Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO CUARTO.


CAPÍTULO NOVENO.

Prosigue su marcha Hernan Cortés hasta una legua de Zempoala; sale con su exército en campaña Pámphilo de Narbáez: sobreviene una tempestad, y se retira, con cuya noticia resuelve Cortés acometerle en su alojamiento.

Quedó Hernan Cortés mas animoso que irritado con esta última sinrazon de Narbáez, pareciendole indigno de su temor un enemigo de tan humildes pensamientos; y que no fiaba mucho de su exército, ni de sí, quien trataba de asegurar la victoria con detrimento de la reputacion. Siguió su marcha en mas que ordinaria diligencia; no porque tuviese resuelta la faccion, ni discurridos los medios; sinó porque llevaba el corazon lleno de esperanzas, madrugando a confortar su resolucion aquellas premisas que suelen venir delante de los sucesos. Asentó su quartel una legua de Zempoala, en parage defendido por la frente del rio que lamaban de Canoas, y abrigado por las espaldas con la vecindad de la Vera Cruz, donde le dieron unas caserías o habitaciones bastante comodidad para que se reparáse la gente de lo que habia padecido con la fuerza del sol, y prolixidad del camino. Hizo pasar algunos batidores y centinelas a la otra parte del rio: y dando el primer lugar al descanso de su exército, reservó para despues el discurrir con sus Capitanes lo que se hubiese de intentar, segun las noticias que llegasen del exército contrario, donde tenia ganados algunos confidentes, y estaba creyendo que lo habian de ser en la ocasion quantos aborrecian aquella guerra: cuyo presupuesto, y las cortas experiencias de Narbáez, le dieron bastante seguridad para que pudiese acercarse tanto a Zempoala sin falta de precaucion, o nota de temeridad.

Llegó a Narbáez la noticia del parage donde se hallaba su enemigo; y mas apresurado que diligente, o con un género de celeridad embarazada, que tocaba en turbacion, trató de sacar su exército en campaña. Hizo pregonar la guerra, como si ya no estuviera pública: señaló dos mil pesos de talla por la cabeza de Cortés: puso en precio menor las de Gonzalo de Sandoval y Juan Velazquez de Leon. Mandaba muchas cosas a un tiempo sin olvidarse de su enojo: mezclabanse las órdenes con las amenazas; y todo era despreciar al enemigo con apariencias de temerle. Puesto en orden el exército, menos por su disposicion, que por lo que acertaron sin obedecer sus Capitanes, marchó como un quarto de legua con todo el grueso, y resolvió hacer alto para esperar a Cortés en campo abierto: persuadiendose a que venia tan desalumbrado, que le habia de acometer donde pudiese lograr todas sus ventajas el mayor número de su gente. Duró en este sitio y en esta credulidad todo el dia, gastando el tiempo, y engañando la imaginacion con varios discursos de alegre confianza: conceder el pillage a los soldados: enriquecer con el tesoro de México a los Capitanes: y hablar mas en la victoria que de la batalla. Pero al caer el sol se levantó un nublado que adelantó la noche, y empezó a despedir tanta cantidad de agua, que aquellos soldados maldixeron la salida, y clamaron por volverse al quartel: en cuya impaciencia entraron poco despues los Capitanes, y no se trabajó mucho en reducir a Narbáez, que sentia tambien su incomodidad: faltando en todos la costumbre de resistir a las inclemencias del tiempo; y en muchos la inclinacion a un rompimiento de tantos inconvenientes.

Habia llegado poco antes aviso de que se mantenia Cortés de la otra parte del rio: de que, no sin alguna disculpa, conjeturaron que no habia que rezelar por aquella noche: y como nunca se halla con dificultad la razon que busca el deseo, dieron todos por conVeniente la retirada, y la pusieron en execucion desconcertadamente, caminando al cubierto, menos como soldados, que como fugitivos.

No permitió Narbáez que su exército se desuniese aquella noche, mas porque discurrió en salir temprano a la campaña, que porque tuviese algun rezelo de Cortés; aunque afectó por los demás el cuidado a que obligaba la cercania del enemigo. Alojaronse todos en el adoratorio principal de la villa, que constaba de tres torreones o capillas poco distantes: sitio eminente y capaz, a cuyo plano se subia por unas gradas pendientes y desabridas, que daban mayor seguridad a la eminencia.

Guarneció con su artillería el pretil que servia de remate a las gradas: eligió para su persona el torreon de enmedio, donde se retiró con algunos Capitanes, y hasta cien hombres de su confidencia, y repartió en los otros dos el resto de la gente: dispuso que saliesen algunos caballos a correr la campaña: nombró dos centinelas que se alargasen a reconocer las avenidas: y con estos resguardos que, a su parecer, no dexaban que desear a la buena disciplina, dió al sosiego lo que restaba de la noche, tan lejos el peligro de su imaginacion, que se dexó rendir al sueño con poca o ninguna resistencia del cuidado.

Despachó luego Andres de Duero a Hernan Cortés un confidente suyo, que pudo echar fuera de la plaza con poco riesgo, para que a boca le diese cuenta de la retirada, y de la forma en que se habia dispuesto el alojamiento, mas por asegurarle amigablemente que podia pasar la noche sin rezelo, que por advertirle o provocarle a nuevos designios. Pero él con esta noticia tardo poco en determinarse a lograr la ocasion que, a su parecer, le convidaba con el suceso. Tenia premeditados todos los lances que se le podian ofrecer en aquella guerra: y alguna vez se deben cerrar los ojos a las dificultades, porque suelen parecer mayores desde lejos; y hay casos en que daña el discurrir al executar. Convocó su gente sin mas dilacion, y la puso en orden, aunque duraba la tempestad; pero aquellos soldados, endurecidos ya en mayores trabajos, obedecieron, sin hacer caso de su incomodidad, ni preguntar la ocasion de aquel movimiento inopinado: tanto se dexaban a la providencia de su Capitan. Pasaron el rio con el agua sobre la cintura: y vencida esta dificultad, hizo a todos un breve razonamiento, en que les comunicó lo que llevaba discurrido, sin poner duda en su resolucion, ni cerrar las puertas al consejo. Dioles noticia de la turbacion con que se habian retirado los enemigos, buscando el abrigo de su quartel contra el rigor de la noche, y de la separacion y desorden con que habian ocupado los torreones del adoratorio: ponderó el descuido y seguridad en que se hallaban: la facilidad con que podrian ser asaltados antes que llegasen a unirse, o tuviesen lugar para doblarse: y viendo que no solo se aprobaba, pero se aplaudia la proposicion: Esta noche, prosiguió diciendo con nuevo fervor, esta noche, amigos, ha puesto el cielo en nuestras manos la mayor ocasion que se pudiera fingir nuestro deseo: veréis agora lo que fio de vuestro valor; y yo confesaré que vuestro mismo valor hace grandes mis intentos. Poco ha que aguardabamos a nuestros enemigos con esperanza de vencerlos al reparo de esa ribera: ya los tenemos descuidados y desunidos, militando por nosotros el mismo desprecio con que nos tratan. De la impaciencia vergonzosa con que desampararon la campaña, huyendo esos rigores de la noche, pequeños males de la naturaleza, se colige cómo estarán en el sosiego unos hombres que le buscaron con floxedad, y le desfrutan sin rezelo. Narbáez entiende poco de las puntualidades a que obligan las contingencias de la guerra. Sus soldados por la mayor parte son visoños, gente de la primera ocasion, que no ha menester la noche para moverse con desacierto y ceguedad: muchos se hallan desobligados o quejosos de su Capitan: no faltan algunos a quien debe inclinacion nuestro partido; ni son pocos los que aborrecen como voluntario este rompimiento: y suelen pesar los brazos quando se mueven contra el dictamen o contra la voluntad. Unos y otros se deben tratar como enemigos hasta que se declaren: porque si ellos nos vencen, hemos de ser nosotros los traidores. Verdad es que nos asiste la razon; pero en la guerra es la razon enemiga de los negligentes, y ordinariamente se quedan con ella los que pueden mas. A usurparos vienen quanto habeis adquirido: no aspiran a menos que hacerse dueños de vuestra libertad, de vuestras haciendas, y de vuestras esperanzas: suyas han de llamar nuestras victorias: suya la tierra que habeis conquistado con vuestra sangre: suya la gloria de vuestras hazañas: y lo peor es, que con el mismo pie que intentan pisar nuestra cerviz, quieren atropellar el servicio de nuestro Rey, y atajar los progresos de nuestra Religion; porque se han de perder si nos pierden: y siendo suyo el delito, han de quedar en duda los culpados. A todo se ocurre con que obreis esta noche como acostumbrais: mejor sabréis executarlo, que yo discurrirlo: alto a las armas y a la costumbre de vencer: Dios y el Rey en el corazon, el pundonor a la vista, y la razon en las manos, que yo seré vuestro cOmpañero en el peligro; y entiendo menos de animar con las palabras, que de persuadir con el exemplo.

Quedaron tan encendidos los animos con esta oracion de Cortés, que hacian instancia los soldados sobre que no se dilatáse la marcha. Todos le agradecieron el acierto de la resolucion, y algunos le protestaron, que si trataba de ajustarse con Narbáez, le habian de negar la obediencia: palabras de hombres resueltos, que no le sonaron mal, porque hacian al brío mas que al desacato. Formó, sin perder tiempo, tres pequeños esquadrones de su gente, los quales se habian de ir sucediendo en el asalto. Encargó el primero a Gonzalo de Sandoval con sesenta hombres, en cuyo número fueron comprehendidos los Capitanes Jorge y Gonzalo de Alvarado, Alonso Dávila, Juan Velazquez de Leon, Juan Nuñez de Mercado, y nuestro Bernal Diaz del Castillo. Nombró por Cabo del segundo al Maestre de Campo Christoval de Olid, con otros sesenta hombres, y asistencia de Andres de Tapia, Rodrigo Rangel, Juan Xaramillo y Bernardino Vazquez de Tapia: y él se quedó con el resto de la gente, y con los Capitanes Diego de Ordaz, Alonso de Grado, Christoval y Martin de Gamboa, Diego Pizarra y Domingo de Alburquerque. La orden fue, que Gonzalo de Sandoval con su vanguardia procuráse vencer la primera dificultad de las gradas, y embarazar el uso de la artillería, dividiendose a estorvar la comunicacion de los dos torreones de los lados, y poniendo gran cuidado en el silencio de su gente. Que Christoval de Olid subiese inmediatamente con mayor diligencia, y embistiese al torreon de Narbáez, apretando el ataque a viva fuerza; y él seguiria con los suyos para dar calor, y asistir donde llamáse la necesidad, rompiendo entonces las caxas y demás estruendos militares, para que su misma novedad diese al asombro y a la confusion el primer movimiento del enemigo.

Entró luego Fray Bartolomé de Olmedo con su exorracion espiritual, y asentado el presupuesto de que iban a pelear por la causa de Dios, los dispuso a que hiciesen de su parte lo que debian para merecer su favor. Habia una cruz en el camino, que fixaron ellos mismos quando pasaron a México; y puesto de rodillas delante de ella todo el exército, les dictó un acto de contricion, que iban repitiendo con voz afectuosa: mandóles decir la confesion general, y bendiciendolos despues con la forma de la absolución, dexo en sus corazones otro espiritu de mejor calidad, aunque parecido al primero: porque la quietud de la conciencia quita el horror a los peligros, o mejora el desprecio de la muerte.

Concluida esta piadosa diligencia, formó Hernan Cortés sus tres esquadrones: puso en su lugar las picas y las bocas de fuego: repitió las órdenes a los Cabos: encargó a todos el silencio: dió por seña y por invocacion el nombre del Espíritu Santo, en cuya Pasqua sucedió esta interpresa: y empezó a marchar en la misma ordenanza que se había de acometer, caminando muy poco a poco, porque llegáse descansada la gente, y por dar tiempo a la noche para que se apoderáse mas de su enemigo: de cuya ciega seguridad y culpable descuido pensaba servirse para vencerle a menos costa, sin quedarle algun escrupulo de que obraba menos valerosamente que solia en este género de insidias generosas, que llamó la antigüedad delitos de Emperadores o Capitanes Generales: siendo los engaños, que no se oponen a la buena fé, lícitas permisiones del arte militar, y disputable la preferencia entre la industria y el valor de los soldados.

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