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CAPÍTULO LXXXVI

Principos del sitio de México

Del 13 al 18 de abril de 1867

El 13 de abril de 1867, dos días después de ocurridos los sucesos que acabo de referir, reunido ya todo el cuerpo de ejército con excepción de la Brigada que mandaba el General Carreón, emprendí la marcha de Texcoco para San Cristóbal Ecatepec y la Villa de Guadalupe, con objeto de amagar a la capital. La Villa de Guadalupe estaba defendida, lo mismo que sus cerros inmediatos; pero a la presencia de mi fuerza evacuó el enemigo sus posesiones replegándose a la capital. Desde esos momentos comencé a establecer una línea de aproche sobre la ciudad de México, tomando por base los terraplenes que forman las riberas del Río del Consulado.

Así ocupé todo el frente occidental de la ciudad desde el Rancho de Santo Tomás hasta cerca de Chapultepec. Establecí primero mi Cuartel General en la Villa de Guadalupe, y a mediados de marzo lo pasé a Tacubaya en donde permaneció hasta la ocupación de la plaza.

Para sostener el consumo de municiones que hacía yo en el sitio de México, había establecido grandes talleres en Puebla y en la fundición de Panzacola, y había aumentado el ferrocarril que entonces llegaba a Apizaco solamente, con un gran número de carros de mis trenes que transportaban de Puebla a Apizaco municiones y cañones salidos de los talleres, lo mismo que de Apizaco a Puebla, piezas inutilizadas que iban a los talleres para su compostura.

Toda la artillería que me sirvió en el sitio de México había sido tomada en Puebla con excepción de 30 cañones que tenía yo antes de tomar dicha ciudad, de los cuales 12 eran rayados de montaña sistema austriaco, que había obtenido en Oaxaca, y los demás los había tomado en distintas funciones de armas hasta el número de diez y ocho.

Como Puebla antes de la invasión había servido de estación a los convoyes que surtían al ejército de artillería y municiones y poco más o menos durante el período del imperio había seguido prestando el mismo servicio, a más de los cañones útiles que el enemigo tenía cuando yo la ocupé que serían entre todos ochenta y tantos, tenía más de doscientos cañones desmontados en almacenes que durante el sitio de México iban montando en los talleres y remitiéndome a México. La mayor parte de esos cañones eran de fierro y muy pesados, pero a falta de mejor artillería y para posesiones fijas, me prestaron muy buen servicio; sin embargo, tenía bastante artillería de batalla y montaña para maniobras si hubiera sido necesario.

El General Guadarrama que tan buenos servicios me había prestado con su caballería en el ataque de San Lorenzo y persecución de Márquez hasta Texcoco, recibió orden del Cuartel General del Ejército del Norte para replegarse a Querétaro y esta circunstancia no me permitió por algunos días extender mi línea de aproche; pero seguí recibiendo nuevas tropas que había mandado organizar en distintos Estados, y trayendo la artillería que había quitado al enemigo en Puebla, para continuar mis trabajos de sitio hasta llegar a encerrar perfectamente la capital, y armé canoas con piezas de montaña para cerrar la línea en el área que ocupaban las lagunas y establecer un puente flotante desde San Cristóbal hasta el Peñón de los Baños, para comunicarme con los puestos que hostilizaban la plaza, por su parte oriental.

A poco de retirado el General Guadarrama y antes de que la línea de circunvalación estuviera perfeccionada en los últimos días del mes de abril de 1867, recibí una carta del Sr. General Escobedo manifestándome que necesitaba de mi auxilio además del que yo le había mandado con el General Juan N. Méndez, y aun me indicaba que con mucho gusto se pondría a mis órdenes, pues que no sería la primera vez que sirviera así, si así lo disponía el Supremo Gobierno a quien ya se lo manifestaba.

Contesté al General Escobedo que me movería después de algunos días que pensaba aprovechar para hacer venir de Puebla una suficiente provisión de municiones que pudiera servirnos a los dos (1). Y cuando me disponía a ejecutarlo, recibí nueva carta del General Escobedo de que fue conductor el Teniente Coronel Don Agustín Lozano, en la que me hablaba de algunas dificultades que le ocurría que podíamos tener, en caso de reunirse los dos Cuerpos de Ejército en cuanto a provisiones, forrajes y algunas otras que eran suficientes para indicarme que había cambiado de opinión; y como por otra parte, a mí me parecía peligroso abandonar a México en el estado de impotencia a que yo iba reduciéndolo, me resolví a permanecer y seguir mejorando el sitio, haciéndole al General Escobedo una buena remesa de municiones conducidas por treinta carros cargados la mayor parte de municiones de artillería, de los cuales también era conductor el Teniente Coronel Lozano.

Antes de cerrar el sitio, hizo el enemigo una salida, en alta fuerza, entre la Escuela de Agricultura y una pequeña hacienda contigua, llamada la Ascención, atacando la fortificación que defendía el Coronel Téllez Girón, quien abandonó su puesto, huyendo hasta Atzcapotzalco. Me trasladé al lugar atacado y ordené al General Cravioto que era el que estaba más cerca, que trajera un batallón de su línea, y mandó traer a la Brigada Carreón. Con la Fuerza de Cravioto, mi escolta y mis ayudantes, fue bastante para detener al enemigo y hacerlo volver a la plaza, ayudado en esta operación por la artillería de toda la línea que podía hacer fuego sobre él.

No me hubiera sido difícil tomar la plaza por asalto, sobre todo en los últimos días del sitio cuando el enemigo había perdido gran parte de su moral y cuando los Coroneles Kodolits y Khevenhüller, jefes de los regimientos austriacos que estaban encerrados en la plaza, y los pocos infantes austriacos que quedaban en ella, me habían ofrecido que si yo la asaltaba, permanecerían neutrales y encerrados en el Palacio Nacional, según diré después; pero la seguridad que yo tenía de que la plaza se rendiría con diferencia de pocos días y la circunstancia de que el enemigo encerrado allí era el único que quedaba armado en todo el Territorio Nacional, me decidió a economizar la sangre que tenía que derrarmarse en el asalto y a esperar a que por la naturaleza de las cosas, el enemigo se rindiera, como al fin lo hizo sin sacrificar una sola vida más.




Notas

(1) De una publicación contemporánea se toman los siguientes fragmentos de las cartas que nos cambiamos el General Escobedo y yo. La primera decía:

Si no viene usted, levanto el campo y concentro mis fuerzas sobre algún otro punto, porque ya no me es posible mantener la extensa línea de sitio. Venga usted y con su presencia todo cambiará, En cuanto al mando, inútil es decirlo, yo me consideraré muy honrado si usted me juzga digno de militar a sus órdenes.

Mi respuesta decía:

Mantenga usted sus posiciones por algunos días, seguro de que dentro de ocho, me pondré en marcha para ese campamento.

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