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LA REORGANIZACION DEL PARTIDO LIBERAL

Ya es tiempo de pensar en el porvenir.

La inseguridad por el porvenir es característica de nuestro estado político actual, en el que no se encuentra nada sólido, nada que pueda ser una garantía para el futuro, nada que pueda resistir firmemente la conmoción que agitará al país a la muerte del general Díaz.

Si la nación estuviera satisfecha con el estado presente, se manifestaría dispuesta a sostener a Corral, que, al suceder al autócrata, prolongaría ese estado y sería un continuador de la dictadura, como lo ha ofrecido con frecuencia. Pero la nación, que ya se ahoga bajo la garra de la tiranía, está muy lejos de anhelar que se prolongue el actual orden de cosas, y lo probable, mejor dicho lo infalible, es que trate de modificar el medio político, tan luego como el general Díaz deje de ser un obstáculo para las justas aspiraciones de libertad que consumen al pueblo mexicano.

El dictador creyó resolver el problema del porvenir, nombrando sucesor de su tiranía al obscuro Ramón Corral. La desautorizada voz de la prensa de alquiler aseguró que, en efecto, no había ya que preocuparse después de la medida del autócrata; el servilismo en todas sus formas se levantó para aplaudir la sabiduría de tal medida, llovieron felicitaciones; abundaron fiestas; todo tendió a engañar al pueblo, a despojarlo de sus temores, a inyectarle la convicción insensata de que Ramón Corral lo haría feliz ... y sin embargo, las dudas persistieron, las ansiedades no se disiparon, y el espíritu nacional continuó viendo el futuro como un horizonte preñado de tempestades y de sombras.

Tal es la situación. La dictadura ofrece y pretende continuarse, pero eso no resuelve el problema del porvenir, porque la nación no quiere más tiranía. Se originará el conflicto, como lo hemos dicho ya, y ese será el momento en que el Partido Liberal tendrá que levantarse resueltamente frente al despotismo para castigarlo y libertar a la patria.

Es indudable que Corral no podrá sostenerse en el poder, porque el pueblo está contra él, porque esta seguridad alagadora no es razón suficiente para que los ciudadanos permanezcamos inactivos, dejando pasar los acontecimientos y esperando tranquilamente que nuestra emancipación política se realice por sí sola.

El pueblo está contra Corral, pero hasta hoy el pueblo no se ha preparado para la inevitable lucha que tendrá que sostener con su futuro tirano. Es necesario prepararse, y esa preparación no puede ser sino la organización. Es preciso que todos los que opinen del mismo modo se unan, se liguen, y constituyan una fuerza, un partido, en fin, que a la desaparición del dictador asuma la representación nacional y vuelva a la República al régimen democrático de que la privó la tiranía tuxtepecana.

Ese partido no hay que formarlo, pues los partidos políticos no se improvisan; ese partido existe, y sólo es necesario reorganizarlo. Los que luchamos contra la actual dictadura, los que anhelamos para la patria un porvenir de libertad; los que estamos resueltos a no permitir nuevas tiranías en el futuro, somos liberales y, por tanto, si es que queremos fortalecemos para ser útiles a la patria, debemos reorganizar el Partido Liberal.

Esta reorganización será imperfecta, pues no sería posible hacer en México, bajo el despotismo imperante, lo que pudiera hacerse en un país libre. Los actos públicos, los trabajos visibles del partido serían objeto de brutales persecuciones por parte del gobierno; los liberales que, aislados, hoy no están seguros, menos lo estarían al declararse públicamente miembros de una organización abiertamente hostil a la dictadura. En consecuencia, no pretendemos que el Partido Liberal tenga en México la organización natural y pública que pudiera tener si las garantías no se hubieran suprimido; pero sí, queremos esbozar una forma de organización que, ajustándose a las circunstancias de nuestro medio político, pueda producir la unión de los liberales y establecer entre ellos una vasta liga con un centro determinado que dirija y defina las tendencias del partido, uniforme la opinión de sus miembros en particular, y en general se encargue de llevar a cabo cuantos trabajos sean posibles para conseguir el fin patriótico que el partido se propone, y que no puede ser otro que la destrucción de toda tiranía y el triunfo de los principios liberales sintetizados por la Constitución de 1857 y por las leyes de Reforma.

Si es que realmente deseamos los liberales que no se prolongue hasta asfixiarnos la dictadura que hoy agobia nuestra patria, es tiempo ya de que nos encaremos con el problema del porvenir y no nos concretemos a enunciado, sino que procuremos resolverlo. Si estamos convencidos de que la dictadura de Ramón Corral sería más funesta que la actual dictadura, debemos ya prepararnos con medios prácticos a combatirla con virilidad y con firmeza.

A medida que el tiempo transcurre, se aproxima el fin del anciano dictador, fin que por razones naturales vemos todos cercano y que puede llegar de un momento a otro. La avanzada edad del tirano no permite, felizmente, suponer que su existencia se prolongue demasiado, y esto debemos tener en cuenta los liberales para procurar fortalecernos y unirnos antes de que la muerte del dictador nos sorprenda desorganizados y dispersos. A la desaparición del autócrata, el despotismo podrá conservar la organización que hoy tiene, y así como hoy está representado por Díaz, entonces estará representado por Corral.

El pueblo, bien lo sabemos, no aceptamos el despotismo; pero ¿quién representará al pueblo, mIentras él, con su voto, pueda designar sus representantes? ¿Quién lo dirigirá, mientras puede escoger sus directores? El despotismo, para entonces, tiene ya su hombre: Corral; el pueblo no tiene un hombre, pero si nos decidimos a organizarnos el pueblo tendrá más que un hombre: tendrá un partido, el Partido Liberal, que lo represente, que enarbole una bandera de principios, que impida el entronizamiento de funestos personalismos y garantice al pueblo el ejercicio de sus prerrogativas y libertades.

Desearíamos que nuestros conciudadanos se preocuparan de un asunto tan grave, y considerarán las ventajas que tendría para el porvenir de nuestra patria la existencia de un partido organizado, aunque imperfectamente, que encarnara las aspiraciones nacionales y que en cualquier contingencia asumiera la representación del pueblo y dirigiera y encauzara todo movimiento libertario, hasta que la República con el funcionamiento pacífico y legal de las instituciones, estuviera en posibilidad de gobernarse por sí misma.

La única organización posible por ahora, ya que la tiranía no permite ninguna labor política franca, creemos que sería el establecimiento de un centro director, reconocido por todos los liberales, que fuera el punto de unión entre ellos, que, con la autorización debida, hiciera trabajos en pro de la causa liberal, y que mantuviera siempre sólida la cohesión del partido, para cuando fuera posible que éste surgiera abiertamente a la luz pública.

Repetimos que esta idea de reorganización del Partido Liberal, no es más que un esbozo. Próximamente trataremos este importante asunto con más amplitud y en términos más concretos, y entre tanto confiamos en que nuestros correligionarios, los que, como nosotros, anhelan para la patria en el futuro las felicidades que en el presente no disfruta, secundarán las ideas que dejamos expuestas, no desconociendo la necesidad de que el pueblo se prepare, por medios prácticos, a recobrar sus libertades.

Ya es tiempo de que el Partido Liberal tenga conciencia de que una vez más debe salvar a la patria, que lo reclama en su desventura, y es tiempo ya de que los que nos honramos en" militar bajo las banderas de ese partido glorioso nos aprestemos a cumplir virilmente con nuestro deber de liberales y patriotas.

(De Regeneración, No. 16 del 18 de febrero de 1905).

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