Índice de El Proletariado Militante (Memorias de un internacionalista) de Anselmo de LorenzoAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

TOMO SEGUNDO

CAPÍTULO OCTAVO

RENOVACIÓN DE LA ALIANZA
REFORMA DE LA FEDERACIÓN

La sección de Tipógrafos de Barcelona, que me acogió en su seno, era muy reducida; se componía sólo del cuadro de los constantes, de los activos, de los que en buenos y malos tiempos forman el núcleo de la vida societaria, y acostumbran a cumplir sus deberes y los de aquellos indolentes o inconscientes que no tienen la voluntad suficientemente determinada. Recuerdo con triste complacencia los nombres de aquellos éompañeros que me precedieron en el sepulcro y que fueron buenos luchadores y propagandistas: Farga, Rosés, Llunas, Sanmartí, Suñol, Michel.

A propuesta de Farga, que quería cerciorarse de si por mi pasado roce con los de La Emancipación me habían quedado resabios marxistas, la sección me nombró delegado al Consejo local.

Por efecto de las circunstancias, el Consejo local no podía reunirse con regularidad. Había nombrado una comisión ejecutiva, compuesta de tres delegados, que despachaban los asuntos con buen juicio, dando cuenta al Consejo reunido en pleno cuando era necesario y se podía.

La Comisión ejecutiva, de que formé parte al poco tiempo, se reunía periódicamente en casa de uno de los comisionados, en un café y a veces en un paseo público.

El Consejo local solia reunirse, previa convocatoria de la Comisión ejecutiva, en locales ocupados por alguna sociedad federada. Recuerdo un sótano de la calle del Buen Suceso, donde la Sociedad de Albañiles tenía su secretaría; un taller donde tenía su secretaría la Sociedad de Zapateros y trabajaban una veintena de hombres; un entresuelo de la calle de la Cera, etc.

Mi actividad fue tenida en cuenta, y cuando llevaba tres o cuatro meses de residencia en Barcelona, García Viñas me suscitó conversaciones acerca del estado de la organización obrera, de la manera de activar la propaganda para que diera resultados positivos y de todo cuanto interesaba al objeto de La Internacional. Convinimos en la necesidad de crear una agrupación de iniciativa que se sobrepmiera a la mezquindad de los propósitos meramente utilitarios de las sociedades obreras, obrando a la manera de la Alianza de la Democracia socialista, que tanto había dado que decir y que sin embargo era tan necesaria, y quedamos en citar un domingo en la playa de la Barceloneta, para un almuerzo, a varios compañeros que yo indiqué por mvitación especial de García Viñas.

El día designado comparecimos todos en el sitio designado: Farga, Soriano, Pellicer, Nácher, Gasull, Llunas, Albagés (Francisco y Gabriel), no recuerdo si algún otro y yo, y se me dijo que 1lo que yo había propuesto a Viñas, existía y funcionaba ya secretamente; que se había dejado creer que la Alianza había sido disuelta para mejor asegurar su existencia y funcionamiento, y gracias a ella, La Internacional existía aún en España, conservando la pureza de sus ideales.

Me felicité por el descubrimiento y ofrecí a mis compañeros ser un buen aliancista y buen internacional, como había procurado serlo siempre.

En efecto, dedicado en primer término a la conservación de aquella Federación Regional, en cuya creación tomé parte muy activa, acepté el campo de lucha que me ofrecían las desviaciones intentadas en el proletariado barcelonés, en el que había muchos trabajadores refractarios al radicalismo de La Internacional que, instigados por los políticos, querían dar a las sociedades obreras una acción anodina y sin transcendencia.

Un grupo de tránsfugas de La Internacional intentó reconstituir el antiguo Centro federal de Sociedades obreras de Barcelona y recabar la apropiación de la biblioteca, la documentación y mobiliario del autoritariamente disuelto Ateneo de la clase obrera, y como primer paso dirigió una circular a todas las sociedades obreras de Barcelona, invitándolas a que enviaran dos delegados a una conferencia para tratar de tan interesante asunto.

Las sociedades federadas al Consejo local vieron claramente que se trataba de crear una entidad federal nueva predominante para anularle y todas enviaron representación con mandato imperativo contrario a la creación de una federación que no podía tener más objeto que dividir al proletariado y servir los intereses de la burguesía.

La reunión se celebró en el salón de un café de la calle del Parlamento. Acudió numerosa representación, la mayoría simulada y falsa, puesto que se averiguó que había representantes de sociedades que no existían, y aunqUe no pudo celebrarse la conferencia intentada a causa de las numerosas protestas, los promovedores del acto consiguieron en parte su objeto: la división de los trabajadores en dos tendencias opuestas y la manifestación de existencia de un núcleo para la continuación de su obra, mayor que lo que habían presumido.

En los trabajos a que dió lugar aquel episodio me tocó una buena parte; y aun la circunstancia de ser castellano, como llaman generalmente losl catalanes a todo español, que no ha nacido en Cataluña, sirvió para acentuar el carácter anti-internacional del regionalismo o patriotismo de campanario que animaba a aquellos trabajadores, ya que en el odio que mi contrariedad a sus propósitos les producía mi intervención, se mezclaba la antipatía que sentian por ser forastero.

Creo rendir tributo a la verdad exponiendo a este propósito un pensamiento que manifesté al director de El Liberal, de Barcelona, publicado en 13 de abril de 1905:

Hay no pocos jóvenes que valdrían mucho si no hubieran nacido en Cataluña, porque refrenando su inteligencia, habrían llegado a las cumbres del ideal, sin empequeñecerla con el idioma catalán, la frontera catalana y el odio a Castilla. Muchos de esos jóvenes son anarquistas, superhombres, necios que no sirven para nada; el catalanismo les inutiliza para la vida intelectual. Hay muchos trabajadores que se llaman anarquistas por moda; muchos desequilibrados que se lo dicen y sólo son perturbadores.

Y si entre la juventud burguesa existe esa plaga, no está enteramente exenta de ella la proletaria. De ello podría aducir pruebas presentando algún dato en demostración de que en algunos casos mis compañeros anarquistas catalanes me han manifestado que no olvidaban que yo había nacido al otro lado del Ebro.

No insistiré sobre el asunto, pero ahí queda al apunte como dato para la historia que seguramente apoyarían muchos castellanos residentes en Cataluña.

Las circunstancias excepcionales en que se hallaba el proletariado español a consecuencia de la reacción dominante por la restauración, hicieron imposible el funcionamiento de la Federación Regional tal como quedó reformada por el Congreso de 1874.

En tal situación, la Comisión Federal, asesorada por correspondencia con las Federaciones locales, tomó la iniciativa de substituir el Congreso regional por una serie de congresos parciales o conferencias comarcales, denominación esta última que quedó subsistente, que se celebrarían sucesivamente, con la asistencia a cada una de ellas de un delegado de la Comisión federal, portador de la orden del día, de los acuerdos y de los votos, para resumidos despuéS en un todo común en el seno de la Comisión federal.

Para operar esta transformación, proceder con rapidez y allanar todas las dificultades, prestó su influencia y su concurso la Alianza de la Democracia socialista, que con sus relaciones en Barcelona, Madrid, Valencia, Málaga, Cádiz, Sevilla y su activa correspondencia facilitó la adopción, empezando por suprimir el Congreso en aquel mismo año 1875, y convocar las Conferencias. Recuerdo haber asistido a la primera Conferencia comarcal catalana en representación de la federación local de Barcelona, celebrada en Sans, en el local de una escuela sostenida por una sociedad cooperativa.

En aquellas Conferencias se renovaron los Estatutos de la Federación Regional, deshaciendo la reforma anterior, que por efecto de las dificultades opuestas por la autoridad y por la reserva necesaria no pudo durar un año. En la nueva reforma quedó sancionada la celebración de las Conferencias comarcales.

En los nuevos Estatutos se justifica su adopción haciéndoles preceder de la siguiente exposición de motivos.

Considerando:

Que habiendo sido proscrita la Asociación Internacional de los Trabajadores por el gobierno español, no queda otro medio a los afiliados de la Región, que su organización revolucionaria secreta para conseguir el fin que le proponían, o sea la completa emancipación social del proletariado;

Que la persecución feroz que por dicho gobierno se lleva a cabo contra los individuos que forman parte de ella necesitan el refugio de una unión estrechísima de todos ellos, una propaganda activa de sus principios que dé numerosos adeptos revolucionarios y una gran circunspección en la manera de obrar que puede evitar nuevas prisiones, deportaciones, asesinatos y todo género de violencias que se han practicado por los bárbaros gobernantes que se han sucedido en el poder.

Que por lo dicho son impracticables en la actualidad los Estatutos por que se ha venído rigiendo la Federación Regional Española, fundados en el derecho completo de asociación.

Por estas razones, la Federación Regional Española, en tanto que continúe colocada por los gobiernos fuera de la ley, se regirá por los siguientes Estatutos.

He aquí lo más importante de su articulado:

La Comisión Federal era el centro de correspondencia y estadística de la Federación Regional y la intermediaria entre las Federaciones comarcales con las que había de sostener relaciones continuas y llevaría la estadistica y el movimíento obrero de la Federación Regional; compondría de cinco federados, pudiendo agregarse los que se necesitasen y residiría donde se juzgase más segura. Tomaría la iniciativa en todos los asuntos que creyera conveniente, tanto refiriéndose al fomento de la organización como a la acción revolucionaria.

Como se ve por ese extracto estatutario, la Federación Regional que había combatido los poderes autoritarios del Consejo general, no era muy consecuente con sus principios, puesto que con el derecho a la iniciativa revolucionaria creaba un nuevo poder para su Comisión federal que hubiera degenerado en abusivo si hubiera podido existir verdaderamente y prolongarse. No era viable tal poder, porque la Comisión se renovaba anualmente y porque carecía de dinero, aparte de que compuesta de trabajadores no tenían sus individuos los impulsos que da una superior instrucción, una posición independiente del atavismo servil.

Se creaban las Federaciones comarcales con objeto, según el art. 14 de los Estatutos que vamos extractando, de facilitar las relaciones de la Comisión Federal y para hacer más eficaz el desarrollo y acción revolucionaria de la organización regional, cuyo número podía variar según las exigencias de la organización y de la facilidad de comunicaciones.

De tal manera existía el autoritarismo en el fondo del pensamiento y se exteriorizaba en los acos, que, renegando de él constantemente, combatiéndole con pasión y cantando siempre alabanzas a la libertad, se obraba inconscientemente a la manera autoritaria; y se ve como consecuencia que una modificación tan importante en la Federación Regional como la creación de Federaciones comarcales se debió no a que los grupos, sintiendo necesidades fundamentales, se desarrollasen por sí mismo de abajo arriba, creando el órgano necesario a su expansión, sino a que la entidad superior del organismo, el centro pensante, directivo e iniciador, procediese de arriba abajo y para facilitar su acción creara el medio necesario a su fin, Era aquello un federalismo de real orden, impuesto por quien mandaba, y no obedecido por nadie, porque el federalismo necesita previamente, como condición esencial de existencia, la autonomía de los individuos, la de los grupos de individuos y la de las federadones de grupos, sin cuyas autonomías vivas, conscientes y activas no hay más que centralización y dominio sobre masas abúlicas.

Procedente de esa federación absurda o federación nominal y no positiva, las federaciones comarcales se subdividían en agrupaciones de federaciones locales. Se continuaba la federación al revés, se federaba por sumisión y mandato, y el federalismo no existía. Sucedía en la organización obrera algo semejante a lo que ocurrió con la efímera República española, que se denominó federal por la influencia y el prestigio de Pí y Margall, no por la aceptación ni práctica de sus doctrinas, y el régimen político, administrativo y jurídico fue el monárquico unitario, que no pudo ser reemplazado.

El objetivo predominante por aquella época en la Federación Regional era la Revolución Social, considerada como un acto único tras el cual sobreviene un cambio completo en la sociedad. En los Estatutos se habla varias veces de acción revolucionaria, como anteponiéndolo a la resistencia: en el artículo 13 refiriéndose a la Comisión federal, se lee:

Como las huelgas han de ser sostenidas por las secciones de resistencia que las aprueben, sólo apoyará moralmente las que tengan por objeto el fomento de la organización de la acción revolucionaria.

He ahí declarado el abandono de la huelga científica, tan en boga poco tiempo antes en la Federación Regional, y algo como principio de aceptación de la moderna acción directa; aunque tanto en un caso como en otro fuerza es reconocer que la generalidad de los trabajadores asociados seguían las iniciativas de los pensadores y agitadores de la Alianza sin haberse penetrado de la idea íntima de La Internacional: no iban directamente a su emancipación, se dejaban conducir bien o mal hacia ella.

Consecuencia de la creación de las Federaciones Comarcales, vino la transformación del Congreso regional anual en Conferencias comarcales de que queda hecha mención.

El delegado de la Comisión federal a las Conferencias de toda la región lo fue también de la Alianza, y la mayoría de los delegados de comarcas donde existían secciones de la misma era también aliancista; de modo que no sólo pasó sin dificultad la reforma de los Estatutos, sino que se preparó el terreno en concepto revolucionario, en conformidad también con el ambiente de rebeldía dominante a la sazón.

Como testimonio verídico del estado de la situación de la Federación regional en aquella época tengo a la vista preciosos documentos de que me servire a continuación.

El primero es la circular número 5, reservada, dirigida por la Comisión federal a las Comisiones comarcales, anunciando la orden del día para las conferencias comarcales de aquel año, en la que después de los asuntos reglámentarios y administrativos se señalan los siguientes temas:

16. La Comisión comarcal de Castilla la Nueva propone: Examen del resultado obtenido en la línea de conducta acordada por las Conferencias de 1875.

17. La Federación de B. propone: Dictamen sobre las medidas prácticas que han de tomarse, después de destruir el Estado actual.

Determinar el tanto de castigo que debe aplicarse a los burgueses, según la conducta que hayan observado.

La circular termina con la siguiente excitación:

Compañeros: la importancia de las próximas conferencias no puede ser desconocida por ninguno de los federados, puesto que sustituyen a los Congresos regionales, son de mucha importancia los temas que se han de discutir y también porque han de estrechar más y más los lazos de unión y solidaridad entre todos los internacionales.

Cada uno y todos debemos contribuir al buen éxito de las mismas; primero conservando el mayor secreto sobre la fecha y punto de reunión de cada una de ellas; segundo esforzándonos para que cada Federación esté representada, y tercero, cooperando a que las resoluciones sean eminentemente revolucionarias y prácticas, porque de esto depende el fomento de nuestra organización.

El segundo documento es la hoja de los acuerdos tomados por Conferencias comarcales celebradas en Julio de 1876, en las cuales fueron admitidos los delegados de las siguientes federaciones: Barcelona, Sans, San Martín, Gracia, Granollers, Sabadell, San Esteban, Reus y Las Corts, en la Conferencia comarcal catalana; los de Zaragoza y Huesca en la aragonesa; los de Cocentaina y Alcoy, en la Valenciana; los de Valladolid en la de Castilla la Vieja; los de Murcia, Molina y Beniajan en la murciana; los de R. Ch. Y Madrid en la de Castilla la Nueva; los de Málaga, Velez Málaga, Córdoba, Quentar, Dila, Benaojan y Granada en la de Andalucía del E., los de Badajoz, Plasencia y Trujillo en la de Extremadura, y los de Sevilla, Cádiz, Arcos, Lebrija, Marchena, Jerez, Puerto y Coronil, en la de Andalucía del 0.- Total: 37 federaciones representadas.

Adheridas a los acuerdos de la mayoría las federaciones de Tarrasa y Calzadilla.- Total general: 39 federaciones.

Sobre el tema Línea de conducta que conviene seguir en vista de las circuntancias, las Conferencias, después de ratificar la línea de conducta acordada por las de 1875, acordaron lo siguiente:

1. Cada una de las secciones federales nombrará una Comisión ejecutiva con el cargo de organizar por grupos a todos los hombres que pueda del seno de su sección respectiva, de fuera de ella o del ejército burgués.

También orgnizará grupos de vigilancia y propaganda revolucionaria, compuesta por todos los internacionales que por su edad, achaques, temperamento u otras circunstancias, no les sea posible pertenecer a los grupos de acción; siendo deber de dichos grupos la propaganda y la organización y línea de conducta acordada, y vigilar a todos los poderes y a todos los partidos burgueses, a fin de poner a los comisionados al corriente de cuanto ocurra.

2. Cada comisión ejecutiva de sección nombrará un encargado y un viceencargado de las fuerzas revolucionarias organizadas por cada una de ellas; asimismo la comisión ejecutiva que nombre cada federación local, elegirá un encargado y un viceencargad@ de las fuerzas locales; las comisiones de agrupación nombrarán sus encargados y viceencargados respectivos de las fuerzas de cada agrupación. Cada comisión comarcal elegirá un encargado y un viceencargado de las fuerzas de su comarca respectiva, y la comisión federal nombrará un comité revolucionario o de guerra.

3. Los encargados y viceencargados sólo entrarán en el ejercicio de sus funciones por acuerdo de las comisiones que les hayan elegido, debiendo cumplir y hacer que cumpla lo que se les comunique, y siendo en todo tiempo revocables por laS comisiones que los hayan nombrado.

4. Mientras a nuestra organización no se presente la oportunidad de empujar en sentido revolucionario cualquier movimiento político o no seamos suficientemente fuertes para llevar a cabo la Revolución social, todos los grupos deberán estudiar los mejores medios para desarrollarla, proporcionarse recursos, armas, municiones y hacer represalias.

5. La comisión federal española, previa consulta con hombres inteligentes en la táctica de la guerra, queda encargada de redactar un reglamento que establezca de una manera clara los derechos y, los deberes de todos los hombres organizados, como también de los encargados y comisiones; debiendolo someter a la aprobación de todos los grupos organizados.

6. La Comisión federal, en vista del estado de la organización, aconsejará, bajo su más estrecha responsabilidad, si es o no conveniente tomar parte en la lucha, a fin de que exista completa unidad de acción, la solidaridad más completa y podamos obtener el mayor número de garantías.

7. Las secciones destinarán una parte de las cuotas que recauden para los gastos de la organización revolucionaria y compra de lo que la misma necesite para cumplir el objeto que se propone.

8. El más perfecto secreto debe guardarse sobre la existencia de la organización y línea de conducta acordada, y los delatores de ésta deberán ser castigados tan severamente como los cobardes delante del enemigo y traidores a la causa de la Revolución Social.

Este acuerdo fue votado por todas las federaciones, excepto la de R. Ch.

Sobre el tema Revisión de los Estatutos.

Las Conferencias acordaron:

Los Estatutos de la Federación regional española, aprobados por las Conferencias de 1875, continuarán rigiendo hasta las Conferencias que se celebren en 1877, aumentando únicamente la cuota federal a quince céntimos de peseta por mes y por federado, percibiendo la Comisión federal diez céntimos de peseta para que pueda destinar tres mensuales a la oficina federal internacional.

El anterior acuerdo fue tomado por unanimidad, excepto Sabadell. que se abstuvo.

Sobre el tema Mandato para la delegación española al próximo Congreso universal. Las Conferencias acordaron:

1. La delegación española al próximo Congreso universal, inspirándose en las relaciones que del estado político o social de cada región presenten los delegados, hará cuanto sea conducente al afianzamiento de la unidad de acción y a la solidaridad revolucionaria.

2. Al efecto propondrá que todas las federaciones regionales se impongan una cuota según el número de federados, o de tanto por federado, para los gastos de correspondencia y propaganda de la oficina federal internacional.

3. En el caso de que la mayoría de las federaciones regionales no aceptasen la idea anterior, la federación española pactará con las federaciones que quieran, a fin de que la oficina federal no carezca de medios de cumplir su cometido.

4. Si se presentase algún tema referente a sentar bases de organización social, deberá la delegación española oponerse a su adopción, proponiendo y sosteniendo en su lugar que se adopten medidas que aseguren el triunfo de la Revolución Social hasta la convocación de una Cámara universal del Trabajo que establezca las bases de la sociedad futura.

5. Procurará que se dictamine sobre el punto o puntos que ofrezcan mayor seguridad para los emigrados.

El anterior mandato fue aprobado por unanimidad. Las adiciones de las Conferencias de Aragón y de Andalucía de O. no obtuvieron mayoría.

Sobre el tema Nombramiento de la delegación española al Congreso universal.

Las Conferencias acordaron ratificar el nombramiento hecho por las Conferencias de 1875 y autorización a la Comisión federal para que nombrara a dos delegados.

Sobre el tema Medidas prácticas que han de tomarse después de destruído el estado actual.

Las Conferencias acordaron:

1. Las localidades en que los internacionales puedan dominar, una vez iniciado un movimiento insurreccional, se declararán libres e independientes y desligadas del lazo nacional.

2. Inmediatamente declarará cada una de ellas que todo lo que se encierra dentro de sus límites pertenece a la misma y nada a ningún indiduo, exceptuando únicamente los muebles y ropas de uso particular.

3. También inmediatamente enviarán delegados de todas las federaciones o localidades a la de más importancia que en cada comarca esté sublevada para constituir la federación de urgencia de todas las federaciones y comarcas sublevadas.

4. Permanencia de las barricadas y del sublevamiento revolucionario para la común defensa de todos los puntos de las comarcas sublevadas.

5. Federación de las fuerzas populares de todas las federaciones, de todas las comarcas y de todos los países.

6. Organización para la lucha.

7. Los consejos locales, adhiriéndose los compañeros que juzguen necesarios para el mejor desempeño de sus funciones, serán los representantes de las colectividades emancipadas.

8. Los consejos locales se subdividirán en las comisiones que juzguen necesarias, como defensa, subsistencia, administración, trabajo, instrucción, relaciones comarcales y federales, etc., atc.

9. Decretarán inmediatamente la disolución de todos los organismos que constituyen el Estado actual; la destrucción o auto de fe de todos los títulos de rentas, de propiedad, de hipotecas, valores financieros, concesiones, etc.; la incautación y centralización de todo el metálico, papel moneda, joyas, alhajas y piedras preciosas existentes en cada localidad; la centralización de todos los artículos de consumo, y la parcial en talleres especiales de todas las herramientas y máquinas.

10. Previa publicación de un bando en que se anuncie la pena de muerte por defraudador de la colectividad a todo el que oculte algún valor o artículo de consumo, cada consejo local decretará visitas domiciliarias efectuadas por comisiones de su seno y acompañadas por grupos de internacionales armados que ejecutarán sin demora lo prevenido en el bando sobre los defraudadores.

11. Los Congresos comarcales y el regional asumirán en sí, por medio de comisiones especiales, la gestión de todos los asuntos que no puedan ser tratados por las localidades, como la defensa comarcal y regional, la organización de los servicios públicos; tales como marina, ferrocarriles, correos, telégrafos, etcétera, y nombrará el regional la representación de la región en el Congreso universal y en las demás regiones.

12. Nuestra representación en las regiones que aun sean reaccionarias, tendrá exclusivamente el carácter de Centro de emigración que facilite a todos los proletarios del mundo que lo deseen, los medios de venir al país de la revolución, ofreciendo así una verdadera patria a los desheredados. Cuidará además de organizar la propaganda revolucionaria, a fin de ensanchar, a través de las fronteras, el mundo revolucionario.

Este acuerdo ha sido aprobado por uninamidad, excepto una abstención: Sabadell.

Sobre el tema Proposiciones generales.

Las Conferencias acuerdan:

1. Dedicar un recuerdo a los trabajadores que en defensa de nuestra causa perecieron en Alcoy Sevilla, Sanlúcar y San Fernando; otro recuerdo a los sesenta mártires de la idea social que bárbaramente mandó ahogar el gobierno republicano castelarista y a los cinco internacionales que hace pocos meses fusilaron en las islas Marianas los sayones del tiránico gobierno alfonsino. Manifiestan también sus simpatías por los que viven sufriendo, como el más profundo odio a sus verdugos.

2. Ratificar el acuerdo del Congreso de Madrid respecto de los presos y emigrados, e invitar a las federaciones al exacto cumplimiento del pego de las cuotas impuestas.

3. Haber oído con satisfacción la lectura de la carta del comité federal jurasién, y manifestarle que la federación española, pública o secreta, perseguida o libre, siempre trabajará activamente en pro de la emancipación económico-social del proletariado.

4. Haber sabido con el más profundo sentimiento la muerte del compañero Miguel Bakunin y dedicar un recuerdo a su memoria.

5. Que el aumento de cuota empiece tan pronto como sea aprobado por todas las Conferencias.

6. Aconsejar a las comisiones y federaciones que se entiendan por clave y supriman el sello en todos los documentos a la mano.

7. Que en las próximas Conferencias no se deje de invitar a ninguna federación local.

8. Que la Comisión federal publique los acuerdos de las Conferencias y se remitan ejemplares a todas las comisiones y federaciones.

9. Que en las próximas Conferencias cada federación podrá enviar el número de delegados que crea conveniente, pero cada federación sólo tendrá un voto.

Las Conferencias de Aragón, Castilla la Vieja, Castilla la Nueva, Extremadura y Andalucía del O., aprobaron lo siguiente:

Las Conferencias manifiestan sus simpatías por los comunistas de París, y dedican un recuerdo a la memoria de los mártires de la revolución del 18 de Marzo de 1871.

El tercer documento aludido es la circular número 1, reservada, dirigida por la Comisión federal a las comisiones comarcales de agrupación y federaciones locales, que dice así:

En cumplimiento del artículo 10 de los Estatutos, la comisión federal saliente, dió posesión a esta federación entrante, haciéndole entrega de todo cuanto le pertenecía.

Tan pronto como quedó constituida esta federal, su primera resolución fue imprimir los acuerdos de las Conferencias, a fin de que todas las Comisiones, federaciones y secciones puedan enterarse de su contenido.

Adjunto os acompañamos los ejemplares suficientes, esperando que las comarcales los remitirán a las de agrupación, y éstas a las federaciones locales, a fin de que por medio de ellas lleguen a todas las secciones.

Los acuerdos tomados por las conferencias son de la mayor importancia, y la práctica de los mismos puede poner en buenas condiciones a nuestra federación regional y facilitar los deseos de reivindicación del proletariado español.

Esta comisión declara que hará cuanto pueda para su inmediato cumplimiento, y espera que todas las comisiones y federaciones no demorarán en lo más mínimo su práctica.

Practicando en todas sus partes la organización y cumpliendo los acuerdos de las Conferencias, nos será posible llevar a cabo la grande obra que hemos emprendido, puesto que la negligencia en su cumplimiento sólo produciría funestos resultados para todos los trabajadores.

A consecuencia de los grandes gastos que la delegación a las Conferencias ha ocasionado a la comisión saliente, esta federal se encuentra sin recursos para su cometido. Urge, pues, que las comarcales inviten a las de agrupación, para que éstas desplieguen la mayor actividad acerca de las federaciones locales, a fin de recaudar la cuota federal que estén en deber, y remitan inmediatamente la parte que corresponda a esta comisión.

En cumplimiento de lo acordado por las Conferencias, la cuota federal, desde 19 del corriente mes, será de quince céntimos de peseta por mes y por federado.

En el próximo mes de Octubre tendrá lugar el VIII Congreso universal.

Cuando las Conferencias acordaron elegir la delegación española, acordaron también que se invitase a todas las federaciones que no hubiesen satisfecho la cuota de un real por federado, para que la satisficiesen y caso de déficit que se hiciera un reparto entre todas las federaciones.

No habiéndose reunido más que la mitad de los recursos que se necesitan, se invita a las federaciones quc no hayan satisfecho la cuota de UD real por federado, para que satisfagan la cuota de un real y medio, y las federaciones que hayan satisfecho la cuota de un real, sólo deben satisfacer la de medio real por federado.

Si después de cubiertos los gastos de la delegación resultare algún sobrante, se destinará para los gastos al IX Congreso universal.

Es indispensable desplegar la mayor actividad en la recaudación y remisión de dicha cuota, porque de lo contrario, no será posible estar representados en tan importante Congreso.

Toda la correspondencia que las comisiones de agrupación y federaciones locales quieran dirigir a esta federal, deben verificarlo por medio de su comisión comarcal respectiva, porque las direcciones que remitió la federal saliente son inútiles.

Esta federal espera que las comarcales le acusarán recibo de la presente circular.

Salud, Anarquía y Colectivismo.
España 19 septiembre de 1876.
La Comisión federal.

Como recuerdo histórico y documento importante inserto a continuación el siguiente.

MANIFIESTO
del VII Congreso Universal de la Asociación Internacional de los Trabajadores, celebrado en Bruselas del 7 al 13 de septiembre de 1874, dirigido a todas las Sociedades obreras y a todos los obreros
I

Compañeros: En todos los países donde ha estallado la lucha social entre el capital y el trabajo, el mundo burgués ataca con encarnizamiento todas las manifestaciones de las clases obreras; la Asociación Internacional de los Trabajadores es el objeto preferente del odio implacable de los hombres de orden; los gobiernos, fieles representantes y guardianes de los intereses burgueses, han inaugurado contra los obreros socialistas un sistema de persecución, digno de los más bárbaros tiempos. La inmolación del proletariado parisién en mayo de 1871 y la deportación en masa de los que sobrevivieron, fueron la señal de una reacción general en toda España. Las leyes de excepción contra las asociaciones obreras y La Internacional, el encarcelamiento de los miembros más activos de estas asociaciones están a la orden del día en todos los principales Estados. En E5paña se asesina secretamente a los obreros miembros de La Internacional.

Sin embargo, esa reacción feroz no es el enemigo más peligroso de la completa emancipación de los trabajadores. La corrupción de la opinión pública, seguida sistemáticamente por la prensa burguesa de todos los países, he ahí el verdadero enemigo. Los que viven de la explotación de las clases obreras, sabían perfectamente bien, que desfigurando los hechos, desnaturalizando los principios, ridiculizando o haciendo odioso el socialismo se dificultaría su propaganda y su organización. Todos los periodistas de la burguesía rivalizan en esta campaña por sus infamias. Los órganos de los ultramontanos, de los conservadores, de los liberales, de los republicanos de todos los matices, cada vez que se trata de la revolución social, dejan de arañarse, para, de común acuerdo, atacar al que conceptúan su más temible enemigo. Los unos son francamente reaccionarios; los otros afectan simpatías por la causa de los obreros, deplorando y combatiendo lo que llaman errores del socialismo. Estos últimos son, seguramente, los más peligrosos; sus hipócritas combinaciones políticas seducen a un gran número de obreros, los cuales sirven así de escabel a las ambiciones de sus enemigos.

Al dirigir este Manifiesto a las asociaciones obreras y a los obreros de todos los países donde ha estallado la lucha entre el capital y el trabajo, el Congreso de la Asociación Internacional de los Trabajadores, vienen a afirmar solemnemente la vitalidad del movimiento obrero, a despecho de todas las persecuciones burguesas y gubernamentales; quiere probar que no existe ya una sola opinión pública, sino que hay una burguesía fundada sobre la dominación y la explotación de las masas populares por una minoría y otra obrera fundada sobre la Justicia, la Verdad y la Moral.

La Internacional, para llegar a ser una organización que abrazase los intereses populares, no podía ser el producto de un sistema preconcebido, sino que debía desenvolverse según las experiencias hechas y por hacer.

Este trabajo de desenvolvimiento ha dado lugar, en el seno de nuestra Asociación, a luchas que fueron, naturalmente, interpretadas por la prensa burguesa corno una causa de ruina para La Internacional y que en algún país alejaron de nuestro pacto universal de solidaridad algunas asociaciones obreras.

Hoy que La Internacional, habiendo puesto fin a estas luchas intestinas ha consagrado el principio fundamental sobre que descansa, tenemos el deber de explicar a nuestros compañeros obreros que han permanecido fuera de nuestras filas las bases reales de esta organización y el fin que nos proponemos alcanzar.

II

La Asociación Internacional de los Trabajadores fue fundada en septiembre de 1866 en un mitin celebrado en Saint Martín Hall, al cual asistieron representantes de las clases obreras de los países más industriales de Europa.

El primer Congreso general de la Asociación tuvo lugar en Ginebra en septiembre de 1866; este Congreso adoptó unos Estatutos generales cuyos considerandos determinan claramente toda la marcha del movimiento obrero.

Las disposiciones orgánicas de los Estatutos generales instituían un Consejo general de la Asociación que debía servir de centro de correspondencia y de reseñas, pero en cuyas atribuciones no había ningún caracter autoritario; estos Estatutos consagraban al mismo tiempo, la autonomía o la libre organización de todas las secciones o federaciones de secciones.

La fundación de la Asociación Internacional de los Trabajadores respondía también a las necesidades de las clases obreras, puesto que, desde el principio, esta Asociación alcanzó un desenvolvimiento prodigioso en todos los países industriales. Los partidos políticos, viendo nacer esta nueva potencia, la adularon; los gobiérnos, lejos de hostilizarla, parecían favorecerla. Existen hombres, que la historia ha señalado a la vergüenza pública después como provocadores o cómplices de las matanzas de obreros, cuyos nombres han figurado en las listas de los primeros afiliados a La Internacional. Pero todos los matices del mundo burgués, desde Bismark, Bonaparte, Thiers, hasta Gambeta y los hombres de la Liga de la Paz y de la libertad, no tardaron en reconocer en la Asociación Internacional de los Trabajadores, el enemigo irreconciliable de los privilegios de la sociedad burguesa, de la cual los unos y los otros son los representantes, y a empezar su obra reaccionaria, que hoy ha tomado un carácter de universalidad sin precedente en la historia.

El moderno sistema de producción capitalísta debía necesariamente dar origen a La Internacional. El acaparamiento de las primeras materias, la introducción de las máquinas, la división del trabajo, la concentración más y más acentuada del capital, las operaciones de banca y las especulaciones financieras, el desarrollo de las vías de circulación son otras tantas fuerzas económicas que han favorecido el advenimiento completo de la burguesía y su dominación exclusiva sobre los intereses sociales.

El capital, por medio del cual opera la burguesía, no es ni francés, ni alemán, ni inglés, ni italiano, ni español; no es latino, ni germano, ni eslavo; es el producto de la materia y de las fuerzas combinadas con y por el trabajo humano de las generaciones pasadas y de las masas populares actuales. Si los orígenes del capital son internacionales, sus operaciones son completamente conformes a estos orígenes.

Cuando se trata de fundar una compañía financiera para el establecimiento de una línea férrea, la explotación de una empresa industrial cualquiera, la fundación de un banco, los iniciadores se ocupan muy poco de la CUALIDAD NACIONAL de los accionistas; es la CANTIDAD CAPITALISTA la que predomina. El patriotismo de los burgueses no es más que una sandia hipocresía para engañar a los cándidos.

Esta monopolización del capital social entre las manos de la burguesía hace de los trabajadores una mercancía que se compra y se vende, conforme el mismo parecer de los economistas burgueses, según las leyes de la oferta y de la demanda. Los obreros tienen la libertad de vender o de alquilar su trabajo en las condiciones. que impone el capital, o de morirse de hambre. Era bien natural que pensasen en mejorar en algo esta situación. Un solo medio existe para conseguirlo; el de coaligarse y rehusar su trabajo cuando las exigencias de los capitalistas y de los maestros son demasiado onerosas. Esta situación, siendo, con poca diferencia, la misma en todos los países industriosos, hizo nacer por todas partes las organizaciones obreras y las huelgas; operando el capital internacionalmente, los obreros debían del mismo modo solidarizarse internacionalmente si querían llegar a resultados prácticos.

Por esto nació La Internacional.

Las cuestiones que en el primer período de su existencia preocuparon generalmente a la Asociación fueron: la organización de las sociedades obreras y de las huelgas, el aumento de los salarios, la reducción de las horas de trabajo, la restricción del empleo de las mujeres y de los niños en las manufacturas, la cuestión de las máquinas, las cuestiones relativas a la cooperación y al crédito.

La sociedades de resistencia se multiplicaron, estableciéronse sociedades cooperativas de consumo y de producción, instituciones de crédito mútuo; los salarios aumentaron generalmente en una mínima proporción; algunas profesiones obtuvieron una reducción de horas de trabajo, y, sin embargo, la situación general de las clases obreras quedaba miserable, a excepción de algunos ramos en ciertas industrias privilegiadas. Las mejoras obtenidas un día se encontraban anuladas al día siguiente por el concurso de otras circunstancias nacidas del sistema de producción y de repartición de las riquezas, inaugurado y desenvuelto por la burguesía. ¿Habremos de dar vueltas siempre en el mismo círculo vicioso? Este pensamiento preocupa a todos y por todas partes se busca una solución.

La idea de una reforma social radical se hizo entonces la preocupación esencial de todas las asociaciones obreras, en las cuales se pensaba y se obraba. La burguesía tiene toda la libertad y la posibilidad de explotar a los obreros, porque es propietaria exclusiva del instrumento del trabajo, del capital.

La cuestión de la propiedad es así el nudo gordiano de la cuestión social; para resolver ésta es preciso resolver la primera. Los Congresos de La Internacional celebrados en Bruselas (1868) y Basilea (1869), abordaron sucesivamente esta cuestión y la resolvieron en el sentido de la propiedad colectiva. La Internacional, a partir de esta época, fue el gran espantajo para la burguesía; encarnación de las enérgicas reivindicaciones populares, fue objeto de toda suerte de injurias, calumnias y persecuciones. Fue tambien, a partir de esta época, cuando la escisión entre el socialismo y los matices más o menos liberales y radicales de la burguesía, tuvo efecto.

Pero, como lo hemos establecido más arriba, el capital no es el producto del trabajo individual y, por consecuencia, no puede ser legítimamente la propiedad individual de nadie; es preciso toda la corrupción en que vivimos para que haya publicistas y oradores que puedan encontrar un público simpático para acusar a los socialistas de querer la repartición, el pillaje y el robo, cuando está probado hasta la saciedad que, gracias a una explotación constante y generalizada de las masas populares, ha llegado la burguesía a acaparar las inmensas riquezas de que es propietaria.

La propiedad colectiva fue, pues, reconocida por la Asociación Internacional de los Trabajadores como la base de toda reforma social seria.

La Internacional toda entera fue agitada por las cuestiones referentes a la realización politica de la propiedad colectiva; las discusiones de principios despertaban una nueva vida intelectual y moral en el seno de las sociedades obreras; la propaganda socialista emprendida de una manera general llamaba a la vida nuevas secciones; las huelgas se sucedían sin interrupción y en diversos países, y algunas tentativas de insurrección anunciaban que la masa de la revolución popular subía de más en más.

Entonces estalló como un rayo la guerra franco-alemana.

III

La historia moderna no ha producido más que una situación semejante a la en que se encontró la Francia después de la declaración de la guerra: el período revolucionario que siguió a 1789. Hoy como en aquella época la acción revolucionaria sola podía rechazar la invasión alemana y asegurar la reorganización del país; y por acción revolucionaria no entendemos una copia imposible, un postizo histórico de los acontecimientos de 1793 sino una acción nueva conforme a las necesidades de la situación presente. Encontrándose la Francia en presencia de la invasión y de la solución del problema social, no podía encontrar su salud sino en una revolución popular que hubiera dado satisfacción a los intereses de las clases obreras y que hubiera opuesto al militarismo las fuerzas vivas del pueblo insurreccionado. La Francia revolucionaria debía ser invencible y su victoria era la señal de la emancipación de todo el proletariado europeo.

La mayoría de los obreros de las ciudades no comprendió inmediatamente la verdadera situación, y cuando llegó la caída inevitable del imperio, dejó constituirse un poder compuesto de republicanos burgueses que, lejos de suscitar la acción popular, la comprimió allí donde trató de manifestarse. Estos hombres, partidarios rutinarios de las formas gubernamentales y autoritarias, no hicieron sino continuar el imperio bajo la forma republicana, aliarse a los miserables que perdían la Francia y perseguir a los organizadores de las ligas populares, que querían imprimir a la defensa el carácter revolucionario que el pueblo hubiera debido darle después del 4 de septiembre.

Estos impotentes retóricos que, siendo diputados de la oposición, pretendían continuar la tradición de la revolución francesa, una vez en el poder, sólo mostraron odio y desprecio por el pueblo. Da lástima cuando se les compara a aquellos hombres audaces de 1793, que hicieron su gran revolución y rechazaron la invasión apoyándose sobre lo que el mundo burgués llama la canalla popular.

Todos los acontecimientos han dado la razón a los socialistas, que en sus periódicos, en sus folletos, en las reuniones públicas, en las sublevaciones revoluclOnanas que intentaron en el Mediodía de la Francia y en París indicaron la sola idea que podía salvar a la Francia.

La capitulación de París consumó la obra nefanda del gobierno del 4 de septiembre.

Estos acontecimientos no hicieron más que acrecentar la desconfianza, el antagonismo entre las clases y cuando después de todos los desastres que acababa de sufrir la Francia, la nueva asamblea nacional francesa se reunió en Burdeos, solo supo provocar nuevas cóleras populares, tomando medidas tan vejatorias como estúpidas.

La preocupación esencial del gobierno fue preparar un golpe de Estado contra París. Los cañones comprados por la guardia nacional y colocados en las alturas de Montmartre, sirvieron de pretexto a este golpe de Estado.

En la noche del 17 al 18 de marzo, el gobierno hizo fijar una proclama por la cual anunciaba que iba a tomar por la fuerza los cañones tomados al Estado, e invitaba a los buenos ciudadanos a separarse de los malos y a ayudar al gobierno a restablecer el orden. En efecto, las tropas fueron dirigidas hacia Montmartre; la guardia nacional del barrio resistió, los soldados rehusaron hacer fuego sobre el pueblo, entregándole sus armas y fraternizando con los guardias nacionales; todo París se alarmó y en algunas horas el golpe de Estado dió nacimiento a una revolución popular. Este movimiento popular tenía un carácter nuevo, que le distinguía de todas las revoluciones nacionales, precedentes. El grito de unión de los guardias nacionales, a cuyo nombre la revolución se había hecho, fue: ¡VIVA LA COMUNA!

Este grito popular nos revela las aspiraciones de] proletariado parisién. El Estado centralizado, un día republicano, al día siguiente realista, al otro imperialista, oprimiendo siempre, bajo todas las formas; las masas populares, en guerra permanente con los Estados vecinos, debía desaparecer. París quiere organizar su administración particular como sus propios intereses se lo aconsejaban; esta administración comunal o municipal no quiere imponérsela a las otras comunas o municipios de Francia, sino que, por el contrario, les deja la libertad de organizarse por su parte como lo tengan por conveniente. París invita enseguida a las comunas que quieran adherirse a un pacto de federación, en vista de la satisfacción y de la defensa de sus intereses generales, y a determinar las bases y condiciones de este pacto: tal es el alcance político del movimiento. El pueblo de París quiere también comenzar a realizar la emancipación de los trabajadores. Teniendo que elegir un Consejo comunal o municipal le compone en su mayoría de obreros que reciben la misión de comenzar las reformas económicas en favor del proletariado: el Consejo de la Comuna, que ha repartido los diversos ramos de la administración en diferentes comisiones, instituye una COMISIÓN DEL TRABAJO, encargada de estudiar y de preparar la ejecución de los proyectos concernientes a la satisfacción de los intereses obreros. Los manifiestos de la COMUNA lo dicen claramente:

Lo que París quiere, en resumen, es: la TIERRA al agricultor, el UTIL al obrero, el TRABAJO para todos.

Mientras que París constituye pacíficamente su COMUNA y reorganiza sus servicios públicos, el gobierno de Versalles medita y prepara su obra infernal de destrucción. Si el pueblo francés, si la opinión en Europa se pronuncia por París, la COMUNA de París será el punto de partida de la Revolución Social, y el reino de la burguesía habrá terminado; luego, como consecuencia, es necesario a toda costa detener el movimiento comunalista. Se emplea contra los obreros parisienses la energía que no se había sabido mostrar contra los prusianos. Todos los medios son buenos: la calumnia primero, esparcida por las mil voces de una prensa venal y que trata de hacer pasar al pueblo generoso de París por una horda de bandidos y asesinos después de las mentidas promesas hechas a la provincia, la alianza del gobierno prusiano mendigada y comprada a un precio vergonzoso, la corrupción buscando en París traidores y cómplices. Por último, la fuerza bruta puesta al servicio de una represión implacable y la idea emancipadora ahogada en la sangre de un pueblo entero.

No trazaremos aquí las peripecias de esta batalla de dos meses que acabó por la matanza de los defensores de la COMUNA. Esta página espantosa de nuestra historia contemporánea ha hecho toda conciliación imposible entre la burguesía y el pueblo: un río de sangre los separa para siempre.

Si la COMUNA de París vió alzarse contra ella todos los odios del mundo burgués, despertó también ardientes simpatías: el proletariado de todos los países comprendió en seguida el alcance de la Revolución del 18 de marzo. A la caída de la COMUNA, entonces que toda la Europa burguesa aplaudía la represión sangrienta; que el Fígaro daba la consigna a la prensa burguesa, publicando estas palabras de caníbal: E& preciso matar a los lobos, las lobas y los lobeznos; que el falsario Julio Fabre lanzaba su famosa circular suplicando a los gobiernos extranjeros tratasen a los comunalistas fugitivos como viles criminales; que la Asamblea de Versalles toda entera, monárquicos, absolutistas y constitucionales, liberales y radicales anatematízaban por unanimidad menos un voto la COMUNA de París; que todos los gobiernos enviaban felicitaciones a M. Thiers, el salvador de la sociedad, la Internacional de todos los países declaró solemnemente que se hacía solidaria de los actos de la COMUNA y sus secciones acogieron a los refugiados como hermanos.

En esta época de decadencia moral, fue el honor de La Internacional haber comprendido la Revolución del 18 de marzo y hacerse solidaria de ella.

La idea socialista ha recibido una consagración práctica de una parte histórica inmensa, y, enfrente de la reacción burguesa triunfante, nuestro grito de unión queda el que lanzaron los obreros parÍsiense en 1871: ¡VIVA LA COMUNA!

IV

Un grupo de hombres había llegado a constituir poco a poco en La Internacional un partido, tratando de conformar a la organización y la acción de la Asociación absolutamente según sus concepciones particulares. Estos hombres, partidarios de la conquista del poder político por las clases obreras, querían transformar la Asociación en un vasto partido político, organizado jerárquicamente y bajo su propia dirección; tenía entre sus manos el Consejo general de Londres, lo que les aseguraba una influencia considerable; además, la guerra y los acontecimientos que la siguieron, impidieron, durante dos años seguidos, 1870 y 1871, la reunión del Congreso General, de modo que las discusiones de principio que salen a la luz en estas asambleas y que sirven para ilustrar la opinión, fueron suspendidas. Resultó de aquí, que los hombres de este partido, aprovechando esta situación que les era favorable, pudieron establecer por cierto tiempo su dominación en la Asociación y proscribir toda tendencia opuesta a la suya. Nosotros no haremos la historia de las luchas producidas por sus trabajos; luchas que, desgraciadamente, han tenido mucho eco: recordaremos solamente que cuando creyeron realizado su objeto, fracasaron ante la revuelta de todas las federaciones de La Internacional. Volviendo a tomar posesión de si mismas, las federaciones declararon que entendían conservar el derecho de administrar sus propios asuntos y no querían remitir a ningún poder central el cuidado de pensar por ellas. El Congreso General de Ginebra verificado el año último, consagró solemnemente este principio de autonomía reivindicado por toda La Internacional, y le inscribió en los Estatutos generales. Así, pues, la libre organización de las secciones y federaciones y el derecho de determinar por sí mismas, segun sus situaciones particulares, la línea de conducta política que hayan de seguir, son un hecho en la Asociación.

Las luchas a que acabamos de hacer alusión fueron, ciertamente, durante un momento, un obstáculo a la propaganda que la Asociación Internacional de los Trabajadores se ha impuesto como misión hacer en el mundo entero en favor de los principios socialistas; pero cuando se miran los hechos bajo el punto de vista más elevado, separándolos de toda preocupación personal, es imposible desconocer que la crisis por que ha pasado nuestra Asociación ha sido saludable, haciendo resaltar de una manera clara el principio de autonomía y de la federación, el solo que puede en lo sucesivo presidir a la organización de los trabajadores.

La burguesía, que no ha querido ver en este gran debate entre dos principios opuestos, más que una mezquina querella de personas y que tan pomposamente ha anunciado en sus órganos la muerte de La Internacional, no ha hecho sino dar una prueba de su falta de inteligencia. No ha comprendido que esta larga lucha, a continuación de la cual La Internacional se ha reconstituído sobre bases nuevas, atestiguaba por el contrario la indestructible vitalidad de nuestra Asociación, y que ahora que ha salido victoriosa de la crisis, la Asociación Internacional de los Trabajadores marcha con paso más que seguro hacia la realización de su objeto: la emancipación de los trabajadores por los trabajadores mismos.

Compañeros obreros de todos los países y de todas las profesiones, os hemos explicado nuestra razón de ser y nuestro objeto.

A vosotros toca juzgar si La Internacional representa realmente las aspiraciones del proletariado, y de tomar partido en la guerra a muerte que hoy está en todos los países del mundo entre el capital y el trabajo; sea por nosotros contra nuestros explotadores comunes, sea por los explotadores contra nosotros y contra vosotros mismos.

Un peligro serio amenaza la obra de emancipación de los trabajadores: el conflicto que en casi todos los países ha estallado entre el Estado y las diversas religiones; éstas, que pretenden ocuparse exclusivamente de las cosas del otro mundo, quieren dominar en todas partes el Estado, y éste, que pretende representar exclusivamente también los intereses de esta tierra, quiere hacer la policía de las religiones.

De aquí un conflicto que, si las masas populares no están alerta y se dejan seducir por uno u otro partido, puede volvernos a las luchas religiosas y alejar por mucho tiempo aún la solución del problema social. Si se reflexiona con qué cuidado los representantes de la burguesía, sean gobernantes o curas, y la burguesía misma suscitan estos conflictos y tratan de apasionar las masas por estas cuestiones resulta la evidencia de que es con el objeto de distraer la atención pública de las cuestiones sociales en provecho de otras que no pueden tener ya ningún interés para la humanidad.

Las religiones de Estado, como las religiones libres, predican la obediencia, la resignación al orden de cosas actual, la fe en una vida futura mejor. Lo que nosotros debemos querer es la justicia en la sociedad humana. Si el orden de cosas actual es contrario a esta realización, es preciso transformarlo.

Dejemos, pues, los gobiernos y los cleros disputarse la preponderancia de los poderes, y nosotros, organicémonos para el triunfo de los intereses del trabajo.

Si creéis como nosotros, en la necesidad de una gran transformación social, no permanezcáis por más tiempo en una culpable indiferencia; unid vuestros esfuerzos a los nuestros para generalizar y consolidar las asociaciones de solidaridad práctica entre sí, estudiar todas las cuestiones sociales y propagar los principios socialistas, de manera que el pueblo alcance la conciencia de la obra que ha de realizar; separemos las seducciones burguesas, los consejos del egoísmo, de la ambición, de la indecisión, de la cobardía; organicémonos para la acción, según las situaciones especiales de cada nación.

Por todas partes se acusa a los internacionales de ser perturbadores por naturaleza; en todos los países la conducta de la burguesía prueba que no quiere hacer ninguna concesión a los trabajadores; los gobiernos de todos los grandes Estados organizan implacablemente las persecuciones contra los socialistas y crean una situación de donde se deducirán inevitablemente soluciones violentas.

La reacción burguesa marcha a pasos agigantados y nos aplastará bien pronto completamente, si no sabemos servirnos de la sola arma que nos queda: la REVOLUCIÓN SOCIAL.

Por el Congreso, los Secretarios.

Adhémar Schwitzguebel, J. N. Demoulin.
España, 1875.

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