Índice de Los anales de TácitoLIBRO UNDÉCIMOSegunda parte del LIBRO DUODÉCIMOBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO DUODÉCIMO

Primera parte



Claudio va a casarse nuevamente. - Propónensele mujeres, y prefiere a las demás a Agripina, hija de su hermano Germánico. Decreta las bodas el Senado, y a su modo dispensa en el parentesco. - Mátase Lucio Silano, destinado yerno de César. - Álzase el destierro a Séneca. - Octavia, hija de Claudio, casa con Nerón. Piden de Roma los partos por rey a Meherdates, el cual, peleando con Gotarces, queda roto. - Mitrídates tienta de recuperar el reino de Ponto, y rendido viene a Roma. - Lolia, mujer ilustre, condenada por artificios de Agripina. - Ensancha Claudio el circuito de la ciudad. - Nerón Domicio, adoptado por Claudio - Colonia edificada en los Ubios. - Los catos corren la inferior Germania y son rotos. - Vanio, rey de los suevos, echado del reino. -Cuéntanse los sucesos de Publio Ostorio en Inglaterra y la presa del rey Caractaco.




ESTE LIBRO COMPRENDE LA HISTORIA DE SEIS AÑOS

AÑO DE ROMA
AÑO CRISTIANO
CÓNSULES
802
49, D. C.
C. Pompeyo
Q. Veranio
803
50, D. C.
C. Antistio
M. Suilio
804
52, D. C.
T. Claudio César IV
Sev. Cornelio Orfito
805
52, D. C.
P. Cornelio Sila
L. Salvio Otón
806
53, D. C.
D. Junio Silano
Q. Haterio
807
54, D. C.
M. Asinio Marcelo
M. Acilio Aviola

I. La muerte de Mesalina puso en revuelta la casa del príncipe, contendiendo entre sí los libertas sobre cuál había de trazarle mujer, viéndole resuelto a no estar sin ella, como nacido para serles sujeto. No era menor entre ellas la emulación, exagerando cada una su nobleza, su hermosura y sus riquezas, para mostrarse dignas de tan gran matrimonio. Con todo eso, la principal duda viene a quedar entre Lolia Paulina, hija de Marco Lolio, varón consular, y Julia Agripina, hija de Germánico, favorecida, ésta de Palante y aquélla de Calisto. Narciso ayudaba a Elia Petina, del linaje de los Tuberones. Claudio, arrimándose ya a un partido ya a otro, según le arrebataba la fuerza de la persuasión, viéndolos discordes, los llama a consejo y ordena que funden en razón sus opiniones.

II. Narciso anteponía el primer matrimonio en que había vivido con Petina; la familia común (porque Claudio tuvo en ella a su hija Antonia), que no causaría en casa novedad alguna volviendo a ella la primer mujer, en la cual no había que temer aborrecimiento de madrastra contra Británico ni Octavia, prendas las más cercanas a su propia sangre. Calisto, en contrario, alegaba el haber sido ya reprobada con largo divorcio, y que el llamarla ahora la haría volver con mayor arrogancia y soberbia; que era mucho mejor recibir a Lolia, porque no habiendo jamás tenido hijos entraría ajena de toda emulación en casa y serviría de madre a los de su marido. Mas Palante hallaba en Agripina esta ventaja más, que traía consigo un nieto de Germánico, digno en todo y por todo de la fortuna imperial; que siendo, como era, de nobilísimo linaje, de conocida fecundidad, y hallándose en la flor de su juventud era mejor volver a unir en los descendientes de entrambos la sangre de la familia Claudia, que no dar a que pudiese llevarse ella consigo a otra casa el esplendor y grandeza de los Césares.

III. Prevalecieron al fin estas últimas razones, ayudadas de los regalos y las caricias de Agripina; la cual, so color del parentesco, visitando muy a menudo a su tío, le obligó a preferirla a todas las demás y a dejarle gozar del poderío de esposa antes de serlo. Porque, en viéndose segura del casamiento, comenzó a designar mayores cosas, trazando el casar a su hijo Domicio, habido de su primer marido Cneo Domicio Aenobarbo, con Octavia, hija de César; cosa a que no se podía llegar sin gran maldad y falta de fe, habiéndola ya César desposado con Lucio Silano, y adelantado al mozo, notable también por otras consideraciones, con las insignias triunfales y con la magnificencia de los juegos de gladiatores que se hicieron en nombre suyo, todo en orden a granjearle el aplauso y amor de la plebe. Pero nada parecía difícil en el ánimo de un príncipe privado de voluntad, juicio y aborrecimiento, sino cuanto se le infundía y mandaba que tuviese.

IV. Vitelio, pues, escondiendo debajo del nombre de censor los engaños serviles, pronosticando el nuevo gobierno que se aparejaba, deseoso de ganar la gracia de Agripina con hacerse partícipe de sus designios, comenzó a acusar criminalmente a Silano de sospecha de amores incestuosos con su hermana Junia Calvina, que poco antes había sido nuera del mismo Vitelio, tomando ocasión de una gran amistad que había entre los dos, aunque poco recatada, y principalmente de la gran belleza y desenvoltura de Junia. Y César, llevado del excesivo amor que tenía a su hija, daba oídos a estas sospechas contra el yerno. Silano, sin alguna noticia de estas asechanzas y hallándose por suerte aquel año pretor, se vio en un punto privado de oficio de senador por decreto del censor Vitelio; dado que poco antes se había renovado la matrícula del Senado con la ceremonia llamada Lustro. Al mismo punto rompió César el parentesco, y Silano fue forzado a renunciar el magistrado de pretor, dándose por lo restante del tiempo a Eprio Marcelo.

V. En el consulado de Cayo Pompeyo y Quinto Veranio comenzó la fama a divulgar el casamiento, concluido ya, entre Claudio y Agripina, y no menos el amor ilícito; mas no por esto se aventuraban a celebrar solemnemente las bodas, no habiendo ningún ejemplo de haberse casado un tío con la hija de su hermano. Antes se temía que, reprobadas del pueblo como ilícitas y entendido el incesto, había de ocasionar aquel menosprecio dañosos efectos a la República. Y de hecho no se supieran resolver, si Vitelio no se encargara de ello con sus artificios. Porque preguntando a César si obedecería en este caso al pueblo y a la autoridad del Senado, y habiendo respondido él que en esto era como los demás ciudadanos y demasiado flaco para repugnar al consentimiento universal, le ordena que le espere dentro de palacio. Entrado él en la curia, significando que tenía que tratar una cosa importantísima para la República, pedida licencia para hablar primero que todos, comenzó a decir: que a los gravísimos trabajos que sufría el príncipe en el gobierno del mundo convenía ayudar de manera que, aliviado de los cuidados caseros, pudiese atender a los públicos con mayor comodidad; que él no hallaba mayor ni más honesto alivio para quien ha de censurar y corregir a todos, que la propia mujer a quien tener por compañera en los sucesos prósperos y en los dudosos, y con quien poder comunicar los más secretos pensamientos y entregar los propios hijos; y más no siendo Claudio hombre desordenado en deleites lascivos, sino desde su primera juventud obediente a las leyes.

VI. Después de haber hecho este exordio con palabras encaminadas a disponer los ánimos de los senadores, viendo que aprobaban lo dicho con adulación semejante a la suya, toma otra vez la mano, diciendo: que pues concordaban todos en casar al príncipe, convenía escogerle una mujer señalada, capaz para tener hijos y de inculpable vida: que no era necesario hacer larga pesquisa para mostrar que Agripina excedía a todas las demás en claridad de sangre; que había hecho prueba de su fecundidad, y juntamente se hallaban en ella todas las partes que se podían desear en una mujer honesta; que era cosa digna de gran ponderación el hallarse, por la providencia de los dioses, viuda (1), para que pudiese casar con ella un príncipe que no había admitido jamás otro amor que el de su propia mujer; que habían oído decir a sus padres, y aun vístolo ellos mismos, que algunos de los Césares, por sólo su gusto, tomaban las mujeres a sus propios maridos; cosa bien apartada de la modestia presente, la cual para lo venidero podría servir de ejemplo de la forma en que debían tomar mujer los emperadores. Parecernos ha por ventura novedad el casarnos con las hijas de nuestros hermanos; sin embargo, es cosa muy usada entre otras naciones y no prohibida por ley alguna. También los casamientos entre primos hermanos, no usados antiguamente, se han ido frecuentando con el tiempo, acomodándose la costumbre a la necesidad, y lo que ahora parece nuevo será también de las cosas que vendrán a ser imitadas con el tiempo.

VII. No faltaron algunos que a porfía unos de otros salieron con gran furia del Senado, sustentando que cuando César pusiese largas al matrimonio, convenía forzarle a que le hiciese. Juntóseles con esto una gran multitud de gente de toda broza, gritando a una voz: que el pueblo romano quería lo mismo. Y Claudio, sin esperar otra cosa, sale a la plaza, dejándose encontrar de los que iban viniendo a regocijarse con él y a darle la enhorabuena. Entrado tras esto en el Senado, pide que se haga un decreto en que se declaren por lícitos de allí adelante los casamientos entre tío y sobrina. Con todo eso no se halló quien desease semejantes bodas, sino un caballero romano llamado Tito Aledio Severo, y aun éste dijeron muchos que lo hizo en gracia y adulación de Agripina. Desde el casamiento tomó la ciudad nueva forma, gobernándolo todo la emperatriz, no por vía de deshonestidades como Mesalina, que se burlaba del Imperio romano, mas haciéndose servir y obedecer como si fuera varón. En lo público se mostraba severa, y muchas veces soberbia; no había en su casa cosa deshonesta, sino cuando le convenía para mandar. A su inmensa codicia servía de cubierta el deseo de tener una masa con que acudir a las necesidades del Imperio.

VIII. El mismo día de las bodas se mató Silano, o que hasta entonces le hubiese durado la esperanza de vivir, o que escogiese aquel día por hacer el caso más digno de aborrecimiento. Su hermana Calvina fue desterrada de Italia. Añadió Claudio que se hiciesen los sacrificios conforme a las leyes y ceremonias del rey Tulo, por los pontífices, en el bosque consagrado a Diana, en satisfacción del pecado de Silano y Calvina, no sin risa universal de que en tales tiempos se tratase de penas y purificaciones por amores incestuosos. Agripina, pues, por no darse a conocer solamente en las cosas mal hechas, impetró remisión de su destierro a Anneo Séneca, y juntamente el oficio de pretor; sabiendo que daba gusto al pueblo por el esplendor de sus estudios, y porque Domicio saliese de la niñez a la juventud debajo de la doctrina de tal maestro, y pudiese gozar de sus consejos para efectuar las esperanzas del dominio a que aspiraba; creyendo que con la memoria de este beneficio le sería tan fiel, cuanto por la de la injuria enemigo a Claudio.

IX. Tras esto se tomó resolución de no esperar más en concluir lo tratado; induciendo con muchas promesas a Memmio Polión, electo cónsul, a que, en son de decir su voto, exhortase a Claudio que hiciese el casamiento de Octavia con Domicio; cosa no ajena de razón, en orden a la edad de entrambos, y que podía servir de abrir el camino a mayores cosas. Votólo así Polión, usando casi las mismas palabras que poco antes había usado Vitelio: con que Octavia quedó otorgada con Domicio, y él, a más del primer parentesco, hecho con esto yerno de César, ayudado de las astucias de su madre y del artificio de los que por haber acusado a Mesalina podían temer de su hijo, comenzó a igualarse con Británico.

X. Por este tiempo los embajadores de los partos, enviados, como he dicho, a pedir a Meherdates, entrando en el Senado, declararon sus comisiones de esta manera: Que no venían allí olvidados de la confederación que tenían con el pueblo romano, ni por rebelarse al linaje de los Arsácidas, sino para pedir el hijo de Vonón, nieto de Frahates, contra el duro imperio de Gotarces, intolerable igualmente a los nobles y al pueblo. El cual, habiendo consumido y acabado con muertes violentas a sus hermanos y a sus parientes, sin perdonar los muy apartados, no contento con esto, añadía mayores crueldades; matándoles a sus mujeres preñadas y a las crianzas de sus tiernos hijuelos, mientras, imprudente en la paz y desdichado en la guerra, iba cubriendo con crueldades su natural cobardía; que era muy antigua y comenzada de consentimiento público la amistad que profesaban con nosotros, y no menos justo socorrer a los amigos émulos en fuerzas, y que no nos confesaban inferioridad sino por cortesía: que no se daban por otra causa en rehenes los hijos de los reyes, sino para que, en cansándose del imperio de algún rey de los admitidos por sucesión, pudiesen recurrir al príncipe y senadores por otro mejor, como criado entre sus costumbres.

XI. Y después que hubieran dicho éstas y otras muchas razones a este propósito, comenzó César su oración, discurriendo de la grandeza y majestad del Imperio romano, de los buenos oficios recibidos de los partos, igualándose en esto con el divo Augusto, y contando cómo le pidieron también rey, sin hacer mención de Tiberio, puesto que, como dicho es, les envió a Frahates. Añadió por instrucción y avisó a Meherdates (hallábase allí presente) que no imaginase que iba en calidad de señor a mandar a esclavos, sino en la de gobernador a regir ciudadanos; que usase clemencia y justicia, virtudes cuanto menos conocidas de los bárbaros, tanto más aparejadas a ser sufridas por ellos. Volviéndose después a los embajadores, celebra las alabanzas del mozo, llamándole alumno y crianza de la ciudad, y en particular su probada modestia; mas que con todo eso les convenía sufrir el natural y condición de los reyes, no menos que el irse la mano en mandados; que el Imperio romano había llegado a tanta grandeza y a tal colmo de gloria, que hasta en las naciones extranjeras deseaba qUietud. Mandó después a Cayo Casio (2), que gobernaba a Siria, que acompañase al joven hasta la ribera del Éufrates.

XII. Era Casio el más célebre jurisperito de aquella edad, y si bien (cuando falta por el ocio la disciplina militar) la paz no diferencia a los negligentes de los solícitos, todavía en la manera posible, no habiendo guerra, procuraba instituir la costumbre antigua, ejercitando las legiones con el mismo cuidado y vigilancia que si tuviera el enemigo a la frente; juzgando convenir así a la fama de sus mayores y del linaje de los Casios, celebrado también entre aquellas naciones. Convocados, pues, por Casio todos los que habían sido de parecer de pedir de Roma el rey, alojó su campo en Zeugma, que es la parte por donde el río se puede pasar más fácilmente. Casio, viendo que habían llegado ya los nobles partos y Acbaro, rey de los árabes, advirtió a Meherdates que el ímpetu ardiente de los bárbaros suele entibiarse con el tiempo y convertirse después en traiciones, para cuyo remedio convenía darse prisa por acabar lo comenzado. Fue menospreciado este consejo por engaño de Acbaro, habiendo entretenido en la ciudad de Edesa muchos días al incauto Meherdates, el cual tenía a los regalos y vicios por el colmo de su grandeza. Y así llamado de Carhenes, que prometía con sólo usar diligencia todas las cosas en su favor, marchó, no por el camino derecho de Mesopotamia, sino torcido por la vía de Armenia, impracticable en aquella sazón por ser a la entrada del invierno, tal que trabajados de las nieves y de los montes, al calar últimamente en las llanuras, se juntaron con Carhenes.

XIII. Pasado tras esto el río Tigris, llegaron a los adiabenos, cuyo rey Jazates, sobre tener hecha pública confederación con Meherdates, secretamente se inclinaba con mayor fe a Gotarces. Tomóse de paso con todo esto la ciudad de Nino, antiguo asiento de los reyes de Asiria, y el castillo de Arbela, famoso por la última batalla entre Alejandro y Darío, con la cual feneció la grandeza de los persas. Entretanto, hacía Gotarces en el monte llamado Sambulo votos a los dioses de aquel lugar, el más reverenciado de los cuales es Hércules. Éste suele en ciertos tiempos advertir en sueños a los sacerdotes que pongan cerca del templo caballos aderezados para ir a caza. Los caballos en poniéndoles las aljabas llenas de todo género de flechas, discurriendo sueltos por aquellos bosques, las tornan a la noche vacías, volviendo ellos y jadeando y llenos de sudor. Entonces el mismo Hércules, apareciéndoles en sueños también la siguiente noche, les avisa de los bosques por donde han corrido, y saliendo ellos, hallan por todas partes el destrozo y matanza de las fieras.

XIV. Mas Gotarces, no teniendo aún reforzado bastantemente su ejército, se servía por reparo del río Corma. y aunque los enemigos le provocaban cada día a la batalla por embajadas y motejándoles de cobardes, él se andaba entreteniendo, mudando alojamientos y procurando de secreto comprar voluntades, obligando a los enemigos a mudar de fe. Los primeros en quien hicieron efecto estas trazas fueron Jazates Aciabeno y el rey Acbaro con sus árabes; o por la natural liviandad de aquella gente, o por haber enseñado la experiencia que los bárbaros quieren más pedir rey de Roma que tenerle. Meherdates, despejado de tan gran ayuda y sospechoso de traición en los que le quedaban, tomó por último remedio tentar la fortuna y venir a la batalla. No la rehusó Gotarces, animado con las fuerzas que le faltaban al enemigo. Peleóse con gran mortandad y estuvo el suceso en duda hasta que Carhenes, rotas las escuadras que se le opusieron y pasando adelante demasiadamente, fue por un escuadrón que entraba de refresco acometido por las espaldas y roto. Entonces, perdida toda esperanza, Meherdates, fiado en las promesas de Parraces, amigo de su padre, fue por él con engaño preso y entregado al vencedor. El cual, no como pariente o como hombre del linaje Arsácida, mas vituperándolo como extranjero y romano, cortándole primero las orejas, le concedió la vida por ostentación de su clemencia y de nuestra deshonra. Murió poco después de este suceso Gotarces de enfermedad, y fue llamado al reino Vonón, que gobernaba entonces a los medos. No le sucedió a éste cosa próspera o adversa digna de memoria, habiendo reinado poco tiempo y con menos reputación; viniendo a parar después el imperio de los partos en su hijo Vologeso.

XV. Mas Mitrídates, rey de Bósforo, el cual, habiendo perdido todas sus fuerzas y su poder, andaba por esto vagabundo, después que supo que Didio, capitán romano, se había partido con el nervio del ejército, y que quedaba en el nuevo reino Coti, mozo de poca experiencia, y pocas cohortes a cargo de Julio Áquila, caballero romano, estimando a entrambos en poco, comienza a levantar aquellas naciones y a animar a los fugitivos, y finalmente, juntando un buen ejército, desbarata al rey de los dandárides (3) y se apodera del reino. A la noticia que se tuvo de estos sucesos, y temiéndose que Mitrídates no se aparejase para asaltar el Bósforo, Áquila y Coti, no confiando en sus propias fuerzas, porque Zorsines, rey de los siracos, se había vuelto a declarar por enemigo, recurrieron ellos también a las ayudas extranjeras, habiendo enviado embajadores a Eunón, el más principal entre los adorsos (4), con el cual no hubo dificultad en asentar la liga, parangonándole la potencia romana contra un rebelde como Mitrídates. Concertaron, pues, que Eunón hiciese la guerra con la caballería y los romanos emprendiesen los cercos y expugnaciones de las ciudades; puestos en ordenanza, marchaban con la vanguardia y retaguardia de adorsos, en medio de las cohortes romanas, y los bosforanos armados a nuestro modo.

XVI. Echado de esta suerte el enemigo de la tierra, se llegó a Soza, ciudad de la Dandárica, desamparada por Mitrídates, donde, fiando poco del pueblo, se deja bastante presidio. Pasados de allí a las tierras de los siracos y atravesado el río Panda, pusieron sitio a la ciudad de Uspe, situada en alto y fortalecida de buenos fosos y murallas, salvo que éstas no eran de piedra, sino de zarzos de ambas partes y terraplenados en medio, ni hábiles al fin para resistir asaltos. Y así, arrimándoles algunas torres de madera de tanta altura que sobrepujaban los muros, los soldados romanos, dentro de ellas, con hachos de fuego, dardos y otras armas arrojadizas, ponían en desorden y confusión a los sitiados; tal, que si no sobreviniera la noche fuera en un mismo día la ciudad acometida y tomada.

XVII. El día siguiente enviaron embajadores pidiendo perdón y la vida para los hombres libres, dejando a discreción diez mil esclavos que había dentro. No se aceptó esta condición, porque parecía crueldad matar los rendidos, y no matándolos, imposible guardar bien tanta multitud. Y así, deseando hacerlos morir con razón de guerra, se dio la señal a los que ya habían escalado el muro para que los pasasen a cuchillo. El estrago de los uspenses espantó a todos los demás, considerando que no había lugar seguro, pues que no menos que las personas quedaban también sobrepujadas y sujetas al mismo ímpetu y furor las armas, las murallas, eminencia de sitios, ríos caudalosos y ciudades fuertes. Zorsines, habiendo bien considerado lo que le estaba mejor, favorecer las cosas de Mitrídates reducidas a última desesperación, o proveer a las de su reino paterno, en prevaleciendo en él la comodidad y el provecho de su gente, dando rehenes, vino a postrarse de hinojos ante la imagen de César, con mucha gloria del ejército romano, el cual, sin perder gota de sangre de los suyos, es cosa cierta que se hallaba victorioso menos de tres jornadas del río Tanais. Mas no fue tan felice la vuelta, porque algunas naves que venían por aquel mar, arribando a las riberas de los tauros, fueron presas de aquella gente bárbara, a cuyas manos murió el prefecto de una cohorte y muchos centuriones.

XVIII. Mitrídates, en tanto, faltándole el socorro de las armas, consulta y discurre entre sí la persona cuya misericordia le convenía más experimentar. Tienta a su hermano Cotis como a quien, sobre haberle sido antes traidor, entonces le era declarado enemigo.

De los romanos no había en el ejército ninguno de tanta autoridad a cuyas promesas se debiese dar entero crédito. Y resolviéndose acudir a Eunón, con quien no tenía enemistades particulares y se hallaba en gran reputación por la nueva amistad que había asentado con nosotros, acomodándose de hábito y de aspecto conveniente a la presente fortuna, entra en su palacio, y abrazado con las rodillas de Eunón, le dice estas palabras: Aquel Mitrídates, perseguido de los romanos tan largos años por mar y por tierra, viene ahora voluntariamente a ponerse en tus manos. Haz lo que te pareciere del sucesor del gran Aquemenes; que esto sólo no me han podido quitar mis enemigos.

XIX. Mas Eunón, conmovido del esplendor de aquel varón y de la mudanza de su fortuna, y no menos de los generosos ruegos de que usaba, levanta y anima al suplicante, loándole el haber escogido al pueblo adorso para alcanzar perdón por medio de su amistad. Despacha tras esto embajadores a Roma con cartas para César de este tenor: Que la conformidad y semejanza de la fortuna fue siempre la primera ocasión de amistad entre los emperadores romanos y los reyes de otras grandes naciones; mas que la que había entre él y Claudio procedía de la verdad con que se podía llamar común aquella victoria: que no era posible dar más generoso fin a una guerra que perdonando al enemigo: que en prueba de esto no se le quitó cosa alguna de su estado al vencido Zorsines. y que así, conociendo por mayor el delito de Mitrídates, no pedían para él otra cosa que la vida y no ser llevado en el triunfo.

XX. Claudio, aunque era benigno con la nobleza extranjera, estuvo todavía dudoso entre si recibiría al preso con el perdón de la vida, o si le conquistaría con las armas. De la una parte le obligaba el dolor de la injuria y deseo de venganza; de la otra discurrían algunos el yerro que era emprender una guerra tan apartada por caminos difíciles, la mar sin puertos, los reyes feroces, el pueblo vagabundo y sin asiento, el país estéril, donde de la tardanza resultaría pesadumbre, y de la presteza peligro: aventurábase a ganar poco loor con la victoria, y a padecer con la pérdida gran mengua de reputación: que era mejor aceptar las condiciones ofrecidas, y conceder la vida a un forajido: que cuanto ella más le durase en su pobreza, tanto más continuado y largo sería el castigo. Persuadido Claudio con estas razones, escribió a Eunón que Mitrídates verdaderamente merecía tal castigo, que pudiese servir de ejemplo a los demás, y que no le faltaban fuerzas para dárselo; mas que los antiguos romanos se habían preciado siempre de ser tan fieros y rigurosos contra los enemigos, cuanto benignos y fáciles con los que se ponían humildes en sus manos, y que los triunfos no se alcanzaban sino después de haber sojuzgado pueblos y reinos enteros.

XXI. En recibiendo esta carta fue entregado a los nuestros Mitrídates y llevado a Roma por Junio Silón, procurador de Ponto. Díjose que habló Mitrídates a César con mayor libertad de lo que pedía su fortuna. Y el vulgo engrandeció sus palabras, afirmando que fueron éstas: No pienses, oh César, que he sido yo enviado a tu presencia; de mi voluntad vengo, y si no lo crees, suéltame y venme a buscar.

La misma entereza mostró en el aspecto, sin dar algunas señales de temor mientras rodeado de guardas fue mostrado pro rostris al pueblo. A Silón se dieron por decreto las insignias consulares, y a Áquila las pretorias.

XXII. En este mismo consulado, Agripina, tenaz en el aborrecimiento y enemiga mortal de Lolia por haber competido con ella en el casamiento del príncipe, inventa delitos y halla acusador que la culpe de haber consultado con caldeos y magos, y de haber interrogado al simulacro de Apolo Clario sobre el matrimonio con el emperador. Con esto, Claudio, sin oír a la culpada, después de haber dicho en el Senado muchas cosas de su nobleza, y como era hija de una hermana de Lucio Volusio y bisnieta de un hermano de Cota Mesalino, que había sido casada con Memmio Régulo, callando de industria su casamiento con Cayo César, añadió que los consejos y designios de aquella mujer eran perniciosos a la República, y que así, conviniendo el apartar de ella toda ocasión de maldad, convenía también confiscar los bienes a Lolia y desterrarla de Italia. Con que de todas sus inmensas riquezas no se le dejó más que por valor de ciento y cincuenta mil ducados (cinco millones de sestercios) (5). Fue también destruida Calpurnia, mujer ilustre, porque el príncipe, sin algún mal pensamiento, en cierta conversación acaso la alabó de hermosa, que fue causa de que la violencia de Agripina no llegase a hacer contra ella todo lo que podía. A Lolia se le envió un tribuno para que la hiciese morir. Cadio Rufo, acusado por los bitinios, fue también condenado por la ley de residencia.

XXIII. A los de la Galia Narbonense, por el notable respeto y reverencia que habían mostrado siempre para con el Senado, se concedió el mismo privilegio de que gozaban los sicilianos, esto es, que pudiesen ir a visitar sus haciendas sin licencia del príncipe (6). Los itúreos y judíos, muertos sus reyes Soemo y Agripa, fueron agregados a la provincia de Siria. Decretóse que el augurio de la salud (7), olvidado ya por setenta años, se renovase y se continuase para lo de adelante. Acrecentó Claudio el circuito de Roma (8) al uso antiguo, que daba facultad a quien aumentaba el Imperio de poder ensanchar también los términos de la ciudad. Si bien ninguno de los capitanes romanos, aun después de haber sojuzgado grandes naciones, se valió de este privilegio, si no fueron Lucio Sila y el divo Augusto.

XXIV. Por lo que toca a los reyes, hay varias opiniones si lo hicieron por vanagloria o porque realmente sus acciones lo mereciesen. Mas no será fuera de propósito dar cuenta del primer circuito que tuvo Roma, y cuál fue el que Rómulo le dio. Abrióse, pues, un surco para designar con él el ámbito que había de tener la ciudad, desde el mercado de los bueyes, donde hasta hoy se ve aquel toro de bronce, porque este animal es propio para el arado, que abrazaba el gran altar consagrado a Hércules. De allí se fueron poniendo piedras a trechos y espacios determinados, bajando por las raíces del monte Palatino hasta el altar de Conso (9). De allí a las curias viejas (10), y después a la capilla de los dioses Lares. Porque se tiene por cierto que la plaza llamada Foro romano y el capitolio no fueron agregados a la ciudad por Rómulo, sino por Tito Tacio. Después de esto, el circuito de Roma se ha ido aumentando conforme a sus riquezas y buena fortuna, y los términos que entonces le puso Claudio son fáciles de conocer, fuera de que se hallan escritos en los libros de los actos públicos.

XXV. En el consulado de Cayo Antistio y de Marco Suilio, por obra y autoridad de Palante se solicitó la adopción de Domicio. Dependía Palante absolutamente de Agripina, como medianero de su matrimonio, y hallábase con nueva obligación y atadura por el adulterio que cometía con ella: a cuya causa incitaba a Claudio a que proveyese a la necesidad de la República, rodeando de fuerzas suficientes la niñez de Británico: que de esta manera florecieron para con el divo Augusto los hijos de su mujer, aunque pudiera hacer fundamento en sus nietos propios; y Tiberio, antes que a su natural descendencia, se había resuelto en adoptar a Germánico: que no le convenía menos a él armarse de un mancebo capaz de llevar sobre sus hombros parte de la carga. Vencido, pues, de estas razones Claudio, prohijando a Domicio le antepone a su propio hijo Británico con sólo dos años más de edad, después de haber hecho sobre esto una oración en el Senado, fundándola en las mismas razones que le había infundido el liberto. Notaban los curiosos que no se hallaba otra adopción hasta entonces en el linaje de los Claudios patricios, habiéndose continuado por sucesión desde Atto Clauso.

XXVI. Diéronse con todo gracias al príncipe, aunque con más exquisita adulación para con Domicio, haciendo ley que pasase a la familia Claudia con nombre de Nerón. Agripina fue engrandecida también con el sobrenombre de Augusta. Hechas estas cosas, no quedó hombre alguno tan sin piedad que no se compadeciese de la mala fortuna de Británico. El cual, dejado solo poco a poco hasta de sus oficiales esclavos, a quien, por apartarlos de él, sin sazón ni tiempo ocupaba su madrastra en mayores oficios, conociendo la falsedad, lo recibiría como por menosprecio suyo. Porque, según dicen, no dio muestras de tener poco entendimiento, o por ser ello así, o porque la compasión común de sus peligros le conservó en esta opinión, sin que llegase a experimentarla.

XXVII. Mas Agripina, por hacer ostentación de su grandeza hasta en las naciones confederadas, manda que en una villa de los ubios, donde ella había nacido, se junten los soldados veteranos en forma de colonia, y se funde allí una ciudad, a quien hizo llamar de su nombre. Y acaso había sucedido que cuando pasó esta nación de esta parte del Rin, fue su abuelo Agripa el que la recibió debajo de su protección y amparo. En estos mismos tiempos hubo alguna alteración y miedo en la superior Germania por la bajada que hicieron los catos, robando y destruyendo la tierra, con cuyo aviso Lucio Pomponio, legado de aquella provincia, añadidos a las gentes de socorro de los vangiones y nemetos (11) los caballos legionarios, les advirtió a que con diligencia se opusiesen a los enemigos que saqueaban la tierra; y que si los hallaban desbandados, rodeasen de improviso y acometiesen por todas partes. Siguió la industria de los soldados al consejo de su capitán, porque, divididos en dos tropas, los que tomaron por el camino de la mano izquierda embisten y rompen a los enemigos, al mismo tiempo que, acabando de llegar cargados de presa, se entregaban en poder de los deleites y del sueño. Aumentó el gusto de este suceso el haber librado de servidumbre a algunos soldados de los que cuarenta años antes se perdieron en la rota de Varo.

XXVIII. Mas los otros que habían tomado por la mano derecha, que era el camino más corto, encontrando por frente al enemigo, que se atrevió a hacerles rostro, hicieron en él mayor estrago: conque cargados de presa y reputación dieron la vuelta al monte Tauro, donde Pomponio los esperaba con las legiones, por si los catos, con deseo de vengarse, diesen ocasión para venir a la batalla. Mas ellos, por temor de no ser cogidos por una parte de los romanos y por otra de los queruscos, con quien están en perpetua guerra, enviaron embajadores y rehenes a Roma, y a Pomponio, de quien no quedó otra fama a sus sucesores sino de gloria de poesía, fue decretado el honor triunfal.

XXIX. Por el mismo tiempo, Vanio, a quien Druso César había hecho rey de los suevos, fue echado del reino, habiendo sido muy estimado antes y amado de sus súbditos; mas aumentándole la soberbia la duración del dominio, ellos mismos le hicieron traición, tanto por haberse hecho aborrecer de sus vecinos, como por las discordias domésticas. Fueron los autores Vibilio, rey de los hermonduros, y Vangión y Sidón, sobrinos del mismo Vanio, hijos de una hermana suya. Y Claudio, aunque rogado diversas veces, no quiso poner sus armas entre las discordias de aquellos bárbaros; sólo prometió a Vanio seguro refugio cuando quedase vencido.

Escribió con todo eso a Publio Atilio Histro, gobernador de Panonia, que alojase una legión y el mayor golpe de gente auxiliaria que pudiese escoger de la provincia sobre la ribera del Danubio, por socorro de los vencidos y espanto de los vencedores; para que, ensoberbecidos en los sucesos prósperos, no se atreviesen a perturbarnos nuestra paz; visto que de cada día iban bajando grandes fuerzas y multitud de ligios y otras naciones a la fama de aquel reino lleno de riquezas, aumentadas en espacio de treinta años por Vanio con latrocinios y tributos. Las fuerzas de Vanio consistían en su propia infantería; la caballería que le servía eran sármatas yacigios, muy inferiores a la cantidad de los enemigos, a cuya causa había determinado de retirarse a las fortalezas y alargar la guerra.

XXX. Mas los yacigios, impacientes de estar cercados, corriendo en torno las campañas, le pusieron en necesidad de venir a la pelea; obligado también de ver que los ligios y hermonduros acometían por aquella parte. Salido, pues, Vanio de sus fuertes y venido a batalla, fue roto, aunque con harta loa en su adversa fortuna de haber peleado valerosamente y recibido honradas heridas, haciendo rostro al enemigo. Mas viendo que ya no era de provecho su resistencia, se retiró a la armada que le esperaba en el Danubio. Y seguido después de los de su bando, pobló en Panonia, donde se les asignaron tierras en que vivir. Dividieron entre sí el reino Vangión y Sidón, conservándose en señalada fidelidad para con nosotros; mas con sus súbditos, o por defecto suyo o por naturaleza de aquellos pueblos, siendo amados al principio con gran afecto, fueron con otro mayor aborrecidos después.

XXXI. Por otra parte, llegado Publio Ostorio, vicepretor, a Inglaterra halló todas las cosas en conocida confusión y desorden, corriendo y devastando los enemigos las campañas de los confederados, con tanta mayor violencia, cuanto que por ser el capitán nuevo, sin conocer aún su ejército y con el invierno en casa, tenían menos temor de ser acometidos por nuestras fuerzas. Mas Ostorio, sabiendo que los primeros sucesos suelen engendrar confianza o temor, sacando en campaña con gran velocidad algunas cohortes, va a buscar al enemigo; y muertos los que hicieron resistencia, sigue a los que andaban desbandados por impedir que no se volviesen a juntar otra vez. Y porque la paz ofensiva y poco fiel no concedía quietud al capitán ni a los soldados, se apareja a quitar las armas a los sopechosos y a tenerlos refrenados, rodeándolos con los alojamientos, como ya lo estaban de los dos ríos Antona y Sabrina (12). Los icenos, gente valerosa y no trabajada hasta entonces en ninguna guerra, fueron los primeros que rehusaron de obedecer, como más ofendidos que otros por haber venido voluntariamente a nuestra amistad; y con su ejemplo hicieron lo mismo las naciones circunvecinas, eligiendo un puesto para pelear, rodeado de una cierta forma de trincheras que suelen hacer los villanos para guardar sus campos, y con la entrada angosta para dificultar el paso a los caballos. El capitán romano, puesto que hallándose sin el nervio de las legiones tenía solamente consigo la gente auxiliaria, se prepara a embestir a aquellas fortificaciones; y dispuestas las cohortes al asalto, sirviéndose en aquella ocasión también de sus caballos, dada la seña, rompen los nuestros los reparos y deshacen a los enemigos, hallándose embarazados en sus propias defensas. Los cuales, por la mancha que les ponía a sus conciencias la rebelión, y viendo que les tenía tomados todos los pasos, hicieron grandes y señaladas pruebas de su valor. Marco Ostorio, hijo del legado, ganó la honra de haber salvado en la pelea a un ciudadano romano.

XXXII. Con la rota de los icenos, acomodadas las cosas hasta en los ánimos que más vacilaban entre la paz y la guerra, pasó el ejército contra los cangios (13, donde se robó y taló la tierra, no atreviéndose los enemigos a presentar la batalla; y si tal vez con estratagemas o emboscadas acometían a los desbandados, pagaban siempre la pena de su atrevimiento. Ya se había acercado Ostorio a la costa de la mar que mira a la isla de Hibernia, cuando le llamaron a sí las discordias nacidas entre los brigantes (14), con firme resolución de no ponerse a nuevas empresas hasta haber dado fin a las primeras. Mas los brigantes, muertos algunos de los que primero tomaron las armas, se sosegaron por virtud del perdón que se concedió a los demás. A la gente de los siluros (15), que ni por severidad ni por clemencia mudaba de propósito, para dejar de hacer la guerra, convino apretar asentando en sus tierras los alojamientos de las legiones¡ y por efectuado con mayor facilidad y presteza, Ostorio fundó en el país conquistado al enemigo una colonia de buen golpe de valerosos soldados veteranos, llamada Camaloduno (16), para servirse de ella de socorro contra los rebeldes, y de acostumbrar a los confederados a vivir conforme a las leyes.

XXXIII. Pasó después contra los siluros, los cuales a más de su natural ferocidad, fiaban mucho en la fuerza y el poder de Caractaco; a quien no menos los sucesos dudosos que los prósperos habían engrandecido de manera que excedía a todos los demás capitanes ingleses. Éste, superior en las astucias y en la noticia de la tierra, aunque muy inferior en el valor de los soldados, pasó la guerra a los ordovicas, arrimándosele también los que temían nuestra paz. Y así, resuelto en llegar al último trance, ocupó un puesto con la entrada y la salida dañosas para nosotros y aventajadas para él. Entonces aloja su ejército en unos montes de dificil subida, fortificando los pasos por donde se podía penetrar más fácilmente con levantar una cierta forma de trincheras de piedra. Por frente corría un río con vados inciertos y peligrosos, y detrás de los reparos se pusieron diferentes tropas de gente escondida de aquellas naciones.

XXXIV. Andaban las cabezas y capitanes rodeando a los suyos, exhortándolos, aliviándoles el temor y aumentándoles las esperanzas con todo aquello que se suele decir para mover los ánimos militares a pelear con valor y resolución. Caractaco, corriendo por todas partes, juraba que aquel día la batalla había de recuperarle la libertad o ser principio de una eterna servidumbre. Invocaba también los nombres de sus predecesores que echaron de la isla a César, dictador, por virtud de los cuales vivían exentos de las segures y tributos romanos, y se conservaban los cuerpos de sus mujeres e hijos incorruptos y enteros. A éstas o semejantes palabras gritaba el vulgo, jurando todos según los ritos de su propia religión que nadie desampararía su puesto por armas ni por heridas.

XXXV. Maravilló al capitán romano la prontitud y alegría grande de los enemigos, y de nuevo le espantaba el río que tenía delante, la fortaleza de las defensas, la altura de los montes y el ver todas las cosas llenas de peligrosas y casi invencibles dificultades. Los soldados pedían a voces la batalla, asegurando que todo aquello era fácil de vencer con el valor, y el decir lo mismo los prefectos y tribunos acrecentaba mucho el ardor del ejército. Ostorio, reconocidos primeros los lugares inaccesibles y los que se podían penetrar, saca fuera los soldados a grados y bien dispuestos, y pasa sin dificultad el río. Mas en llegando a los reparos, mientras se peleó con las armas arrojadizas llevaron los nuestros lo peor y hubo de nuestra parte más muertos y heridos; pero en formando la tortuga con los escudos (17), y pudiendo echar a una parte y a otra aquellas piedras bastas y mal compuestas de las trincheras, y finalmente en llegando a las manos sin ventaja, los bárbaros se retiraron a las cumbres de los montes. Pero allí fueron también acometidos de los nuestros, tanto por los armados a la ligera como por los de grave armadura: aquéllos con todo género de armas arrojadizas, y éstos en ordenanza cerrada: estando en contrario turbadas las escuadras inglesas; porque entre ellas no había corseletes ni celadas con que cubrirse de los golpes: y si tentaban el defenderse de nuestros auxiliares, los legionarios los derribaban con los dardos y con las espadas, y los que escapaban de éstos quedaban muertos por los montantes y picas de los auxiliarios (18). Fue nobilísima esta victoria, y quedando en prisión la mujer y una hija de Caractaco, fueron poco después recibidos sus hermanos a merced.

XXXVI. Él, pues, como quiera que todas las cosas son poco seguras en la adversidad, habiendo recurrido a la fidelidad de Cartismandua, reina de los brigantes, fue preso y entregado al vencedor nueve años (19) después que se comenzó la guerra en Inglaterra. De donde pasada la fama de su nombre a las islas y provincias circunvecinas, era celebrado hasta en Italia, deseando ya cada cual ver a un hombre que por tantos años había menospreciado nuestras fuerzas. Estaba también en Roma en gran estima el nombre de Caractaco; y César, mientras ensalza el honor propio, añade reputación al vencido; porque convocado el pueblo como para un famoso espectáculo, puestas en armas las cohortes pretorias en la plaza que está delante los alojamientos, comparecieron primero los criados y allegados del rey, los aderezos y jaeces de sus caballos, las cadenas y los collares de oro, y otras cosas de este género, ganadas por él en las guerras extranjeras; seguían sus hermanos, su mujer y su hija, y finalmente fue mostrado él mismo. Los ruegos de todos los otros no correspondieron a la nobleza de sus linajes; tanto fue lo que se mostraron temerosos. Mas Caractaco, no dando ni en el rostro ni en las palabras señal alguna de pedir misericordia, llegado junto al tribunal donde estaba César, habló de esta suerte:

XXXVII. Si como no me ha faltado nobleza y buena fortuna, hubiera yo tenido discreción para saberme moderar en las prosperidades, fuera posible haber venido a esta ciudad antes amigo que prisionero. Ni te hubieras desdeñado, oh César, de recibir con estas condiciones de paz a un hombre de ilustres y claros antepasados, y que mandaba a tantas naciones. Mi presente calamidad, cuanto es más miserable para mí, tanto es para ti gloriosa y magnífica. Tuve caballos, vasallos, armas y riquezas; ¿qué maravilla si lo he perdido todo a pesar mío? ¿Por ventura sólo porque queréis mandar a todos se sigue que todos han de admitir voluntariamente la servidumbre? Si yo me hubiera rendido y entregado desde el principio, ni mi fortuna ni tu reputación campearan tanto. A mi muerte seguirá luego el olvido; mas si me concedes la vida, quedaré por eterno ejemplo de tu clemencia. Dichas estas palabras por Caractaco, César le perdonó a él, a su mujer y a sus hermanos; los cuales, sueltos de las cadenas, fueron todos a dar las gracias a Agripina que estaba en otro tribunal aparente y alto, no lejos del de César, usando de los mismos loores y agradecimientos que habían usado con su marido. Cosa verdaderamente nueva y repugnante a la costumbre de los antiguos el ver a una mujer sentada entre los estandartes y las banderas romanas; mas ¿qué mucho si se atrevía a decir públicamente que era compañera en el Imperio, fundado por sus antepasados?




Notas

(1) Agripina lo era en efecto a la sazón del orador Crispino Pasieno, con el cual se había casado después de la muerte de Cn. Domicio, padre de Nerón, y a quien, según se cree, envenenó para gozar más pronto de los bienes que en su testamento le legaba.

(2) Uno de los asesinos de César, el cual había defendido la Siria contra los partos después de la derrota de Craso, de quien había sido cuestor.

(3) Estrabón cuenta a los dandárides entre los meotas, pueblos sármatas que habitaban en la costa oriental del mar de Azof (Palus Maeoticus), entre el Kubán y el Don o Tanais.

(4) Todos estos reinos están situados a lo último de Europa, hacia el río Tanais.

(5) Plinio refiere, a propósito de Lolia, que en una cena de bodas se presentó a los convidados con un adorno de perlas y esmeraldas que valia cuarenta millones de sestercios. Sus inmensas riquezas eran fruto de los escandalosos robos de su abuelo Lolio.

(6) Ni aun en los tiempos de la República ningún senador podía viajar sino con licencia o como delegado del gobierno. Los emperadores limitaron todavía este derecho, y Claudio se reservó el concederlo a sí solo y sin el concurso del Senado, como se había verificado hasta entonces.

(7) Especie de adivinación a la que se recurría cuando se gozaba de una paz completa para saber si aprobaban su continuación los dioses.

(8) Hízolo después que se hubo agregado al Imperio la Bretaña. He aquí la inscripción en que se testifica este hecho:

TI. CLAVDIVS DRYSI. F. CAESAR AVG. GERMANICVS PONT. MAX. TRIB. POP. VIII. IMP. XVI. COS. IIII CENSOR PP AVCTIS. POPVLI. ROMANI FINIBVS POMOERIVM AMPLIAVIT. TERMINAVIT.

Tanto en la lápida que acabamos de transcribir, copiada de las anotaciones de la edición castellana, como en el texto latino de Tácito, se usa la voz pomoerium, que traduce nuestro Coloma por circuito. Si se atiende tan sólo a la etimología, dice T. Livio, la palabra pomoerium significa que está detrás de las murallas. Sin embargo, se la emplea para designar el espacio sin edificar que los etruscos consagraban al construir una ciudad y que la circuía tanto interior como exteriormente.

(9) Divinidad agrícola a quien se adoraba también con el nombre de Neptuno ecuestre, cuya fiesta sirvió de pretexto para el robo de las sabinas. Como dios del consejo, tenia el altar medio hundido en el suelo para dar a entender que los designios deben ser secretos.

(10) Nombre que se daba a las curias edificadas por Rómulo. Las curias eran los edificios donde se reunían en días determinados los miembros que formaban una curia, ya para ofrecer sacrificios a los dioses, ya para celebrar comidas en común. Había además de ellas, aquélla en la cual se reunía el Senado.

(11) Habitaban las regiones de Worms y Espira.

(12) Este último es el Saveme. El Auvora, no Antona, como leyó nuestro traductor, se cree ser el Avon, afluente del Salveme, si bien Cambden y Cellarius son de parecer que es el Nen o Nyne, que pasa por Northampton y desagua en el mar del Norte.

(13) Habitaban al norte del país de Gales, cerca de los ordoviscos.

(14) Residian al norte de los cangios y de los ordoviscos, en los que son en el día condados de Lancaster, Cumberland, Durham y York.

(15) Habitaban el Mediodia del país de Gales, entre el Saveme y el mar de Irlanda.

(16) Según unos Colchester, pero según los citados Camben y Cellarius es Malden, más abajo de Colchester, hacia el Sur y en el país que habitaban los trinobantes.

(17) Hacer la tortuga era cubrirse todos con escudos las cabezas y recibir sobre ellos y ellas a otros soldados que peleaban de más alto.

(18) Lo que traduce Coloma por montantes, spathoe, eran unas espadas largas y anchas de dos filos y con punta muy aguda, bastante parecidas a las espadas que usa la caballería, aunque algo más cortas. La pica, hasta, era una especie de lanza, o mejor acaso venablo o lanza corta, que servía para herir de cerca y que se usaba además como arma arrojadiza. Componíase de tres partes distintas, a saber: la cabeza, cuspis, de bronce o de hierro, el asta, por lo común de madera de fresno, y el regatón, también de metal, que servía para fijarla verticalmente en el suelo y de arma ofensiva cuando se rompía la punta.

(19) Parece haber error en este número, pues habiendo empezado la guerra en el tercer consulado de Claudio, y segundo de L. Vitelio, no habían transcurrido desde entonces más que siete años.

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