEYO
Hagamos el trato los unos con los otros antes de separarnos; saquemos a la suerte quién comenzará.

ANTONIO
Seré yo, Pompeyo.

POMPEYO
No, Antonio; aceptad la decisión de la suerte. Pero venga la primera o la última, vuestra exquisita cocina egipcia logrará la victoria. He oído decir que los festines de aquel país hicieron engordar demasiado a Julio César.

ANTONIO
Os han informado demasiado.

POMPEYO
Mis intenciones son puras.

ANTONIO
Y puras también, señor, las palabras con que las desarrolláis.

POMPEYO
Pues sí, me informaron bastante, y oí decir que Apolodoro había llevado ...

ENOBARBO
Basta ya; la llevó.

POMPEYO
¿El qué, me hacéis el favor?

ENOBARBO
A cierta reina a César en un colchón.

POMPEYO
Ahora te reconozco. ¿Cómo te va, soldado?

ENOBARBO
Bien, y continuará yéndome aún mejor, pues me doy cuenta que hay cuatro festines en perspectiva.

POMPEYO
Permíteme que te dé un apretón de manos; no te he odiado jamás. Te he visto combatir y he admirado tu valentía.

ENOBARBO
Señor, nunca os quise mucho; pero he cantado vuestras alabanzas en ocasiones en que merecíais diez veces más elogios de los que yo os hacía.

POMPEYO
Sé franco a tu placer; eso no te va mal del todo. Os invito a todos a bordo de mi galera. ¿Queréis pasar adelante, señores?

CÉSAR, ANTONIO y LÉPIDO
Enseñadnos el camino, señor.

POMPEYO
Venid.

(Salen todos, excepto Enobarbo y Menas).

MENAS
(Aparte). Su padre, Pompeyo, no habría hecho jamás esta alianza. (A Enobarbo). Nosotros nos hemos conocido, señor.

ENOBARBO
En el mar, creo.

MENAS
Sí, señor.

ENOBARBO
Os habéis comportado bien en el mar.

MENAS
Y vos en la tierra.

ENOBARBO
Alabaré a todo hombre que me alabe, aunque no pueda negar lo que he hecho en la tierra.

MENAS
No más que lo que he hecho en el mar.

ENOBARBO
Perdón, podéis negar algo para vuestra propia seguridad. Habéis sido un gran ladrón en el mar.

MENAS
Y vos en la tierra.

ENOBARBO
Aquí niego mis servicios en tierra. Pero dadme vuestra mano, Menas. Si nuestros ojos fueran magistrados podrían sorprender aquí dos ladrones abrazándose.

MENAS
Los rostros de todos los hombres son sinceros, sean cuales fueren sus manos.

ENOBARBO

Pero una mujer bonita no siempre tiene el rostro sincero.

MENAS
No hay maledicencia; roban los corazones.

ENOBARBO
Venimos aquí a combatir con vosotros.

MENAS
Por mi parte, siento que las cosas se hayan trocado en hablar. Pompeyo ha despedido su fortuna, riendo.

ENOBARBO
Si es así, de seguro que no la recuperará llorando.

MENAS
Decís mucha verdad, señor. No esperábamos ver aquí a Marco Antonio. Decidme, os lo ruego, ¿está casado con Cleopatra?

ENOBARBO
La hermana de César se llama Octavia.

MENAS
Es verdad, señor; era mujer de Cayo Marcelo.

ENOBARBO
Pero ahora es esposa de Marco Antonio.

MENAS
¿Qué estáis diciendo, señor?

ENOBARBO
La verdad.

MENAS
¿Entonces César y él están unidos para siempre?

ENOBARBO
Si estuviese obligado a predecir sobre esta unión, no profetizaría así.

MENAS
Pienso que la política habrá tenido más participación en esa boda que el amor de los cónyuges.

ENOBARBO
Lo mismo pienso yo. Pero veréis cómo el lazo que parece estrechar su amistad será el cordón mismo que la estrangule. Octavia es piadosa, fría, de trato apacible.

MENAS
¿Quién no quisiera que su mujer fuese así?

ENOBARBO
Quien tiene cualidades contrarias, como es el caso de Marco Antonio. Volverá a su plato egipcio. Entonces los suspiros de Octavia atizarán el fuego en el corazón de César, y así, como os he dicho, ese matrimonio, que es la fuerza de su unión, pasará a ser el autor inmediato de su división. Antonio persistirá en su cariño. No se ha casado aquí sino por un motivo de interés.

MENAS
Muy bien puede ser. ¿Vamos, señor? Tengo un brindis que ofreceros.

ENOBARBO
Le aceptaré, señor; hemos entrenado a nuestros gaznates en Egipto.

MENAS
Vamos, partamos.(Salen).


Escena séptima
A bordo de la galera de Pompeyo, cerca de Miseno.

MÚsica. Entran dos o tres criados con un postre.

PRIMER CRIADO
Van a venir aquí, amigo. Las plantas de los pies de algunos están ya muy desarraigadas; el menor viento que sople en el mundo las derribará.

SEGUNDO CRIADO
Lépido está muy colorado.

PRIMER CRIADO
Le han hecho beber lo que ellos no querían ya.

SEGUNDO CRIADO
Cuantas veces se pican en su amor propio, les grita: ¡Basta!, los reconcilia con sus exhortaciones y él se reconcilia con el vino.

PRIMER CRIADO
Pero eso no hace más que provocar una guerra mayor entre él y su prudencia.

SEGUNDO CRIADO
¡Por Dios! He ahí lo que es tener su nombre metido en la sociedad de los grandes hombres; mejor quisiera tener un rosal del que pudiera servirme, que una partes ana que no lograse levantar.

PRIMER CRIADO
Ser llamado a una esfera superior, sin que en ella se os vea moveros, es como tener agujeros allí donde debiera haber ojos, lo que es estropear lastimosamente la cara.(Toque de trompetas. Entran César, Antonio, Lépido, Pompeyo, Agripa, Mecenas, Enobarbo, Menas y otros capitanes).

ANTONIO
He aquí cómo proceden, señor. Miden la crecida del Nilo por ciertas escalas sobre las Pirámides; según la ola es alta, baja o media saben lo que va a venir: la miseria o la abundancia. Cuanto más sube el Nilo, más grandes son sus promesas. Cuando el reflujo, el sembrador echa su grano en el limo y el fango, y poco después viene la siega.

LÉPIDO
Tenéis extrañas serpientes en aquel país.

ANTONIO
Sí, Lépido.

LÉPIDO
Ved, vuestra serpiente de Egipto se engendra del barro por la acción del sol. Lo mismo vuestros cocodrilos.

ANTONIO
Efectivamente.

POMPEYO
Sentémonos ... y venga el vino. ¡A la salud de Lépido!

LÉPIDO
No me encuentro tan bien como quisiera, pero jamás me dejaré quedar fuera de un brindis.

ENOBARBO
No sin que antes hayáis dormido al menos; mucho me temo que no os quedéis dentro sin salir.

LÉPIDO
Sí, por cierto; he oído decir que las pirámides de los Ptolomeos son unas cosas estupendas; sin contradicción, lo he oído decir.

MENAS
(Aparte a Pompeyo). Pompeyo, una palabra.

POMPEYO
(Aparte a Menas). Dímela al oído. ¿De qué se trata?

MENAS
(Aparte a Pompeyo). Abandona tu sitio, por favor, capitán, y escúchame una palabra.

POMPEYO
(Aparte a Menas). Espera unos minutos ... ¡Este brindis es por Lépido!

LÉPIDO
¿Qué especie de ser es vuestro cocodrilo?

ANTONIO
Tiene exactamente la forma que tiene, señor; es tan ancho como su anchura; tan alto como su altura lo permite, y se mueve por sus propios órganos. Vive de lo que le nutre, y cuando los elementos que le componen se disuelven, transmigra.

LÉPIDO
¿De qué color es?

ANTONIO
De su propio color.

LÉPIDO
¡Es una serpiente extraña!

ANTONIO
Sí, y sus lágrimas son húmedas.

CÉSAR
¿Le satisfará esa descripción?

ANTONIO
Sí, con el brindis que le dedica Pompeyo, o será un verdadero Epicuro.

POMPEYO
(Aparte a Menas). ¡Andad a que os ahorquen, señor, andad a que os ahorquen! ¿Hablarme de eso? ¡Basta! Haced lo que os he ordenado. ¿Dónde está esa copa que he pedido?

MENAS
(Aparte a Pompeyo). Si te dignas escucharme en consideración a mis servicios, levántate de tu asiento.

POMPEYO
(Aparte a Menas). Creo que estás loco. ¿Qué ocurre?

(Se levanta y da algunos paseos con Menas).

MENAS
Siempre he tenido que descubrirme ante tu suerte.

POMPEYO
Siempre me has servido con mucha fidelidad. ¿Qué otra cosa tienes que decirme? ¡Ánimo, señores!

ANTONIO
Tened cuidado con estas arenas movedizas, Lépido; retiraos de ellas, pues os hundiréis.

MENAS
¿Quieres ser dueño del mundo entero?

POMPEYO
¿Qué dices?

MENAS
¿Quieres ser dueño del mundo entero? Por segunda vez te hago la pregunta.

POMPEYO
¿Cómo podría serlo?

MENAS
Haz solamente lo que voy a decirte, y aunque me supongas pobre, te daré el mundo entero.

POMPEYO
¿Te has embriagado?

MENAS
No, Pompeyo, me he abstenido de las copas. Eres, si te atreves, el Júpiter terrestre. Todo lo que abraza el océano, todo lo que el cielo cubre, es tuyo, si quieres.

POMPEYO
Muéstrame cómo.

MENAS
Esos tres copartícipes del mundo, esos tres asociados están en tu navío. Déjame cortar el cable, y luego, cuando nos hallemos en alta mar, cortémosles el pescuezo, y entonces todo será tuyo.

POMPEYO
¡Oh! ¡Debiste hacerlo y no decírmelo! En mí fuera una villanía, en ti hubiese sido un buen servicio. Debes saber que no es mi interés el que sirve de guía a mi honor, sino mi honor el que dirige mi interés. Arrepiéntete de haber dejado a tu lengua traicionar tu intención. Si la hubieses ejecutado sin yo saberlo, la hubiera aplaudido más tarde; pero, al presente, debo condenarla. Renuncia a ella y vamos a beber.(Vuelve con sus invitados).

MENAS
(Aparte). Después de esta repulsa, no quiero seguir más tu suerte en declive!: ¡Quien busca y no toma cuando se le ofrece, no encontrará jamás!

POMPEYO
¡A la salud de Lépido!

ANTONIO

Llevadle a tierra. Haré la razón por él, Pompeyo.

ENOBARBO
¡A tu salud, Menas!

MENAS
¡A tu felicidad, Enobarbo!

POMPEYO
Llenad la copa hasta los bordes.

ENOBARBO
(Señalando con el dedo a la gente que llevan a Lépido). He ahí un vigoroso camarada, Menas.

MENAS
En ese caso, bebe para aumentar la velocidad del torbellino.

ENOBARBO
¿Por qué?

MENAS
Lleva a cuestas la tercera parte del mundo, amigo. ¿No lo ves?

ENOBARBO
Entonces el tercio del mundo está beodo. Quisiera que lo estuviese todo entero, a fin de que rodara más fácilmente.

MENAS
Con mucho gusto.

POMPEYO
Esto no es aún una fiesta de Alejandría.

ANTONIO
Comienza a aproximársele. ¡Ea, chocad las copas! ¡A la salud de César!

CÉSAR
Puedo pasarme sin ello. Es un trabajo monstruoso; cuanto más lavo mi cerebro, más turbio está.

ANTONIO
Hay que hacer frente a las circunstancias.

CÉSAR
Pues bien, dedicadme ese brindis; yo te corresponderé. Pero me hubiera gustado más ayunar cuatro días que beber otro tanto en uno solo.

ENOBARBO
(A Antonio). ¡Ah, mi bravo emperador! ¿Danzaremos ahora las bacanales egipcias y celebraremos nuestra borrachera?

POMPEYO
Hagámoslo, bravo soldado.

ANTONIO
Vamos, tomémonos todos las manos hasta que el vino vencedor haya adormecido nuestros sentidos en un dulce y delicado Leteo.

ENOBARBO
Tomaos todos de la mano. Atronad nuestros oídos con una música ruidosa. Mientras suena, os acomodaré; luego el niño cantará, y cada uno entonará una cancioncilla tan fuerte como se lo permitan sus pulmones.(Suena la mÚsica. Enobarbo les junta las manos).

Canción

¡Ven, oh tú, monarca del vino,
Baco mofletudo de ojos guiñadores!
¡Que nuestras preocupaciones, se ahoguen en tus cubas!
¡Que tus racimos coronen nuestras cabelleras!

TODOS
¡Viértenos hasta que el mundo gire! ¡Viértenos hasta que el mundo gire!

CÉSAR
¿Para qué más? Pompeyo, buenas noches. Mi buen hermano, permitid que os lleve. Esta ligereza avergüenza a nuestros graves asuntos. Amables señores, separémonos. Ved cómo nuestras mejillas están encendidas. El vigoroso Enobarbo es más débil que el vino, y mi propia lengua poda lo que dice; esta orgía salvaje nos ha puesto a todos casi grotescos. ¿Qué necesidad tenemos de más? Buenas noches Vuestra mano, mi buen Antonio.

POMPEYO
Voy a acompañaros a tierra.

ANTONIO
Aceptado, señor. Dadnos vuestra mano.

POMPEYO
¡Oh, Antonio, poseéis la casa de mi padre! Pero ¿qué importa? Somos amigos. Bajemos al bote.

ENOBARBO
Cuidado con caer. (Salen César, Pompeyo, Antonio y gente de sus séquitos). Menas, no quiero ir a tierra.

MENAS
No, venid a mi camarote. ¡Adelante tambores, trompetas, flautas! ¡Vamos, que oiga Neptuno el adiós ruidoso que deseamos a estos grandes compañeros! ¡Tocad y que os ahorquen! ¡Tocad como es debido!

(Trompetería con tambores).

ENOBARBO
¡Bravo, mi gorro en alto!

MENAS
¡Bravo! ¡venid, noble capitán!

(Salen).

Índice de Antonio y Cleopatra de William ShakespearePRIMER ACTOTERCER ACTOBiblioteca Virtual Antorcha