Índice de El Proletariado Militante (Memorias de un internacionalista) de Anselmo de LorenzoAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO SEGUNDO

PRESENTACIÓN DE FANELLI

La revolución del 29 de Septiembre de 1868, que tan profunda transformación causó en España, dispersó a los jóvenes coristas del Fomento de las Artes, constituídos después en Orfeón Artístico-Matritense; siguieron en él los que lo habían tomado como sociedad de recreo o tertulia de amistad, quedando fuera unos cuantos en quienes se desarrollaron aficiones artísticas y se dedicaron al teatro o al canto litúrgico, y muchos otros que se apasionaron por la explosión de las nuevas ideas.

De estos últimos, republicanos todos, había los socialistas, que se alistaron en el batallón de Voluntarios de la Libertad de Antón Martín, el cual, sin tener caraeter público, existía mucho antes de la revolución en forma de grupos armados dispuestos a continuar la tradición revolucionaria de los antiguos progresistas, luchando en las barricadas si para el triunfo hubiera sido necesario y no hubiera tenido influencia preponderante la insurrección militar.

Los individualistas, se alistaron en el batallón de García López; entre ellos se contaba Morago, a quien ví alguna vez con un uniforme que me causó risa, porque me pareció que participaba de militar y de eclesiástico, por lo que le pregunté:

- ¿Te han nombrado capellán de tu batallón?

- ¿Por qué me preguntas eso?

- Porque ese traje negro, la corbata tricolor en forma de alzacuello destacándose sobre el chaleco blanco, y aun el sombrero, que parece una teja de ala corta, te dan cierto aspecto de capellán castrense.

La broma no fue de su agrado, a juzgar por el tono con que me respondió y tal vez eso fuera la gota de agua que hizo rebasar el fondo de disgustos y desengaños que le ocasionó su pasajera afiliación a la fuerza ciudadana, porque pocos días después supe que él y los amigos que le seguían se habían dado de baja, retirándose de un instituto al que no les ligaba la vocación.

Poco tiempo después me hallaba un domingo por la noche en compañía de mi amigo Manuel Cano en el Café de la Luna, y se nos presentó Morago diciéndonos:

- Vengo a buscaros.

- ¿Qué ocurre? -le preguntamos.

- Deseo haceros partícipes de una gran satisfacción, a la vez que cuento con vosotros para llevar a cabo un gran pensamiento.

- Te agradecemos el deseo y puedes contar con nosotros para lo que sea bueno, en tanto que nuestras facultades nos lo permitan.

- ¿Tenéis noticia de la existencia de La Internacional? -preguntó.

Cano dijo que no; yo sí había leído algo y tenía vaga noticia de esa asociación.

- Pues se trata, continuó Morago, de organizar a los trabajadores del mundo civilizado para destruir la explotación capitalista a que se halla sometido el trabajo. Grandes agrupaciones obreras existen ya en Inglaterra, Alemania, Suiza y Bélgica. En Francia es difícil la organización por ahora a causa de la tiranía del imperio, y por la misma razón de la tiranía gubernamental en los demás países, pero España que goza de la infeliz oportunidad de hallarse en el período de una revolución triunfante está en excelentes condiciones para cooperar a ese gran movimiento.

Cano y yo, aunque jóvenes y dispuestos a admitir fácilmente lo que se presentase con caracteres de nobleza y grandiosidad, retrasamos la contestación favorable que desde el primer momento habíamos formado propósito de dar, sólo con objeto de obligar a nuestro amigo a ser más explicito, y al efecto le dije:

- Destruir la explotación capitalista a que se halla sometido el trabajo, que dices ser el objeto de esa asociación, es una frase cuyo valor es difícil precisar: puede significar tanto que involucre una revolución radicalísima en que se vuelva de arriba a abajo la sociedad, y para esto lo primero que se necesita es que los explotados sepan que lo son y quieran dejar de serlo, o puede reducirse a uno de esos programas ampulosos semejantes a los que oímos todos los días a los propagandistas políticos. Y como eso es poco concreto y definido, me parece que no sirve para objeto de una asociación que se propone remover tanta gente y unida en una acción común.

Cuando Morago se hallaba poseído de entusiasmo y se le contrariaba sentía arrebatos sublimes. Es imposible recordar lo que dijo para quitar todo valor a mi objección, y era lástima que tanta elocuencia se derrochara para persuadir a dos convencidos. Precisamente Cano y yo, por la lectura de algunas obras de Proudhon, por el extracto de las obras de Fourier y por la campaña socialista de Pí y Margall en La Discusión, y además por nuestros comentarios sobre aquellos trabajos, nos hallábamos perfectamente preparados para la gran empresa que se trataba de acometer. Naturalmente sólo conservo el recuerdo del efecto que me causó aquella hermosa réplica: muchas veces le oí discursos de propaganda, pero nunca me pareció tan razonador ni tan inspirado como aquella noche. Si aquel discurso se conservara escrito tendríamos uno de los mejores en pro de la emancipación obrera.

Tal vez hay en este juicio archivado en mi memoria los efectos de una admiración primeriza, quizá hubiera en aquella peroración mérito sobresaliente nunca sobrepujado por otros oradores ni por él mismo; difícil es averiguarlo, porque las sensaciones son resultados complejos de muchas causas imposibles de apreciar y generalmente despreciadas, cuya intensidad sólo puede conocer el que la siente aunque desconozca el mecanismo que la produce.

A pesar de ello, Cano quiso prescindir de otra observación que se le ocurrió, capaz de molestarle.

- Me extrañá, dijo, verte ahora tan entusiasta y decidido socialista, cuando antes te he visto siempre acérrimo individualista y como tal nos has hecho la contra.

- Te refieres, replicó, a nuestras conversaciones sobre la polémica entre La Discusión y La Democracia. Eso ya pasó como cosa de escasa importancia. Lo cierto es que ni vosotros erais socialistas ni yo individualista; lo que en realidad éramos es, piistas vosotros, y castelarista yo, es decir, sectarios; hoy se trata de tener un pensamiento propio, coincidir muchos en un ideal común y constituir una fuerza con que obtener una transformación social para hacerle práctico.

- Lo que te dijimos al principio antes de explicarte, repetimos ahora que has manifestado lo que de nosotros solicitas, dije yo. Estamos a tu disposición.

- Pues se trata de asistir a una reunión en que, en unión de otros amigos, seremos presentados a Fanelli, diputado italiano y delegado de la Alianza de la Democracia Socialista, que tiene la misión de dejar constituido un núcleo organizador de la Sección española de la Asociación Internacional de los Trabajadores. Habiéndose presentado este señor a algunos diputados republicanos en demanda de jóvenes obreros para formar ese núcleo, cuenta con nosotros, y es necesario corresponder a ese deseo.

Quedamos convenidos, y Morago se dirigió al Fomento, y luego al Teatro Real, a citar a otros amigos con el mismo objeto.

Al día siguiente todos los citados comparecimos al sitio de la cita, menos Morago, que debía presentarnos, y esta falta, motivada por el hecho de haberse echado a dormir algunas horas antes y no haberse levantado a la hora precisa, como dijo uno de los presentes que venía de casa de aquél, es un rasgo característico de los muchos que ofrecía su modo de ser. Ello no fue obstáculo para que la reunión se efectuara.

En casa de Robau Donadeu nos reunimos, pues, con Fanelli.

Era este un hombre como de 40 años, alto, de rostro grave y amable, barba negra y poblada, ojos grandes negros y expresivos, que brillaban como ráfagas o tomaban el aspecto de cariñosa compasión, según los sentimientos que le dominaban. Su voz tenía un timbre metálico y era susceptible de todas las inflexiones apropiadas a lo que expresaba, pasando rápidamente del acento de la cólera y de la amenaza contra explotadores y tIranos, para adoptar el del sufrimiento, lástima y consuelo, según hablaba de las penas del explotado, del que sin sufrirlas directamente las comprende o del que, por un sentimiento altruista se complace en presentar un ideal ultrarevolucionario de paz y fraternidad.

Lo raro del caso es que no sabía hablar español, y hablando francés que entendiamos a medias algunos de los presentes, o en italiano que sólo comprendíamos un poco por analogía, quien más quien menos, no sólo nos identificábamos con sus pensamientos, sino que merced a su mímica expresiva llegamos todos a sentirnos poseídos del mayor entusiasmo. Había que verle y oirle describiendo el estado del trabajador, privado de los medios de subsistencia por falta de trabajo a causa del exceso de producción; después de exponer con riqueza de detalles la desesperación de la miseria, con rasgos que me recordaban al trágico Rosi, a quien tuve el gusto de admirar poco tiempo antes, decía: - ¡Cosa horríbile! ¡spaventosa! y sentíamos escalofríos y estremecimientos de horror. Parangonaba luego situación tan triste con la de los parásitos de la sociedad que monopolizan la riqueza y la producción para entregarse a la molicie y a la holganza, y si de ese vicio huyen para manifestarse inteligentes y activos, abusan de la riqueza, extreman la explotación y la usura y sólo piensan en acumular riquezas, y esa descripción nos indignaba en sumo grado. Mostrábanos, por último, los efectos de la unión obrera internacional, conducida por la resistencia y por el estudio, llegando a ser fuerza neutralizadora de la soberbia capitalista y fundamento de una ciencia económica verdadera, que corregirá los absurdos que la preocupación, la rutina y la ignorancia han considerado como fundamentos sociales, dándoles sanción legal, y nos los representábamos reemplazados por instituciones racionales y dignas que protegerían el derecho natural de todos los individuos, sin que nadie viviese vejado, ni hubiera quien fundase su bienestar sobre la desgracia y la ruina de su igual, y entonces una dulce esperanza nos animaba, elevándonos a las sublimes alturas del ideal.

Tanto como el apóstol, era FaneIli el científico y el artista que, conociendo a la perfección el mecanismo de la inteligencia y de la sensibilidad, tocaba alternativa y oportunamente todos los registros para hacernos comprender y sentir, pudiendo decirse que disponía de nosotros a su arbitrio para impulsarnos a la obra cuya misión quería encomendarnos.

Tres o cuatro sesiones de propaganda nos dió FaneIli, alternadas con conversaciones particulares en paseos o en cafés, en las que tuve la satisfacción, que consideré como una honra que me causó gran alegría, de verme especialmente favorecido con sus confidencias.

Bien conoció el inmenso prestigio que había alcanzado entre nosotros, y comprendió que si permanecia en Madrid dirigiendo la creación del grupo y la organización de las secciones y sociedades mucho pudiera adelantarse con su experiencia y su talento; pero se veía imposibilitado de hacerlo por tres razones: primero, porque tenía deberes que cumplir en otra parte; segundo, porque quería evitar la nota de extranjerismo a la propagación de las ideas emancipadoras, nota peligrosa en países atrasados y reaccionarios, y tercero, porque quería que los individuos y los grupos se desarrollaran por sus propios medios, con su propio valer, y que la gran obra común no careciese de los caracteres individuales y locales que hace que la variedad no perjudique a la unidad sino que sea como en la totalidad de una suma el valor positivo de cada una de las unidades que la constituyen.

Nos dejó ejemplares de los Estatutos de La Internacional, programa y eetatutos de la Alianza de la Democracia Socialista, reglamentos de algunas sociedades obreras suizas y algunos periódicos obreros órganos de La Internacional, entre ellos unos números del Kolokol con artículos y discursos de Bakunin, y antes de despedirse de nosotros quiso que nos retratásemos en grupo, como así se hizo, reuniéndonos todos el día convenido, menos Morago, que también tuvo sueño y no pudo recobrar la voluntad de despertarse a pesar de que todos fuimos a su casa y el mismo Fanelli le invitó a que nos acompañara, por eso en el grupo fotográfico no figura su retrato y sí solo su nombre.

Formaban el núcleo organizador los individuos siguientes:

Angel Cenegorta, sastre.- Manuel Cano, pintor.- Francisco Mora, zapatero.- Marcelino López, zapatero.- Antonio Cerrudo, dorador.- Enrique Borrel, sastre.- Anselmo Lorenzo, tipógrafo.- José Posyol, tipógrafo.- Julio Rubau Donadeu, litógrafo.- José Adsuar, cordelero.- Miguel Lángara, pintor.- Quintín Rodríguez, pintor.- Antonio Gimeno, equitador.- Enrique Simancas, grabador.- Angel Mora, carpintero.- Tomás Fernández, tipógrafo.- Benito Rodríguez, pintor.- Francisco Córdoba y López, periodista.- Juan Jalbo, pintor.- Tomás González Morago, grabador.- Tomás Gonzalez Velasco, tipógrafo.

Han pasado 32 años desde aquel tiempo hasta el momento en que trazo estas letras. De aquel grupo, a que algunos fueron por la novedad, otros sin ánimo de emprender una campaña seria por los nuevos ideales y otros con voluntad decidida de llegar hasta el límite de lo posible, quedan pocos, no se cuántos, positivamente sólo tengo noticia de uno; el escepticismo y la muerte han reducido la mayoría a la nada o a la negación, que es peor, mas sus frutos han sido fecundos: de allí parte el movimiento proletario español, que ha dado pensadores, artistas, organizadores, científicos, revolucionarios, grandes agrupaciones de trabajadores conscientes y activos, emigrantes que han extendido la ciencia revolucionaria por Asia, Africa y América, y, por último, mártires que en cárceles, presidios, colonias penitenciarias y ante el verdugo y los pelotones de ejecución han afirmado la dignidad humana y la fe inquebrantable en el ideal.

Siendo como es el progreso, no un milagro providencial, sino una relación no interrumpida de causa a efecto seguida en la vía del mejoramiento hacia la perfección absoluta, ¿quién negará la participación de aquellos sencillos trabajadores en la organización de la sociedad justa y perfecta de lo porvenir?

Los hombres, sin fe, porque carecen del poder de la inteligencia y de la virtud de la constancia, ríndanse ante la evidencia, y al ver el pequeño gérmen, convertido en frondoso y fructífero árbol, reconozcan y confiesen la inanidad del escéptico pesimismo, y proclamen, por último, que la previsión de un futuro de justificación, de paz y de felicidad universal, a cuya conquista se contribuye con la ciencia y con el sacrificio, es un bien más positivo que los ruines beneficios materiales que reporta el egoísmo fratricida.

Considero como una obligación de justicia consignar en estas páginas una breve noticia biográfica del insigne Fanelli, extractada de la biografía que escribió Rafael Farga, y se publicó en Garibaldi, Historia Liberal del Siglo XIX:

El distinguido sociólogo italiano José Fanelli nació en 1828, de una familia acomodada.

De naturaleza apasionada, poderosa inteligencia y vastisima instrucción puso sus energias al servicio de la libertad; asi le vemos combatiendo por la república romana (1848-49), figurando en las célebres jornadas en que se luchó heroicamente contra el papado, las testas coronadas y los seides de Napoleón, sufriendo después cruel destierro como para amargar más su existencia el recuerdo de tanta sangre generosamente derramada.

Burlando la vigilancia autoritaria penetró sigilosamente en Italia y participó en el afortunado hecho de Sapri, y después formó parte de la célebre expedición de los Mil de Marsala (1860), que arrebató de las sienes de Francisco II la corona de las Dos Sicilias, libertando aquel pais de la tiranía borbónica, siguiendo a Garibaldi en toda su brillante campaña.

Su temperamento altivo y generoso le impulsó a concurrir al levantamiento de Polonia de 1862 y 1863, donde, afiliado a las partidas revolucionarias que continuamente hostigaban a las tropas moscovitas, arriesgábase a veces tan imprudentemente, que estuvo en muchas ocasiones en peligro de caer en manos del enemigo, Asi pudo hacerse bien cargo de lo que era y lo que queria el pueblo de Polonia, y observó con disgusto el profundo fanatismo religioso de los campesinos y el hipócrita liberalismo de la aristocracia y de la burguesia, causa de las derrotas del pueblo polaco, ya que aquellos privilegiados peleaban tan sólo por adquirir una independencia con que poder explotar mejor a los trabajadores, manteniéndolos en constante servidumbre.

En 1866, cuando Italia trató de conquistar el Véneto, volvió a vestir el bizarro uniforme garibaldino, y en los despeñaderos de los Alpes disputó el terreno palmo a palmo a los austriacos.

Convencido Fanelli por el estudio y la experiencia de que la independencia de Italia dejaba pendiente de realización la emancipación del pueblo trabajador, fue de los primeros que abrazaron las ideas del socialismo anarquista y rompió definitivamef1te con Mazzini y todos los políticos, formando con Bakunin en la minoria del Congreso internacional de Berna, y juntos fundaron la Alianza de la Democracia Socialista.

En aquella época y en tal situación intelectual hizo la excursión a España que queda indicada, con la que alcanzó titulos imperecederos a la memoria y a la gratitud de los trabajadores españoles.

Diputado al parlamento italiano, admitió la diputación, de acuerdo con sus amigos, únicamente para tener las franquicias y la inmunidad que disfruta el diputado en aquel pais, siendo del corto número, por no decir el único, de los que repudiaron siempre todo consorcio con el poder y con el presupuesto.

El 5 de Enero de 1877, aun no cumplidos 50 años de una existencia de sacrificio y de trabajo, sucumbió repentinamente por efecto de una hemorragia cerebral.

La humanidad tuvo en José Fanelli un heroico y entusiasta defensor, el progreso un impulsor infatigable.

Sirva su memoria de estímulo y ejemplo a sus sucesores en la vía revolucionaria y emancipadora de los oprimidos.

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