Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO CUARTO.


CAPÍTULO DÉCIMOSEXTO.

Vuelven los Mexicanos a sitiar el alojamiento de los Españoles. Hace Cortés nueva salida: gana un adoratorio que habian ocupado, y los rompe, haciendo mayor daño en la ciudad, y deseando escarmentarlos para retirarse.

No intentaron los Indios faccion particular que diese cuidado en los tres dias que duró Motezuma con sus heridas, aunque siempre hubo tropas a la vista, y algunas ligeras invasiones que se desviaban con facilidad. Pudose dudar si duraba en ellos la turbacion de su delito, y el temor de su Rey nuevamente irritado. Pero despues se conoció que aquella tibia continuacion de la guerra nacia de la gente popular que andaba desordenada y sin caudillos, por hallarse ocupados los Magnates de la ciudad en la coronacion del nuevo Emperador, que segun lo que se averiguó despues, se llamaba Quetlavaca, Rey de Iztapalapa, y segundo Elector del Imperio: vivió pocos días, pero bastantes, para que su tibieza y falta de aplicacion dexáse poco menos que borrada entre los suyos la memoria de su nombre. Los Mexicanos que salieron con el cuerpo de Motezuma y con la proposicion de la paz, no volvieron con respuesta; y esta rebeldía en los principios del nuevo gobierno trahia malas conseqüencias a la imaginacion. Deseaba Hernan Cortés retirarse con reputacion, empeñado ya con sus Capitanes y soldados en que se dispondria brevemente la salida, y hecho el ánimo a que le convenia rehacerse de nuevas fuerzas para volver a México menos aventurado: cuya conquista miró siempre como cosa que habia de ser, y miraba entonces como empeño necesario, muerto Motezuma, cuyas atenciones contenian su resolucion dentro de otros límites menos animosos.

Tardó poco el desengaño de lo que se andaba maquinando en aquella suspension de los Indios: porque la mañana siguiente al dia en que se celebraron las exequias de Motezuma volvieron a la guerra con mas fundamento y mayor número de gente. Amanecieron ocupadas todas las calles del contorno, y guarnecidas las torres de un adoratorio grande que distaba poco del quartel, dominando parte del edificio con el alcance de hondas y flechas: puesto en que se hubiera fortificado Hernan Cortés, si se hallára con fuerzas bastantes para dividirlas; pero no quiso incurrir en el desacierto de los que faltan a la necesidad, por acudir a la prevencion.

Subiase por cien gradas al atrio superior de este adoratorio, sobre cuyo pavimento se levantaban algunas torres de bastante capacidad. Habianse alojado en él hasta quinientos soldados escogidos entre la nobleza Mexicana, tomando tan de asiento el mantenerle, que se previnieron de armas y bastimentos para muchos dias.

Hallóse Cortés empeñado en desalojar al enemigo de aquel padrastro, cuyas ventajas una vez conocidas, y puestas en uso, pedian breve remedio: y para conseguirlo, sin aventurar la faccion, sacó la mayor parte de su gente fuera de la muralla, dividiendola en esquadrones del grueso que pareció necesario para detener las avenidas, y embarazar los socorros. Cometió el ataque del adoratorio al Capitan Escobar con su compañia, y hasta cien Españoles de buena calidad. Dióse principio al combate, ocupando los Españoles todas las bocas de las calles: y al mismo tiempo acometió Escobar, penetrando el atrio inferior y parte de las gradas sin hallar oposicion, porque los Indios le dexaron empeñar en ellas advertidamente, por ofenderle mejor desde mas cerca: y en viendo la ocasion, se coronaron de gente los pretiles, y dieron la carga, disparando sus flechas y sus dardos con tanto rigor y concierto, que le obligaron a detenerse, y a ordenar que peleasen los arcabuces y ballestas contra los que se descubrían: pero no le fue posible resistir a la segunda carga, que fue menos tolerabIe. Tenian de mampuesto grandes piedras, y gruesas vigas, que dexadas caer de lo alto, y cobrando fuerza en el pendiente de las gradas, le obligaron a retroceder primera, segunda y tercera vez. Algunas de las vigas baxaban medio encendidas, para que hiciesen mayor daño. Ruda imitacion de las armas de fuego, que sería grande arbitrio entre sus Ingenieros; pero se descomponia la gente para evitar el golpe, y turbada la union, se hacia la retirada inevitable.

Reconociólo Hernan Cortés, que discurria con una tropa de caballos por todas las partes donde se peleaba: y desmontando con el primer consejo de su valor, reforzó la compañia de Escobar con algunos Tlascaltécas del reten, y la gente de su tropa. Hizose atar al brazo herido una rodela, y se arrojó a las gradas con la espada en la mano, y tan segura resolucion, que dexó sin conocimiento del peligro a los que le seguian. Vencieronse con presteza y felicidad los impedimentos del asalto: ganóse del primer abordo la última grada, y poco despues el pretil del atrio superior, donde se negó a lo estrecho de las espadas y los chuzos. Eran nobles aquellos Mexicanos, y se conoció en su resistencia lo que diferencia los hombres el incentivo de la reputacion. Dexabanse hacer pedazos por no rendir las armas: algunos se precipitaban de los pretiles, persuadidos a que mejoraban de muerte, si la tomaban por sus manos. Los sacerdotes y ministros del adoratorio (despues de apellidar la defensa de sus dioses) murieron peleando con presuncion de valientes; y a breve rato quedó por Cortés el puesto con total estrago de aquella nobleza Mexicana, sin perder un hombre, ni ser muchos los heridos.

Fue notable y digno de memoria el discurso que hicieron dos Indios valerosos en la misma turbacion de la batalla, y el denuedo con que llegaron a intentar la execucion de su designio. Resolvieronse a dar la vida por su patria, creyendo acabar la guerra con su muerte: y era el concierto de los dos precipitarse a un tiempo del pretil por la parte donde faltaban las gradas, llevandose consigo a Cortés. Anduvieron juntos buscando la ocasion: y apenas le vieron cerca del precipicio, quando arrojaron las armas para poderse acercar como fugitivos que iban a rendirse. Llegaron a él con la rodilla en tierra, en ademan de pedir misericordia; y sin perder tiempo se dexaroh caer del pretil con la presa en las manos, haciendo mayor la violencia del impulso con la fuerza natural de su mismo peso. Arrojólos de sí Hernan Cortés no sin alguna dificultad, y quedó con menos enojo que admiracion, reconociendo su peligro en la muerte de los agresores, y sin desagradarse del atrevimiento, por la parte que tuvo de hazaña.

Hubo algunas circunsstancias en esta accion del adoratorio que la hicieron posible a menos costa. Turbaronse los Indios al verse acometer de mayor número, y del mismo Capitan, a quien tenian por invencible. Anduvieron mas acelerados que diligentes en la defensa de las gradas: y las vigas que arrojaban de lo alto atravesadas (en cuyo golpe consistia su mayor defensa) se observó que baxaron de punta, con que pasaban sin ofender: accidente que pareció muy repetido para casual; y algunos le refieren como una de las maravillas que obró en aquella conquista la divina Providencia. Pudo ser culpa de su turbacion el arrojarlas menos advertidamente; pero es cierto que facilitó el último asalto esta novedad: y a vista de tanto como hubo que atribuir a Dios en esta guerra, no sería mucho exceso equivocar alguna vez lo admirabIe con lo milagroso.

Hizo Hernan Cortés que se trasportasen luego a su quartel los víveres que tenian almacenados en las oficinas del adoratorio, cantidad considerable, y socorro necesario en aquella ocasion. Mandó que se pusiese fuego al mismo adoratorio, y que se diesen a la ruina y al incendio las torres y algunas casas interpuestas, que podian embarazar para que su artillería mandáse la eminencia. Cometió este cuidado a los Tlascaltécas, que lo pusieron luego en execucion: y volviendo los ojos al empeño en que se hallaba su gente, reconoció que habia cargado la mayor fuerza del enemigo a la calle de Tacuba, poniendo en conflicto a los que cuidaban de aquella principal avenida. Cobró luego su caballo, y afianzó la rienda en el brazo herido. Tomó una lanza, y partió al socorro, haciendo que le siguiesen los demás caballos, y Escobar con la gente de su cargo. Pasaron los caballos delante, cuyo choque rompió la multitud enemiga, hiriendo y atropellando a todas partes, sin perder golpe, ni olvidar la defensa. Fue sangriento el combate, porque los Indios, que se iban quedando atrás por apartarse de los caballos, daban medio vencidos en la infanteria, que trabajaba poco en acabarlos de vencer. Pero Hernan Cortés, no sin alguna inconsideracion, se adelantó a todos los de su tropa, dexandose lisonjear mas que debiera de sus mismas hazañas: y quando volvió sobre sí, no se pudo retirar, porque le venia cargando todo el tropel de los fugitivos, hecha ya peligro de su vida la victoria de los suyos.

Resolvióse a tomar otra calle, creyendo hallar en ella menos oposicion: y a pocos pasos encontro ese una partida numerosa de Indios mal ordenados que llevaban preso a su grande amigo Andres de Duero, porque dió en sus manos, cayendo su cabalIo, y le valió para que no le hiriesen el ir destinado al sacrificio. Embistió con ellos animosamente, y atropellando la escolta, puso en confusion a los demás, con que pudo el preso desembarazarse de los que le oprimian, para servirse de un puñal que le dexaron por descuido quando le desarmaron. Hizose lugar con muerte de algunos hasta cobrar su lanza y su caballo: y unidos los dos amigos, pasaron la calle a galope largo, rompiendo por las tropas enemigas, hasta llegar a incorporarse con los suyos. Celebró este socorro Hernan Cortés como una de sus mayores felicidades: vinosele a las manos la ocasion, quando se hallaba dudoso de la propia salud; pero le ayudaba tanto la fortuna (tomada en su real y católica significacion) que hasta sus mismas inadvertencias le producian sucesos oportunos.

Ibase ya retirando por todas partes el enemigo, y no parecio conveniente pasar a mayor empeño: porque no era posible seguir el alcance sin desabrigar el quartel. Hizose la seña de recoger; y aunque su volvió fatigada la gente del largo combate, fue sin otra pérdida que la de algunos heridos: cuya felicidad dió nueva sazon al descanso, enjugando brevemente la victoria el sudor de la batalla. Quemaronse muchas casas este dia, y murieron tantos Mexicanos, que a vista de su castigo, se pudo esperar su escarmiento. Algunos refieren esta salida entre las que se hicieron antes que muriese Motezuma; pero fue despues, segun la relacion del mismo Hernan Cortés, a quien seguimos sin mayor examen, por no ser este de los casos en que importa mucho la graduacion de los sucesos. Debióse principalmente a su valor el asalto del adoratorio, porque hizo superable con su resolucion y con su exemplo la dificultad en que vacilaban los suyos. Olvidóse dos veces este dia de lo que importaba su persona, entrando en los peligros menos considerado que valiente. Excesos del corazon, que aun sucediendo bien, merecen admiracion sin alabanza.

Hicieron tanto aprecio los Mexicanos de este asalto del adoratorio, que le pintaron como acaecimiento memorable: y se haIlaron despues algunos lienzos que contenian toda la faccion: el acometimiento de las gradas: el combate del atrio; y daban ultimamente ganado el puesto a sus enemigos, sin perdonar el incendio y la ruina de los torreones, ni atreverse a torcer lo substancial del suceso, por ser estas pinturas sus Historias, cuya fé veneraban, teniendo por delito el engaño de la posteridad. Pero se hizo justo reparo en que no les faltáse malicia para fingir algunos adminículos que miraban al credito de su nación. Pintaron muchos Españoles muertos, despeñados y heridos: cargando la mano en el destrozo que no hicieron sus armas, y dexando, al parecer, colorida la pérdida con la circunstancia de costosa. Falta de puntualidad, en que no pudieron negar ia profesion de historiadores, entre los quales viene a ser vicio como familiar este género de cuidado con que se refieren los sucesos, torciendo sus circunstancias ázia la inclinacion que gobierna la pluma: tanto, que son raras las Historias en que no se conozca por lo escrito la patria, o el afecto del Escritor. Plutarco, en la gloria de los Atenienses, halló alguna paridad entre la Historia y la Pintura. Quiere que sea un pais bien delineado, que ponga delante de los ojos lo que refiere. Pero nunca se verifica mas en la pluma la semejanza del pincel, que quando se aliña el pais en que se retratan los sucesos con este género de pinceladas artificiosas, que pasan como adornos de la narracion, y son distancias de la pintura, que pudieran llamarse lejos de la verdad.

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