Índice de Lecciones de historia patria de Guillermo PrietoSEGUNDA PARTE - Lección ISEGUNDA PARTE - Lección IIIBiblioteca Virtual Antorcha

LECCIONES DE HISTORIA PATRIA

Guillermo Prieto

SEGUNDA PARTE

Lección II

Preliminares del descubrimiento. Embarque de Colón. Falsos anuncios. Desesperación de los marinos. Fe de Colón. Anuncio de tierra. Desembarco. Deserción de La Pinta. Vuelve Colón a España. Honores. Arreglos de gobierno. Vuelve Colón a América. Nuevos descubrimientos. Intrigas. Envidia a Colón. Américo Vespucio. Desaciertos de gobierno. Don Francisco Bobadilla. Nuevos descubrimientos. Vuelta a España. Muerte de Colón.


Después de multiplicadas dificultades se organizó la expedición que iba a acometer la empresa colosal de duplicar la extensión del mundo, y como elementos contaba con tres pequeñas embarcaciones, llamadas entonces carabelas, cuyos nombres eran Santa María, La Pinta y La Niña, la primera al mando del mismo Colón, y las otras dos al de Pinzón y Yáñez Pinzón.

El viernes 3 de agosto de 1492, más bien con un sentimiento de tristeza que con el de entusiasmo que pudiera creerse, partió Colón de Saltés, pequeña isleta que se halla al frente del puerto de Palos.

A los muy pocos días de abandonar Colón la tierra, sufrió varios contratiempos y demoras que infundieron alarma en su tripulación, durando esta primera ansiedad hasta el 14 de septiembre que cruzaron el viento algunas aves, y dos días después vieron sus compañeros flotando las yerbas del mar de los trópicos.

Pero estos indicios eran realmente lenitivos debilísimos de la situación, que comenzaba a hacerse muy angustiosa. La distancia de la tierra era inmensa; el rumbo inseguro; el peligro tanto más terrible, cuanto más cercano y sin esperanza de remedio.

El 25 de septiembre, un grito de júbilo anunció la tierra; pero no era sino una nube caprichosa la que había producido la cruel ilusión.

Desde ese día, el descontento no conoció límites; las murmuraciones tomaron el cuerpo de una insurrección formidable, que ya no le era posible calmar a Colón como antes, con ruegos ni con promesas. Al fin llegaron a tal punto las cosas, que Colón tuvo que desplegar su indomable energía, manifestando su resolución de triunfar o perecer en aquella empresa.

En tales condiciones se encontraba el grande hombre en la popa de su esquife la noche del 11 de octubre, cuando lo sacó de sus profundas meditaciones una luz que creyó percibir a distancia, que asomó, desapareció y volvió a reaparecer brillante. Dio parte a sus compañeros; se encontraron las opiniones y esperaron la salida de la aurora con los ojos fijos en el lugar en que se había visto atravesar la luz.

La Pinta, que era embarcación más velera se había adelantado; comenzaba a despuntar la aurora, cuando un cañonazo anunció la presencia de la tierra ... Colón cayó de rodillas levantando sus manos al cielo, y con los ojos inundados en lágrimas, entonó el Te Deum, acompañándole la emoción indescriptible de sus heroicos compañeros, que le veían como un dios, le estrechaban en sus brazos y le pedían perdones por su pasada conducta.

Verificóse el desembarco; besan arrodillados la tierra los atrevidos navegantes y proclaman su posesión en nombre de los Reyes Católicos.

Los indios, que al principio huyeron espantados, se acercan y reciben algunas baratijas, dando en cambio hermosos papagayos y ovillas de algodón. Apenas descansa Colón entre aquellos naturales, sigue su expedición por las costas de Cuba, y camina de sorpresa en sorpresa, descubriendo Haití, La Española y Santo Tomás, donde estuvo a punto de naufragar.

En estas expediciones, por sentimientos innobles de que no quiero ocuparme, se había segregado La Pinta con su comandante Pinzón, de la flotilla; pero al salir de Navidad, el 4 de enero de 1493, volvióse a encontrar, disimulando Colón su enojo, y partiendo de regreso para España el día 16.

En esta travesía corrió una borrasca deshecha a la vista de las Azores; y cuando parecía que todos los elementos conspiraban para frustrar las conquistas de su genio y de su constancia, él impávido, escribe a los Reyes Católicos, confía a una botella, a que pone su sello, su mensaje, y espera resignado los derecretos del destino.

Arrastrado por los vientos llega Colón a puerto seguro; pero al reconocerlo porque antes las borrascas no le habían permitido cerciorarse del rumbo que seguía, se persuade que está en Portugal.

Sin vacilar Colón da parte al Rey de su arribo; éste le recibe con magnificencia y le proporciona auxilios generosos para que vaya a dar cuenta de su expedición.

El 14 de marzo de 1493, a la hora de mediodía entraba Colón en Palos, en medio de las más ardientes demostraciones de regocijo.

De Palos envió despachos Colón a los Reyes; éstos, conociendo la magnitud del descubrimiento del almirante, le llenaron de distinciones y de honores, y le recibieron en sus brazos, en medio de la corte, asombrada del triunfo espléndido de su genio, y a despecho de sus miserables enemigos anonadados.

Consumado el descubrimiento del Nuevo Mundo, lleno Colón de distinciones y de honores, y en el colmo de la fortuna y de la dicha, vio con noble satisfacción que el Papa a usanza de aquel tiempo, en el que se creía le pertenecían todas las tierras de infieles, hiciese donación a los Reyes Católicos del mundo descubierto, otorgándole las mismas mercedes que a Portugal.

Dividió el pontífice en dos las Américas, concediendo el occidente a los Reyes Católicos, y el oriente a Portugal, de donde tomó origen el imperio del Brasil.

Para entender en todo lo relativo a las relaciones y comercio de Indias, se nombró al arcediano don Juan Rodríguez Fonseca, valido de la corte, y oculto pero implacable enemigo de Colón. Al establecimiento que mandaba se llamó después Casa de Contratación de Sevilla.

Después de muchas dificultades y dilaciones, partió Colón con una nueva expedición de once embarcaciones, llamadas las del primer orden naos de gavia, y las otras carabelas.

Arribó a La Española; se encontró con desavenencias y disgustos. Descubrió la isla de Santo Tomás, y dejó el mando de ella a un catalán llamado Pedro Margaret; y soñando siempre con el Asia, se entregó a nuevas expediciones, después de haber enviado a su hermano Bartolomé a España con indios para que se vendiesen como esclavos.

Mientras el almirante expedicionaba, llegó a La Española con despachos de la corte y el carácter de recaudador de contribuciones, un tal Aguado, fatuo, revoltoso, intruso; quien no sólo quiso entender en lo relativo a impuestos, sino injerirse en negocios del gobierno, deprimiendo la autoridad de Colón e introduciendo el desorden.

La ingratitud de Margaret, que se convirtió en enemigo de Colón luego que recibió sus favores; los informes de Aguado, convertidos por Fonseca en odiosas acusaciones, y las conspiraciones de las ruines medianías en las cortes contra todos los hombres superiores, hicieron a Colón volver a España en 1497.

La presencia del almirante en la corte disipó el nublado que parecía envolverle: en la gracia de los Reyes y con nuevas distinciones y honores, hizo una tercera expedición en 1498, no sin amargas censuras de Fonseca, quien reservó para más tarde dar pábulo abundante a su odio concentrado.

En su travesía para Cuba tomó Colón un nuevo rumbo: descubrió la isla de la Trinidad y volvió a la colonia Española, que encontró próspera; pero a los pocos días de su llegada tuvo el sentimiento de que se sublevase contra su autoridad, queriéndose levantar con el mando un hombre oscuro, aunque no desprovisto de talento, lleno de malas cualidades y poseído de una loca ambición.

A la vez que esto sucedía, el arcediano Fonseca sin conocimiento de los Reyes, y por hacer sombra y daño a Colón, disponía una expedición a las tierras descubiertas, al mando de Alonso de Ojeda, expedición célebre por sí; en ella América Vespucio dio su nombre al nuevo continente, por un capricho de la fortuna, continente que hasta entonces y después era conocido con el nombre de Islas Occidentales.

La expedición de Ojeda no tuvo consecuencia, merced a la intervención de Roldán, que habiendo capitulado con Colón, ejercía a su lado las funciones de alcalde mayor.

El descubrimiento de algunas minas de oro parecía cambiar la faz de las cosas y mejorar la condición de Colón; pero en la corte habían criado raíces las maquinaciones contra él; Fonseca soplaba, con verdadero furor, el descontento, y la envidia, y la ambición exageraban las acusaciones contra todos sus actos y providencias.

Contribuía a que todo pareciese sombrío y desagradable, la escasez de recursos del erario, pues, sin fundamento, se creía que los gastos de aquellas expediciones lejanas tenían mucha parte en la miseria.

Detrás de los Reyes se agolpaban empleados hambrientos gritando: ¡paga!, ¡paga!, y cuando pasaban los hijos de Colón que eran de su comitiva, les llenaban de insultos.

Contribuyó a la desgracia de Colón el envío de una grande expedición de esclavos para su venta; esto hizo estallar en el piadoso corazón de los Reyes la indignación, y mandar a las islas a don Francisco de Bobadilla, con el carácter de juez, y con instrucciones para prohibir la esclavitud y poner orden en todos los negocios.

Arribó Bobadilla a Santo Domingo el 23 de agosto de 1500.

Recordaremos que Colón había pedido a los Reyes un letrado para que conociese las causas de varios reos, ya por sus delitos comunes, ya por los nacidos de las frecuentes rebeliones que tuvo que reprimir con la mayor energía.

A la llegada de Bobadilla estaba ausente Colón, y en su lugar gobernaba su hijo don Diego.

El presuntuoso juez fue casi testigo, a su desembarco, de ejecuciones mandadas hacer con motivo de las rebeliones, y éste, impaciente por fungir, se acercó a don Diego, preocupado con que eran ciertas las atrocidades que propalaban contra el almirante los rebeldes.

Hizo saber Bobadilla a don Diego su encargo publicándolo y mandándole que le fuesen entregados los presos. Don Diego aplazó la obediencia de las órdenes para cuando su padre volviese de la expedición a que había marchado; irritado Bobadilla, mostró nuevas órdenes en que se le nombraba gobernador; disponían los Reyes se le entregasen las armas y fortalezas, y por último, que pagase las deudas de la corona y compeliese al almirante a que pagase las suyas.

Tales providencias, que don Diego se resistió a obedecer, hicieron cundir la popularidad de Bobadilla; agitando las malas pasiones contra los colonos. El furibundo juez insistió en que se le entregasen los presos, y rehusándolo el alcaide de la fortaleza, reunió algunos marineros y populacho y se dirigió a la prisión que sólo estaba custodiada por tres o cuatro hombres, con armas, escalas y todo el aparato de un asalto formidable.

Colón recibió en La Concepción la noticia de tanta tropelía y al mismo tiempo la orden de los Reyes, seca y tirante que le persuadía de su profunda desgracia.

Entretanto, su hermano Bartolomé fue preso y cargado de cadenas, lo mismo que Colón, a quienes embarcaron para España en medio de los más soeces insultos del populacho.

Alonso Vallejo mandaba la carabela que condujo a Colón a España, y trató al almirante con las consideraciones que merecían su genio y su nombre.

Indescriptible fue la sensación que produjo la llegada de Colón a Cádiz, cargado de cadenas, bajo las terribles acusaciones de Bobadilla.

Los Reyes supusieron su arribo, le enviaron auxilios, y a pocos días lo recibieron en su presencia. Colón, de emoción, no pudo hablar al principio, pero repuesto, hizo una elocuentísima defensa de su conducta, desbarató los cargos contra él acumulados, y los Reyes le estrecharon en sus brazos. No obstante aquella restitución al favor real, a pesar de desaprobarse en su consecuencia la conducta de Bobadilla y separársele del mando, el Rey Fernando encontró en las discordias de La Española pretexto para amenguar las liberales concesiones hechas a Colón, quitándole un dominio que calificó de peligroso.

Consecuente con tales pensamientos y dando al almirante por motivo que esperaba que los ánimos se calmasen para volverlo al virreinato, nombró en 1502 a don Nicolás Ovando, quien partió con una gran flota para su destino.

Colón fingió mirar con desdén aquel nuevo golpe de la suerte, y en su inacción forzada revivió en su mente, más ardorosa que nunca, la idea de recobrar el Santo Sepulcro, antiguo y predilecto objeto de sus sueños, sobre lo que escribió un libro curiosísimo de que hacen mención sus biógrafos.

Para el logro de sus miras propuso a los Reyes una expedición marítima buscando el istmo de Darién, y logró fomento y auxilios para esta nueva y atrevida excursión. Estimulaba a los Reyes el descubrimiento que había hecho Pedro de Alvarado del Brasil, que había dotado de grandes riquezas a Portugal.

Colón con una pequeña flota parte en busca de nuevas aventuras, toca Canarias; y la tempestad lo arroja a La Española, donde se le niega la entrada, y rechazado, sufre los horrores de un temporal adverso por algunos días. Navegando por aquellos mares, encuentra una gran canoa y en ella unos indios que le invitan a ir a su tierra, la que después por varias circunstancias, se ha reconocido que era Yucatán. Colón rehúsa y prosigue su camino; sin esta circunstancia se habría acelerado la conquista de la Nueva España, siendo Colón el primero que en ella pusiese los pies.

Perseguido siempre por desencadenadas tempestades y en medio de innumerables trabajos arribó Colón a Costa Rica, Porto Belo, y lo que él llamó el Retrete, de donde regresó el 6 de enero de 1503.

En su travesía, en el punto donde se guareció sublévanse los indios y escapa por milagro; acométele la fiebre, y al fin se refugia en Jamaica en un puerto que llamó Santa Gloria, lugar desierto, distante 40 leguas por mar de La Española.

En Santa Gloria, con los restos de sus embarcaciones destrozadas por las tormentas, formó unas barracas, y después de mil congojas, logra Diego Méndez adquirir una canoa, y en ella se lanza a solicitar el auxilio de Ovando.

Colón continúa en Jamaica muy enfermo; se hace sensible la escasez de víveres, y para que nada falte a su situación horrorosa se subleva parte de la tripulación amenazando su vida.

Ocho meses duró tan horrible estado, cuando apareció en dirección de La Española un buque; acercóse; lo mandaba un tal Escobar, enemigo de Colón, quien le llevaba de parte de Ovando un barril de vino, haciéndose a la vela sin prestarle más auxilio.

Al año de la partida de Méndez y del destierro de Colón y los suyos, volvió Méndez con dos embarcaciones, en que regresaron el almirante y su tripulación a La Española, y de allí volvió Colón a España en 12 de septiembre de 1504, para ser juzgado por el Consejo de Indias.

Pobre, enfermo y en completa desgracia de los ingratos soberanos, pasó en Sevilla Colón cerca de dos años, muriendo rodeado de sus hijos y de unos cuantos amigos el 20 de mayo de 1506.

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