Índice de El anillo del Nibelungo de Richard WagnerCAPÍTULO TERCEROBiblioteca Virtual Antorcha

EL ANILLO DEL NIBELUNGO

RICHARD WAGNER

CAPÍTULO CUARTO

EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES



En las rocas más empinadas de la montaña, envueltas en la sombra de la noche, hilan las Parcas el destino de los dioses y de los hombres. La más anciana está tendida bajo un pino de anchurosa copa y al mirar a lo lejos pregunta por un extraño resplandor que divisa. La más joven responde que es Loge con su ejército de llamas rodeando la roca sagrada.

La noche, acurrucada bajo el cielo, tarda en desperezarse. Las tres Parcas cantan e hilan. La más anciana ata una cuerda de oro a una rama de pino y mientras hila, canta:

- Un día hilaba al pie del fresno del inundo bajo su ramaje, junto a un arroyo cristalino. Un dios atrevido se acercó a beber a la fuente y la osadía le costó un ojo; entonces Wotan rompió una rama del fresno y se hizo el asta de una lanza. Herido el árbol secó su follaje y sus ramas y la fuente dejó de manar. Canta ahora tú, hermana; sabes lo que ha de suceder. Ahí va la cuerda.

La segunda Parca enrosca la cuerda alrededor de una piedra a la entrada de una gruta y canta:

- Wotan grabó las runas en el asta de su lanza y con ésta dominó al mundo. Un joven héroe la quebró en pedazos y así destrozó el contrato sagrado. Wotan ordenó, entonces, a los héroes del Walhalla que destrozaran las ramas secas y el tronco del fresno del mundo. Cayó el fresno y la fuente cesó de manar. Canta, hermana, ¿sabes lo que ocurrirá?

Y la tercera Parca recoge la cuerda y arroja tras sí uno de los extremos mientras canta:

- Wotan está sentado en su sala del palacio construido por los gigantes, rodeado de héroes y de dioses. Amontonada está la madera del que fuera fresno del mundo. Si llega a arder, habrá llegado el momento del fin de la eternidad de los dioses. Seguid hilando, hermanas.

Recogen la cuerda y la más anciana la ata a la rama. Vuelve a creer que amanece y como no acierta a distinguir lo pasado, pregunta por la suerte de Loge. La segunda Parca le responde que el poder de Wotan le obligó a rodear de fuego la roca de Brunilda; la tercera agrega que los pedazos de la destrozada lanza se los hundió en el pecho Wotan, brotando de la herida un fuego devorador, en el cual arrojó el dios las astillas del fresno del inundo.

Si buen hilando las Parcas y la cuerda va y viene; pero la segunda se da cuenta de que se enrosca con dificultad en la roca y canta:

- Los bordes de la piedra cortan la cuerda; los hilos no se alargan y el tejido está enredado. Envidioso, lo roe el anillo del Nibelungo y la maldición de la venganza destroza las hebras de mi labor.

La tercera Parca recoge precipitadamente la cuerda y la halla demasiado floja. No le bastará para señalar el Norte; tendrá que tirar de ella. Y al hacerlo la cuerda se rompe en el medio. Las Parcas asustadas se unen entre sí y se ciñen con los pedazos de la cuerda.

La noche ha ido poco a poco develándose y el claro día irrumpe por sobre las montañas.

- ¡Se acabó el sabor eterno! -dicen quejumbrosas las Parcas-. ¡Nada podemos anunciar al mundo! ¡Bajemos al seno de nuestra madre! -y descienden en busca de Erda.

Con la aurora naciente, Sigfrido y Brunilda salen de la gruta. Brunilda lleva su caballo de la brida y lamenta tener que abandonarlo. Ha perdido su condición divina y, con ella, su sabiduría; pero le queda el amor. Ruega al joven que no la olvide en sus andanzas por el mundo.

Sigfrido promete vivir para y por Brunilda, y como símbolo de su fidelidad le regala el anillo mágico que arrancara de los tesoros del dragón después de matarlo tras ruda lucha.

Narra a Brunilda su hazaña y su júbilo extraño al darse cuenta que entendía el lenguaje del pájaro guía. Brunilda, en cambio de su obsequio, le regala su corcel, el mismo con el cual cabalgaba sobre las nubes llevando los héroes muertos en combates. Por donde vaya, Grane lo conducirá impávido; a través del fuego, del agua, de la tormenta, del bosque.

Sigfrido quiere marchar en pos de hazañas heroicas llevando el amor y el recuerdo de Brunilda consigo; la joven lo anima y le promete aguardar su regreso victorioso.

- ¡Salud a ti, Brunilda! ¡Estrella luminosa!

- ¡Salud a ti, Sigfrido! ¡Luz vencedora!

Y en la mañana transparente se recorta la figura hermosa del joven héroe que se pierde en la lejanía llevando al caballo de la brida. A la distancia se despide haciendo sonar su bocina de plata; y los valles repiten agrandado el eco.

Lejos, el Rhin corre presuroso hacia el mar. Aguas arriba, sobre altas rocas y frente a bosques tupidos que bordean las márgenes, se alza la vieja morada de los Guibijundos. En su sala de armas rodean una mesa los dueños de la casa: Gunther, Gutruna y Hagen.

Hagen elogia la propiedad de su hermano Gunther, mientras éste alaba su ciencia. Hagen les dice a sus hermanos que los encuentra en edad y en condiciones de casarse; y ante la sorpresa de ellos les propone matrimonio con dos seres extraordinarios. Para Gunther, la más bella de las mujeres; para Gutruna, el más valiente de los héroes.

Cuenta a Gunther que sabe de una hermosa mujer que duerme en una roca circundada de alto luego inaccesible; sólo un héroe que no conozca el miedo podrá arrancada de su extraña prisión. Tal mujer debe ser para Gunther y tal héroe para Gutruna. Pero, aducen sus hermanos, ¿cómo podrá conseguirse que el héroe ame a Gutruna y la joven a Gunther?

Hagen da a conocer los nombres: Sigfrido es el más osado de los héroes, y Brunilda es la mujer que espera ser salvada de las llamas. Y ante el asombro temeroso de sus dos hermanos, Hagen planea la forma de destruir lo que el valor y el amor han creado naturalmente. Y la insidia se afirma y crece con la sugerencia que Hagen hace a su hermano Gunther, de que invite a Sigfrido a su castillo, pues se sabe que el héroe navega a lo largo del Rhin en busca de hazañas y en alas de un amor.

Al ser huésped de la morada de los Guibijundos, puede Gutruna darle a beber un brebaje que le haga olvidar su amor por Brunilda y, en cambio, amarla a ella. De ese modo ambos hermanos podrán cumplir sus deseos uniendo sus vidas con la más bella mujer y el más valiente de los héroes.

Remontando el Rhin y abriendo un surco trémulo avanza una embarcación; de pie en ella va un hombre de erguida y noble planta y un caballo de guerrero. El sol ilumina el casco del hombre y la rubia cabellera que cae sobre los hombros; las barrancas del río repiten el eco de su jubiloso canto de guerra. Es Sigfrido que viaja por el Rhin, embriagado por el recuerdo de su amor, decidido su ánimo para lograr hechos heroicos.

La luz del mundo, la alegría de los pájaros, el rumor de las aguas, el temblor del viento y el susurro de las hojas acompañan el paso del héroe con una sinfonía de matices sutiles. El canto del hombre llena el ámbito y la naturaleza se sume en silencio para recogerlo.

Cuando la embarcación llega frente a la casa de los Guibijundos, los hermanos miran el paso de Sigfrido por el río; Hagen, desde la orilla, llama al viajero.

- ¿Dónde vas, héroe insigne?

- A buscar al poderoso hijo de Guibij.

- Te ofrezco su morada -responde Hagen-. ¡Atraca aquí!

Gira Sigfrido su embarcación y salta a tierra con su caballo. Gutruna ha visto al héroe desde lejos e impresionada por su apostura escapa a su habitación. Sigfrido pregunta por el famoso Guibijundo cuya fama oyó mentar a todo lo largo de su viaje por el Rhin.

- ¡Yo soy! -dice Gunther.

- Desde muy lejos, en el Rhin, oí alabar tus hechos. Vengo a combatir contigo o a ofrecerte mi amistad.

Gunther ofrece su amistad y su morada; sus bienes, sus tierras, sus vasallos y aun su persona.

Sigfrido acepta y ofrece lo único que posee: su persona y su espada.

Pero Hagen le recuerda que posee el tesoro del nibelungo, respondiendo el héroe que todo ello lo dejó abandonado en una gruta, llevando con él solamente el casco, cuya virtud ignora. Entonces Hagen le hace conocer el mágico poder del casco; con él puede adoptar cualquier forma y trasladarse donde quiera. Le pregunta luego por el anillo, respondiendo el héroe que una mujer sublime lo guarda consigo.

En tal instante aparece Gutruna trayendo un cuerno lleno de licor; ante el héroe expresa su bienvenida. Sigfrido bebe dedicando un pensamiento previo a Brunilda y a su amor; es su primera libación y en ella jura amarla para siempre. Pero después de haber probado el brebaje se siente transformado; una súbita pasión por Gutruna lo domina y bajo su impulso, irreflexiblemente, pide a Gunther se la ceda por esposa. Ante tal petición el Guibijundo le habla de una mujer que le aguarda dormida en una roca y cercada por el fuego; su nombre es Brunilda. El héroe parece recordar algo, pero el licor bebido le impide tener clara su mente. Sólo atina a prometer, cuando Gunther le habla de la barrera llameante que no podrá pasar, que él, el héroe invencible, la atravesará y traerá la mujer al Guibijundo, siempre que le conceda a Gutruna. No le será difícil; utilizará el poder mágico de su casco, tal como se lo enseñara Hagen.

Sigfrido y Gunther sellan el pacto de la amistad haciéndose una cortadura en sus brazos y mezclando la sangre en una vasija y luego bebiéndola. Unidos quedan, entonces, en fraternal amor; si uno de los dos rompe el juramento, la sangre bebida brotará a torrentes de su pecho.

Hagen no ha querido tomar parte en el juramento; su diabólico plan lo anima en todo momento. y es tal la ansiedad que el brebaje provoca en Sigfrido que quiere partir de inmediato para conquistar a la mujer que duerme dentro de un círculo de fuego y cedérsela a Gunther; Gutruna debe ser el premio a su hazaña.

Hagen y Gutruna ven partir a los dos guerreros y mientras la mujer corre a su cuarto llena de alegría, Hagen medita en los hechos consumados y se prepara para apoderarse del anillo del nibelungo que arrancará a Brunilda.

La joven desposada permanece aún en la gruta de donde viera partir a Sigfrido; pasa sus horas en la espera mirando de vez en cuando el anillo, regalo del héroe. En un momento dado siente el lejano galope de un caballo que poco a poco va acercándose. Un instante después oye la voz de su hermana, la walkyria Waltrauta.

- ¡Brunilda, hermana! ¿Duermes o estás despierta?

Y Brunilda corre a su encuentro con alegría. Supone que sólo por cariño a ella ha podido quebrantar la prohibición de verla impuesta por Wotan. Y con exaltación le habla de su felicidad presente.

- ¡El héroe más valiente me ha hecho su esposa! ¿Deseas mi suerte? ¿Quieres compartir mi dicha? -le pregunta.

- Otra cosa ha sido lo que me ha obligado en mi angustia a buscarte, desobedeciendo a Wotan.

Y muy preocupada le cuenta que desde que se separó de Brunilda, Wotan no las conduce al combate; no quiere encontrarse con los héroes del Walhalla. Solo y sin descanso viaja por el mundo a caballo. Una vez llegó con su lanza rota y, entonces, ordenó derribar el fresno del mundo y amontonar en el recinto sagrado los pedazos. Luego convocó a los dioses y a los héroes que acongojados llenaron la estancia. Sentado, sin probar las manzanas de Holda, mudo e inmóvil, mandó a dos de sus cuervos a un largo viaje. Una vez volvieron con buenas noticias; luego otra, y fue la última, y por última vez sonrió el dios eterno. Angustiadas le miraban las walkyrias; una, Waltrauta, se reclinó en su pecho y entonces murmuró el dios:

- Si Brunilda devolviese el anillo a las hijas del Rhin, libertaría al dios y al mundo de su maldición.

La walkyria abandonó la asamblea sin ser vista, montó a caballo y a escape salió en busca de Brunilda. Ya junto a ella le ruega desprenderse del anillo maldito que luce en su mano y devolverlo a las hijas del Rhin.

- ¡Oh!, no sabes lo que para mí representa este anillo -responde Brunilda-. Constituye para mí más que las delicias del Walhalla, más que la gloria de los dioses eternos, porque en él brilla para mí el amor divino de Sigfrido. Ve y dile a los dioses que no lo obtendrán aunque se derrumbe y desaparezca el Walhalla.

E invita a alejarse a su hermana.

- ¡Oh, dolor! -dice Waltrauta-. ¡Desgraciada de ti, hermana! ¡Desgraciados los dioses del Walhalla!

Y sin despedirse de su hermana abandona el lugar y luego se oye el galope de su corcel que se aleja.

Brunilda, de pie en la roca, ve acercarse la noche; el crepúsculo se adensa y su penumbra hace brillar más las llamas que protegen a la joven. En la paz del anochecer se oye clara y distinta la llamada de Sigfrido; sale gozosa a recibirlo.

Un guerrero aparece; atraviesa sin temor las llamas y se adelanta a Brunilda; es Sigfrido con su casco, pero bajo la apariencia de Gunther.

- ¡Brunilda! ¡Hasta aquí vino quien no teme al fuego! ¡Sígueme y sé mi esposa!

- ¡Traición! -grita Brunilda-. ¿Quién eres? Sólo un brujo pudo escalar la piedra. ¡Volando llega un águila a despedazarme! ¿Quién eres tú, horrible aparición? ...

- Gunther, un Guibijundo -responde Sigfrido.

- ¡Wotan, dios cruel! ¡Comprendo ahora tu venganza! -gime Brunilda-. ¡Me entregas al dolor y a la vergüenza!

- Contigo he de desposarme en tu morada -agrega el guerrero.

Grita horrorizada Brunilda y le amenaza con el poder de su anillo. El guerrero se arroja sobre ella y se lo arranca mientras la joven cae rendida por la lucha.

- ¡Ya eres mía, Brunilda, esposa de Gunther! -le dice el guerrero y la obliga a entrar en la gruta con ademán imperioso.

A solas el falso Gunther dice mirando su espada:

- Ahora, Nothung, eres testigo de que honestamente logré a esta mujer guardando fidelidad al hermano.

Y penetra decididamente en la gruta.

El Rhin se ilumina con la luz lunar y las aguas marchan murmujeando a través de las tierras boscosas de la vieja Germania. Aguas arriba, frente a la morada de los Guibijundos, Hagen está dormido en su umbral. Ante él, Alberico, el rey de los nibelungos, se ha aparecido y sentándose le habla así, en sueños:

- ¿Duermes, Hagen, hijo mío?

- Te oigo, enano -responde sin moverse Hagen.

Y el nibelungo con voz cargada de odio le incita a proseguir en su aversión a la alegría y a la gente jovial; de ese modo podrá amarle mejor a él, que es su padre. Luego le cuenta cómo un welsa, de la estirpe de Wotan, ha derrotado al dios y cómo toda la generación de los dioses ve acercarse su próximo fin. La herencia del mundo será de ellos si Hagen le es fiel. El welsa rompió la lanza de Wotan después de vencer al dragón; ante ese héroe se postra el Walhalla y el país de los nibelungos.

Pero ese héroe ignora el valor del anillo que posee; sonríe y sólo vive para el amor. Es necesario recobrar ese anillo, pues ahora lo posee una mujer, Brunilda, y hay que evitar que ella le aconseje que lo devuelva a las ondinas del Rhin. Es preciso que antes lo recobre Hagen. Y el enano hace jurar en sus sueños a Hagen, desapareciendo luego y hundiéndose en las sombras.

Amanece. Las brumas se alejan y brillan las aguas del río a la luz del alba. Abriéndose paso entre los matorrales de la ribera aparece Sigfrido, que llega presuroso en busca de Gutruna. Sale al encuentro Hagen y el joven héroe le cuenta el episodio de los desposorios falsos con Brunilda bajo la apariencia de Gunther, el rapto de la misma a través de las llamas y su entrega al Guibijundo. Anuncia que navegan por el Rhin en dirección a la vieja morada de Gunther y recomienda que se reciba con gran alegría a los desposados. Luego se dirige gozoso en busca de Gutruna. Hagen, de pie en la altura de las rocas que bordean el castillo, hace sonar un cuerno de asta de toro y convoca a los vasallos de Guibij. Desde las cumbres y los llanos empiezan a llegar guerreros armados que averiguan el porqué de la llamada de Hagen.

- Estad sobre aviso; debéis recibir a Gunther que se ha desposado y conduce a su morada a una hermosa mujer. Debéis hacer inmolaciones a los dioses. Vuestros mejores bueyes a Wotan para que vea correr la sangre; ovejas a la diosa Fricka para que haga feliz la unión, y un jabalí al dios de la alegría.

- ¿Qué haremos después de inmolar?

- Tomad los vasos que os ofrecerán hermosas mujeres, llenos de hidromiel, y bebed hasta embriagaros; todo en honor de los dioses y de los desposados.

Se oyen exclamaciones de alegría, fuertes risas y gritos de salutación. Divisase a lo lejos la barca que conduce a Brunilda y a Gunther; cuando está frente a la casa algunos vasallos se lanzan al agua y la amarran. Los otros cruzan las armas, en tanto las mujeres se asoman a la entrada de la casa de los Guibijundos. De ella salen Sigfrido y Gutruna a saludar a Gunther y su esposa, y Brunilda al verlos se siente desfallecer, provocando con ello el asombro de los presentes.

Frente a Sigfrido, en vano intenta Brunilda despertar en él los dormidos recuerdos y sólo oye palabras de alejamiento y de olvido. Pero cuando reconoce en su mano el anillo de los nibelungos que le fuera arrancado en la malhadada noche pasada, por el presunto Gunther, su indignación es tan grande como su desesperación. Con palabras temblorosas exige de Gunther una explicación. Si él se desposó con ella y le arrancó el anillo, ¿cómo es que ahora está en poder de Sigfrido?

Los vasallos oyen las protestas emocionadas de Brunilda y se agrupan amenazantes. Hagen cree llegado el mejor momento y aprovechando la angustiosa actitud de Brunilda, el olvido de Sigfrido y la confusión evidente de Gunther, acusa al joven welsa de traidor y perjuro. Pero los vasallos preguntan a quien se hizo traición y cómo.

Presa de un tremendo dolor y agitada por los sollozos, Brunilda clama a los dioses por la ignominia que sufre; ella, que no se conmovió ante la petición de Waltrauta que le transmitió el oculto deseo de Wotan de que salvara al Walhalla devolviendo el anillo al Rhin, y que se negó a rescatar al mundo de los dioses de su disolución; ella, que condenó a Wotan a morir y que perdió toda su ciencia al desposarse con un mortal, ahora vuelve su rostro desesperado a los divinos seres del walhalla. En vano Gunther intenta calmarla; Brunilda lo rechaza y lo acusa, a su vez, de traidor, de traidor de sí mismo, y ante el estupor de los oyentes confiesa que está desposada con Sigfrido y no con Gunther. Los vasallos y las mujeres se miran asombrados y se indignan cuando Brunilda acusa ahora a Sigfrido de haber faltado al juramento de fidelidad a Gunther. Y ante la exigencia de los guerreros, Brunilda y Sigfrido juran sobre la punta de la lanza de Hagen; Sigfrido afirmando que no faltó al juramento. Brunilda asegurando que fue perjuro.

En medio de la confusión Sigfrido invita a los guerreros a no dejarse llevar por maniobras de mujeres. Los invita a proseguir el banquete y antes de salir, lleno de alegría, con Gutruna, se acerca a Gunther y en voz baja le confiesa el temor de que Brunilda lo haya podido reconocer a pesar del casco mágico.

Brunilda lo ve salir con profunda pena, y Gunther, que no ha podido aclarar nada ante sus vasallos, queda lleno de vergüenza junto a ella y Hagen.

La dolida esposa lamenta su suerte y llora la pérdida de su sabiduría; las llamas de Loge la protegían en la roca aislada de toda decadencia, pero al arrancarla Sigfrido de allí y arrastrarla a la llanura la ha despojado de todo poder divino y convertido en una indefensa mortal. El amor ha perdido a Brunilda; y ella por amor ha condenado a su vez a los dioses.

Al oír sus lamentaciones de abandono y soledad Hagen le ofrece su apoyo para vengar la traición de Sigfrido; sólo con amarga sonrisa recibe tal insinuación Brunilda. ¿Qué mortal podrá abatir la fuerza y la arrogancia del joven héroe? Ella le ha dotado de todos los medios para hacerlo invulnerable; su amor le ha concedido los poderes divinos que ahora le hacen falta a ella. Pero Hagen no ceja; y con insidiosas preguntas obtiene de Brunilda la confesión de un secreto de Sigfrido: tiene su cuerpo un punto vulnerable en la espalda. Pero el welsa jamás ha dado la espalda en ningún combate; entonces, nadie podrá herido de muerte.

- ¡Allí le herirá mi lanza! -dice Hagen-. ¡Ánimo, Gunther!

Pero Gunther se siente abrumado por la pena y el oprobio. ¿Cómo lavar esa afrenta? Brunilda lo acusa de cobardía; ¿acaso no se escondió tras el héroe para conquistar nuevas glorias? El Guibijundo rechaza esta última afrenta; no es ni traidor ni vendido, ni engañador ni engañado. Va a vengar tal ofensa y, entonces, pide el apoyo de su hermano. Y de éste sale la condena decisiva; sólo puede lograrse la salvación con la muerte de Sigfrido, que debe pagar con su sangre el perjurio y la traición. Pero, antes -sugiere la perfidia de Hagen-, hay que arrancarle el anillo.

Un último escrúpulo se alza para Gunther: ¿podrá darse muerte al esposo de Gutruna? ¿Cómo presentarse luego ante ella? Y recién Brunilda se da cuenta dónde reside el mágico poder que ha embelesado y trastornado a su esposo; por ello, pide que también el dolor hiera el corazón de Gutruna con angustia eterna. No hay, pues, obstáculos que se opongan a la decisión de matar a Sigfrido. ¡Que muera!, piden el dolor de Brunilda, la perfidia de Hagen y el oprobio de Gunther. La sentencia ha sido dada. El gozo de Hagen es indecible; será dueño del anillo, y en su embriaguez invoca a su padre Alberico y al nocturno ejército de enanos para cumplir su obra.

La fiesta por la boda de Gutruna prosigue, en tanto; Sigfrido y la nueva esposa aparecen adornados con hojas de encina. La noche cae sobre los bosques y con los suaves tonos del amanecer se apaga la última hoguera y el último grito del festín de los vasallos.

El río estira la cinta plateada de su corriente ondulada. Se levanta la bruna y con ella se eleva la lamentación de las ondinas que lloran el oro robado. Tiempos tristes son los presentes; el lecho del río es oscuro y siniestro.

Las notas alegres de un cuerno de caza llegan hasta las orillas. Sigfrido aparece en la ribera corriendo tras un oso; pero se detiene a contemplar a las ondinas. Las hijas del Rhin elogian su belleza varonil y le piden su anillo. Pero ante su negativa ríen del héroe porque es avaro y porque tiene miedo de su mujer; si no arrojaría el anillo sin titubear. Sigfrido no cree en las palabras de ellas y no les arroja la joya; entonces las ondinas le narran la terrible tradición del anillo y el dolor y la muerte que su posesión ha causado. Tampoco Sigfrido cree en sus amenazas y lanza su desafío al destino. Al verle enajenado huyen horrorizadas las ondinas, cantando su última lamentación ante el obcecado joven que habiendo podido salvarse de la desventura se queda con el anillo. Oye Sigfrido la llamada de los cazadores y en respuesta hace sonar su cuerno. Bajan las barrancas dcl Rhin, Hagen y los cazadores; beben y se echan a descansar. Tendido entre Gunther y Hagen, Sigfrido bebe y cuenta sus hechos. Tentado estuvo de matar dos cuervos que le anunciaron su muerte; luego narra sus proezas juveniles, su vida al lado de Mime, su decisión de forjar de nuevo a Nothung, la lucha con el dragón y, más tarde, su proeza al conquistar a través de una barrera de fuego a una mujer divina, a la que desposó. En ese momento dos cuervos salen de los matorrales y revolotean sobre el héroe; éste se incorpora y los sigue con la mirada sin comprender su anuncio. Y en ese instante, vuelta su espalda a Hagen, recibe el golpe de lanza a traición. Gunther y los cazadores miran aterrorizados mientras Sigfrido se desploma.

- ¡Tomo venganza de un perjuro! -dice, y abandona el lugar.

Gunther, conmovido frente a los vasallos contristados, sostiene a Sigfrido. Un silencio enorme se ha extendido sobre los hombres y la tierra. El héroe agoniza, y en su morir va recobrando su recuerdo y palabras de amor para Brunilda van brotando de su garganta.

- ¡Brunilda, esposa sagrada! ¡Despierta, abre tus ojos! ¡Oh, esos ojos tuyos; quién me diera verlos siempre abiertos! ¡Oh, muerte dulce! ... ¡Brunilda me saluda amantísima!

Los guerreros han colocado el cuerpo moribundo sobre el escudo y marchan a través de la selva en fúnebre cortejo; la noche se ha volcado sobre la naturaleza; la luna se asoma por entre la fronda de los árboles y su fría y verdosa lumbre aclara el sendero. La bruma ha descendido sobre el Rhin y el silencio pesado de los duelos vela al héroe.

En la morada de los Guibijundos las mujeres esperan. El río brilla a lampazos cuando la luz de la luna rompe la niebla. Gutruna ha salido al sentir el relincho del caballo de Brunilda que se dirige al río; en la oscuridad siente crecer su miedo. Luego la voz de Hagen le llega desde cerca:

- ¡Despertad! ¡Traed luces y alumbrad! ¡Traemos un buen botín de caza! ¡A su casa vuelve el héroe! ¡Salúdalo, Gutruna!

Los vasallos y las mujeres han salido con hachones encendidos al encuentro del cortejo. Gutruna ve inanimado a Sigfrido e increpa a sus hermanos por el asesinato que adivina. Gunther se defiende y Hagen se vanagloria de su crimen; a gritos exige el precio de la muerte: el anillo del nibelungo. Gunther, entonces, lo acusa de querer despojar a Gutruna de su herencia; se traban en lucha los hermanos y Gunther muere en manos de Hagen en medio del horror de los cazadores. Luego se lanza sobre el cadáver de Sigfrido para arrancarle el anillo; pero la mano del muerto se alza amenazadora.

- ¡Cesad en vuestros llantos! ¡Su esposa llega a vengar la traición! -se oye dominadora la voz de Brunilda.

Ante ella Gutruna la acusa de ser la causa de las desventuras; pero Brunilda proclama su derecho de esposa única y primera. Y con ademán majestuoso se dirige a las demás mujeres:

- ¡Alzad una pira a orillas del Rhin y que sus altas llamas se eleven brillantes porque han de consumir al más sagrado de los héroes! ¡Traed su corcel!

Los jóvenes y las mujeres levantan la pira y la adornan con flores y tapices; luego los guerreros llevan el cuerpo de Sigfrido, y Brunilda le saca el anillo. Ella lo devolverá a las ondinas del Rhin. De las cenizas lo recogerán, pues Brunilda quiere arder en los leños que consumen el cuerpo del héroe.

Conmovida y fuerte toma una antorcha y pone fuego a la pira. Invoca a los cuervos sagrados de Wotan y los conmina a que narren a su señor los dolores padecidos y, al pasar por la roca que aún vela Loge,le ordenen que regrese al Walhalla. Los cuervos remontan vuelo y entonces Brunilda se dirige a los mortales que han presenciado su padecer.

- ¡Raza poderosa de los hombres! ¡Vida en flor, que veréis a Sigfrido y a Brunilda consumidos por las llamas y devuelto el anillo al Rhin! ¡Mirad hacia el norte! ¡En la oscuridad de la noche veréis brillar en el cielo un resplandor vivísimo; es un incendio de llamas aterradoras que no olvidaréis jamás! ¡Es el ocaso de los dioses, el fin del Walhalla que se desploma bajo la llama del fresno del mundo! Quedareis sin dioses y sin dominadores. Pero en cambio yo os daré el tesoro más sublime de mi ciencia divina; he aprendido a saber que la felicidad no consiste ni en la posesión del oro, ni en los bienes, ni en la pompa y el poderío; ni en los lazos que atan pactos traidores ni en las costumbres hipócritas.

En la alegría como en el dolor no hay más que una sola fuente de felicidad para el hombre: el amor. ¡Sólo el amor nos da la verdadera vida y la eternidad!

Las palabras de Brunilda golpean los corazones de los guerreros; traen el caballo Grane y la walkyria monta y se arroja al fuego. Las llamas se alzan altas y temblorosas; chisporrotea la pira y un humo rojizo y espeso se cierne sobre ella. Luego decrece el fuego y la neblina ardorosa queda flotando. El Rhin se desborda y las aguas van cubriendo los restos humeantes.

Guerreros y mujeres se refugian aterrorizados en lo alto de la casa de los Guibijundos mientras las ondinas avanzan con las olas. Hagen, endurecido y perverso, sólo se conmueve ante la posible pérdida del anillo. Se arroja al agua para disputarlo a las ondinas y las hijas del Rhin lo hunden y lo arrastran a las profundidades. Volverá el oro a irradiar su esplendor en el fondo torrencial del río.

Hacia el norte, en el sombrío horizonte, un resplandor rutilante, como una fantástica aurora boreal, incendia el cielo. Arde en fuego devorador el Walhalla y los dioses desaparecen en su seno; se borra de los mortales el recuerdo de los inmortales. Libres quedan los hombres y redimidos por el sacrificio de Wotan.

Brillando en el fondo sombrío de la incertidumbre humana quedan las palabras esperanzadas de Brunilda. El mundo de los hombres queda sin iluminadores; pero el hombre debe buscar por sí solo la senda de su destino, alumbrado por una luz divina, no la del poderío y la riqueza, sino la del amor. Sólo el amor traerá la dicha y la eternidad a la raza liberada a través del holocausto de los héroes y de los dioses inmortales.

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