Indice de Memorias de un socialista revolucionario ruso de Boris SavinkovLIBRO PRIMERO - capítulo terceroLIBRO PRIMERO - Capítulo quintoBiblioteca Virtual Antorcha

Memorias de un socialista revolucionario ruso

Boris Savinkov

LIBRO PRIMERO
LA EJECUCIÓN DE PLEHVE
CAPÍTULO CUARTO


El plan del atentado consistía en lo siguiente: Todos los jueves, cerca de las doce, Plehve salía de su casa, dirigiéndose por la Fontana al Neva y por la orilla del Neva al Palacio de Invierno. Regresaha por ese mismo camino o por la Panteleimonovsikaya, por delante de la segunda puerta del departamento de policía hacia la entrada principal, en la Fontana. El proyecto era esperarle en el camino. Pokotílov, con dos bombas, debía realizar el primer ataque. Saldría al encuentro de Plehve en la Fontana, cerca de la casa de Schtiglitz. Borichanski, también con dos bombas, debía esperar a la vera del Neva cerca del callejón Ribni. Sazónov, con una bomba oculta en el coche, aguardaría junto a la entrada del departamento de policía, de cara al Neva. En la otra parte de la entrada, también frente al Neva, estaría apostado Matseievski. Este, al acercarse el coche de Plehve, debía descubrirse, y con ello dar la señal a Sazónov. Finalmente, en el puente Tsepni, desde donde se divisaba toda la Panteleimónovskaya, se situaría Kaliáev, al cual debían ver tanto Pokotílov como Sazónov. Su misión consistía en advertirles en caso de que Plehve regresara por el prospect Liteini.

La disposición no era acertada. La acción se desarrollaba en las puertas mismas de la casa de Plehve, donde, además de las fuerzas montadas y a pie de la guardia local, había en todas partes, en la calle, en las esquinas, en el puente Tsepni, muchos agentes de la Okrana; la atención de Pokotílov se dividía entre la carroza esperada de Plehve y Kaliáev, y la de Sazónov entre Plehve, Kaliáev y Matseievski. Aparte de esto entraban en acción, y por consiguiente se hallaban sujetos a los mismos riesgos, dos hombres desarmados, innecesarios de un modo inmediato para el atentado, Kaliáev y Matseievski. Los defectos de la disposición se desprendían necesariamente de la insuficiente observación. La ignorancia del trayecto -la posibilidad del paso de Plehve por el Liteini: y por la Panteleimónovskaya-. obligaba a apostar a Kaliáev en el puente Tiepni, y el hecho de que Kaliáev no conociera apenas la carroza del ministro hacía participar de la empresa a Matseievski. Todas esas circunstancias eran precisamente las que inducían a Azev a considerar prematuro el atentado.

El 16 tuve una entrevista con Pokotílov y Schvéizer para ponernos de acuerdo sobre los últimos detalles. Tuvo lugar en el cementerio del monasterio Alexandre-Nevski, cerca de la tumba de Chaikovski. Schvéizer examinó fría y tranquilamente. hasta los menores detalles, nuestro plan, Schvéizer debía realizar una tarea difícil: durante la noche, preparar cinco bombas, y al día siguiente por la mañana distribuírlas a los participantes en el atentado, Pokotílov, como siempre, estaba agitado. Decía calurosamente que el éxito era seguro, y que sería a él, y no a Borichanski o a Sazónov, a quien correspondería el honor de matar a Plehve. Insistía asimismo en que en el caso de que le tocara a Borichanski arrojar la primera bomba, corriera, no hacia el callejón, sino hacia él. Decía que con sus bombas sabría defenderlo a él y defenderse a sí mismo. Durante nuestra reunión en el cementerio, en el camino cercano apareció inesperadamente un pristav (1) con un destacamento de policías. Entre las cruces de las tumbas brillaron los sables y las espuelas. En aquel mismo momento, Pokotílov sacó el revólver y con paso rápido se fue al encuentro de la policía. Schvéizer esperaba tranquilamente cerca de la tumba, con la mano en el bolsillo en que tenía el revólver. Alcancé a Pokotílov con dificultad. Se volvió y me dijo:

- Márchese con Pablo, y yo les contendré durante unos minutos.

Los policías se acercaban por la avenida del lado. Cogí a Pokotílov por el brazo:

- ¿Qué hace usted? Esconda su revólver.

Quiso contestarme algo; pero en aquel mismo momento los policías doblaron la otra senda y desaparecieron de nuestra vista. No era a nosotros a quien buscaban.

La noche del 17 al 18 de marzo la pasé con Pokotílov. Estuvimos en el teatro Variétés hasta el amanecer, y tan pronto apuntó el alba nos fuimos a pasear por el parque de la isla. Pokotílov estaba pálido y agitado, le brillaban gotas de sangre en la frente y tenia las pupilas dilatadas por la fiebre.

- Creo en el terror -decía-. Para mí toda la revolución consiste en el terror. Ahora somos pocos. Seremos muchos, ya lo verá usted. Es posible que mañana yo deje de existir. Esto me hace feliz y me enorgullece; mañana Plehve será muerto.

Por la mañana, a las ocho, me despedí de él para volvernos a ver dentro de dos horas. A las diez, en la línea 16 de la isla de Vasiliev, Schvéizer entregaría las bombas a los participantes en el atentado. Para ello debía dirigirse en el coche de Sazónov a una casa convenida de antemano. Pokotílov tenía que ir en coche hasta el puente de Tuchkov, donde, después de tomar su bomba, cedería el puesto a Borichanski, quien le aguardaría en el puente; éste, una vez en su poder la bomba, debía salir junto con Schvéizer, quien dejaba en el coche la última bomba para Sazónov. Borichanski, impasible, como siempre, ni aprobaba ni desaprobaba nuestro plan. Escuchó silenciosamente todos los detalles relativos a la disposición, y a la hora designada se presentó puntualmente en el puente de Tuchkov.

Vi cómo Schvéizer, sentado en su coche, se acercaba a Pokotílov, y cómo éste se colocaba en el coche de Sazónov. Fuí en busca de Kaliáev, que estaba disgustad:

- No hay bomba para mí. ¿Por qué Borichanski y no yo?

Le tranquilicé diciéndole que con tres hombres armados de bombas había bastante, y que Borichanski tendría el derecho de decir lo mismo que él si la bomba se hallara en las manos de Kaliáev y no en las suyas.

- Yo no quiero correr menos riesgo que los demás.

Le dije que el riesgo era siempre igual, y que en caso de detención sería juzgado junto con los demás y por la misma ley. Kaliáev no contestó nada.

A las doce, tal como habíamos convenido, me fui al Jardín de Verano, me senté en un paseo situado en un arroyo paralelo a la Fontana y esperé. Sazónov, Pokotílov, Borichanski, Yosef Matseievski y Kaliáev ocuparon sus puestos respectivos. Transcurrió de este modo media hora.

De pronto resonó un estallido, como si se hubiera producido una explosión. Involuntariamente me levanté.

En la otra parte de la Fontana todo seguía tranquilo. Había disparado, como todos los medio días, el cañón de la fortaleza de Petropavlosk.

En aquel instante, en las puertas del jardín apareció Pokotílov. Estaba pálido y se dirigió rápidamente hacia mí. En los bolsillos de su gabán se notaba ostensiblemente el bulto de las bombas. Se acercó a mi banco y se dejó caer pesadamente en el mismo.

- La cosa no ha resultado. Borichanski se ha marchado.

- ¿Quién se ha machado?

- Borichanski.

- No puede ser.

- Yo mismo lo he visto. Se ha marchado.

Salimos con Pokotílov del Jardín de Verano. En el puente de Tsepni, apoyado en la barandilla, levantando la cabeza y sin apartar la mirada de la Panteleimonovskaya, estaba Kaliáev. Nos miró, sorprendido; pero no se movió del sitio.

No puedo explicarme más que por una feliz casualidad que esa primera tentativa de atentado terminara sin consecuencias funestas. Kaliáev saltaba tanto a la vista, su actitud tensa y la concentración de toda su figura resaltaba hasta tal punto de la multitud, que no puedo comprender cómo no llamó la atención de los agentes de la Okranu que infestaban el puente y la Fontana. Más tarde él mismo decía que estaba completamente convencido de que le detendrían, de que era imposible que no detuvieran a un hombre que durante una hora había estado observando la casa de Plehve. Pero, a pesar de ello, fue el último que se marchó de su puesto, cuando Sazónov y Borichanski abandonaron ya la entrada principal.

Tan pronto salimos del puente con Pokotílov, se pusieron en movimiento los policías, y desde Neva a la Fontana pasó ante nosotros una carroza tirada por caballos negros y con un lacayo de librea en el pescante, En la ventanilla apareció un instante el rostro tranquilo de Plehve. Pokotílov cogió la bomba; pero la carroza se hallaba ya lejos y se acercaba a Sazónov. Nos quedamos un momento anhelantes, en espera de la explosión, pero la carroza pasó por delante de Sazónov y, metiéndose en uno de los portales, desapareció ante nuestros ojos. Volví al sitio en que estaba Kaliáev, y le dije que fuera al lugar previamente convenido para entrevistarnos. Pokotílov se acercó a Sazónov para tbmar el coche. Vi cómo Sazónov hacía signos negativos con la cabeza. Entonces me acerqué yo:

- ¡Cochero!

- ¡Ocupado!

Me detuve y me quedé mirando fijamente a Sazónov. Este estaba muy pálido. Balbucí:

- Márchese en seguida.

Pero movió de nuevo la cabeza negativamente. Pasé por delante de él y llamé a Matseievski; p€ro nuevamente oí la misma respuesta:

- ¡Ocupado!

Volví la cabeza hacia el puente Tsepni. Kaliáev seguía en su puesto.

Así aguardaron una media hora más, ya sin esperanza alguna. El fracaso de Sazónov ocurrió por una de esas casualidades que es imposible prever ni evitar. Como estaba convenido, Sazónov se situó cerca de las doce en su sitio, de cara al Neva, de modo que pudiera ver a Matseievski en la orilla de la Fontana y prepararse para arrojar la bomba. Esta, que pesaba siete libras, se hallaba en sus rodillas, cubierta por la manta. Para lanzar la bomba era necesario desabrochar la manta y levantar el explosivo, lo cual exigía unos segundos. Pero el hecho de que se hubiera negado a aceptar pasajeros repetidamente, provocó las cuchufletas de los demás cocheros. En la larga fila formada por estos últimos se distinguía a Sazónov, por hallarse de cara al Neva, mientras que todos los demás se hallaban situados de cara al lado opuesto, al circo. Esas burlas, esto es, el miedo a infundir sospechas, le obligaron a volver el caballo hacia el otro lado y colocarse de espaldas a Matseievski. De este modo, Plehve, al regresar, no fue visto por él, y pasó por delante de SazÓnov con una rapidez inesperada. Sazónov cogió ]a bomba; pero era ya tarde.

Este primer fracaso nos enseñó mucho. Comprendimos que antes de cortar había que tomar la medida siete veces.



Nota

(1) Jefe de Policía.
Indice de Memorias de un socialista revolucionario ruso de Boris SavinkovLIBRO PRIMERO - capítulo terceroLIBRO PRIMERO - Capítulo quintoBiblioteca Virtual Antorcha