Índice de Albores de la República en México de Lorenzo de ZavalaPresentacion de Chantal López y Omar CortésCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

ALBORES DE LA REPÚBLICA
EN
MÉXICO


CAPITULO I



Don Agustín de Iturbide se embarca para Italia. Queda el Estado en la mayor confusión. Nombramiento de un poder ejecutivo. Don José Ignacio Garda Illueca, ministro único. El Congreso pierde la fuerza que había adquirido en los momentos críticos de la disolución del imperio. Nueva división de los partidos. Los iturbidistas se unen con el de los republicanos federalistas. Los borbonistas, con el nuevo creado de los centralistas. Agréganse a este último partido los españoles, la aristocracia y el clero. Pónense al frente de él los generales Bravo y Negrete. Apuros del erario. Medidas que se proponen para ocurrir a las urgencias del Estado. Bancarrota del tabaco. Préstamo de ocho millones. Contribución personal. Amortización de la deuda flotante. Utilidad de estas leyes administrativas. Los iturbidistas y federalistas logran limitar las facultades del Congreso a una nueva convocatoria. Periódico titulado El Aguila Mexicana. El Iris, otro periódico. Tendencia y mira de estos periódicos. El Sol, periódico de los centralistas. Cómo estaban escritos estos diarios. Personalidades. Triunfo de los federalistas. Los jefes del ejército, divididos en opiniones. Las provincias de Guadalajara y Yucatán se declaran independientes. Las demás provincias siguen este ejemplo. El Congreso publica la nueva ley de elecciones. Paralización de esta medida por efecto de la disidencia de las provincias. Llegada a Veracruz de Osces e lrisarri, comisionados del gobierno español. Nuevo partido que se forma en la provincia de Guadalajara. Hacen cabeza de él los generales Quintanar y Bustamante. Planes ocultos de este partido para restablecer el trono de Iturbide. Guadalajara, centro de los federalistas. Nombramiento de diputados con arreglo a la nueva ley de elecciones. Instalación del nuevo Congreso. Diputados que componían los diferentes partidos que se manifestaron en él. Ministerio. Arrillaga. Don Lucas Alamán. Don Pablo Llave. Herrera. Guatemala se declara independiente con el título de República del Centro. Chiapas declarada parte integrante de la nación mexicana. Comisionados ingleses. Principio de las relaciones de la Nueva España con la Inglaterra. Con los Estados Unidos.



Don Agustín de Iturbide se embarcó en Veracruz el día 11 de mayo para el puerto de Liorna, juntamente con su familia, y la nación mexicana quedó entregada al combate de las pasiones y de los partidos, que cada día se hacían más difíciles de conciliar. Desde luego se nombró un poder ejecutivo compuesto de los generales Bravo, Victoria y Negrete. Fueron elegidos suplentes don Vicente Guerrero, don Miguel Domínguez y don Mariano Michelena, que, como veremos después, ejercieron por algún tiempo aquella magistratura. Este poder ejecutivo nombró un solo secretario del despacho, llamado don José Ighacio García Illueca, que desempeñaba interinamente los cuatro ministerios. Illueca era uno de aquellos hombres que, sin tener una gran capacidad, tenía una comprensión fácil, mucha honradez y expedición en los negocios; pero su estado valetudinario, que dentro de pocos meses le llevó al sepulcro, y la falta de experiencia en el despacho de ministerios que nunca habían existido en México, hacían que los asuntos se entorpeciesen y sufriesen retardos perjudiciales a la causa pública; así es que en los pocos días que ejerció este ministerio universal todo estaba en la confusión y el desorden. Se había derribado al monarca y proscrito su dinastía, echado abajo la familia llamada por el Plan de Iguala y destruído la forma monárquica.

El Congreso parecía haber reasumido todos los poderes, y aquella asamblea que se creyó por un momento árbitro de los destinos de la nación, que había visto al ejército y a las provincias proclamar su reinstalación y expulsar al primer jefe, al representante de la independencia nacional, por haberla disuelto, y era el principal pretexto; esta asamblea, repito, que reunida de nuevo al parecer por el voto público decretó el ostracismo de Iturbide y anuló el Plan de Iguala en su célebre ley del 8 de abril, cumplió con estos pasos todos sus destinos y dejó de ser útil a los que de nuevo entraban a dirigir la opinión y los sucesos.

Los republicanos y los borbonislas estaban ya satisfechos en cuanto a haber desaparecido el obstáculo que se oponía a sus proyectos; mas los segundos encontraron el desengaño al momento. Los primeros habían conseguido un triunfo completo; ya no debían pensar más que en consolidarlo, y en verdad no fueron indiscretos en hacerlo.

Mas habiendo ya variado los intereses, era una consecuencia necesaria que se separasen. Unidos, como hemos visto, para hacer la guerra a Iturbide, conseguido el objeto no podían continuar en buena armonía personas que tenían tendencias tan diferentes, y una nueva división de partidos se presentó en la escena. Los iturbidistas desaparecieron por lo pronto con sus pretensiones y se unieron con los republicanos federalistas, que eran en mayor número en las provincias que en la capital. Los borbonistas, que con la abolición de los artículos que llamaban a los Borbones a reinar en México no podían otrecer como cuestionable su derecho, se unieron a otro partido que se formó, y fue el de los centralistas, es decir, el de los mexicanos que querían la república una e indivisible. A este partido se agregaron los españoles, la aristocracia del clero y los generales Bravo y Negrete, que fueron puestos por los directores de él a la cabeza de las tropas destinadas a sofocar el espíritu de federación en las provincias. Constantemente se observa que las clases privilegiadas, las personas que viven de los abusos de las administraciones pasadas, son las que oponen los obstáculos a las reformas, y pertenecen siempre al partido estacionario en las épocas de las grandes crisis de los Estados. Esto sucedió en México y sucederá en todas partes. Los españoles, que explotaban en beneficio suyo el país, pertenecieron constantemente a los partidos que hacían menos concesiones a la mayoría; y los veremos siempre tomando un vivo interés, primero por el sistema colonial, luego por la monarquía borbónica, después por el centralismo y posteriormente por el sistema militar, que bajo las fórmulas federativas domina el país.

La primera necesidad que sintieron los directores de la revolución que se acababa de hacer fue la de numerario. Las cajas estaban exhaustas. Las tropas habían vivido por tres meses de préstamos forzosos hechos por los generales del ejército en las provincias, y no podía permanecer por más tiempo este desorden sin provocar un general descontento. Se proyectó desde luego un préstamo extranjero de ocho millones de pesos; pero esta medida era lenta y exigía una dilación al menos de ocho meses. ¿Cómo se proveería a las urgencias del momento? Se ocurrió a una bancarrota del tabaco y se propuso y aprobó la venta de un millón de pesos labrados con un quebranto de veinte por ciento. Las utilidades eran seguras y realizables dentro de poco tiempo. Se vendía el mopolio de este artículo con la facultad de usar el privilegio en lugares determinados. Se aprobó también, en mayo de 1823, el primer préstamo de ocho millones de pesos, y la casa de Staples hizo un suplemento en cuenta de este préstamo de un millón de pesos, con un interés de seis por ciento y al valor de sesenta por ciento, teniendo además las hipotecas que pidió.

En este contrato veremos a su tiempo tomar una parte activa un ministro inglés, que fue separado por esta causa de su destino. Pocas negociaciones se han hecho tan ventajosas como ésta. Mas en México se ha hecho lo mismo que en todas partes cuando ha habido escaseces y las necesidades urgían. Las de las tropas, sobre todo, son tan fuertes y de tanta exigencia, que ningún sacrificio es grande cuando se adquiere para sostenerlas. Esta es la mayor plaga de aquellos países.

Además del préstamo para que se autorizó al poder ejecutivo, se tomaron otras medidas financieras, que no tuvieron mejores resultados que las de que se echó mano anteriormente. Se dió un decreto para que todos los habitantes, desde dieciocho hasta sesenta años, pagasen por tercios una contribución que equivaliese al trabajo de tres días del año; decreto que encontró muchas dificultades en su ejecución, como todos los de contribuciones en los países en que no hay ningunos datos estadísticos. Otro decreto se dió en aquellos días, que tenía por objeto amortizar los ochocientos mil pesos flotantes de papel moneda que había creado el gobierno de Iturbide, admitiendo una octava parte del pago de los derechos y contribuciones, providencia que hizo subir el valor del papel moneda hasta ochenta y noventa, cuyo precio era el de veinte hasta treinta por ciento antes de este decreto.

El Congreso se ocupaba seriamente de medidas administrativas y se advertía una actividad, un celo, una aplicación ardiente a útiles trabajos, a leyes de reforma que hubieran servido de mucho en las circunstancias en que había quedado el país, después de las dos revoluciones que había experimentado en menos de tres años. Mas nada podía restablecer su concepto en las provincias. Los iturbidistas, unidos con los partidarios de un gobierno federal, proclamaron una nueva convocatoria y fijaron al Congreso los límites de sus facultades a dar una ley de elecciones para una nueva asamblea constituyente.

El partido iturbidista, convertido en federal, creó un periódico titulado El Aguila Mexicana, primer impreso de pliego diario que salió a luz en la nación. En el Estado de Jalisco se escribía otro periódico, El lris, y en estos impresos se pintaba la revolución últimamente ocurrida como obra del partido borbonista, manejada hábilmente por los españoles para restablecer el sistema colonial, o al menos levantar un trono a la familia reinante en España.

Ya se supondrá fácilmente que se inventaron calumnias, en las que los principales acusados eran Echávarri, Negrete, Morán, Arana, Fagoaga y todos los que habían hecho profesión pública o secretamente de sus principios monárquicos con una dinastía extranjera. Los centralistas resucitaron su antiguo periódico El Sol, que, a imitación de El Aguila, salió diariamente.

Los dos diarios se combatían con furor, y debe suponerse que en un país poco civilizado el ataque a las personas ocupaba la mayor parte de las columnas.

Las discusiones políticas eran muy raras y sumamente superficiales. Cada partido creía ver en las páginas de Bentham, o quizá en los discursos de Mirabeau, una doctrina acomodada a las circunstancias, y los plagios de éstos u otros escritores, o sus textos detestablemente aplicados, era lo menos malo que había en estos escritos destinados a ilustrar al pueblo.

Pero había un partido ya irresistible que tomaba cada día más fuerza. Un partido que, abriendo una puerta amplia a empleos y cargos lucrativos y honoríficos, bajo el nombre de República federal, no podía encontrar más resistencia que la débil voz de la capital, en la que había el interés de centralizar el poder, las riquezas y los destinos de las provincias. El ejército, o mejor diré, los directores de la fuerza armada no formaron entonces su facción; tomaron diferentes direcciones; cada jefe tenía su opinión. Bravo, por ejemplo, Negrete y Morán se declararon por el gobierno central. Bustamante, Quintanar, Guerrero y Barragán abrazaron el de los federalistas. Santa Anna proclamó en San Luis Potosí estos principios, y por esta combinación de circunstancias los abogados y estudiantes de las provinCias pudieron obrar con libertad en favor de esta forma de gobierno y alegar en su apoyo la opinión pública y la voluntad general. Las diputaciones provinciales de Guadalajara y Yucatán comenzaron declarándose poderes legislativos y dando una existencia política independiente a sus provincias, que llamaron Estados soberanos. Las demás provincias siguieron este ejemplo.

El Congreso general fue despojado de todas las facultades legislativas por las diputaciones y ayuntamientos, que le intimaron la orden de reducirse a dar una ley de elecciones. Se le llamó Congreso convocante en vez de constituyente, y se nombró una comisión en el seno de aquella asamblea para que dictaminase acerca de si se reduciría. como querían las diputaciones provinciales, a la humillación de declararse convocante y dar una ley de elecciones para el constituyente, o si continuaría dando leyes generales y constituyendo la nación.

¿Quién creería que muchos diputados que se habían opuesto al nombramiento de Iturbide, alegando falta de facultades y de poderes, no tuviesen entonces escrúpulos de declararse por la permanencia del Congreso para constituir la nación en forma republicana? Olvidaban entonces que habían jurado, al tomar asiento en los bancos que ocupaban, que formarían la Constitución de la nación mexicana sobre las bases fundamentales del Plan de Iguala, esto es, bajo la monarquía extranjera. Hago esta observación no para apoyar en manera alguna ni la monarquía ni el Plan de Iguala, sino para argüir de inconsecuentes a esas personas, que sólo tenían escrúpulos cuando les convenía, y que si querían la continuación del mismo Congreso, deseaban permanecer en la falsa posición en que los había colocado el curso de los sucesos.

La cuestión de la convocatoria era entonces el asunto principal de los partidos. Anteriormente Iturbide la pedía, y el Congreso tenía en su favor a todos los que profesaban ideas liberales o republicanas, y a los españoles y borbonistas. En el día eran muy diferentes las circunstancias. Ya el Congreso de 1822 no tenía más apoyo que estos dos últimos; el interés de la clase media era obtener el poder y los medios de dominar; era imposible balancear su número y su influencia. En realidad era lo que más se acercaba a la República o a la utilidad de las másas, porque las clases pobres, siempre que tuviesen capacidad, eran llamadas a figurar en el teatro político. Los más notables miembros del Congreso, lo que puede llamarse su aristocracia, estaban contra la nueva convocatoria. Pero ¿qué podían hacer contra el clamor de todos los ayuntamientos y diputaciones provinciales, y de los nuevos políticos de las provincias, que clamaban por federación y nueva asamblea?

Fue necesario ceder. Ei Congreso general formó una nueva ley de elecciones, ley conforme a la de las Cortes de España, que concede el derecho de sufragio activo y pasivo a todos los ciudadanos que no están suspensos de los derechos políticos por alguna causa. El Congreso permanecía en inacción porque las provincias no querían reconocer sus decretos; y como las tropas, como he dicho, no obraban entonces, se puede decir que la expresión de la mayoría libre, contraria a las determinaciones de la asamblea, era nacional.

Por este tiempo llegaron a Veracruz y pasaron hasta Jalapa los señores Osees e Irisarri, comisionados del gobierno español sin ningún carácter público, al menos que hubiesen manifestado. Entablaron relaciones con don Guadalupe Victoria, que mandaba la provincia de Veracruz, y permanecieron sin adelantar nada y sin que el Congreso ni el pueblo hubiesen llegado a saber qué intentaban o qué pedían. Probablemente sólo eran espías del gabinete de Madrid, porque habiendo permanecido tres o cuatro meses en la República, salieron de ella sin haber establecido relaciones de ningún género con el gobierno general, pues aunque la nación no tenía entonces un gobierno establecido con el que pudiese tratarse, y por una coincidencia notable estaba en el mismo caso que la española, en la que había dos gobiernos, el de la regencia de Urgel y el que condujo a Fernando VII a Sevilla y luego a Cádiz, sin plan, sin sistema y sin valor para hacer lo que exigía su situación delicada y peligrosa, pudieron dirigirse al Congreso.

San Juan de Ulúa estaba todavía en poder de las tropas españolas, y desde aquel islote, distante una milla de la ciudad de Veracruz, amenazaban la destrucción de esta preciosa población, levantada a costa de muchos millones y trabajos. Mientras estuvo en Ulúa de comandante don José Dávila, existía entre las dos plazas la mayor armonía. Los comerciantes españoles de Veracruz, que eran muchos, depositaban sus caudales en el castillo y tenían relaciones íntimas con la guarnición.

Veremos dentro de poco el principio de las hostilidades, que causaron daños enormes a la ciudad y condujeron a la toma de la fortaleza, último baluarte de los peninsulares en la Nueva España.

Mientras en el Congreso general se debatían las cuestiones de convocatoria y las provincias se declaraban sucesivamente Estados, en la de Guadalajara se formaba un partido a cuya cabeza estaban los generales Quintanar y Bustamante, ambos apasionadamente adictos al ex emperador Iturbide.

Estos jefes se habían declarado por el sistema federál y encontraban el apoyo de todos los que habían abrazado con entusiasmo esta forma de gobierno. Tenían, sin embargo, proyectos ocultos; proyectos que se cubrían bajo las apariencias de federación. Sus planes eran restablecer el trono de Iturbide, y aunque obraban con la mayor cautela, era imposible que tramas de esta naturaleza permaneciesen por mucho tiempo ocultas. Guadalajara, una de las provincias más ricas y pobladas de México, cuya capital ha tenido universidad y otros establecimientos literarios, cuyos habitantes están dotados generalmente de una imaginación viva, de inteligencia clara y de cierta ligereza en sus juicios; Guadalajara, distante de México ciento sesenta leguas, opuesta al sistema de monopolios de la corte y rival de ella, levantó con energía la voz y se declaró el centro de asilo de todos los republicanos federalistas. La escisión era pública, la diputación provincial daba decretos, formaba la ley de elecciones para su legislatura, y a ejemplo de esta provincia y la de yucatán, situada al extremo opuesto de la República, todas las demás provincias hacían lo mismo. En estas circunstancias se procedió al nombramiento de nuevos diputados para el segundo Congreso constituyente. Estos mandatarios del pueblo debían venir con poderes amplios para constituir a la nación conforme a la voluntad general. La base de elección era la de un diputado por cada setenta mil almas o el residuo de más de cuarenta mil. Las provincias que no llegasen a este número de habitantes, debían, sin embargo, enviar un diputado.

En el mes de octubre de 1823 se instaló solemnemente el nuevo Congreso, precisamente un año después de la disolución violenta hecha por Iturbide de la asamblea anterior. Los diputados de los nuevos Estados vinieron llenos de entusiasmo por el sistema federal, y su manual era la Constitución de los Estados Unidos del Norte, de la que corría una mala traducción impresa en Puebla de los Angeles, que servía de texto y de modelo a los nuevos legisladores. Don Miguel Ramos Arizpe se puso a la cabeza del partido federal y fue nombrado presidente de la comisión de Constitución. Ya no había partido monárquico. El de los centralistas lo componían, como principales, los diputados Becerra, Jiménez, Mangino, Cabrera, Espinosa, doctor Mier, Ibarra y Paz. El de los federalistas, Ramos Arizpe, Rejón, Vélez, Gordoa, Gómez Farías, García, Godoy y otros.

El ministerio se había compuesto ya, después de la organización del poder ejecutivo, de los señores don Francisco de Arrillaga, en Hacienda; don Lucas Alamán, en Relaciones Interiores y Exteriores; don Pablo Llave, en Justicia, y don José Joaquín Herrera, en Guerra y Marina.

El primero es un español que se había adquirido la estimación de los que le conocían, por sus modales dulces y una urbanidad que no era por lo general la cualidad más común en los españoles que pasaban a América. Había tenido la desgracia de quebrar, porque en la guerra de independencia las tropas de ambos partidos destruyeron completamente su valiosa hacienda de Paso de Ovejas, en la que había invcrtido sus capitales adquiridos por el comercio. Arrillaga se había dedicado a la lectura de los economistas y adquirió alguna tintura de esta ciencia, lo que le hacía ser considerado en Veracruz, lugar de su residencia, como uno de los hombres más instruídos. Este concepto y sus relaciones con los que estaban en el poder influyeron en su nombramiento para aquel destino, a pesar de ser español; ninguno, sin embargo, dudaba de sus sentimientos liberales.

Don Lucas Alamán había estado en Europa por el espacio de algunos años y no había tomado ni parte ni interés en las revoluciones que agitaban su patria. Extraño a estos grandes sucesos, fue nombrado diputado para las Cortes de España de 1820 y 1821. Tomó parte, con sus compañeros, en las proposiciones que se hicieron para establecer gobiernos independientes en América, y en 1823 llegó a Veracruz después de siete años de ausencia. Sus maneras, aunque estudiadas, de decir y de presentarse en la sociedad, le han adquirido una reputación de hombre de importancia en un país en que la civilización no está aún adelantada. Alamán habla con alguna facilidad, pero nunca profundiza ninguna cuestión y menos la analiza. En otra ocasión diré cuanto baste a dar a conocer este personaje, presentando sus acciones.

Don Pablo Llave, canónigo de Valladolid, igualmente extraño a las revoluciones de México, diputado en las Cortes de España de 1820, fue hecho tesorero de la catedral de Valladolid de Michoacán por el partido liberal. Yo no sé que haya hecho ningún servicio a su país. Es hombre de muy pocos recursos mentales y sin ningún género de instrucción; porque aunque se ha hablado de él como de un botánico instruído, un folleto que publicó en México sobre las plantas indígenas manifiesta lo contrario. Aun cuando ha sido francmasón en España, en América se ha unido al partido eclesiástico, y constantemente ha obrado y votado en este sentido.

No es éste el único ejemplo de eclesiásticos americanos que fueron liberales en América.

Don José Joaquín Herrera era boticario de la villa de Córdoba, y su patriotismo le hizo tomar las armas contra los españoles en la guerra de independencia. Se distinguió en la acción de aquella villa dada contra el coronel Hevia, en la que murió este jefe español. Herrera es hombre de talentos medianos, de mucha honradez y de sentimientos republicanos.

Al mismo tiempo que las provincias de México se declaraban Estados independientes, proclamando el sistema de federación, el vasto territorio de Guatemala se separaba enteramente de la nación mexicana. El general don Vicente Filisola, encargado del mando de aquellos países, empeñado en una lucha desigual contra la opinión altamente pronunciada por la independencia del gobierno mexicano y un número de tropas nacionales muy superior al que tenía Filisola, y que se aumentaba diariamente, se vió obligado a abandonar el territorio de Guatemala; y esta nueva República, tomando el nombre de República del Centro de América, y declarándose independiente, entró en la categoría de las otras naciones desprendidas del gobierno español. La provincia de Chiapas, que anteriormente a la independencia de las Américas españolas estaba comprendida en el círculo de la jurisdicción del Presidente de Guatemala, pero que tiene relaciones comerciales con Oaxaca y Tabasco, Estados ambos de la federación mexicana, no entró desde luego en la nueva coalición de las provincias del Centro de América. Su posición a una distancia de doscientas leguas de la capital y del centro de las operaciones por caminos intransitables no permitía que las tropas de los guatemaltecos pudiesen atacar a las de los mexicanos, que ocupaban a Ciudad Real y otros puntos de aquel Estado. La cuestión no debía ventilarse por las armas, y dichas naciones, que estaban en aquella época haciendo ostentación de respetar los derechos de los pueblos y su voluntad expresada por sus sufragios, no quisieron remitir el resultado a una guerra que hubiera sido quizá el origen de odios y rivalidades inextinguibles.

El agente de Guatemala en México, don Juan de Dios Mayorga, propuso el arbitrio de la votación; y el Congreso mexicano, después de declarar solemnemente que reconocía la independencia de la República del Centro, unida el año anterior al Imperio mexicano, arregló el modo en que los habitantes de la provincia de Chiapas habían de declarar si pertenecerían a la República Mexicana o a la de Guatemala. Nombráronse comisionados por ambas partes y el resultado de la votación fue en declararse Chiapas parte inteprante de la nación mexicana. Este nuevo Estado fue agregado después en el catálogo constitucional, no habiendo ocupado lugar en el acta constitutiva que salió en enero de 1824.

A fines del año de 1822, el gabinete inglés había enviado a México, con comisión reservada, al Dr. Mackie, con el objeto de que informase a su gobierno del estado político de Nueva España, así como Mr. Poinsett había recibido el mismo encargo en la referida época por el gabinete de Wáshington. Sea en consecuencia de los informes de Mr. Mackie, sea por las exigencias políticas de Europa, con motivo de la reunión de los representantes de la Santa Alianza en Verona en diciembre del mismo año, y de la invasión hecha por el ejército francés en la península española para restituir el poder absoluto a Fernando VII, el ministerio inglés, dirigido entonces por Mr. Canning, resolvió enviar a México una comisión compuesta de Mr. Lionel Harvey, y Mr. Ward, que debería recibir sucesivamente instrucciones y poderes conforme a las circunstancias, habiendo sido nombrado Mr. Carlos O'Gorman cónsul general, que salió con aquéllos de Portsmouth en octubre de 1823. El comisionado secreto, Dr. Mackie, llegó a Londres, de regreso de su comisión, en noviembre del mismo año, llevando a don Francisco de Borja Migoni los despachos de agente confidencial del gobierno de México cerca del gabinete británico. Este fue el principio de las relaciones diplomáticas entre ambas naciones.

Ya en noviembre de este año, el ministro de Relaciones Exteriores de los Estados Unidos, Mr. Henry Clay, se había presentado al Congreso, manifestando la opinión del presidente Mr. Adams, para que se hiciese una solemne y franca declaración de reconocimiento de la independencia de aquellos Estados. Muy honorífica fue a los sentimientos nobles e ilustrados del gabinete de Wáshington aquella conducta, y las cámaras legislativas, penetradas de los mismos principios, no vacilaron en aprobar la proposición del presidente, a excepción únicamente de Mr. Randolf, diputado por uno de los Estados de Occidente, que combatió la medida, tratando a los mexicanos con la misma urbanidad con que posteriormente se presentó en la corte de San Petersburgo, dando una idea muy poco ventajosa de civilización.

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