Indice de Memorias de un socialista revolucionario ruso de Boris SavinkovLIBRO SEGUNDO - capítulo segundo - Octava parteLIBRO TERCERO - Capítulo segundoBiblioteca Virtual Antorcha

Memorias de un socialista revolucionario ruso

Boris Savinkov

LIBRO TERCERO
LOS ATENTADOS CONTRA DUBASOV Y DURNOVO
CAPÍTULO PRIMERO


El mes de noviembre y la mitad de diciembre los pasé en Petersburgo. Después de la disolución de la Organización de Combate, fue creado, a instancias de Azev, un Comité de Combate especial, cuya misión consistía en la preparación técnica de la insurrección. SUB miembros éramos Azev y yo. Se me encargó asimismo la dirección de la organización militar de Petersburgo.

Nunca había trabajado yo entre los marinos y soldados; la oficialidad la conocía escasamente. Me sentía poco preparado para esta labor, nueva para mí en todos los sentidos. Además no tenía confianza en el éxito de las sublevaciones militares. No veía la posibilidad de una acción sistemática conjunta, del ejército y el pueblo, y, a mi juicio, sólo una acción de este género podía asegurar la victoria. Después de reflexionarlo, me negué a aceptar la proposici5n. Azev insistió.

- La organización militar es débil; se necesita gente. Tú cuentas con una experiencia combativa. No tienes el derecho de rechazar la proposición; como miembro del partido, tienes el deber de aceptarla.

No podía objetar nada a este argumento. Entré en el Comité de la organización militar, pero, sin embargo, estuve en él no más de tres semanas. Las noticias relativas a la insurrección de Moscú pusieron fin a mi labor en el terreno militar.

Vivía en Ligovka, en unos cuartos amueblados, bajo el nombre de León Rode, y todos los días por la mañana me iba a la redacción de El Hijo de la Patria, que se hallaba situada en la calle Podiácheskaya. Ignoro si la policía estaba al corriente de mi estancia en Petersburgo. Creo, sin embargo, que no le hubiera sido dificil detenerme, con tanto mayor motivo que la amnistía me alcanzaba sólo en parte. Pero no se efectuó entonces ninguna tentativa para detenerme; es más, no observé nunca que se me siguiera. Vivía sin ocultarme; en El Hijo de la Patria todo el mundo sabía mi nombre, y los compañeros que venían a verme para hablar de nuestros asuntos preguntaban sin más por mí.

La inviolabilidad personal, la completa libertad de imprenta; los mítines y asambleas atestados de público, y finalmente la existencia abierta, a los ojos de todo el mundo, del Soviet de los diputados obreros, inspiraban esperanzas exageradas a muchos compañeros. No eran pocos los que creían en el éxito de una tercera huelga y de la insurrección en Petersburgo y Moscú. Yo no compartía estas esperanzas. Conocía todas las fuerzas de combate que había en Petersburgo, veía que eran muy poco considerables, y no creía en un impulso formidable de las masas obreras. El caso siguiente me persuadió de que el proletariado estaba falto de preparación.

Desde el punto de vista de combate, Petersburgo se dividía en distritos, en cada uno de los cuales había un grupo armado. Uno de dichos grupos estaba dirigido por P. M. Rutenberg. En cierta ocasión éste y yo nos fuimos una noche a una barriada obrera. Quería convencerme personalmente de si esos grupos representaban efectivamente en sí una fuerza considerable y de si realmente las masas obreras estaban dispuestas a defender con las armas en la mano la libertad conquistada.

En una pequeña habitación obrera, llena de humo de tabaco, se reunieron unas 30 personas. Rutenberg pronunció un breve discurso. Dijo que en Moscú había empezado la insurrección, que si no aquel día, el siguiente empezaría asimismo en Petersburgo, e invitó a los compañeros a estar preparados para toda eventualidad. Rutenberg fue escuchado atentamente, y me di cuenta de que gozaba de gran influencia. Cuando terminó su discurso, yo pronuncié, a mi vez, algunas palabras. Dije que la partlCipación en la insurrección podía tomar tres formas: primera, el grupo de combate o algunos miembros aislados del mismo, intentan realizar una serie de actos terroristas (asalto de la casa de Witte, colocación de bombas en las instituciones gubernamentales con el fin de hacerlas saltar, asesinato de los oficiales de alta graduación, etc, etc.); segundo, el grupo, como parte del ejército revolucionario, se dirige hacia el centro de la ciudad y efectúa una tentativa para apoderarse de la misma y de la fortaleza; y tercero, se queda en el barrio para defenderlo. No oculté que el partido cifraba sus esperanzas en los reunidos y que en el momento decisivo todos los compañeros debían colocarse bajo una enseña única. Como conclusión pregunté con quién y con qué podía contar el Comité Central.

Los asistentes a la reunión eran obreros organizados, miembros del partido que habían entrado por su propia voluntad en los grupos de combate. El grupo del barrio de Narva era considerado como uno de los mejores de Petersburgo. Los reunidos contestaron a mi pregunta con plena conciencia de la seriedad del momento y con una sinceridad completa. Estas sinceridad y seriedad recuerdo que me sorprendieron. Estoy acostumbrado a ver que los revolucionarios pertenecientes al sector intelectual a menudo exageran involuntariamente sus fuerzas y que por un falso amor propio tienden siempre a exagerar su disposición para el combate. En la reunión mencionada no noté esta exageración. Al contrario, se veía que cada uno quería darse cuenta a conciencia de sus fuerzas y contestar a mi pregunta dejando aparte el amor propio. Dos obreros jóvenes se ofrecieron para realizar actos de terror individual; cerca de un tercio se mostró conforme con ir a la ciudad y a la fortaleza con las armas en la mano; la mayoría declaró categóricamente que estaba dispuesta a batirse sólo en el caso de que el Gobierno organizara un progrom; en otros términos, se mostraron conformes con participar en la autodefensa.

Cuando salí se produjo un pequeño epIsodio, que muestra mejor que nada el grado de conciencia con que los obreros examinaban la cuestión planteada ante ellos por el Comité Central. Se levantó un obrero textil, de edad un poco avanzada, y confusamente y sonrojándose, dijo:

- Os jurp por Jesucristo que moriría gozoso, aunque fuera ahora mismo, por la tierra y la libertad ...; pero ¡los chicos! Hacéos cargo, compañeros, de que tengo cinco ... Señor, no he dicho la verdad; no puedo ni tan si'quiera participar en la defensa ... Dejadme libre, por Jesucristo.

Tenia lágrimas en los ojos. Rutenberg se le acercó y le estrechó la mano.

Las causas del decaimiento de los obreros eran, naturalmente, comprensibles. Petersburgo había sostenido dos huelgas. Tomar parte en una tercera huelga significaba ir a la insurrección, y para ello eran necesarias una desconfianza profunda hacia el Gobierno y una confianza no menos profunda en la fuerza de la revolución iniciada. Los obreros no estaban armados. Habían sido mandadas tropas a Petersburgo. Las fuerzas eran evidentemente desiguales, y el llamamiento del Soviet de diputados obreros a una tercera huelga era un error no menos evidente. Al examinnrse esta cuestión en el Comité Central me sumé convencido a la mayoría, que se pronunció contra dicho llamamiento. Por desgracia, la opinión de! partido de los socialistas revolucionarios no fue acogida por el Soviet de diputados obreros. En Moscú empezó la insurrección; pero en las barricadas combatieron sólo algunos centenares de hombres: las masas no participaron en la revolución.

Si el estado de espiritu de los obreros petersburgueses no correspondía al momento histórico, las tropas no estaban tnmpoco preparadas por la propaganda; no había la menor duda de que estas últimas ahogarían en sangre todo intento de insurrección en Petesburgo. Me convencí de ello en una reunión a que asistí, dedicada especialmente a la cuestión del ejército.

Dicha reunión tuvo lugar a principios de diciembre en Petersburgo, en condiciones particularmente conspiratias, Nos reunimos por la noche en Ligovka, en casa del príncipe Bariatinski. Además de mí y de otro representante del partido de los socialistas revolucionarios, el miembro del Comité Central A. A. Argunov, participaban: por el partido socialdemócrata, L. Deich; por la Asociación de Asociaciones (1), Lutuguin y Charnoluski, y por la Asociación de los Oficiales, un cierto teniente N. N. El fin de la reunión consistía en aclarar qué regimientos se negarían a disparar contra el pueblo y cuáles podrían ponerse abiertamente al lado de la revolución. Yo conocía la situación de nuestra organización militar, Sabía que formaban parte de la misma soldados aislados de casi todos los batallones, escuadrones y baterías de guarnición en Petersburgo; pero sabía asimismo que esos elementos diseminados no representaban en sí ninguna fuerza. Aun en el caso de que todos los soldados, miembros de la organización militar, se negaran a disparar, nadie se daría cuenta de ello. El período de las sublevaciones militares no se había aún iniciado en aquel entonces; además, en las que tuvieron lugar más tarde, la guardia no tomó casi ninguna participación. En Petersburgo la guarnición estaba formada principalmente por regimientos de la guardia. Se podía contar seriamente sólo con los marinos de la flota del Báltico, pero las tripulaciones revolucionarias se hallaban en Cronstadt y por esto su importancia se reducía a cero.

Tal era la situación de la organización militar del partido de los socialistas revolucionarios. Tenía motivos para suponer que en el partido socialdemócrata las cosas no estaban mejor. Se trataba, pues, únicamente de la Asociación de Oficiales, que contaba, según su representante, con cerca de sesenta miembros, principalmente de la flota y de la guardia.

La reunión se abrió con un informe de dicho representante, el cual comunicó que en todos los regimientos de la guardia había oficiales simpatizantes, que eran particularmente numerosos en la artillería, y que no se detendrían ante las acciones más decisivas en beneficio de la revolución. Surgió la duda de si el citado delegado no exageraba las fuerzas de la Asociación de Oficiales. Esta suposición Se confirmó. A la pregunta directa de cuáles eran precisamente los regimientos o baterías que se negarían a disparar contra los revolucionarios, no pudo dar contestación ninguna. Tuvo que reconocer que la simpatía de determinados oficiales por el movimiento revolucionario no demostraba, ni mucho menos, qUe los soldados no dispararían contra el pueblo, es más, que esos mismos oficiales renunciarían a su juramento militar. La experiencia del regimiento de Semenov en Moscú confirmó esta suposición, ignoro si había en dicho regimiento oficiales simpatizantes, pero sé que había soldados revolucionarios. A pesar de esto, el regimiento de Semenov se distinguió en ]a pacificación de Moscú, y sus elementos revolucionarios participaron indudablemente en dicha pacificación.

En el partido socialdemócrata la labor militar no se hallaba en mejor estado que la nuestra. Las manifestaciones de L. Deich permitían afirmar que no podía contarse con ninguna fuerza considerable. Hay que decir que su informe se distinguió por el mismo optimismo de que estaba impregnado el del delegado de la Asociación de Oficiales. Dicho optimismo podía fácilmente inducir a error al partido, respecto a las fuerzas reales de las organizaciones militares.

De esta reunión me quedó una impresión muy triste. Sin hablar ya de que se puso de manifiesto, que la revolución no podía en ningún caso contar en Petersburgo con el apoyo de la3 tropas, el carácter mismo de la reunión no correspondió a la idea que me había formado de la misma; la reunión terminó hablando del tema de cómo, dónde y con quién se podían organizar grupos para la propaganda entre los oficiales.

Por consiguiente, no me quedaba la menor duda de que era imposible el éxito de una insurrección de las masas en Petersburgo. Quedaba, sin embargo, la esperanza de que se podía sostener la insurrección de Moscú mediante el terror. Pero la Organización de Combate había sido disuelta. Los miembros de la misma, con excepción de Azev, Dora Briliant, Moiseenko, que salió de la cárcel, y yo, se marcharon de Petersburgo. Moiseenko estaba ocupado por la liberación de Dulébov, que, víctima de una enfermedad mental, se hallaba en una clínica; Dora Briliant podía ser particularmente útil por sus conocimientos químicos. Azev y yo, en parte juntos con Rutenberg, nos dedicamos a examinar la posibilidad de actos terroristas inmediatos.

El primero de dichos actos debía consistir en hacer saltar el puente en la vía férrea de Nilwlai. Esto, en primer lugar, cortaría a Moscú de Pdersburgo, y, en segundo lugar, determinaría la huelga en la línea mencionada. Se confiaba en que si dicha línea se declaraba en huelga, abandonaría el trabajo toda la red de Petersburgo, y con ella toda la población obrera do esta última ciudad. Esta explosión la tomó sobre sí el Sindicato ferroviario. Entregamos a su representante, Soboliev, bombas y dinamita; pero el atentado no tuvo lugar: faltó poco para que sus participantes fueran detenidos en el sitio.

Todos los demás planes, como, por ejemplo, los consistentes en hacer saltar el departamento de policía, las líneas eléctricas, del gas y telefómcas, en detener al marqués de Witte y otros, tampoco pudieron ser llevados a la práctica, en parte porque en algunos puntos de los sitios señalados, el servicio de vigilancia era tan severo, qUe podía suponerse que la policía estaba al corriente de los atentados que se preparaban. Fue entonces cuando acaeció conmigo un caso extraño, que me persuadió de que la policía estaba enterada de mi presencia en Petersburgo, pero que, por motivos qUe ignoraba, no me detenía.

En cierta ocasión, después de una entrevista con Azev, y Rutenberg, en el domicilio del ingeniero P. J. Preobrajenski, al descender por la escalera observé, a través de las puertas de cristal, que en el portal había un inspector de policía y dos agentes. El portero me abrió la puerta y dejándome pasar se quedó detrás de mí. Me encontré cogido en una ratonera. Al salir a la calle bservé que uno de los policías hacía un movimiento como para cogerme, pero en el mismo instante oí una voz, seguramente la del inspector, que decía:

- No toméis ninguna medida.

Yo, sin volver la cabeza, me dirigí por el callejón hasta el cochero próximo. Los policías no me siguieron.

Dos días antes de la insurrección de Moscú, Azev se marchó a dicha ciudad. A mí, como miembro del Comité de Combate, se me había encargado la preparación técnica de la insurrección en Petersburgo. Organicé dos laboratorios de dinamita, que fueron inmediatamente descubiertos, por motivos incomprensibles; pero yo no atribuí el hecho a una confidencia. El primer laboratorio estaba situado en el callejón Sáperni. Debían trabajar en el mismo los compañeros Schtolterfort, Drugánov y Alexandra. Sebastiánova, que vivía en casa de Schtolterfort, en calidad oe sirvienta. Sebastiánova, durante su detención, desempeñó tan bien este papel, que la pusieron en libertad. Schtolterfort y Drugánov fueron condenados a quince años de trabajos forzados. Aquella misma noche fue descubierto el segundo laboratorio. Este estaba situado en el callejón Svechni, en el domicilio de Vsevolov Smirnov, compañeoro mío de Universidad y más tarde miembro de la Organización de Combate. Vivía con su pasaporte; pero no se hallaba sujeto a la vigilancia de la policía. Se hospedaba también en su casa, la joven Bronstein. Dicho domicilio servía para rccibir las armas procedentes de Finlandia. Yo estaba enterado de esto; pero no podía en un plazo breve y con la falta absoluta de militantes ilegales, alquilar un piso con un nombre ilegal. Además, sabía también que la policía no estaba al corriente del transporte de armas finlandesas y confiaba en que durante cuatro o cinco días se podría trabajar en un domicilio tal, a pesar de que se hallaba en contradicción flagrante con las reglas de la conspiración.

Dora Briliant fue designada como químico para uno de los laboratorios. Su misión consistía en preparar, con ayuda de Bronstein y Smirnov, algunas docenas de bombas de tipo macedónico.

No se había iniciado todavía el trabajo, cuando el laboratorio fue descubierto. Smirnov y Bronstein, advertidos por el portero, pudieron escapar. En el piso fueron detenidos Dora Briliant con cascos para las bombas y el miembro del partido finlandés de la resistencia activa Onni Nikolainen, que había traído consigo algunos revólveres.

De esas detenciones quedé a salvo. No sólo no se me detuvo, sino que ni tan siquiera Se estableció vigilancia cerca de mi. Entonces no pude explicarme las causas de ello. Estaba directamente relacionado con Dora Briliant, me veía con Smirnov, Bronstein, Drugánov. No podía tampoco explicarme la coincidencia de los dos descubrimientos, lo mismo que el hecho de que hubieran tenido lugar antes de que empezara el trabajo en los laboratorios, cuando por consiguiente, no había aún motivos de sospecha. Pero otros acontecimientos, más importantes, hicieron olvidar las circunstancias de dichas detenciones, y así quedaron sin aclarar.

La preparación de la insurrección en Petersburgo se redujo a la instalación de estos dos laboratorios. En la ciudad había mucha dinamita, pero se carecía casi completamente de explosivos preparados. En cuanto a las armas, había principalmente pistolas browning y maüser; pero dichas armas estaban diseminadas por diversos depósitos, y era difícil disponer de ellas en el momento necesario. Las fuerzas de combate no eran mayores.

Nikolainen fue deportado a Siberia, desde donde escapó al extranjero. Dora Briliant, después de un prolongado encierro en la fortaleza de Pedro y Pablo, enfermó mentalmente y murió en octubre de 1907.

Dora Viadimirovna (Vúlfovna) Briliant (Chircova por el nombre de su marido) había nacido en 1879 o 1880 de una familia de comerciantes judíos de Jerson. Estudió en el Instituto de dicha ciudad y después los cursos de comadrona de la Universidad de Yurev. Entró en el partido en 1902, y actuó en un principio en el Comité de Kiev. A partir de 1904 participó en el asunto Plehve. En su persona la Organización de Combate perdió a una de las mujeres más valiosas del terror.



Notas

(1) Federación de los Sindicatos de médicos, ingenieros, etc.-(N. del T.)
Indice de Memorias de un socialista revolucionario ruso de Boris SavinkovLIBRO SEGUNDO - capítulo segundo - Octava parteLIBRO TERCERO - Capítulo segundoBiblioteca Virtual Antorcha