Índice de Mi historia militar y política 1810-1874 de Antonio López de Santa AnnaCapítulo XVICapítulo XVIIIBiblioteca Virtual Antorcha

MI HISTORIA MILITAR Y POLÍTICA
1810-1874

Antonio López de Santa Anna

CAPÍTULO XVII

ME TRASLADO A ST. THOMAS


El vecindario de Turbaco, sabedor de mi determinación, manifestó sentimiento y me pidió con insistencia que desistiera del viaje que preparaba. Una comisión me entregó la petición escrita, la misma que no puedo menos que insertar a continuación, considerándola digna de aparecer en la historia de mi vida; y como una prueba de la estimación que conservo a ese pueblo generoso.

Exmo. señor general don Antonio López de Santa Anna:

no es la vil adulación ni el bastardo interés el que nos mueve a tomar la pluma para hacer a usted, y si se quiere al mundo entero, una franca y genuina manifestación; es, sí, un sentimiento honroso de gratitud que nos lo inspira y que la estricta justicia nos lo ordena.

En nuestro relato procuraremos no exagerar los hechos de que vamos a ocuparnos; usaremos del lenguaje que acostumbramos los hombres sencillos y honrados que se hallan empapados en la más justa gratitud; por tanto, esperamos que usted nos oiga con indulgente atención.

Desde que supimos de una manera positiva que usted había resuelto separarse de nosotros, un profundo sentimiento domina a esta población; sentimiento que se aumenta más cuando nos parece que dicha separación es para siempre.

Nosotros quisiéramos hoy estar inspirados de la dulce persuación de los apóstoles y de la sublime elocuencia de un Cicerón, para ver si con dichas inspiraciones podíamos conseguir desvanecer de usted semejante viaje. Cuando en septiembre de 1855 vimos regresar a usted a este lugar, recibimos su venida como un presente que la Divina Providencia nos legaba, y con tanta más razón lo creíamos, cuando de la boca de usted oímos estas preciosas palabras: Pasaré con vosotros el resto de mis días. Este ofrecimiento nos llenó de orgullo, porque no tenemos vergüenza de confesar que nos orgullecemos de tener a usted como a nuestro padre y bienhechor; pero cuando descansábamos tranquilos en la posesión de este bien providencial, nos quiere usted sorprender con un triste y doloroso adiós, despedida que nos llena de consternación y desconsuelo.

Hemos dicho que recibimos el regreso de V.E. como un don de la Divina Providencia y vamos a dar la razón. Que V.E. en este pueblo y limítrofes no ha sido otra cosa que nadie puede dudar, porque dudarse no se puede, lo que es notorio y evidente, como atestiguan los hechos siguientes:

¿No es verdad que desde el rico hasta el pobre, el viejo y el joven, la viuda y la huérfana, el náufrago marinero y el desgraciado presidiario, todos han recibido de la generosa mano de usted servicios positivos? Los primeros han encontrado en usted un préstamo oportuno y sin interés con que salir de sus ahogos y aumentar sus especulaciones; los segundos un socorro suficiente no sólo para remediar sus necesidades sino para mejorar su situación; pues lo repetimos todos, hemos sido protegidos por v. E.

Si ponemos un paralelo y juzgamos imparcialmente lo que era Turbaco cuando por primera vez vino V.E. a este lugar, y lo que es hoy, se notará que su población se encuentra duplicada.

Entonces en el centro del pueblo no se veían sino miserables chozas y solares desiertos, y hoy aparecen casas comodas en mejora cada día. La iglesia, nuestra parroquia, en completa ruina, hoy la vemos reedificada con sus altares completos y adornados; faltaban ornamentos y V.E. cubrió también esta necesidad el curato fue reedificado igualmente. No había cementerio, y V.E. costeó uno con su recinto de material. No había otra industria que pequeñas plantaciones de caña mal aperadas y algunas sementeras de poca valía, cuando hoy pasan de cincuenta trapiches con todos sus complementos; no se conocía el cultivo del tabaco, ni las crías de ganados, y hoy son muchas las familias que viven de este ramo lucrativo, todos protegidos por la mano protectora de V.E. Porque si es verdad que hay algunas excepciones que no hayan recibido directamente su protección, también lo es que éstas son partícipes del común provecho. Todos estos grandiosos servicios nos imponen un deber más sagrado, es el ser agradecidos.

Por tanto, Exmo. señor, y autorizados por la promesa que usted nos hizo y hemos referido, le rogamos encarecidamente desista de su proyectado viaje; porque lo repetimos de buena fe: que deseamos permanezca V.E. en este lugar, pues también nos ayuda con sus sabios y respetables consejos que con frecuencia nos da y que no tenemos rubor en declarar: que V.E. nos ha inculcado la adhesión al trabajo, dándonos el ejemplo, pues siempre lo hemos visto con una constancia sin igual, aplicado a la noble profesión de cultivar la tierra, no por la utilidad que ha reportado a V.E. sino por dar ocupación a centenares de proletarios que vagaban por estos alrededores, hundidos en la miseria por no tener en qué ocuparse; y de éstos hay muchos que con sus economías son propietarios.

Reunidos todos estos hechos queda completamente demostrado que en el corazón de V.E. se encuentra todo lo grande, todo lo bello, todo lo sublime y todo lo heroico.

Si V.E. otra vez por cumplir un deber patriótico, si los recuerdos de una idolatrada patria lo colocan y lo fuerzan a llevar a cabo su ausencia, entonces no nos queda otro recurso que correr al templo y de rodillas ante los altares, unidos a nuestros hijos y hermanos, pedirle al Dios Omnipotente, creador y velador de los destinos humanos, para que proteja a V.E. en su marcha y vele por los turbaqueros, en cuyos corazones queda.

Pero si afortunadamente V.E. oye nuestra súplica y desiste del viaje que nos entristece, entonces, imitando al grande Scipión, iremos a nuestra iglesia a dar gracias al Altísimo por el bien que se digna concedernos.

Turbaco, febrero 10 de 1858.
Alcalde, Manuel Tejada.
Ciprián Julio.
Pedro E. Miramón.
José María Esquiaque.
José María Vives.

Dámaso Villarreal, a ruego de los ciudadanos Felipe Borja, José A. Peternino, Lucas Atencio y Manuel T. Miranda, José María Vives. Miguel A. Puello. Pedro P. del Río.Valentín Dorio. Pedro Devós. Ciriaco Montero. Enrique Buendía.

A ruego del ciudadano Antonio Acuña, José María Vives. Luis Ramos. Manuel Alcalá. Plácido Hernández. José Anaya. Juan María Sarabia. José María Martínez. Tomás Muñóz. Salvador Vives León. Domingo P. de Recuerdo.

A ruego de José Cardona, Aniceto Domínguez y Venancio Hurtado, José María Vives. Por mi señor padre y por mí, Pedro Tapia. Julián J. Figueroa. Gregorio J. Díaz (cura párroco). Dionisio Arnedo.

Por mis legítimos hermanos Francisco, Gregorio y Maximiliano, Dionisio Arnedo. Baltasar Arnedo. Ramón Santoya. Manuel María Torres. José PuelIo. Manuel Villarreal. Víctor Flores. Pedro Luques.

A ruego de Ignacio Acosta, Manuel Villarreal. Pedro Quintana. Mariano Ramos. Santiago González. Matías Villanueva. Francisco Ramos.

A ruego de Juan Hurtado, Pedro Calvo. Lucas Pájaro.

A ruego de Manuel Martínez, J. Pedro Devós. Félix Cortacero. Ezequiel Acuña. Agustín Mariñón. Pablo Puello. Juan Portalatino Cevallos. José Aniceto Tejedor. Juan Bautista. Federico Puello. Miguel Ramos. José M. del Río. José J. Velázquez. Manuel Álvarez. Julián Torres.

A ruego de Luis Puello, J. Pedro Devós, José Andrés Torres.

Índice de Mi historia militar y política 1810-1874 de Antonio López de Santa AnnaCapítulo XVICapítulo XVIIIBiblioteca Virtual Antorcha