Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO SEGUNDO.


CAPÍTULO DÉCIMOSEXTO.

Parten los quatro enviados de Cortés a Tlascála: dáse noticia del trage y estilo con que se daban las embajadas en aquella tlerra,y de lo que discurrió la República sobre el punto de admitir de paz a los Españoles.


Adornaronse luego los quatro Zempoales con sus insignias de Embajadores: para cuya funcion se ponian sobre los hombros una manta o beca de algodon, torcida y anudada por los extremos: en la mano derecha una saeta larga con las plumas en alto, y en el brazo izquierdo una rodela de concha. Conociase por las plumas de la saeta el intento de la embajada, porque las roxas enunciaban la guerra, y las blancas denotaban la paz, al modo que los Romanos distinguian con diferentes símbolos a sus Feciales y Caduceadores. Por estas señas eran conocidos y respetados en los tránsitos; pero no podian salir de los caminos reales de la provincia donde iban, porque si los hallaban fuera de ellos, perdian el fuero y la inmunidad: cuyas exenciones tenian por sacrosantas, observando religiosamente este género de fé pública que inventó la necesidad, y puso entre sus leyes el derecho de las gentes.

Con estas insignias de su ministerio entraron en Tlascála los quatro enviados de Cortes: y conocidos por ellas, se les dió su alojamiento en la Calpisca; llamábase asi la casa que tenian diputada para el recibimiento de los Embajadores: y el dia siguiente se convocó el Senado para oirlos en una sala grande del consistorio, donde se juntaban a sus conferencias. Estaban los Senadores sentados por su antigüedad sobre unos taburetes baxos de maderas extraordinarias, hechos de una pieza, que llamaban yopales: y luego que se dexaron ver los Embajadores, se levantaron un poco de sus asientos, y los agasajaron con moderada cortesia. Entraron ellos con las saetas levantadas en alto, y las becas sobre las cabezas, que entre sus ceremonias era la de mayor sUmision: y hecho el acatamiento al Senado, caminaron poco a poco hasta la mitad de la sala, donde se pusieron de rodillas, y sin levantar los ojos, esperaron a que se les diese licencia para hablar. Ordenóles el mas antiguo que diyesen a lo que venian: y tomando asiento sobre sus mismas piernas, dixo uno de ellos, a quien tocó la oracion por mas despejado:

Noble República, valientes y poderosos Tlascaltécas, el Señor de Zempoala y los Caciques de la serranía, vuestros amigos y confederados, os envian salud: y deseando la fertilidad de vuestras cosechas, y la muerte de vuestros enemigos, os hacen saber que de las partes del oriente han llegado a su tierra unos hombres invencibles que parecen deidades, porque navegan sobre grandes palacios, y manejan los truenos y los rayos, armas reservadas al cielo: ministros de otro Dios superior a los nuestros, a quien ofenden las tiranías, y los sacrificios de sangre humana. Que su Capitan es Embajador de un Príncipe muy poderoso, que con impulso de su religion desea remediar los abusos de nuestra tierra, y las violencias de Motezuma: y habiendo redimido ya nuestras provincias de la opresion en que vivian, se halla obligado á seguir por vuestra República el camino de México, y quiere saber en qué os tiene ofendidos aquel tirano, para tomar por suya vuestra causa, y ponerla entre las demás que justifican su demanda. Con esta noticia, pues, de sus designios, y con esta experiencia de su benignidad, nos hemos adelantado a pediros y amonestaros de parte de nuestros Caciques y toda su confederacion, que admitais a estos estrangeros como bienhechores y aliados de vuestros aliados. Y de parte de su Capitan os hacemos saber que viene de paz, y solo pretende que le concedais el paso de vuestras tierras: teniendo entendido que desea vuestro bien, y que sus armas son instrumentos de la justicia y de la razon, que defienden la causa del cielo: benignas por su propia naturaleza, y solo rigurosas con el delito y la provocacion. Dicho esto, se levantaron los quatro sobre las rodillas, y haciendo una profunda humiliacion al Senado, se volvieron a sentar como estaban para esperar la respuesta.

Confirieronla entre sí brevemente los Senadores: y uno de ellos les dixo en nombre de todos, que se admitia con toda gratitud la proposicion de los Zempoales y Totonaques sus confederados; pero que pedia mayor deliberacion lo que se debia responder al Capitan de aquellos estrangeros. Con cuya resolucion se retiraron los Embajadores a su alojamiento: y el Senado se encerró para discurrir en las dificultades o conveniencias de aquella demanda. Ponderóse mucho al principio la importancia del negocio, digno, a su parecer, de grande consideracion; y luego fueron discordando los votos, hasta que se reduxo a porfia la variedad de los diétámenes. Unos esforzaban que se diese a los estrangeros el paso que pedian: otros, que se les hiciese guerra procurando acabar con ellos de una vez: y otros, que se les negase el paso, pero que se les permitiese la marcha por fuera de sus términos: cuya diferencia de pareceres duró con mas voces que resolucion, hasta que la Magiscatzín, uno de los Senadores, el mas anciano y de mayor autoridad en la República, tomó la mano, y haciendose escuchar de todos, es tradicion que habló en esta substancia:

Bien sabeis, nobles y valerosos Tlascaltécas, que fue revelado a nuestros sacerdotes en los primeros siglos de nuestra antigüedad, y se tiene hoy entre nosotros como punto de religion, que ha de venir a este mundo que habitamos una gente invencible de las regiones orientales con tanto dominio sobre los elementos, que fundará ciudades movibles sobre las aguas, sirviendose del fuego y del ayre para sujetar la tierra: y aunque entre la gente de juicio no se crea que han de ser dioses vivos, como lo entiende la rudeza del vulgo, nos dice la misma tradicion que serán unos hombres celestiales, tan valerosos, que valdrá uno por mil, y tan benignos, que tratarán solo de que vivamos segun razon y justicia. No puedo negaros que me ha puesto en gran cuidado lo que conforman estas señas con las de esos estrangeros que teneis en vuestra vecindad. Ellos vienen por el rumbo del oriente: sus armas son de fuego, casas marítimas sus embarcaciones: de su valentía ya os ha dicho la fama lo que obraron en Tabasco: su benignidad ya la veis en el agradecimiento de vuestros mismos confederados: y si volvemos los ojos a esos cometas y señales del cielo, que repetidamente nos asombran, parece que nos hablan al cuidado, y vienen como avisos o mensageros de esta gran novedad. ¿Pues quién habrá tan atrevido y temerario, que si es esta la gente de nuestras profecías, quiera probar sus fuerzas con el cielo, y tratar como enemigos a los que trahen por armas sus mismos decretos? Yo por lo menos temeria la indignacion de los dioses, que castigan rigurosamente a sus rebeldes, y con sus mismos rayos parece que nos estan enseñando a obedecer; pues habla con todos la amenaza del trueno, y solo se vé el estrago donde se conoció la resistencia. Pero yo quiero que se desestimen como casuales estas evidencias, y que los estrangeros sean hombres como nosotros: ¿qué daño nos han hecho para que tratemos de la venganza? ¿Sobre qué injuria se ha de fundar esta violencia? ¿Tlascála, que mantiene su libertad con sus victorias, y sus victorias con la razon de sus armas, moverá una guerra voluntaria que desacredite su gobierno y su valor? Esta gente viene de paz: su pretension es pasar por nuestra República: no lo intenta sin nuestra permision: ¿pues dónde está su delito? ¿dónde nuestra provocacion? Llegan a nuestros umbrales fiados en la sombra de nuestros amigos, ¿y perderémos los amigos por atropellar a los que desean nuestra amistad? ¿Qué dirán de esta accion los demás confederados? ¿Y qué dirá la fama de nosotros, si quinientos hombres nos obligan a tomar las armas? ¿Ganaráse tanto en vencerlos, como se perderá en haberlos temido? Mi sentir es que los admitamos con benignidad, y se les conceda el paso que pretenden: si son hombres, porque está de su parte la razon; y si son algo mas, porque les basta para razon la voluntad de los dioses.

Tuvo grande aplauso el parecer de Magiscatzín, y todos los votos se inclinaban á seguirle por aclamacion, quando pidió licencia para hablar uno de los Senadores, que se llamaba Xicotencál, mozo de grande espíritu, que por su talento y hazañas ocupaba el puesto de General de las armas: y conseguida la licencia, y poco despues el silencio: No en todos los negocios (dixo) se debe a las canas la primera seguridad de los aciertos, mas inclinadas al rezelo que a la osadia, y mejores consejeras de la paciencia que del valor. Venero, como vosotros, la autoridad y el discurso de Magiscatzín; pero no estrañaréis en mi edad y en mi profesion otros dictámenes menos desengañados, y no sé si mejores: que quando se habla de la guerra, suele ser engañosa virtud la prudencia, porque tiene de pasion todo aquello que se parece al miedo. Verdad es, que se esperan entre nosotros esos reformadores orientales, cuya venida dura en el vaticinio, y tarda en el desengaño. No es mi ánimo desvanecer esta voz que se ha hecho venerable con el sufrimiento de los siglos; pero dexadme que os pregunte, ¿qué seguridad tenemos de que sean nuestros prometidos estos estrangeros? ¿Es lo mismo caminar por el rumbo del oriente, que venir de las regiones celestiales que consideramos donde nace el sol? ¿Las armas de fuego, y las grandes embarcaciones, que llamais palacios marítimos, no pueden ser obra de la industria humana, que se admiran porque no se han visto? Y quizá serán ilusiones de algun encantamento, semejantes a los engaños de la vista, que llamamos ciencia en nuestros agoreros. ¿Lo que obraron en Tabasco fue mas que romper un exército superior? ¿Esto se pondera en Tlascála como sobrenatural, donde se obran cada dia con la fuerza ordinaria mayores hazañas? ¿Y esa benignidad que han usado con los Zempoales, no puede ser artificio para ganar a menos costa los pueblos? Yo por lo menos la tendria por dulzura sospechosa de las que regalan el paladar para introducir el veneno; porque no conforma con lo demás que sabemos de su codicia, soberbia y ambicion. Estos hombres, si ya no son algunos monstruos que arrojó la mar en nuestras costas, roban nuestros pueblos: viven al arbitrio de su antojo, sedientos del oro y de la plata, y dados a las delicias de la tierra: desprecian nuestras leyes, intentan novedades peligrosas en la justicia y en la religion, destruyen los templos, despedazan las aras, blasfeman de los dioses: ¿y se les dá estimacion de celestiales? ¿Y se duda la razon de nuestra resistencia? ¿Y se escucha sin escándalo el nombre de la paz? Si los Zempoales y Totonaques los admitieron en su amistad, fue sin consulta de nuestra República, y vienen amparados en una falta de atencion, que merece castigo en sus valedores. Y esas impresiones del ayre y señales espantosas, tan encarecidas por Magiscatzín, antes nos persuaden a que los tratemos como enemigos, porque siempre denotan calamidades y miserias. No nos avisa el cielo con sus prodigios de lo que esperamos, sino de lo que debemos temer: que nunca se acompañan de horrores sus felicidades, ni enciende sus cométas para que se adormezca nuestro cuidado, y se dexe estar nuestra negligencia. Mi sentir es, que se junten nuestras fuerzas, y se acábe de una vez con ellos, pues vienen a nuestro poder señalados con el índice de las estrellas, para que los miremos como tiranos de la patria y de los dioses: y librando en su castigo la reputacion de nuestras armas, conozca el mundo que no es lo mismo ser inmortales en Tabasco, que invencibles en Tlascála.

Hicieron mayor fuerza en el Senado estas razones que las de Magiscatzín, porque conformaban mas con la inclinacion de aquella gente criada entre las armas, y llena de espíritus militares; pero vuelto a conferir el negocio, se resolvió, como temperamento de ambas opiniones, que Xicotencál juntáse luego sus tropas, y saliese a probar la mano con los Españoles: suponiendo, que si los vencia, se lograba e el credito de la nacion; y que si fuese vencido, quedaria lugar para que la República tratáse de la paz, echando la culpa de este acometimiento a los Otomíes, y dando a entender que fue desorden y contratiempo de su ferocidad: para cuyo efecto dispusieron que fuesen detenidos en prision disimulada los Embajadores Zempoales, mirando tambien a la conservacion de sus confederados; porque no dexaron de conocer el peligro de aquella guerra, aunque la intentaron con poco rezelo: tan valientes que fiaron de su valor el suceso; pero tan avisados, que no perdieron de vista los accidentes de la otra fortuna.

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