Índice de Lecciones de historia patria de Guillermo PrietoTERCERA PARTE - Lección XIITERCERA PARTE - Lección XIVBiblioteca Virtual Antorcha

LECCIONES DE HISTORIA PATRIA

Guillermo Prieto

TERCERA PARTE

Lección XIII

Resumen. Consideraciones sobre el gobierno de la Casa de Austria.


La época que hemos recorrido de la dominación española, abraza desde el advenimiento al trono de Carlos I de España, V de Alemania, conocido en la historia con el nombre de Carlos V, hasta la muerte de Carlos II el Hechizado y gobierno de la Casa de Barbón, es decir, un periodo de ciento noventa y siete años.

Aunque se describe como muy gloriosa la época de Carlos V, por la extensión de los dominios del potente monarca, por las victorias espléndidas en sus armas y por la grandeza deslumbradora de su corte, realmente fue una época llena de inquietud y turbulencia para España, en que corrió a torrentes la sangre de sus hijos en defensa de sus libertades y en guerras sin cuento.

En 1521 perecieron en Villalar los fueros que tan justamente reclamaban las comunidades acaudilladas por el heroico Juan de Padilla.

Las expediciones a los Estados berberiscos, a Túnez, a Gante y a Argel, fueron otros tantos motivos de sacrificios inmensos para el pueblo español, que vio transformarse a su monarca en monje de Yuste y trocar la brillante púrpura de su manto por el sayal de la penitencia.

Asciende al trono Felipe II, a quien llama la historia el Prudente, y yo apellidaría el Pérfido o el Inquisidor.

Apenas comienza, cuando se caracteriza su reinado con las expediciones y conquistas de África; levántanse furiosos los moriscos, y el esforzado bastardo don Juan de Austria los vence y apacigua.

Ilustra el reinado de Felipe II la magnífica batalla de Lepanto, en que combatió como bueno el autor del Quijote, inmortalizada por la lira sublime de Herrera, y que dio por resultado quedar destruido para siempre el poder marítimo de los turcos y tranquila la cristiandad respecto de nuevas invasiones.

A consecuencia de las querellas entre Antonio Pérez y Felipe II, perecieron los fueros de Aragón y se alzó Felipe II con el poder absoluto.

El nombre de Felipe II se ha hecho indivisible del de la Inquisición y la dominación hipócrita y tiránica.

Felipe II murió y fue enterrado en el Escorial, después de cuarenta y dos años de reinado.

Márcase en la época de Felipe III, hijo de doña Ana de Austria, la decadencia de la monarquía española; a la vez que se agotaron sus recursos y se diezmó su población, invadieron sus mares holandeses, ingleses, turcos y berberiscos.

Débil el monarca y sin iniciación de ningún género, descargó el gobierno en sus favoritos, el duque de Lerma y don Rodrigo Calderón, cortesanos más o menos diestros; pero el primero de mediana capacidad, y el segundo además ambicioso y cruel.

Como raros acontecimientos prósperos, se cuentan en ese reinado el triunfo de Ostende que dejó libre el tráfico entre la América y el Asia, y las paces con la Inglaterra.

No podemos aplaudir, como lo hacen algunos historiadores, la expulsión de los moriscos, que creemos bárbara y perjudicial a los intereses de España.

Al débil e inepto monarca de que nos acabamos de ocupar, sucedió Felipe IV, más incapaz todavía para el gobierno, sin paliar sus defectos como hombre de Estado ni aun su amor a las bellas letras.

Fue ministro y favorito de Felipe IV el conde-duque de Olivares, quien fatuo, presumido y ambicioso, más que hombre de talento, dizque se propuso engrandecer la monarquía.

Organizó los famosos tercios españoles y declaró la guerra a Alemania, Holanda, Italia, Francia e Inglaterra.

Aunque alcanzaron algunas victorias las armas españolas, Felipe IV, en el tratado de Munster, tuvo que confirmar la independencia de las provincias unidas, abandonando todas sus conquistas.

La Francia, en virtud de las hábiles combinaciones de Richelieu, se interpuso entre la Italia y la España.

En los Países Bajos estalla la insurrección, que no termina sino con el tratado de los Pirineos.

Los catalanes se sublevan, y después de una sangrienta lucha de once años, arrancan a los altivos caudillos, marqués de Montara y don Juan de Austria, sus antiguos fueros y privilegios.

En Portugal se proclama Rey a don Juan IV y se verifica su independencia de la monarquía castellana.

En nada mejoró aquella situación la caída del conde-duque de Olivares, ni el advenimiento del gobierno de don Juan de Haro, más capaz, patriota y prudente.

En Flandes sufren una derrota terrible los españoles en la batalla de Rocroy.

Para no divagarnos, copiamos en seguida el juicio sobre el reinado de Felipe IV, tomándolo de un eminente historiador español:

El reinado de Felipe IV, llamado el Grande, sin que se sepa por qué, ha sido uno de los más desgraciados de nuestra historia. En él continuó más rápidamente la decadencia de la monarquía española. Perdimos en Estados, en reputación militar y en consideración política. El portugal independiente, la Jamaica conquistada por los ingleses Y los países cedidos a la Francia en la paz de los Pirineos, fueron pérdidas hasta ahora irreparables, y en el tratado de los Pirineos se nos quitó el puesto de primera potencia dominante en Europa y pasó a Francia.

Carlos II, llamado el Hechizado, subió al trono de edad de cuatro años, y no fue realmente sino pretexto para el desarrollo de las ambiciones y de las intrigas; fanático visionario, sin voluntad propia y realmente incapaz, llevó la monarquía a su último estado de postración.

La corrupción se enseñoreó de la corte; la victoria abandonó las armas españolas; las artes se degradaron y empobrecieron, supliendo el sobrecargo de adornos, la belleza, lo que se llamó estilo churrigueresco, y hasta el idioma sufrió con la algarabía llamada gongorismo.

Virreinatos, gobiernos políticos y empleos militares, todo se vendía; no se encontraba en la monarquía ni un navío, ni un buen general, ni un sabio, ni un buen político, según afirma don Fernando de Castro.

Luis XIV, que como hemos dicho, tenía intervención en los negocios de España, acogió con gusto el testamento de Carlos II, que nombraba a Felipe de Anjou, Borbón, como su heredero.

La Austria, la Inglaterra y la Holanda encabezan la Santa Alianza contra la Francia y la España, y comienza la guerra de sucesión.

La guerra a que nos referimos, de éxito vario, duró once años, terminando con el tratado de Utrech que tenía por principales condiciones que don Felipe sería reconocido soberano de España y sus Indias supuesta la renuncia de la corona de Francia en todo evento: que Cerdeña, Nápoles y Milán se adjudicasen a la Casa de Austria, y el Reino de Sicilia al duque de Saboya; que Flandes pasaría al dominio de la Casa de Austria; y que la Inglaterra conservaría Gibraltar y la isla de Menorca.

Reconocido Felipe V Rey de España, sometió después de un sitio sangriento a Barcelona, que apareció disidente, y a las islas de Mallorca, Ibira y Formentera, con lo que quedó pacificada España.

Habiendo enviudado Felipe V, contrajo segundas nupcias con doña Isabel de Farnesio, heredera de los ducados de Parma y Plascencia, y este enlace elevó cerca de Felipe al célebre Alberoni, quien propuso destruir el tratado de Utrech y hacer pasar la regencia de Francia a Felipe V.

En estas circunstancias, emprende España, unida a la Francia, la conquista de Nápoles.

Durante la guerra de Francia, España y Prusia contra la sucesión de Maña Teresa al imperio, murió Felipe V.

El reinado de Felipe V, aunque turbulento, revivió el carácter esforzado de la nación; en lo administrativo se introdujeron reformas importantes por el francés Orry; se recobró Orán, se defendió a Ceuta y se sostuvieron las posesiones de América contra todo el poder de los ingleses.

Pero la referencia a este último reinado, es una verdadera divagación; el reinado de la Casa de Austria, que es a lo que nos referimos, fue turbulento, desordenado y corrompido; se vieron en él constantemente oprimidos los pueblos por los contingentes de sangre y de dinero, y en el último estado de postración la nación entera. Si tal estado guardaba la nación, ¿qué sería de la colonia?

Los indios subsistieron en la más espantosa esclavitud, con el título de encomiendas y doctrinas; aunque se repetían leyes reales, órdenes y disposiciones benéficas, se eludían por intereses que no podían contrastar los Reyes; esas leyes no se pusieron jamás en práctica.

Crueles y arbitrarios los conquistadores, venal e hipócrita el clero y rapaces y turbulentos los representantes del poder civil, se turnaban en la explotación de los pueblos, se aliaban para sacrificarlos a sus choques recíprocos. Contribuían al embrutecimiento de las masas y la exaltación de los robos, las arbitrariedades y desorden de los gobernantes.

En un principio hemos visto esos elementos en toda su deformidad, no obstante que el poder del clero, aún no corrompido del todo, era a veces regenerador y benéfico.

Hemos visto desde luego a Cortés planteando la esclavitud de las encomiendas, sacrificando a Cuauhtemotzin, perdido en las expediciones de Hibueras y combatido por Estrada, Salazar y otros, en medio de escandalosos motines.

Nuño de Guzmán, Matienzo y Delgadillo, representan la crueldad y el robo, y todo es confusión, escándalos y sangre en los días que siguieron a la consumación de la Conquista, exceptuando la segunda Audiencia.

Cierto es que don Antonio de Mendoza, don Luis de Velasco, don Gastón de Peralta y don Martín Enríquez, fueron hombres personalmente próvidos y humanos.

Pero el primero se distrajo con la reducción de los salvajes, los amagos de conspiración, la peste y los disgustos con Cortés y los encomenderos; el segundo contaba con grandes antipatías por haber procurado la libertad de los indios y por la conspiración de los marqueses del Valle, que dio lugar a que se desplegara la furia de tigre del visitador Muñoz, antes de don Gastón de Peralta.

A Enríquez deben los pueblos el establecimiento odioso de las alcabalas, de la Inquisición y los jesuitas.

Los gobiernos de Moya de Contreras, Manrique de Zúñiga, Gaspar Zúñiga y Juan Mendoza y Luna, pasaron oscuros, sin más de notable que la severidad del primero y la guerra del Draque, y en los otros las diferencias con el clero por cuestiones de jurisdicción.

El obispo Guerra apenas hizo sensible su presencia en el gobierno; Guerra lucha contra los indios tepehuanes, y en tiempo del conde de Gélvez estalla aquel famoso motín, en que se vio insolente y dominadora la ambición clerical.

En tiempo de López Pacheco, tocan nuestras costas los holandeses, y el hambre y las inundaciones afligen su gobierno.

Armendáriz, marqués de Cadereyta, sucesor de Pacheco, creía la armada de barlovento, y se hubiera señalado como benéfico este gobierno si no hubiera sido depuesto el Virrey por su parentesco con el duque de Braganza.

El señor Palafox, recto, próvido y humano, se empeña en la ruidosa cuestión de jesuitas, y entra al gobierno el conde de Salvatierra, a quien sucede el obispo Rueda, quien sólo tiene el título de gobernador.

Las sublevaciones de los indios de Durango son lo notable del tiempo del Virrey Guzmán; Alburquerque se hace célebre más por el soldado Ledezma que lo quiso asesinar, que por la expedición que dispuso a Jamaica.

El gobierno del señor Osorio, obispo de Puebla, duró apenas cuatro meses. El del marqués de Mancera se señala por las dos expediciones que mandó a California.

Don Pedro de Colón se puede decir que apenas atravesó por el Virreinato, siendo también de poca trascendencia en el mando el señor Payo de Rivera, Virrey y arzobispo, no obstante sus altas virtudes y su celo para combatir contra los abusos.

La sublevación de Nuevo México ocupó preferentemente al marqués de la Laguna, así como la expedición conocida con el nombre de Lorencillo, que indican la miseria y la falta de vigor de todo el Virreinato.

El conde de la Monclova favoreció las poblaciones que se establecieron en la frontera, donde queda su nombre, y el conde de Galve, su sucesor, tiene que atacar a los franceses, que someter a Texas y que luchar con la carestía de granos, productora de profundo descontento.

La primera época del señor obispo Montañés se pasa en inquietud, a causa de la escuadra francesa que apareció en acecho de los galeones que debían salir de Veracruz.

El conde de Moctezuma realiza la expedición de los jesuitas a Califomias, dispuesta por su antecesor, y parece recibir México el alivio que tuvo la monarquía con la paz de Francia, la Inglaterra y la Holanda.

Como hemos podido notar, es árida y monótona la historia de la época colonial. Desde un principio se nota la misma codicia de los encomenderos, los mismos desórdenes del clero, la propia desorganización en todos los ramos administrativos, y la total impotencia de algunos Virreyes y de la corte para combatir contra los abusos arraigados.

Ninguno de los elementos que producen la felicidad de una nación, recibió desarrollo.

El trabajo estaba encadenado por la ignorancia, el aislamiento y los privilegios de las corporaciones y gremios; la industria era perseguida para que nunca compitiese con la de España; las vías de comunicación no existían ni se cuidó de ellas, sino al establecimiento del consulado, y las ciencias y la instrucción principales motores de la prosperidad de la nación, estaban como presas en las aulas, enredadas en estudios sin aplicación práctica al desarrollo de los riquísimos elementos de nuestro suelo.

Recorramos ahora la historia de los Virreyes que nos envió la Casa de Borbón.

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