Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO PRIMERO.


CAPÍTULO DÉCIMOQUINTO.

Pacifica Hernan Cortes los Isleños de Cozumel: hace amistad con el Cacique: derriba los idolos: dá principio a la introduccion del Evangelio; y procura cobrar unos Españoles que estaban prisioneros en Yucatán.


Estaban los Indios en pequeñas tropas discurriendo al parecer entre sí, como quien observaba el movimiento, y se animaba en la quietud de nuestra gente. Ibanse acercando los mas atrevidos; y como estos no recibian daño, se atrevian los cobardes: con que en breve rato llegaron algunos al quartel, y hallaron en Cortés y en los demás tan favorable acogida, que convocaron a sus compañeros. Vinieron muchos aquel dia, y andaban entre los soldados con alegre familiaridad, tan hallados con sus huespedes, que apenas se les conocia la admiracion; antes se portaban como gente enseñada a tratar con forasteros. Habia en esta Isla un ídolo muy venerado entre aquellos bárbaros, cuyo nombre tenia inficionada la devocion de diferentes provincias de la Tierra firme, que freqüentaban su templo en continuas peregrinaciones: y asi estaban los Isleños de Cozumel hechos a comerciar con naciones estrangeras de diversos trages y lenguas; por cuya causa o no estrañarian la novedad de nuestra gente, o la estrañarian sin encogimiento.

Aquella noche se retiraron todos a sus casas: y el dia siguiente vino el Cacique principal de la Isla a visitar a Cortés con grande, aunque deslucido acompañamiento, trayendo él mismo su embajada y su regalo. Recibióle con agasajo y cortesia, y por medio del intérprete le aseguró de su benevolencia, y le ofreció su amistad y la de su gente: a que respondió, que la admitia, y que era hombre que la sabria mantener. Oyóse entre los Indios que le acompañaban uno, que al parecer repetía mal pronunciado el nombre de Castilla: y Hernan Cortés, en quien nunca el divertimiento llegaba a ser descuido, reparó en ello, y mandó al intérprete que averiguáse la significacion de aquella palabra; cuya advertencia, aunque pareció entonces casual, fue de tanta consideracion para facilitar la conquista de Nueva España como verémos despues.

Decia el Indio que nuestra gente se parecia mucho a unos prisioneros que estaban en Yucatán, naturales de una tierra que se llamaba Castilla: y apenas lo oyó Cortés, quando resolvió ponerlos en libertad, y traherlos a su compañia. Informóse mejor: y hallando que estaban en poder de unos Indios principales que residian dos jornadas la tierra adentro de Yucatán, comunicó su intento al Cacique para que le dixese, si eran Indios guerreros los que tenian en su dominio aquellos Christianos, y con qué fuerza se podria conseguir el sacarlos de esclavitud. Respondióle con pronta y notable advertencia, que sería lo mas seguro tratar de rescatarlos a trueque de algunas dádivas; porque entrando de guerra, se expondria a que matasen los esclavos, y a no quedar ayroso con el castigo de sus dueños. Abrazó Hernan Cortés su consejo, admirandose de hallar tan buena política en el Cacique, a quien debió de enseñar algo de la razon que llaman de estado aquello poco que tenia de Príncipe.

Dispuso luego que Diego de Ordaz pasáse con su baxel y con la gente de su cargo a la costa de Yucatán por la parte mas vecina a Cozumel, que serian quatro leguas de travesía, y que echáse en tierra los Indios que señaló el mismo Cacique para esta diligencia: los quales llevaron carta de Cortés para los prisioneros, con algunas bugerías que sirviesen de precio a su rescate; y Diego de Ordaz orden para esperarlos ocho dias, en cuyo término obedecieron los Indios volver con la respuesta.

Entretanto Cortés marchó con su gente unida a reconocer la Isla; no porque le pareciese necesario ir en defensa, sinó porque no se desmandasen los soldados, y recibiesen algun daño los naturales. Deciales: Que aquella era una pobre gente sin resistencia, cuya sinceridad pedia como deuda el buen tratamiento, y cuya pobreza ataba las manos a la codicia: que de aquel pequeño pedazo de tierra no se habia de sacar otra riqueza que la buena fama. Y no penseis (proseguia) que la opinion que aqui se ganáre se estrecha a los cortos límites de una Isla miserable; pues el concurso de los peregrinos que suelen acudir a ella, como habeis entendido, llevará vuestro nombre a otras regiones, donde habrémos menester despues el credito de piadosos y amigos de la razon, para facilitar nuestros intentos, y tener menos que pelear donde haya mas que adquirir. Con estas y otras amigables pláticas los llevaba contentos y reprimidos. Iban siempre acompañados del Cacique y de muchos Indios que acudian con bastimentos: y pasaban cuentas de vidrio por buena moneda, creyendo que hacian a los compradores el mismo engaño que padecian.

A poco trecho de la costa se hallaron en el templo de aquel ídolo tan venerado, fábrica de piedra en forma quadrada, y de no despreciable arquitectura. Era el ídolo de figura humana; pero de horrible aspecto y espantosa fiereza, en que se dexaba conocer la semejanza de su original. Observóse esta misma circunstancia en todos los ídolos que adoraba aquella Gentilidad, diferentes en la hechura y en la significacion; pero conformes en lo feo y abominable: o acertasen aquellos bárbaros en lo que fingian; o fuese que el demonio se les aparecia como es, y dexaba en su imaginacion aquellas especies: con que sería primorosa imitacion del artífice la fealdad del simulacro.

Dicen que se llamaba este ídolo Cozumel, y que dió a la Isla el nombre que se conserva hoy en ella: mal conservado, si es el mismo que el demonio tomó para sí: falta de advertencia que se ha vinculado en los mapas contra toda razon. Habia gran concurso de Indios quando llegaron los Españoles, y en medio de ellos estaba un sacerdote, que se diferenciaba de los demás en no sé que ornamento, o media vestidura de que tenia mal cubiertas las carnes: y al parecer les predicaba, o inducia con voces y ademanes dignos de risa; porque desvariaba en tono de sermon, y con toda aquella gravedad y ponderacion que cabe en un hombre desnudo. Interrumpióle Cortés, y vuelto al Cacique, le dixo: Que para mantener la amistad que entre los dos tenian asentada, era necesario que dexáse la falsa adoracion de sus ídolos, y que a su exemplo hiciesen lo mismo sus vasallos. Y apartandose con él y con el intérprete, le dió a entender su engaño, y la verdad de nuestra Religion, con argumentos manuales acomodados a la rudeza de sus oídos; pero tan eficaces, que el Indio quedó asombrado, sin acertar a responder, como quien tenia entendimiento para conocer su ignorancia. Cobróse, y pidió licencia para comunicar aquel negocio a los sacerdotes: porque en puntos de Religion les dexaba, o les cedia la suprema autoridad. De cuya conferencia resultó el venir aquel venerable predicador acompañado de otros de su profesion, y el dar todos grandes voces, que descifradas por el intérprete contenian diferentes protestas de parte del cielo contra qualquiera que se atreviese a turbar el de culto de sus dioses, intimando que se veria el castigo al mismo instante que se intentáse el atrevimiento. Irrítóse Cortés de oír semejante amenaza; y los soldados, hechos a observar su semblante, conocieron su determinacion, y embistieron con el ídolo , arrojandole del altar hecho pedazos, y executando lo mismo con otros ídolos menores que ocupaban diferentes nichos. Quedaron atónitos los Indios de ver posible aquel destrozo: y como el cielo se estuvo quedo, y tardó la venganza que esperaban, se fue convirtiendo en desprecio la adoracion, y empezaron a correrse de tener dioses tan sufridos: siendo esta vergüenza el primer esfuerzo que hizo la verdad en sus corazones. Corrieron la misma fortuna otros adoratoríos: y en el principal de ellos, limpio ya de aquellos fragmentos inmundos, se fabricó un altar, y se colocó una imagen de Nuestra Señora, fixando a la entrada una cruz grande que labraron con piadosa diligencia los carpinteros de la armada. Dixose Misa en aquel altar el dia siguiente, y asistieron a ella, mezclados con los Españoles, el Cacique y mucho número de Indios con un silencio, que parecia devocion, y pudo ser efecto natural del respeto que infunden aquellas santas ceremonias, o sobrenatural del mismo inefable misterio.

Asi ocuparon el tiempo Cortés y sus soldados, hasta que pasados los ocho dias que llevó de término Diego de Ordaz para esperar a los Españoles que estaban cautivos en Yucatán, volvió a la Isla sin traher noticia de ellos, ni de los Indios que se encargaron de buscarlos. Sintiólo mucho Hernan Cortés; pero en la duda de que le hubiesen engañado aquellos bárbaros, por quedarse con los rescates que tanto codiciaban, no quiso detener su viage, ni dar a entender su rezelo al Cacique; antes se despidió de él con urbanidad y agasajo, encargandole mucho la cruz y aquella santa imagen que dexaba en su poder, cuya veneracion fiaba de su amistad, entretanto que mejor instruido pudiese abrazar la verdad con el entendimiento.

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