Índice de Lecciones de historia patria de Guillermo PrietoPRIMERA PARTE - Lección VIIIPRIMERA PARTE - Lección XBiblioteca Virtual Antorcha

LECCIONES DE HISTORIA PATRIA

Guillermo Prieto

PRIMERA PARTE

Lección IX

Templos. Ritos religiosos. Cholula. Sacerdotes. Funciones religiosas. Sacerdotisas. Sacrificios humanos. Penitencias.


Además del gran Templo Mayor, mencionan los historiadores que hemos tenido a la vista, unos cuarenta templos en que se veneraban varias divinidades, entre los que se mencionan tres muy notables en que se rendía culto a Tezcatlipoca, Tláloc, y Quetzalcóalt.

Al último de estos templos se penetraba por una especie de cueva que tenía la figura de la boca de una serpiente, y que puso espanto a los españoles cuando lo visitaron.

Existía un templo en que se adoraba el nombre de Ilhuiscatitlan o Venus, esto es, el astro que tiene ese nombre, representándolo así en su altar.

Las habitaciones o conventos de los sacerdotes ocupaban grande espacio, lo mismo que el Texcatli o Casa de Espejos, que era un depósito de armas, además de la armería que coronaban las puertas exteriores del templo.

Había lugares de retiro para que se aislasen a orar el Rey y el gran sacerdote.

Entre sus costumbres o ritos religiosos se contaban las abluciones y baños, para lo que se servían de una fuente que, según las relaciones que han quedado, desde haber estado situada frente al Montepío, pocO más o menos. Recorriendo la extensísima Plaza Mayor se fijaba la atención en una inmensa jaula de madera, que servía de cárcel a los ídolos de los enemigos.

Pero lo que se describe como edificio más espantoso, es uno tapizado de cráneos humanos; coronaban estos cráneos las alturas y se ostentaban en sartas, llenaban las junturas de las piedras, y se reponían cuidadosamente los que se rompían (Tzompantli).

Calcúlase que había en todo dos mil templos, y se percibían en las altUras trescientas sesenta torres.

En Tlatelolco se hacía muy notable un gran templo en que se veneraba a Huitzilopochtli y a Tezcatlipoca.

Cholula era considerada como la ciudad santa por el número de sus templos y las cuatrocientas torres que sobre ella descollaban.

Los templos tenían sus rentas consistentes en tierras que administraban los sacerdotes; el sobrante de esas rentas se daba a los pobres.

Sacerdotes

Grande era el número de los sacerdotes: los dedicados al servicio del Templo Mayor se hacían subir a cinco mil; los de Texcatzóncatl, a cuatrocientos.

Los grandes señores aspiraban a que sus hijos sirviesen al templo.

El sumo sacerdote se nombraba Teoteutli o señor divino.

Otro gran sacerdote se llamaba Hueitcopixque.

Eran los intérpretes de los oráculos: tenían el encargo de ungir a los Reyes.

Generalmente se confería el cargo de sumo sacerdote al segundo hijo del Rey.

Distinguíase el sumo sacerdote por el arrogante penacho de plumas verdes que llevaba en la cabeza.

Funciones

Para el ejercicio de sus funciones religiosas, dividíanse los sacerdotes en cantores, adivinos, maestros de la juventud, cuidadores, aseadores del templo, y otros encargos.

Vestían los sacerdotes mantas negras y se aderezaban el pelo con unturas, dejándolo crecer y trenzándolo o envolviéndolo sobre la nuca.

Con la sangre de reptiles y de insectos asquerosos formaban Una untura con que se frotaban el cuerpo, llamada teopaxtli o medicina divina.

Eran austeros en sus costumbres; castigaban entre ellos con Severidad la incontinencia, y la templanza en el beber no la quebrantaban jamás.

Hacían sus bendiciones con un agua particular, a la que le suponían grande virtud.

Sacerdotisas

Las sacerdotisas no hacían voto de por vida. Los padres consagraban a sus hijas al templo, y al nacer colocaban en sus manos una granadilla en una, y en otra un incensario, como prueba de su dedicación al templo.

Pasaban la vida las sacerdotisas ejerciendo la virtud, conservando con rígida pureza las buenas costumbres y dedicándose al culto día y noche. Cuando abandonaban la recolección, los padres de familia las sacaban pronunciando sentidísimos discursos en acción de gracias a las personas que habían contruibuido a la educación de las jóvenes.

Entre las órdenes religiosas distinguíase la de Quetzalcóatl, por la costumbre de poner un collar, al nacer, al niño que se quería consagrar a su culto, y hacerle, al ser más grande, una incisión en el pecho, dedicándosele así al sacerdocio.

En el templo de Tezcatlipoca había colegio para jóvenes de ambos sexos, teopochtihtzli, que se educaban con separación.

Por último, el culto a Centéotl, que era de viudos, viejos y ancianas, que eran tenidos en gran veneración y consultados por su sabiduría y experiencia.

Sacrificios humanos

No conserva la historia noticia sobre si los toltecas ofrecían a sus dioses sacrificios de víctimas humanas.

Los chichimecas, según algunos, adoraban al sol y a la luna, ofreciéndoles frutas y flores.

Los que introdujeron en el país los sacrificios humanos fueron los mexicanos.

El sacrificio que ha hecho a los mexicanos funestamente célebres, consistía en tender y sujetar de pies y manos fuertemente a la víctima sobre la piedra, abrirle el pecho, arrancarle el corazón y mantenerlo en la mano, humeante y chorreando sangre, ofreciéndolo a su abominable dios.

Los sacerdotes que se encargaban de estas matanzas bárbaras, tenían un traje rojo de algodón con largos flecos.

El sacrifico gladiatorio era de otro modo. En la parte superior del templo había un gran terraplén, y en su centro una piedra grandísima con figura de piedra de molino, llamada temalácatl.

En esa piedra se ataba al prisionero de un pie, colocando en sus manos espada y rodela. Subía a aquel reducido palenque un soldado u oficial con su arma, y se empeñaba un combate a muerte, en que todas las desventajas estaban del lado del enemigo.

Si éste era vencido, luego que caía se procedía a sacrificarle, tributándole los honores al vencedor, en medio de los vivas y aclamaciones de triunfo.

Si el enemigo derribaba al mexicano, como sucedió con el señor de Cholula, hacían ascender sucesivamente a la piedra seis combatientes, y si éstos eran vencidos, se dejaba al prisionero en libertad llenándolo de honores.

Con el señor de Cholula no lo hicieron así los mexicanos, sino que lo sacrificaron, cubriéndose de infamia.

Calculan algunos autores que el número de víctimas sacrificadas anualmente era veinte mil, pero otros, entre ellos Clavijero, dicen que en esto hay exageración.

De todos modos la cifra era horrorosa, tratándose de esta repugnante materia.

Vestían a la víctimas con el ropaje del dios a quien se sacrificaba, engordándolas algunos sacerdotes, para que la ofrenda tuviera más valía.

Los restos de la víctima se daban para que los comieran, ya a los sacerdotes, ya a los soldados.

En esto se ha fundado la acusación de antropofaguismo hecha a los mexicanos. Pero la historia ha patentizado que esa comida no era con hábito ni por placer, sino una parte del rito religioso. Comían como cumpliendo con ese rito, o arrastrados por la superstición, pedazos pequeños de los brazos y piernas.

Además de la ofrenda maldita que muy brevemente y con mucha repugnacia he descrito, ofrecían:

A Huitzilopochtli, codornices; a Mixcóatl, liebres, conejos, ciervos y coyotes; al sol, esperaban su salida para sacrificarle codornices luego que alumbraba, entre músicas, incienso y flores; a Centéotl maíz; a Tláloc, flores.

Los fieles ofrecían alrededor del altar pan de maíz en abundancia, y copal, de que se hacía gran consumo.

Entre los tlaxcaltecas se solía dar muerte a los prisioneros en la cruz.

Los de Cuautitlán, en las vísperas de sus grandes solemnidades plantaban seis árboles: en el centro de ellos se sacrificaban dos esclavas. Les arrancaban la piel y les abrían las carnes para sacarles los huesos de las piernas: con aquellos despojos repugnantes se presentaban los sacerdotes diciendo: He aquí a nuestros dioses que se acercan.

Después ponían seis prisioneros en los árboles y los mataban a flechazos, precipitándolos y arrancándoles el corazón.

Los sacerdotes y los fieles se sujetaban a ayunos y penitencias cruelísimas.

Los llamados tlamaxqui sufrían horribles martirios.

Había una fuente que se llamó Ezapan a causa del color de sus aguas, teñidas con la sangre de los penitentes.

En las grandes calamidades, el sumo sacerdote se retiraba a hacer penitencia, y estaba hasta un año comiendo por todo alimento maíz crudo y agua.

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