Índice de El Proletariado Militante (Memorias de un internacionalista) de Anselmo de LorenzoDedicatoria del Tomo primeroSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

INTRODUCCIÓN

La Asociación Internacional de los Trabajadores fue una organización compuesta de grandes grupos de trabajadores de todas las naciones, o al menos de aquellas en que los progresos de la civilización, por lo mismo que son grandes en todas sus manifestaciones, son menos excusables las iniquidades producto de la desigualdad.

Su razón de ser estaba en la incongruencia existente entre los hechos sociales y las doctrinas religiosas, filosóficas y políticas, mansas, suaves, harmónicas y humanitarias éstas, ál decir de sus apologistas, y ferozmente crueles aquéllos.

Su objetivo consistía en atraer hacia sí a cuantos, víctimas de la injusticia, sin distinción de raza ni de creencia, aspirasen a la emancipación propia y a la justificación de la sociedad.

Sus medios eran la resistencia económica contra el capital en sus secciones y federaciones, y el estudio de la sociología elaborado en sus círculos, formulado en sus congresos y difundido por sus periódicos.

Cuando en la prensa obrera, en las reuniones de propaganda y en los documentos oficiales emanados de los distintos organismos de la Asociación se hablaba de sus principios, de su vitalidad, de su fuerza y de su ideal, quería decirse, y así lo entendia todo el mundo, que aquellos atributos eran propios del proletariado en cuanto unido en un pensamiento, una voluntad y una acción se dirigía a la realización de un fin.

De modo que el proletariado, al grito de ¡trabajadores de todos los países, asociaos! lanzado por Carlos Marx, abandonó el atomismo insolidário que lo retenía en la esclavitud, y se constituyó en personalidad colectiva, y eso continúa siendo, y eso será hasta el día glorioso del triunfo de la Revolución Social.

Viva ya aquella entidad que identifica sus propósitos y sus esperanzas en el triunfo de la justicia, en lucha con todas aquellas otras que del privilegio viven, La Internacional sólo fue una de las manifestaciones de su vida, adoptada por circunstancias que la hicieron preferible o la presentaron como la mejor, del mismo modo que hubiera podido adoptar otra; por ejemplo, la exclusiva actividad política, como proponían a los trabajadores los liberales de todos matices cuando ya era tarde por efecto del fiasco de la democracia; o la cooperación, como no han cesado de propagar cándidos de buena fe, o mal intencionados que quieren apartar a los trabajadores de la via recta del ideal con las desviaciones del mezquino utilitarismo; o el socialismo cristiano, como predican a última hora los católicos, después de haber fracasado la caridad como panacea social, durante la larga prueba de diez y nueve siglos.

Disuelta La Internacional, no tanto por las escisiones causadas por antagonismos personales, ni por la arbitrariedad gubernamental, como por el hecho mismo de la depuración de las doctrinas y la libre expansión de los actos, el proletariado continúa siendo la misma personalidad viviente, con un ideal cada vez más definido y con energías que progresan en valentía y decisión, como lo manifestó Salmerón hace ya diez años, y veinte años después de su famoso discurso sobre La Internacional, con las siguientes palabras:

No tengo que rectificar ni una tilde de las afirmaciones con todo convencimiento y la debida meditación expresadas en las Cortes hace ya veinte años. Si algún móvil impulsárame a rectificar lo que entonces dije, me lo impediría la igualdad de términos en que hoy se plantea la cuestión. Porque por encima de todo imprimen los obreros a sus reclamaciones un carácter humano universal, pidiendo acuerdos y resoluciones internacionales, en harmonía con la exigencia también general y humana de sus necesidades.

Levántese acta del nacimiento del Proletariado Militante, que viene al mundo a sustituir a aquel Tercer Estado, incapacitado ya para el bien, opuesto al progreso y que según la histórica frase de Sieyes debía serlo todo.

A partir de tan solemne instante pónese raya a todos los pesimismos, y un optimismo consolador, casi idílico, promete, a las generaciones futuras las bienandanzas de la justicia y las dulzuras de la felicidad. Tanto y más aúnque las sectas que teorizaron la maldad y justificaron el privilegio, levántase la voz de los proletarios diciendo: Los esfuerzos de los trabajadores para conquistar su emancipación no han de tender a constituir nuevos privilegios, sino a establecer para todos los mismos derechos y los mismos deberes, (Estatutos de La Internacional); Todos deben ser productores, (Congreso de Ginebra, 1866); La falta de instrucción conduce a la miseria, la miseria conduce al embrutecimiento, el embrutecimiento al crimen, el crimen al presidio, el presidio al envilecimiento, que es peor que la misma muerte, (Congreso de Lausana, 1867); La tierra y los grandes instrumentos de producción y cambio deben ser propiedad de la sociedad universal, entregándose a título usufructuario a las colectividades productoras, científicas, artísticas, industriales y agrícolas, (Congresos de Bruselas, 1868, y de Basilea, 1869), añadiendo este último: El Congreso reconoce que la herencia debe ser completa y radicalmente abolida, y que esta abolición es una de las condiciones indispensables a la libertad del trabajo; El Congreso de la Asociación Internacional de los Trabajadores cree de su deber declarar que esta Asociación quiere practicar con todos los Trabajadores del mundo, sea cual fuese la organización que se den, la solidaridad en la lucha contra el capital, para realizar la emancipación del trabajo, (Congreso de Ginebra, 1873); Considerando que el respeto recíproco con relación a los medios empleados en los diferentes países, por los socialistas, para llegar a la emancipación del proletariado, es un deber que se impone a todos y que todos aceptan, el Congreso declara que los obreros de cada pais son los mejores jueces de los medios más convenientes que han de emplear para la propaganda. La Internacional simpatiza con estos obreros, en todos los casos, siempre que no tengan relación con los partidos burgueses, cualesquiera que éstos sean. (Congreso de Berna, 1876). Voz de la verdad, de la prudencia, del sacrificio, de la positiva esperanza, precursora de aquella solidaridad internacional que ha de dar a los hombres aquel modo de ser en que la palabra Humanidad tenga su sentido recto y completo de familia universal.

Muchos consideraron como una desgracia irreparable la disolución de La Internacional, juzgando que la emancipación de los trabajadores había de ser un resultado únicamente posible con los procedimientos de aquella asociación, sin tener en cuenta que el progreso, ley universal de la vida, por acumulación de tiempo, de sucesos históricos, de experiencia, de ciencia y de riqueza, no puede detenerse, ni menos retroceder, como no se detiene ni retrocede el curso de los siglos, ni se pierde el caudal de conocimiento por más que se pretenda secuestrarle en provecho exclusivo de una clase, ni se desvanece aquel conjunto de aplicaciones del saber a la satisfacción de las necesidades sociales e individuales con que actualmente cuenta la humanidad.

Grandes títulos alcanzó La Internacional a una especie de gratitud histórica, aunque sólo sea por el hecho de haber revelado a los pobres que tenían un derecho y que eran capaces de conquistarlo en lucha sostenida contra los ricos; o en otros términos: que los poderes tradicionales que oprimen al desheredado son la debilidad misma frente al ideal emancipador en cuanto éste se apoye en la voluntad decidida de realizarle por parte de los interesados en su realización.

Con esto La Internacional cumplió una importantísima misión: fue madre del Proletariado Militante: casi no pudo hacer más. Si el antagonismo irreducible, casi odio rabioso, de ciertos hombres de prestigio no hubiese apresurado los acontecimientos, la disolución también hubiera venido después de un tiempo de inútil esterilidad como resultado natural de aquella amplia base de tolerancia que tan simpática pareció en un principio.

En efecto: en buena hora que se entrase a formar parte de aquella asociación sin distinción de color ni nacionalidad, pero ¿sin distinción de creencia? Pues si las creencias determinan las aspiraciones y éstas los actos, ¿cómo podía presumirse que con creencias distintas y aun opuestas se llegaría a conseguir la unidad de acción necesaria para transformar radicalmente el mundo?

Cuando, ya pasado, se considera el hecho, hay que reconocer que La Internacional fue una especie de recurso oportunista, lo suficientemente feliz para causar una explosión de entusiasmo producido por la esperanza de mejoramiento y fundada en la realidad de la miseria a la vez que en la indiferencia o relajación de las creencias, pero aquella unión no fortalecida por la comunión universal en una fe, se debilitó por sí misma ante el choque de los errores tradicionales, y, por consiguiente, también ante el temor de las persecuciones.

En el movimiento incesante de renovación de las generaciones fueron desapareciendo los viejos, y con ellos la ignorancia hecha carne, las preocupaciones endurecidas como aquellos músculos que, flexibles y elásticos en la juventud, se osifican en la vejez, y vinieron los jóvenes, inocentes, inteligencias vírgenes, que recibían como primera impresión la doctrina de la fraternidad igualitaria, y fueron reforzando los cuadros, hasta el punto de que aquella organización anémica que existía en España en los últimos años del decenio 70 del siglo XIX, tuvo un brillante despertar en el Congreso de Barcelona de 1881, y más aún en el de Sevilla, en 1882, en que los representantes de 663 secciones, 218 federaciones locales y 8 uniones de oficios símiles con un conjunto de 57,900 trabajadores se declararon lisa y llanamente anarquistas.

Expuestas estas consideraciones, he aquí mi propósito:

Me propongo recopilar mis recuerdos y condensar en este trabajo los sucesos que constituyeron esa hermosa aparición en España del Proletariado Militante en la parte que presencié y en que me cupo el honor de tener participación.

Nada de lo aquí referido me ha sido contado por otro: todo lo he visto, lo he pensado, lo he sentido, y hasta mucho de lo copiado ha brotado de mi pluma, o en su redacción ha intervenido mi consejo o mi corrección, pudiendo decir con toda verdad como expresión gráfica de mi participación: Allí estaba yo. No es esto, pues, una historia, por cuanto no se ajusta a método alguno, ni constan aquí todos los sucesos importantes ocurridos en el mismo período, repartidos en el territorio nacional y correspondientes al mismo asunto, es únicamente una colección de datos interesantes, ligados por una pasión y por un recuerdo personales, sacados del olvido y puestos al servicio del historiador futuro, que podrá agregar a la corriente de los sucesos humanos esta nueva y fecunda serie en que se manifiesta una faz de la vida de la insigne personalidad proletaria.

Me he limitado, como primer ensayo, a un período corto, tres años a lo sumo, en el que el brillo de la verdad, la fuerza de la convicción y los ingenuos arranques del entusiasmo obraron prodigios de actividad y energía, antes que la contrariedad, los egoismos y la aparición de las pasiones deprimentes enfriaran a los débiles y apartaran a los mal templados para llevar adelante tan importante obra.

El título de este trabajo más se justifica por la extensión de mi pensamiento y por mi vehemente deseo de realizarle en toda su integridad que por lo contenido en estas páginas. No obstante, harto bien queda demostrado que La Internacional fue como la infancia de aquella gran personalidad proletaria que, según la frase de Proudhon, habiendo recogido del fango la bandera del progreso arrojada por la burguesía, lucha, es decir, milita, es el Proletariado Militante; a quien la Revolución Social dará el triunfo, no en beneficio de su clase, sino para la refundición de todas las clases, en beneficio universal de la humanidad.

Anselmo Lorenzo

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