Índice de Crónicas y debates de la Soberana Convención Revolucionaria Recopilación de Florencio Barrera FuentesSesión del 6 de marzo de 1915 Segunda parte de la sesión del 8 de marzo de 1915Biblioteca Virtual Antorcha

CRÓNICAS Y DEBATES
DE LAS SESIONES DE LA
SOBERANA CONVENCIÓN REVOLUCIONARIA

Compilador: Florencio Barrera Fuentes

SESIÓN DEL 8 DE MARZO DE 1915

Presidencia del ciudadano Matías Pasuengo
Primera parte

(Crónica del periódico La Convención, publicada en su edición del día 10 de marzo de 1915)


Bajo la presidencia del ciudadano general Matías Pasuengo, dio principio a las cuatro y cuarenta y cinco minutos de la tarde, la sesión celebrada por la Soberana Convención Revolucionaria, el lunes pasado.

Al hacer la Secretaría el cómputo de los delegados faltistas, y como varios miembros de la Asamblea se acercaran a la mesa, el delegado Marines habló en el sentido de que no debía establecerse el precedente de que con súplicas a los secretarios se dispensaran las faltas de asistencia.

El licenciado Ramírez Wiella, en funciones de secretario, contestó que Se trataba de personas que dieron aviso previamente de encontrarse enfermas.

Luego, se dio lectura al acta de la sesión anterior, y se puso a debate. El delegado Nieto hizo una aclaración relativa al telegrama que el general Jesús H. Salgado envió a su representante en la Convención, ciudadano Mesa y Salinas. El ciudadano Montaño hizo constar que la Delegación del Sur no había aprobado dicho telegrama, y el delegado Treviño manifestó que la Asamblea no reconocía presidentes de grupos. (Aplausos)

Después de una aclaración del licenciado Soto y Gama y de una rectificación del delegado Nieto, se aprobó el acta de referencia, con la reforma propuesta.

A continuación, la Secretaría dio lectura al artículo primero del programa general de Gobierno y lo puso a discusión.

El delegado Velázquez usó de la palabra en contra manifestando que en lo general estaba de acuerdo con el punto a debate, y con el plan de Gobierno, pero que el articulo, en su concepto, no era preciso y se prestaba a interpretaciones torcidas.

El licenciado Ignacio Borrego habló en pro del artículo, pronunciando un razonado discurso que le fue muy aplaudido. El jurisconsulto duranguense estuvo inspiradísimo, hablando de los principios de tierra y unión.

Dijo, entre otras cosas, que había llegado el momento de dar vida y forma al pensamiento de la Revolución. Estudiando el fondo del artículo, opinó que la tierra no puede ser de nadie, porque es de todos y rectificó una apreciación anterior del licenciado Soto y Gama, diciendo que el pueblo del Norte, como el del Sur, se había levantado en armas persiguiendo un supremo anhelo de tierras para satisfacer sus necesidades, y no por ideales políticos únicamente. El orador, que en el curso de su peroración tuvo hermosas y atinadas figuras, fue conmovedor y elocuente.


NOTA

Se continúa lo relativo a esta seslón, con la parte final del discurso del delegado Borrego y el resto de los debates. Las sesiones siguientes aparecen con el texto de los debates publicados por el periódico La Convención.


La pequeña propiedad, o sea la propiedad rural y su producción, trae por consecuencia el abaratamiento de la subsistencia, y diriamos mayor bienestar, no sólo para la clase campesina, sino en todas las clases sociales.

La creación de la pequeña propiedad, además, permite el cultivo intensivo que es el origen de la gran riqueza de Francia y de los Estados Unidos.

Y llegamos al último punto: el derecho que tiene todo hombre a la tierra. Señores, en este principio inmenso está el alma única de la Revolución. Este principio inmenso, fecundo, salvador, encierra la clave del problema agrario, interpreta todo el sentir o todo el pensar de la Revolución, implica el reconocimiento de un derecho perdido, obscurecido, sepultado en el polvo de los siglos; y hablo al proletariado de los campos, a la clase siempre oprimida, siempre escarnecida, abriéndole vastísimos horizontes de libertad, de prosperidad y bienandanza.

La Revolución Francesa entregó a la civilización la libertad de conciencia; la Revolución francesa extrajo de los escombros del altar y del trono, el Decálogo del hombre; la Revolución mexicana arrancó de la catacumba de los siglos el derecho más augusto, el supremo derecho que todo hombre tiene a la tierra, y dice a los que se oponen a este precepto, las palabras que dijera el dulcísimo Nazareno en el supremo instante de su vida: Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen. (Aplausos. Bravos, Vivas)

Y aquí aprovecho la oportunidad para hacer una rectificación a lo que dijo uno de los oradores en una de aquellas sesiones que tanto desorientan, que contristan a los espíritus serenos que buscan el triunfo de la Revolución como el supremo anhelo de la Patria, buscando la unificación entre el Sur y el Norte; nos decía esto aquel connotado orador: que la Revolución del Norte perseguía ideales políticos y que la del Sur perseguía ideales agrarios. No, señor delegado Soto y Gama; allí el pueblo se ha levantado en pos de tierra; allí, el pueblo del Norte, como el pueblo del Sur, exige un poco de pan para satisfacer sus necesidades más apremiantes; allí comprendemos que las reformas políticas serán nulas si no se cimentan sobre bases económicas; pero antes es preciso tener los elementos necesarios para hacer uso de nuestras libertades; la misma ansia de tierras lo exige. (Aplausos)

Señores: quisiera extenderme un poco más, pero comprendo que es casi inútil; voy a terminar con unas cuantas palabras:

La Revolución mexicana, esta Revolución que nació balbuceando libertades y presagia concluir proclamando redención; esta Revolución, inmenso crisol del cual ha de surgir una Patria nueva y una Patria más rica y más poderosa que la Patria mutilada de Santa Anna y la Patria escarnecida de Porfirio Díaz; esta Revolución huracanada y tempestuosa que va destruyendo todo, arrancando todo, como si fuera necesaria esta obra de exterminio para fundar el nuevo orden social, basado en la igualdad económica, basado en la libertad y en la justicia y basado también en la equidad; esta Revolución cuyas voces clamorosas difunden todos los ecos a través de nuestros mares y de nuestras cordilleras; esta Revolución que ha ahogado entre sus robustas manos a sus tradicionales enemigos -el clérigo, el pretoriano y el capitalista-; esta Revolución que en la hora suprema del triunfo tendió a dividirse y a despedazarse en mil fragmentos, se acogió a esta Convención, a esta Asamblea, que es la suprema fuerza, porque es el supremo derecho, y es el derecho porque eS la justicia, y es la justicia porque es la suprema esperanza de redención y libertad; esta Revolución, repito, nos ha venido a pedir que implantemos antes que todo y sobre todo, la reforma agraria, puesto que en la conciencia de todos nosotros está que la cuestión agraria es la principal reforma y el ideal más grande y más noble de la Revolución.

Yo pido a ustedes, señores delegados, que con un solo grito, con una sola voz, unánimemente, aprobemos este artículo. (Aplausos)

El C. presidente
Tiene la palabra en contra el ciudadano Cuervo Martínez.

El C. Cuervo Martínez
Señores delegados:

Verdaderamente no voy a atacar este artículo, porque casi estoy de acuerdo con él, en su fondo, estoy enteramente de acuerdo con él como principio, como idea fundamental. Las observaciones que desde luego voy a hacer se refieren más bien a la forma, y quizá también al fondo, pero en parte insignificante, como cuestión de detalle meramente.

El origen de la propiedad que actualmente tenemos en nuestra República, nos viene de las siguientes fuentes: los terratenientes actuales poseen esa tierra en virtud de herencia, por adquisiciones hechas de mala fe o por medio de malos procedimientos, y por adquisiciones hechas honradamente. Desde la época de la Conquista data el origen de la propiedad de muchos de los actuales terratenientes. (Voces: No se oye)

Esta propiedad ha venido heredándose y ha ido pasando de esta manera de unos individuos a otros, de unas a otras manos; casi todos los grandes latifundios tienen este régimen, y, como dije anteriormente, ha venido transmitiéndose.

Por otra parte, algunos individuos, más listos que los otros, por medio de engaños, por medio de imposiciones de fuerza o por otros medios reprobados por la moral y por la ley, han llegado a tener grandes propiedades, de las que disfrutan en la actualidad.

Son muy contadas las personas que valiéndose de medios honrados tienen grandes propiedades ahora; por consiguiente, teniendo en cuenta el origen vicioso de las propiedades que actualmente tienen los que se llaman grandes terratenientes, es justo y es honrado proceder en contra de esa propiedad mal adquirida. Por esta razón voy a alegar otras que se refieren a la cuestión de los principios: todos sabemos la gran dificultad que hay para el cultivo de grandes propiedades, por la razón fundamental de la escasez de brazos que siempre hemos tenido en nuestra República; más se ve esta deficiencia en el cultivo de las grandes propiedades, cuando éstas han sido heredadas y el terrateniente no está convenientemente preparado para hacer la explotación o el cultivo de esas mismas propiedades.

Al dividirse las grandes propiedades, se evitará esta dificultad y esta falta de producción en esos grandes latifundios, porque entonces cada uno de los pequeños terratenientes podrá, por medio de su asiduidad, por medio de su trabajo, atender al cultivo y a la producción de esa pequeña propiedad, y el conjunto de todas esas pequeñas producciones vendrá a ser, indudablemente, una gran riqueza, poniéndola en parangón con las riquezas que se tendrían siendo un solo individuo el que tuviera que atender una gran extensión de terreno.

Esto prueba el valor y la superioridad que tiene el cultivo intensivo de la tierra sobre el cultivo extensivo.

Ahora, desde el punto de vista de la moralidad, no creemos justo que mientras un gran terrateniente, como uno de tantos que hay en nuestra Patria, venga a ser verdadero señor feudal o cacique, por otro lado tengamos individuos, gentes del pueblo que casi se mueren de hambre; por un lado señores feudales y por otro la gleba pegada a la tierra.

Cuando estos grandes señores poseen grandes latifundios, los hemos visto nosotros en la metrópoli; dejan a un administrador o a un capataz en sus haciendas, para que este administrador o capataz explote a los peones dándoles únicamente los consabidos dos reales diarios, que más tarde se los quitan en la tienda de raya, y lo que les sobra lo van a dejar en el tinacal; mientras el hacendado se pasea por la metrópoli en buenos caballos o en buenos carruajes o haciendo sonar las sirenas de potentes automóviles; y más tarde esos hombres propietarios, siempre viviendo en el lujo y la opulencia, no se acuerdan jamás de los infelices que han dejado en las haciendas y que pasan grandes miserias.

Por todo lo expuesto, se comprenderá que yo estoy enteramente de acuerdo con el fondo del artículo a discusión; pero dada la diversidad de climas de nuestro Territorio y dada la diversidad o diferencia de la naturaleza de los terrenos, y como consecuencia natural de esto, la diversa producción de esas mismas tierras; yo creo que debe agregarse algo al artículo a discusión, para que se faculte a los Gobernadores de los Estados, a fin de que éstos, como conocedores, naturalmente, de las tierras que van a repartir, lo hagan con más justicia y con más equidad.

Esos Gobernadores podrán proceder al nombramiento de Juntas Agrarias locales, y estas Juntas serán las que hagan la repartición de esas tierras. De manera que yo voy a proponer a la Comisión de Programa se sirva, si no tiene inconveniente, aceptar esa reforma al artículo a discusión; creo yo que debe quedar de la siguiente manera:

Destruir el latifundismo y crear la pequeña propiedad, facultando a los Gobernadores para que, por medio de Juntas Agrarias, den a cada mexicano que lo silicite, el terreno suficiente para su subsistencia y la de su familia.

Se me dirá que esto es cuestión de detalle, pero debo manifestar que esos artículos van a leerlos gentes de poca instrucción, de bajo nivel intelectual, y hay que ponerlos de manera que los entiendan, para que, entendiéndolos, los defiendan y pongan todo lo que esté de su parte para defender sus propiedades de cualquier ataque. (Aplausos)

El C. presidente
Tiene la palabra el ciudadano Montaño, en pro.

El C. Montaño
Señores delegados:

Mi palabra es bastante débil para disertar acerca del artículo a discusión, pero, sin embargo, animado de la mejor buena fe, entraré a discutirlo.

Se habla del latifundismo en ese artículo y, la verdad, no puede ser más acertado ese concepto, puesto que todos conocemos que el latifundismo ha sido el creador del feudalismo y, por tanto, ha forjado las cadenas para todos los mexicanos, ha creado miserias para todos los mexicanos, ha creado, verdaderamente, la destrucción de la justicia, y ha creado, verdaderamente, la dictadura.

En la conciencia de todos existe, señores delegados, que destruir el latifundismo significa dar un gran paso en el progreso y en la reforma; dar a cada quien y a cada mexicano la tierra que necesite para su subsistencia, significa destruir para siempre el caciquismo, significa destruir para siempre las propiedades hacendarias que ocupan grandes extensiones de tierra, aquellas extensiones de tierra, señores, que solamente disfrutan una pequeña minoría.

En lo sucesivo, la Revolución, puesto que se ha propuesto resolver un problema tan trascendental, dará a cada ciudadano mexicano la tierra que necesite y hará la positiva felicidad, hará al hombre verdaderamente libre, y dejará su condición de esclavo.

En nuestra Revolución, desde que la iniciamos, casi puede decirse que esa fue la base más fundamental de todas, una de las necesidades ingentes que el pueblo sintió para cambiar su situación económica, para resolver verdaderamente su libertad y para destruír esa tiranía que por tanto tiempo ha pesado sobre las colectividades de nuestro país.

Debemos a todo trance aceptar la destrucción de latifundismo, porque de esa manera, señores, haremos efectiva la resolución del problema agrario; de esa manera podremos asegurar al pueblo que hemos implantado una reforma, reforma tan trascendental que pocos pueblos del mundo han podido llevar a cabo.

La Conquista, como todos sabéis, despojó a los primitivos pobladores de este suelo creó, mejor dicho, a los privilegiados de aquel tiempo, y ese ha sido el origen de la propiedad actual, que no es más que el fruto de la usurpación; no es el fruto del derecho y de la justicia; ha sido el fruto de la fuerza brutal de los arcabuces y del despotismo, y el derecho de conquista no fue el derecho de justicia.

Creo yo, señores, que en la conciencia de todos existe que la mayor parte de las grandes propiedades han tenido por origen la usurpación a sus legitinros poseedores, y el pueblo, no encontrando en el camino de la ley un recurso para adquirir esa propiedades, tuvo que aceptar como único recurso salvador la Revolución; porque es la única que puede tenderle la mano, para sacarlo de ese caos de ignominia y tiranía donde lo ha sepultado el feudalismo brutal en nuestra República.

Todos vosotros conocéis a los latifundistas: Iñigo Noriega. Casasús, Terrazas. Creel y otros que es por demás citar; todos sabemos cómo pudieron despojar pueblos, cómo pudieron reducir a la condición de esclavos a nuestros conciudadanos, a las masas obscuras del pueblo, sobre las que tenían diferentes capataces para sacudir su látigo ignominioso; en la conciencia de todos nosotros existe que los propietarios han ejercido una obra de ignominia, tratando de absorber hasta las últimas propiedades agrarias; y ahora es el momento, señores, en que vamos a resolver de una vez por todas la destrucción del latifundísmo, la destrucción del caciquismo, la destrucción del feudalismo en pro del bienestar del pueblo; porque es una de las promesas hechas por la Revolución, y en este momento solemne, cuando se viene a discutir principios tan altos, el pueblo sentirá en su pecho, el pueblo, sentirá en su alma estremecimientos de júbilo, porque del seno de esa H. Asamblea vendrá a resultar la positiva promesa que se le ha ofrecido cuando ha ido a sacrificar su sangre, su vida, todo lo qUe de caro existe para el hombre en la tierra.

Todos vosotros sabéis los diferentes ideales que se han predícado en la extensión de la República; todos vosotros sabéis que las colectividades, que el general Villa lleva al campo de la lucha, al combate y al sacrificio, llevan ideales sublimes, entre ellos, el de la tierra.

Todos vosotros sabéis que todos los colectiVistas nos hemos levantado en el Sur; al nombre del general Zapata se levantaron a la voz de tierra y a continuación al nombre de libertad.

Todos vosotros sabéis que las tribus yaquis se levantaron a la voz de Maytorena para reconquistar tierras.

Todos vosotros sabéis que las colectividades de Durango a la voz de Pánfilo Natera se levantaron. (Voces: No, no)

Digo de Urbina, Calixto Contreras, etc., fue el alma campesina de aquellas regiones la que se levantó y la que fue capaz de enarbolar el estandarte de la libertad (aplausos) para proclamar, como los Gracos en Roma. la Revolución agraria en el centro de la República; porque todos vosotros sabéis que en los diferentes ideales que figuran en nuestro programa, está la cuestión agraria.

México, señores, tiene la esperanza, la ilusión, de que llegará a la realización de sus ideales, y tengo la seguridad de que aquí, a nosotros los mexicanos, no nos sucederá lo que a los romanos, lo que sucedió a los plebeyos que llegaron a ser corrompidos por los patricios; no creo que el espíritu mexicano esté preparado para dejarse sobornar por los potentados y por los poderosos; aquí, señores, creo que el espíritu mexicano está firme y resuelto a llevar a todo trance a cabo la resolución del problema agrario, que en Roma no pudieron llevar a cabo los Gracos a pesar de su heroísmo; pero aquí en México los mexicanos tienen gran corazón y fe inmensa para poder llevarla a cabo y verdaderamente dejar marcada esta etapa, señores, en la historia, etapa que será una de las más brillantes en la historia del mundo entero.

En Roma, debido a la corrupción, como todos vosotros lo sabéis, las ideas de los Gracos no pudieron fructificar, y sin embargo, los Gracos, y el mismo Espartaco que se rebeló contra los tiranos y opresores de la ergástula, hicieron que las clases que representaban a los esclavos, fueran vengadas por Atila y por Alarico, para hacer la transformación del mundo e implantar un régimen de democracia; democracia que predicó el Nazareno en Galilea; esa palabra que se predicó en todos los desiertos de Palestina; esa palabra que brotó de los labios de Jesús, que creó la reforma del mundo nuevo, y que en la actualidad esa palabra de Jesús ha producido una tempestad para levantar a los humildes y para sumir en una tumba a los orgullosos y a los tiranos.

No me asusto, señores, creo que la Revolución actual, al aceptar ese principio grandioso de la destrucción del latifundismo, para devolverle la tierra a cada mexicano que la necesite para subvenir a sus necesidades y a las de sus hijos, creo yo, señores, que no han podido invocar otro más grandioso que venga a constituir el verdadero frontispicio del Programa de nuestra Revolución; porque en ese principio está el alma del pueblo, la salvación de la Patria; porque en ese principio está la muerte del mundo antiguo y la reforma del mundo nuevo.

Siempre que todos vosotros hagáis efectivo ese principio, siempre que sostengáis ese evangelio, señores, tengo la seguridad de que encontraréis un pedestal más grande que el Popocatépetl, más grande que los Andes de la América, y en el alma de los mexicanos una inmensa estatua de gratitud. Creo que al aceptar ese principio, encontraréis un templo más grande y más poderoso que el que pueda abarcar toda la superficie de la tierra, un templo que tenga más extensión que el firmamento, un templo donde se reúnan nuestras más grandes miras, y ese templo está, señores, en el corazón del pueblo; aceptando este principio encontraréis una vida más sublime, un lauro más gigante: el alma del pueblo mexicano. (Aplausos)

El C. presidente
Tiene la palabra, en contra, el ciudadano Castellanos.

El C. Castellanos
Al haber pedido la palabra en contra de este artículo, comienzo con la declaración que alguna vez hice: que no sabía si iba a hablar precisamente en pro o en contra; pero como es cuestión de forma, más que de otra cosa, me valí del pretexto de pedirla en contra para poder hablar sobre ese asunto.

Hago esta aclaración, porque como éste es un punto extremadamente importante, y en el cual estoy convencido absolutamente que debe llevarse a cabo, no quiero, ni por un momento, que se crea que me opongo a la resolución del problema agrario, que me opongo a que se lleve a la práctica.

Hecha esta aclaración, voy a decir mis impresiones.

Yo consídero, en lo general, que una de las grandes causas de nuestro movimiento revolucionario, obedece a la escasez o a la ninguna cantidad de tierra de que disfruta cada individuo para sus necesidades; así es que como consecuencia lógica e inevitable de esto, viene el primer artículo de la Comisión encargada de formular el proyecto de Programa, que tiene como única base, como único fin, y como único fundamento, darle tierra al individuo que lo necesite; esto es, en lo absoluto, a lo que tiende el artículo, y es a lo que debe tender todo el que quiera resolver el problema agrario; por consecuencia, la segunda parte de este artículo, me parece que encierrá el todo.

El primer artículo dice: dando a cada mexicano la tierra que necesite para subvenir a sus necesidades y a las de su familia; y yo creo que ésa es la base de todo; lo demás que en él se expresa es simplemente condicional, es simplemente la manera, la forma de poderlo hacer, y como en esto pueden entrar multitud de detalles que no son susceptibles de apreciar desde luego, yo quisiera que la Asamblea se diera cuenta de ello, que hiciera distintas apreciaciones, de suerte que en este punto cupieran más tarde todas las prescripciones que vinieran a formar la reglamentación o legislación sobre este mismo artículo.

Dice en su primera parte, destruir al latifundismo para crear la pequeña propiedad. Yo estoy de acuerdo en que se destruya el latifundismo, con una sola condición, que sea indispensable la necesidad de echar mano de esas tierras, para crear la pequeña propiedad; pero yo creo que esto no es absolutamente indispensable, no es absolutamente necesario, porque, como dijo muy bien el señor Velázquez, al hablar en contra de este artículo, hay algunas extensiones de terreno que no pertenecen a un solo individuo, sino que pertenecen a un grupo, ese grupo las cultiva en la misma forma, de suerte que las ganancias, los productos que da este terreno, se dividen entre 8 o 10 individuos; lo que viene siendo como si tuvieran una pequeña parte en la extensión del terreno, hay varios propietarios, y esto puede variar en cada región de la República y en cada Estado. Sin embargo, quiero suponer que en algún Estado haya alguna extensión de terreno a la que se le pueda aplicar el nombre de latifundio; pero si este terreno lo adquiere honradamente, por su trabajo, el propietario; si este terreno, por otra parte, lo cultiva en toda su extensión el propietario, no creo, absolutamente, que asista ningún derecho a la Comisión Agraria, encargada de este asunto, para dar una resolución y obligar al dueño a que venda o a quitarle aquella porción de terreno.

Por otra parte, pudiera suceder que no hubiera necesidad de echar mano de varias extensiones de terreno, las cuales podrían perfectamente suplirse por grandes porciones de terreno qué nosotros tenemos a nuestra disposición y que no nos obligarían a hacer gastos ni mucho menos a quitarles a compañías extranjeras grandes extensiones de terreno.

De manera que todo esto muy bien podría caber al reglamentar la pequeña propiedad; pero no prejuzgar aquí, poniendo como un principio dudoso, esto: dando a cada mexicano que lo solicite, porque esta palabra dando necesita una amplia aclaración; esto de dar, es suministrarle al individuo sin que éste dé un solo centavo, porque bien pudiera suceder que el individuo a quien se va a suministrar el terreno pudiera comprarlo a un tercero o en arrendamiento o a largos plazos, y así sucesivamente.

¿Qué cosa va a servir de cartabón para saber que un mexicano lo necesita?

Pongo por caso que hay un individuo que tiene una profesión, médico o abogado, y se pueden presentar varios casos, por ejemplo, que este abogado gane lo suficiente, pero que de todos modos quiere pegarse a trabajar en la tierra; y por este solo hecho no se le va a suministrar terreno. Puede ser que este profesionista no quiera seguir ejerciendo su profesión, sino que quiera, cpmo habemos varios que no queremos ejercer nuestra profesión, sino cultivar nuestro pedazo de tierra, y entonces bastará la simple declaración del profesionista que díga: no necesito de mi profesión, desde mañana necesito la tierra; y puede haber hombres de buena fe y hombres de mala fe; yo creo que todo esto debe caber, y de hecho cabe, en la reglamentación que se haga del artículo, y puesto que lo que nos proponemos, lo que nosotros perseguimos es que cada mexicano tenga un pedazo de tierra que le subvenga a sus necesidades, propondría yo, en este caso, que el artículo quedara en esta forma: dar o suministrar a cada mexicano -cualquiera de los dos términos- tierra suficiente para sus necesidades; allí cabe todo, por ejemplo: suministrar las herramientas, ¿cómo se le suministra?, al individuo que lo solicite se le da, y al que no lo necesite, se le vende.

Ahora dice: cuando lo solicite; yo creo que esta idea es enteramente abstracta, no prejuzga, ni dice que se viene al latifundismo; cuando se venga a las reglas se dirá: cuando esté en tales y cuales condiciones, entonces se declarará que le es indispensable para su subsistencia; de suerte que siendo el fundamento de este artículo el que cada mexicano tenga un pedazo de tierra, pongamos así: dar a cada mexicano tierra suficiente para su subsistencia y la de su familia. Esta idea es abstracta, y yo creo que de esta manera no da lugar a interpretaciones y se acaba todo. Yo pido que la Comisión Agraria haga la reglamentación de ese artículo.

El C. Soto y Gama
Pido la palabra, como miembro de la Comisión, para hacer unas cuantas aclaraciones.

La peroración del señor doctor Castellanos amerita una serie de aclaraciones que en seguida haré.

La primera aclaración se refiere a que, según él, no puede llamársele latifundio a la posesión de un grupo de individuos con el nombre de comunidad, congregación, etc., propietarios de una extensión más o menos grande, que no sea excesiva, por supuesto.

Esa tendencia a la formación de sociedades o comunidades, o a las tribus, es de tal manera simpática para la Revólución, que evidentemente todo revolucionario consciente la prefiere a la pequeña propiedad, que crea el egoísmo en vez de la solidaridad y apoyo mutuo que es fomentado por la sociedad en común.

El compañero Preciado y el compañero Velázquez, y el compañero Piña, me han explicado que en ese caso de la propiedad en común se encuentran muchísimos intereses entre los ganaderos de Sonora, que poseen tres o cuatrocientas hectáreas para terrenos de pasturas, en número de cuarenta o sesenta personas, y es evidente que eso no es latifundio, y no supone un peligro para los pequeños propietarios, y sí es evidente que es una manera de dar un impulso a la ganadería; cosa que no se lograría de ninguna manera por medio de la pequeña propiedad; de tal suerte que crea el señor Castellanos que, por mi parte, como miembro de la Comisión, no aceptaré como latifundio a esas congregaciones, que en el espíritu de nuestras leyes más viejas y más sabias, está respetar; y en el espíritu de los procedimientos modernos y de las ideas modernas sobre comunismo y solidaridad en el trabajo, está triunfando, con aplauso y con beneplácito.

Lo que sí es un error del señor Castellanos, y grave, pero no es error de la Asamblea, es suponer que los latifundios por el solo hecho de ser bien habidos, cosa muy discutible, pero que discutiremos, se van a respetar. Esto tiene dos contestaciones: la primera, la Revolución no va a cometer la locura de someter la pequeña propiedad a la competencia brutal y aplastante del latifundista, porque entonces no se logra la repartición; es aquello de que el pez grande se come al pequeño, y todavía más cabe lo de que el latifundio atrae al latifundio y lo de que el dinero atrae al dinero; el que tiene posesiones grandes se coge las pequeñas, aparte de que sería imposible la competencia entre el poseedor que tiene elementos bastantes, que tiene procedimientos perfeccionados, que tiene medios adecuados para proveer a sus necesidades y de dar salida a sus productos, también en grande, y puede utilizar tarifas muy ventajosas por medio de fletes en grande, que puede utilizar para su transporte de mercancías furgones o trenes enteros; y es evidente que eso es muy adverso para el pequeño propietario; apárte de que ese latifundista ha adquirido su propiedad por medios lícitos -usemos la frase burguesa- por más que no estemos de acuerdo los socialistas con ese latifundismo; mediante Un artículo del Programa de Gobierno, podemos establecer procedimientos por medio de los cuales se creará la pequeña propiedad, destruyendo el latifundismo; pero los procedimientos tienen adelante un enemigo: la confiscación de los bienes de los enemigos; otro, la expropiación mediante la valorización que se tenga por base en la manifestación hecha a la Oficina de Contribuciones; sobre esa base, mediante esa manifestación, se hará la expropiación.

Entiendo que ha hecho otra observación el señor Castellanos, que consiste en que la tierra se dé a cada mexicano que lo solicite; y no debe ser a cada mexicano que lo solicite, sino que verdaderamente lo necesite, y también a cada mexicano que la trabaje; no sería justo que un abogado, un médico, un comerciante ladino como esos que abundan por allí, comprara la tierra en cuatro, cinco o seis lotes juntos, con distinto nombre, para que no se le llamara latifundista, y con esto estaba hecho todo, y no es ése el objeto de la Revolución.

El que quiera trabajar la tierra, sí tiene derecho a decir: no tengo con qué vivir; esto es distinto. El que la necesite y la quiera trabajar por sí mismo, sí tiene derecho a decir a la Revolución: quiero mi libertad económica, quiero que me des la tierra. La Revolución se compromete a dársela, lo que no quiere decir que la palabra dar implique la idea de regalar; pero la Nación está obligada a proveer a esos hombres, dándoles tierras, pero no al profesionista, ni al comerciante, ni al industrial, que tienen manera de vivir, y no sólo de vivir, sino de robar; ¿cómo se le va a permitir que agregue a sus negocios el del campo? Eso es imposible y contrario a los ideales de la Revolución.

Por eso sostengo la frase al que lo necesite, en el concepto de que no es frase mia, porque yo dije a quien lo solicite; pero algún compañero me hizo comprender que era demasiado elástica; por otro lado, yo considero más pertinente quo lo solicite.

En lo que sí estoy de acuerdo con el séñor Velázquez, es en que la redacción es inadecuada, y espero con mis compañeros, que se reforme la redacción en esta forma:

Destruir el latifundismo para crear la pequeña propiedad, y dar a cada mexicano que lo solicite, la tierra suficiente para su subsistencia y la de su familia.

El C. González Cordero
Pido la palabra, para una interpelación a la Comisión.

Yo suplico al señor Díaz Soto y Gama que, como presidente de la Comisión Agraria, se sirva decirme, si no tiene inconveniente, en que se aclare más el punto en el sentido de que se ponga, que la tierra se dará al que la necesite; porque eso de que al que lo solicite, es un poco abstracto.

El C. Soto y Gama
Los radicales no tendrán el menor inconveniente en decir eso, para el que lo cultive personalmente. Si la Asamblea opina de acuerdo con esto, yo, por mi parte, no tengo inconveniente. (Voces: No, no. Aplausos. Campanilla)

El C. Piña
Pido la palabra, como miembro de la Comisión.

El C. secretario
Habiendo hablado tres oradores en pro y tres en contra ...

El C. Nieto
Pido la palabra, para una interpelación.

El C. secretario
Se pregunta si se considera suficientemente discutido el punto.

El C. Piña
Señor presidente: como miembro de la Comisión, pido la palabra.

El C. Marin~
Pido la palabra, en contra.

El C. Aceves
Pido la palabra, para una aclaración.

El C. presidente
Conforme al Reglamento, tienen derecho a usar la palabra solamente tres oradores en pro, y tres en contra.

El C. Piña
Yo tengo derecho de usar de la palabra, para una aclaración, como miembro de la Comisión.

El C. presidente
Tiene usted la palabra, para una aclaración.

El C. Piña
Como miembro de la Comisión, debo manifestar a los señores delegados, que estoy enteramente de acuerdo con las observaciones hechas por los señores oradores Velázquez y el Lic. Borrego; en el sentido de que se aclaren mejor los conceptos contenidos en el artículo primero a discusión; y al efecto, y no teniendo más que agregar a los argumentos que en pro de este artículo se han emitido, por los varios señores delegados que han hecho uso de la palabra, me concreto a proponer a la Asamblea se sirva aprobar el artículo primero, en los siguientes términos:

Destruir el latifundismo, crear la pequeña propiedad y conceder a cada ciudadano que lo solicite, la tierra bastante para subvenir a las necesidades y a las de su familia.

Creo pertinente dar algunas razones encaminadas a demostrar la conveniencia de que se diga aquí que se dará tierra bastante al ciudadano que lo solicite, en lugar de decir: tierra bastante al que lo necesite. La razón, en mi concepto, es obvia. Frecuentemente pudiera suceder que un profesionista, que algún individuo que se dedica a cualquier negocio, convencido de que con ejercer su profesión o continuar haciendo determinado negocio, por ejemplo, el comercio en pequeño, no le es posible obtener honradamente lo necesario para subvenir a las necesidades de su familia.

Toma la determinación de dedicarse a la agricultura en pequeño, y en ese caso, siendo profesionista, o siendo un pequeño comerciante, a juicio del Gobernador o de la autoridad, ¿quién va a juzgar de si el solicitante necesita o no una pequeña porción de tierra?, pudiera negársele ese derecho, so pretexto de que tiene una profesión y ejerciéndola, obtendría lo necesario para la subsistencia de su familia; pero todos sabemos que hay profesiones que no producen nada, atendiendo al medio donde se practican, donde se ejercen; todos sabemos que puede haber un pequeño comerciante que no pueda obtener honradamente utilidades bastantes para subvenir a las necesidades de su familia; ya sea por el medio, por la clase o por la forma en que ejerza su profesión o su negocio. Siendo el deseo de la Revolución que el mayor número posible de mexicanos o de hombres se dediquen a la agricultura, toda vez que ésta es la que engrandece a los pueblos, creo pertinente, de justicia y muy salvador, que la tierra se dé a todo aquel que lo solicite. Buen cuidado tendrá, naturalmente, la ley que venga a reglamentar este artículo, de establecer las condiciones claras y precisas de cómo se debe suministrar esa tierra. (Aplausos. Campanilla)

El C. presidente
Aquí dice el Reglamento que se debe ser breve en las aclaraciones.

El C. Piña
Muy bien. Creo que todos tenemos derecho a hablar sobre asuntos que interesa a todos por igual.

El C. presidente
Entonces, nos salimos del Reglamento.

El C. Piña
Aunque nos salgamos del Reglamento en este caso particular, pues muchas veces hay necesidad de ilustrarnos mutuamente, y por razón del Reglamento todos nos vemos cohibidos e imposibilitados para resolver cualquier asunto y cambiamos opiniones.

El C. presidente
Tiene usted que sujetarse al Reglamento, quiera usted, o no.

El C. Piña
Entonces, termino proponiendo a la Comisión la modificación del artículo primero, en los términos que lo he expuesto.

El C. presidente
Falta un orador en pro.

Tiene la palabra el ciudadano Ramírez Wiella.

El C. Soto y Gama
La modificación se ha hecho por toda la Comisión; no por usted.

El C. Piña
No señor, por eso hice esa aclaración.

El C. Nieto
Pido la palabra, para una interpelación.

Señor licenciado Soto y Gama: le suplico a usted me escuche y me haga el favor de contestar.

Hace poco, en la aclaración que hizo usted parece que le oí decir que en el esplritu de la Revolución puede considerarse como legítimo el hecho de que entre muchos propietarios posean un latüundio. ¿No es así?

Suplico a usted me haga el favor de aclararme el punto.

El C. Soto y Gama
Pido la palabra, para contestar la interpelación.

Como el señor Castellanos expone que la posesión en común de un terreno más o menos veces poseído por varios individuos, podría suponerse que era un latifundio, yo decía que no se podría considerar como tal, siempre que no pasara del límite que se fijara en la ley orgánica de este artículo; aquí no podemos definir cuál es el latüundio de tales o cuales regiones. (Voces: Más fuerte)

Yo contesto simplemente que la posesión en común de un terreno, no exagerado en su superficie, no podría considerarse como latifundio.

El C. Nieto
Yo iba a esto:

Entiendo que el espíritu de este artículo es destruir el monopolio de la tierra, y me temo que muchos de los pequeños propietarios, por su indolencia para trabajar la tierra, llegaran en un pequeño plazo a constituir lo que se llama sociedades anónimas; en este caso suplicaría a la Comisión que me ilustrara, y se ilustrara ella misma, para que la Comisión de Estilo lo tenga muy en cuenta, porque, en mi concepto, significa un gran peligro la unión de muchos propietarios en pequeño que delegarán sus derechos en una sola personalidad para la explotación de la tierra, lo que de hecho vendría a constituir un monopolio.

El C. presidente
Tiene la palabra el ciudadano Ramírez Wiella.

El C. Ramirez Wiella
Señores delegados:

Entre las observaciones hechas al artículo a discusión, creo que quedan resueltas y perfectamente bien definidas si logro, como lo intento, probar esta tesis: que la independencia individual económica, es la base y el desiderátum de nuestra cuestión política.

Tengo yo para mí, señor, que todo lo que viene buscando la Revolución, todas las libertades, la libertad de imprenta, la de ideas, la individual, la de instrucción y la libertad de trabajo, son perfectamente nulificadas, son palabras huecas, viene a ser algo que no satisface a nuestra sociedad. Si esta sociedad, como la nuestra, viene a quedar en las circunstancias actuales presa o arrojada en su mayoría al arbitrio de los capitalistas y patrones o bajo el dominio de los grandes industriales (porque no cabe duda que la falta de nuestro espíritu público, esa indolencia que nos echamos en cara, esa incompetencia para la democracia), no es eso, señores, no hay tal; la naturaleza de nuestra raza es que desde que nacemos, toda nuestra clase humilde, toda nuestra clase pobre, no ve sino sujeción, sino todo ajeno; su prímera mirada es para el patrón, que está muy alto; su primera palabra es de reproche para el patrón toda vez que tiende a quitar de su alma los principios de igualdad y de libertad, porque no tiene para llevar a su boca ni un pedazo de pan, ní tiene nada absolutamente suyo.

Todo está agobiándolo, todo está atropellándolo, y ese hombre que nace bajo la tiranía no puede tener derecho, no puede ejercerlo, no puede dejar de ser esclavo, por más que le prediquemos todas las libertades, si le evitamos la libertad económica de su vida y de su familia. Si logramos la libertad económica, si ese niño, si ese hombre se crea en una atmosfera propia, distinta de la que tiene actualmente; entonces saldrá sobrando que le digamos que tiene las demás libertades, saldrá sobrando que le digamos que esas leyes Son inmutables, esas leyes son inalienables; porque entonces ese niño, creado de una manera libre que no ha conocido hasta hoy nuestra República, sabrá defenderla, así como su libertad incontrovertible. Sabrá vencer el dique infranqueable, la ley y la Constitución lo defenderán, aun cuando nosotros no lo digamos y quitemos todos los artículos de la Constitución y todos los artículos de la Ley.

No hay que perder de vista este principio; porque si ponemos nuestra observación en la situación actual de la República, tenemos que llegar a esta conclusión: que no necesitamos ver libros, ni necesitamos ir a las bibliotecas; bástanos saber que ese hombre, como la mayoría de todos, no tiene independencia económica, no puede por ningún motivo abstenerse de la necesidad del hambre, la de comer, la de mantenerse, la de vivir, cosas que lo impulsan a ser esclavo del patrón y lo siguen haciendo esclavo por toda la vida.

De hombre libre que nace, se ha vuelto un hombre esclavo ¿dada su idiosincrasia, ese hombre, si no tiene la libertad económica, cómo va a defender la libertad de ideas y las demás libertades, si tiene la primera sujeción, la sujeción de la existencia? Y para realizar este fin, esta tendencia económica, no tenemos otro medio, absolutamente ninguno, capital ni primordial; ninguno esencialísimo, como el derecho a la tierra. Así es que al sancionar este artículo, vamos a crear el desiderátum; después de todo, no son más que remedios secundarios, no son más que afianzamientos de esta independencia y de esta libertad.

Al sancionar el derecho a la tierra, como lo ha dicho el señor Borrego con su lenguaje florido y con una idea felicísima, ha dicho cómo vamos a resolver el problema revolucionario.

Nosotros, con este afianzamiento a la tierra, que es lo único que podemos darle, porque la tierra no pertenece absolutamente a nadie, esa tierra es propiedad del hombre, de la humanidad, debe repartirse entre ella y por ella debe ser explotada.

Nosotros, dándosela al hombre por una ley reglamentada y justa, como tiene que ser, habremos salvado todos los problemas de nuestro Programa, los que ya tendrán un carácter muy secundario.

Ahora bien, de nada sirve todo lo que hemos hablado, si dejaran abierta la puerta, como ha dicho el señor Nieto, a cualquier subterfugio que venga a violar ese derecho; porque el latifundismo, por uno, otro o por muchos, vendría a ser ál cabo de muchos años, el latifundismo tal como hoy lo tenemos.

Si nosotros desde hoy para siempre y de una vez por todas cerramos la puerta para que se cree la grande propiedad, si acabamos con la grande propiedad de mañana, si destruimos ese peligro que existe y que es enteramente inmoral; entonces sí habremos afianzado nuestras instituciones políticas, nuestras instituciones sociales y democráticas, cosa que tanto perseguimos.

No es cierto, señor, que el pueblo quiera tal o cual libertad; al pueblo le sucede lo que al enfermo, que se queja de una dolencia, de un malestar cualquiera, y no radica allí su enfermedad, no es ése más que un síntoma, no es más que un carácter sintomático de su mal, y nosotros no debemos curarle con paliativos.

Yo no creo en la libertad de cultos, no creo en la libertad de imprenta ni en la libertad de instrucción; porque eso, señores, no es arrancar el mal de raíz, no es curar nuestra situación política ni social.

Debemos ir como el buen facultativo, estudiando esos sintomas, ir a buscar la causa profunda, la causa radical donde ella se origina; y si vamos a esa causa, para remediarla, entonces habremos salvado todos los síntomas, porque solos desaparecen.

De esa manera se habrán llenado las exigencias del pueblo, el pueblo dice lo que siente, porque, repito, como el enfermo, dice lo que siente, pero nunca, jamás, puede clasificar, como no puede clasificar el enfermo, la enfermedad que padece.

Así es, señores, que reflexionemos; insisto sobre la idea del señor Nieto. Cerremos la puerta, llenemos todos los resquicios que tiene el programa que vamos a sancionar en este punto. Que la reforma que vamos a establecer, sea duradera, perpetua, consistente, y una vez que lo hayamos realizado, habremos hecho un bien más grande que el que nuestra imaginación alcance a concebir. (Aplausos)

El C. presidente
Tiene la palabra el ciudadano Marines Valero.

El C. Marines Valero
En estos momentos pasa por mi mente la situación indefinida en que se encuentran ciento cincuenta mil viudas o un poco menos, porque han muerto muchas soldaderas.

Casi siempre en nuestras leyes, al referirse a mexicanos, se entiende hombre. Si el artículo a discusión abarca también a las viudas, jefes de una familia, en hora buena; pero si no lo abarcan, deberemos en conciencia, porque nosotros somos los responsables de que haya muchas viudas, recordar que pesa sobre nosotros la responsabilidad al llevar al campo de batalla a los hombres.

Por esa razón, declaremos de una vez si la palabra mexicano que lo solicite, quiere decir el hombre. Demos entonces un agregado en que se diga que la viuda se considera como jefe de la familia y tiene derecho a un pedazo de tierra.

Otra aclaración: Las necesidades de la familia varían; no son las necesidades del indio; las necesidades de éste no son iguales a las de un burgués. No creo justo eso, porque se van a aprovechar los enemigos del pueblo y no se van a satisfacer las necesidades del indio; por eso se le da un pedazo chico, y al burgués que tiene luz eléctrica, vinos del Rhin, cognac y automóvil, que se le dé. (Voces: Las necesidades son mayores)

Pues bien, yo soy partidario de la repartición proporcional, igual, porque de otra manera, se comete una injusticia. Con esa frase elástica con la cual hemos estado en contra a cada mexicano que lo solicite, se va a prestar más tarde, para muchas injusticias y muchas bribonadas. Pongamos algo preciso, algo que no deje lugar a que aquí se metan manos insidiosas e infames.

El C. presidente
Tiene la palabra el ciudadano Mesa y Salinas, para un hecho. (Campanilla. Siseos)

El C. Mesa y Salinas
El hecho que deseo asentar, se refiere a lo mismo que el señor Marines ha dicho.

Quiero expresar que en los países democráticos, adonde se ha adquirido una completa experiencia sobre este asunto, se acostumbra que cada individuo, de la nacionalidad que sea, tenga derecho a poseer determinada cantidad de tierra, aunque no en grandes proporciones; esta tierra la conserva en su poder durante dos o tres años, según las leyes.

Por eso deseamos hacer ciertas reformas y poner condiciones que las mismas leyes establezcan para el reparto de tierra; porque hay comisiones o individuos que abusan del pueblo ignominiosamente y retardan ese reparto o esperan una reacción para ellos, tal vez posible.

Creo que este hecho es bastante significativo. Debe tomarse en cuenta, que todo mexicano debía entrar inmediatamente en posesión de una determinada cantidad de terreno, que se le fijaran condiciones y determinado tiempo para llenarlas, y que, si las llenaban, se le diera posesión definitiva de él.

El C. Méndez
Pido la palabra, para un aclaración.

Lamento no haber oído completamente al señor Marines; pero creo que lo único que dijo, fue que se fijara cierta extensión al latifundista, para que se diera definitiva posesión de la tierra.

Entiendo que eso es cuestión de detalle, del que se ocupará la Comisión encargada de hacer la Ley Agraria. Quisiera rectificar algo en este sentido: las condiciones que se deben llenar para poseer la tierra, deben ser, entre ellas, la principal e indispensable condición de que la trabaje.

He visto la manera como está redactado el artículo, y si voy a hablar contra él, es porque dice: crear la pequeña propiedad, es decir, que se divida un latifundio en pequeñas propiedades, para volver propietarios a todos aquellos entre quienes se reparta.

Así sólo se corre el riesgo individual que decía con mucha inteligencia el señor Nieto, de que si tocaban esos terrenos a algún ambicioso, a la larga se formaban los grandes latifundios o los grandes propietarios; en consecuencia, ya sea a la hora de ratificar ese primer artículo o al expedir la ley agraria, debe evitarse hasta donde sea posible, que los pequeños propietarios sean desposeídos, aunque sea por los medios legales, como se hace frecuentemente.

Esos medios son, por ejemplo: el de quitar a un individuo en estado comatoso, embriagado o crudo, el derecho de vivir, el derecho a la tierra, y vender esos derechos, como dice la plebe, por un plato de lentejas.

Todos estos son detalles de redacción. (Murmullos y campanilla)

Estoy hablándo en pro. Me parece, como lo ha dicho el señor Nieto, que son muy dignas de tomarse en cuenta esas observaciones, y que es menester que la Comisión las tenga en cuenta y piense en ellas para evitarse el que mañana o pasado, el pueblo tenga que hacer otra Revolución para adquirir la tierra que debiera tener de una manera segura y definitiva en sus manos.

El C. secretario
La Mesa, por conducto de la Secretaría, pregunta a los señores delegados, si están conformes en que la Comisión de Programa modifique el artículo. (Voces: Sí, en el sentido de la discusión).

Los que estén por la afirmativa; sírvanse ponerse de pie.

Aprobado.

La Presidencia declara un receso de la sesión, por diez minutos.

El C. presidente
Se reanuda la sesión.

El C. secretario
Por haberse retirado el artículo anterior, se presenta reformado, según la discusión.

El artículo reformado dice así:

Artículo primero. Destruir el latifundismo, crear la pequeña propiedad, y proporcionar a cada mexicano que lo solicite, tierra bastante para subvenir a las necesidades de su familia, dándose en todo caso, la preferencia a los campesinos.

Está a discusión. (Aplausos)

Está a discusión. ¿No hay quién pida la palabra?

El C. Mancilla
Pido la palabra, en contra.

El C. Marines
Pido la palabra, en pro.

El C. presidente
Tiene la palabra; en contra, el ciudadano Mancilla.

El C. Mancilla
Señores delegados:

Hablo en contra del artículo, no por el fondo, sino por la forma; dice destruir, y realmente, la palabra destruir no debemos emplearla, porque ya hemos destruido mucho y no debemqs amenazar a la Nación con seguir destruyendo. (Voces: No se oye)

En seguida se habla de latifundismo. Yo, señores delegados, esta palabra no la entiendo. Un artículo que, está hecho para el pueblo, para los pobres, para el pueblo en general, que todos lo somos, entiendo que debe escribirse para que lo entiendan todos.

Yo sólo lo entiendo a medias, porque no sé qué significación deba tener para llamarse latifundios, pues entiendo que se escribe para los rancheros, para los campesinos de mi tierra; y al decirles que están trabajando para destruir el latifundismo, se quedan abriendo la boca, porque esto de latifundio no todos lo entienden. Lo entenderán los de la Asamblea, pero los de la galería no.

¿Por qué no mejor en lugar de decir destruir, no se dice dividir, y en lugar de latifundios decir las grandes haciendas?

Es decir, cosas que entiendan, porque las anteriores palabras, son para los burgueses, los ricos y demás.

Dice que para crear la pequeña propiedad; yo creo que la pequeña propiedad existe; pero si queremos ahora crearla, demos una iniciativa sobre la materia, para aumentar la pequeña propiedad, aunque la propiedad en pequeño la haya en todas partes.

Luego dice: para dar a cada mexicano que lo necesite.

Yo creo que nadie va a confonnarse con lo que tiene. Yo, por ejemplo, compro un lote para mis necesidades; pero cpn esta redacción pediré más, y sucederá que quien lo necesite llegará a carecer de él, porque ya se ve que todo propietario siempre quiere tener más tierra de la que tiene.

Las grandes propiedades, se han hecho poco a poco, tierra y más tierra; así, pues, debemos darla de preferencia a quien no la tiene, para que así pueda alcanzar a repartirse cuatro o cinco veces más.

Después, la reforma termina que se den de preferencia a los campesinos. Yo no sé quién va a clasificar a las gentes; yo entiendo que muchos no son campesinos porgue no tienen donde operar, por ejemplo el peón. Por qué no decimos, vamos a darle al peón, porque de otra manera vamos a dar a Fulano, que tiene un mes de ser campesino, aunque antes haya sido ganadero.

Yo diría que se diera la preferencia a quien se obligue a cultivar inmediatamente la tierra; por todo lo cual yo propondría el artículo:

Dividir las grandes propiedades rústicas, para dar a cada mexicano que lo necesite y carezca de ellas, tierra suficiente para la subsistencia de su familia.

Esto es lo que propongo.

El C. presidente
Tiene la palabra, en pro, el ciudadáno delegado Pérez Taylor.

El C. Marines
Yo la solicité primero.

El C. presidente
No, señor; ya estaba él primero. Se la ganó. (Risas)

El C. Pérez Taylor
Ciudadanos delegados:

Yo creo que después de los conceptos vertidos acerca de las ideas en general sobre la destrucción innecesaria del latifundismo, es innecesario que vierta yo más palabras sobre este concepto. Con objeto dedisertar un poco sobre este trascendental asunto, me bastará el llevar a cabo una ligera descripción sobre el camino del pasado, que nos enseña de manera maravillosa, cuáles han sido y son los fundamentos de las grandes propiedades.

Tanto en la región del Sur, como en la del Norte, el latifundio o la gran propiedad, ha sido siempre forzado, obtenido por medio del abuso. Antes de que las vias de comunicación pasaran por en medio de los campos sembrados, el campo y la propiedad no valíán más que una pequeña cantidad, en relación a cuando esas tierras fueron cruzadas por las vías de comunicación.

El Gobierno pasaba la vía ferrocarrilera y el pequeño propietario viendo que el ferrocarril pasaba por su terreno y que no quería que pasara porque no se le indemnizaba justamente, era llamado por el Gobernador del Estado, y le decía: tu terreno lo tienes que vender a fuerza a determinada persona, o eres llevado de leva al cuartel.

Figuraos el inmenso desengaño de aquel pequeño rural, cuando había tenido infinidad de ilusiones, al pensar que con la vía del ferrocarril, su propiedad tenía que subir, y además, la gran mejora que tendría aquel pequeño pedazo de tierra, al saber que con el ferrocarril podía trasladar de un lugar a otro de la República, con mayores facilidades, los productos de la tierra. Cuando era llamado por el Gobernador del Estado y que éste le decía que tenía que vender la tierra a fuerza, o en su defecto ser consignado al servicio de las armas, aquel pequeño agricultor, que había tenido desde tiempo atrás el cariño a la tierra, que había visto pasar sucesivamente a toda una edad, a toda una familia, desde los padres hasta los hijos y los abuelos; que aquel pedazo de tierra, era una pequeña partícula de la patria, del hogar, y que venía a ser arrancada de la manera más infame por la fuerza bruta del Estado. Entonces, aquel individuo de la raza indígena, pequeño rural, pequeño propietario, quedaba de la manera más inicua, de la manera más vil, despojado de la tierra.

El C. presidente
(Campanilla)

Ruego al señor presidente que no me interrumpa. (Aplausos)

El C. secretario
La Presidencia, por conducto de la Secretaría, suplica al señor delegado Pérez Taylor, que se concrete al punto a discusión. Son muchos preámbulos y perdemos mucho tiempo.

El artículo primero dice: (Leyó) (Voces: Más recio)

El C. Pérez Taylor
Ruego atentamente me haga el favor de leerlo en voz más alta.

El C. secretario
(Leyó el artículo primero)

El C. Pérez Taylor
El artículo es tan diáfano, tan claro y tan sencillo, que yo> creo que no necesita la verba de ningún orador para defenderlo y para aprobarlo. (Aplausos)

El C. Casta
Pido la palabra, para una moción de orden.

Mi moción estriba en lo siguiente: acepto yo que el asunto que estamos discutiendo, mejor dicho, la discusión del Programa, es de mucha importancia, y, por tal concepto, desearía que los señores que hagan uso de la palabra, se concreten a que los artículos que lo forman estén claros y concisos; pero que no vengan a espetarnos discursos porque estamos perfectamente cansados de ellos. Que se circunscriban a hacer rectificaciones o aclaraciones; pero que nos eviten o nos priven de oír esos discursos que no vienen al caso. (Aplausos)

Creo que en esa forma, ganaremos mucho más terreno. (Aplausos. Siseos)

El C. presidente
Tiene la palabra, en contra, el ciudadano Nieto. (Voces: Ya terminó el tiempo destinado a esta sesión; son las dos horas para la discusión del Programa)

El C. Nieto
Señores delegados:

Yo les prometo que no incurriré en los defectos que acaba de decir el señor Casta. (Voces: No lo dije; el punto está aprobado. Campanilla. Desorden)

Le suplico a la Presidencia me proporcione el Proyecto. (Voces: No, no)

Entonces, para no incurrir en el defecto de ayer, renuncio al uso de la palabra.

El C. secretario
La Presidencia suplica, por conducto de la Secretaría, a la Asamblea, diga si considera suficientemente discutido el asunto. (Voces: Sí, sí; no, no)

Se procede a la votación, en vista de que se considera suficientemente discutido.

El C. Nieto
Pido la palabra, para un hecho.

El C. secretario
La Mesa pregunta si será nominal la votación. (Voces: Económica)

Los que estén porque la votación sea nominal, que se pongan de pie. (Voces: Sí, todos. Vamos a votar)

No es nominal. (Voces: Sí, todos vamos a votar)

Los que estén por la afirmativa, que se pongan de pie.

Aprobado el artículo.

El C. Castellanos
Que conste que fue por unanimidad. (Aplausos)

El C. Nieto
Pido la palabra, para un hecho, señor presidente.

El C. Casta
No hay hechos; no hay nada a discusión.

El C. Nieto
No imite usted, señor Casta, a los hermanos.

El C. Casta
Imposible que se haga oír, parece que estamos en una plaza de toros.

El C. Nieto
Yo le suplico a usted que me haga favor de dejarme hablar. (Campanilla; siseos, desorden)

El hecho que quiero sentar, señores delegados, y creo que lo irán a creer los señores del Sur ... (Voces: No hay Sur)

Entonces los del Norte que están sentados aquí. (Voces: No hay más que revolucionarios)

El hecho que quiero sentar es este:

Que los señores Méndez y Soto y Gama estuvieron de acuerdo en el sentido de que se evitaran los monopolios, y ya vieron ustedes como la Comisión no lo hizo. Quería hablar en pro, pero para que la Asamblea no se me eche encima, no hablo.

Índice de Crónicas y debates de la Soberana Convención Revolucionaria Recopilación de Florencio Barrera FuentesSesión del 6 de marzo de 1915 Segunda parte de la sesión del 8 de marzo de 1915Biblioteca Virtual Antorcha