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Tercera parte

CAPÍTULO VIII

LA REVOLUCIÓN Y DON FRANCISCO L. DE LA BARRA.


Ya he dicho en estas Memorias cómo fue designado Presidente Interino el señor licenciado don Francisco León de la Barra, y en qué forma contribuí a su designación, cometiendo el mayor de mis errores políticos; pero lo que voy a hacer en este capítulo, es a examinar, aunque a grandes rasgos, su conducta durante el interinato, y qué influencia tuvieron sus actos en el curso de los acontecimientos posteriores.

El primer acto del señor De la Barra consistió, indudablemente, en estudiar al elemento revolucionario que venía a formar parte de su gobierno y muy especialmente al Jefe de la revolución y a su grupo íntimo. Encontró desde luego que los ministros de Hacienda, de Justicia y de Fomento, o sean los señores Ernesto Madero, Rafael Hernández y Manuel Calero, no eran revolucionarios, sino que tenían profundas ligas con el régimen derrocado; que el subsecretario de Relaciones era delabarrista y que el Jefe de la revolución era limantourista, así como toda su familia. Y si a esto se agrega que el Ministro de la Guerra, general Rascón, pertenecía también al antiguo régimen, no quedaban sino tres ministros revolucionarios: el señor ingeniero Manuel Bonilla, en Comunicaciones, y los Vázquez Gómez en Gobernación e Instrucción Pública. Haciendo un balance de sus elementos de gobierno, el señor De la Barra encontró que la revolución estaba representada por una pequeñísima minoría, lo cual produjo en su mente la idea y el propósito de conseguir por medios políticos lo que no pudo obtenerse por medio de las armas; es decir, derrotar a la revolución que lo llevó a la Presidencia de la República.

Una vez tomada esta determinación, el señor De la Barra se propuso conocer las ideas del Ministro de Gobernación, licenciado Vázquez, dada la importancia política de esa secretaría; y cuando se dió cuenta de que las ideas revolucionarias del nuevo ministro eran radicales, su primer pensamiento fue, indudablemente, eliminarlo del gabinete para no tener un estorbo y poder desarrollar sus planes políticos. En efecto, y según consta en estas Memorias, y es la verdad, apenas transcurridos algunos días de la llegada del señor Madero a la capital, cuando éste me habló acerca de los deseos del Presidente interino, de que se separara del gabinete al licenciado Vázquez porque sus ideas le parecían disolventes. Aparte de que todas las ideas revolucionarias les parecen disolventes a los reaccionarios, el señor De la Barra supo escoger muy bien sus argumentos, tratándose de una familia rica como la familia Madero. Pero el Jefe de la revolución, no sólo no se opuso a los deseos del señor Presidente, sino que estuvo de acuerdo con él, concediéndole la razón. Esto constituyó el primer triunfo de De la Barra, aunque por gestiones mías la separación se retardó un poco, como se ha visto en otro lugar. Sin embargo, la brecha estaba abierta.

Sobre la marcha, y a pesar de que el convenio de Ciudad Juárez no estableció plazo fijo para licenciar las fuerzas revolucionarias, el Presidente interino se apresuró a expedir su decreto de 19 de junio, declarando bandidos y fuera de la ley a los revolucionarios que no hubiesen acudido a licenciarse para el primero de julio, y los cuales bandidos serían batidos y exterminados, valiéndose, naturalmente, de las fuerzas del régimen derrocado. Y a pesar de que este acto del Presidente interino revelaba muy a las claras su propósito de desarmar a la revolución y entregarla inerme a merced de sus enemigos; el señor Madero accedió a eno, según lo dice el licenciado don Luis Cabrera en su artículo La Revolución dentro del Gobierno. De la Barra obtuvo su segundo triunfo político y el señor Madero cometió el segundo de sus errores que lo llevaron al desastre. Cierto es que el licenciado Vázquez y muchos revolucionarios se opusieron tenazmente al licenciamiento porque comprendían las intenciones del Presidente interino; pero, parece mentira, su resistencia no tuvo otro resultado que intensificar las gestiones del señor De la Barra e intensificar la resolución del señor Madero y de su grupo personalista, para eliminar al ministro de Gobernación. Desde entonces el señor Madero no fue sino un instrumento manejado por De la Barra, don Gustavo Madero y el comité, para desarrollar la política maquiavélica del señor Presidente.

Pero estas gestiones o exigencias del Presidente interino, aconsejadas seguramente por los políticos de su grupo, no habrían prosperado sin la intervención de un importante factor: la división del partido revolucionario. En efecto, el señor De la Barra y sus consejeros, desde luego se dieron cuenta de que la revolución venía en proceso de dividirse y de que, como era muy natural, esto favorecía sus propósitos: de modo que, cuando el comité maderista resolvió, como medida de alta política, apresurar la escisión del partido revolucionario, como dijo Sánchez Azcona; en realidad, no hizo otra cosa que dar el triunfo al señor De la Barra. Esto lo veían todos menos los maderistas.

En estas condiciones, el señor De la Barra me habló de su candidatura presidencial, cuando ya contaba con los partidos Evolucionista y Católico, creyendo o fingiendo creer, que yo formaría parte del nuevo grupo (delabarrista); pero como nada obtuvo en este sentido, según consta en estas Memorias, ya no volvió a insistir más y se tomó otro camino.

El sentimiento revolucionario era muy intenso en todo el país, lo cual hacía muy difícil, si no imposible, que el señor De la Barra triunfara en las elecciones y resultara electo Presidente de la República. Entonces se resolvió postularlo como Vicepresidente, y ya dije antes cuál era la combinación para el caso de que resultara triunfante.

Pero los impacientes que nunca faltan, si no es que los más previsores (?), idearon el complot de Puebla, de principios de julio, para asesinar al señor Madero y aprovechar la oportunidad para hacer surgir la contrarrevolución. Es indudable que el señor De la Barra supo lo del complot, porque éste no era un secreto en Puebla: yo no quiero decir que lo haya aprobado; pero lo que sí es un hecho, fuera de toda duda, es que nada hizo para evitarlo; y no sólo esto, sino que ni siquiera se interesó en averiguar si era cierto lo del mencionado complot, desplegando, en cambio, mucha energía para que se castigara al general Martínez, aprehensor de los complotistas. A éstos sí estaba resuelto a dar toda clase de garantías. Y el señor Madero, dócil instrumento del Presidente interino, por su ningún carácter y nulo revolucionarismo, todavía llamó bandidos a quienes le salvaron la vida en aquella vez.

Sólo faltaba al señor De la Barra un punto importante por resolver, para triunfar en toda la línea: la eliminación efectiva del licenciado Vázquez. Esta, como dije antes, pude detenerla por algún tiempo, como se ha visto en mis cartas del mes de julio; pero la proposición de mi hermano de que renunciara De la Barra y fuera puesto en su lugar el señor Madero, para calmar los ánimos de los revolucionarios y asegurar el triunfo de la revolución, fue considerada por ambos como un fenomenal desacato, y se hizo efectiva la tan deseada (para Madero y De la Barra) separación. El señor De la Barra habia triunfado en toda la línea. Todo esto marcó más la división entre el maderismo, que se entregaba maniatado al antiguo régimen y la revolución, que se conservó rebelde sin someterse a esa combinación desastrosa.

El señor Sánchez Azcona, en su conferencia de 19 de diciembre de 1930 (1), agradecido al señor De la Barra porque favoreció la decisión del comité maderista (de dividir al partido revolucionario), dice que sólo le reprocha su permanencia en el gabinete de Victoriano Huerta, después de los nefandos asesinatos de Madero y Pino Suárez. Pero esto, como se ha visto, no fue sino el último acto de la comedia representada por el señor De la Barra durante el interinato; es decir, del hombre que, en concepto del señor Madero, representaba muy dignamente a la revolución, según dijo en su manifiesto del 3 de agosto.

El señor Sánchez Azcona, atribuye a torpeza de De la Barra todo lo que éste hizo y dejó de hacer; pero esta no es la verdad. Quienes estuvieron torpes y se dejaron engañar como niños, fueron el señor Madero y el grupo que lo rodeaba, y ellos también, con el señor De la Barra, son los responsables de la larga, sangrienta e implacable revolución constitucionalista, iniciada y realizada por don Venustiano Carranza, con apoyo del pueblo, como dijo Sánchez Azcona en la conferencia antes mencionada. Todo esto se lo advertí al señor Madero en alguna de mis cartas del mes de julio de 1911.

Pero, al lector, como a mí, le asaltará una duda. Si el jefe de la revolución, don Gustavo Madero y el comité, estuvieron de acuerdo con el señor De la Barra en todo lo que se refería a desarmar, dividir y nulificar la revolución; si para lograr esos y otros propósitos, los maderistas coadyuvaron hasta con la formación de un nuevo partido que diera cabida a todos los reaccionarios, conservándoles sus tendencias respectivas ... para consolidar la revolución (!); si eso hicieron, si ese fue el grano de arena que aportaron, y si después de vistas y sufridas las consecuencias de tan clara visión política y tan brillante actuación revolucionaria, sólo le reprochan al señor De la Barra el haber figurado en el gabinete del usurpador; cabe preguntarse si Madero y los maderistas fueron instrumentos del señor De la Barra, o si fueron coautores que, a conciencia, y con decisión, apoyaron, secundaron y aplaudieron la política antirrevolucionaria del presidente blanco ...




Notas

(1) Publicada en El Gráfico de 21 y 23 de diciembre de 1930.

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