Índice de Memorias de Francisco Vázquez GómezPrimera parte - Capítulo XVIIIPrimera parte - Capítulo XXBiblioteca Virtual Antorcha

Primera parte

CAPÍTULO XIX

FORMACIÓN DEL GABINETE DEL SEÑOR DE LA BARRA. NUEVO ARMISTICIO. TRATADO DE PAZ.


Mientras yo sostenía la correspondencia telegráfica ya transicrita, discutíamos sobre las personas a quienes debía proponer la revolución para formar el gabinete del señor De la Barra. En esos días la Cámara de Diputados, que había sido siempre obediente a la voluntad del general Díaz, comenzó, al menos en una gran mayoría, a sacudir el yugo que pacientemente había soportado por varios años. De los que se mostraban más a favor de la revolución, uno de ellos era el señor licenciado Manuel Calero, quien se puso desde luego en comunicación con el señor Madero. Digo esto, porque a él se le comunicaron algunas cosas, como lo relativo a lo que se debía pagar a los Madero, por los gastos hechos durante la revolución.

Entre los ministros que se propusieron, figuraron los señores Calero, Rafael Hernández, general González Salas, Ernesto Madero, Manuel Bonilla, licenciado Vázquez Tagle, que al fin no aceptó; licenciado Emilio Vázquez Gómez y el que esto escribe. Mis objeciones se dirigieron principalmente contra los señores Ernesto Madero, Rafael Hernández y Calero, no porque fuesen incompetentes o por animadversión hacia sus personas, ni por el parentesco de los dos primeros con el jefe de la revolución, sino por su filiación política, pues mi opinión expresada en mi carta de tres de mayo era que todo el gabinete debía ser revolucionario. Respecto del señor Calero, le hacía ver al jefe de la revolución que había sido científico y porfirista hasta los últimos días del gobierno del general Díaz, y que por este motivo no podía contribuir a dar al gabinete el color revolucionario que necesitaba tener, aunque se tratara de un hombre inteligente; pero el señor Madero decía:

- ¿No ve usted cómo nos está defendiendo en la Cámara de Diputados?

- Sí -le replicaba yo--; pero eso lo hace porque ve que ya el gobierno del señor general Díaz se acabó, cosa de que cualquiera se da cuenta por obtuso que sea su olfato.

El señor Sánchez Azcona apoyaba también al señor Calero y no tuve más remedio que ya no insistir por más tiempo, pues me di cuenta de que tal insistencia de mi parte era completamente inútil; entonces puse el telegrama proponiendo al señor Calero para el Ministerio de Fomento: así lo había querido el jefe de la Revolución. Posteriormente, el señor licenciado don Manuel Calero demostró poseer un olfato maravillosamente fino.

También me permití hacer observaciones a la designación de los señores Ernesto Madero y Rafael Hernández, no por su parentesco con el jefe o por incompetencia, como ya dije, sino por sus ideas respecto del movimimiento popular y por sus íntimas relaciones con el señor Limantour. En efecto, el primero, como se ha visto, había hecho declaraciones públicas en el periódico Monterrey News, condenando la revolución a raíz de las frustradas conferencias de Corpus Christi, y el segundo debía su posición política al señor Limantour y había formado parte de la comisión que fue a la dicha población de Corpus Christi, con conocimiento y consentimiento de Limantour. Pero el señor Madero insistió, apoyado por Sánchez Azcona, respecto de don Ernesto, y fueron propuestos los dos, siéndolo el señor licenciado Hernández cuando se supo que el licenciado Vázquez Tagle no aceptaba el Ministerio dc Justicia.

La revolución designaba tres miembros del gabinete que no eran rcvolucionarios, y si a éstos se suman el subsecretario de Relaciones y el ministro de la Guerra (primero el general Rascón y luego el general González Salas), cuyas ideas eran ajenas a la nueVa situación que se trataba de consolidar, resultó el gabinete formado de tres revolucionarios y cinco que no lo eran, de los cuales, dos (los señores Ernesto Madero y Rafael Hernández) fueron nombrados ministros como una garantía. al señor Limantour y los suyos, según dijo el señor Sánchez Azcona en El Gráfico de 17 de noviembre de 1930, lo que quiere decir que el señor Madero más se preocupaba por garantizar los intereses del grupo científico que los de la revolución. En esta vez también salí derrotado por los señores Madero y Sánchez Azcona; pero desgraciadamente esta derrota fue el preludio del fracaso de la revolución.

NUEVO ARMISTICIO

Una vez terminados los arreglos con el señor general Díaz y mandado a éste el cable directo firmado por el señor Madero, se arregló un nuevo armisticio, cuyo convenio dice:

El gobierno federal, representado por ei señor licenciado Francisco S. Carvajal, y los señores don Francisco Madero, doctor Francisco Vázquez Gómez y licenciado don José María Pino Suárez, en nombre de la revolución, han convenido en celebrar un armisticio general que formalizan sobre las siguientes bases:

PRIMERA. Se suspenden en todo el país por cinco días y a contar desde este momento, once de la noche, toda clase de hostilidades entre las fuerzas del gobierno y las de la revolución.
SEGUNDA. Se suspende el avanCe de las fuerzas de ambos contendientes.
TERCERA. Cada uno de éstos se reserva el derecho de movilizar sus fuerzas dentro del perímetro que está bajo su dominio, con el objeto de buscar buenos acantonamientos.
CUARTA. Se obligan ambas partes a respetar los salvo-conductos expedidos por los diversos jefes de ambas fuerzas contendientes, dándose mutuas seguridades para el uso de telégrafos y correos.
QUINTA. Las dos partes representadas comunicarán inmediatamente por telégrafo este armisticio a los jefes militares que respectivamente dependan de ellos, para su inmediato cumplimiento.

El Paso, Texas.,
mayo 17 de 1911.
Fco. Madero.
Rúbrica,
Fco. S. Carvajal.
Rúbrica.
J. M. Pino Suárez.
Rúbrica.
F. Vázquez Gómez.
Rúbrica.

Este armisticio se pactó con el fin de que, entre tanto se firmaba la paz, no se ejecutaran operaciones militares. Por parte de la revolución y entiendo que también por parte del gobierno, se libraron inmediatamente las órdenes respectivas, participando a los diferentes jefes que se había pactado un armisticio general por cinco días.

Pero como en algunos lugares no había telégrafos, en otros estaban interrumpidos, y tal vez en algunos los jefes tenían desconfianza acerca de la veracidad de la noticia, el hecho fue que, por cualesquiera de estos motivos, hubo algunos jefes que no recibieron o no obedecieron las órdenes, lo cual dió motivo a que el señor licenciado Carvajal mandara la siguiente comunicación:

Tengo el honor de participar a usted que mi gobierno se ha servido comunicarme en diversos mensajes, la resistencia de las fuerzas revolucionarias en los Estados de Morelos, Puebla, Zacatecas, Coahuila, Tabasco y Campeche, para respetar el armisticio celebrado entre las fuerzas del gobierno y las de la revolución, que vencerá mañana a las once de la noche, muy especialmente las de los señores Figueroa, Zapata, Castillo Brito y Sánchez Magallanes, que marchan sobre las ciudades de Cuernavaca, México, Campeche y San Juan Bautista, alegando no haber recibido aviso de la celebración del armisticio.

En tal virtud, me permito encarecer a usted la urgencia de comunicar a dichos jefes, por la vía más rápida, la suspensión de hostilidades, en obsequio a lo pactado y para hacer cesar la intranquilidad y dificultades consiguientes a las operaciones militares que pretenden llevar a cabo.

Protesto a usted las seguridades de mi atenta consideración.

El Paso, Texas,
21 de mayo de 1911.
Franco. S. Carvajal.
Rúbrica.

Al jefe de la revolución,
Francisco I. Mudero.
Ciudad Juárez.

Contestación del señor Madero:

Contestando la atenta comunicación de usted de esta fecha, tengo el honor de manifestar a usted que todos los jefes revolucionarios en armas han recibido noticias del armisticio y órdenes de qee lo observen estrictamente. En ese caso se encuentran los jefes de los Estados de Morelos, Puebla, Zacatecas, Coahuila, Tabasco y Campeche, y únicamente puede faltar noticia del armisticio celebrado en lugares que carecen de vías rápidas de comunicación o allí donde mis órdenes y avisos pudieron haber sido interceptados. Los comprobantes de dichas órdenes mías se encuentran en las oficinas de la Compañía Telegráfica Western Union, aparte de que para muchos puntos de la República he enviado con oportunidad comisionados especiales para que notificaran e hicieran cumplir el armisticio, así como las instrucciones que en lo futuro tenga yo que dictar.

Protesto a usted las seguridades de mi atenta consideración.

SUFRAGIO EFECTIVO. NO REELECCION.
Ciudad Juárez,
a 21 de mayo de 1911.
Fco. I. Madero.

Copio estos documentos para que se vea la urgencia en que se encontraba el gobierno de que se suspendieran las hostilidades, pues al mismo tiempo que la nota del señor licenciado Carvajal era recibida por el jefe de la revolución, recibía yo telegramas apremiantes en el mismo sentido, de Nogales, Son., y Cuernavaca, Mor., lo cual hizo que se repitieran algunas órdenes. Las contestaciones respectivas empezaron a llegar desde el día 21 hasta el 25 de mayo, lo cual quiere decir que las vías no estaban expeditas. Además, la situación militar venía a confirmar lo que dije en mi telegrama de Nueva Orleans el 27 de abril, y el cual terminaba así:

Es absolutamente innecesario atacar Juárez. Triunfo dalo sur.

Convengo, claro está, en que la toma de Ciudad Juárez, sin incidente internacional, contribuyó grandemente al triunfo de la revolución; más por su influencia moral, que fue decisiva, que por su importancia militar.

Una vez terminados los arreglos respecto a la constitución del nuevo gobierno, pactado el armisticio general por cinco días y comunicado éste a los jefes revolucionarios, no quedaba otra cosa por hacer que firmar la paz, para poner término a las operaciones militares.

Estaba yo el 19 en la tarde en la puerta del Hotel Alberta, donde me hospedaba, cuando llegaron el señor David Lawrence y cinco corresponsales de periódicos americanos. El primero me dijo:

- ¿Sabe usted que el señor Madero va a salir en estos momentos para la ciudad de México?

- Nada sé -le contesté-; pero creo que no es cierto.

- Es que ya está listo en Ciudad Juárez el tren militar que va a llevarlo, y yo les dije a estos compañeros que antes de comunicar la noticia a sus periódicos, viniéramos a preguntar a usted si era cierto el viaje.

- Usted se bromea, Lawrence.

- No, doctor; venimos de Ciudad Juárez, allí vimos el tren ya preparado para salir y nos dijeron que el señor Madero va para la capital; preguntamos a éste y nos dijo que sí era cierto.

- Voy a ver -le dije- porque yo nada sé.

Pasé en el acto a Ciudad Juárez, busqué al señor Madero y tan luego como lo hube encontrado, le dije:

- Me acaban de dar la noticia, que no he creído, de que va usted a salir en estos momentoe para la ciudad de México, y he venido a ver qué hay de cierto.

- Sí -dijo el señor Madero- voy a salir; el tren está listo y sólo es cuestión de algunos minutos.

- Pero es que usted no puede ni debe ir todavía a México-le dije-.

- ¿Por qué? -preguntó con cierto asombro.

- Porque aun no se firma la paz, que es lo único que nos falta; una vez que esto se haga, ya podrá usted ir adonde guste. Piense que si en el camino le sucede alguna cosa y hasta pierde la vida a manos de algún enemigo de la revolución, el gobierno de México eludirá toda responsabilidad si el acto sucediera dentro de los lugares que él domina: lo vería como un incidente de la guerra, y nada más.

Después de exponer cada uno sus opiniones, al fin dijo el señor Madero:

- No me voy; siempre se ha de salir usted con la suya.

- Que siempre resulta la de usted -le dije-.

Momentos después llegaron al lugar donde yo estaba, el señor Lawrence y sus cinco compañeros para averiguar si el señor Madero salía o no para México.

- No se va -les dije- ya mandó quitar el tren.

Los rumores o propósitos del señor Madero de ir a la capital antes de que se firmara la paz, se habían conocido fuera de Ciudad Juárez, según se ve por el siguiente telegrama:

Laredo, Texas,
21 de mayo de 1911.
Doctor Francisco Vázquez Gómez.
El Paso, Texas.

Por ningún motivo conviene viaje México nuestro caudillo actuales circunstancias. Cuídense traiciones, perfidias. Rumores gravísimos violentáronme venir este gran país advertirles peligro. Sigo para esa. Su correligionario.

Filomeno Gris (Pseudónimo del doctor Luis Rivas Iruz).

Al día siguiente muy temprano, presenté al señor Madero el borrador del tratado de paz, y después de leerlo me dijo:

- No es necesario firmar esto, ya todo está arreglado.

- En primer lugar -le repliqué-, ayer le dije que usted no podía irse para México sin que antes se firmara la paz, y hoy le digo que nadie de nosotros podrá ir sin exponerse.

Discutimos este punto toda la mañana y, por fin, cerca del mediodía, le dije:

- Bueno, si no se ha de firmar la paz, nada tengo que hacer aquí y me voy esta noche para San Antonio.

- Está bien -replicó el señor Madero--; quédese a comer conmigo.

Acepté la invitación, comimos juntos y juntos estuvimos hasta las cinco de la tarde, mas ya no volvimos a hablar del asunto que habíamos tratado en la mañana. Esto sucedía el sábado 20 de mayo.

Una vez que me hube despedido de él, me dirigí a El Paso, pensando en que el señor Madero cambiaría de opinión, como sucedió una hora y media después.

En efecto, como a las seis y media de la tarde estaba yo sentado cerca de la puerta del Hotel Alberta, cuando llegó el señor don Roque González Garza un poco de prisa y me dijo:

Dice el señor Madero que vaya usted allá inmediatamente.

Ya me lo esperaba, pensé, y dije al señor González Garza:

- Le suplico diga al señor Madero que no voy porque estoy muy cansado; pero ya que parece necesitarme, iré mañana muy temprano y que, por lo mismo, no salgo hoy para San Antonio.

Tal como lo había prometido, al día siguiente muy temprano estaba yo con el señor Madero en Ciudad Juárez, en la casa donde estaba alojado dicho señor, a quien encontré en el jardín. Una vez que hubimos cambiado los saludos de costumbre, me dijo:

- Siempre he pensado que se firme la paz; así es que escriba usted los dos ejemplares que se necesitan.

- Está bien -repuse- voy a escribirlos a la Aduana; y me despedí.

En los momentos que salía yo de la casa en que habíamos hablado el señor Madero y yo, llegaba el señor Sánchez Ascona en un coche.

- ¿Qué sucedió? -me preguntó dicho señor, antes de saludarme- ¿ya consiguió usted que se firme la paz?

- Sí -le dije-; vamos a la Aduana a escribir dos ejemplares.

Tuvo la bondad el señor Sánchez Azcona de acompañarme y nos dirigimos a la Aduana en el mismo coche en que él había llegado.

Una vez en la Aduana, pusimoo manos a la obra: el señor Sánchez Azcona escribía y yo dictaba. Estábamos en esta operación cuando entró un soldado y me dijo:

- Lo buscan a usted

- ¿Quién?

- El señor Madero -contestó-.

Salí inmediatamente y. encontré en la calle y frente a la puerta principal de la Aduana, en un automóvil, a los señores Francisco Madero, padre, y licenciado don José María Pino Suárez. Sin saludarme, me preguntó el primero:

- ¿Qué está usted haciendo?

Aunque el tono de la pregunta era algo extraño, le contesté:

- Estoy escribiendo el tratado de paz.

- Es que si no se pone una cláusula por la cual se obliguen a darnos cuarenta mil pesos diarios ($40,000.00) no firmamos la paz.

Asintiendo a esta exigencia del señor Madero, padre, el señor licenciado don José María Pino Suárez.

No fueron pocos mi asombro y mi disgusto, pero procuré dominarme y dije con la mayor tranquilidad posible en aquellas circunstancias:

- ¿Para qué queremos cuarenta mil pesos diarios, si ya se acabó la revolución? Además, los gastos de las fuerzas revolucionarias que están aquí se cubren con las entradas de la Aduana, y después serán cubiertos por la Tesorería General, supuesto que van a quedar como rurales.

- Usted no sabe de negocios -replicó el señor Madero, en un tono airado e inconveniente-.

- Sí, señor -no pude menos que decirle-, yo no sé de negocios, ni considero a la revolución como un negocio.

- Vamos a ver a Pancho.

Fueron las últimas palabras del señor Madero, padre, y se fueron.

Al volver al cuarto donde estaba esperándome Sánchez Azcona, me preguntó qué querían. Le conté lo ocurrido, agregando:

- Me van a voltear a Pancho.

- ¿Y ahora qué hacemos? -insistió Sánchez Azcona.

- Seguir escribiendo -le contesté-.

Terminados de escribir los ejemplares del tratado de paz, me fuí a ver al señor Madero, encontrando que con él estaban su señor padre, el licenciado Pino Suárez y don Gustavo Madero. Saludé a todos, y sin perder tiempo en otra cosa, entregué al jefe de la revolución les dos ejemplares del tratado de paz. Los vió y me dijo:

- Doctor, mi papá dice que es necesario poner aquí una cláusula en que se haga constar que el gobierno nos ha de entregar cuarenta mil pesos diarios, y yo creo que debe ponerse.

Le repetí al señor Madero las razones que había expuesto al señor su padre, agregando, además, que en este caso se trataba del honor de la revolución y que, a mayor abundamiento, la prensa gobiernista de México insinuaba ya la idea de que los líderes de la revolución nos habíamos vendido. Todo fué inútil: el señor Madero insistió en que debía ponerse la cláusula, que me entregó formulada. Volvimos a la Aduana el señor Sánchez Azcona y yo a escribir de nuevo el tratado, agregando la cláusula y rompiendo los dos primeros ejemplares. Terminada esta labor, volví a mostrar al señor Madero el nuevo tratado, quien, después de leerlo, me dijo:

- Está bien: preséntelos usted al lÍcenciado Carvajal.

Esto hice en seguida en el Hotel Sheldon, de El Paso.

El señor licenciado Carvajal leyó el documento y al terminar la última cláusula, me dijo:

- ¿Para qué quieren ustedes cuarenta mil pesos diarios si ya no tienen que hacer más gastos?

- No trate usted de convencerme -dije al señor licenciado Carvajal- porque estoy más convencido que usted en este particular, pero yo no soy el jefe. Comuníquelo usted a México.

- Sí, voy a hacerlo -contestó- pero creo que esto va a causar allá muy mala impresión.

En seguida me despedí.

Como a las dos de la tarde me mandó llamar el señor Carvajal a su hotel, y una vez que estuve presente, me dijo:

- Señor doctor, dispense que lo haya mandado llamar, pero por haberme fracturado una pierna hace poco, no puedo andar sino con mucha dificultad. ¿Por qué no hace usted un esfuerzo -agregó- para que se quite esta cláusula de los cuarenta mil pesos?

- Ya hice muchos -le dije-; pero voy a hacer el último.

Tomé un auto y me fuí a Ciudad Juárez, creyendo que por la hora encontraría solo al señor Madero; pero no fué así, porque estaba con su padre. Después que los hube saludado, tomé al señor Madero, hijo, de un brazo, lo llevé aparte y volví a insistir en que no era bueno poner la clásula consabida. En esta ocasión el señor Madero se limitó a oír mis razones y, de improviso, me dijo:

- Vamos a preguntarle a mi papá.

- ¿Cómo vamos a preguntarle -le dije- si él es precisamente quien no quiere que se deje de poner?

- Sí -repuso el señor Madero-, pero es que yo no puedo hacer nada sin la voluntad de mi padre.

A lo cual repliqué:

- Como hijo, señor Madero, admiro su proceder; pero en este caso, es usted el jefe de una revolución.

Entonces fue el señor Madero quien, tomándome del brazo, me llevó hacia donde estaba su padre, y una vez ante él expuse de nuevo mis opiniones. Este volvió a repetir su manera de pensar, y de improviso el jefe de la revolución me dijo:

- Bueno, si a las diez de la noche el gobierno no contesta sobre el contenido de la cláusula, usted firma la paz como estaba hecho el tratado.

Regresé luego a ver al señor Carvajal, quien al verme me dijo:

- Parece que trae usted buenas noticias.

- Sí -repuse-, a medias, pero las traigo.

Le referí en seguida la condición impuesta por el señor Madero.

- Ahora -agregué- si usted recibe contestación favorable a la cláusula en disputa, no diga usted ni una palabra, y a las diez de la noche firmaremos los tratados de paz sin la tal cláusula.

A las diez de la noche estábamos ya reunidos el señor licenciado Carvajal y yo en el lobby del Hotel Sheldon, mandamos buscar al señor Madero, padre, y al licenciado José María Pino Suárez. Pronto encontraron al primero, más no al segundo. Más tarde supimos que estaba en una fiesta con el jefe de la revolución; lo mandamos llamar y contestó que él firmaría al día siguiente, como sucedió.

Pasamos a Ciudad Juárez los señores licenciado Carvajal, Francisco Madero, sr., el que esto escribe, y el licenciado Víctor Manuel Castillo, quien a la sazón se encontraba en El Paso como secretario de la Comisión del Chamizal. En dos automóviles nos siguieron los corresponsales de los periódicos americanos, así como el corresponsal del periódico El País, de la ciudad de México, y no recuerdo si el de algún otro periódico también. Por supuesto que para volver a escribir el nuevo tratado tuve mis dificultades; era domingo; yo no tenía papel ni había donde comprarlo; pero el señor licenciado Carvajal me facilitó dos hojas de papel común y corriente, único que tenía; Lawrence me facilitó una máquina de escribir y de mecanógrafo la hizo un soldado revolucionario apellidado Vázquez.

Cuando nos dirigimos a Ciudad Juárez creímos que alguien nos estaría esperando en la Aduana para que desempeñásemos nuestro cometido, pero no hubo tal. La Aduana estaba cerrada, a oscuras y sin ningún vigilante. Resolvimos entonces firmar en la banqueta, pero no teníamos luz; se acercaron los autos y dirigieron sus faros hacia el lugar que se había escogido para efectuar la firma, pero la luz quedaba baja, y como es de suponer, tampoco había mesa. En estas condiciones tuvimos que valernos de cerillas y la mesa fue suplida con la espalda de uno de los concurrentes, sin que recuerde yo quién fue. Así, a las once de la noche del 21 de mayo de 1911, y en la calle donde se encuentra ubicada la Aduana de Ciudad Juárez, alumbrándonos con cerillas y faros de automóvil y sobre la espalda de uno de los concurrentes, se firmaron los tratados de Ciudad Juárez.

He aquí el texto del tratado:

En Ciudad Juárez, a los veintiún días del mes de mayo de mil novecientos once, reunidos en el edificio de la Aduana fronteriza los señores licenciado Francisco S. Carvajal, representante del gobierno del señor general Porfirio Díaz; doctor don Francisco Vázquez Gómez, Francisco Madero y licenciado don José Maria Pino Suárez, como representantes los tres últimos de la revolución, para tratar sobre el modo de hacer cesar las hostilidades en todo el territorio nacional, y considerando:

I. Que el señor general Porfirío Díaz ha manifestado su resolución de renunciar la Presidencia de la República antes de que termine el mes en curso;
II. Que se tienen noticias fidedignas de que el señor Ramón Corral renunciará igualmente la Vicepresidencia de la República dentro del mismo plazo;
III. Que por ministerio de la ley el señor licenciado don Francisco León de la Barra, actual secretario de Relaciones Exteriores del gobierno del señor general Díaz, se encargará interinamente del Poder Ejecutivo de la Unión y convocará a elecciones generales dentro de los términos de la Constitución;
IV. Que el nuevo gobierno estudiará las condiciones de la opinión pública en la actualidad para satisfacerlas en cada Estado dentro del orden constitucional y acordará lo conducente a indemnización de los perjuicios causados directamente por la revolución;
Las dos partes representadas en esta conferencia, por las anteriores consideraciones, han acordado formalizar el presente

CONVENIO

ÚNICA. Desde hoy cesarán en todo el territorio de la República las hostilidades que han existido entre las fuerzas del gobierno del general Díaz y las de la revolución, debiendo éstas ser licenciadas a medida que en cada Estado se vayan dando los pasos necesarios para restablecer y garantizar la. tranquilidad y el orden públicos.
TRANSITORIO. Se procederá desde luego a la reconstrucción o reparación de las vías ielegráficas y ferrocarrileras que hoy se encuentran interrumpidas. El presente convenio se firma por duplicado.

Francisco. S. Carvajal. Rúbrica.
F. Vázquez Gómez. Rúbrica.
Fco. Madero. Rúbrica.
J. M. Pino Suárez. Rúbrica.

Mucho se ha criticado el convenio que acabo de transcribir, y aun algunos maderistas me han atribuído el haber hecho fracasar la revolución con los tratados de Ciudad Juárez; pero quienes han formulado tal cargo no conocieron el Pacto Madero-Limantour, ni las dificultades que tuve yo que vencer para conseguir el triunfo de la revolución, que, por más que se diga, políticamente, fue positivo.

Como se ha visto en el curso de estas Memorias, el señor Madero era limantourista, lo mismo que su familia, especialmente su señor padre, sin cuya voluntad nada podía hacer el jefe de la revolución. Pero ser limantourista era ser científico; y como el gobierno contra el cual se había hecho la revolución estaba dominado por el partido o grupo científico, quiere decir que el señor Madero era gobiernista de hecho, aunque antiporfirista exaltado.

Se ha visto también cómo el señor Gustavo Madero, que dominaba al jefe de la revolución, elogiaba grandemente al señor Limantour, a quien los Madero deseaban poner en la Presidencia, en lugar del general Díaz. Pero hacer una revolución para quitar al general Díaz, que entraba en el período de decadencia, y poner a Limantour, que de hecho era el que gobernaba, habría sido muy del agrado de los Madero; mas los revolucionarios armados no habrían aceptado una burla de esta naturaleza y se habría dividido la revolución desde entonces.

Yo no puedo sostener que el convenio de que se trata contiene lo más ventajoso que se pudo obtener entonces, dado que eran radicales los revolucionarios en armas, sobre todo los del sur, que tenían en jaque a la capital; pero como el señor Madero, según se ha visto, había arreglado la paz con el señor Limantour, era necesario darle al convenio una forma que, desde luego, nos permitiera obtener la renuncia del Presidente y Vicepresidente de la República, dejando abiertas las puertas para empezar desde luego los cambios que demandaba la opinión pública, entretanto el señor Madero ocupaba la Presidencia, para entrar franca y decididamente en el campo de las reformas.

En efecto, en el considerando cuarto de dicho convenio se dice que el nuevo gobierno (el interino) estudiará las condiciones de la opinión pública en la actualidad, para satisfacerlas en cada Estado dentro del orden constitucional, y acordará lo concerniente a la indemnización de los perjuicios causados directamente por la revolución. Pero la opinión pública en esa época era revolucionaria: el pueblo mexicano, en su inmensa mayoría, deseaba un cambio de régimen y no la continuación del antiguo, contra el cual se había levantado en armas. Esta previsión tuvo por objeto comenzar a llevar a la práctica, y desde luego, los ideales de la revolución de un modo pacífico, con el fin de evitar que los revolucionarios lo hicieran por su propia cuenta, valiéndose de la fuerza. Ella fue también un arma poderosa que se puso en manos del Presidente interino, para pacificar el país, sin recurrir a la fuerza, sino en casos excepcionales. Pero nada de esto se hizo. Al contrario; el Presidente interino, de acuerdo con el señor Madero y antes de un mes de los tratados de Ciudad Juárez, se apresuró a expedir un decreto (el 19 de junio), declarando bandidos a los revolucionarios que no hubieran acudido a licenciarse para el primero de julio, y como a tales bandidos había que perseguirlos y aniquilarlos, valiéndose, naturalmente, de las fuerzas federales, enemigas de la revolución. El apoyo moral que el señor Madero prestó al Presidente interino, así para expedir el decreto antes referido, como para licenciar prematuramente las fuerzas de la revolución, explica muy bien el porqué Madero felicitó a Blanquet en Puebla el 13 de julio y llamó bandidos a los revolucionarios. Así los había declarado el decreto de De la Barra, quien perseguía desde entonces un propósito definido, para realizar el cual lo ayudaba eficazmente, aunque sin darse cuenta, el señor Madero.

Además, la única cláusula del convenio no estableció un plazo fijo para el licenciamiento de las fuerzas revolucionarias, pues, refiriéndose a ellas, dice: debiendo ser licenciadas a medida que en cada Estado se vayan dando los pasos necesarios para restablecer y garantizar la tranquilidad y el orden públicos.

En esta virtud, puede afirmarse que el señor De la Barra asumió la Presidencia en acatamiento a los tratados de Ciudad Juárez; pero no se creyó obligado a cumplirlos en aquello que no convenía a sus intereses políticos; y por eso, como si no se hubiera tratado de una conflagración general, imposible de apagar en cuatro semanas, se apresuró a expedir su decreto de 19 de junio, declarando bandidos y fuera de la ley a quienes, de hecho, debía la Presidencia de la República. Y el señor Madero estuvo de acuerdo con la expedición del aludido decreto, sin darse cuenta de que caía en las redes del Presidente interino.

Los escritores científicos y corralistas de retaguardia que hoy escriben la historia de la revolución de 1910, sostienen la tesis de que la misión esencial del gobierno interino era hacer la paz, olvidando intepcionalmente el considerando cuarto. En efecto, el señor licenciado Luis Manuel Rojas, en su artículo publicado en El Gráfico de 6 de noviembre de 1930, dice:

Tanto el Presidente (interino) como el caudillo tenían conciencia clara, según se ve, de que la necesidad suprema del momento y la misión esencial del interinato estaban en hacer volver al país a la normalidad, y a ello dedicaron sus atenciones preferentes.

Pero el mejor medio de volver a la normalidad, o sea a la paz, a un país sacudido por un movimiento revolucionario intenso y justificado, no es seguramente el recurrir a la fuerza, que fue impotente para dominarlo, sino satisfacer las justas exigencias de la revolución que acababa de triunfar. Nada de esto se hizo, pues el señor De la Barra, como el señor Madero, no entendieron o no quisieron entender el alcance del considerando cuarto. Por su parte, el Presidente interino, al ordenar el pronto desarme de los revolucionarios antes de que la revolución se hiciera gobierno, tuvo el pensamiento, indudablemente, de dar al partido caído el triunfo que no había podido obtener; y como el licenciado Vázquez se opuso tenazmente a que se desarmaran todos los revolucionarios, esto da la explicación del rencor que le guardan todavía los escritores científicos, y aun los corralistas por convicción ... y por odio ...

He dicho que el triunfo de la revolución fue positivo, y es la verdad. Para convencerse de ello basta recordar el entusiasmo delirante que hizo explosión en todo el país tan luego como se supo que había caído el gobierno del señor general Díaz; pues puede decirse que casi todos los mexicanos eran revolucionarios, o mejor dicho, que aceptaban con entusiasmo las ideas sostenidas y propagadas por el Partido Antirreeleccionista. De aquí las manifestaciones de admiración y simpatía al señor Madero, a quien se miraba como el apóstol de las ideas que triunfaban en la conciencia nacional; pero el jefe de la revolución creyó que todo era por su persona y en nada intervenían las ideas, llegando en su ceguera hasta desconocer al partido que le dió el triunfo.

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