Indice de Memorias de un socialista revolucionario ruso de Boris SavinkovLIBRO SEGUNDO - capítulo segundo - Séptima parteLIBRO TERCERO - Capítulo prmeroBiblioteca Virtual Antorcha

Memorias de un socialista revolucionario ruso

Boris Savinkov

LIBRO SEGUNDO
CAPÍTULO SEGUNDO
LA ORGANIZACIÓN DE COMBATE
OCTAVA PARTE


En Ginebra trabé conocimiento oon el marino Afanasi Matiúschenko, ex comandante del acorazado revolucionario Prínoipe Potemkin Tavrioheski. Al llegar, en el verano de 1905 al puerto rumano de Constanza con el buque insurreccionado, y persuadirse de que sus compañeros no serían entregados a las autoridades rusas, se marchó a Suiza, donde no sa adhirió a ninguno de los partidos.

Más tarde se inclinó decididamente hacia el anarquismo. Gapón intentó enredarle, atrayéndole a su semimítica Unión ObreraPoco después de mi llegada a Ginehra, Matiúschenko vino a verme en mi domicilio. Exteriormente era un marino corriente. Al verle nadie hubiera podido suponer que era él quien había promovido la rebelión del Potemkin, muerto a tiros a varios oficiales y efectuado, a la cabeza de los marinos sublevados, su famosa incursión por el mar Negro. Lo primero que hizo al verme fue hablar con cariño de Gapón.

- ¿Sabe usted que Gapón ha vuelto?

- ¿Ha vuelto?

- Sí. Ha estado dos meses en Petersburgo y ha organizado la Unión.

- ¿Quién se lo ha dicho a usted?

- El mismo.

Gapón no había dicho la verdad a Matiúschenko. Yo sabía que Gapón no fue a Petersburgo, que, después de permanecer unos diez días en Finlandia, regresó al extranjero, y que no había creado ninguna Unión, limitándose a entrevistarse con algunos obreros. Sin embargo, no dije nada de esto a Matiúschenko, el cual prosiguió:

- Socialistas revolucionarios ..., socialdemócratas ..., estoy hasta la coronilla de todas estas discusiones. No hacéis más que charlar y no tenéis fuerza real ninguna. Por lo que se refiere a Gapón, ya es otra cosa. Este hace obra positiva.

- ¿Qué obra positiva?

- ¿Y lo del John Grafton?

- ¿Qué John Grafton?

- Pues el buque que llegó hasta Remi.

- ¿Y qué?

- Pues que fue él quien lo varó.

- ¿Gapón?

- Pues sí, Gapón. Se hallaba a bordo en el momento de la explosión y salió vivo por casualidad.

Como he dicho más arriba, Gapón no tuvo nada que ver con la expedición del mencionado buque. En realidad, del dinero ofrecido por América, una parte debía ir a la Unión Obrera de Gapón en forma de armas, pero a esto se limitó la participación de éste.

- ¿Está usted seguro de esto?

- ¡Ya lo creo; él mismo me lo ha dicho!

- ¿Le ha dicho a usted que se hallaba en el buque?

- Sí, me lo ha dicho.

- ¿Lo recuerda usted bien?

- Naturalmente que sí.

No quedaba la menor duda de que Gapón no desdeñaba ningún medio para atraer a Matiúschenko a su Unión. Pero, así y todo, no dije nada a este último. La carta caracterlstica mandada desde Bucarest a V. G. S. por Matiúschenko muestra hasta qué punto éste se mostraba escéptico con respecto a los partidos revolucionarios.

... Se acordará usted de que la polémica sostenida entre los partidos me indignaba extraordinariamente. No podía comprender por qué se querellaban. No se contentan con reñir entre sí, sino que siembran la discordia entre los obreros. Usted sabe mi situación en Ginebra, donde estaba completamente solo. Al parecer todo el mundo me quería y me respetaba, mientras que en realidad veían en mí, no al compañero, sino a una especie de muñeco que danzaba mecánicamente a gusto de ellos. Unos me declan: Ha leído usted poco a Marx, y otros: Hay que leer a Bebel. Para ellos es incomprensible que un hombre pueda pensar por sí mismo, como pensaba Marx. De no haberme movido de Ginebra. me hubiera metido definitivamente en estas disputas y discordias. Allí los partidos discuten a propósito de quién fue obra lo del Potemkin, y aquí la gente está sin dinero y sin pan y nadie le presta ayuda. Es curioso: lo que se ha hecho es necesario, los que lo hicieron no lo son.

Naturalmente tenía razón. En el extranjero había muchas discordias inútiles, y para él, un marino que creía fundamentalmente en la revolución, las conversaciones de la emigración eran incomprensibles y extrañas. Por la emigración juzgaba de la actividad de los partidos en Rusia. Gapón se aprovechó hábilmente de este estado de espíritu. Un poco más tarde. cuando se puso de manifiesto el engaño de Gapón, y Matiúschenko, indignado, se separó de él, le pregunté en cierta ocasión:

- Diga. Iliá Petróvich (así llamaban a Matiúschenko en el extranjero), ¿qué le importan a usted todas estas discusiones?

- Naturalmente, nada.

- Así, ¿por qué hace caso de ellas?

- ¿Qué quiere usted que haga?

- No se preocupe; ya le encontraremos algo.

Matiúschenko me miró de reojo:

- ¿Qué puedo hacer?

- Dedicarse al terror, Iliá Petrovich.

- ¿Al terror? El terror es algo auténtico. Ahí no se trata de charlar ... Pero esto no es para mí.

- ¿Por qué?

Matiúschenko reflexionó.

- Yo soy un hombre de masa, un obrero ..., no puedo militar aisladamente; como quiera usted, pero no puedo.

Naturalmente, no pude convencerle. Más tarde se marchó a América, y en el verano de 1907 fue detenido en Nikoláiex con bombas. El tribunal militar le condenó a muerte y fue ahorcado.

Unos días después de mi primera conversación con Matiúschenko encontré casualmente a Gapón: le dije que mentía al hablar de su participación en la expedición del John Grafton y que podía desemascararle.

Gapón se sonrojó, y, enfurecido, me dijo:

- ¿Cómo te atreves a decir que yo. Gapón, miento?

Yo contesté que mantenía mis palabras.

- ¿Así, pues, según tú, yo, Gapón, soy un impostor?

Repliqué que, a mi juicio, él, Gapón, era efectivamente un impostor.

- Está bien. Te acordarás de mí. Contaré lo que sé de ti.

- ¿Qué es lo que contarás? -le pregunté.

- Todo. A propósito de Plehve, a propósito de Sergio.

- ¿A quién?

Gapón hizo un gesto con la mano como contestación.

Gapón se consideró ofendido por mí y mandó al Comité del partido en el extranjero una carta, en la cual exigía la formación de un tribunal de honor.

Yo rechacé dicho tribunal. Esta entrevista fue la última que tuve con Gapón. Gotz, al cual le di cuenta de la misma, se sonrió.

- Ha hecho usted bien. Nnturalmente, Gapón miente donde, a quien y cuando puede.

- Pero se le da crédito.

- No mucho. Y pronto nadie le creerá.

Tal era la opinión que ya en el otoño de 1905 teniamos de Gapón, Gotz y yo, pero, naturalmente, ni él ni yo podíamos prever el desenlace de sus complicadas intrigas.

El asunto Tatarov había sido aclarado. Azev vino a Ginebra (durante la investigación del asunto Tatarov vivía en Italia) y junto con él y Gotz, emprendimos el examen de nuestros ulteriores planes de campaña.

Llegó también a Ginebra Dora Briliant. De Petersburgo recibimos la noticia de que Zilberberg y Moroski habían liquidado sus efectivos y que el único cochero que quedaba era Petr Ivanov.

Se participó a los tres por mediación del hermano menor de Gotz, Abraham Rafailóvitch, que temporalmente se suspendía el asunto Trepov.

Estábamos a mediados de octubre. En los periódicos del extranjero empezaron a aparecer noticias sobre las huelgas de Rusia. Esas noticias eran cada vez más numerosas e importantes y, finalmente, apareció un telegrama dando cuenta de la huelga de los ferroviarios. Bien a pesar nuestro, teníamos que vivir en Ginebra durante estos acontecimientos.

El manifiesto del 17 de octubre animó a la emigración. Dicho documento fue saludado como el principio de una nueva era: nadie dudaba de la revolución definitiva. Diariamente se organizaban mitines que se veían extraordinariamente concurridos. Los oradores hablaban de la importancia de la transformación efectuada, y todos o casi todos creían en la misma. En uno de dichos mítines pronuncié un discurso hablando de la importancia de la lucha terrorista en la historia de la revolución rusa.

Cuando aparecieron telegramas, en un principio de la fortaleza sobre la liberación de casi todos los detenidos del 15 de marzo, y después de Schisselburg sobre la de los recluidos en la misma, incluso los más escépticos empezaron a creer que el Gobierno había entrado en el camino de las reformas. La caída de Schilsselburg era la prenda de la próxima caída de la autocracia.

En el partIdo y en el Comité Central empezaron a manifestarse opiniones en el sentido de que la táctica adoptada por el primero no correspondía al momento político, y que era necesario modificarla. Llego ahora a otra de las causas que, a mi juicio, desempeñó un papel importantisimo en la decadencia de la OrganizaClón de Combate y con ella de todo el terror central. Me refiero a la táctica. adoptada por el Comité Central inmediatamente después del 17 de octubre.

Las detenciones de! 17 de marzo y el descubrimiento de nuestro sistema de observación en las calles, como he dicho ya más arriba, dieron la ventaja al Gobierno sobre el terror. Además, la traición de Tatarov detuvo los progresos de dicha Organización y paralizó su actividad desde marzo hasta octubre de 1905. Pero la traición había sido descubierta y Tatarov eliminado de todos nuestros asuntos.

Por otra parte, el pánico del gobierno en el momento del manifiesto de octubre era extraordmario. Era evidente que la eliminación de Tatarov y la debilidad de la policía daban a la Organización de Combate la posibilidad de resucitar con toda su fuerza y de asestar un golpe defimtivo a la autocracia. No fue, sin embargo, así. La opinión de los miembros de la Organización de Combate, o al menos de la mayoría de sus miembros, entró en conflicto con la opinión del partido, personificada por el Comité Central, y éste, en dicho conflicto, obtuvo la victoria. La Organización de Combate sostenía en su mayoría (con exclusión de Azev) el punto de vista de que la única garantía de las libertades adquiridas consistía en la fuerza real. En todo caso dicha fuerza podía ser únicamente la intensificación del terror. Desde este punto de vista, el terror. no sólo no debía ser interrumpido, sino que, al contrario, aprovechándose del momento favorable, era necesario reforzarlo y poner a la disposición de la Organización de Combate la mayor cantidad posible de hombres y de medios. La mayoría aplastante del Comité Central estimaba, sin embargo, que el terror como medida extrema era admisible sólo en los países no constitucionales, allí donde no había libertad de palabra y de prensa; que, en virtud del manifiesto del 17 de octubre, había sido proclamada la constitución en Rusia y que, por este motivo, los actos terroristas eran inadmisibles en principio. Por lo que se referia a la garantía de las libertades adquiridas ya por el país, el Comité Central estimaba que el pueblo sabría defender sus derechos. La huelga general, los mítines y manifestaciones extremadamente concurridos reforzaron esta opinión de los cúmpañeros.

En Ginebra, en el domicilio de Gotz, se celebró una reunión previa del Comité Central para examinar la cuestión de la interrupción del terror. Participó en dicha reunión mucha gente, pues el Comité Central, antes de su reorganización por el primer congreso del partido, era muy numeroso, contando en aquel tiempo hasta con 30 miembros. En dicha reunión se dividieron los votos. La aplastante mayoría se pronunció contra la continuación de la lucha terrorista. Chernov pronunció un largo discurso en este sentido. La esencia de su peroración consistía en que después dei 17 de octubre los actos terroristas eran inadmisibles desde el punto de vista de principio, pero que, en efecto, no se podía dar crédito al Gobierno, y que la única garantía de los derechos conquistados era la fuerza real de la revolución, esto es, la fuerza de las masas organizadas y del terror. Por esto, a su juicio, era imposible disolver la Organización de Combate, a la cual, según su expresión, había que mantener sobre las armas. En caso de contrarrevolución, la Organización de Combate tenia el deber de ponerse al lado del pueblo para defenderle.

El punto de vista de Chernov era puramente teórico. En la práctica se reducía a la supresión total de la Organización de Combate. Para mí era completamente claro la imposibilidad de mantener sobre las armas a la Organización de Combate, y que esta proposición no podía formularla más que un hombre que no conocía la técnica de la actuación de combate. La existencia de una actuación terrorista es imposible sin disciplina, pues la ausencia de esta última conduce inevitablemente a la infracción de la conspiración, y esta infracción lleva a su vez, inexorablemente, a las detenciones particulares o generales. La disciplina en la organización terrorista no se obtiene, como por ejemplo en el ejército, por la autoridad formal de los jefes, sino únicamente por el reconocimiento por parte de cada miembro de la organización de la necesidad de dicha disciplina para el éxito de la empresa. Pero si en la organización no hay ninguna labor práctica a realizar, si no lJeva a cabo ninguna empresa, si espera en la inactividad las órdenes del Comité Central, en una palabra, si se halla sbre las armas, esto es, que sus miembros guarden dinamita o desempeñen el papel de cocheros sin tener ante sí un fin inmediato, ni verlo para un futuro próximo inevitablemente, la disciplina se relaja. Y con el relajamiento de la disciplina la organización se convierte en fácil presa para la policía. Por consiguiente, la proposición de Chernov, aparentemente razonable al primer golpe de vista, se reducía a entregar de un modo inevitable la Organización de Combate a la policía.

Azev lo comprendió, y al manifestarse contra Chernov, se pronunció en favor de la cesación completa de la acción terrorista y la disolución inmediata de la Organización de Combate. Gotz se inclinó también a esta opinión.

Combatí tenazmente la posición de Gotz, Azev y Chernov. Demostré que la cesación de la lucha terrorista tenía un grave error histórico, que no podíamos dejarnos guiar únicamente por los párrafos del programa del partido, que prohiben el terror en los países constitucionales, sino que era necesario tener en cuenta las particularidades de la situación política del país. Insistí enérgicamente en favor de que continuara la Organización de Combate.

Inesperadamente me vi apoyado en parte por Tiuchev. Este declaró que, en general, estaba de acuerdo con la opinión del Comité Central; pero que, a su juicio, era preciso hacer algunas excepciones para ciertas personas, particularmente para Trepov, culpable del 9 de enero, y cuya muerte sería comprendida por las masas y no provocaría la condenación del partido. Después de largas discusiones, Azev se asoció a este punto de vista. En Rusia renunció incluso a esta concesión.

Al día siguiente de esta reunión vino a mi casa Dora Briliant. No decía nada, pero vi que estaba triste.

- ¿Qué le pasa, Dora?

Esta bajó los ojos:

- ¿Es verdad que se quiere poner fin al terror?

- Sí, es verdad.

- ¿Y que se quiere disolver la Organización de Combate?

- Sí.

- ¿Y usted lo ha permitido? ¿Piensa usted también así?

En sus palabras había lágrimas.

Le ~xpuse mi punto de vista y le conté lo sucedido en la reunión. Dora guardó silencio durante largo rato, y al fin dijo:

- ¿Es decir, que el terror está terminado?

- Así es.

Dora se levantó sin decir una palabra.

A principios de noviembre se celebró en Petersburgo una segunda reunión del Comité Central para tratar de la misma cuestión. Los votos se dividieron de nuevo. La gran mayoría sostuvo el punto de vista de que convenía interrumpir temporalmente el terror y mantener la Organización de Combate sobre las armas. Algunos, entre ellos Azev, insistían en que dicha fórmula era imposible, que había que disolver completamente la Organización.

Yo sostuve mi punto de vista anterior, y, no viéndome apoyado por nadie, seguí afirmando que el partido se debilitaba al dar ese paso y cometía un error histórico irreparable.

I. I. Fundaminski pronunció en dicha reunión uno de los discursos más vigorosos en favor de la cesación completa del terror. Demostró que el fin más importante y urgente del partido consistía en la solución del problema agrario, que cuando la libertad política había sido ya conquistada, todas las fuerzas del 'partido debían dirigirse a este fin, que la lucha terrorista había caducado ya, y que al quitar gente y medios, no hacía más que debilitar el partido y entorpecer la solución del problema económico en toda su magnitud. Fundaminski hablaba con rara elocuencia, y su discurso produjo una fuerte impresión.

La mayoría del Comité Central se inclinaba por la fórmula de compromiso propuesta por Chernov. Los compañeros no se daban cuenta de que dicha fótmula destruiría la Organización de Combate y toda esperanza en el terror central en el futuro próximo. Entonces Azev se levantó y dijo:

- Mantener sobre las armas es imposible. Esto no son más que palabras. Tomo sobre mí la responsabilidad de decir que la Organización de Combate queda disuelta.

El Comité Central se mostró de acuerdo con su opinión. Yo consideré y sigo considerando como un error esta resolución del Comité Central. Idéntica opinión tenían los compañeros terroristas a quienes interrogué.

No había elección. Teníamos que someternos al Comité Central, o ir a la ruptura abierta con el partido. Optamos por la primera actitud, por considerarla un mal menor. En aquel tiempo, nuestra actuación independiente del partido era Imposible: la organización era débil, no teníamos recursos propios y con el estado de espíritu optimista existente, no podíamos esperar ayuda alguna del exterior.

De este modo se dejó escapar el único momento favorable en la historia del terror. En vez de aprovecharse del pánico del Gobierno y del aumento de prestigio del partido e intentar resucitar la Organización de Combate con toda su fuerza anterior, el Comité Central, por consideraciones de orden teórico, entorpeció el desenvolvimiento del terror. Los miembros de la Organización de Combate se fueron a sus casas, ésta se desmoronó. Había individuos aislados que tomaban parte en actos terroristas, pero no había un todo Ünico, fuerte por su unidad. Debo hacer una reserva. A mi juicio, la culpa de esa resolución no recae en ningún caso sobre el Comité Central. Este expresó conscientemente en aquel momento la opinión de la inmensa mayoría del partido y no es, naturalmente, culpa suya, si éste, en el momento decisivo, resultó que no era terrorista ni suficientemente revolucionario.
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