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Primera parte

CAPÍTULO IX

CONFERENCIAS CON LIMANTOUR. MIS CARTAS A MADERO Y A LIMANTOUR. CARTA DEL LIC. PINO SUÁREZ


El señor Limantour llegó a Nueva York en la primera quincena del mes de marzo y supongo que habló con. don Francisco Madero, sr., y con don Gustavo Madero, porque este último me habló por teléfono invitándome a ir a Nueva York a conferenciar con el señor Limantour, a lo cual no accedí, y le escribí la carta siguiente:

Washington, D. C., 9 dc marzo de 1911.
Sr. Gustavo A. Madero.
Nueva York, N.Y.

Estimado amigo.

Resumo nuestra conversación telefónica de esta tarde así: me dice usted que el señor Limantour está dispuesto a recibirnos; que vaya yo a ésa para hablar con él y ustedes. Contesté que, dada la misión que oficialmente desempeño de parte del gobierno provisional, no puedo ni debo solicitar que el señor Limantour me reciba, ni sabiendo que él está dispuesto a hacerlo.

Si el señor Limantour desea o tiene instrucciones del gobierno de México, o mejor dicho, del general Díaz, para arreglar el modo de que se establezca en México la paz, y si para este efecto el señor Limantour quiere que hablemos, yo estoy dispuesto a ir, pues soy el más interesado en que México viva en paz y en prosperidad verdaderas; pero yo no puedo, con mi carácter de agente diplomático del gobierno provisional, ir a solicitar del señor Limantour que tenga a bien recibirme.

Acabo de recibir mensaje de González Garza, en clave. No lo he descifrado todavía, pero termina así: rumórase cayó Chihuahua. Suyo afmo.

F. Vázquez Gómez.

Después de esta carta, tuve al día siguiente otra conversación telefónica con el señor don Francisco Madero, sr., insistiendo éste en que fuera yo a Nueva York a hablar con el señor Limantour, y accedí a ir, con la condición de que se le dijera que no solicitaba yo la entrevista, la cual, si mal no recuerdo, tuvo lugar los días once y doce de marzo en el hotel Astor, estando presentes, además del señor Limantour, los señores Francisco y Gustavo Madero y el que esto escribe. El señor De la Barra estaba alojado en el mismo hotel, pero no estuvo presente en las conferencias.

Reunidos los cuatro, el señor Limantour y yo comenzamos por manifestar que no teníamos representación oficial; que simplemente íbamos a cambiar impresiones acerca de la situación del país; que lo que habláramos se condensaría en unas proposiciones que yo me encargaría de escribir y las cuales serían presentadas, así al gobierno del general Díaz, por el señor Limantour, como al señor Francisco I. Madero, por mí, en una carta que al efecto le escribiría con el objeto de que las estudiaran y acordaran lo conveniente.

El resultado de estas pláticas extraoficiales consta en carta que después escribí a don Gustavo Madero y que transcribiré en su oportunidad. El primer día nos reunimos en la mañana y en la tarde y nuestras conferencias fueron tranquilas, sin acusaciones recíprocas; pero al día siguiente, en la reunión de la mañana, y de un modo inesperado, el señor Limantour se levantó de su asiento y dijo en tono un poco violento:

Ustedes saben que el gobierno americano ha mandado movilizar veinte mil hombres sobre la frontera con México. Esto quiere decir que se trata de intervenir. Ustedes serán los responsables de la intervención armada de este país en México.

Los señores Madero, que miraban a Limantour como a un dios, no contestaron una sola palabra; pero yo, pareciéndome ser el directamente aludido, le contesté, sin abandonar mi asiento:

- Yo no creo que haya intervención americana, pero si la hay, usted será. el responsable.

- ¿Por qué dice usted eso? -replicó el señor Limantour.

- Usted sabe -le dije- que la revolución tuvo como pretexto la imposición del señor Corral como Vicepresidente de la República; y quien impuso al general Díaz la candidatura Corral, fué usted.

- Y ¿cómo sabe usted eso? -preguntó el señor Limantour.

- Porque el general Días me lo dijo el 24 de junio del año pasado, en Chapultepec, a las seis de la tarde.

Ante esta mi afirmación tan rotunda, sin exaltarme y sin abandonar mi asiento, el señor Limantour, llevándose las manos a la cabeza y sentándose violentamente, dijo:

- Tengo ese pecado.

- Pues ese pecado, le dije, será la causa de la intervención, si la hay.

De esta manera terminó nuestra tercera conferencia, y el señor Limantour, al despedirnos, nos citó para la tarde en el hotel Plaza, en donde estaba alojado y adonde concurrimos a las cuatro de la tarde, hora de la cita. En esta vez, ya no se habló del asunto que nos reunía. Noté que los señores Madero hablaban algo reservado con el señor Limantour, lo cual hizo que me retirara del grupo y me pusiera a ver unos cuadros que había en el salón donde nos habíamos reunido. Sólo oí que el señor Limantour les dijo que él nada podía hacer; después supe que se trataba de una orden de aprehensión en contra de Gustavo Madero. Al fin, como a las cinco de la tarde, nos dijo el señor Limantour que estaba invitado a comer a las seis con el ministro de Guerra americano, y nos retiramos.

Estábamos los tres (don Francisco y don Gustavo Madero y yo) en una esquina inmediata al hotel Plaza hablando de la terminación de las conferencias, cuando pasó un tranvía y el señor Gustavo Madero dijo:

- ¡A mi no me cogen!

Tomó violentamente el tranvía y se fue, dejándonos al señor Francisco Madero, sr., y a mí. En seguida cada uno de nosotros se fue a su hotel.

A las ocho de la noche estaba yo en el hotel Imperial, donde me había alojado, cuando llegó a visitarme el doctor Luis Lara Pardo y como una media hora después llegó el señor Francisco Madero, quien iba por las proposiciones para llevarlas a Limantour, como se había convenido al empezar nuestras pláticas. Yo me resistí a dar las dichas proposiciones, fundándome en cómo habían terminado las conferencias; pero el señor Madero insistió y entonces supliqué al doctor Lara Pardo, por tener mejor letra que la mía, que las escribiera, dictándole yo del borrador, a lo cual accedió bondadosamente. Una vez terminadas se las entregué al señor Madero, y se fue. A estas proposiciones hace referencia el doctor Lara Pardo en su libro De Porfirío Díaz a Francisco I. Madero. Al día siguiente de estos acontecimientos me volví a Washington.

El 19 de marzo me habló el señor Gustavo Madero, por teléfono desde Nueva York, pidiéndome las bases, lo cual dio motivo a que le escribiera la siguiente carta, la cual, con otras cosas, fue el origen de la ruptura de la fórmula Madero-Vázquez Gómez.

Washington, 20 de marzo de 1911.
Señor Gustavo Madero.
Nueva York, N. Y.

Estimado amigo:

De acuerdo con nuestra conversación de anoche, por teléfono, le mando las bases; pero antes quiero hacerle una recomendación.

No juzgo bueno que usted se muestre muy entusiasmado por Limantour, porque estoy seguro que los revolucionarios no piensan lo mismo. Limantour ha sido Presidente de hecho, en los últimos cinco años y a él se debe en gran parte la situación actual. Recuerde que nos dijo que tenía el pecado de haber propuesto y apoyado a Corral para la vicepresidencia, que los Macedo eran hombres modelo; que no hay hombres honrados y capaces para gobernar, que el pueblo es incapaz de darse cuenta de lo que es votar, etc., etc.; es decir, lo mismo que el general Díaz ha dicho toda la vida para justificar su dictadura.

Ahora bien; si se le impone al país el sacrificio enorme de una revolución para cambiar de régimen, ¿cómo decir que el hombre que, de hecho, ha gobernado al país es necesario en el gobierno? Entiendo que no valía la pena de hacer una revolución sólo para quitar a Díaz, a quien la muerte se encargará de eliminar pronto. Está bien que las declaraciones de usted sean o revelen su opinión personal; pero como usted desempeña una comisión oficial por nuestro partido, no son conciliables las cosas. Después de esto, que me parece indispensable para que no aparezca en contradicción el objeto y causas de la revolución, con lo que digamos los comisionados, van las bases:

MEDIDAS URGENTES DE APLICACIÓN

I. Tomadas en consideración estas bases, se anunciará que el gobierno de México está en arreglos de paz con los revolucionarios.
II. En consecuencia, se suspenderán las hostilidades inmediatamente, procurando las fuerzas combatientes que en la zona que ocupan se restablezca el tráfico ferrocarrilero; pero en ningún caso se utilizarán los ferrocarriles para transportar tropas o materiales de guerra.
III. Renuncia del señor Ramón Corral de los cargos de Vicepresidente de la República y Secretario de Gobernación.
IV. Libertad de todos los presos políticos y suspensión de toda persecución política a los que vivan dentro o fuera del territorio nacional, cualquiera que sea la forma o pretexto para tales persecuciones, incluyendo las de la prensa, que será libre conforme a la Constitución.
V. En consecuencia, tan luego como se aprueben estas bases se expedirá un decreto de amnistía en términos que no sean deshonrosos ni humillantes, ni ofensivos para los revolucionarios, quienes se retirarán pacíficamente a sus hogares dentro del primer mes siguiente al día en que se haya cumplido con el contenido de la cláusula sexta.
VI. Renuncia de los gobernadoreB de los Estados de Sonora, Chihuahua, Coahuila, Zacatecas, Yucatán, Puebla, Guerrero, Hidalgo, México y Guanajuato, cuyas legislaturas nombrarán como gobernador interino de cada uno de dichos Estadoo a un ciudadano de entre los que proponga el Partido Antirreeleccionista y que no haya tomado las armas en esta revolución, con la condición, además, de que sea vecino del Estado correspondiente, y cuya posición social sea una garantía para todos los habitantes.

MEDIDAS DE NO INMEDIATA EJECUCIÓN

VII. Los gobernadores interinos a que se refiere la cláusula VI, convocarán a elecciones sucesivamente y conforme a las leyes electorales vigentes, dentro de los ocho meses siguientes al día en que hayan tomado posesión de su cargo, con el objeto de elegir Gobernador constitucional y diputados al Congreso de la Unión.
VIII. Reforma de la Ley Electoral Federal para hacer efectivo y consciente el voto público, reforma que se llevará a efecto según los procedimientos legales.
IX. Siguiendo los procedimientos que establece la ley, se iniciará la reforma de la Constitución en el sentido de establecer el principio de no reelección del Presidente y Vicepresidente de la República, de los gobernadores de los Estados y de los presidentes municipales.
X. Cambios en el gabinete, sobre todo en las secretarías de Justicia, de Instrucción Pública, de Fomento y Comunicaciones, poniendo personas ajenas a la política activa (se entiende de la científico-porfirista).
XI. Para realizar uno de los más grandes ideales del Partido Antirreeleccionista y asegurar definitivamente la paz, serán un hecho la buena administración de justicia y las garantías constitucionales, así como la responsabilidacÍ legal de los funcionarios y empleados de la administración pública.
XII. Se abrirá una subscripción nacional a la que contribuirá el gobierno, con el fin de aliviar en algo las consecuencias de la revolución. Para distribuir los fondos se nombrará una comisión de seis miembros, de los cuales el gobierno designará tres y los restantes el partido revolucionario, cuyos principales jefes serán nombrados de preferencia.

Al último se convino en que después que Limantour llegara a México y hablara con el general Díaz, avisaría si se entraba o no en arreglos. En caso afirmativo, entonces se le mandarían a Pancho las bases; de lo contrario, no había para qué. Pero como el cambio fue tan notable, yo creí que ya no debía uno ocuparse de ello, y por curiosidad histórica se las mandaba a Pancho para que sepa algo.

Así, pues, nosotros no podemos discutir base por base con México; habría que mandárselas a Pancho con la carta cuya copia ofrecí. Todo lo demás que queramos hacer aquí es inútil, supuesto que no sabemos el sentir revolucionario; las opiniones tendrán que venir de allá.

Como le dije, voy a tomar una es imposible trabajar con provecho. Adios. Suyo

F. Vázquez Gómez.

La primera parte de esta carta fue motivada por declaraciones que el señor Gustavo Madero volvió a hacer en la prensa de Nueva York elogiando al señor Limantour, después de las conferencias.

Aunque estas bases se formularon sin carácter oficial y tenían que ser estudiadas por el gobierno del general Díaz y por el jefe de la revolución, tanto el señor Limantour como yo, tratábamos de obtener algunas ventajas para las partes contendientes; pero como los acontecimientos se precipitaron rápidamente, el señor Limantour nunca me avisó si las bases se tomaban en consideración o no. Sin embargo, yo escribí la carta ofrecida al señor Francisco I. Madero, recomendándole entrar en negociaciones, atendiendo a la recomendación del señor Madero, padre, para que le escribiera en ese sentido. Supongo, sin que me conste, que había tomado forma la candidatura del señor Limantour para Vicepresidente, en substitución del señor Corral, quien había de renunciar, según la base tercera.

Desde que el señor Madero entró en territorio nacional, no volví a tener noticias directas de él, sino hasta la segunda quincena del mes de abril. Tampoco tenía noticias ciertas de cómo había respondido el país a la revolución; pues sólo las tenía de Chihuahua, Sonora y algo de Coahuila. En consecuencia, consideraba como incierta la situación revolucionaria. Pero mi insistencia en que los arreglos fueran formales y públicos, tenía un objeto: ellos implicaban el reconocimiento de la beligerancia de la revolución por el gobierno, lo cual podía facilitarnos el obtener igual derecho del gobierno americano. Además, por el solo hecho de que el gobierno mexicano tratara formalmente con nosotros, daba a conocer que carecía de fuerza bastante para dominar la revolución, habría más levantamientos y la opinión del país se pondría más a nuestro favor, sobre todo, si no se llegaba a un arreglo, pues en este caso, el gobierno aparecería como responsable de la continuación de la guerra, dado el descontento general.

Voy a copiar en seguida la carta escrita al señor Francisco I. Madero. Esta carta tiene una nota, también escrita por mí y que dice: Carta llevada por el padre y hermano del jefe de la revolución, partidarios y admiradores del señor Limantour, con quien hablaron en Nueva York. Ellos me pidieron escribir esta carta en el sentido indicado.

Esto no quiere decir, sin embargo, que yo rehuya la responsabilidad de su contenido.

En efecto, fueron los señores don Francisco y don Gustavo Madero, quienes llevaron la carta al jefe de la revolución; una copia envié al señor Limantour y otra quedó en mi poder. Dice la carta, que es bastante larga:

Washington, D. C., 24 de marzo de 1911.
Señor don Francisco I. Madero.
Estado de Chihuahua, México.

Muy estimado amigo:

No vaya usted a considerar esta carta como el producto de mis ideas antirrevolucionarias de siempre. Recuerde, al contrario, que cuando por primera vez me habló acerca de mi probable candidatura en la convención de abril próximo pasado, me dijo que si la aceptaba, podría ayudar a una transacción entre los dos partidos opuestos.

Usted sabe perfectamente que hice todo lo posible por obtener, si no una transacción propiamente dicha, al menos algo que permitiera a nuestro país iniciar pacíficamente una evolución política que, andando el tiempo, pudiera satisfacer las aspiraciones legítimas de todos los que nos preocupamos un poco por el futuro de nuestra patria. Y si entonces no pude conseguirlo, tal vez fue culpa de mi poco valer en la política mexicana, mas no se debió a mi falta de empeño y de buen deseo.

Las circunstancias actuales vuelven a colocarme en la misma situación que el año pasado, pues tal parece que el destino se empeña en que se realice su previsión; es decir, que mi humilde personalidad sirva de conducto para ver si se restablece la paz en nuestro país. Si esto sucede, si los que combaten en el campo derramando sangre de hermanos, se estrechan mañana en fraternal abrazo y lo olvidan todo, volviendo libres y tranquilos a sus hogares desiertos hoy; si esto sucede, repito, habré cumplido con mi deber de buen mexicano y podré retirarme con la conciencia tranquila del que ha hecho el bien.

Sabrá usted que fuí llamado a Nueva York a hablar con el señor Limantour y procurar, de común acuerdo un arreglo a la situación presente. Nadie tenía representación oficial y sólo nos reunió el común deseo de poner fin a una guerra siempre perjudicial para todos. Mas como era necesario condensar los temas de nuestra conversación para concretar las ideas, les dimos la forma de proposiciones o bases, que tengo el gusto de acompañar a esta carta.

Ellas, como verá, tienden a restablecer la paz, a obtener una parte de las ideas perseguidas en la campaña electoral del año pasado y a garantizar la vida, la libertad y, hasta cierto punto, el respeto a que son acreedores los valientes soldados que militan bajo sus órdenes.

Estoy bien convencido de que son justas, desinteresadas y nobles las exigencias de la revolución, porque resumen las aspiraciones legítimas de todos los pueblos cultos; pero también lo estoy de que si ellas pueden lograrse en una buena parte, sin más sacrificios para la patria, no debemos vacilar en venir a una transacción, si esta es honrosa y franca, sincera y de buena fe; pero no hay que olvidar que para llegar al fin, es necesario que ambos partidos pongan a un lado todo amor propio y toda preocupación personal; porque de no ser así, se corre el riesgo de que, en lugar de una paz verdadera y defintiva, sólo haya una tregua, después de la cual pueda volver a interrumpirse la paz y con ella el progreso incipiente de nuestro pueblo.

Es necesario que la paz sea completa y definitiva para que nuestro país no vuelva a ser víctima de otra revolución. Ahora bien: ¿cómo llegar a una paz verdadera? Creo que nunca hemos hablado sobre este asunto; pero recuerdo muy bien que en algunas de mis cartas del año pasado, algo le expuse de mis ideas.

A mi juicio, la verdadera paz y la buena administración, nunca pueden existir sin que al mismo tiempo existan en el gobierno dos partidos políticos opuestos desde cierto punto de vista, y lo que he observado en este país, me permite confirmar mis ideas de una manera absoluta. Cualquiera que sea la forma de gobierno, republicano o monárquico, y cualquiera que sea el partido que esté en el poder, si existe y gobierna sólo, nunca traerá lo que tanto deseamos los mexicanos, y que tanto necesitamos.

Ya conozco la cantinela de siempre: que los partidos no pueden existir sin el voto libre; pero también sé, por experiencia propia y extraña, que esto último no es posible, si no hay dos partidos en el gobierno y que sirvan de garantía a la libertad de votar. Por esta razón pienso que si se arregla una transacción franca, sincera y de buena fe, habremos conseguido lo que el triunfo de la revolución no nos permitiría hacer en varios años, o tal vez nunca.

Podría objetarse que, por artificial, este estado de cosas no sería estable; pero a mi juicio, la formación y existencia del Partido Antirreeleccionista nada tiene de artificial, pues cuenta con partidarios de buena fe, serios y honrados, y no podrá desaparecer.

Si en virtud de una transacción, nuestro partido entra en la arena política y en el campo gubernamental, en condiciones que le permitan vivir; la fuerza de sus ideales, la honradez de su conducta y la sinceridad de sus hombres, pronto lo harán poderoso y fuerte; pues no soy de aquellos qUe piensan y creen que en nuestro país no hay hombres honrados y capaces de ocuparse en los asuntos políticos.

A mi juicio este es el lado más importante de la cuestión, en lo que se refiere al porvenir de nuestro partido, y, por lo mismo, al porvenir del país. No creo conveniente ir de un extremo a otro, porque sería sencillamente cambiar de nombre: volveríamos a lo de siempre; y si esto llegara a obtenerse después de una revolución larga y sangrienta, cuántos odios, cuántos dolores y cuántas venganzas se despertarían y harían imposible una evolución pacífica y provechosa para el país.

La prolongación de la guerra tiene otros inconvenientes cuya gravedad no Se puede determinar de antemano. No podemos saber hasta dónde nos llevará, ni podemos prever todo lo que traerá como consecuencia, porque si se sabe dónde, cuándo y cómo se empieza, nunca se puede prever dónde, cuándo y cómo se acaba. Entre lo desconocido, adonde nos llevaría una revolución más o menos larga y lo conocido adonde iríamos en virtud de una transacción formal, buena y sincera, creo que no debemos vacilar en resolvernos por ésta.

Hasta donde lo permitieron las circunstancias se trató de asegurar en la transacción, la vida y la libertad de los revolucionarios y presos y perseguidos políticos; pero si, como espero de sus altas miras patrióticas, se resuelve a entrar en arreglos o transacciones, y con mejor conocimiento de las cosas en el lugar en que usted se encuentra, podrá estudiar estos asuntos y resolverlos con mayor acierto.

Entiendo que el portador de ésta será su hermano Gustavo, quien estuvo también presente en las conferencias con Limantour; él le dirá de viva voz lo que yo no puedo exponer, porqUe las entrevistas fueron bastante largas y, por lo mismo, lo pondrá al tanto de los detalles.

Con la esperanza de recibir buenas noticias de usted, y de que ha terminado la revolución en virtud de un arreglo satisfactorio, quedo como siempre su afectísimo amigo y S. S.

F. Vázquez Gómez.
F. V. G./J. S. A.

Entiendo que esta carta no llegó a poder del señor Madero, porque quienes eran portadores de ella, don Francisco y don Gustavo Madero, no llegaron al Estado de Chihuahua. Si acaso, el señor Madero la recibiría en el campamento, cerca de Ciudad Juárez. Por mi parte, mandé la copia de dicha carta al señor Limantour, según le ofrecí y expresa la carta siguiente:

Washington, D. C., 27 de marzo de 1911.
Señor licenciado don José Ives Limantour.
México.

Muy señor mío y amigo:

Tengo el gusto de acompañar a esta carta una copia de la que escribí al señor Francisco I. Madero, según convenimos en Nueva York.

Poco tiempo tuve para escribirla, porque la salida del enviado se me participó unas horas antes; pero como usted verá, he pocurado tratar con cierto detenimiento lo más importante de la cuestión que se trata de resolver.

Sin otro particular, quedo de usted afmo. y atto. S. S.

F. Vázquez Gómez.

La siguiente e interesante carta del señor licenciado J. M. Pino Suárez da una idea clara de cuál era la situación de los revolucionarios y de las gestiones de la familia Madero. Dicha carta dice:

Muy confidencial.
New Orleans, 4 de abril de 1911.
Señor don Francisco Vázquez Gómez.
Washington.

Muy respetable y distinguido amigo mío:

Anoche llegué de San Antonio, adonde, como dije a usted en mi anterior, fuí llamado por don Gustavo para que los acompañara a Chihuahua a explorar el ánimo del señor Madero y demás jefes, respecto a la traída y llevada paz. Nunca tuve fe en ésta ni soy partidario de ella, por dos razones: Primero, porque las revoluciones son radicales, y si nos quedábamos a medias, como seguramente iba a pretender el gobierno, corríamos el riesgo de que los hombres que están en el campo, desconocieran los tratados y se volvieran contra sus jefes y, segundo: porque no comprendo cómo podría garantizarnos el gobierno las concesiones que nos hiciera, o sea el cumplimiento de ellas. Pero, afortunadamente, no ha habido nada serio, más que el deseo vehemente de Limantour de entrar en componendas con la revolución para quedar él bien con ella; y el deseo, también vehemente y sincero del señor don Francisco Madero, padre, de evitar mayor derramamiento de sangre. Pues ya estará usted enterado de que la comisión de Limantour, vino integrada por un señor don Rafael Hernández y por don Salvador Madero. El primero no quiso ceder a nuestra demanda de que la cosa se hiciera pública. (tanto porque deséábamos que se supiera que era el gobierno quien proponía la paz, como por nuestra mayor seguridad personal, en previsión de un atentado), muy al contrario, ese señor quiso que todo se hiciera con el mayor sigilo posible y que no fueran más que las personas de la familia, y uno de nosotros. Yo protesté contra todo esto, pero al fin así se hizo, y Sánchez Azcona y yo, que tenemos procesos abiertos y corríamos mayor riesgo, aprovechamos el deseo manifestado con toda anticipación por el señor licenciado Estrada para acceder a que él los acompañara, quedándonos en San Antonio. Nunca he escatimado yo el sacrificio de mi persona a mis ideas, por más que me encuentro en circunstancias excepcionales, porque en este momento dejaría a mi familia en la miseria, y en prueba de ello acudí inmediatamente al llamado que se me hizo, pero creo que en este caso no adelantamos nada con que se nos ofrezca, como vulgarmente se dice, atole con el dedo. Ya don Salvador ha sido detenido al emprender otro camino de regreso, según sabrá usted y supongo que nuestros amigos se habrán devuelto de El Paso al tener esta noticia.

En mi concepto, la revolución está ya triunfante, todo el trabajo está hecho, era el de conseguir que el pueblo Se pusiera en movimiento y le perdiera el miedo al fantasma de Chapultepec; hoy sólo nos resta encaminar las energías en marcha y esperar algunos días. Por esto he vuelto de San Antonio muy descorazonado, porque no he encontrado ahí un núcleo dirigente. He visto al señor licenciado Vázquez Gómez, que debía encabezar ese núcleo ahí, algo retraído; he visto a los señores Madero, que debían hacer cualqier sacrificio para amontonar elementos para dar los últimos golpes, en actitud de hacer politica, cuando creo que su misión la deben limitar a lo primero. Y aquí me tiene usted en la mayor desazón, pensando que en el momento en que debía ocurrir a llevar a los amigos de Yucatán armas y dirección para librar su última batalla, que nos aseguraría los tres Estados de la costa y el Territorio me encuentro imposibilitado de hacerlo, cargando con la responsabilidad de abandonar a mis amigos en el momento preciso, y, quizás, con la de la pérdida de esa situación, porque Curiel está haciendo grandes concesiones ahí, se ha atraído al Partido Cantonista y si no consigue el triunfo completo sobre nosotros, cuando menos nos hára muy düícil una situación ya ganada, puede decirse. Don Gustavo me repitió que estaba pendiente del empréstito y que nada podía hacer por el momento; por lo que creo que en Yucatán, como en todo el país, estamos corriendo el riesgo de perder una situación que con un último esfuerzo podía ganarse; porque en este momento, puede decirse, que en la tardanza está el peligro, no porque creo que Díaz pueda llegar a rehacerse, sino porque pudieran complicarse las cosas si el gobierno americano se asegura de la tranquilidad por el lado del Japón; y porque quizás los cientificos intentarian una complicación al verse perdidos. A este respecto, le referiré que el día de mi salida presencié una entrevista de un caballero que parece procedía de Washington, con don Gustavo, en que le hizo presente que en la Secretaria de Estado de Washington le habían prevenido a Limantour, en su estancia en Nueva York, que era necesario que Díaz presentara su renuncia; que el gobierno americano esperaba que la presentaría. al abrirse el Congreso y que, en vista de no haberla presentado, se había ordenado ya la movilización de otros veinte mil hombres sobre la frontera (1). Parece un hombre bien enterado de nuestros asuntos y de lo que se piensa en los altos círculos del gobierno; por lo que creo que si no es cierto lo que dijo, bien podría haber sido un enviado para explorar impresiones. Tercié en la entrevista, y le dije que el gobierno americano tenía la culpa de nuestra situación en México, porque tanto MacKinley, como Roosevelt, Root y Taft, habían apoyado siempre a Díaz; y el pueblo mexicano, celoso de su autonomía y temiendo un conflicto con los Estados Unidos, había preferido sufrir en silencio los atentados de la dictadura, antes que exponer su independencia, hasta que ya le fue imposible soportar más tiempo la tiranía de Díaz; que, en consecuencia, creía yo que el pueblo americano, al intervenir en nuestros asuntos, iba a hacerse cargo de una gran responsabilidad, porque en nuestro país se moverían hasta las piedras mismas contra una intervención extranjera. Parece que esto le impresionó bastante y me contestó que no era el pueblo americano, sino los hombres del gobierno los que tomaban aquellas determinaciones.

Termino felicitándolo por sus declaraciones con respecto al mensaje de Díaz; debe usted, en mi concepto, insistir en que se nos reconozca la beligerancia lo antes posible, para poder obtener recursos y facilidades. Pero antes de terminar, le diré, que no estando conforme con esperar indefinidamente, estoy resuelto a comenzar a moverme por otros rumbos en busca de recursos, con la decisión de comprometerme a devolver ciento por uno si se trata de algún judío. Un amigo español, aquí, don Alejandro Fernández de la Reguera, me ofrece dirigirse a unos señores Solana, de México, a quienes usted conoce, pidiéndoles dinero para esta expedición, y diciéndoles que si están dispuestos a facilitarlo, que lo giren a favor de usted para que tengan absoluta seguridad de que no se trata de un timo. Esperamos que si piden referencias, usted nos hará favor de contestar de acuerdo; así como que me ratificará las facultades que tengo del señor Madero, para hacer la campaña de Yucatán, Campeche y Tabasco, autorizándome para firmar una obligación hasta por veinte mil pesos mexicanos para llevar a cabo dicha campaña.

Señor doctor, usted quizás no me conoce bien, pero el señor Madero tiene plena confianza en mis trabajos y el hecho de haberme sacrificado desde hace dos años personal y económicamente por nuestra causa, sin haberles pedido nunca un centavo, creo que me pone a cubierto a los ojos de usted y me acredita como hombre honrado y sincero. Creo que esta cualidad es la que necesitan nuestros hombres, sobre todas, para salvar a la República, y yo quizás he pecado por exceso de ella en todos mis trabajos llevados a cabo hasta ahora. En este momento recibo un cablegrama de Belice, avisándome que está en camino para ésta el jefe que debe llevar a cabo el movimiento de Campeche. Viene también por recursos, ¿qué hacer?

Sin más por el momento, soy su devoto amigo y obsecuente seguro servidor.

J. M. Pino.
Mi dirección privada: 609 St. Charles St. 609.

El señor Pino Suárez empezaba a entrever en esta carta, que una parte de los revolucionarios, o sea los Madero, estaban influenciados por el señor Limantour, aunque no podía apreciar todavía hasta dónde llegaba aquella influencia, muy especialmente sobre el padre del jefe de la revolución. Por esto se pretendía que todo se arreglara en familia.

Mi situación era muy difícil, porque carecía de noticias directas del jefe de la revolución y de cómo había respondido el país al llamamiento revolucionario en otros lugares que en Sonora, Chihuahua y Coahuila; porque no había dinero para seguir la campaña con probabilidades de éxito y porque la presión de la familia Madero en favor de Limantour y, por lo mismo, en favor del gobierno, comenzaba a ser decisiva y franca; pues como he dicho antes, yo tenía que luchar, tanto en contra del gobierno Díaz-Limantour, como en contra de los elementos limantouristas dentro de la misma revolución, y con los cuales no podía yo romper de una manera franca y abierta. Esto, no tanto porque se tratara de la familia del jefe de la revolución, cuanto porque el dividirnos en aquel entonces hubiera sido de fatales consecuencias para la revolución.


Notas

(1) Dicha presión ejercida sobre el general Diaz era el resultado de la comida a que fue invitado el señor Limantour por el ministro de la Guerra americano.

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