Índice de Juan Sarabia, apostol y martir de la Revolución Mexicana de Eugenio Martinez NuñezPalabras de Antonio Soto y GamaCAPÍTULO IBiblioteca Virtual Antorcha

Juan Sarabia, apostol y martir
de la
Revolución Mexicana

Eugenio Martinez Nuñez

A manera de prólogo


Desde hace tiempo se han venido publicando una multitud de artículos y apuntes sobre la vida y la obra del más glorioso de los cautivos de San Juan de Ulúa, como se ha llamado a Juan Sarabia, pero hasta la fecha no ha aparecido un trabajo de conjunto en que pudieran apreciarse los distintas facetas de la brillante personalidad de este gran ciudadano, que dentro del movimiento social de México fue lo mismo que un luchador por las reivindicaciones obreras y campesinas, un formidable flagelador de despotismos e injusticias, y uno de los más esforzados paladines de los derechos y de las libertades humanas.

Contribuyendo a llenar este vacío, y a la vez para cumplir el encargo con que fui honrado por el Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, presento este trabajo a fin de que el pueblo tenga más amplio conocimiento de los hechos de tan extraordinario combatiente y le rinda el tributo de su gratitud y admiración; porque si bien es cierto que Sarabia fue grande por su labor libertaria y su talento, lo fue más por sus martirios, por su humildad, abnegación y desinterés, y porque como un verdadero apóstol de su credo redentor supo conservarse hasta la muerte limpio de vanidades y torpes ambiciones, pensando con Epicteto que el hombre de bien no hace nada con objeto de que se conozca su probidad, sino que lo hace por amor al bien, y sus acciones son su única recompensa.

Así pues, en el curso de estas páginas consagradas a hacer justicia a tan esclarecido personaje, a quien tuve el honor de conocer y tratar durante los últimos ocho años de su existencia siempre azotada por los más rudos embates de la adversidad, escuchando muchas veces de sus labios, como excepcional distinción, confidencias íntimas de su vida de luchas e infortunios, relataré cómo fueron surgiendo las inquietudes de su espíritu hacia el campo de las contiendas populares, y hablaré de sus méritos más altos: que llegó a la grandeza por su propio esfuerzo y que cultivó su inteligencia en medio de privaciones y sacrificios; que sus energías, su juventud, su existencia entera, las consagró al bien de la humanidad; que soportó con estoica abnegación sus destierros, cautiverios y amarguras; que no le envanecieron sus triunfos ni le humillaron sus derrotas; que jamás alimentó ruines pasiones y supo perdonar ultrajes, ofensas y dolores; que con dignidad y sencillez rechazó halagos, dádivas, y recompensas; que siempre aceptó con entereza la responsabilidad de sus actos y luchó de corazón por los explotados y oprimidos en épocas de cesarismo, mientras los demás permanecían en el silencio ante los atentados e insolencias de la tiranía, aunque supiera que le esperaban el destierro, la prisión o la muerte.

Según lo ha expresado bellamente el exquisito literato Alfonso Cravioto, la vida de Sarabia fue tan breve por el tamaño como las monedas de Libia, pero tan grande por la vibración como las rodelas legendarias, ya que después de una intensa brega por la libertad y la justicia, bajó a la tumba cuando apenas cumplía treinta y ocho años de edad. Uno de sus mayores timbres de gloria es que casi la mitad de su vida ciudadana la pasó en las prisiones por su amor a los humildes y desheredados. No sólo fue perseguido por los tiranos Porfirio Díaz y Victoriano Huerta, sino para vergüenza de los regímenes revolucionarios, como dice Díaz Soto y Gama, lo fue también por Francisco I. Madero y Venustiano Carranza.

En su peregrinaje glorioso dejó jirones de su existencia en las cárceles de su tierra natal, en las de la ciudad de México, en las de los Estados Unidos, y en el presidio de San Juan de Ulúa se consumieron en el silencio y el olvido cinco de los mejores años de su juventud.

Siendo muy joven todavía, casi un niño, inició sus luchas contra el despotismo porfirista cuando en toda la República reinaba la más absoluta sumisión a la tiranía y se perseguía sin piedad a los hombres independientes. Y en aquella época de degradación espiritual en que tribunos y periodistas venales que hoy pasan por modelo de luchadores como Juan Sánchez Azcona, José Ferrel, Trinidad Sánchez Santos, Rafael Reyes Spíndola, Félix Fulgencio Palavicini y otros muchos aplaudían la Dictadura, y en que bardos cortesanos como Salvador Díaz Mirón cantaban servilmente en los banquetes oficiales, la voz de Sarabia se levantó viril para hablar al pueblo de libertades y derechos; y en aquella época de oprobio que todo lo envolvía, él fue sembrador de rebeldías, apóstol de democracia, precursor de la nueva era; fue, como dijo Heriberto Frías en inspiradas estrofas, de los que se empeñan en cantar la aurora a medianoche, cuando todo calla ...

Sarabia fue, en efecto, uno de los escritores y poetas de mayor relieve entre los precursores, con cuyas vibrantes cláusulas de fuego contribuyó poderosamente al derrumbe de la vieja dictadura y despertó el civismo en una generación esclavizada.

Muchos de sus versos de combate, que lo hicieron tan temido por los opresores, se extraviaron en las peregrinaciones que tuvo que hacer por países extranjeros, perseguido sin tregua por sicarios del despotismo, y otros no pudieron escapar de la vigilancia de los carceleros de Ulúa.

Sin embargo, los que se conservan revelan su vibrante inspiración, en la que para prestigio de las letras libertarias sólo encontraron cabida su dignidad ultrajada, las tribulaciones de su madre, los dolores de la patria y los infortunios del pueblo.

Por los parias, Epica, Camino del deber, A mis verdugos, Voz piadosa y otros hermosos poemas suyos, son fulgurantes protestas ante la injusticia, reproches acerbos para la autocracia, y exhortaciones heroicas a la dignidad de los hombres, teniendo todas estas composiciones el mérito de haber sido escritas con su mano encadenada bajo los muros de San Juan de Ulúa y de otras prisiones donde los tiranos y los déspotas acostumbraban encerrar a los amantes de la libertad y del progreso.

La vida de Sarabia está estrechamente vinculada con los hechos cívicos más sobresalientes de nuestro país en los primeros cuatro lustros de este siglo (Se refiere al siglo XX. Nota de Chantal López y Omar Cortés), y su obra intelectual de más de veinte años, toda ella enaltecida con los más nobles ideales de justicia social, se encuentra diseminada en libros y folletos y en multitud de periódicos de combate.

Con su brillante labor en El Porvenir, El Demófilo, Renacimiento, El Hijo del Ahuizote, Regeneración, Vésper, ¡Excélsior! y otras muchas publicaciones de México y Estados Unidos se pueden ver sus fecundos trabajos de luchador contra la dictadura de Porfjrio Díaz, y la herencia que dejó a las generaciones futuras es de positivos e imperecederos beneficios, ya que adelantándose a su tiempo plasmó en el histórico Programa del Partido Liberal, promulgado en 1906 por la Junta Revolucionaria de la que era vicepresidente, muchos de los principios de reivindicación social, obrera y campesina que posteriormente fueron incorporados en los postulados fundamentales de la Constitución de 1917, y por lo cual merece el afecto, la exaltación y el reconocimiento de todos los trabajadores de la República Mexicana.

Por la trayectoria de su vida y de los hechos que se desenvolvieron al derredor de su existencia desde su más temprana edad hasta que dejó de existir después de haber sostenido una lucha titánica contra todas las infamias que encontró a su paso, se puede afirmar que Juan Sarabia fue un predestinado, y que como Espartaco, como los Gracos, como Hidalgo, como Martí, traía en la frente el sello del dolor y del martirio y de las grandes misiones redentoras; porque si él no hubiera luchado por el bien, por la justicia, por la libertad, por el decoro del pueblo y de la patria, por el bienestar de los de abajo, en fin, por todo lo que es grande, digno, amable, noble y bello, no habría encontrado ningún objeto para su existencia.

Por eso entregó toda su vida, todo el vigor de su inteligencia, toda su energía física y todos los latidos de su corazón en el combate por el advenimiento de un mundo mejor donde no hubiera sufrimientos ni miserias, ni opresores ni oprimidos.

México, 1964.
Eugenio Martínez Nuñez

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