Índice de El Proletariado Militante (Memorias de un internacionalista) de Anselmo de LorenzoAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

TOMO SEGUNDO

CAPÍTULO TERCERO

EL CONGRESO DE ZARAGOZA.
LA PROPIEDAD

Sobre el tema de la propiedad se presentaron tres dictámenes, uno de la Comisión federal redactado por el autor de la presente, aconsejado e inspirado por Paul Lafargue, y discutido y aprobado por el Consejo en pleno; otro por el delegado de Madrid, escrito por él mismo, sin conocimiento ni mandato de sus mandatarios, y otro que se dijo formulado por la delegación de Barcelona, compuesta de nueve delegados, que prestaron asentimiento al escrito de uno de ellos, aunque en las actas no aparece con firma alguna y que de seguro era ajeno a la Federación y a las secciones barcelonesas, ya que en la colección de La Federación, que tengo a la vista, nada se dice de semejante trabajo.

Acerca del primero debo decir que su inspirador y casi su autor es Paul Lafargue, si bien yo puse algún dato español y algo de mi cosecha y le di forma española, porque aquél aunque hablaba español, como cubano que era, no dominaba el idioma para poder escribirlo por haber recibido educación francesa.

Los inserto a continuación:

LA PROPIEDAD

La forma de la propiedad burguesa es individualista, es decir, que la propiedad territorial, industrial y capitalista pertenece a individuos o a colectividades de individuos. Sin embargo, cierta parte de la propiedad pertenece a la colectividad nación tal como la fabricación de moneda, los arsenales,las minas, telégrafos, etc.; pero la administración de esta propiedad colectiva, que esta bajo la dirección del Estado político burgués, presenta los mismos vicios que la propiedad puramente individualista.

En la propiedad burguesa o individualista es preciso distinguir dos clases:

1° La pequeña propiedad explotada por el mismo propietario;

2° La gran propiedad que no puede ser explotada sino por asalariados que trabajan para enriquecer al propietario y proveérle de nuevos medios para ejercer la tiranía sobre un número cada vez mayor de asalariados

Esta forma actual de la propiedad ha dado diferentes resultados económicos y sociales que vamos a examinar.

I
RESULTADOS ECONÓMICOS

La consecuencia inmediata de la forma burguesa de la propiedad, es la concurrencia; es decir, la guerra económica.

La pequeña propiedad individualista es el punto de partida de la propiedad burguesa. Se encuentra aún en las comarcas donde los medios de comunicación son escasos, como en los Pirineos franceses y españoles, Asturias, Galicia y parte de Andalucía, etc., donde los productos elaborados en dichas comarcas deben consumirse allí mismo, porque no pueden salir sino con un recargo que la concurrencia no tolera; los productos extranjeros o los de otras comarcas no pueden ir allí por la misma razón. A medida que los medios de comunicación se facilitan, los productos extraños se introducen en gran cantidad y hacen perder el valor a los productos del país, entonces la pequeña industria y la pequeña propiedad del país, perecen, confundiéndose en la gran propiedad y la gran industria, únicas que pueden resistir a la invasión por medio de la concurrencia.

La desaparición de la pequeña propiedad y de la pequeña industria es, pues, un hecho fatal y una consecuencia lógica de la propiedad burguesa.

Desde el momento que la gran propiedad y la gran industria puesta en contacto con la pequeña propiedad y la pequeña industria, hacen desaparecer a éstas, es preciso reconocer en aquéllas una superioridad económica.

La condición esencial de la concurrencia es producir pronto y barato, y esto no puede efectuarse sino por la aplicación constante de todas las invenciones de la ciencia moderna, y la gran propiedad es la única que posee medios para hacerlo. Por esta causa el pequeño propietario y el pequeño industrial se encuentran impotentes ante los grandes propietarios e industriales, como el villano de la Edad Media cuando quería oponerse a uno de los indignos privilegios del señor feudal, que sólo tenía el derecho de ponerse desnudo y armado de un palo delante de su señor, que se presentaba a caballo armado de punta en blanco. La consecuencia de esta lucha desigual es necesariamente la expropiación del débil en provecho del fuerte, y la transformación del propietario libre en asalariado esclavo.

En la Edad media, el poderoso se apropiaba de la propiedad y hasta de la persona del desvalido: hoy se produce el mismo hecho, sólo se diferencia en las armas; en la Edad media era la espada, hoy es el capital. Como ejemplo podemos citar este hecho: los tejedores a la mano de Cataluña son en este momento arruinados por la enorme concurrencia que les hacen las máquinas de tejidos a vapor; para sostener la lucha se ven precisados a redoblar sus esfuerzos, a vivir más miserablemente, en una palabra, a vivir en una agonía terrible, haciendo esfuerzos estériles, porque están irremisiblemente condenados a desaparecer por la fatalidad de las leyes económicas y su desaparición será tanto más rápida cuanto más los aranceles se transformen en sentido librecambista. Por doquiera las máquinas a vapor se extienden, los métodos manuales están condenados a desaparecer. Las mismas leyes económicas que han introducido la máquina la harán permanecer y progresar indefinidamente, y esta ley sólo puede ser contrariada por una invasión de bárbaros o por un cataclismo universal.

Así merced a la forma burguesa de la propiedad, todas las aplicaciones de la ciencia moderna a la producción en sus diversas manifestaciones agrícolas e industriales no hacen sino dar a los capitalistas nuevas armas para aumentar su poder tiránico sobre un número cada vez creciente de proletarios.

A esto llaman progreso los burgueses.

Mientras la propiedad y la industria han sido pequeñas, siendo uno mismo el productor y el proletariado, la concurencia era solmente el estímulo que le llevaba a mejorar su producto. Pero hoy, la gran propiedad y la gran industria impulsan únicamente al propietario a hacer producir pronto y barato. Por el antiguo método, la concurrencia conducía a la perfección del producto, hoy, por el contrario, nos lleva a la adulteración de las primeras materias y a la inferioridad de la producción: los antiguos tejidos de Toledo y Talavera, comparados con los modernos de Valencia, Murcia y Barcelona, nos dan la prueba material de esta afirmación.

A esto llaman progreso industrial los burgueses.

La concurrencia engendra el desorden en la producción. Para impedir que el enorme capital invertido en el instrumento de trabajo quede improductivo, el capitalista se ve obligado a hacer producir incesantemente, ocurriendo con frecuencia que cuando sus productos no tienen demanda en el mercado se sobrecarga la producción de una manera considerable, lo que da lugar a una crisis industrial que obliga al capitalista a vender a menos precio o a que se pierdan sus géneros en el almacén; entonces la fábrica se cierra para los obreros, encontrándose éstos que antes no podían vivir por el exceso de trabajo, expuestos a perecer de hambre por falta de trabajo.

A esto llaman orden los burgueses.

Esta misma concurrencia tan desorganizadora la han presentado los economistas como la redentora del mundo bajo la conocida fórmula de Dejad hacer, dejad pasar. Pero esta misma concurrencia que proclaman eterna se destruye por sí misma, porque en esta lucha económica en que la gran propiedad acaba por absorber la pequeña, engendra la centralización de la propiedad, y crea el monopolio que gobierna el mercado, fija drbitrariamente el valor, se hace protejer por medio de aduanas y tratados de comercio contra la concurrencia extranjera y por el ejército contra los ataques de los proletariados que quieren destruir el monopolio.

A esto llaman libertad los burgueses.

La centralización de la propiedad, que ha permitido la aplicación de las máquinas de vapor, ha venido a economizar el empleo de la fuerza muscular y a relevar al hombre de la parte más penosa del trabajo, por medio de la división, la cual, llevada hasta el infinito en las fábricas e introducida aún en aquéllas donde el vapor no se ha aplicado, como en los talleres de sastre, donde unos cortan, otros cosen ciertas prendas, otros otras, etc., ha aumentado considerablemente la producción disminuyendo los gastos generales y el precio del producto.

Estos son los resultados buenos que produce la centralización de la propiedad.

Veamos ahora su reverso.

La gran propiedad que hace del productor un asalariado, es decir, un hombre que no tiene con la producción en general otra relación que el mísero jornal que le pone delante de la satisfacción de sus necesidades, en el suplicio de Tántalo, hace que el trabajador no tenga interés en la conservación del instrumento de trabajo, ni en la economía de las primeras materias, ni en la perfección del producto; por el contrario, cuando ve la tendencia a hacerle trabajar más a menos coste, o lo que es lo mismo, a hacerle la última víctima de la concurrencia descuida su obra, maltrata la herramienta y sólo desea salir del taller, que considera como lugar de tormento.

La razón de esto es sencilla: el poseedor del capital y por consecuencia de las primeras materias y los instrumentos de trabajo es el que pasa como productor, es quien está en aptitud para resolver en vista de las oscilaciones de la oferta y la demanda (1); el pago de sus obreros entra en sus cálculos como una parte de lo que llama sus productos; así, por ejemplo, calcula el coste de primeras materias, herramientas, jornales, local, contribución, etc., y añade el tanto por ciento que le permite la concurrencia, al paso que el obrero carece por completo de estímulo, de interés y de libertad; el jornal que recibe es la reparación necesaria para seguir trabajando. Según el criterio mercantil que domina, no hay diferencia ninguna entre la máquina de vapor que mantiene su actividad por medio del gasto continuo de carbón y el obrero que mantiene también su actividad por el consumo de una ración de pan y garbanzos. Para el obrero moderno no hay medallas de honor en las exposiciones ni gloria por la perfección de los productos; la división del trabajo ha hecho ya totalmente invisible su personalidad.

En estas condiciones se siguen consecuencias graves: es proverbial la conducta de los albañiles, que por no dar un paso más después de la hora de dejar el trabajo, tiran la herramienta o el material que tengan en la mano. En muchas imprentas hemos tenido ocasión de ver puñados de letras en los lugares excusados, arrojados allí por no emplear cinco minutos más de trabajo. En las minas, este abandono es muchas veces causa de terribles accidentes. Convenimos en esto con los economistas; es necesario el interés individual para que el hombre dé de sí todo lo que sus facultades le permiten, pero el salario es la negación de este interés para el obrero; por esto le importa poco lo que interesa a los otros y piensa en lo que verdaderamente le interesa.

II
RESULTADOS SOCIALES

Si los resultados económicos de la forma individualista de la propiedad son grandes, no lo son menos los resultados sociales.

La pequeña propiedad hacía del trabajador un artista: él cogía la materia y la transformaba en producto, y esto le permitía la satisfacción de recrearse en su obra. Por esta razón había en todos los oficios artistas especiales que continuamente se presentaban como modelos que los demás trabajadores procuraban imitar o sobrepujar, cada cual se esforzaba en alcanzar el mayor número de conocimientos en su arte y en armonizar la buena, calidad de los géneros con la belleza de su forma. Esto ha producido obras de arte de extraordinario mérito, verdaderas obras maestras en que no se sabe qué admirar más, si el buen gusto de su forma o la paciencia necesaria para construirlas. Todavía se ven obreros, cuyos oficios, por circunstancias diversas, principalmente locales, no han sufrido aún la influencia de la marcha centralizadora del capital, que conservan cuidadosamente en su casa alguna muestra de ingenio como la prueba de su competencia en su arte. No le bastaba al obrero acreditar su capacidad en su profesión; érale necesario, para que el público le dispensase sus favores, alcanzar fama de honrado, y a este fin amoldaba su conducta según el criterio corriente sobre lo que constituía la honradez, según la moral a la moda; así a la par de buen artista era buen cristiano, caritativo y patriota; no trabajaba los domingos y fiestas de precepto; cumplía fielmente los mandamientos de la Iglesia; concurría a los autos de fe lleno de santo ardor contra los herejes y estaba siempre dispuesto a dar su sangre por su patria y por su rey. La familia completa ha el cuadro de la vida del obrero; el pensamiento sobre el porvenir de sus hijos era el origen incesante de actividad de donde sacaba nuevas perfecciones, nuevos medios de asegurar su crédito. Esto llenaba completamente su vida, satisfacía sus aspiraciones, señalaba un giro a su existencia, del cual no podía apartarse. Todo su afán era avanzar en ese camino, colocarse a la mayor altura, alcanzar a los que veía delante, impedir que los que venían detrás le alcanzasen. Al efecto pedía privilegios que muchas veces obtenía a costa de su dignidad y de su honra, o se reservaba el secreto de algún procedimiento,que solamente confiaba a sus hijos como una herencia. El obrero, bajo esta forma de la propiedad tenía cierta independencia, vivía en el seno de la familia como un pequeño patriarca y poseía un pequeño patrimonio, no sólo material sino también intelectual. Esto dió sin duda origen al proverbio Quien tiene oficio, tiene un beneficio.

La consecuencia de este estado era una completa insolidaridad, no tanto por efecto de la concurrencia, que entonces revestía la fama de la emulación, como porque cada obrero se sentía realmente independiente; no era en ningun modo necesaria la asociación; los obreros entre sí tenían más inmediata a su consideración la guerra que podían hacerse, que el auxilio que pudieran prestarse. Todo marchó así hasta que el número de obreros que vivían en estas condiciones se ensanchó y se crearon dificultades que amenazaron seriamente su existencia. Entonces se crearon lós gremios o asociaciones obreras, destinadas a garantirse mutuamente los obreros el goce de los beneficios de su oficio; para esto obtuvieron del poder una reglamentación y unos privilegios que al mismo tiempo que por medio de tarifas les aseguraban una ganancia regular, un buen jornal como podría decirse hoy, dificultaba que otros obreros les perjudicasen. Se pusieron grandes trabas para el ingreso en los gremios por medio de unas condiciones onerosísimas de aprendizaje, y por la exigencia de circunstancias difíciles de reunir, pues que en muchos casos se exigía lo que se llamaba patente de pureza de sangre y otras cosas no menos absurdas. El poder no tenía inconveniente en rodear a estos gremios de cuantiosos privilegios y eximirles de ciertos deberes, porque convenía a sus miras políticas en muchas ocasiones proteger a los plebeyos para crearse un apoyo que le ayudase a resistir las demasías y ambiciones de los nobles.

En la forma que actualmente tiende a constituirse la propiedad, según la serie de transformaciones que antes hemos indicado, el obrero ha sufrido una transformación completa: ya no es un artista, su trabajo ha perdido todo el carácter de individualidad; la introducción de la división del trabajo y de la máquina le obligan a desampeñar una parte mínima en la elaboración de los productos imposible de reconocer después, y como esto impide recrearse y reconocerse en su obra, no puede haber estímulo para la perfección; además la máquina puede decirse que ha venido a absorber la responsabilidad de la obra; el obrero en las industrias a que se ha aplicado la mecánica no es más que un servidor secundario, el lacayo de la máquina; su inteligencia y su genio artístico no tienen allí aplicación ninguna. Por otra parte, la tendencia de los propietarios obligados por la ley fatal de la concurrencia, a estrecharles cada vez más, a disminuir los jornales y dejándoles en las condiciones más precarias de subsistencia, le ha divorciado por completo de la sociedad, del estado actual de la civilización.

Bajo el régimen de la pequeña propiedad, sus intereses obligaban al obrero a ser conservador.

En el régimen de la gran propiedad los intereses se han dividido y se han formado dos clases, una de ricos con una política que tiende a conservar sus privilegios y una filosofía que pretende explicar científica y razonablemente el estado actual de la sociedad, y otras de pobres sin lazo ninguno que les una a la actual sociedad que son una negación permanente de la política y de la filosofía de los otros, y que busca con admirable insistencia un medio social en que los intereses se armonicen y el progreso sea un beneficio general. Cuando este movimiento de concentración de la propiedad empezó a verificarse, el obrero, que por este hecho perdió sus condiciones de independencia y sus ilusiones y sus esperanzas, encontrándose en medio de las oscilaciones del capital como una débil hoja que el viento mueve, sin que pueda oponer la más leve resistencia, sufrió también una transformación en sus ideas; el ideal que hasta aquí había seguido se hizo materialmente imposible, y si bien trató de resistir, lo desgraciado del éxito le confirmó la imposibilidad; entonces se apoderó de él un gran desfallecimiento; pero como este estado del ánimo no puede ser permanente en las colectividades, se vió obligado a buscar las satisfacciones que antes había tenido allí donde fuera posible, y esta posibilidad no estaba ya dentro de los límites de lo digno y fue preciso buscarla en lo indigno, y de aquí se siguió una degradación horrible para el obrero, y una plaga de vicios y un aumento extraordinario en la criminalidad, dió ocasión a que una multitud de moralistas burgueses disparataran muy doctamente sobre la inmoralidad del siglo y la perversión de las costumbres. Como el obrero perdió por la introducción de la división del trabajo y de las máquinas la ocasión de brillar personalmente, como murieron las especialidades, se vió como clase envuelto en una igualdad degradante, casi salvaje, peor aún, puesto que a la vez que se sentía igual a sus compañeros de clase en ignorancia y en miseria, veía la superioridad de las otras clases que se habían apropiado todos los trabajos intelectuales y materiales efectuados por las generaciones anteriores.

Hé aquí el momento histórico decisivo. Este hecho vino a señalar una dirección nueva al pensamiento humano. Hasta aquí todos los individuos habían creído posible exceptuarse individualmente de los males sociales, y esto había dado lugar a una lucha en que cada cual se procuraba todos los medios conducentes a su fin siempre en perjuicio de los demás. El estado social era la guerra, pero la guerra más cruel, sin tregua ni cómpasión, en la cual no son ya dos ejércitos que combaten de una manera regular bajo una dirección inteligente, sino que pueden considerarse tantos ejércitos como individualidades, porque son otros tantos intereses opuestos los que luchan: los vencidos son despojados sin piedad de todo medio de subsistencia, y los vencedores gozan sin remordimientos de las riquezas y honores alcanzados. En medio de estas luchas se levantan algunos reformadores generosos que dirigen críticas acerbas contra la sociedad y predican la fraternidad y hasta presentan encantadores ideales de organizaciones sociales, pero es una ley fatal que las reformas no se alcanzan por el sentímiento sino cuando la necesidad las reclama.

Era necesario que todos los que sufren vieran la imposibilidad absoluta de substraerse individualmente al mal para que pensaran en hacerlo en común, Era necesario que la lucha social del individualismo hubiese privado a un número considerable de individuos de toda arma y de toda esperanza para que estos pensaran en unir sus esfuerzos. Era necesario la necesidad, en una palabra, para que naciera la solidaridad.

Cuando los obreros de un mismo taller vieron que dependían de la voluntad de un maestro, que un obrero podía ser despedido en la seguridad que se encontraría otro en seguida que le reemplazase, comenzaron a comprender los obreros que tenían un enemigo común, el patrono, por lo cual era preciso unirse todos para resistir a sus caprichos. Primer paso de la solidaridad.

Cuando se vió que el número de trabajadores de un oficio era superior al trabaJo que se hacía, y esto permitía al patrono renovar, de la noche a la manana, todos los obreros de su taller, comprendieron la necesidad de unirse todos los de un mismo oficio en una localidad. Segundo paso de la solidaridad.

Cuando se vió que los obreros de una localidad, podían ser reemplazados por los de otras y aun extranjeros y que por otra los progresos de la división del trabajo y el empleo de las máquinas y el vapor permite el empleo de trabajadores de otras profesiones, y que cuando un oficio se detiene, se detienen tamblen todos aquellos que concurren a la elaboración del mismo producto, comprendieron la necesidad de unirse todos los trabajadores de todos los oficios y de todos los países, nació la Asociación Internacional de los Trabajadores. Tercer paso de la solidaridad.

La pequeña propiedad era el paraíso prometido de los obreros; todos sus esfuerzos se dirigían a alcanzarla, y mientras esto fue posible gozaron de cierto bienestar, pero a costa también de un empequeñecimiento moral que no les permitía ver más allá de su familia y del campanario de su aldea. Cuando empezó la actual transformación de la propiedad, los esfuerzos de los obreros para alcanzar su paraíso se estrellaban casi siempre delante de los usureros. En algunas provincias de España la propiedad territorial no ha sido aún bastante concentrada; pero el agio y la usura aceleran esta concentración rápidamente y pronto veremos el suelo de Galicia, la Mancha, las Castillas y parte de Aragón, convertido en enormes posesiones como las de Andalucía.

La gran propiedad quita toda esperanza al obrero de ser rico. Por la división del trabajo rebaja sus condiciones intelectuales, puesto que sólo se ejercitan de una manera ínfima, lo cual facilita el cambio de profesiones. Por el empleo de la máquina se crea incesantemente un excedente de trabajadores, lo cual, en unión de la consideración anterior, deprime cada vez más el valor del obrero.

Cuando el obrero creía accesible la propiedad era su defensor.

Hoy que ve la imposibilidad de alcanzarla y sin embargo no renuncia a alcanzar su bienestar, escoge el único medio que le queda, el de la solidaridad, y proclama la propiedad colectiva de la tierra y de los instrumentos de trabajo.

Si la gran propiedad ha despojado al obrero de su carácter de hombre libre, le ha transformado en asalariado esclavo, le obliga a trabajar más y en peores condiciones y le ha robado su oficio, le ha dado la solidaridad, que une a todos los miembros de su clase y facilita su emancipación.

Bajo el régimen de la pequeña propiedad la familia estaba bien constituída. La propiedad era el lazo que unía a todos los individuos entre sí. Había una herencia, tanto material como intelectual; el padre era el encargado de la educación de sus hijos, y la herencia era el lazo que subordinaba los hijos a los padres.

En el régimen de la gran propiedad, el obrero no sólo no tiene bienes materiales que trasmitir a sus hijos sino que ni tampoco intelectuales, porque, como hemos visto antes, por la división del trabajo y el empleo de la máquina el obrero no tiene ya oficio, y su hijo forma su educación y sus ideas fuera de la casa paterna.

La mujer tenía una gran importancia en el régimen de la pequeña propiedad y de la pequeña industria, que provenía de las grandes funciones domésticas que le estaban encomendadas. En efecto, ella hilaba la lana, tejía, cortaba y hacía los vestidos, lavaba la ropa, cocía el pan, etc., etc., y llenando todos estos múltiples trabajos era un ser verdaderamente precioso; representaba en el seno de la familia el orden y el amor.

Hoy que la propiedad ha sufrido la transformación que dejamos señalada, la industria doméstica, que constituía la importancia de la mujer, ha sido destruída por la gran industria social; ya el pan, las telas y hasta los vestidos hechos se encuentran en las tiendas en condiciones mucho más económicas; las habitaciones destinadas para los obreros en las grandes ciudades impiden a la mujer ciertos trabajos, por ejemplo, el lavado de la ropa, que también la grande industria se encarga de efectuar por medio de grandes lavaderos mecánicos; las grandes distancias que les separan de las fábricas y el poco tiempo destinado para las comidas obligan a los obreros a comer en bodegones inmediatos. ¿A qué queda, pues, reducida la misión de la mujer en la familia que produce el régimen de la gran propiedad? Lo diremos con franqueza, aunque se escandalicen hipócritamente los aduladores de la burguesía. Al lecho.

Por otra parte, a medida que el trabajo doméstico disminuía, el trabajo social encontraba medio de emplear la actividad de la mujer. La división del trabajo y el empleo del vapor como fuerza motriz ha pennitido al industrial reemplazar al hombre por la mujer y a ésta por el niño, y por consecuencia se han roto completamente todos los lazos que podían unir a la mujer con el hombre, a los hijos con los padres. En efecto, desde que la mujer gana por si misma su vida, no es ya como en la antigua familia un ser que debía acomodarse a la voluntad de su señor y dueño, sino que puede contratar, imponer condiciones, y en todo caso es su compañera libre e independiente. Los hijos del obrero no se someten ya a los caprichos de sus padres por la esperanza de ver aumentar su herencia, porque saben perfectamente que no la hay; además, no teniendo necesidad de ellos para sostener materialmente su vida, se encuentran independientes, y no tienen necesidad, como el hijo del burgués, de la mayor edad legal para emanciparse de la tutela paterna.

Se nos acusa a cada momento de que predicamos la destrucción de la familia. Si fuera verdad, predicaríamos un hecho que se cumple en nuestros días, pero sin que tengamos en él la más pequeña responsabilidad. Es que la burguesía nos acusa siempre de los crímenes que comete.

La destrucción de la familia es una consecuencia fatal, inevitable de la gran propiedad individualista y burguesa.

La introducción de la mujer y del niño en el trabajo social es de una importancia capital para la burguesía industrial. En efecto, en tanto que el sustento de la familia corrió a cargo del hombre, los medios, salvas más o menos privaciones, estuvieron al nivel de las necesidades; mas cuando la gran industria obligó a la mujer y al niño a entrar en el taller, el jornal del obrero dismnuyo en proporción de la cantidad representada por el de su mujer y de sus hijos. Este hecho se explica perfectamente por la ley de la concurrencia. Empleando la mujer y el niño que tienen menos fuerza de resistencia, el capitalista encuentra obreros cuyo jornal puede fijar a su gusto.

Arrebatando a la mujer y al niño al hogar doméstico y trasplantándolos al taller, el capItalista ha despojado al proletariado del sentimiento de la familia, el amor que antes la tenía se dirige ahora a toda su clase, a la humanidad; quitándole toda propiedad y toda esperanza de poseerla y condenándole al salariado, el gran propietario ha transformado al hombre, a la mujer y a los niños en seres que viven al día, sin previsión y por consecuencia prontos a lanzarse en cualquier empresa revolucionaria por temeraria que sea. La mujer, participando de estos sentimientos, lejos de ser reaccionaria y fanatizada por los mónstruos del confesionario, siempre dispuesta a comprimir los instintos revolucionarios de su marido y de su hijo, como hacía en la antigua familia, al contrario los exalta por su entusiasmo. Todos sabéis qué importancia tienen las obreras en las huelgas de Cataluña. Todo el mundo sabe cómo las mujeres y los niños en París han manejado el chassepot y la estopa.

Si desorganizando la familia obrera el capitalista ha encontrado un gran interés, en cambio ha engrosado las falanges revolucionarias con nuevos y poderosos aliados; ha creado la canalla.

Como la propiedad está vinculada en un número relativamente pequeño de individuos, queda por este hecho constituida una clase privilegiada, la cual para conservar sus privilegios ha debido convertirse en clase reinante y emplear todos los medios conducentes a este fin; los principales son: la fuerza intelectual y la fuerza material.

La fuerza intelectual de que la burguesía dispone, supone la necesidad de la debilidad intelectual de la clase obrera. Para que esta fuerza y esta debilidad existan ha convertido la enseñanza en un privilegio social con lo cual resulta necesariamente la ignorancia de los trabajadores. En efecto, sólo pueden ir a la Universidad aquellos cuyas condiciones sociales les permiten poder pagar las matrículas, comprar los libros y sobre todo eximirse del deber de trabajar; claro está que los obreros que no pueden reunir estas condiciones no pueden penetrar en el santuario de la ciencia. Así la ignorancia de la clase trabajadora ee un elemento constitutivo del actual orden social. Como consecuencia de esto la religión, la moral, la filosofía, la legislación, la economía política, etc., son obra de la clase reinante. Los trabajadores no han podido llevar la menor influencia a la formación de estas cosas, y por otra parte, privados de todo conocimiento no han podido juzgarlas. El uso de la razón ha sido prohibido al obrero; para él no hay más que la fe y la obediencia.

La clase reinante no ha confiado por completo en la ignorancia de la clase sometida, y para lo que pudiera suceder ha creado una fuerza material representada por la jerarquía política, la jerarquía militar, la jerarquía religiosa, el ejército, la policía, etc., y a cada movimiento de protesta o de reivindicación ha aplicado inmediatamente las bayonetas y después una condenación científica.

Ha hecho bien la clase que manda en desconfiar de nuestra completa enmisión por la ignorancia y en apelar a la fuerza material, porque los obreros no han prestado toda la fe ni toda la obediencia a los dogmas y a las instituciones que inventaron sus señores, y en diferentes ocasiones han hecho necesario para la conservación del orden el empleo de la metralla y de las bayonetas, y hasta tal punto se ha llegado, que ya hasta de la fuerza material desconfían, y se hacen concesiones a la creciente ilustración de la clase trabajadora, y es de administrar el ingenio que los burgueses emplean en presentar programas en los que pretende armonizar la satisfacción de las exigencias de los obreros con la conservación de la actual organización social. Así, por ejemplo, se proclama la libertad de enseñanza, y también la enseñanza gratuita y obligatoria, la libertad de crédito, de trabajo, etc., se promete la abolición de las quintas, algunos aspirantes a burgués se atreven a hablar de la abolición de los ejércitos permanentes, y se reconoce al mismo tiempo como garantia de la libertad, la propiedad individual, se procura rodearla de todo género de seguridades y unos en nombre de Dios, y los más a la moda, en nombre de la Razón, afirman solemnemente que la miseria es eterna.

III

Queda hecha a grandes rasgos la crítica del régimen de la propiedad individual, así como las transformaciones que ha sufrido y las graves consecuencias que de la misma se desprenden.

Veamos ahora los resultados que producirá la transformación de la propiedad individual en colectiva, así como la fatalidad inevitable que a ella nos lleva.

Hemos visto como por la lógica fatal de los hechos económicos se transforma la propiedad de pequeña en grande, a causa de la superioridad económica que ésta tiene sobre la otra. También hemos señalado los grandes males económicos y sociales que producía; pero debemos ahora hacer constar que estos males no se deducen directamente de ella, sino del enorme monopolio que con ella se ejerce por su carácter de individual. Si este monopolio se destruyera convirtiendo la propiedad de individual en colectiva, quedaría toda la parte buena que tiene, se aumentaría ésta considerablemente y desaparecerían completamente todos los malos resultados.

Para comprobar esta afirmación vamos a presentar las consecuencias probables de esta última transformación de la propiedad.

IV
RESULTADOS ECONÓMICOS

Hemos visto que todas las aplicaciones de la ciencia a la producción causan trastornos graves en las condiciones económicas y aumentan la miseria extraordinariamente. La razón es sencilla: como estas aplicaciones quedan monopolizadas por los propietarios que las explotan en su beneficio, y la concurrencia les obliga a rodearse de todas las garantías de éxito, a proveerse de toda clase de armas para asegurar su triunfo en la lucha que la misma concurrencia supone, se sigue como consecuencia, la privación para el obrero de todos los medios de resistir a esta funesta tendencia y hasta de lo más elemental para su desarrollo, de lo cual resulta una terrible atrofia. Esto justifica, como antes hemos visto, la aversión que el obrero tiene por la introducción de las máquinas que le quitan el bienestar relativo de que antes gozaba en el régimen de la pequeña propiedad y el trabajo en general después, donde no sólo tiene emulación alguna, sino que ni tampoco lo más indispensable para la vida. Ya hemos visto además, la pérdida que esto ocasiona de tiempo, de materIas primeras y hasta de herramientas.

Si la propiedad fuera colectiva todos estos males se trocarían en grandes beneficios. La división del trabajo, origen hoy de degradación y embrutecimiento para los obreros se convertiría en un medio de facilitar la producción, de cambiar fácilmente de ejercicio y de tener ocasión para desarrollar indefinidamente las facultades físicas e intelectuales del hombre. No habiendo ya exploradores intermediarios y siendo las colectividades productoras las directas responsables en la producción, estando además el interés del individuo íntimamente ligado con el de la colectividad a que perteneciese, cada cual trabajaría con afán para ellas en la seguridad de que luego disfrutaría su parte.

La adulteración y mala calidad de productos a que obliga la concurencia por la necesidad de producir pronto y barato, desaparecerían, cuando los obreros, en posesión a título de usufructuarios de los instrumentos de trabajo, y tomando las primeras materias sólo con el recargo equivalente al trabajo efectuado por las sociedades encargadas de su preparación y transporte, se encontrasen en condiciones de desplegar toda la actividad e inteligencia de que el hombre es capaz cuando trabaja con gusto y para sí.

Las crisis industriales de que hemos hablado más arriba, ocasionadas por la necesidad que hoy tiene el propietario de mantener en actividad constante el capital, produciendo inconsideradamente sin contar con el estado del mercado, desaparecerían, cuando una estadística exacta y completa regularizase la industria, sirviendo de norma a las colectividades productoras, que si fuera preciso a alguna variar de profesión porque la necesidad fuera menor que la producción que hacia, como tendría el campo libre por una educación científica y profesional, y además, por la facilidad de toda clase de medios no ocasionaría la más leve perturbación.

En último término, la gran propiedad individualista mata toda concurrencia y alcanza un poder dictatorial con el cual impone a su antojo el precio y la calidad de los productos. La propiedad colectiva que ofrece siempre al individuo todos los medios de aplicar su actividad, que hace que el bienestar individual no dependa ya de una eventualidad, quita por este hecho toda ocasión a la vez que toda necesidad de que nadie se rodee de privilegios y fuerza que se oponga a los intereses generales, a la sociedad entera. Con esta forma de la propiedad, la concurrencia pierde todo el carácter de lucha y desaparecen todas sus funestas consecuencias para convertirse en estímulo, en satisfacción y para derramar igualmente sobre todos los beneficios, y progresos de esta gran emulación.

Las condiciones en que hoy están los obreros respecto del capitalista y del trabajo, es causa, como ya hemos visto, de que descuiden la conservación de los instrumentos de trabajo, de lo que se siguen grandes pérdidas. Este mal se ha querido evitar convirtiendo a algunos obreros en una especie de policía que con los nombres de regentes, oficiales mayores, capataces, ete., hacen cuanto creen útil a sus amos, aunque sea indigno y perjudicial para sus antiguos compañeros.

En la propiedad colectiva, donde cada cual tiene el mismo interés, y por lo tanto, desaparece todo género de antagonismo, todos conservarán los instrumentos de trabajo y economizarán materiales y tiempo, sin necesidad de excitaciones humillantes; como el obrero será dueño de su trabajo, de su actividad y nadie podrá robárselos, los aplicará en una escala superior a la en que hoy lo hace, y como por otra parte será responsable delante de la colectividad de la conservación y renovación del instrumento de trabajo, le cuidará necesariamente a fin de perjudicar menos sus intereses.

V
RESULTADOS SOCIALES

La participación de las mujeres y los niños en el trabajo es una consecuencia fatal del progreso de la industria. Si las instituciones sociales, creadas en virtud del estado de una época determinada y autorizada por muchos siglos de existencia, una religión, unas leyes y unas costumbres especiales, no armonizan con el progreso y, por consecuencia, se derrumban, es necesario aceptarlo, porque todos los esfuerzos humanos serían impotentes para evitarlo; en su consecuencia, si los hechos económicos trastornan estas instituciones, todo nuestro trabajo debe dirigirse a conformarlas con ellos; no a contrarrestarlas, porque es imposible. Todas las lamentaciones que los tradicionalisas hacen son vanas e inútiles y no deben distraer por un momento la atención de hombres serios.

El empleo de la mujer y del niño en el trabajo es una abominación hoy por la explotación a que se los somete, y porque es un medio de que los burgueses se valen para reducir el trabajo al más ínfimo estado, para tiranizar más al proletariado; pero será un bien cuando la propiedad sea colectiva, porque librará a la mujer de la tiranía brutal del hombre, de la raquítica estrechez del hogar doméstico, abrirá anchos horizontes a su inteligencia y a su actividad, y al hacerla libre la hará digna de la libertad. El niño no se guirá ya el sendero que la miseria y la ignorancia de sus padres le indiquen, sino que, unido a sus infantiles compañeros y al amparo de convenientes sistemas de educación y desarrollo, formarán al hombre que debe vivir la vida de la libertad, de clara inteligencia y de carácter enérgico.

La forma en que esto debe hacerse no es de este momento ni puede preverse ahora; pero sí aseguramos, sin temor de equivocarnos, que la actual familia está destinada a desaparecer por la fatalidad de las leyes económicas.

Con el régimen de la propiedad individual desaparece toda diferencia de clase y por consecuencia todos los medios que la clase reinante emplea para sostenerse.

Lejos de tener interés la sociedad, como sucede hoy, en el embrutecimiento del obrero, hará todo lo posible por hacerle instruído, porque estando el individuo interesado en el desarrollo general de la sociedad y consistiendo este desarrollo en el de todas las individualidades, procurará por todos los medios alcanzarle.

La instrucción integral, que pondrá a disposición de la generación nueva la ulhma palabra de la ciencia, producirá seres en perfecta disposición de desarrollar todas sus facultades físicas e intelectuales.

El Estado, el ejército y la política, que sólo viven hoy para la conservación de los privilegios, desaparecerán por carecer de base y de objeto el día en que por la transformación de la propiedad desaparezcan.

El Estado, que sólo sirve para la garantía de la conservación de la propiedad individual, se transformará en la administración de los intereses colectivos, perdiendo todo el carácter de autoridad que le distingue.

La religión, como institución social, desaparecerá, y sean cualesquiera los méritos y virtudes que los sectarios atribuyan a sus religiones respectivas, revestirán un carácter privado que no sera ya perjudicial.

VI

Estas consecuencias probables del planteamiento de la propiedad colectiva pierden su carácter de hipótesis por la siguiente consideración histórica:

El régimen de la pequeña propiedad individual producía emulación, gusto para el trabajo y una perfección relativa en la producción, pero contenía ésta en unos límites estrechos y comprimía las facultades humanas impidiendo el desarrollo moral de los individuos a la par que el desarrollo social.

El régimen de la gran propiedad individual ha hecho posible la aplicación de la ciencia a la industria por medio de esos grandes instrumentos de trabajo, ha desarrollado en gran manera la navegación y ha llenado todas las naciones de una inmensa red de telégrafos y ferrocarriles, fábricas y manufacturas asombrosas, pero ha creado el pauperismo, verdadera llaga social que quita toda belleza al cuadro del progreso.

Ni el uno ni el otro régimen han podido formar la base definitiva de la sociedad, porque no han podido conformarse con las condiciones humanas.

En el colectivismo, la parte buena que tienen ambos regímenes se combinan perfectamente, la emulación, el gusto y el interés individual con los grandes medios de la gran concentración de la propiedad.

La ciencia en las civilizaciones pasadas ha sido como la religión, propiedad exclusiva de ciertas clases privilegiadas. En nuestros días, la ciencia, aunque todavía monopolizada, porque el obrero que no tiene dinero ni tiempo apenas puede aprender a leer y escribir, se ha generalizado mucho, y en consecuencia de esta generalización ha aumentado. Lo mismo sucederá con los instrumentos de trabajo, cuando en lugar de ser monopolizados por una clase pertenezcan a todos; entonces, lejos de disminuir y deteriorarse se aumentarán y perfeccionarán.

Como vemos, tanto los resultados económicos como los resultados sociales tienden a legitimar nuestras ideas y nuestros propósitos, esto es: la transformación de la propiedad individual en colectiva.

¿Tendríamos necesidad de enumerar estos hechos y basarnos en ellos si la justicia pudiese tocar la conciencia de las clases reinantes, si la razón pudiese iluminar su inteligencia, si la piedad pudiese conmover sus corazones? ¿Pero no somos los desheredados, y la misma clase reinante nos da este nombre?

Porque es preciso declararlo: la ciencia es el producto de todos los trabajos, de todas las observaciones, de todos los conocimientos de las generaciones que nos han precedido.

Los instrumentos del trabajo son la aplicación de la ciencia a la producción.

Los dones espontáneos de la naturaleza son medios de trabajo ofrecidos a todos los humanos.

Y hecha esta afirmación incontestable, ¿quién osará en justicia reclamar un privilegio o una limitación?

Todos estos bienes intelectuales y materiales no son la propiedad de nadie; constituyen la herencia universal, y a esta herencia tiene derecho la generación presente sin limitación ni exclusión alguna.

VII

Con la muerte de la pequeña propiedad y con su consecuencia lai división del trabajo y el empleo de la máquina se hizo innecesario al propietario para la producción, quedándose éste en la categoría de recipiente de las utilidades. En la moderna industria es más frecuente que el propietario carezca hasta de los primeros rudimentos del oficio que explota.

Conviene notar que este hecho ha venido a constituir una clase que no sólo no se contenta con vivir sin producir, sino que necesita, tanto para sus honores y goces como para su seguridad. una multitud espantosa de personas inútiles.

Por la existencia de los ricos se explica la de ese inmenso ejército que se compone de lacayos domésticos y lacayos más o menos domésticos, pero más considerados y mejor retribuídos, que abraza desde el militar hasta el magistrado, y que cuenta en sus filas con la infinita variedad de abogados, escribanos, agentes de policía, literatos, prostitutas, clérigos, monjas, hombres de Estado, etc., etc., verdadera lepra social, de que hay que limpiarse haciendo el trabajo un deber para toda esa canalla, que ha llevado su brutal ceguedad hasta escandalizarse cuando los obreros han tenido la candidez de pedir el derecho al trabajo.

Los ricos se han visto obligados a disponer todo de un modo muy conveniente y que facilita extraordinariamente el procedimiento revolucionario. Existen, por ejemplo, grandes propietarios que tienen organizados ejércitos de trabajadores, que bajo una inteligente administración se encuentran hecho el trabajo y se llevan muy bonitamente el producto sin haber contribuído en lo más mínimo y sin que hayan sido tampoco necesarios. Hay compañías de ferrocarriles que se componen de accionistas que no contribuyen en nada al movimiento y al trabajo de su empresa, son todos los empleados los útiles, los que trabajan; sin accionistas podrían seguramente salir los trenes, pero sin mozos, fogoneros, maquinistas, etc., sería imposible. Hay poseedores de inmensos terrenos que conservan el título de propietarios sin que puedan justificarle, no ya ante la razón, que esto es completamente injustificable, sino ante la ley, y sin embargo, tienen sus arrendatarios a quienes cobran un tributo odioso, con el cual viven en la Corte dando grandes bailes y ostentando magníficos carruajes y lujosos vestidos, en tanto que los trabajadores de cuya sangre viven, arrastran una vida miserable entre las privaciones y la ignorancia mas completa. Lo mismo sucede con otras muchas industrias con las cuales solo queda que hacer una cosa bien sencilla, suprimir el proletariado.

Todos los grandes instrumentos de trabajo reunidos hoy en unas cuantas manos ociosas, podrían ser de la noche a la mañana transformados por una fuerza revoluclionaria y puestos inmediatamente en usufructo a disposición de los trabajadores que hoy los hacen producir. Estos obreros, con sólo organizarse en Asociación, si no estaban ya, y ofreciendo las garantías necesarias a los Consejos locales, entrarían en el pleno goce de los instrumentos del trabajo.

Para llevar a cabo esta revolución, que destruiría el privilegio y curaría a la humanidad de la asquerosa llaga de la miseria, bastaría con expropiar unas cuantas personas, en su mayor parte inútiles y hasta perniciosas para el género humano.

En cuanto a los instrumentos de trabajo que aun no se han centralizado en esas industrias en que se pueden aplicar el vapor y las grandes máquinas, convendría reunirlos en la plaza pública y hacer con ellos una hoguera para reemplazarlos por esos grandes mecanismos que aumentan la producción y disminuyen el trabajo, quedando por este hecho convertido en beneficio general lo que hasta ahora ha venido siendo origen de la mayor explotación y tiranía.

En las industrias en que la introducción de las máquinas no pudiera verificarse inmediatamente, podrían adaptarse medidas revolucionarias para transformarlas. Hay pequeños talleres de costura, zapatería, carpintería, sombrerería, etc., etc., donde el trabajo se halla diseminado y los obreros se ven obligados a pasar la mayor parte de su tiempo sin luz ni ventilación y en las peores condiciones higiénicas, que podrían muy bien inventariarse y trasladarse interinamente a las iglesias y a los palacios de los príncipes, en tanto se preparaban excelentes salones con buenas luces y caloríferos para hacer desaparecer en seguida aquellos monumentos, admiración hoy de artistas imbéciles aunque verdaderos restos de la corrupción de esa mentida civilización, y los obreros organizados en sociedad podrían percibir el producto íntegro de su trabajo sin dejar nada entre las garras de ningún burgués.

Nuestros Consejos locales, que serían ya la legítima representación de todos los productores, transformados en Consejos de administración, serían responsables ante los Consejos comarcales de todo lo que pertenece a la colectividad; éstos ante los regionales, y éstos ante el internacional, constituyendo la verdadera federación económica, donde el individuo tendría la vida y el desenvolvimiento que debe tener, y la sociedad obedecería exactamente al principio a que debe su existencia, esto es, a la garantía de los derechos de todos los individuos.

Estos Consejos, divididos en las comisiones necesarias, velarían por la conservación de la propiedad colectiva, y en unión con las administraciones de las sociedades productoras, cuidarían de que el comercio estuviese en armonía con los intereses y derechos de éstas, y el de la colectividad en general, para lo cual sería necesario la formación de grandes bazares y hacer con el pequeño comercio burgués, lo que hemos dicho o cosa análoga acerca de la pequeña industria, es decir, la concentración y la supresión del propietario.

Para hacer funcionar las máquinas y para cultivar las tierras se necesitan primeras materias, abonos, semillas, etc. Para adquirir todo esto se necesita dinero, y para tener dinero es preciso poner al servicio de la colectividad todas las instituciones de crédito y crear inmediatamente un papel-moneda, garantizado moralmente por la misma, colectividad y materialmente por todas las tierras y máquinas que aquélla posea. De este modo se tendría el dinero necesario para proporcionar a las sociedades industriales las primeras materias y a las sociedades agrícolas las semillas, los abonos y los instrumentos aratorios. Todo este capital que la colectividad adelantaría a las sociedades industriales y agrícolas, lo haría gratuitamente, es decir, sin ningún interés, más que un ínfimo tanto por ciento para gastos generales. Cuando esto suceda, estará establecido el crédito gratuito que hoy es una medida irrealizable, y que lo será mientras los instrumentos de trabajo sean propiedad de ciertos individuos o de ciertos grupos de trabajadores, como lo sueñan los partidarios de la cooperación.

En una sociedad en que todos los instrumentos de trabajo, como tierras, máquinas y capital, sea propiedad común, todo el que quiera trabajar podrá vivir holgadamente: la explotación del hombre por el hombre habrá desaparecido, y quien quiera comer trabajará.

Tal es nuestro modo de juzgar la cuestión planteada por el tema señalado con el número 8 en la orden del día.

Como habréis visto, el método adoptado consiste en la crítica de la organización de la propiedad y en poner de manifiesto la transformación que la misma sufre a consecuencia del desenvolvimiento de las leyes económicas; de esto se deduce una respuesta afirmativa a la primera parte del tema.

Continuando el mismo método hemos considerado hipotéticamente practicada nuestra aspiración sobre la propiedad, y hallamos que no tiene ninguno de los defectos que hoy son causa de tantos desórdenes, y garantiza por el contrario la libertad a todos los individuos, y la vida y todo el desarrollo de que es susceptible a la familia humana.

Después, prescindiendo de toda conveniencia y de toda consideración social, y teniendo sólo en cuenta la razón y la justicia, afirmamos la necesidad de la transformación de la propiedad individual en colectiva, de acuerdo con las resoluciones adoptadas por los Congresos internacionales de Bruselas y de Basilea.

En cuanto a la cuestión de medios, nosotros creemos, de acuerdo con el Congreso de Barcelona, que la lucha contra el capital se hace una necesidad para conseguir la completa emancipación de las clases trabajadoras, que para esa lucha es necesario ponerse en condiciones económicas y que las cajas de resistencia son una gran necesidad y un gran elemento para alcanzar el objeto a que aspira la gran Asociación Internacional de los Trabajadores; creemos asimismo que todas las Secciones de La Internacional deben renunciar a toda acción corporativa que tenga por objeto efectuar la transformación social por medio de reformas políticas nacionales, y que deben emplear toda su actividad en la constitución federativa de los cuerpos de oficio, único medio de asegurar el éxito de la revolución social; mas teniendo en cuenta que nuestra organización no esta terminada, que los partidos burgueses se destrozan bárbaramente, que esta lucha burguesa puede producir cataclismos sociales y políticos, y por último, que al aceptar los Estatutos generales hemos contraído el compromiso de subordinar todo movimiento político a nuestra emancipación, hemos creído conveniente presentar ideas que se encaminan a este último fin, porque hasta hoy sólo tenemos las indicaciones contenidas en el manifiesto del Consejo Federal de 31 de Enero.

Esto es cuanto podemos decir sobre el tema de que nos ocupamos. Al Congreso toca resolver y juzgar.

El Consejo federal
Angel Mora.
Valentín Saenz.
Inocencio Calleja.
Paulino Iglesias.
José Mesa.
Anselmo Lorenzo.
Hipólito Pauly.
Víctor Pagés.
Francisco Mora.

Revisado este trabajo después de más de cuarenta años, es útil la siguiente manifestación:

Háblase al final de la necesidad del dinero para adquirir lo necesario al funcionamiento de la sociedad post-revolucionaria.

Recomiéndase también la eficacia de las Cajas de Resistencia, tal como las instituyó el Congreso de Barcelona, en 1870.

Sobre ambos puntos he rectificado mis ideas, no en lo fundamental, o sea en el perfecto y absoluto ideal emancipador, sino en lo circunstancial y accesorio; mejor dicho, ha rectificado la evolución proletaria siguiendo su ininterrumpida ascensión progresiva.

En mi folleto conferencia El Proletariado Emancipador páginas 7 y 17 se halla la demostración.

DICTAMEN SOBRE LA CUESTIÓN DE LA PROPIEDAD

Si la propiedad, tal cual está constituída es injusta; Sí.

Si es una de las causas que más contribuyen a la explotación del hombre por el hombre; Sí.

Modo o manera de verificar su transformación para conformarla con la justicia, etc.

Acerca del primer punto, consideramos como la base esencial la organización de los trabajadores en colectividades por oficios y localidades, federadas entre sí.

Respecto al segundo, que sean arrancados de la propiedad individual todos los medios de producción, herramientas, útiles, primeras materias, y todo aquello que sea considerado como riqueza social adquirida; lo que no creemos se consiga sino por medio de la liquidación social, que permita fundar la organización de la sociedad en el principio colectivista, en oposición al individualista en que hoy descansa, y que es la base del privilegio y la injusticia de la organización actual, y afirmar y consolidar los trabajadores el percibo del producto íntegro de su trabajo.- Castro.

Congreso de Zaragoza, 1° de Abril de 1872.

DICTAMEN SOBRE LA CUESTIÓN DE LA PROPIEDAD

Considerando que la propiedad de la tierra y de los instrumentos del trabajo tal como está constituída hoy día, existe casi muerta en manos de unos pocos privilegiados, los cuales no pueden hacerla producir lo que lo harían un número crecido de individuos libre y solidariamente asociados.

Considerando que por el hecho de estar vinculada en más o menos individuos excluye a los demás; por lo cual al entrar un cierto número de hombres en la vida, no encontrando propiedad, o lo que es lo mismo, medios para ejercer una industria, tienen que alquilarse a otros, los cuales los utilizan como se utiliza un animal o una máquina, con la sola diferencia que en vez de combustible o comida, les dan salario;

Considerando que el propietario de las máquinas o tierras cobra un tanto de lo que produce cada trabajador, lo cual es injusto, pues él no lo ha producido;

Considerando que viviendo el hombre obrero de su trabajo asalariado ha de vivir mal, porque no cobrando el producto íntegro de su trabajo, o no podrá satisfacer sus necesidades, o si quiere satisfacerlas se ve obligado a trabajar más de lo que la naturaleza le permite, lo cual arruina su salud y hace que, viciada su organización, engendre ya los hijos en malas condiciones de conformación y robustez;

Considerando que teniendo que subordinarse a otro en el trabajo, éste muchas veces, para que su industria sea más productiva, tiene al trabajador en todas las malas condiciones imaginables, ya por no construir edificios a propósito, ya por no suministrarle instrumentos que le aligeren las fatigas, etc.;

Considerando que sin propiedad no hay libertad posible; pues el hombre que necesita que otro le preste, si éste es dueño de negarle el préstamo, ha de sucumbir a las condiciones que le imponga;

Considerando que la propiedad individual trae consigo el derecho de herencia, el cual vincula la propiedad de la misma manera que se había vinculado la nobleza o sea la honra y la estima pública por este medio;

Considerando que la herencia hace que otro goce lo que no produjo, y no es justo que nadie goce, sino lo que produzca o cosa equivalente en valor real;

Considerando que por dejar herencia a sus hijos, en medio del desorden que engendra en la sociedad la propiedad individual, los padres se ven obligados a privarse de la satisfacción de varias necesidades;

Considerando que la propiedad individual trae consigo el derecho utendi et abudendi, o sea de uso y de abuso ilimitado, el cual engendra el juego, la usura, la donación y la herencia;

Considerando que se deriva también de la individual propiedad el inmoral juego de la Bolsa, el cual consiste en lucrar a costa de la alteración de los valores públicos, alteración que trae catástrofes inmensas;

Considerando que la propiedad individual permite el agio, o sea el acaparamiento de las primeras materias, lo cual produce carestía y hambre; y como la necesidad carece de ley, el que quiere vivir debe pagar a un precio alto las pnmeras materias, y por lo tanto sobreviene limitación en otras necesidades, o debe repararlas por medio de un trabajo excesivo;

Considerando que la falta de propiedad en la mujer, o sea su esclavitud económica social, es una de las causas que más contribuyen a la prostitución; y entendemos por prostitución no sólo la de la mujer pública, sí que también la de la mujer que se entrega a un hombre a quien no ama, aunque medie un contrato matrimonial que lo legitime delante de la Iglesia o delante del Estado;

Considerando que de la propiedad individual nace la renta, y ésta es injusta, pues da una recompensa indefinida o continua a un trabajo finito, como es el que originó el capital que produce la renta;

Considerando que la separación del capital y del trabajo es altamente inmoral, pues causa la explotación del hombre por el hombre, lo que determina una guerra irreconciliable entre explotadores y explotados;

Considerando que capital y trabajo son dos términos de una antinomia que han de reducirse a la síntesis, lo cual consiste en que las cualidades de propietario y de trabajador estén reunidas en todo hombre, con lo que cesará la explotación mutua para convertirse en explotación directa de la naturaleza;

Y por fin considerando que esto sólo puede realizarse en la propiedad colectiva,

Venimos en deducir que sólo bajo la forma colectiva puede ser organizada la producción en justicia. En ella caben todos. Todos producen un valor equivalente al de lo que consumen, y ella puede proporcionar a todos, medios de instrucción y de progreso moral y material; que hoy día ni al alcance están de los que en virtud de sus privilegios económicos poseen una propiedad que les garantiza sus condiciones de existencia.

Afirmamos, en resumen, que han de ser de propiedad colectiva los medios de trabajar; pasando a ser el hombre propietario del producto íntegro de los frutos de su trabajo personal.

Declaramos que es de urgente necesidad esta social revolución, basada en la organización del trabajo, en la Propiedad colectiva de la tierra y de los instrumentos del trabajo, administrada por las representaciones directas y puramente económicas de las colectividades obreras y en el cambio equitativo de productos con productos; todo lo que, con el establecimiento de la Enseñanza integral, asegurará la paz y el bienestar; destruyendo todas las causas de la explotación, de miseria y de ignorancia.

El congreso invita a todos los obreros a que se asocien, y completen su organización social federativo-solidaria; único medio de alcanzar pronto, segura y radicalmente la instalación de la propiedad colectiva, base de todas las reformas económico-sociales que han de afianzar la gran obra de la emancipación del proletariado, de todo el género humano.

Sobre estos dictámenes recayó el siguiente acuerdo:

El Congreso acuerda someter al estudio y discusión de las Secciones de la Federación Regional española los dictámenes sobre este tema presentados por el Consejo Federal y las delegaciones de Madrid y Barcelona, para lo cual serán publicados en las actas, con el fin de que recaiga resolución en el próximo Congreso regional, debiendo, por lo tanto, incluirse en el orden del día del mismo.

Para esclarecer una verdad ofuscada con dañada intención y hacer una reparación de alta justicia, obteniendo el mayor efecto posible en el ánimo del lector, salto sobre el orden cronológico, y me adelanto a dar cuenta aquí del acuerdo tomado en el Congreso de Córdoba -cuyo resumen vendrá oportunamente- en su décima sesión, celebrada el día 1° de Enero de 1873; dice así:

1° El Congreso rechaza el dictamen que sobre la propiedad y su transformación, presentó al Congreso de Zaragoza el Consejo federal que en él dejó de serlo.

2° El Congreso se declara conforme con los dictámenes que sobre el mismo tema presentaron las Federaciones de Madrid y Barcelona.

3° Si las Federaciones locales lo creen oportuno irá como tema al Congreso próximo, el mismo sobre el cual se presentarán los dictámenes que en este nos ocupamos.

En el dictamen rechazado se divide el estudio en crítica del régimen de la propiedad individual, resultados económicos, resultados sociales y efectos que producirá la transformación de la propiedad individual en colectiva, resultados económicos, resultados sociales.

Y en los considerandos que exponen los rechazadores de Córdoba, nada se dice acerca de la crítica de la propiedad individual, porque, sin duda, nada hallaron que objetar; pero en el segúndo punto, que trata de la transformación de la propiedad, hallaron, a su juicio, contradicciones notorias, que no expongo por no dar demasiada extensión al asunto con minucias sin importancia, por lo que copio los dos finales:

Considerando que el dictamen del Consejo federal, aunque no contuviera otras contradicciones consigo mismo y con lo que es la aspiración de La Internacional, sería bastante para rechazarlo;

Considerando que los dictámenes presentados por las Federaciones de Madrid y Barcelona se conforman con las ideas de libertad y de federación y con las conclusiones de los Congresos de Bruselas y Basilea, con los cuales estamos conformes ...

Ahora, para que se vea cómo los precedentes acuerdos eran productos de una ciega pasión, basta considerar que en el dictamen rechazado por el Congreso, lo mismo que en los que acepta, se trata de un asunto de doctrina, y sobre esos asuntos, los Estatutos de la Federación Regional Española; reformados y aprobados en el mismo Congreso, disponen en el párrafo segundo del arto 3°: En los asuntos de doctrina, los acuerdos del Congreso, aunque obtuvieran la aprobación de las Federaciones, no serán otra cosa que opiniones discutibles siempre y en todo tiempo.

Además en los citados acuerdos se cometía una inexactitud atribuyendo los dictamenes con los cuales los delegados estaban conformes a las federaciones de Madrid y Barcelona, cuando como queda expuesto, eran obra de los delegados, o, como se dijo impropiamente, de las delegaciones.

Los delegados del Congreso de Córdoba se creyeron por un momento diputados en posesión del poder legislativo, y obraron como parlamentarios, siguiendo al jefe que había encontrado la fórmula. Por eso rechazaron y aceptaron lo que, según la misma ley que acababan de formular, no podían rechzar ni aceptar y sobre lo que únicamente les era dado opinar.

En aquel mismo Congreso, se leyó una felicitación del Comité federal jurasién, en la que entre varias consideraciones, se lee la siguiente, que hubiera podido servir a los rechazadores de provechosa lección si no se hubieran extraviado por la pasión y por la sumisión a los influyentes:

Pensamos que es preciso usar lo menos posible del voto sobre las cuestiones de principios en los Congresos generales. El objeto de los Congresos, según nosotros, debe ser el emitir y comunicarse las opiniones, a fin de facilitar, por medio de la discusión, el hallazgo de la verdad; pero no decretar como en un concilio los dogmas que deban convertirse en artículos de fe para la Internacional.

Rehabilitado en lo que cabe aquel dictamen, en que trabajé con alegría, constancia y entusiasmo; satisfecho por poder decir al cabo de más de cuarenta años, que lo que soy en la actualidad para el ideal y lo que en mí reconocen mis amigos, lo debo en gran parte a lo que en su redacción aprendí con el trato amable y con la ilustración de Paul Lafargue -que si en otros asuntos mereció censuras por su contacto con la Federación española, en este concreto fue perfectamente correcto-, me siento feliz entregando nuevamente aquel trabajo a la propaganda, a la ilustración de los trabajadorés, a la acción revolucionaria y emancipadora.

No quiere esto decir que hoy apruebe incondicionalmente la doctrina de aquel trabajo: colectivista entonces, sujeto después a la evolución del pensamiento por el estudio, por la observación, por la experiencia y por la adaptación, he llegado hasta donde he podido, como deseo exponer en páginas sucesivas.


Notas

(1) El artículo 359 del Código civil español dice textualmente: Todas las obras, siembras y plantaciones se presumen hechas por el propietario.

Índice de El Proletariado Militante (Memorias de un internacionalista) de Anselmo de LorenzoAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha