Índice de El socialismo en México de Rafael Pérez TaylorCapítulo anteriorSiguiente capítuloBiblioteca Virtual Antorcha

III

EL PEON DEL CAMPO

Un autor dijo: El hombre que explota la naturaleza, es por todos explotado; cuando el labrador debiera ser el hombre más feliz de la tierra.

La propiedad a nadie le corresponde con más derecho que al hombre del campo: por herencia, por atavismo y por trabajo.

Toda su familia, desde quién sabe qué remotísima edad, ha trabajado fecundando la tierra para bien de otros.

Esos hombres que alimentan a la humanidad, son los más escarnecidos y los más despreciados.

¿Qué pasará el día que los labradores se declaren en huelga?

Que no habrá mercados ni habrá comestibles y el comercio quedará paralizado.

El clero lo explota pidiendo limosnas cuando no llueve; hay que efectuar procesiones para cumplimentar a Santa Casilda o a San Juan Nepomuceno; los gobiernos, en caso de guerra, inmediatamente ocurren a los campos para reclutar hombres y al final cuidan y trabajan las tierras para los hacendados, pero nunca para ellos.

Tienen vestido, fuego y techo, cuando durante cuarenta años de labor han logrado tenerle cariño al pedazo de su bohío, donde han educado hasta tres generaciones y que ha hecho su atmósfera de familia, viene el amo y le arroja de la manera más despiadada para construir allí, en lo que fue pedazo de su alma, una caballeriza.

Brilla la aurora majestuosamente en el horizonte, comenzando a despertar a la tierra de su letargo pesado de obscuridad.

Entra la luz en una choza miserable, donde arrojados como bestias de carga, duermen fatigosamente el peón y su dolorida familia.

Se despierta la mujer y con paso cauteloso comienza a encender el fogón y a calentar el escueto y reducido desayuno que dará fuerzas a su esposo para mantenerse en pie durante doce horas de brutal labor.

El condumbio se compone de piloncillo con agua, una tortilla gruesa y a veces como gran lujo un vaso de leche enviado por algún amigo cariñoso de ranchería cercana.

El peón se desayuna aquello con fruición, coge sus útiles de labranza y se va a campo abierto, bajo el frío crudo de la mañana, hasta el lugar donde tiene su tarea.

Saluda con humildad de esclavo al soberbio capataz, y sumiso y obediente comienza a abrir anchos surcos en la tierra aún húmeda por el rocío de la mañana, mascullando entre sus labios curtídos por la intemperie, maldiciones contra la injusticia de la vida.

Y cuando ve llegar al hacendado, al patrono, en lujoso carricoche, haciendo sonar las briosas jacas, la gerencia de sus cascabeles, entonces siente odio profundo hacia aquel individuo que le paga mísero jornal chupándole su vida, mientras él anda feliz gozándose en la contemplación de sus trabajadores que, como esclavos y como bueyes, aran la tierra.

Ya terminó el día, el sol encendiéndose tras las lejanas montañas, tiñe a la tierra con un colorido de sangre.

El ganado pasa por el camino beatíficamente haciendo sonar el cabresto su esquila.

Ladran los perros en la llanura.

Y nuestro trabajador, cansado, aburrido y lleno de desesperación, analiza en su torpe cerebro el por qué de la injusticia: él trabaja la tierra, él deja su vida en la tierra y los productos son para otros.

Si no fuera por él y sus compañeros, las trojes estarían vacías y el amo en quiebra, luego si todos, indicando con esto muchas familias en la miseria, trabajan para enriquecer a uno ¿por qué los malos tratos? ¿por qué los despotismos? ¿por qué el látigo del capataz? ¿por qué en los días de raya, en lugar de pagar con dinero pagan con mercancías adulteradas?

Renegando llega a su choza, se encuentra a su mujer enferma, con tres pequeñuelos que gimen de hambre, desconsolados en un rincón; entonces siente odio a la vida, odio a la humanidad y odio a todo lo creado.

Ya el peón está resignado; hasta él han llegado las doctrinas salvadoras del Socialismo, ahí está su felicidad y la de sus compañeros, siente consuelo.

Ve brillar ante sí hermosas perspectivas de la igualdad cuando ve pasar al orgulloso amo, enséñale sus robustos brazos en son de amenaza y seguro de sí mismo le grita:

¡Ya nos veremos! Yo soy la fuerza que se va a organizar, soy la savia; y tú eres la debilidad, la miseria, el inútil que pronto caerás por tus vicios y tus egoísmos en brazos de los ahora explotados.

Cúbrese su rostro de alegría, estrecha a sus hijos y murmúrales apasionadamente:

¡Ya llegará el día.


El Minero

Este es uno de los explotados que lleva la vida más infeliz; siempre debajo de la tierra y a un paso de la muerte por asfixia, explosión, derrumbe o incendio.

Su vida está amenazada de continuo; vida acostumbrada a oír el reventar de la dinamita.

Son los que arrancan los tesoros más valiosos de las entrañas de la tierra, y los que más mal remunerados están en relación a su trabajo.

Vedlo vacilante, con sus pies hechos para tantear abismos, desencajado por la falta de aire puro, con su espalda encorvada, esa espalda que ha sostenido cestos pletóricos de riquezas.

Conozco mineros que ganan treinta centavos diarios.

A las siete de la mañana ya está el pueble en la mina; dejan en una labor el morral con su comida; cogen su barra y haciendo prodigios de equilibrio en las escaleras de mueca bajan a las profundidades de la tierra.

Como sus señores diputados, han permanecido en el ostracismo, la Secretaría de Fomento no ha enviado inspectores de minas para que obliguen a los dueños a reforzar los paredones y a poner malacates de vapor en lugar de malacates de sangre.

Su vida bien triste: a merced de la madre casualidad.

Muchos de ellos duermen en la boca de la mina o a la intemperie.

Si son buscones, y descubren una buena veta, después de trabajarla y de ponerla en bonanza, viene un extranjero los embauca y denuncia la mina como suya.

Si esto no sucede, lleva su metal con muchas fatigas al pueblo más cercano donde exista una oficina de compra y venta de metales; si lleva buen metal le dicen que no vale nada, le dan una bicoca por él y procuran con artimaña saber dónde se encuentra la mina para denunciarla.

Por todas partes explotación; por todas partes engaño.

El minero como el peón, deja su sangre y salud en la tierra sin ningún fin práctico, más que el de conseguir guardar su equilibrio estomacal.

Ve que el sol calienta a todos; que el agua de los ríos sirve para calmar la sed de todos, ambos productos de la naturaleza y sin embargo, la tierra que es también demostración de la naturaleza, la han acaparado unos cuantos ricachones con detrimento de los humildes y de los pobres.

El minero también contempla en la santa y humanitaria doctrina del Socialismo nuevas auroras; sabe también que un día no lejano trabajará para sí mismo, sin obsequiar los esfuerzos materiales e intelectuales de su ser a otros individuos.


El Obrero

El obrero mexicano puede dividirse en dos clases: el obrero peón y el obrero artesano, el que sabe un oficio.

El obrero peón es el que hace únicamente trabajo material, inferior en inteligencia y el más numeroso.

El obrero artesano es el que tiene un oficio bien definido, como carpintero, minero, tejedor, herrero, zapatero, sastre, cantero, pintor, etc., etc., y pone en juego además, su inteligencia, para el desarrollo de su oficio.

El trabajo del obrero peón, es fácil y por lo tanto poco remunerado. Su trabajo pueden desempeñarlo también mujeres y niños.

El trabajo del obrero artesano es a veces bien remunerado y su grito en favor del Socialismo, es por las injusticias que cometen los patrones en traer a sus talleres a extranjeros que ejecutando su mismo trabajo ganan más salario que él.

Nuestro obrero mexicano, con la humildad característica del burócrata, es una manifestación elocuente de su impotencia ante el patrón por falta de organización.

Pobre obrero; tú el de corazón más noble y más abierto para acoger doctrinas nuevas, eres el hazmerreir de los agitadores profesionales, que te explotan y befan con sus doctrinas incendiarias e imposibles; de los periodistas ignorantes y apasionados por su ídolo político que te llaman mugroso, pelado, flojo y otros epítetos a discreción; de los políticos ansiosos por los quinientos pesos que te ofrecieron sostener la Ley de Accidentes del Trabajo en el Parlamento, así como los Concejales que te ofrecieron arreglar las banquetas y calles de tu colonia.

Tú obrero, vales más que el empleado burgués y el aristócrata, porque eres práctico y llevas templada el alma en el yunque de la desgracia y de la miseria.

Adelantas sólo por tus méritos, mientras que el empleado burgués adelanta únicamente por la antigüedad, en la oficina.

Tú buscas el asociarte sin que te importen las amenazas del patrón. El empleado burgués, que no puede declararse en huelga por falta de ánimo, que se ha aferrado a su pupitre como un molusco; no se asocia por miedo de perder su plaza que le ha costado el sacrificio de toda su juventud y se ve obligado a engañarse a sí mismo ocultando sus opiniones tanto políticas como sociales.

El obrero peón es noble de instinto, pero ignorante de condición. Es de temperamento accesible e impresionable. Cuando su compañero habla, lo sigue respetuosamente y si habla otro orador en seguida, expresándose en contra de las opiniones del primero, lo escucha con la misma atención, aunque le es muy dificultoso el sostener un justo o aproximado criterio y perdurando casi siempre las expresiones del último que habló.

Impresionable por temperamento, sigue a los que le prometen mayores bienandanzas, siendo carne de agitador.

Este obrero sufre decepciones irritantes, y, como es el menos instruido, es el más dócil para los fines de los exaltados.

Entre los agitadores que buscan únicamente catequizar al obrero para aumentar las entradas pecuniarias del Partido y usando retazos de frases humanitarias muy acerbadas, hay quien pregone de la manera más vergonzante que la intelectualidad es el peor enemigo del obrero y si los gobiernos y las agrupaciones, como la Casa del Obrero, se afanan para diseminar ilustración por medio de escuelas nocturnas o conferencias, el obrero se dirá para qué aprendo, si el saber es mi peor enemigo y entonces odiará a los maestros, odiará a los instructores y en lugar de ser el Socialismo una doctrina de amor, como lo es, se transformará en una doctrina de rencor y odio.

Sépanse esos señores agitadores, que no saben a veces ni serlo, en los que la ignorancia y la mala fe rebasan sus procedimientos, que no son los intelectuales los peores enemigos del proletariado, sino los explotadores de su desgracia, los vividores del obrero que se encuentran a veces entre los obreros mismos. Todos pueden cooperar al desenvolvimiento de la doctrina socialista, todas las clases sociales: políticos, anarquistas, artistas, intelectuales, obreros llevando por lema en su frente la gran palabra de la honradez.

Esos agitadores políticos que nunca discuten el valor de una opinión, sino únicamente al individuo que la expone y si es de una opinión distinta a la suya, si busca otros procedimientos más racionales para llegar al mismo fin, entonces lo llama miserable, apóstata, que es un perfecto imbécil o un criminal infame y sin recibir otra cosa en su cabeza que injurias, estos son los verdaderos pulpos, los verdaderos imbéciles que descarrían al obrero hacia la desgracia y hasta la desesperación.

El obrero peón es sano por naturaleza, e intoxicado por la bilis de los políticos fracasados, anatematizado en las sociedades burguesas, befado por los patronos, y, sin encauzamiento ni orientación fija, terminará por renegar de sus compañeros y enfangarse en los vicios para calmar las inquietudes de su espíritu sufrido y batallador.

El obrero artesano, más consciente y más ilustrado que su anterior compañero; que discute y dirige las asambleas, que trata de mejorar su condición actual, tanto en el hogar como en su indumentaria, que tiene convicciones firmes y arraigadas, que estudia y medita, que cuando los agitadores de oficio le dicen con voz de trueno y ademanes epilépticos: compañero, odia al burgués porque es más rico y va más bien vestido que tú, el que come bien no podrá nunca comprender la desgracia de los miserables, hay que vivir en la desgracia; muera el dinero; abajo los profesionistas; nosotros lo somos todo, etc., etc., aunque a la salida, no obstante haber renegado del dinero, pida un préstamo al más humilde de los concurrentes, con ninguna probabilidad para el donante de volver a recuperar su dinero, el obrero artesano mira con lástima a esos individuos y los desprecia.

Sabe que todos los obreros tienden a mejorar, moral, física, pecuniaria e intelectualmente y si hay individuos que fomentan su ignorancia y sus pasiones, son como los frailes que embrutecen para vivir de los fanáticos.

A vosotros los obreros conscientes, los artesanos, os está encomendada la gran tarea que, si bien la burguesía es un pulpo que oprime, los agitadores políticos son unos minotauros que embrutecen.

A los intelectuales nos queda el recurso del libro, de la prensa y de la tribuna para atacar a esos malos compañeros.

Y vosotros que les inspiráis más confianza, ya sea por la afinidad en el vestir, por lo accesible de vuestro lenguaje, por la desgracia que a todo batallador nos une, hacedles ver su error, combatidlos y procurad llevar a unos y a otros por el camino del amor.

El problema en México es el problema de las concesiones mutuas: que el patrón se interese por el obrero y el obrero por el patrón, esa es la base psicológica de nuestro socialismo, lo demás es hacer obra mala.

En la actual circunstancia, tanto necesita el obrero del capitalista, el trabajo del capital, como el capitalista del obrero y el capital del trabajo, faltando uno de estos factores, viene el desequilibrio y la catástrofe.

Yo, con los radicales socialistas, espero que tarde o temprano la igualdad económica tendrá que subsistir, por ahora es una loca quimera el intentar realizarla en nuestro medio.

El obrero artesano busca como finalidad, al bienestar por el trabajo; el trabajo es quien lo ennoblece y purifica todo.

Este no anda en huelgas, ni escándalos, ni se deja engañar por los que traen el talismán de la buenaventura; sabe perfectamente bien que si es displicente y mal artesano, tendrá que ganar poco y, si es por lo contrario, activo e inteligente, tendrá buen salario.

Vive la realidad con toda su desdicha y procura su mejoramiento por medios razonables: no de vociferaciones, sino de organización.

Y, cuando esté admirablemente organizado y con fondos suficientes para sostenerse algún tiempo, entonces buscará, no la Huelga Parcial, que es arma de dos filos y puede herir a ambos contendientes, sino la Huelga General.

Este obrero consciente busca en el socialismo una arma para defenderse contra las injusticias del patrón.


Injusticias de orden económico y moral

Porque el patrón está de mal humor, echa a la calle, sin causa justificada, al mejor obrero, estando éste a merced del dengue de un superior.

Si después de trabajar con ahinco varios años y concibiendo una mejora inmediata por su trabajo y no por favoritismo, introducen a su taller a otro empleado ganando mayor sueldo con menores facultades de adaptación y teniendo luego los patronos hasta el refinamiento de proponerle al obrero que tiene la justicia, de que le enseñe su trabajo al recién llegado, quien goza de mayor sueldo; esta injusticia irrisoria, es una de las bases que origina al obrero a abrazar el socialismo, buscando en él la justicia y la libertad, bajo bases lógicas.

Este obrero será el que dé gloria a su país, gloria a sus compañeros universales y emulación a los compañeros descarriados para que sigan e imiten su conducta y camino.

Este obrero será el cimiento de la riqueza nacional y el orgullo de su gremio.

Imitadlo, buscando en el trabajo únicamente el bienestar para su condición obrera.

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