Índice de Lecciones de historia patria de Guillermo PrietoPRIMERA PARTE - Lección XIVPRIMERA PARTE - Lección XVIBiblioteca Virtual Antorcha

LECCIONES DE HISTORIA PATRIA

Guillermo Prieto

PRIMERA PARTE

Lección XV

Lengua mexicana. Oratoria y poesía. Teatro. Música. Baile. Juegos. Pintura. Caracteres numéricos. Escultura. Fundición y mosaico.


La lengua mexicana era la propia y natural de los acolhuas y de los aztecas, toltecas, y de toda la familia.

Carece totalmente de las consonantes b, d, f, g, r y s: abundan en ella la e, x, la t y la z, así como los sonidos compuestos ti, tz. Hay poquísimas palabras agudas, casi todas las palabras tienen la penúltima sílaba larga. Sus aspiraciones son suaves, y ninguna de ellas es nasal.

A pesar de la falta de consonantes que hemos mencionado, es idioma rico, culto y expresivo, aunque no al punto, como han pretendido algunos admiradores entusiastas, de ser superior a otros idiomas cultos.

Faltan a la lengua mexicana los superlativos y comparativos; pero suplen esta falta con partículas de que se sirve diestramente.

Los verbos también se adicionan y varían haciendo su uso abundante y expresivo: por ejemplo chihua significa hacer; chichihua, hacer de prisa; chichilca, hacer a otro; chihualtia, mandar hacer; chihuatin, ir a hacer.

Hay voces en el idioma mexicano que empleadas en la conversación la hacen cortés y respetuosa. Tatli significa padre; amotatzin, vuestro señor padre.

Tleco es subir; usado como mandato a un inferior, es xitleco; como ruego a un superior, es ximotlecahui; a una persona muy respetable, se decía maximotlecahuitzin.

Tlazotli quiere decir amado; mahuitzin, amado y reverenciado.

Permite el mexicano la formación de una palabra compuesta de otras dos o tres, y en los nombres su definición por medio de palabras compuestas.

Hemos visto, al hablar de los embajadores y del príncipe Nezahualcóyotl, que en la oratoria y la poesía eran los mexicanos extremados, acostumbraban a los niños desde su infancia más temprana a hablar con elegancia y propiedad.

Los sacerdotes eran los que cultivaban estas artes preciosas que tanto enriquecieron el talento.

La poesía se ostentaba en himnos a los dioses, máximas de la moral más pura, y como debe ser la elevada poesía en las nobles manifestaciones de los sentimientos del alma.

En el lenguaje abundaban las comparaciones a que una naturaleza rica, un cielo purísimo y aire poblado de aves canoras y una tierra esmaltada de flores deliciosas se prestan. En la poesía era donde abundaban las palabras compuestas: se encuentran de éstas las que llenan un solo verso de los mayores.

Háblase mucho de las composiciones dramáticas, y aun se mencionan con aprecio las referentes a la aparición de la Virgen de Guadalupe; pero por lo que dice Clavijero, se viene en conocimiento de que había teatro en que se hacían representaciones burlonas y aparecían sordos, cojos, tullidos y sanaban por influjo de los dioses, y las muchachas y bailarinas hacían el final de estas fiestas en medio del regocijo universal.

Los primeros misioneros, aprovechando la afición decidida de los indios a la poesía, compusieron himnos y cánticos místicos en mexicano, de que se hacen grandes elogios, citándose entre otros los del padre Sahagún y una composición sobre el juicio final, del célebre misionero J. Andrés Olmos.

Los instrumentos músicos de los mexicanos eran el huéhuetl o tambor mexicano, hecho de madera y cubierto de una piel de ciervo; el teponaztli, cilindro hueco, todo de madera, con unas aberturas y gradaciones en el grueso de la madera, para producir sonidos distintos cuando se golpeaba con bolillos, de madera también.

Las cometas, los caracoles marítimos y unas flautas pequeñas de sonido agudísmo, eran todo el instrumental músico. Este arte, dice Clavijero, fue en el que menos sobresalieron los mexicanos.

Eran tenidos en mucho los bailes, y los mexicanos les daban grande importancia, variándolos y embelleciéndolos extraordinariamente.

El Rey, los sacerdotes, lo más florido de la nobleza, las vírgenes consagradas al templo, y los plebeyos de la más ínfima clase, todos bailaban.

Los altos personajes llevaban en las manos plumas, sonajas y flores; ostentaban para el baile los trajes más ricos. Los plebeyos adoptaban la representación de varios animales, y los bufones amenizaban la función.

Comúnmente la concurrencia a los grandes bailes se formaba en tres círculos: uno pequeño en el centro; otro más grande rodeándolo a distancia, y otro máximo que abrazaba los dos anteriores. Se cantaba al son de la música, y el baile comenzaba: el primer círculo se movía grave y respetuoso, el segundo con mayor animación, y el tercero con celeridad extraordinaria y algazara estrepitosa hasta el frenesí. Aquellos remolinos de trajes, de penachos, de plumas, de sacerdotes, de guerreros y de hermosas mujeres, tenían encantos que recuerdan los historiadores con complacencia.

Había variedad de bailes y el llamado tocotitl tan lleno de majestad, que se conservó en los templos aun después de la Conquista.

Clavijero menciona un baile que consistía en dar vueltas alrededor de un asta elevadísima de que pendían cordones y cintas y que llevaban los bailarines en las manos, tejiendo al son del baile, jaspes y labores bien matizados y preciosos, deshaciendo estas labores de un modo igualmente vistoso al terminar el baile.

Tenían juegos públicos y privados los mexicanos, como la carrera y los simulacros de campaña, y el volador y la pelota, de que tenemos idea.

En equilibrios y en juegos de manos y pies, eran los mexicanos muy diestros. Mencionan los historiadores el ejercicio que llamamos vulgarmente bailar la tranca, y consiste en que un hombre colocado de espaldas en el suelo, sostenga, aviente y haga girar con los pies una viga. Los mexicanos la sostenían con un hombre que bailaba en cada uno de los dos extremos de la viga, lo cual maravilló a los españoles.

La pintura hacía el oficio de escritura histórica: los toltecas fueron los primeros que la usaron; de éstos y de los acolhuas la aprendieron los chichimecas y los otomíes que abandonaron la vida salvaje. No sólo se aplicaban las pinturas a la historia, sino a la cronología, a la astronomía, a los códigos y aun a usos más privados, como los títulos de tierras.

En Texcoco estaba la principal escuela de pintura, y allí existía la mayor parte de los tesoros de la historia que fueron aprovechados por los conquistadores.

Pintaban comúnmente sobre el papel o pieles adobadas, o tela de hilo de maguey o de palma llamada yécotl.

Para obtener el color blanco calcinaban la piedra chimatlízati que así preparado se parece mucho al yeso fino, o usaban de la tierra mineral tizatlalli que produce un blanco mate como la escayola.

El negro lo formaban de humo de acote; el azul turquí, de añil, para el rojo, de achiote; para el morado y la púrpura, la cochinilla; ei amarillo se hace con ocre o xochipalli, que conocemos hasta el día.

Para dar consistencia a los colores, los mezclaban con la planta llamada oautle y con el excelente aceite de chía.

No sobresalían en el dibujo los mexicanos, ni tenían estudio ni conocimiento del claroscuro. Las pinturas, aunque dan idea de los objetos y aun de las personas que quieren representar, distan mucho de la perfección.

Representaban las horas que querían describir, con sus propias figuras; aunque muchas veces procedían por indicaciones que bastaban para los inteligentes.

Respecto a los caracteres numéricos -dice Clavijero- ponían tantos puntos cuantas eran las unidades hasta 20; este número se representaba con una figura semejante a esta p llamada Pohualli; una figura que imitaba la extremidad de una pluma equivalía a 400 o zontli.

El signo 400 se repetía hasta veinte veces o sean 8 000, que es otro signo como una bolsa llamado xiquipilli, y con la combinación de dos signos llegaban hasta 160 000.

Para representar una persona determinada -dice el autor que extractamos- pintaban un hombre o una cabeza humana y sobre ella la significación de su nombre; como vimos al hablar de los Reyes, la poesía y la tradición suplián lo imperfecto de las pinturas.

En cuanto a sus jeroglíficos, podemos decir lo siguiente:

Los indios del Perú, en coincidencia singular con los chinos, usaban unas cuerdas largas y pequeñas de diversos colores que hacían, aunque muy imperfectamente, veces de escritura.

Los toltecas usaban los jeroglíficos, aun antes de llegar a Huehuetlapalan.

Los mexicanos tenían unos sabios (amoxoaque) destinados a descifrar la escritura jeroglífica.

En los jeroglíficos o imperfectísimas pinturas que son como escritura mexicana, apenas se distinguen claramente el hombre y la mujer y no los animales y otros objetos. Más que pinturas son signos.

Los colores empleados en esas pinturas son: blanco, negro, azul, rojO, verde, amarillo, morado, etcétera.

El papel empleado era de algodón, pita, pieles curtidas, etcétera y usaban una especie de punzón o pincel para pintar.

La mayor biblioteca era la de Texcoco.

La lectura se enseñaba en los colegios. Los libros versaban sobre ciencias, artes, historia y toda clase de materias, teniéndose sumo cuidado y dispensando gran consideración a los cronistas.

En cuanto a la importancia de esta escritura, unos la encarecen y otros la deprimen por creerla adulterada por los frailes.

No obstante lo expuesto, son notables y dignas de crédito la colección de Kingsborough, el Códice Mendocino, las pinturas Aubin, antes de Boturini, y otras.

Sobre la veracidad de los jeroglíficos puede consultarse a Alva Ixtlilxóchitl, Sahagún, Durán, Torquemada, Gama, Betancur, y otros.

De todos modos, los jeroglíficos son datos auténticos las más veces y preciosos para la historia.

El señor Orozco, de quien extractamos esta nota, opina por que la idea primera para perpetuar un hecho fue reproducirla, y de ahí, para la copia, la necesidad de la pintura.

Simplificando la reproducción total, un combate lo representaban dos guerreros peleando.

La simplificación pasó del grupo a los objetos, y en los objetos mismos; un árbol por una rama o perfil convencional. Así, hombres y animales se representan por las cabezas.

A los signos mímicos o figurativos se llama kiriológicos.

Los caracteres simbólicos son los convencionales. La escritura ideográfica representaba los objetos, pero con significación convencional.

Al bautismo lo representaron los indios con un religioso que tenía un jarrito en la mano vertiendo el agua sobre la cabeza del indio.

La escultura fue conocida y practicada por los antiguos toltecas; los mexicanos tenían ya escultores cuando salieron de Aztlán.

Hacían las estatuas en todas posturas y actitudes, lo mismo que los grabados y los relieves en piedra, sirviéndose de piedras más duras y de algún cilindro de cobre.

El número de estatuas que encontraron los españoles fue inmenso, al punto que, destrozadas, sirvieron para la mayor parte del cimiento de nuestra Catedral.

En la fundición sobresalían, y de ello pueden dar testimonio los obsequios que hicieron a Carlos V, de que hablaremos después.

Fundían -dice Clavijero- una vez un pez que tenía las escamas alternativamente de plata y oro; un papagayo, con la cabeza la lengua y las alas movibles; un mono con la cabeza y los pies movibles y con un huso en la mano en actitud de hilar. Engarzaban las piedras preciosas en oro y plata y hacían joyas curiosísimas de gran valor.

De los mosaicos de pluma tenemos aún alguna idea, aunque muy imperfecta, puesto que los mexicanos hicieron en ellos adelantos tan admirables que dejaban atrás las maravillas del pincel. Tenían los mexicanos en gran estima este arte; cuidaban especialmente los pájaros de que se servían, ocupaban muchas gentes en la preparación de las plumas, y se vendían a precio de oro las obras que resultaban sobrenaturales.

El pájaro cuyas plumas usaban de preferencia era el colibrí, de esmaltadas y riquísimas. Tomaban las plumas con cierta sustancia blanda para no maltratarlas, y las pegaban a la tela con tezautli o con otra sustancia glutinosa; después unían todas las partes sobre una tabla o sobre una lámina de cobre y las pulían suavemente hasta dejar la superficie tan igual y tan lisa que parecía hecha a pincel.

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