Indice de La vida heróica de Práxedis G. Guerrero de Eugenio Martínez Nuñez LIBRO SEGUNDO EL REVOLUCIONARIO - Capítulo segundo - Primeras luchas de GUerreroLIBRO SEGUNDO EL REVOLUCIONARIO - Capítulo Cuarto RevoluciónBiblioteca Virtual Antorcha

LA VIDA HERÓICA DE PRÁXEDIS G. GUERRERO

Eugenio Martínez Nuñez

LIBRO SEGUNDO

CAPÍTULO TERCERO

La conspiración en El Paso y Ciudad Juárez



Preparativos para atacar Ciudad Juárez

Al estallar el levantamiento de Jiménez, Ricardo Flores Magón marchó a El Paso a reunirse con Juan Sarabia y Antonio I. Villarreal para tomar parte en los preparativos que éstos venían haciendo desde principios de septiembre para atacar la plaza de Ciudad Juárez.

Para el ataque a esta plaza habían reunido Villarreal y Sarabia una buena cantidad de pertrechos, y contaban con el grupo revolucionario de Prisciliano Silva, así como con un gran número de partidarios que se les habían unido en El Paso y con otros muchos enemigos de la dictadura que tanto Lauro Aguirre como César Canales y Vicente de la Torre habían logrado que se comprometieran a secundar el movimiento.

Los revolucionarios son traicionados.

Desgraciadamente entre los elementos que Lauro Aguirre había reunido para el levantamiento figuraba un tal Quirino Maese, que no sólo se arrepintió del compromiso contraído con los revolucionarios, sino que los traicionó, delatando sus planes al Comandante de Policía de Ciudad Juárez. Al recibir éste la delación de Maese, fue a informar al Jefe Político y al Jefe de las Armas de la localidad, quienes sin pérdida oe tiempo fueron a la ciudad de Chihuahua a dar cuenta de lo ocurrido al Gobernador del Estado. Este, por su parte, telegrafió inmediatamente al general Díaz para darle cuenta de las alarmantes actividades de los revolucionarios de El Paso, cuya jefatura atribuía erróneamente a Lauro Aguirre, y con la misma fecha le informó más detalladamente sobre los acontecimientos con la siguiente carta:

Correspondencia Particular del Gobernador del Estado de Chihuahua.
Chihuahua, Méx., octubre 4. de 1906

Sr. Presidente, general don Porfirio Díaz.
México.

Muy estimado señor y amigo de toda mi consideración:

Hoy tuve la pena de telegrafiarle a Ud. por clave comunicándole que Lauro Aguirre sigue activando su mala propaganda y sus trabajos revolucionarios en El Paso, Texas, donde se ha agrupado un número de malos mexicanos que le están ayudando.

El Jefe Político de Ciudad Juárez me ha comunicado que se cree que estuvo Magón en El Paso, Texas, pocos días antes del 15 de septiembre y que después ha viajado de incógnito por la frontera de Texas y que probablemente se encuentra escondido en el Paso, Texas.

El libelo que Lauro Aguirre titula La Reforma Social ha aumentado considerablemente en tamaño y en circulación y se puede notar que Aguirre cuenta ahora con mayores elementos de los que antes tuvo.

Aguirre invitó en estos días a Quirino Maese, persona bien conocida en Ciudad Juárez, para que tomara parte en la revolución. Le informó que se estaban organizando buenos elementos en toda la República; que ya contaba con más de cuarenta centros revolucionarios y que estaban preparándose para dar un golpe en Ciudad Juárez o en algún otro lugar de la frontera, para lo cual esperaba contar con el número necesario de pronunciados; que se proponía invadir el territorio mexicano, volar con dinamita algunos de los puentes del Ferrocarril Central y cortar el telégrafo para dificultar los auxilios de las fuerzas federales; que contaba con otro centro revolucionario en Cusihuiriáchic y que esperaba que en varias otras partes del Estado hubiera pronunciamientos.

Maese se asustó mucho, no quiso tomar participación alguna y con muchas vueltas y reservas le comunicó lo que pasaba al Comandante de Policía de Ciudad Juárez, Antonio Ponce de León, quien dio cuenta al Jefe Político y al Jefe de las Armas Federales; pero Maese tiene mucho miedo y tal vez se niegue a declarar estos hechos judicialmente, porque teme que lo maten los revoltosos de El Paso, Texas.

Considero verídica la revelación de Maese, que es hombre serio. No creo en el pronunciamiento de Cusihuiriáchic ni en otros lugares del Estado; pero sí me parece posible que en sus propósitos criminales quieran asaltar algunas casas de Ciudad Juárez o de alguna otra población de la frontera, para producir en los Estados Unidos la alarma consigulente.

Por cuanto a Cusihumachlc he dado las Instrucciones necesarias y mandaré allí algún piquete de soldados. También he dado orden para aumentar la policía de Ciudad Juarez; pero como es un hecho que en El Paso, Texas, existe un grupo de malos mexicanos, que ha asumido el carácter de Junta Revolucionaria, opino que sería oportuno que el Jefe de la Zona, Sr. general De la Vega, fuese a pasar una temporada en Ciudad Juárez y que teniendo a su disposición todos los elementos que allí pueden utilizarse y de acuerdo con el Jefe Político y con el Cónsul de El Paso, Texas, ejerza una vigilancia constante e inteligente, para descubrir todos los planes de los revoltosos y para agrupar también las pruebas que puedan sustanciarse a fin de que el Gobierno Americano pueda proceder por las vías legales contra ese grupo de bandidos que debe ser castigado con toda severidad. Esta misma indicación me permití hacerle a ud. por telégrafo y además creo de mi deber recomendarle a Ud. la importancia de que venga pronto al Estado alguna fuerza Federal, pues su presencia bastará para imponerle respeto a estos malvados.

He escrito a St. Louis, Mo., solicitando un detective americano de confianza para situarlo en El Paso, Texas, y espero que sus servicios han de ayudarnos bastante para descubrir todo lo que esos malvados están haciendo.

Estaré muy pendiente de todo lo que ocurra para darle a Ud. cuenta.

Soy de Ud., con grande estimación, su adicto amigo y atento servidor.

Enrique C. Creel (1).

Al día siguiente de haber firmado la carta anterior, Creel recibió este mensaje que el Caudillo le enviaba desde el Palacio Nacional:

Recibí su telegrama referente a asunto de El Paso. Ya se ordena a Vega que marche allá; pero no con veinticinco hombres como ud. indicaba sino con cien o más y que denuncie los hechos a la autoridad de El Paso Texas por conducto del Cónsul.

Porfirio Díaz.

Captura de Sarabia, Villarreal, Canales y otros revolucionarios.

Mientras esto sucedía, los miembros de la Junta, ignorando la traición de que habían sido víctimas, seguían confiados en sus preparativos revolucíonarios. En tanto que Ricardo Flores Magón permanecía conspirando en El Paso junto con Aguirre, Cano y otros correligionarios, Juan Sarabia, Antonio I. Villarreal, César Canales y Vicente de la Torre cruzaban secretamente la frontera pasando armas y municiones a territorio mexicano, que luego almacenaban en los suburbios de Ciudad Juárez. El general José María de la Vega, poco después de haber llegado con sus tropas a esta plaza, pudo enterarse de que los cuatro revolucionarios, acompañados por un gran número de sus adeptos, se reunían todas las noches en el jardín principal de la población, y concibió un plan para capturarlos. Comisionó al capitán Adolfo Jiménez Castro y al subteniente Zeferino Reyes, ambos oficiales del 18 Batallón que guarnecía Ciudad Juárez, para que, fingiéndose sus partidarios, trabaran amistad con ellos y les hicieran concebir la esperanza de que el Batallón se pronunciaría en su favor y de esta manera atraparlos sin dar lugar a que opusieran resistencia y descubrir al mismo tiempo todos sus planes de conspiración (2). No les costó trabajo a estos oficiales conquistarse la confianza de los rebeldes, pues resultó que el subteniente Reyes era paisano y antiguo conocido de Juan Sarabia por haber cursado juntos las primeras letras en San Luis Potosí, y además, siendo esto lo principal, por haber pertenecido al Club Ponciano Arriaga cuando esta agrupación luchaba contra la dictadura en 1902. De esta manera pudieron saber Castro y Reyes que los revolucionarios, ya creyendo contar cuando menos con la mayor parte del Batallón, habían determinado que la fecha para el ataque a Ciudad Juárez sería para el 20 de octubre, y que en caso de salir victoriosos, como era lo más probable tomando en cuenta los numerosos elementos de guerra con que disponían, marcharían sobre la capital del Estado para también atacarla contando ya con los nuevos contingentes que esperaban se les unieran después de la toma de Ciudad Juárez.

Informado de todo esto el general De la Vega, al mismo tiempo que giraba instrucciones al Cónsul Mallén para que arrestara a los conspiradores de El Paso, procedió a la captura de los revolucionarios de Ciudad Juárez. En la noche del 19 de octubré, en tanto que Villarreal, Aguirre y Cano caían en poder de las autoridades de El Paso, Sarabia, Canales y de la Torre también caían en poder de la dictadura, víctimas de la emboscada que se les habia preparado. Estando en el jardín de Ciudad Juárez madurando con algunos de sus acompañantes los planes para el ataque del día siguiente, se les presentaron Castro y Reyes seguidos por el general De la Vega y varios jefes, oficiales y soldados del 18 Batallón, quienes empuñando intempestivamente sus armas, los hicieron prisioneros. La traición quedaba consumada, y los infortunados luchadores fueron conducidos a la cárcel de la ciudad, donde quedaron rigurosamente incomunicados y con centinelas de vista.

Ricardo Flores Magón, al enterarse de la suerte corrida por Virreal, Aguirre y Cano en El Paso, intentó dirigirse a Ciudad Juárez para poner sobre aviso a Sarabia y compañeros, pero no pudo hacerlo porque cuando atravesaba el puente internacional se encontró con el detective americano alquilado por Creel y otros esbirros a sus órdenes, quienes pretendieron arrestarlo, y si no lograron sus propósitos, fue porque tuvieron miedo al ver que Flores Magón llevaba una bomba de dinamita en cada mano.

Estando ya los principales revolucionarios reducidos a prisión, Creel se lo comunicó desde luego por telégrafo al general Díaz, y al día siguiente, 20 de octubre, le envió por la misma vía este otro mensa]e:

Confirmo mi telegrama de anoche y tengo el honor de comunicar a Ud. que las personas complicadas en trabajos revolucionarios aprehendidas hasta estos momentos son: Juan Sarabia, César Canales, Antonio I. Villarreal, Lauro Aguirre, J. de la Torre y Cano.

De éstas Aguirre, Villarreal y Cano están pres0s en el Paso, Texas; los demás en Ciudad Juárez. También aprehendí anoche, en Santa Bárbara, al comerciante Nemesio Tejeda y en Parral al Lic. Antonio Balboa. Próximo hacer otras aprehensiones de sospechosos. Documentos recogidos en El Paso, Texas, acusan personas comprometidas en Uruapan, San Juan del Río y otros lugares. General Vega a obrado con actividad e inteligencia, y Jefe Político de Juárez y su 'policía han prestado importantes servicios. También Cónsul Mallén a trabajado activamente. Le doy gran importancia a este golpe dado a criminales de alta traición y el país entero vería con gusto que fuesen castigados ejemplarmente. Es importante recomendar a Consul Mallén que procure captura de periodistas Tovar y Bueno y Rafael Trejo quienes indudablemente están complicados. Si juzga Ud. conveniente pudieran traer a Cárcel Chihuahua a criminales y que venga Juez de Distrito a juzgarlos para alejar escándalos de prensa en la frontera y peligro de fuga Cárcel Juárez. Puede ud. dar sus respetables órdenes y aquí ayudaré en cuanto me sea posible.

El Gobernador. Enrique C. Creel (3).

Con la misma fecha, el Gobernador de Chihuahua, que con tanto empeño había procurado terminar con la rebelión para halagar al Caudillo, envió al Señor Presidente, general don Porfirio Díaz, una carta en que le decía:

Muy estimado señor y amigo de toda mi consideración:

Por telégrafo he tenido el gusto de comunicarle a usted que anoche fueron aprehendidos en Ciudad Juárez Sarabia, Vice-Presidente de la Junta Revolucionaria de St. Louis, Mo., César Canales que en los últimos días ha tomado muy activa participación queriéndose lanzar a las vías de hecho e invadir el territorio Mexicano, y J. de la Torre, muy amigo de los revolucionarios. En El Paso, Texas, también fueron aprehendidos Antonio I. Villarreal, Secretario de la Junta Revolucionaria, Lauro Aguirre, periodista de los más malos y J. Cano, agente activo de la misma Junta. Las aprehensiones se hicieron bajo la dirección del señor general don José María de la Vega y con la ayuda muy eficaz del Jefe Político de Ciudad Juárez y de su comandante de policía Antonio Ponce. También ha prestado muy buenos servicios el capitán Castro, y mucho ha trabajado el Cónsul Mallén, aunque se le hacen algunos cargos por haberle faltado tino para aprehender a Ricardo Flores Magón.

Además, anoche mismo fue aprehendido en el Mineral de Santa Bárbara el comerciante Nemesio Tejeda, a quien venía yo cuidando desde hace tiempo por su carácter inquieto y por haber estado agitando a los mineros de ese lugar. Parece estar complicado el licenciado Antonio Balboa, de Coahuila, residente en el Parral, y ya fue aprehendido por el Jefe Político.

Como se tuvo la fortuna de recoger algunos papeles en El Paso, Texas, que están en poder del señor Cónsul Mallén, allí se podrán descubrir a varias otras personas que también están complicadas en este morimiento criminal.

He recomendado mucho que escudriñen bien esos papeles y me den los nombres de las personas del Estado que puedan estar comprometidas para mandarlas aprehender en el acto.

Le remito a usted el parte que por telégrafo me ha dado el Jefe Político de Ciudad Juárez, sobre estos acontecimientos.

Desde hace días que teníamos la lista de las personas que estaban trabajando en El Paso, Texas, para hacer propaganda revolucionaria y el señor general De la Vega formó un plan para atraer a Ciudad Juárez a algunas de esas personas, haciéndoles concebir la esperanza de que se pronunciaría en su favor la guarnición. Parece que ese plan prosperó en parte y así fue como se consiguió la captura de Sarabia; J. de la Torre y Canales.

Estoy muy contento de que haya sido posible darles este golpe y lo único que deploro es que Magón se nos haya escapado.

Por cuanto al Estado me cabe la satisfacción de informarle a usted que no hay el menor motivo de alarma, pues aunque la Junta establecida en El Paso, Texas, trabajó con mucha actividad y mandó comisiones a casi todos los Distritos, sus trabajos fueron completamente estériles, y aunque puede haber uno que otro simpatizador, el número es muy reducido y de personas de ninguna importancia. De todas maneras estoy tomando los hilos para perseguir y castigar a todos los que en alguna forma se encuentran comprometidos.

Tendré el gusto de seguir comunicando a usted lo que haya sobre este importante asunto y me es grato repetirme de usted, con grande estimación, su atento amigo y S.S.

Enrique C. Creel.

Sarabia, Canales y de la Torre son trasladados a Chihuahua.

Para la medianoche del mismo día 20 de octubre, muchos de los miembros del Partido Liberal que habían tomado participación en el movimiento rebelde, habían sido ya también aprehendidos y encerrados en la Cárcel de Ciudad Juárez. Pero como el general Díaz sólo había sido informado de la captura y prisión en esa ciudad de los jefes de dicho movimiento, y en atención a las indicaciones sugeridas por Creel, se concretó a ordenar al general De la Vega que Sarabia, Canales y de la Torre fueran remitidos inmediatamente, para ser juzgados, a la ciudad de Chihuahua.

En cumplimiento de esta disposición, el día 21, por la mañana, custodiados por una escolta y con grilletes en las manos, los tres revolucionarios fueron embarcados en un furgón del ferrocarril rumbo a la capital del Estado, y al día siguiente de su llegada, Creel puso el siguiente telegrama para ponerlo en conocimiento del Caudillo:

Tengo el honor de comunicar a usted que anoche llegaron a la ciudad los reos Juan Sarabia, César Canales y Vicente de la Torre, quienes están bien custodiados en la cárcel pública. Temo mucho que el juez de Distrito ponga en libertad a varios de los complicados por escrÚpulos exagerados de procedimientos jurídicos y por falta de carácter. Considero importante orden para que todos los cómplices aprehendidos en Ciudad Juárez, sean traídos inmediatamente a Chihuahua y que venga el juez de Distrito con ellos. Puede usted darme sus instrucciones confidenciales y estando aquí el juez de Distrito creo poder conseguir que obre como conviene. Sobre todo importa mucho que no vayan a soltar a los cómplices ya aprehendidos.

El Gobernador. Enrique C. Creel.

El general Díaz contestó al Gobernador con este telegrama, en el que puede verse una vez más cómo la dictadura hacía escarnio de la justicia y violaba y ultrajaba todos los principios del Derecho y de la Ley, para aplicarlos á su antojo contra sus opositores:

Enterado de su mensaje de hoy. Reservado. Ya doy orden al juez de Distrito para que venga a Chihuahua con todos los presos y diga usted al juez que el caso es excepcional y que debe emplear la severidad que sea posible y qúepa dentro de la ley y en algunos casos preparar los procedimientos de modo que quepa.

Porfirio Díaz.

El mismo día 22, inmediatamente después de haber recibido la comunicación anterior, Creel se apresuró a poner un nuevo mensaje para manifestar al Dictador que con mucho gusto serían cumplidas sus respetables órdenes, agregando que seguía haciendo pesquisas en todos los Distritos del Estado y que era probable se hicieran algunas aprehensiones más, pues quiero -decía- que este acontecimiento deje profunda y saludable huella en todo el Estado y que se vea que la justicia alcanza a todas partes.

La contestación que Creel recibió del Caudillo al día siguiente era lacónica, pero fulminante:

Enterado de su mensaje de ayer. Tiene usted razón. No sólo se necesita castigar el crimen, sino que cause impresión.

Porfirio Díaz.

Nuevas aprehensiones.

Efectivamente, para que estos acontecimientos dejaran una profunda y saludable huella en todo el Estado y para que se viera que la justicia alcanzaba a todas partes, el Gobernador de Chihuahua, estimulado por los conceptos del Caudillo, que aprobaban y fomentaban su programa de exterminio, convirtió el territorio que oprimía bajo su mando en un vasto campo de terror y desolación en el que no tenían seguridad ni garantías la vida ni las propiedades de los ciudadanos independientes. Todos los elementos militares y policíacos de que disponía los soltó en una persecución desenfrenada por pueblos y ciudades donde se asaltaban clubes y periódicos políticos y se allanaban y cateaban los hogares de las personas señaladas como culpables o sospechosas, y casi diariamente se hacían aprehensiones de ciudadanos indefensos que eran conducidos hasta la cárcel de la capital del Estado, después de haberlos hecho caminar a pie enormes distancias y amarrados codo con codo, por el único delito de ser miembros o simpatizadores del Partido Liberal y por ello desafectos al régimen tiránico y espurio de Porfirio Díaz.

Entre más de un centenar de personas que para fines de octubre habían sido ya aprehendidas en distintos lugares del Estado figuraban, aparte de Nemesio Tejeda y del licenciado Balboa, Francisco Guevara, Eduardo González, Guadalupe Lugo Espejo, José Porras Alarcón, Elfego Lugo, Tomás Lizárraga Díaz, Miguel Estrada, Rafael Chávez, José Estrada Sáenz, Jesús S. Márquez, Heliodoro Olea, Cristóbal Serrano, Prisciliano Gaitán, Rafael Rembao, Rafael Tejeda, Jacobo Síos, Carlos Riquelme y Vicente Elizondo; siendo algunos de ellos periodistas como Elfego LugO, Eduardo González, Rafael Rembao y Lizárraga Díaz, y los demás comerciantes, empleados, mineros, mecánicos o agricultores, todos miembros activos de los clubes liberales que habían funcionado en los lugares de su residencia hasta el momento de su aprehensión.

Enrique C. Creel, al ver que ya había logrado limpiar de malos mexicanos su territorio, y que sólo faltaba para impedir el brote de nuevos intentos rebeldes que se hiciera lo mismo en otros Estados del país, telegrafió a Ramón Corral, Vicepresidente de la República y Secretario de Gobernación, para que ordenara a los gobernadores de esos Estados que procedieran a la captura inmediata de los enemigos del régimen que se encontraran en lugares de sus respectivas jurisdicciones, segÚn una relación elaborada con los datos obtenidos al revisarse los documentos recogidos a los revolucionarios en El Paso, Texas. Sobre este asunto telegrafió Creel al general Díaz el 30 de octubre, y el 1° de noviembre recibió la respuesta del Caudillo, que le decía:

Enterado de su mensaje de antier. Los individuos de los otros Estados serán aprehendidos y ya algunos de ellos marchan para Chihuahua ...

Así fue como a la larga nónima de los prisioneros en Chihuahua se agregó, entre otros muchos, el nombre de Alejandro M. Bravo, jefe del movimiento revolucionario en MichOacán, capturado en Uruapan.

¿Guerrero tomó parte activa en este movimiento?

Puede ser que Práxedis G. Guerrero también se haya visto complicado o que haya firmado participación personal en este infortunado intento de insurrección, tomando en cuenta que su actividad no reconocía límites, y que así lo han afirmado varios autores en libros y en artículos de prensa; sin embargo, en la numerosa documentación que he consultado (periódicos de la época, comunicaciones de la Junta, cartas dirigidas por Guerrero a sus familiares y a sus compañeros de combate, las memorias del mismo Práxedis, etcétera), no se dice nada sobre el particular. Lo más probable es que como en ese tiempo se encontraba trabajando en las minas de Morenci, y de cuyo trabajo no se separó desde octubre de 1905 hasta junio de 1907 en que marchó a Douglas a reunirse con Manuel Sarabia, solamente se haya comunicado por correspondencia con los grupos revolucionarios de la frontera, y que si se enteró de los desastres de El Paso y Ciudad Juárez, fue por las noticias publicadas en los periódicos y por las hojas de protesta que a raíz de esos acontecimientos se hicieron circular en el Norte de la República y en el Sur de los Estados Unidos.

De que no le tocó figurar en el desafortunado intento de rebelión, lo confirma el hecho de que Ricardo Flores Magón, encontrándose oculto en El Paso después de haber regresado de Los Angeles, adonde había marchado al escapar de la policía en el puente internacional, le haya dirigido a Morenci una carta con fecha 24 de diciembre de 1906, en la que, como había dejado de escribirle desde el mes de septiembre, le daba como nueva la noticia de la captura de los revolucionarios de El Paso y Ciudad Juárez. De dicha carta es el siguiente fragmento:

Estimado correligionario:

La traición de dos infames detuvo en C. Juárez el movimiento redentor iniciado por los bravos de Jiménez y Acayucan. En virtud de la traición cayeron en poder de la policía los abnegados compañeros Juan Sarabia, Antonio I. Villarreal, Lauro Aguirre y más de cincuenta de los más caracterizados y valientes. Antonio I. Villarreal y Lauro Aguirre se encuentran presos en la cárcel de esta ciudad y corren el peligro de ser pasados a territorio mexicano. Juan Sarabia y más de cincuenta correligionarios se encuentran en la cárcel de Chihuahua a merced de los bandidos que ejercen el poder en nuestro oprimido suelo. En otras cárceles de la República y de esta nación se encuentran multitud de ciudadanos altivos y patriotas. Yo me escapé por mera casualidad de las manos de la policía y estoy oculto, pero sin dejar de trabajar por el derrocamiento del despotismo y la implantación de un régimen de libertad y de justicia (4 ...

Se instruye proceso a los prisioneros.

Para principios de noviembre existían, no más de cincuenta como dice Flores Magón, sino más de doscientos reos políticos hacinados en los inmundos calabozos de la vieja cárcel de Chihuahua, y desde luego se les instruyó proceso por el delito de rebelión, en el que figuró como juez instructor el licenciado Benigno Frías y Camacho, Juez de Distrito de Ciudad Juárez; como auxiliar de éste el abogado Esteban Maqueo Castellanos, Magistrado de la Suprema Corte de Justicia y muy amigo del Dictador, y como Promotor Fiscal el licenciado Juan Neftalí Amador, que mucho se ensañó con los presos por haber sido uno de los tipos más serviles de la dictadura.

El estudio del proceso fue encomendado por el caudillo al licenciado Maqueo Castellanos, que más humano y más civilizado que el Fiscal, que Creel y Porfirio Díaz, encontró que sobre la mayoría de los complicados recaía muy escasa responsabilidad, ya que sólo eran propagandistas o simpatizadores o personas que habían sido mandadas de sus hogares en distintas partes del país para ser llevadas a Chihuahua simplemente por sospechosas, logrando que a muchos de ellos se les pusiera en libertad, y que a otros sólo se les impusieran penas de doce a veinticuatro meses de prisión.

Para fines de diciembre sólo quedaban pendientes de sentencia veinte de los reos principales, y durante la vista de las causas, en que hubo diatribas para el Dictador y sus paniaguados por parte del pueblo asistente en las galerías, el Promotor Fiscal pronunció una formidable requisitoria contra los que trataban de alterar el orden y de derribar la sacra, gloriosa, intangible y nunca vista administración de don Porfirio Díaz, para pedir que Juan Sarabia, como jefe del movimiento revolucionario, y César Canales y Vicente de la Torre, como sus más cercanos colaboradores, fueran castigados severamente por los delitos de robo de caudales de la Nación, incendio, asesinato y destrucción de edificios públicos, en grado de conato, y por rebelión y ultraje al presidente de la República, como delitos consumados. Este mismo Fiscal Neftalí Amador, que tan brillantemente defendió los intereses del despotismo y que de modo tan villano y cobarde cubrió de oprobio a los rebeldes, pudo colarse hábilmente años más tarde en las filas de la Revolución, figurando como agente confidencial del carrancismo en el Norte de la República, y al morir alcanzó la honra de ser tendido en la Secretaría de Relaciones como un revolucionario sin mancha.

Defensa de Juan Sarabia.

Rechazando la triste protección del defensor de oficio, Juan Sarabia escribió personalmente su defensa en la Cárcel de Chihuahua, y el día 8 de enero de 1907 la pronunció ante el numeroso público que llenaba la sala del Tribunal, desbaratando con sólidos razonamientos todos y cada uno de los cargos que le formulaba el Ministerio Público. De esta admirable defensa, que, como dice el licenciado Aquiles Elorduy, lo mismo desde el punto de vista juridico que desde su aspecto político y social, es un modelo de argumentación, de patriotismo y de hombría, son los siguientes fragmentos:

No con el humillado continente del criminal que lleva sobre su conciencia el peso de tremendos delitos, sino con la actitud altiva del hombre honrado que sólo por circunstancias especialísimas se ve ante los Tribunales de la Justicia humana, vengo a defenderme de los múltiples cuanto absurdos cargos que contra mí se formulan en el proceso que se me ha instruido, y en el que fui considerado en un principio como reo meramente político, para convertirme a última hora en una especie de terrible Musolino, culpable de casi todos los crímenes que preven y castigan las leyes penales existentes.

Ciertamente, esperaba yo ser tratado con rigor en este proceso, porque de tiempo atrás el Gobierno emanado de la revolución de Tuxtepec, me ha hecho el honor de considerarme como una amenaza para su autoridad y su poder, y era de suponerse que no se desaprovechara la oportunidad de castigar mis antiguas rebeldías; pero nunca imaginé que se desplegara contra mí tal inquina como la que demuestra el Ministerio Público en el pedimento que ha formulado; nunca creí que se llegara a los límites de lo absurdo en las acusaciones que se me hacen y se tratara de despojar mis actos del carácter político que claramente presentan para convertirlos en vulgares y vergonzosos desafueros del orden común. Ha sucedido, sin embargo, lo que no hubiera previsto nadie que en achaques de leyes tuviera algún conocimiento, y yo, que fui aprehendido por tener participación en un movimiento revolucionario y que fui procesado por el delito político de rebelión tengo ahora que responder a cargos en que se me imputan mil crímenes y en que se trata de degradarme a la categoría de rapaz y degradado bandolero. Me hace cargos, en efecto, el Minísterio Público, por los delitos de homicidios, robo de valores o caudales de la Nación y destrucción de edificios públicos, en el grado de conato, y por ultraje al Presidente de la RepÚblica y rebelión en calidad de delitos consumados. Tal parece que el Promotor Fiscal, al formular sus acusaciones, no examinó mis actos para ver qué artículos del Código Penal eran aplicables en justicia, sino que se puso a hurgar en el Código para imputarme casi todos los delitos en él enumerados.

Al hacerme el Ministerio Público los cargos que dejo expresados y pedir que se me apliquen las penas que corresponden a los varios delitos que se me imputan, conforme a las reglas de acumulación, se desatendió por completo del artículo 28 del Código Penal del Distrito Federal, que terminantemente expresa que no hay acumulación cuando los hechos, aunque distintos entre sí, constituyen un solo delito continuo y cuando se ejecuta un solo hecho aunque con él se violen varias leyes penales. Delito continuo se llama aquel en que se prolonga sin interrupción por más o menos tiempo, la acción o la comisión que constituyen el delito, y es inconcuso que esta definición es perfectamente aplicable al delito de rebelión, que es el que se consideró como base de! proceso que se me ha instruido.

En efecto, una rebelión, que necesariamente tiene que dirigirse contra un Gobierno, no es uno de esos delitos que se consuman en un solo acto y en un corto espacio de tiempo. Una rebelión abarca necesariamente muchos hechos y se desarrolla en un período de tiempo relativamente largo: este fenómeno social, que las leyes incluyen en el número de los delitos, pero que los pueblos glorifican muchas veces, está constituido siempre por una serie no interrumpida de actos diversos, tremendos unos, otros insignificantes; éstos sangrientos, aquéllos inofensivos; pero todos encaminados a un mismo fin, todos tendiendo a la persecución del mismo ideal, todos ligados entre sí formando el acontecimiento único y magno, que según el éxito o la derrota, será enaltecido por los ciudadanos, o castigado sin piedad por los Tribunales. La publicación de un impreso revolucionario, lo mismo que la toma de una ciudad: la proclamación de un plan político lo mismo que el más sangriento de los combates, forman por igual parte de una rebelión y son inherentes a ella, pues nunca se ha visto ni se verá probablemente que exista una revolución sin que haya propaganda de ideas, como preliminar, y derramamiento de sangre, como medio inevitable de decidir la surte de la empresa. Siendo esto una verdad comprobada por los hechos en todos los casos que presenta la historia de los pueblos, es claro que la rebelión, al ser considerada como delito cuando no tiene éxito, debe considerarse como comprendida en el citado artículo 28 del Código Penal, y al juzgar a un reo por ese delito, no se le deben acumular responsabilidades por las varias violaciones de la ley que son inherentes a toda rebelión, sino que se le debe aplicar únicamente el precepto penal que como rebelde le corresponda.

El acusador no prueba que yo sea un delincuente común, ni prueba tampoco que la revolución frustrada fuera una empresa de encubierto bandolerismo; en cambio los hechos están proclamando lo contrario, es decir, están probando que el intentado movimiento revolucionario tendía honradamente a la realización de altos y legítimos ideales y que estaba sólo inspirado en el bien público.

La propaganda de ideas que es obligado preliminar de toda revolución verdadera, ha existido notoriamente en México. Por años enteros, la prensa liberal ha estado censurando sin tregua los actos de nuestros malos funcionarios, que forman falange; ha estado denunciando injusticias, flagelando infamias y pidiendo sin resultado a los insensibles mandatarios un poco de respeto a la ley y una poca de piedad para el pueblo. Todos los dispersos elementos de oposición al actual Gobierno, después de mil campañas infructuosas, después de mil impulsos hacia la libertad ahogados por la mano férrea del despotismo, se reunieron para reorganizar el Partido Liberal, formándose desde luego la Junta Directiva del mismo, de la que tuve el honor de ser Vice-Presidente. El órgano de la Junta, Regeneración, aparte de otros periódicos liberales, continuó enérgicamente la campaña contra la Administración Porfirista, captándose a la vez que las simpatías del pueblo, el odio del elemento oficial. Organizado el Partido según las bases establecidas por la Junta el su Manifiesto de 28 de septiembre de 1905, fue natural que se pensara en formar el Programa del Partido, como es de rigor en toda democracia, y tal cosa se llevó a efecto con la cooperación de los miembros del Partido, a quienes se convocó para expresión de las aspiraciones populares. Tras de los trámites necesarios, el Programa quedó formado y fue proclamado por la Junta del Partido Liberal el primero de julio del año pasado y circulado posteriormente con profusión por toda la RepÚblica Mexicana. El obieto de la Revolución que después se organizó, era llevar a la práctica ese programa, cuyos puntos principales tratan de la división territoria] para beneficio del pueblo y mejoramiento de la clase obrera, por medio de la disminución de horas de trabajo y aumento de jonales, y de otras medidas secundarias que han adoptado todos los Gobiernos que algo se preocupan por el trabajador.

Estos son los antecedentes de la rebelión que ha dado lugar a mi proceso. De ellos no se desprende por cierto que yo sea un criminal, sino que en cambio, se robustece la convicción de que mis actos no tienen ni pueden tener sino un carácter netamente político.

De lo expuesto se deduce: que conforme al artículo 28 del Codigo Penal, el delito de rebelión porque se me juzga, es de los que se llaman continuos y en consecuencia no hay acumulación de penas por los diversos actos que lo constituyen; segundo: que conforme al espíritu de la ley que establece la penalidad para el delito político de rebelión, sólo se consideran como crímenes punibles del orden común en un rebelde, aquellos actos extraños a la lucha de los partidos beligerantes, cometidos sin necesidad, inspirados en bastardos intereses; y tercero: que mis actos en el caso porque se me juzga, tienen a todas luces un carácter netamente político.

Sentado lo anterior, que servirá de base al resto de mi alegato, paso a ocuparme concretamente de cada uno de los cargos que se encuentran a fojas nueve y siguientes del pedimento fiscal.

Dos son los cargos. En el primero, el acusador me declara responsable del delito de ultraje al Presidente de la República, fundándose en que como Vice-Presidente de la Junta Organizadora del Partido Liberal, firmé el Programa del Partido Liberal que sirvió de bandera al movimiento revolucionario, y que la referida Junta expidió e hizo circular. Según el Promotor Fiscal, el documento citado comprende conceptos injuriosos para el Primer Magistrado de la Nación y sus autores y circuladores incurrimos en el delito penado en el artículo 909 del Código relativo.

Los hechos son ciertos: es verdad que firmé y aun escribí ese documento que exhibe en toda su desnudez las lacras de la actual admiministración y que contiene cargos tremendos, aunque fundados; repoches acerbos, aunque justos, contra el funcionario que al frente de ella se encuentra ...

Pero en realidad no existe el delito de ultajes al Presidente de la RepÚblica que el Promotor Fiscal me atribuye, porque al verter contra ese funcionario conceptos más o menos duros, lo hice en ejercicio de la garantía constitucional que me ampara para expresar libremente mis opiniones sobre los actos ilegales, atentatorios e injustos de los mandatarios del pueblo ...

Es condición indispensable en toda rebelión, iniciarla con la proClamación de un plan político que justifique el levantamiento, no sólo definiendo los benéficos fines que lo inspiren, sino demostrando que el Gobierno que se trata de derrocar es fatal para el país, y que los funcionarios que lo componen son indignos de la confianza pública, En las rebeliones contra Juárez y Lerdo, ¿no fueron parte de las mismas los varios documentos de ataque, las mal zurcioas proclamas que expedía el poco ilustrado caudillo de La Noria y Tuxtepec? ¿Pretenderá el Promotor Fiscal que nuestra revolución hubiera comenzado consagrando al general Díaz una de esas hiperbólicas apologías en que a diario lo ensalzan sus turiferarios?

En el segundo de los cargos que vengo combatiendo, es donde el acusador más se desatiende de la ley; donde más lo ciega la inquina y donde más revela contra mí una furia que no se compadece con la augusta serenidad que se debía esperar de un representante de la justicia. Dice, en efecto, el pedimento fiscal: El mismo Juan Sarabia, es responsable igualmente del delito de homicidio, robo de valores o caudales de la propiedad de la Nación y destrucción de edificios también de la propiedad de la misma Nación, todos esos delitos en el grado de conato ...

Todavía en el cargo de ultrajes al Presidente, se me hace la gracia de dejarme revestido de cierto barniz político; pero en el que acabo de copiar desaparece toda consideración y se me reduce con la mayor tranquilidad a la ignominiosa categoría de asesino, incendiario y ladrón.

No me extraña que estos calificativos y otros peores me fueran aplicados a raíz de mi aprehensión por cierta prensa que para granjearse una bochornosa protección de los poderosos, se consagra a calumniar a cuantos incurren en su desagrado, así sean los espíritus más rectos. Los mercenarios de la pluma que, al husmo de las migajas del Erario no vacilan en calumniar al hombre honrado y ensañarse con el caído, estuvieron en su papel de motejar de forajidos a los que, sin otro anhelo que el bien de nuestra Patria, pretendimos rebelarnos contra un Gobierno, que en nuestro concepto es funesto para el País. Las estúpidas vociferaciones de esos manejadores del turíbulo no valen la pena de tomarse en cuenta, y no extrañan, repito, a quien conoce, para despreciarlos, a sus autores. Pero que el representante de la Sociedad en el proce50 que se me ha instruido formule seriamente los cargos que dejo apuntados, es cosa, C. Juez, que me llena de asombro.

El tercero y último cargo que me hace el Ministerio Público, es por el delito de rebelión.

De mis propias confesiones y de muchas constancias procesales resulta que soy un rebelde contra el Gobierno del Gral. Díaz; sin embargo, no soy un delincuente.

Hay un caso en que la rebelión no es un delito, sino una prerrogativa del ciudadano, y es cuando se ejercita, no contra un Gobierno legalmente constituido, sino contra uno ilegítimo y usurpador. El artículo 35 de la Constitución de 1857, que deben tener presente cuantos conozcan la Suprema Ley de la Nación, expresa que es una prerrogativa del ciudadano Mexicano tomar las armas en defensa de la RepÚblica y de sus instituciones.

Mientras la República sea un hecho, mientras las venerables instituciones democráticas permanezcan inviolables, mientras la majestad de la ley no sea ofendida, mientras las autoridades cumplan con su elevada misión de velar por el bien público y presten garantías a los derechos de los ciudadanos, la rebelión será un delito perfectamente punible que nada podría justificar; pero cuando la República sea un mito, cuando las instituciones sean inicuamente desgarradas, cuando la ley sólo sirva de escarnio al despotismo, cuando la autoridad se despoje de su carácter protector, y de salvaguardia se convierta en amenaza de los ciudadanos; cuando, en una palabra, la legalidad sea arrojada brutalmente de su trono por ese monstruoso azote de los pueblos que se llama Tiranía, la rebelión tiene que ser, no el crimen político que castiga el Código Penal, sino el derecho que concede a los oprimidos el artículo 35 de nuestra mil veces sabia Constitución.

Ahora bien; la rebelión en que tuve parte, ¿iba dirigida contra un Gobierno legal y democrático, o contra un despotismo violador de las instituciones republicanas? ¿Me ampara o no, el precepto constitucional que he citadó y que está sobre toda ley secundaria que se me pudiera aplicar?

Es sabido de sobra, es público y notorio, es axiomático que en México no vivimos bajo un régimen constitucional y que ni en el sufragio electoral, ni en las libertades públicas, ni en la independencia de los poderes de la Nación, ni nada de lo que constituye las insituciones democráticas existe en nuestra Patria bajo un Gobierno que por más de un cuarto de siglo ha regido nuestros destinos.

Es tópico vulgar, a cada paso repetido y de todos los labios escuchado que en México no hay más ley que la voluntad del Gral. Díaz, y hasta servidores del Gobierno, diputados como Francisco Bulnes, Manuel Calero y Sierra y otros, en obras y discursos que son del dominio público, han proclamado con verdad patente que el actual Gobierno no es más que una dictadura. Así es en efecto. El Gral. Díaz ha acaparado en sus manos cuantos poderes y derechos se pueden concebir, lo mismo los de las varias autoridades inferiores a él, que los del pueblo. El Gral. Díaz dispone a su antojo de nuestra Patria, nombra a los funcionarios de elección popular, invade la Soberanía de los Estados, es árbitro de todas las cuestiones, y ejerce, en suma, un poder absoluto que le envidiaría el mismo autócrata de todas las Rusias. El pueblo es una nulidad, la República un sarcasmo, las instituciones un cadáver.

El carácter notorio que en la opinión pÚblica tienen estos hechos me dispensa de aducir determinadas pruebas para demostrarlos; si tuviera libertad, podría exhibir en apoyo de mi tesis, mil hechos comprobatorios de la opresión que reina en México, pero por las circunstancias en que me encuentro, tengo que conformarme con aludir únicamente a aquello que es del dominio público y sobre lo que Ud., C. Juez, no puede tener duda alguna. Lo asentado basta, sin embargo, para demostrar que el Gobierno contra el cual pretendí sublevarme, es una dictadura violatoria de las instituciones republicanas y que, por lo tanto, no cometí ningÚn delito con mis actos de rebelión, sino que ejercité un derecho bien definido por el Código Supremo de lo que debiera ser República Mexicana.

Por lo expuesto:

A Ud. C. Juez, pido que, rindiendo homenaje a la justicia, desdeñando toda consideración ajena a la equidad y dando un alto ejemplo de independencia y rectitud, se sirva declarar que no soy culpable de ninguno de los delitos que se me imputan, y se sirva decretar se me ponga en absoluta libertad (5).

La sentencia.

Pero a pesar de que con su brillantísima defensa Juan Sarabia dejó confundidos a sus acusadores, el Juez no pudo ordenar que fuera puesto en libertad, porque su condenación y la de sus principales colaboradores estaba ya decretada de antemano por el generai Díaz.

El 11 de enero, al resolver el Juez sobre la suerte de los procesados, los despojó casi en lo absoluto de su carácter político y los redujo más bien a la categoría de asesinos y ladrones, como puede verse en la siguiente nota publicada en El Diario, de la ciudad de México, el día 13 del mismo mes:

Chihuahua, enero 12.

Hoy se ha dado al público la sentencia que ayer se dictó contra Sarabia y socios.

El interés por conocer la resolución era grande, dados los incidentes ocurridos en el proceso. Juan Sarabia fue sentenciado a sufrir siete años un mes de prisión por los delitos de conato de homicidio, robo y destrucción. Además se le sentenció a pagar 1300 pesos de multa por conspirar para una rebelión.

César Canales fue sentcnciado de la misma manera y por los mismos delitos; pero la multa asciende solamente a 500 pesos.

Vicente de la Torre, fue juzgado como autor de idénticos delitos y la sentencia que en él recayó fue de cinco años seis meses de prisión y pago de 500 pesos de multa. Eduardo González, juzgado por los mismos delitos, fue sentenciado a sufrir tres años seis meses de prisión. Elfego Lugo, Guadalupe Lugo Espejo, Tomás Lizárraga, Francisco Guevara, José Porras Alarcón, Alejandro Bravo, Cristóbal Serrano, Heliodoro Olea, Jesús S. Márquez y Prisciliano Gaitán sufrieron distintas penas, entre uno y dos años de reclusión, por el delito de haber conspirado para una rebelión.

Quedaron libres Rafael Rembao, Rafael Chávez, Rafael Tejeda, Jacobo Síos, Carlos Riqüelme y Vicente Elizondo.

A San Juan de Ulúa.

Todos los presos, con excepción de Vicente de la Torre, a quien se envió a una cárcel del interior del país, fueron sentenciados a sufrir su condena en el presidio de San Juan de Ulúa, siendo embarcados en Chihuahua el 13 de enero rumbo a su destino en un furgón del ferrocarril, encadenados uno a otro como feroces bandoleros y custadiados por una fuerte escolta proporcionada por el 18 Batallón; y despues de haber permanecido un día en la ciudad de México, de paso a Yeracruz, llegaron al sombrío castillo en la tarde del día 17 a purgar la pena que la justicia les había impuesto por el crimen de haber qüerido conquistar una poca de libertad y un poco de bienestar para el oprimido y hambriento pueblo mexicano.



Notas

(1) Tanto esta carta, como las demás comunicaciones cruzadas entre Creel y Porfirio Díaz, que aparecen en este capítulo, fueron publicadas en El Demócrata, de la ciudad de México, en septiembre de 1921.

(2) Adolfo Jiménez Castro llegó a ser general de brigada después de la caída de la dictadura, y Zeferino Reyes, entre otros jugosos puestos que le fueron otorgados durante algunos regímenes revolucionarios, desempeñó el cargo de Agente General de la Secretaría de la Economía Nacional en el Estado de Veracruz, con residencia en Jalapa.

(3) Los subrayados fueron puestos en el original.

(4) Esta carta, en copia fotostática del original, me fue proporcionada por el señor José C. Valadez.

(5) Defensa de Juan Sarabia. Archivo del autor.
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