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LA VIDA HERÓICA DE PRÁXEDIS G. GUERRERO

Eugenio Martínez Nuñez

LIBRO PRIMERO

CAPÍTULO TERCERO

EL APÓSTOL



El maestro.

A pesar de la naturaleza agotante de su trabajo y de las agitaciones de su vida revolucionaria, nunca le faltaba tiempo para dedicarse al estudio. A la historia de México y de la Revolución Francesa consagró muchas de sus pocas horas libres; leyó algunos de los filósofos antiguos y modernos, y estudió y analizó a los autores socialistas y anarquistas más famosos, como Malatesta, Ferrer Guardia, Tarrida del Mármol, Bakunin y Kropotkin, cuyas obras jamás abandonaba y cuando era preciso llevaba consigo en su maleta de viajero trashumante. Y como si esto fuera poco, se convertía en maestro para enseñar a los oprimidos el camino de su emancipación. En las humildes viviendas, en los talleres, en las reuniones obreras, luchaba sin descanso por romper el velo que el miedo y la ignorancia ponían ante los ojos de las gentes sencillas para hacerles comprender que todos eran iguales en la tierra y que todos podían disfrutar por igual de los banquetes de la vida. Suya fue esa labor apostólica de iniciar a los desheredados en las ideas revolucionarias más avanzadas y más puras que no admiten injusticias ni privilegios y que colocan a la humanidad en el plano de la igualdad ante el goce de los bienes y derechos naturales.

Por dondequiera que anduvo -dice Ricardo Flores Magón- predicó el respeto y el apoyo mutuo como la base más fuerte en que debe descansar la estructura social del porvenir. Habló a los trabajadores del derecho que asiste a toda criatura humana a vivir, y vivir significa tener casa y alimentación aseguradas y gozar, además, de todas las ventajas que ofrece la civilización moderna, ya que esta civilización no es otra cosa que el conjunto de los esfuerzos de miles de generac!ones de trabajadores, de sabios, de artistas, y, por lo tanto, nadie tiene derechp de apropiarse para sí solo esas ventajas, dejando a los demás en la miseria y en el desamparo.

Los odios raciales y los sometidos.

En su largo Vía crucis por los Estados Unidos (Vía crucis buscado por él mismo y aceptado con satisfacción) creyó encontrar un ambiente social más justo y más humano en el que hubiera mayor equidad para los trabajadores extranjeros, pero quedó decepcionado al ver que allá también, a despecho de la civilización y la cultura de que tanlo se enorgullecía el pueblo americano, eran víctimas de los atentados y de las injusticias que, como cargas de una eterna maldición, gravitan todavía sobre los desheredados de todo el mundo. Siendo obrero en las minas, en los puertos y en los talleres pudo darse cuenta de las lacras de ese tan extendido y despiadado sistema de explotación, pero pudo apreciarlo más a fondo y en carne propia cuando trabajaba en los grandes campos madereros del Estado de Luisiana, pues refiere uno de sus compañeros de combate que allí se intentó privarle del salario de varias semanas simplemente por ser mexicano, y que cuando él reclamó lo que se le debía, el patrono iba a matarlo por el delito de pedirle el pago de su trabajo.

Y no solamente en lo que se refería al campo del trabajo vio que se cometían tan tremendas vejaciones y atropellos con nuestros nacionales, sino hasta en las simples relaciones sociales pudo observar cuán profundos eran todavía los odios raciales, una de cuyas más deplorables manifestaciones era la de que no sólo las clases bajas e ignorantes sino también las llamadas cultas de la población norteamericana humillaban con el más lacerante de los desprecios a los mexicanos que emigraban en busca de libertad y de trabajo huyendo de la miseria y de la esclavitud de su país. Fruto de estas observaciones es un artículo que publicó en su periódico Punto Rojo, en donde pinta en la siguiente forma el drama de los obreros y campesinos emigrados de México, y que incapaces de sacudir con una actitud viril y decorosa su triste condición de sometidos, aceptaban mansamente los ultrajes en la llamada tierra de los libres:

La disculpa de algunos resignados desaparece.

El relativo bienestar económico con el cual se satisfacían las raquíticas aspiraciones de mejoramiento de algunos trabajadores mexicanos emigrados, huyó de sus hogares, burlando sus esperanzas de sometidos.

Ya no es la exclusión de los niños mexicanos de las escuelas blancas, contra la cual ha protestado apenas una minoría digna.

Ya no es el insultante No Mexican Allowed -no se admiten mexicanos- que abofetea la vista de nuestros nacionales en algunas tiendas y otros establecimientos públicos de Texas.

Ya no es el Mexican Keep Away -los mexicanos deben alejarse- que ha tenido a nuestros nacionales estupefactos en las orillas de ciertos pueblos de la frontera norteamericana.

Ya no es el ultraje violento de la turba racista. y de la policía abusiva que ebrias del salvaje espíritu de Lynch, han ensangrentado sus manos con seres inocentes e indefensos.

Ya no es tan sólo eso. La última ilusión se va ...

La amarga ración de pan se acorta. Los bocados que hacían llevadera la vejación y el desdén, se reducen considerablemente, augurando la vuelta del peonaje, lleno de privaciones y miserias que desertaron de México.

La situación se hace insoportable y no podrá ser de otra manera, puesto que los burgueses de aquí saben que una gran cantidad de proletarios mexicanos, al tocar esta tierra, se plegan sin protesta a las condiciones que les imponen los explotadores, contándose con ser los primeros en las fatigas y los últimos en la recompensa.

Pero la triste disculpa de nuestros resignados no existe ya. La miseria, el hambre y el atropello están en México. La vergüenza, la humillación y el hambre están aquí. Son las compañeras universales de los impotentes. ¿Adónde irá el pasivo, el sometido. el resignado, que no lo escupan y lo roben? Ahora que ya no existe esa ruin disculpa de la pitanza asegurada, ¿seguiréis a los que luchan por hacer que la humanidad coma un pan que no amase la ignominia? ¿Continuaréis poniendo los músculos faltos de nutrición al servicio de los esclavistas, en vez de venir con vuestras fierezas a precipitar la desaparición de los males comunes?

Si los ideales no han podido arrancar el rebañismo a ciertos hombres, hay que esperar algo más del rudo estrujón que hoy los coloca en medio de dos hambres (1).

El camino torcido.

A fines de 1907, estando a la sazón en Douglas trabajando en la compañía minera Coopper Queen, tuvo que trasladarse a la ciudad de Los Angeles por exigirlo así los intereses de la causa revolucionaria. Para esas fechas era ya Guerrero uno de los más prestigiados luchadores por la libertad. Miembro destacado de la Junta Organizadora del Partido Liberal, redactor de primera fila en periódicos de combate y tenazmente perscguido por la dictadura, en todas partes gqzaba de grande estimación por el desinterés, la abnegación, la actividad y la energía con que ejccutaba todos sus trabajos. Poco antes de llegar a Los Angeles habían sido encarcelados en la misma población algunos de sus compañeros de lucha, y como esto lo supiera su familia por la prcnsa que recibía de los Estados Unidos, su madre se apresuró a escribirle suplicándole por enésima vez quc abandonara ese camino torcido, erizado de sinsabores y peligros, que sólo podía conducirlo a la desgracia, a la prisión o a la muerte.

El se llenaba de amargura por el desagrado con que veían en su casa su vida de combate y sacrificio, y, principalmente, por la incomprensión de su madre hacia la noble causa que había abrazado. En contestación a su carta, en enero de 1908 le decía lo siguiente:

... No veas esto con esos temores, mamacita; a tus ojos se exageran las dificultades y los peligros. Tranquilízate. ¿Qué desgracia puede sobrevenir que no pueda dominada quien obra por el bien de sus semejantes? ¿Es andar mal, buscar la salvación de millares de infelices criaturas? Tú sabes lo que ha ocurrido a mis compañeros; pero ignoras lo que su incesante trabajo significa para todos. Mucho tengo que explicarte, pero lo haré más tarde, y entonces me dirás si el caminó que sigo es recto.

No quiero, madre mía, que por mí te aflijas, no quiero tampoco que condenes mi labor sin oírme antes ... Deseo ardientemente ir, hablarte, enseñarte mi cerebro y mi corazón y pedirte el beneplácito para continuar por esta ruta qUé te parece torcida, más no sé si podrá realizarse mi pensamiento. Ver a mi padre, verte a ti y a mis hermanos, será mi afán y haré todo lo posible por conseguirlo ...

La muerte de su padre.

Los deseos de ver a su familia para pedir a su madre la aprobación para continuar por la ruta que le parecía torcida, aumentaron cuando supo que su padre se encontraba enfermo de tanta gravedad, que ni siquiera se abrigaban esperanzas de salvarle la vida con una operación que pensaban practicarle. En tal sentido le escribe a una de sus hermanas el 11 de abril, en la misma ciudad de Los Angeles:

... Quién sabe si al estar escribiendo estas líneas mi padre estará en la agonía, o habrán terminado sus padecimientos para siempre ...

... Muchas veces he recorrido el espacio que media entre uótedes y yo; muchas veces arrebatado por mi pensamiento he ido a la cabecera de mi padre enfermo, pero ... sólo mi espíritu lo acompaña, mientras yo inútilmente busco el medio de aniquilar la distanCla ...

Desgraciadamente, la enfermedad del señor Guerrero no pudo 5er dominada, muriendo después de una prolongada agonía el 18 de abril. Práxedis recibió inmediatamente la noticia, y este rudo golpe llenó de un gran dolor todo su ser. Poco después llegó a sus manos una carta de la hermana a quien antes había escrito, y en contestación le dice con fecha 24 del mismo abril:

... Sí, tu carta llegó después que la noticia de la muerte de papá; tu carta, que no extensa en palabras, pero sí en palpitante sentimiento, me ha hecho palpar la dolorosa agonía de nuestro padre. Las exclamaciones que turbaron su espíritu al escribirme repercuten hondamente, estridentes y desgarradoras en mi cerebro. ¡Oh!, ¿por qué cuando padece un ser querido de mi corazón; por qué cuando el dolor busca una víctima, no soy yo el escogido?

Que triste, qué penoso es esto; mi padre hablándome en sus horas postreras, y yo lejos de él, sin poder hacer llegar mi voz hasta su lecho ... sin que las alas de mi pensamiento pudieran llévarme realmente hasta donde sólo el deseo y la imaginación llegaron ...

... Son las doce y media de la noche cuando ésta escribo, y son tantas las ideas y tantos los recuerdos que se despiertan en mí en la quietud de mi cuarto, que abandono la pluma para meditar en el hogar lejano, donde están ustedes como yo aquí, afligidos por la ausencia de papá ...

Un doble motivo.

Práxedis sufría ante la imposibilidad de hacer un viaje a su casa para estar al lado de su madre y sus hermanos en aquel momento de infortunio, ya que no podía satisfacer sus deseos, en primer lugar, porque siendo ya muy conocidas en México sus actividades revolucionarias, temía comprometer a su familia con su presencia agregando con ello una nueva pena a su grande aflicción; y en segundo, porque desempeñando en esa época los cargos de Secretario y Delegado Especial de la Junta Revolucionaria de Los Angeles, sus servicios eran reclamados con urgencia en algunos lugares fronterizos para activar los preparativos del movimiento libertador en la República Mexicana.

Efectivamente, por los últimos días de junio, y todavía con el corazón oprimido por el doloroso acontecimiento, tuvo que salir de Los Angeles hacia el sur de Texas para llevar instrucciones de la Junta a los contingentes que habrían de llevar a cabo los movimientos insurreccionales de ese mes en el Estado de Coahuila, y al mismo tiempo para ponerse al frente de un grupo rebelde que en una pequeña población de Chihuahua escribiera pocos días después una de las más infortunadas páginas de nuestra historia libertaría, ya que en ella habría de perder la vida, para conquistar la inmortalidad, el altivo Francisco Manrique, uno de los más estupendos paladines de la Revolución.

En el viejo solar.

Después de haber participado en esta serie de levantamientos contra la dictadura, en el último de los cuales estuvo a punto de correr la misma suerte de su llorado amigo y compañero Manrique, volvió a los Estados Unidos, y a principios de 1909 sus compañeros de la Junta, de común acuerdo con él, decidieron que en su papel de Delegado hiciera un recorrido por los Estados del centro y del sur de la República para llevar mensajes de rebeldía a los grupos de correligionarios que en esos lugares se encontraban, con el objeto de acelerar el triunfo de la Revolución. Por fin iba a realizarse una de las más bellas esperanzas que había alimentado en largo tiempo de ausencia, o sea la de ver de nuevo a su familia. Antes de cumplir con la misión encomendada, de los Estados Unidos marchó directamente al Estado de Guanajuato, deteniéndose en la ciudad de León para de allí dirigirse a su hogar, pero por no haber encontrado medios de proseguir su viaje desde luego a Los Altos de Ibarra como eran sus más fervientes deseos, tuvo que pasar la noche en la residencia de unos parientes, saliendo en las primeras horas de la mañana siguiente rumbo a su casa en compañía de su hermano José, que casualmente se encontraba en León por aquellos días.

Ya en camino para su hacienda, que dista unos cuarenta y ocho kilómetros de la ciudad de León, se detuvo unos momentos en el rancho llamado Las Fundiciones, propiedad de la familia de Francisco Manrique, donde habló de la sentida muerte del joven libertario con su hermano Bernardo. La familia de Manrique sabía que Pancho, como le decían cariñosamente, había sido sacrificado en la Revolución, mas no tenía una seguridad absoluta, ni menos detalles ciertos del suceso; pero por las confesiones de Práxedis supieron la verdad completa y pudieron aquilatar la grandeza de alma del joven desaparecido.

Cuando llegó a su vieja mansión, que lo recibió con una dulce sonrisa acogedora, su presencia produjo en su familia una emosión y una alegría inexpresables. Su madre y sus hermanos, al verlo después de cuatro años y medio de ausencia, lo hallaron completamente transformado. Ya no era el joven elegante y presumido de otros tiempos, sino un hombre sencillo, apacible, de mirada y ademán serenos, que iba vestido con un humilde traje de obrero, y al que ya nada importaban las vanidades del mundo, como tampoco la gloria ni la fama, Es inútil describir la felicidad que embargaba a Práxedis al hallarse de nuevo bajo el techo de su hogar. Estuvo, además, absolutamente tranquilo y sin tomar precauciones para ocultar su identidad por el temor de ser descubierto por algún espía de la dictadura (como tampoco las había tomado antes de llegar a su casa, ya que sólo iba cubierto con unos anteojos negros), pero su familia estaba terriblemente inquieta, pues temían que lo aprehendieran y lo mataran, Por su seguridad personal, su madre no consintió que saliera de una de las habitaciones de la casa el primer día de su llegada, pero en vista de que no obstante estas medidas toda la gente de la finca y aun la de las vecindades adivinaron que era Práxedis quien había llegado con su hermano José, se abandonaron tales precauciones para no mortificarlo más con aquella reclusión.

Había llegado tan delgado a su casa, que su familia creyó que estaba convaleciente de alguna grave enfermedad, pero él aseguraba que estaba bien, que no se sentía enfermo ni lo había estado. No fue sino hasta después de su muerte cuando supieron, con gran dolor, que el escaso alimento que tomaba voluntariamente era la causa de aquel adelgazamiento.

Su espíritu había alcanzado tan alto grado de perfección, que no solamente le interesaba la suerte de las personas sino también la de los irracionales, pues en una ocasión que se sirvió pollo en la comida, manifestó con una sencillez conmovedora que él ya no comía carne porque le dolía que se sacrificara a los animales. Otro día manifestó inconformidad porque comía mejor y estaba instalado con más comodidad que los peones de la finca.

Sin embargo, cuando expresaba su sentimiento por la diferencia que había entre su casa y la de los peones, no quería decir precisamente que éstos estuvieran en la miseria ni que fueran víctimas de malos tratos, sino que de acuerdo con sus ideas, la más pequeita diferencia tenía que ser sensible e inadmisible. El sabía que su padre habia sido el primero en aquella región que había aumentado los jornales de los peones. que les pagaha con puntualidad, que nunca tuvo tienda de raya, que sabía cumplir sus compromisos con ellos, y que, teniendo 'por costumbre adelantarles dinero siempre que lo pedían, al morir él, todas sus deudas les habían sido perdonadas por su padre, para seguir después trabajando en la misma forma. Práxedis mismo había dicho a su familia: Aquí es una de las fincas donde se trata mejor a los campesinos, pero no es sólo esto lo que yo ambiciono.

Decía que había vuelto al viejo solar, y a toda su familia la designaba con esta expresión: la tribu. No visitó a nadie, pero sí preguntó por algunos de sus amigos, y los tres días que estuvo en su casa pasaron tan rápidamente que apenas dieron tiempo para cambiar impresiones con su madre y sus hermanos, hacer recuerdos, referirse mutuamente los incidentes de la vida transcurrida", y para exponer y discutir con su familia sus nuevas ideas. Sin embargo, tuvo tiempo de arreglar unos papeles que había dejado guardados en un mueble al partir para Estados Unidos en 1904, y de hablar con algunos sirvientes de la casa, los que a pesar de su rusticidad se dieron cuenta del profundo cambio moral que se había operado en él, pues ocurrió que uno de ellos, ya cuando Práxedis se había ido de nuevo a los Estados Unidos, hizo el siguiente comentario a una de las hermanas del apóstol: El amo don Práxedis vino muy cambiado, ahora es muy bueno; me decía que no le dijera amo.

Obsequió a su familia varías obras de autores anarquistas que llevaba en una mala petaca de viaje, y le refirió sus actividades y su participación en los acontecimientos de Coahuila y de Chihuahua, notándose una emoción profunda siempre que recordaba a su inseparable amigo Francisco Manrique. Les hizo. una detallada exposición de sus nuevas ideas, diciéndoles que había llegado a ellas de una manera lenta y gradual, y previo y severo análisis. Ante las protestas y ante el desagrado que le manifestaban por su nueva manera de pensar, él decía sonriendo: Claro, no les gusta el anarquismo porque son burgueses. En otra ocasión agregó con amargura: ¿Acaso preferirían que hubiera vuelto rico? Pero no obstante la diferencia de ideas, siempre amó profundamente a su familia y al que fuera su hogar.

Su ahijado de bautismo, hijo de un peón que ya había muerto, fue a saludarlo en compañía de su madre, la que le regaló uu pollo, pues éste es el obsequio obligado de los campesinos de ese rumbo cuando tratan de manifestar su cariño. Práxedis tuvo en sus brazos al pequeño, lo acarició dulcemente, y le hizo algunos regalos.

Vio con mucho gusto a todos los animales de la casa, y como si se tratara de viejos amigos, les habló y los acarició con ternura; a su caballo le dio un abrazo, lleno de emoción, Sólo a su perro, un hermoso Terranova que le había regalado su amigo Liñeiro, ya no lo encontró, porque había muerto algunos meses antes de su llegada.

La falta de creencias religiosas no había empañado su alma, por el contrario, la había elevado purificándola de todas las debilidades y ruindades humanas. ¡Era tan bueno ...!

Su madre, que era una mujer inteligente y de grandes cualidades, después de haber visto y apreciado la exquisita sensibilidad de su alma diáfana, exclamó con ternura y emoción profundas: Práxedis es un santo, Práxedis es un ángel
.

La separación.

Pero era preciso que Práxedis abandonara el hogar, y más aún cuando crecían los temores de que pudiese ser descubierto y entregado a las autoridades, ya que para nadie en la región era un misterio su presencia en Los Altos de Ibarra. A instancias de su misma madre, que era la más temerosa por su seguridad, se apresuró su marcha a México, Puebla y Oaxaca, acordándose que fuera acompañado por tres de sus hermanos, una señorita y dos varones, con el objeto de hacer menos peligroso el desempeño de su comisión, ya que los esbirros lo buscarían solo, en caso de que se hubieran dado cuenta de su entrada al país, como era lo más probable.

La víspera de que abandonara su casa, y esta vez por toda la eternidad, tuvo lugar una escena familiar profundamente conmovedura, Práxedis, llamando a su madre y sus hermanos a su habitación, les manifestó que habiendo llegado el momento de partir de nuevo a cumplir con su misión, desde ese instante renunciaba a la herencia que un día debía corresponderle, y que si no volvían a verse, su voluntad era que sus bienes se repartieran equitativamente entre los más necesitados.

Entonces su familia, esa misma noche, le rogó con lágrimas en los ojos que abandonara su empresa, o que siguiera en otra forma menos peligrosa la lucha por sus ideales; pero todo fue inútil: Práxedis no tuvo un solo instante de vacilación, a pesar de haber sufrido hondamente ante el dolor de los suyos. Y es que ya no pertenecía a su familia ni se pertenecía a sí mismo. Era un iluminado que encarnaba la renunciación absoluta de los bienes y afectos de la vida, que se ofrecen en holocausto por la mejor existencia de los demás.

La noche del 22 de febrero de 1909, llevando el luto en el alma, su madre y sus cuatro hermanos que quedaban acompañándola, se separaron de él para siempre en la estación de la ciudad de León, pues aunque al año siguiente, en su última carta les hablaba de sus esperanzas de volver a verlos, ya no pudo realizarlas ...



Notas

(1) Articulo titulado Algo más, reproducido en el folleto Práxedis Guerrero, editado en 1924 por el Grupo Cultural Ricardo Flores Magón.
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