Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO SEGUNDO.


CAPÍTULO NOVENO.

Prosiguen los españoles su marcha desde Zempoala a Quiabislán. Refierese lo que pasó en la entrada de esta villa, donde se halla nueva noticia de la inquietud de aquellas provincias, y se prenden seis ministros de Motezuma.


Al tiempo de partir el exército se hallaron prevenidos quatrocientos Indios de carga, para que llevasen las balijas y los bastimentos, y ayudasen a conducir la artilleria: que fue grande alivio para los soldados, y se ponderaba como atencion extraordinaria del Cacique, hasta que se supo de Doña Marina, que entre aquellos Señores de vasallos era estílo corriente asistir a los exércitos de sus aliados con este género de bagages humanos, que en su lengua se llamaban Tamenes, y tenian por oficio el caminar de cinco a seis leguas con dos o tres arrobas de peso. Era la tierra que se iba descubriendo aména y deliciosa, parte ocupada con la poblacion natural de grandes arboledas, y parte fertilizada con el beneficio de las semillas; a cuya vista caminaban nuestros Españoles alegres y divertidos, celebrando la dicha de pisar una campaña tan abundante. Hallaronse al caer del sol cerca de un lugarcillo despoblado, donde se hizo mansion, por excusar el inconveniente de entrar de noche en Quiabislán, adonde llegaron el dia siguiente a las diez de la mañana.

Descubrianse a largo trecho sus edificios sobre una eminencia de peñascos, que al parecer, servian de muralla: sitio fuerte por naturaleza, de surtidas estrechas y pendientes, que se hallaron sin resistencia, y se penetraron con dificultad. Habianse retirado el Cacique y los vecinos para averiguar desde lejos la intencion de nuestra gente: y el exército fue ocupando la villa, sin hallar persona de quien informarse; hasta que llegando a una plaza donde tenian sus adoratorios, le salieron al encuentro catorce o quince Indios de trage mas que plebeyo, con grande prevencion de reverencias y perfumes, y anduvieron un rato afectando cortesia y seguridad, o procurando esconder el temor en el respeto: afectos parecidos y fáciles de equivocar. Animólos Hernan Cortés tratandolos con mucho agrado, y les dió algunas cuentas de vidrio azules y verdes, moneda, que por sus efectos, se estimaba ya entre los mismos que la conocian: con cuyo agasajo se cobraron del susto que disimulaban, y dieron a entender: Que su Cacique se habia retirado advertidamente, por no llamar la guerra con ponerse en defensa, ni aventurar su persona, fiandose de gente armada que no conocia; y que con este exemplo no fue posible impedir la fuga de los vecinos, menos obligados a esperar el riesgo: accion a que se habian ofrecido ellos, como personas de mas porte y mayor osadia; pero que en sabiendo todos la benígnidad de tan honrados huespedes, volverian a poblar sus casas, y tendrian a mucha felicidad el servirlos y obedecerlos. Asegurólos de nuevo Hernan Cortés: y luego que partieron con esta noticia, encargó mucho a sus soldados el buen pasage de los Indios: cuya confianza se conoció tan presto, que aquella misma noche vinieron algunas familias, y en breve tiempo estuvo e lugar con todos sus moradores.

Entró despues el Cacique, trayendo al de Zempola no sin alguna discrecion, a su vecino; y a pocos lances se introduxeron ellos mismos en las quejas de Motezuma, refiriendo con impaciencia, y algunas veces con lagrimas, sus tiranías y crueldades, la congoja de sus pueblos, y la desesperacion de sus nobles: a que añadió el de Zempoala por última ponderacion: Es tan soberbio y tan feroz este monstruo, que sobre apurarnos y empobrecernos con sus tributos, formando sus riquezas de nuestras calamidades, quiere tambien mandar en la honra de sus vasallos, quitandonos violentamente las hijas y las mugeres, para manchar con nuestra sangre las aras de sus dioses, despues de sacrificarlas a otros usos mas crueles de menos honestos.

Procuró Hernan Cortés alentarlos y disponerlos para entrar en su confederacion; pero al mismo tiempo que trataba de inquirir sus fuerzas y el número de gente que tomaría las armas en defensa de la libertad, llegaron dos o tres Indios muy sobresaltados; y hablando con ellos al oído, los pusieron en tanta confusion, que se levantaron perdido el ánimo y el color, y se fueron a paso largo sin despedirse, ni acabar la razon. Supose luego la causa de su turbacion; porque se vieron pasar por el mismo quartel de los Españoles seis ministros o comisarios Reales, de aquellos que andaban por el Reyno cobrando y recogiendo los tributos de Motezuma. Venian adornados con mucha pompa de plumas y pendientes de oro sobre delgado y limpio algodon, y con bastante número de criados o ministros inferiores, que moviendo, segun la necesidad, unos abanicos grandes, hechos de la misma pluma, les comunicaban el ayre o la sombra con oficiosa inquietud. Salió Cortés a la puerta con sus Capitanes; y ellos pasaron sin hacerle cortesia, vário el semblante entre la indignacion y el desprecio: de cuya soberbia quedaron con algun remordimiento los soldados, y partieran a castigarla, si él no los reprimiera; contentandose por entonces con enviar a Doña Marina con guardia suficiente para que se informáse de lo que obraban.

Entendióse por este medio, que asentada su audiencia en la casa de la Villa, hicieron llamar a los Caciques, y les reprehendieron publicamente con grande aspereza el atrevimiento de haber admitido en sus pueblos una gente forastera, enemiga de su Rey: y que demás del servicio ordinario, a que estaban obligados, les pedian veinte Indios que sacrificar a sus dioses en satisfaccion y emienda de semejante delito.

Llamó Hernan Cortés a los dos Caciques, enviando algunos soldados, que sin hacer ruido, los truxesen a su presencia: y dandoles a entender que penetraba lo mas oculto de sus intentos, para autorizar con este misterio su proposicion les dixo: Que ya sabía la violencia de aquellos comisarios, y que sin otra culpa que haber admitido su exército trataban de imponerles nuevos tributos de sangre humana: que ya no era tiempo de semejantes abominaciones, ni él permitiria que a sus ojos se executáse tan horrible precepto; antes les ordenaba precisamente, que juntando su gente fuesen luego a prenderlos, y dexasen a cuenta de sus armas la defensa de lo que obrasen por su consejo.

Detenianse los Caciques, rehusando entrar en execucion tan violenta como envilecidos con la costumbre de sufrir el dolor, y respetar el azote; pero Hernan Cortés repitió su orden con tanta resolucion, que pasaron luego a executarla: y con grande aplauso de los Indios fueron puestos aquellos bárbaros en un género de cepos que usaban en sus cárceles muy desacomodados; porque prendian el delinqüente por la garganta, obligando los hombros a forcejar con el peso para el desahogo de la respiracion. Eran dignas de risa las demostraciones de entereza y rectitud con que volvieron los Caciques a dar cuenta de su hazaña; porque trataban de ajusticiarlos aquel mismo dia, segun la pena que señalaban sus leyes contra los traidores: y viendo que no se les permitia tanto, pedian licencia para sacrificarlos a sus dioses como por via de menor atrocidad.

Asegurada la prision con guardia bastante de soldados Españoles, se retiró Hernan Cortés a su alojamiento, y entró en consulta consigo sobre lo que debia obrar para salir del empeño en que se hallaba de amparar y defender aquellos Caciques del daño que les amenazaba por haberle obedecido; pero no quisiera desconfiar enteramente a Motezuma, ni dexar de tenerle pendiente y cuidadoso. Haciale disonancia el tomar las armas para defender la raza escrupulosa de unos vasallos quejosos de su Rey; dexando sin nueva provocacion , o mejor pretexto, el camino de la paz. Y por otra parte consideraba como punto necesario el mantener aquel partido que se iba formando, por si llegáse el caso de haberle menester. Tuvo finalmente por lo mas acertado cumplir con Motezuma , sacando merito de suspender los efectos de aquel desacato; y dandose a entender que por lo menos cumpliria consigo en no fomentar la sedicion, ni servirse de ella hasta la última necesidad. Lo que resultó de esta conferencia interior, que le tuvo algunas horas desvelado, fue mandar, a la media noche, que le truxesen dos de los prisioneros con todo recato: y recibiendolos benignamente, les dixo, como quien no queria que le atribuyesen lo que habian padecido, que los llamaba para ponerlos en libertad: y que en fé de que la recibian unícamente de su mano, podrían asegurar a su Príncipe : Que con toda brevedad procuraria enviarle los otros compañeros suyos que quedaban en poder de los Caciques; para cuya emienda y reduccion obraria lo que fuese de su mayor servicio: porque deseaba la paz, y merecerle con su respeto y atenciones toda la gratitud que se le debia por Embajador y ministro de mayor Príncipe. No se atrevian los Indios a ponerse en camino, temiendo que los matasen, o volviesen a prender en el paso: y fue menester asegurarlos con alguna escolta de soldados Españoles que los guiasen a la vecina ensenada, donde se hallaban los baxeles, con orden para que en uno de los esquifes los sacasen de los términos de Zempoala.

Vinieron a la mañana los Caciques muy sobresaltados y pesarosos de que se hubiesen escapado los dos prisioneros: y Hernan Cortés recibió la noticia con señas de novedad y sentimiento, culpandolos de poco vigilantes: y con este motivo mandó en su presencia que los otros fuesen llevados a la armada, como quien tomaba por suya la importancia de aquella prision: y secreramente ordenó a los Cabos marítimos que los tratasen bien, teniendolos contentos y seguros: con lo qual dexó confiados a los Caciques, sin olvidar la satisfaccion de Motezuma, cuyo poder tan ponderado y temido entre aquellos Indios, le tenia cuidadoso: y asi procuraba ocurrir a todo, conservando aquel partido sin empeñarse demasiado en él, ni perder de vista los accidentes que le podrian poner en obligacion de abrazarle. Grande artífice de medir lo que disponia con lo que rezelaba: y prudente Capitan el que sabe caminar en alcance de las contingencias, y madrugar con el discurso para quitar la fuerza o la novedad a los sucesos.

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