Índice de Memorias de Francisco Vázquez GómezSegunda parte - Capítulo VSegunda parte - Capítulo VIIBiblioteca Virtual Antorcha

Segunda parte

CAPÍTULO VI

EL LIC. PINO SUÁREZ DICE QUE NO ACEPTA SER CANDIDATO A LA VICEPRESIDENCIA. SIGUEN LAS CARTAS DE MADERO.


Ya que mi relación me obliga a seguir, hasta donde es posible, un orden cronológico, voy a transcribir las dos cartas siguientes:

Un membrete que dice:
Gobernador del Estado de Yucatán.
Mérida, Yuc., 13 de julio de 1911.
Señor doctor don Francisco Vázquez Gómez,
secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes.
México, D. F.

Muy respetable y distinguido amigo mío:

La presente será puesta en sus manos por los señores don Faustino Escalante y doctor don Nicolás Cámara Vales: el primero, hacendado prominente, miembro de la Cámara Agrícola de Yucatán y del consejo del Banco Peninsular Mexicano, de esta capital, y el segundo, hermano político mío y persona de mi mayor estimación y confianza, quienes van a la capital con el objeto de conferenciar con el señor ministro de Gobernación acerca de la política de este Estado.

Al tener el gusto de presentarlos a usted y recomendarlos a su fina atención, es con el objeto de que se pongan en contacto con nuestros hombres de valer de la capital, para ir estableciendo esas mutuas relaciones y simpatías que deben existir entre los hombres del nuevo régimen, para que la República marche uniformemente por el camino que la revolución ha deseado y sus hombres le señalen.

Estos buenos amigos informarán, pues, a usted, de la verdadera situación política del Estado, pudiendo usted estar seguro de la veracidad de sus informes, por ser personas que hasta ahora han permanecido ajenas por completo a la política y a quienes sólo guía el progreso del Estado y el prestigio de nuestra caUsa. Ellos informarán a usted, porque así se los he suplicado, de mi actitud ante la postulación que hacen varios amigos y clubs políticos de mi candidatura para la Vicepresidencia. A todos les ha contestado que estando afiliado al Partido Antirreeleccionista y siendo usted el candidato de la convención de dicho partido, no puedo aceptar aquella postulación. Con esta mi actitud creo cumplir con miS deberes de patriota y de amigo y de correligionario de usted, aparte de que, sinceramente, juzgo que la personalidad de usted llenaría cumplidamente las aspiraciones de la mayoría de la nación en el alto puesto de la Vicepresidencia.

Dejando a estos amigos la oportunidad de ampliar mejor estas mis ideas y sentimientos, y esperando que usted les dará la buena acogida que siempre me ha dispensado a mí mismo, soy, con toda lealtad, su afmo. amigo y atto. s. s.

J. M. Pino Suárez.
Rúbrica.

Yo creí, y sigo creyendo, que el señor licenciado Pino Suárez escribió esta carta con toda sinceridad. Supongo que el señor Madero lo hizo cambiar de opinión y de aquí vino que se resolviera la formación artificial de un nuevo partido, y el convocar otra convención, con el objeto de satisfacer los escrúpulos del futuro Vicepresidente de la República.

Mi contestación fue la siguiente:

México, 25 de julio de 1911.
Señor don José María Pino Suárez, gobernador de Yucatán.
Mérida, Yuc.

Muy señor mío y distinguido amigo:

Los señores don Faustino Escalante y doctor don Nicolás Cámara Vales, me entregaron en Puebla su grata, fecha 13 del corriente mes y me hicieron las explicaciones a que hace usted referencia.

Dichos señores me ofrecieron que en esta capital volveríamos a hablar de la política general del país y muy especialmente de la de ese Estado, que, como la de todos, me interesa vivamente; y aunque todavía no he tenido el gusto de verlos, espero que lo tendré muy pronto.

Veo por su carta, que no acepta usted la candidatura para la Vicepresidencia de la República, que le han ofrecido algunos clubs y amigos. Aprecio en todo su valor las razones de patriotismo y amistad, en virtud de las cuales ha resuelto no aceptar su postulación, pues esto revela claramente que usted, como todos los patriotas de buena fe, piensa que cualquiera división de nuestro partido, en los momentos actuales, no nos sería muy favorable.

No creo tener los méritos necesarios para ocupar el elevado puesto de Vicepresidente de la República, si el voto de mis conciudadanos me favorece; pero teniendo en cuenta que acepté mi candidatura ante la convención de abril de 1910, y que el Partido Antirreeleccionista no celebrará otra convención, sino que luchará por los mismos candidatos que fueron designados en la del año próximo pasado, creo de mi deber acatar las decisiones de nuestro partido.

Con la mayor estimación, quedo de usted afmo. amigo y muy atto. s. s.

F. Vázquez Gómez.

Con el objeto de que los miembros del Partido Antirreeleccionista supieran cuál era el modo de pensar del licenciado Pino Suárez por lo que hacía a las candidaturas, mandé publicar la referida carta, participándoselo al autor, quien con fecha 29 de julio me dice en un telegrama:

Enterado publicó usted mi carta 13 actual. Tengo entendido señor Madero recomendó ya otra persona para puesto indica.

J. M. PINO S.

Para estas fechas, como se recordará, ya el señor Madero había decretado la desaparición del Partido Antirreeleccionista en su manifiesto de 9 de julio; todavía me decía que yo sería el candidato del comité nombrado por él; y aunque yo no creía esto porque conocía los trabajos del nuevo partido, no quise hacer referencia a ellos en mi carta al señor Pino Suárez, agregando, de paso, que no tuve conocimiento de que el señor Madero hubiera recomendado a otro candidato, a no ser que esa otra persona haya sido el mismo señor Pino Suárez.

Tehuacán, Puebla, 26 de julio de 1911.
Señor doctor Francisco Vázquez Gómez, ministro de Instrucción Pública.
México, D. F.

Muy querido amigo:

Le adjunto copia de una carta que escribí hoy a su hermano, y le repito a usted que me parece muy inconveniente mostrarse débil con los jefes insurgentes, pues después sus pretensiones serán cada vez más exigentes y necesitamos obrar con energía, y en vez de poner al frente de las tropas a jefes cuya fidelidad sea dudosa, como Andrew Almazán, necesitamos poner gentes de quienes estemos absolutamente seguros.

Vi la contestación que dió usted a los jefes insurgentes. Siento que no les haya hecho conocer mi opinión desde un principio; pero ya se las hice conocer por medio de un telegrama que le puse a mi hermano Gustavo, para que lo leyera a todos ellos, en el cual desaprobaba fuertemente su conducta. Encargué que mandaran publicar ese telegrama; no sé si lo habrán hecho.

No veo yo peligro en la situación actual; pero sí pueden sobrevenir algunos si entra la división entre nosotros, por cuya circunstancia debemos estar todos unidos y dar muestras del mayor desinterés. Para que esta unión sea efectiva, se necesita que haya cierta disciplina en el partido y que todos reconozcan mi autoridad.

Y ahora que es oportuno le recuerdo que a pesar de que habíamos convenido que el licenciado Federico González Garza fuera subsecretario de Gobernación, nombraron ustedes al licenciado Chávez que ha dado pruebas de una ineptitud, pues de nada ha servido, y me puso usted como pretexto que lo habían puesto cediendo a las amenazas de Octavio Bertrand. Usted comprende que nunca se debe ceder a las amenazas de los jefes militares, ni mucho menos reconocerles más autoridad que a mí. Octavio Bertrand sería incapaz de ir a hacer nada contra ustedes y menos contra mí, pues resulta que ni era representante de las fuerzas del sur, ni tenía fuerzas propias con que llevar a cabo sus amenazas, y en último análisis, le hubieran dicho ustedes cuál era mi decisión y no se hubiera atrevido a hacer la más ligera objeción.

Ya sabe el afecto tan grande que les tengo al licenciado su hermano y a usted, y como deseo que nuestras relaciones sean cada vez más cordiales, quiero puntualizar ciertas cosas, a fin de evitar en lo sucesivo motivos que puedan traer alguna fricción entre nosotros.

Pasando a otra cosa le diré que en el comité se discutió mucho lo referente a la candidatura de usted y al fin fue aceptada por todos, así es que no fueron vanas mis recomendaciones para traer unión en ese importante club, que va a dirigir la campaña política.

Sin otro particular, quedo su amigo que lo aprecia y su atento s. s.

Fco. I. Madero.
Rúbrica.

El señor Madero olvidaba las funciones de los revolucionarios armados en aquellos días y por eso quería tratarlos como a niños de escuela, mandándoles leer un telegrama en que los regañaba. Quería también que hubiera unión y disciplina en el partido y para ello exigía que todos reconocieran su autoridad; pero esto sólo pudo conseguirlo el general Díaz después de muchos años de gobernar y de ir matando, poco a poco, el espíritu público en asuntos políticos. El señor Madero ya se soñaba dictador antes de ser Presidente de la República; comenzaba por donde había acabado el general Díaz después de treinta años de gobierno.

En carta subsecuente se verá por qué no se nombró subsecretario de Gobernación al licenciado González Garza, pero aquí es necesario que haga yo una explicación.

Como dije en su tiempo y consta a todos los de aquella época, las angustias del gobierno del general Díaz y lo que le obligó a urgir que se arreglara la paz cuanto antes, no fue la toma de Ciudad Juárez, sino la toma de los Estados de Guerrero, Morelos y Puebla, con excepción de las capitales de estos dos últimos. Estaba muy seriamente amenazada la capital por los revolucionarios del sur, al grado de que el señor Limantour gestionó (y obtuvo, según dicen algunos) un armisticio con las fuerzas de Figueroa. En esta virtud, mi hermano pensó, y pensó muy bien, que debía darse al sur alguna representación en el gabinete. ¿Por qué no se dió al señor González Garza algún otro ministerio? Porque los ocupaban los científicos y familiares del señor Madero a quienes les concedía más méritos que a los revolucionarios del sur. Por lo demás, no hubo tales amenazas de Octavio Bertrand, ni yo dije tal cosa al señor Madero, como se ve por los telegramas siguientes, fechados el 26 y 31 de mayo, cuando el señor Madero estaba todavía en Ciudad Juárez:

Según he sabido está nombrado subsecretario de Gobernación guerrerense. Condiciones militares delicadas exigiéronlo. Reyes llegará después que usted. Todo va bien.

V. Gómez.

Y a propósito de la renuncia del general Treviño como jefe de la zona, renuncia que el señor Madero. me dice en telegrama de 26 de mayo que convendría aceptar, siempre que el sustituto sea amigo, le dirigí el siguiente:

Gestiónase retirar renuncia zona: asuntos militares obligan nombrar subsecretario Gobernación un guerrerense. González Garza preferible en Justicia para contrarrestar cierto color científico del jefe (licenciado Hernández). Dígaselo a éste. Encárgole no precipitar venida.

Doctor.

Como se ve, nada se dice de Octavio Bertrand ni mucho menos de sus amenazas, que no las hubo.

En el último párrafo dice que el comité del nuevo partido aceptó por unanimidad mi candidatura, pero esto no fue verdad, de donde se infiere que, o el señor Madero era engañado por el Comité o él pretendía engañarme, según se irá viendo en el curso de estas Memorias.

En la copia de la carta dirigida a mi hermano, se encuentran algunos párrafos que copio en seguida, porque bien valen la pena de ser conocidos.

Le confirmo mi telegrama en que le decía debía llamar la atención a los jefes insurgentes a fin de que depusieran su actitud con el Presidente de la República, y suplicándole colaborara con él a la vez para que le facilitara el deseo que tiene de un cambio en el gabinete.

Usted recordará que convinimos la otra vez en que era conveniente usted se retirara a últimos de este mes o principios del entrante, por las razones que le expuse. Pero si acaso hubieren habido algunas razones para vacilar, la actitud de los jefes insurgentes ha venido a quitar toda vacilación, pues sería altamente inconveniente ir a ceder a sus exigencias. Por esta circunstancia, le suplico hablar con el señor De la Barra y obsequiar sus deseos respecto al tiempo y modo como debe retirarse del gabinete.

He visto por la prensa que nombró usted a Andrew Almazán jefe de las fuerzas de Morelos. Yo le había mandado recomendar con Ernesto Madero que nombrara a Pedro Santos Mendiola, que es sumamente activo, disciplinado y con quien se puede contar, mientras que Andrew Almazán es un díscolo que vive siempre atacando a Figueroa, como lo acaba de hacer por la prensa en términos muy inconvenientes, y sobre todo, era el que encabezaba las firmas de aquel grupo que dicen andaba conspirando y me parece sumamente inconveniente que como premio a sus conspiraciones se le dé un mando de tropas que no tenía; y esto es natural que constituya una amenaza para nosotros.

Almazán había hecho sus trabajos revolucionarios en el sur y era conocido en esa región por sus compañeros y colaboradores; mientras que Santos Mendiola era de San Luis Potosí y no tenía otros méritos que ser íntimo amigo del señor Madero, cosa que ellos, los del sur, ignoraban completamente.

Por lo mismo, habría sido muy difícil que en aquellos tiempos de desconfianza, hubieran aceptado los del sur como jefe a un individuo completamente desconocido para ellos.

Ya he dicho antes que lo que el señor Madero llamaba conspiración, consistía en que los jefes revolucionarios, viendo que él ponía en manos de los científicos el triunfo de la revolución, se propusieron en el acta firmada el 11 de julio, llevar adelante el Plan de San Luis Potosí en todas sus partes. Entre éstas estaba la de que el mismo señor Madero ocupara desde luego la Presidencia provisional de la República. El triunfo de la revolución se iba entregando, poco a poco, a los enemigos de ésta, como se consumó después, según veremos a su tiempo.

A propósito del nombramiento de Almazán, creo conveniente citar otro caso igual, según se verá por el siguiente telegrama que con fecha 28 de julio me dirigió el señor Madero. Dice así:

Suplícole decirme por qué no nombraron jefe de las fuerzas insurgentes en Puebla a Alberto Guajardo, como habíamos convenido y en vez de él nombraron a Agustín del Pozo, con quien todo el mundo está descontento.

Francisco I. Madero.

Alberto Guajardo es de Coahuila, en la parte norte de cuyo Estado había operado como revolucionario. No era conocido en Puebla, mientras que Agustín del Pozo había operado en este último Estado. Además, Alberto Guajardo, quien sólo había ido a Puebla por acompañarme, no aceptó la comisión cuando de ella le hablé, diciéndome, y con razón, que su nombramiento podría dar lugar a disgustos entre los revolucionarios poblanos y era mejor no echarle leña a la lumbre.

El señor Madero había olvidado que el ingeniero Alfredo Robles Domínguez, a quien dió amplias facultades, según se ha visto, fue quien nombró jefe de las armas en Puebla al señor Agustín del Pozo, y respecto a Guajardo, no hubo el convenio de nombrarlo, sino indicación de hacerlo si él aceptaba; pero el señor Madero me decía muy a menudo que convinimos tal cosa siendo así que en varios casos, como se ha visto por documentos, no hubo tales convenios.

Me he propuesto transcribir todas las cartas relativas a mi insistencia en que no se dividiera el partido revolucionario, para que se vea que si insistía, no era porque tuviera empeño en resultar electo Vicepresidente de la República como pudiera creerse, sino por una cosa más trascendental e importante cual era evitar la división de la revolución. Pero no sólo esto, sino prevenir tambén la guerra civil más o menos anárquica, que daría a la reacción la oportunidad de aparecer en el momento oportuno, como sucedió.

En 29 de julio, escribí al señor Madero una carta que dice:

Señor don Francisco I. Madero.
Tehuacán, Puebla.

Muy estimado amigo:

Recibí sus gratas fechas 16, 22 y 25 del corriente, las que, en lo que tratan de más importante, me ocupo de contestar, y, al efecto, voy a procurar ser lo más conciso posible y exponerle por orden los asuntos que tienen más importancia.

PRIMERO. Considero absolutamente indispensable que se tenga mucho cuidado en el licenciamiento de las fuerzas insurgentes, procurando dejar un número bastante para tener siempre el apoyo que es necesario en estos momentos de transición; porque si, desgraciadamente, se licencia una gran parte y quedamos sin ese apoyo, es casi seguro que también quedaremos a merced de los que bajo cualquiera forma o pretexto quieran nulificar los resultados de la revolución. Veo que usted manifiesta una tendencia a eliminar la influencia de los que le dieron el triunfo; y esto, además de ser peligroso, por lo que he dicho antes, tiene la inconveniencia de disgustar más o menos profundamente a nuestras fuerzas y facilitarles o darles pretextos para que desconfíen de las promesas que usted hizo al país. Por otra parte, no hay que olvidar que el resentimiento entre las dos fuerzas que antes fueron enemigas, no se acaba por completo y es necesario, para algún momento dado, tener aquellas con cuya lealtad y abnegación se contó en los momentos de prueba.

Considero de suma urgencia que se les organice y discipline bajo la dirección de nuestros jefes de mayor confianza, valiéndose de instructores militares idóneos, porque esto no sólo es conveniente para lo que pueda ofrecerse en lo futuro, sino también para reprimir los actos de bandidaje que muy a menudo persisten o se cometen después que ha triunfado una revolución. A este propósito, juzgo conveniente indicarle que los jefes de zona bajo cuyo mando deben quedar las fuerzas que antes fueron revolucionarias, sean también de éstas de entre aquellos que se hayan distinguido por su disciplina, buena conducta y energía.

He procurado, al hablar con los jefes que firmaron la carta que usted conoce, disuadirlos de sus propósitos que en ella manifestaban, ofreciéndoles que el gobierno actual, representante de la revolución, hará todo lo que esté en su mano para proseguir la obra de renovación, con el fin de verificar los cambios que exige la opinión pública sensata; pero yo no considero muy conveniente el tratarlos con dureza, ni mucho menos de un modo que les signifique que se les hará mal, en estos momentos.

SEGUNDO. El asunto relativo al ministerio de Gobernación, no lo considero tan sencillo como usted piensa, tanto más, cuanto que, según parece, se trata más bien de intrigas, que de satisfacer las necesidades indicadas por la opinión pública. En efecto; cuando hablé con el señor Presidente, le pregunté con franqueza cuáles eran los motivos que él tuviera para pretender hacer un cambio; dicho señor me manifestó que él no tenía ningunos motivos personales, pero que la opinión entre los revolucionarios así lo exigía. Ahora bien; como se ha manifestado pública y privadamente lo contrario, resulta entonces que esto no es exacto; pues lo que sí es una verdad manifiesta, es que algún grupo de personas, unas ligadas con la revolución y otras ajenas a ella, son las que han iniciado tal cambio, según consta por lo que ha publicado la prensa y el mismo señor Presidente me manifestó. Entre dichas personas puedo mencionar a los señores Sánchez Azcona, José Vasconceloe, Urueta, y algunos otros que nunca han tenido que ver con la revolución; y como, según las publicaciones de la prensa y lo hecho por esos señores, resulta que el grupo que demanda tal cambio es precisamente aquel que ha emprendido la campaña en contra mía, no me queda absolutamente ninguna duda respecto a lo que he sostenido siempre; es decir, que en este caso se trata de intrigas en mi contra y de producir una división en nuestro partido, que, en los momentos actuales, juzgo peligrosa.

Mi hermano ha dicho repetidas veces al señor Presidente, que está dispuesto a hacer lo que él le indique y en los momentos que juzgue necesario; así, pues; por su parte no existe ningún obstáculo, como usted lo piensa; pero lo que yo considero necesario dilucidar es si usted está o no de acuerdo con la conducta seguida por las personas que piden el cambio de que se trata, sabiendo, como resultado de los hechos, que no se trata en este caso sino de hacerme una campaña política contraria a lo que hemos convenido.

En confirmación de esto, debo decir a usted, aunque ya lo sabrá por los trabajos publicados en la prensa, que el grupo a que me he referido antes, aceptó de usted el nombramiento que hizo en favor de ellos como miembros del comité, pues para eso lo consideran a usted con las facultades de hacerlo; pero dicho grupo desconoce en usted las facultades en virtud de las cuales usted dijo al nombrarlos que no había de verificarse una nueva convención y de que los candidatos en cuyo favor se había de hacer la próxima campaña, serían los mismos de la convención de 1910.

En comprobación de esto que digo, puede usted leer el manifiesto, circular o como se llame, que publicaron ayer y hoy en la prensa, en donde se dice claramente que han acordado verificar una convención a fines del entrante agosto, con el objeto de que en ella se designen candidatos para la Presidencia y Vicepresidencia de la República. Entiendo que según la declaración de usted en la cual los nombró usted miembros del comité referido, no existen tales facultades, de donde resulta que lo obedecen en cuanto a creerse miembros y lo desobedecen en lo relativo a la convención y a las candidaturas.

Por más que usted diga lo contrario, estos señores, sin darse cuenta de que su conducta es contraria a los intereses de usted mismo, trabajan en contra de la unión que debe existir en nuestro partido; y esto es tanto más de lamentarse, cuanto que en estos momentos existen trabajos de verdadera importancia en contra de usted y en contra mía, llevados a cabo por los partidos Evolucionista y Católico que, según parece, se unirán en el momento oportuno; y usted sabe bien que el primero pretende, por todos los medios legítimos e ilegítimos, que las elecciones no se verifiquen en el plazo fijado, pues tienen la seguridad de que si por una parte se aumentan los ataques a nosotros, y por otra, entre nosotros mismos se acentúa más la división, tendrán probabilidades de triunfar; y si a esto se agrega que pretenden a todo trance que se licencien todas las fuerzas revolucionarias para no dejarnos otro apoyo que el de los que fueron nuestros enemigos, usted comprende perfectamente que estamos expuestos a un fracaso y con nosotros, que es lo más imprtante, el fracaso de la revolución.

TERCERO. He hablado con el señor licenciado Cabrera y él me ha dicho lo que usted habrá visto escrito en el artículo qúe acaba de publicar. En éste aconseja medidas más radicales en contra del elemento científico; pero usted sabe perfectamente que tanto el señor Presidente, como la mayoña del gabinete actual, son enemigos de perseguir a los elementos del antiguo régimen; de donde resulta que el mismo señor Cabrera o cualquiera otro, se encontraria en condiciones de no poder obrar, de no satisfacer las justas exigencias de la revolución ni de inspirar cada día más confianza a los revolucionarios, sino de ofrecerles la oportunidad de que ellos continúen por su cuenta la obra de la revolución, en lugar de que lo haga el gobierno dentro de la ley, ocurriendo a todos los medios que sean necesarios para continuar dicha obra; y sobre todo, para evitar cualquier pretexto a nuevos movimientos armados; pues por más que se diga y por más que usted lo piense también, las condiciones son tan delicadas, que bastaría la más ligera escisión de nuestro partido o la indecisión o apatía del gobierno de proseguir la acción revolucionaria, para que tengamos nuevos desórdenes, y esto, como usted comprende, es absolutamente inconveniente.

La opinión pública, revolucionaria o no, está mirando que en el gobierno, el partido revolucionario está en absoluta minoría, lo cual ha despertado sospechas respecto de usted, señalándole como inclinado más bien a ligarse con los elementos del antiguo régimen, que a satisfacer las justas demandas de la revolución. Ahora bien; si en lugar de aumentar la influencia revolucionaria en el gabinete, usted se empeña en disminuirla, esta desconfianza aumentará con toda seguridad y la división en nuestro partido será más intensa, más honda, y, por lo mismo, más perjudicial.

En esta virtud, considero más conveniente que la separación de que antes hemos hablado, se haga lo más tarde posible; es decir, hasta que hayamos realizado la unión efectiva y real entre nuestros partidarios y orientar bien nuestros trabajos, y Se haga por medio de una licencia y nunca por medio de una renuncia, que significaría una ruptura de los elementos revolucionarios; pero entretanto esto se verifica, es necesario aumentar en el gobierno los elementos que representan realmente los ideales de la revolución; porque tanto en los hechos aludidos como en las juntas del gabinete, hemos visto claramente que en la mayoría de éste dominan las ideas del antiguo régimen, netamente contra las antirreeleccionistas. Si usted quiere convencerse de esto, puede dirigirse al señor Bonilla, ministro de Comunicaciones, quien podrá referirle algo de lo que sucedió en la última junta de ministros. Esto, como le he dicho, lo ve la opinión pública, lo señala todos los días y prepara ya los ánimos en el sentido de unirse a otro candidato que no sea usted, porque están adquiriendo la convicción de que el gobierno actual no representa los ideales por que se luchó en la revolución última.

Así, pues, si yo he manifestado resistencia a que se disminuya en el gabinete la influencia revolucionaria, no es por capricho o por intereses de familia como usted ha llegado a suponer; muy al contrario, son los intereses de nuestro partido y principalmente los del país, los que me mueven a esto, pues tengo la convicción de que una vez que se inicie y manifieste la división de que se trata, ya podremos contrarrestar su efectos.

Respecto al partido reyista, cada día toma más incremento, más fuerza, y son más claras las tendencias a presentar el país en un estado de anarquía tal, que ya comienzan a decir por medio de la prensa, que el único hombre capaz de dominar esta situación, es el señor general Reyes. Así, pues, su confianza respecto de este partido, no es fundada, no por lo que se refiere al general Reyes personalmente, sino por lo que se refiere a sus partidarios.

Estoy haciendo esfuerzos para obtener la unión de todos los partidarios nuestros: creo que fracasaré por lo que toca al comité que usted nombró; pero si lo logro con todos los otros elementos que hasta hoy están más o menos dispersos y que tienden a tomar distintas orientaciones, pienso ponerme al frente de ellos como uno de los jefes del partido para poder realizar y consolidar dicha unión y extender su influencia a todo el país; pero, naturalmente, yo obraría siempre de acuerdo con usted, porque tengo la convicción firmísima de que debemos unirnos; porque de lo contrario, por más que usted diga, estamos expuestos al fracaso y sería muy triste entregar en manos del enemigo una situación que nos ha dado la opinión pública. Al efecto, considero necesario y conveniente, para que usted no dé lugar a polémicas, que aprovecharían los enemigos para atacarle, que nos entendamos usted y yo valiéndonos de cartas o telegramas, pero de ningún modo por declaraciones públicas. Si usted cree conveniente esta unión, sirvase aconsejar al comité que nombró que vuelva sobre sus pasos; de lo conrario, no sé a dónde vamos a dar.

Acabo de hablar con los representantes del Partido Antirrecleccionista y me informan que esta noche nombrarán un comité ejecutivo electoral para que dirija la campaña próxima, sosteniendo en todas sus partes los acuerdos de la convención de abril de 1910.

Como el comité que usted nombró ha hecho una declaración en la prensa de hoy, que convocará a una convención en el mes de agosto, para designar candidatos a la Presidencia y Vicepresidencia de la República, entiendo que, si esto se lleva a cabo y los resultados de esa convención no son iguales a los de la de 1910, de hecho se habrá verificado una división en nuestro partido, como yo se lo he estado diciendo hace muchos días. Así pues, si usted quiere evitar esta división, sírvase ordenar al comité que usted nombró, se una al nombrado por el Partido Antirreeleccionista, con el fin de que unidos trabajen por sacar avante en la campaña. electoral los resultados de la convención del año pasado.

Acabo de recibir su carta de fecha 26 del actual, la que contestaré en otra ocasión.

Aquí se habla mucho de la alianza Reyes-De la Barra, aunque éste lo ha negado; pero lo que sí es un hecho, porque me consta, es que el partido católico ha ofrecido su candidatura para Presidente al señor De la Barra: hay que ver que Vera Estañol trata de juntarse a los católicos y es muy amigo del Presidente.

Por primera vez, hoy me vió una comisión del comité que usted nombró y hablamos y nos pusimos de acuerdo acerca del modo cómo debe hacerse la unión de todos los grupos disidentes de nuestro partido. Voy a trabajar en ese sentido; pero insisto en que usted piense que no debe haber cambio en Gobernación, sino después de que esta unión sea un hecho.

F. Vázquez Gómez.

El señor Madero y el comité nombrado por él, pretendían engañarme. El primero conocía los trabajos de su comité, sabía que éste había declarado públicamente que iba a tener una convención en el mes de agosto, como la tuvo, para designar candidatos a la Presidencia y Vicepresidencia de la República; y, sin embargo, el señor Madero todavía me hablaba de que no habría división, y la cmisión que me vió y con la cual convine el modo de hacer la unión, sabía que ésta no entraba en su programa, como los hechos vinieron a demostrarlo más tarde.

Juzgo que los comentarios que pudieran hacerse a la carta que acabo de transcribir, los suministran los hechos que tuvieron lugar desde la época en que se escribió hasta la caída y muerte del señor Madero; porque todo esto no fue sino la consecuencia lógica de los actos del comité maderista brillantemente dirigido por don Gustavo Madero.

Como se verá, todavía hay mucho que decir respecto a la fracasada unión del partido revolucionario.

El señor Madero contestó a mi carta con la siguiente:

Tehuacán, Pue., 31 de julio de 1911.
Señor doctor Francisco Vázquez Gómez.
Ministro de Instrucción Pública.
México, D. F.

Muy estimado amigo:

Acuso recibo de su grata de 29 del actual que he leído con atención.

Hoy mando con Vasconcelos una carta al licenciado Federico González Garza para que se publique. En ella verá usted los fundamentos que tengo yo para no temer nada absolutamente y considerar la situación completamente tranquila; que haya algo de excitación en la opinión pública no es sino natural después de la conmoción tan profunda que ha sufrido el país, que la prensa anda desorientada también; pero me parece que ya empiezan a cambiar, por ejemplo, El País, que es uno de los principales periódicos; del Ahuizote también me vinieron a ver diciéndome que habían sido injustos al atacarnos, etc.

La organización de que usted me habla, para las fuerzas insurgentes, es la que se les va a dar.

Ha estado conmigo el señor general Villaseñor, persona apreciabilísima, en quien podemos tener confianza absoluta, tanto por su lealtad como por su capacidad para llevar adelante la obra de disciplina y organización de las fuerzas insurgentes.

Estoy informado de que ya los jefes insurgentes que se organizaron en esa capital han desistido de su propósito, por lo menos los jefes que tienen mando y que más valen, como Hernández, Almazán, etc.

Me informa Vasconcelos y usted me lo confirma en la postdata que me pone de su carta, que el comité está completamente de acuerdo en la candidatura de usted y que así se lo manifestó. Por consiguiente, no debe usted abrigar ningún temor de desunión en nuestro partido. Ya le dije yo que había preparado lo necesario y nunca dudé que llegaríamos a un resultado satisfactorio, pues conoce muy bien el ascendiente que tengo sobre los miembros del comité.

Lo único que sí no pude evitar fue que convocaran a una convención, porque tratándose también de mi personalidad en juego, me pareció inconveniente insistir con ellos en ese punto. Pero ya les manifesté que usted y yo no podiamos aceptar el resultado de la convención si otros candidatos eran designados, porque ya habíamos aceptado la candidatura de numerosos clubs y habíamos contraído ese compromiso con ellos y que precisamente una convención era para que al concurrir varios candidatos, todos se resolvieran a apoyar al que resultase electo.

El comité está trabajando para atraer a los partidos extremos, como el liberal puro, etc., con nosotros. Estos últimos me mandaron decir una objeción muy curiosa y es que lo aceptan a usted, pero que no fuera ministro de Instrucción Pública, porque temen sus ideas clericales, fundándose en que consideran a López Portillo clerical, y uno que otro nombramiento por el estilo. Yo les aseguré que no deben temer nada; pero no sería malo que, aprovechando la primera oportunidad, hiciera una declaración sobre sus ideas liberales.

Me dicen también que un grupo de profesores que lo fue a ver sobre la cuestión de la instrucción, les manifestó usted que iba a cambiar completamente el sistema y entendieron ellos que iba a aplicar el sistema antiguo del abecedario y demás. Yo creo que es un error este y le suplico mandarme una nota de lo que piensa hacer en este sentido, para estar enterado. De esto, le repito, lo que le dije una vez en México: deseo que antes de implantar alguna reforma de importancia me haga el favor de comunicármela para estudiaria yo, pues desde el momento que hay tan grandes probabilidades de que yo sea el Presidente de la República y que esas reformas van a ser puestas en vigor durante mi gestión administrativa, deseo estar enterado de todas ellas, porque pienso dedicar atención especial a la instrucción pública, porque esa va a ser la base de la obra que vamos a emprender y quiero dedicar toda mi atención a ella, por cuyo motivo le agradeceré me comunique el proyecto que usted tenga para las reformas en el ramo. Me refiero a la parte de la instrucción, pues en cuanto a los demás asuntos administrativos no tengo ningún interés en intervenir por ahora en ellos, porque un nombramiento es muy fácil substituirlo por otro, mientras que sí es difícil substituir un sistema de enseñanza, porque no conviene andar haciendo reformas con frecuencia, y necesitamos que las reformas que se acuerden sean perfectamente meditadas, a fin de que una vez implantadas, poderlas aplicar con todo el rigor y constancia.

Si lo cree usted necesario, antes de que yo me vaya a Campeche, puede darse una vueltecita conmigo, cuando tenga todos sus proyectos, para que los estudiemos aquí en unos dos o tres días que dediquemos a ello.

Reyes va a venirme a ver en esta semana y hablaré con él sobre la cuestión política para ver cómo ponemos punto final a esa especie de zozobra e intranquilidad que se nota entre todos los ánimos de los que vienen de esa capital, pues en el resto de la República todo el mundo está tranquilo y confiado.

Respecto al asunto del cambio en Gobernación, no veo la necesidad de diferirlo, puesto que no hay la desunión que usted teme, ni hubiera sido ese el modo de conjurarla, pues el licenciado Vázquez con su carácter de ministro no puede ejercer ninguna influencia en los partidos políticos; por el contrario, creo que tendrá más influencia el día que esté fuera.

Respecto a la indicación de usted de que en vez de renuncia sea licencia, hay un inconveniente y es que el señor De la Barra ya no quiere tener acéfalo tanto Ministerio, pues está el de Relaciones y el de Guerra y estando también el de Gobernación sería demasiado.

Por lo demás, en estos casos debemos complacer al señor De la Barra, pues desde el momento que él se ha portado tan lealmente con nosotros, es nuestro deber facilitarle su obra, pues después de todo él es el que gobierna y es el responsable de lo que pase. Le ruego, pues, no insista ya sobre este asunto.

Sin otro particular, me repito su amigo que mucho lo aprecia y su atto. s. s.

Fco. I. Madero.

El señor Madero cambia de opinión respecto a los jefes que firmaron el acta de 11 de julio, o sean los generales Hernández y Almazán y dice que son los que más valen. Elogia al señor general Villaseñor como persona que merece absoluta confianza. Esto último pudo ser cierto por lo que toca a los señores Madero y De la Barra, pero no en lo concerniente a los revolucionarios armados que sólo tenían confianza en los suyos.

En cuanto a la cuestión de las candidaturas, en esta carta se ve que la intriga se desarrolla gradualmente. El comité maderista me hab1ó de unión para poder insistir en la separación del ministro de Gobernación, supuesto que yo había indicado que, una vez verificada aquella, podía hacerse el cambio, de hecho, por medio de una licencia. Pero se dejó la puerta abierta a la intriga, porque el señor Madero, a pesar del ascendiente que dijo tener sobre los miembros del comité, no pudo (?) evitar que convocaran a una convención; y en cuanto a que ni él ni yo podíamos aceptar el resultado de la convención si otros candidatos eran designados, no fue sino una salida de momento, según lo demostraron los hechos.

El llamado Partido Liberal Puro, que nada tenía de puro ni de liberal, entraba también en la combinación y me achacó ideas clericales porque había nombrado subsecretario al señor licenciado Portillo y Rojas; pero en mi segundo folleto sobre la Enseñanza Secundaria en el Distrito Federal, hice profesión de fe de mis ideas liberales, por virtud del mismo cargo que me habían hecho los científicos, fundándose en que yo proclamaba la libertad de enseñanza.

Voy a decir por qué nombré subsecretario al señor licenciado Portillo y Rojas. Pineda, jefe aparente de los científicos, había acusado de robo al licenciado Portillo y Rojas, y debido a la influencia preponderante del acusador, el acusado fue reducido a prisión durante varios meses, de una manera injusta y atentatoria; yo, como un acto de reparación moral, propuse el nombramiento al señor Presidente. Además, el licenciado Portillo y Rojas era un hombre inteligente, culto e instruído.

Que a un grupo de profesores dije que iba a cambiar de sistema, puede haber sido cierto; pero ese grupo de profesores debía saber cuáles eran mis ideas respecto de este particular, porque se habían hecho públicas en dos folletos. Estas ideas pueden condensarse así:

Libertad de enseñanza, idea que profesaba y profeso todavía.

Cambiar los métodos de enseñanza que entonces, como hoy, se reducían a que los alumnos se limitaban a aprender de memoria el libro de texto, sin poner de su parte otro esfuerzo mental que seguir al profesor o repetir lo que habían leído en el libro.

Aplicar el método de redescubrimiento en algunas ciencias como la Física, etc., para ejercitar todas las facultades mentales y no sólo la memoria.

Fundar escuelas elementales técnicas en la enseñanza primaría, para que los futuros trabajadores fueran algo preparados y pudieran luchar por la vida con mejor éxito.

Establecer gimnasios higiénicos y no como los que había que asfixiaban a los alumnos.

En cuanto a la formación de los planes de estudios, mis ideas eran las siguientes: El gobierno daría la orientación general de la educación pública; los directores y profesores formarían los planes de estudios, según la orientación recibida, y éstos tenían que ser aprobados por el Ministerio después de oír las explicaciones de una comisión de la respectiva escuela, y, por último, los profesores, bajo la presidencia del director de cada escuela o facultad, formarían los programas de las clases, como únicos capaces de entender las relaciones de una materia con otra. Cuando yo hacía estas observaciones, los programas de las clases eran discutidos en el Consejo de Educación, compuesto de profesores de instrucción primaria, médicos, abogados e ingenieros, que podían ser notabilidades en su profesión, pero ignorantes en la de otros. Precisamente una dura crítica de este sistema que hice en pleno Consejo, con motivo de que se discutía el programa de mi clase, me valió ser nombrado consejero al día siguiente, después de que me hubo felicitado, en pleno Consejo, el ministro don Justo Sierra.

Estas mis ideas no eran un secreto, sino que habían sido publicadas y discutidas con amplitud; pero si los profesores creyeron que yo iba a implantar el abecedario, en el fondo había otra cosa: que yo había puesto algo de orden en el desbarajuste económico de aquella Secretaría, y como dije antes, eso ocasionó que algunos se sumaran a los intrigantes antirrevolucionarios.

El señor Madero no podía o no quería comprender la efervescencia que existía en todo el país y por eso dice en su carta que fuera de la capital todo el mundo estaba tranquilo y confiado, y, sin embargo, en San Luis Potosí y otras partes había escándalos provocados, unos por militares y otros por civiles, quienes no podían resignarse a aceptar una situación creada por el pueblo, el cual, sin elementos económicos, había puesto fin a una situación de mas de treinta años.

Tampoco quiso o pudo entender el señor Madero que mi insistencia en que no renunciara mi hermano el Ministro de Gobernación, se debía a que esto ocasionaría la división del partido revolucionario, como sucedió. Digo esto porque en el antepenúltimo párrafo de su carta asienta que el licenciado Vázquez, con su carácter de ministro no puede ejercer ninguna influencia en los partidos políticos: tal parece que mi insistencia se debía a que yo me empeñaba en ser Vicepresidente, no obstante haberle dicho varias veces que yo prefería volver a mis trabajos profesionales ajenos a todo disgusto, a toda crítica y con mejor remuneración.

Pero lo que más sorprende es la lealtad que él reconoce en el señor De la Barra.

Los hechos posteriores vinieron a demostrar que yo tenía completa razón en no creerlo así y en habérselo dicho infinidad de ocasiones. Y digo que los hechos posteriores vinieron a demostrar que yo tenía completa razón, porque el señor De la Barra fue jefe del gabinete en el gobierno responsable del asesinato del señor Francisco I. Madero y del licenciado José María Pino Suárez.

Con la misma fecha de 31 de julio escribí al señor Madero la carta siguiente, estando él en Tehuacán todavía.

Muy querido amigo:

Contesto su grata de fecha 26 del corriente, refiriéndome a cada uno de los puntos principales.

PRIMERO. Piensa usted que es debilidad oír y atender en lo que tienen de justas las pretensiones de los jefes insurgentes. Me refiero al fondo y no a la forma que puede ser más o menos impropia.

Las exigencias o pretensiones de los jefes insurgentes son las de todo el pais, que creyó en las promesas de la revolución y que hoy no las ven realizadas ni en camino de realizarse. Le voy a hablar con toda la franqueza que es necesaria. Así piensa la inmensa mayoría de los revolucionarios que estuvieron en armas y los que sólo lo fueron de ideas. Así piensan y lo dicen nuestros enemigos para restamos partidarios (católicos, evolucionistas, demócratas, liberales, etc.). Así lo piensan los reyistas, quienes aprovechan esta creencia para decir que el único capaz de satisfacer las exigencias anticientíficas de la revolución es el señor general Reyes. Si, pues, se les niega brusca y despóticamente a los jefes insurgentes el derecho de opinar sobre aquello porque lucharon y expusieron su vida; que hoy ven en grave peligro de naufragar, se comete un acto enteramente impolítico. Recuerde usted que el general Díaz cayó por no haber escuchado la opinión pública y ésta le está diciendo al gobierno y a usted, que el triunfo de la revolución está volviéndose ilusorio y pasando a manos del enemigo rápidamente; y si esto sigue, la opinión pública hará otra revolución en contra nuestra con nuestras mismas fuerzas, acaudilladas por el hombre más audaz o que comprenda mejor los intereses del pueblo.

¿Y qué haremos como gobierno? ¿Vamos a recurrir a los federales para sofocar la revolución, es decir, para combatir a los que nos dieron el triunfo que no hemos sabido conservar? Por todas estas razones y hechos que a diario son más numerosos y alarmantes, opino que debemos atender a las demandas de los jefes insurgentes en lo que tienen de justas, y en el caso presente, tienen un gran fondo de justicia, y como ellos, opinan amigos y enemigos; pero los primeros comienzan claramente a aislarse de nosotros y a formar núcleos independientes o unidos a otros; los enemigos acentúan este estado de cosas en su provecho y desprestigio nuestro.

Remedio único para evitar una pronta revolución: que el gabinete, que debe ser fiel representante de la revolución que triunfó, sea realmente lo que debe ser, es decir, revolucionario; queacentúe rápida y decididamente las medidas extremas, aunque legales, en contra de los elementos del antiguo régimen; que el señor Presidente obre en el mismo sentido, porque de lo contrario nos hundimos y el país se hunde también en la guerra civil y la anarquía. Y digo esto, porque la mayoría del gabinete es netamente del antiguo régimen; unos por convicción y otros por inadvertencia, pero que de todos modos comprometen en alto grado el triunfo de la revolución y la tranquilidad del país.

El problema de las tierras es tan urgente y tan grave, que si no se resuelve o trata inmediatamente, lo resolverá una nuevo revolución por su propia cuenta, como, de hecho, lo comienza a hacer. Yo propuse este asunto en la última junta de ministros, pero tuve en contra a la mayoría. En lugar de esto, se le dió más importancia a los asuntos iniciados por los científicos: colonización en Chapala, (negocio de Cuesta Gallardo, científico) y en la hacienda del señor González Treviño. ¿No cree usted que por política esto no debe hacerse en este momento? o ¿qué se va a decir? Que apoyamos a los científicos.

Dada la forma que se le dió al triunfo de la revolución, el gobierno actual debe ser netamente revolucionario, y para llamarse así debe completar dentro de la paz la obra de la revolución. Si no lo hace, esté usted seguro que vendrá otra revolución a completar dicha obra, y esto será muy grave para el país y será el descrédito más grande para usted, que es el jefe, y para todos los demás que tomamos parte. Piense usted bien esto, porque el asunto es grave por más que usted diga lo contrario.

SEGUNDO. División de nuestro partido. He hecho todo lo posible por evitar y combatir la división en nuestro partido, pero no he tenido buen éxito. Por ahora, la situación se reduce a lo siguiente: El Partido y Centro Antirreeleccionistas se hallan divididos en tres grupos. Uno, el Comité que usted nombró y que ha resuelto convocar una convención a fines de agosto; otro, el antiguo Centro Antirreeleccionista, que no está por una nueva convención y sí por ratificar y sostener los acuerdos de la Convención de 1910, bajo la fórmula Madero-Vázquez Gómez, y el tercero, Centro Democrático Antirreeleccionista, que se separó del antiguo centro de este mismo nombre, porque deseaba nueva convención y cuya mayoría parece resuelta hoy a que no haya tal convención.

A mi juicio, no debe haber nueva convención y sí deben unirse todos los grupos que militen bajo la fórmula Madero-Vázquez Gómez, ratificando los acuerdos de la Convención de 1910. Opino así por las razones siguientes:

PRIMERA. Hay anarquía en la prensa, en la opinión pública y en los revolucionarios, anarquía a que debemos poner término inmediatamente, si queremos evitar que dé pretexto u origen a la anarquía armada. Pues bien; aparte de los medios que he indicado e indicaré, urge formar inmediatamente un bloque o centro político bajo la fórmula Madero-Vázquez Gómez, para dar unidad y fuerza a nuestro partido y para reconocer a los contrarios y medir su fuerza; pues si esto se deja para fines de agosto, habremos perdido mucho, le aseguro, porque lo veo, que nuestras candidaturas serán las que tengan menos prestigio.

SEGUNDA. Esta unión rápida traerá la ventaja de que los indecisos y vacilantes, viendo que estamos unidos y somos fuertes, se sumarán a nosotros; de lo contrario, pueden agruparse alrededor de otros centros y nos restarán fuerza. Convénzase de que los enemigos (científicos, evolucionistas, católicos y reyistas) trabajan activamente en todo el país. Tengo pruebas de ello.

TERCERA. La pronta y rápida unión, a la vez que ponga de manifiesto la fuerza de nuestro partido, permitirá que se hagan y organicen los trabajos electorales, porque hasta hoy nada se ha hecho, y si, como se pretende, es la convención a fines de agosto y en ella serán designados los candidatos, absolutamente nada podrá hacerse en cuatro semanas.

CUARTA. Ningún trabajo electoral se puede hacer antes de saber quiénes son los candidatos en cuyo favor se hacen tales trabajos y, por lo mismo, seguirá la anarquía, la desconfianza y la indecisión en nuestro partido, y esto es fatal.

QUINTA. Usted, como yo, habrá recibido infinidad de telegramas en que se nos proponen nuestras candidaturas, y usted como yo, habrá contestado que sí acepta. ¿Cómo entonces se va a reunir una convención de nuestro partido para decidir quiénes han de ser los candidatos, si ya hemos aceptado nuestras candidaturas? Esto no sólo es ilógico y absurdo, sino que será una prueba evidente del desconcierto y desorden de que se nos hará responsables a usted y a mí.

En consecuencia, creo que lo mejor es que no haya tal convención: que se unan rápidamente todos los que militen bajo la fórmula Madero-Vázquez Gómez, ratificando los acuerdos de la Convención de 1910, y que, organizado el comité ejecutivo electoral, se emprendan desde luego los trabajos de organización y de prensa. Hecho esto y encarrilado, es el momento oportuno de que mi hermano se separe pidiendo una licencia, para que no se vea que rompe con un gobierno donde me quedo yo.

En cuanto a los trabajos de los enemigos de mi candidatura, no se suspenden por más que se diga.; muy al contrario, se extienden activamente en los Estados, de donde su hermano (Gustavo) manda llamar agentes para que hagan propaganda activa en mi contra.

SEXTO. Viene el asunto más delicado. Emilio nunca se negó a nombrar subsecretario de Gobernación a González Garza, ni hubo tales amenazas de Bertrand, como usted dice. Sucedió lo siguiente: Si después de la toma de Ciudad Juárez cayó el gobierno, no fue precisamente por el hecho material de la toma de Ciudad Juárez, sino porque las fuerzas de Guerrero, Puebla e Hidalgo estaban listas para avanzar sobre la capital, que hubieran tomado después de una catástrofe; pues si estas fuerzas no hubieran estado amenazando seriamente la capital, la toma de Ciudad Juárez no habría tenido la importancia que tuvo.

En esta virtud, al establecerse el gobierno revolucionario, era muy natural dar a los del sur alguna representación. Esto se hizo, esto le comuniqué, aplazando para la llegada de usted el cambio, si era de hacerse. Le dije, además, que Emilio opinaba que para dar al Ministerio de Justicia cierto tinte revolucionario, convendría poner allí a González Garza, porque el ministro era tenido como científico. Usted vino y no sé si algo trataron sobre este particular. Esto fue lo que sucedió; pero este párrafo de su carta me revela el origen de la política que se nos hace a Emilio y a mí, mas por fortuna yo nunca he sido afecto a la chismografía, ni le doy más importancia de la que tiene (1).

Está usted en un error cuando piensa que Emilio quiere mantenerse en el Ministerio de Gobernación a todo trance. El ha dicho al señor Presidente que a la hora que lo desee presentará su renuncia; pero el señor De la Barra le dijo que había hablado conmigo y que iba a hablar otra vez. Nos hemos visto en el acuerdo y en otras partes y nada me ha dicho, ni a Emilio tampoco.

Yo manifesté al Presidente mi opinión con toda claridad. Le expuse que la renuncia inmediata de mi hermano traería una división en nuestro partido, división que a poco andar me obligaría también a salir; que esto haría más profunda aquella división y se comprometería el triunfo, pues nuestros enemigos la aprovecharian. Además, debo decirle a usted, aunque ya lo sabe, que el elemento reyista es quien más se interesa porque salga mi hermano, según puede usted verlo en la carta de Ernesto Madero que me leyó usted en Puebla. Dado el estado actual de las cosas, la salida de Emilio es impolítica. Debe salir el de Justicia lo más pronto posible.

Estas son las razones por qUé yo insisto en que Emilio no se separe, sino después que todo nuestro partido esté unido y comience sus trabajos por la fórmula Madero-Vázquez Gómez, porque entonces ya no habrá división y su separación estará bien justificada; y con el fin de que no aparezca como una ruptura con el gobierno donde yo me quedo, es necesario que su separación sea por medio de una licencia. Por esta razón, la primera vez que hablamos, insistí y convinimos en que la separación fuera, poco más o menOs, un mes antes de las elecciones. Esto no significa ruptura; pero si se insiste en que se separe antes de que se sepa quiénes son los candidatos; es decir, antes de la convención que se quiere tener a fines de agosto, ¿cómo se justifica su separación? El tendrá que decir el porqué de su renuncia; y todo podrá decir, menos que yo soy candidato, supuesto que la convención todavía no lo decide.

Usted sabe que en política, y sobre todo en los momentos actuales, no puede uno decir lo que sucederá, y es mejor no decirlo, porque las circunstancias pueden cambiar. En este caso, ¿quién puede asegurar que andando el tiempo, no habrá necesidad de aumentar, en lugar de disminuir, el elemento revolucionario en el gabinete? No debemos decir nada como seguro, pues siempre se obrará como las circunstancias lo exijan y las circunstancias cambian. Ya ve usted lo que le pasó con lo del general Reyes, que no debió decirse aunque se tuviera el propósito de hacerse. Piense bien todo y ordene que no haya convención, pues si ésta se realiza a fines de agosto, ya usted y yo no figuraremos como candidatos del pueblo con el apoyo que usted se supone.

Sabe lo quiere su afmo. amigo y s. s.

Vázquez Gómez.

En los últimos años de su gobierno, el señor general Díaz estuvo rodeado por un círculo de hierro constituído por la oligarquía científica, la cual no dejaba llegar a él sino aquellas cosas que le convenía que supiera. En consecuencia, el general Díaz no podía saber cuál era el sentir del país en los asuntos políticos. Lo mismo le sucedió al señor Madero desde antes que llegara a la Presidencia.

En cuanto a la colonización de la hacienda del señor González Treviño, sucedió lo que voy a referir con cierta extensión.

El señor Presidente De la Barra nos había dicho en dos o tres consejos de ministros que era urgente ocuparse del asunto de San Diego. Un día que hubo tiempo de hacerlo, el señor De la Barra suplicó al ministro de Fomento, licenciado Rafael Hernández, que nos expusiera el asunto de San Diego, lo cual hizo con cierta extensión; y tanto el señor Presidente como los señores ministros opinaron que debía hacerse el negocio; pero yo expuse que, no pudiendo darme cuenta por una simple exposición verbal de todos los detalles de un negocio de gran cuantía, suplicaba se nos presentara un memorándum para poder estudiar mejor el asunto. Así se acordó y a los dos días recibí el memorámdum en diez hojas. Se trataba, en resumen, de lo siguiente:

El señor don Lorenzo González Treviño, verdadero hombre de empresa, había formado la Compañía Agrícola y Ganadera del río de San Diego. Constaba esta finca de 35,034 hectáreas de tierra con 15,000 hectáreas abiertas con riegos establecidos. El precio en que se proponía al gobierno era de $200.00 hectárea, o sean siete millones seis mil ochocientos pesos.

En la próxima junta de ministros, con el ingeniero Alberto García Granados en el Ministerio de Gobernación, volvió a tratarse el asunto de San Diego. Todos los ministros y el señor Presidente aprobaron la operación, pero yo me opuse, fundándome principalmente en razones de orden económico, político y moral. Aduje que, en mi concepto, no debían comprarse fincas ya hechas y caras, porque los futuros colonos fracasarían teniendo que pagar a doscientos pesos hectárea, y si así se procedía en todo el país, resultaría muy caro para el gobierno; que era mejor comprar tierras no cultivadas, pero buenas para el cultivo, que resultarían baratas, máxime cuando no había que comprar edificios caros que no podían repartirse.

En cuanto a las razones de orden político, expuse que en Coahuila no había demanda urgente de tierras, y sí la había en el Estado de Morelos donde había ya una revolución agrarista; que en este Estado era donde debía emplearse el dinero para poner fin a esa revolución. Por último, que desde el punto de vista moral tampoco me parecía aceptable, porque el señor ministro de Fomento, era hijo político del señor González Treviño y la esposa de éste era hermana de la madre del señor Francisco I. Madero, jefe de la revolución, y se diría entonces que ésta había tenido entre otros propósitos, favorecer a la familia del jefe de la revolución. Fácil es comprender la impresión que produjeron en mi auditorio las razones antes expuestas; pero el señor Presidente se limitó a decir que eran de pensarse y se volvería a tratar el asunto en otra ocasión.

Pasaron dos juntas de ministros y no volvió a decirse ni una palabra; pero al terminar la tercera, al momento de despedirme, pregunté al señor Presidente en qué había quedado el asunto de San Diego, a lo cual me contestó que había pasado a la Comisión Nacional Agraria que era en donde debía tratarse. El presidente de la Comisión Nacional Agraria era el ministro de Fomento, señor licenciado Rafael Hernández, hijo político del dueño de la negociación de San Diego, como dije antes.

Hago esta reminiscencia, no porque yo quiera criticar a las personas que intervinieron, sino para que se vea cómo el doctor Vázquez Gómez estorbaba a la familia del jefe de la revolución, y había que eliminarlo aun a costa del fracaso de la misma revolución.

Expuse al señor Presidente mis temores acerca de las consecuencias que traería la renuncia de mi hermano; es decir, que vendría la división de nuestro partido y se comprometería el triunfo de la revolución; ló hice aun a sabiendas de que al señor De la Barra convenía que nos dividiéramos, pero era mi obligación hacer todo lo posible para evitarlo.

Para lo que va a seguir un poco más adelante, es bueno tener presente el final del penúltimo párrafo de mi carta, en donde digo que para justificar su renuncia, mi hermano tendría que decir el porqué de ella.

Fechada el día primero de agosto, el señor Madero me escribió la carta siguiente:

Muy apreciable amigo:

Acabo de recibir su grata de 31 del actual (fue de julio), que he leído con interés. El Presidente de la República me invitó para que fuera a esa capital a presenciar la ceremonia de la jura de las banderas el domingo próximo y acepté la invitación, así es que saldré de ésta el viernes, llegando allá el sábado en la mañana, permaneciendo hasta el martes. Entonces hablaré con los señores del comité para ver si es posible evitar lo de la convención, o que se haga en forma conveniente.

Me extraña el contenido de esta carta, pues en su anterior, que contesté ayer, me decía que había tenido una conferencia con los miembros del comité, en que se habían puesto de acuerdo en el modo de celebrar la convención, puesto que los miembros del comité manifestaban de un modo terminante que estaban dispuestos a sostener su candidatura. No hay, pues, que temer ninguna división en nuestro partido. Yo creo que son inexactas las noticias que dice tiene usted de que Gustavo, mi hermano, está trabajando contra usted; pues precisamente me aseguraron los miembros del comité que él y todos estaban dispuestos a sostener su candidatura, si no por simpatía personal, en lo cual están algunos de los miembros, si por disciplina y por patriotismo, pues comprenden que ahora sería inconveniente toda división.

Tanto esta carta como la que me escribió usted anteriormente parece creer que el hecho de que el señor Presidente quiera substituir al licenciado su hermano por otra persona en el Ministerio, sean trabajos contra usted. También cree usted que el hecho de que no se nombrara al licenciado Federico González Garza, tiene que ver algo en el asunto. De una vez por todas le repito que el Presidente de la República está completamente de acuerdo en la fórmula Madero-Vázquez Gómez y él opina, como usted y yo, que sería sensible alguna división.

Si le cité lo de Federico González Garza fue porque en último recurso sea reconocida siempre mi autoridad por todos los miembros de nuestro partido y porque eso lo consideré un acto de indisciplina, porque a pesar de haberlo designado de acuerdo con usted en el nombramiento de subsecretario. Si le dije a usted igualmente que este nombramiento lo habían hecho por amenazas de Octavio Bertrand, es porque usted mismo me lo dijo. Por lo demás, usted sabe que yo no soy susceptible ni me fijo en detalles y luché demasiado tiempo al lado del licenciado Vázquez para tenerle un grandísimo afecto y estimación que permanecerán siempre inalterables, pues no soy de los que por una inconsecuencia más o menos grande olvide la estrecha amistad que me liga con otras personas y, sobre todo, los servicios que han prestado a la patria. Por tal motivo, puede usted tener la seguridad de que mi afecto hacia el licenciado Vázquez es el mismo de siempre e inalterable.

Esto no evita que yo juzgue, de acuerdo con el Presidente, que es indispensable se retire del Ministerio. El partido no sufrirá nada, porque es substituído por otro miembro del mismo. Usted sabe muy bien que el candidato en quien se había pensado era Cabrera, que tenía un color tan revolucionario como el licenciado Vázquez, como lo ha demostrado en sus últimos artículos; pero, desgraciadamente, éstos hicieron imposible su entrada en el Ministerio, no por la política radical que preconiza, con la cual estoy de acuerdo, pues ya sabe que siempre he pensado que se deban hacer los cambios lo más rápidamente posible, sino porque como base de sus artículos hace una descripción con colores tan sombríos, viendo una anarquía tan profunda en toda la República y de tal manera la impotencia del gobierno para remediarla, que al haber subido al poder en aquellos momentos será, por parte del gobierno, aceptar que existe la anarquía en la República y que el gobierno es impotente para dominar la situación, lo cual hubiese causado desprestigio en el país y muy especialmente en el extranjero, con grave perjuicio de los intereses nacionales. Por esta circunstancia, yo mismo opiné como el señor De la Barra y se lo telegrafié, diciéndole que me parecía que era imposible que ingresase al gabinete por esas causas.

Ahora va a ser substituído por el señor Alberto García Granados, cuyas ideas, enteramente de acuerdo con nuestro partido, no pueden estar en duda; y si no tomó una parte completamente activa en la lucha política, en cambio ha demostrado ser un excelente elemento de gobierno y cuyo nombramiento yo apruebo con entusiasmo, pues me parece muy atinado. Como subsecretario irá González Garza, cuyos servicios a la revolución son patentes y cuyo color netamente revolucionario es bien conocido. Por consiguiente, el Ministerio de Gobernación va a quedar tan revolucionario como antes y no perderá nada de su fuerza el partido revolucionario en el gabinete.

Espero, pues, que no insista ya sobre el particular, pues quizás ya para cuando reciba esta carta habrá renunciado el licenciado Vázquez. A propósito, no creo haber dicho que el licenciado está empeñado en seguir en el poder, pues nunca he creído eso. Sí he visto que usted tiene empeño y que se alarma de su separación, creyendo que nuestro partido se va a perjudicar; pero ya le expongo las razones más arriba para demostrarle que no hay perjuicio.

Roque Estrada se va a retirar de Guadalajara en muy pocos días, pues desde hace varios le escribí sobre ello.

Sin otro particular y esperando muy pronto tener el gusto de verlo, quedo como siempre su amigo que mucho lo aprecia y su atto., s. s.

Fco. I. Madero.

P. D. Mañana saldrá una carta para Sánchez Azcona sobre la cuestión de la convención. Le mandaré copia.

Rúbrica.

Si mal no recuerdo, fue el 29 batallón el que juró la bandera; el mismo que aprehendió al señor Madero cuando el cuartelazo de Huerta.

Ya he dicho y lo repetiré después, por qué el señor De la Barra tenía interés en separar del Ministerio al licenciado Vázquez. En esto lo ayudaba el señor Madero, aunque con un propósito muy distinto.

El señor De la Barra no podía estar de acuerdo con la fórmula Madero- Vázquez Gómez, porque el partido católico tenía ya la de Madero-De la Barra; y aunque éste no la aceptó públicamente, sí estuvo en ello de acuerdo, y dejó hacer.

El señor Madero insiste en que todos los miembros del partido reconozcan su autoridad, olvidando las críticas que había hecho por igual motivo al general Díaz.

Ya dije antes que el licenciado Cabrera escribió su artículo, precisamente para que no se le nombrara ministro de Gobernación, y lo consiguió.

El señor Madero y sus partidarios estaban absolutamente equivocados respecto a las ideas políticas del señor García Granados. Este era tan antiporfirista, como antirrevolucionario: era delabarrista apasionado y un antimaderista furibundo; y el señor Madero cayó inocentemente en la trampa, y con entusiasmo, como él lo dice. Ya se verá después lo que sucedió.




Notas

(1) El ministro de Justicia lo era en aquellos días el señor Rafael Hernández.

Índice de Memorias de Francisco Vázquez GómezSegunda parte - Capítulo VSegunda parte - Capítulo VIIBiblioteca Virtual Antorcha