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CAPÍTULO LXXXV

San Lorenzo

10 de abril de 1867

Durante la noche del seis de abril, el enemigo había practicado un rodeo para emprender su marcha por el camino que conduce directamente de San Diego Notario a la Hacienda de Guadalupe, sin tocar Tlaxcala.

Como para seguir su movimiento y batirlo tenía yo necesidad de marchar hasta San Diego Notario, para seguirlo por el camino que llevaba, me pareció más obvio contramarchar por Tlaxcala, procurando cortarlo en el Paso de Tortolitas. La travesía a campo traviesa, con trenes era imposible.

Cuando llegué el día siete, al Paso mencionado, ya era de noche y el enemigo había llegado a la Hacienda de Guadalupe y allí había acampado. Antes de amanecer emprendí mi marcha, pero Márquez la había emprendido a media noche, dejándome casi todos sus heridos en la Hacienda de Guadalupe. En esos momentos se me presentó el Coronel Don Jesús Lalanne, avisándome que en un monte cerca de la Hacienda de San Nicolás el Grande, tenía 400 caballos y 600 infantes que había organizado en el Estado de México. Le ordené que hiciera lo posible por detener el paso de Márquez, aun cuando fuera por algunos momentos, puesto que estaba tan bien colocado para ese servicio, con objeto de que yo pudiera alcanzarlo en su marcha que era muy rápida, y al mismo tiempo puse a los Batallones 1°, 2°, y 3°, de Cazadores de Oaxaca a la grupa de caballería, lo mismo que los pelotones de artilleros de dos baterías rayadas de montaña y cuyos cañones fueron conducidos por la caballería a cabeza de silla. El Coronel Lalanne cumplió mis órdenes y fue destrozado casi por completo entre las Haciendas de San Nicolás y San Lorenzo, pero debido a esa circunstancia pude alcanzar a Márquez que se encastillo en la Hacienda de San Lorenzo y mandó a mi encuentro toda su caballería, creyendo tal vez que la fuerza que tenía delante era exclusivamente de esa arma.

Fueron rudamente rechazados sus caballos hasta la Hacienda de San Lorenzo, y yo establecí mi columna de vanguardia a su frente, oxtendiéndola semicircularmente y con intención de envolver la hacienda y seguí colocando toda la tropa según iba llegando, habiendo llegado los últimos batallones hasta después de media noche del día ocho.

Por el reconocimiento que al amanecer hice del campo enemigo, aprovechando las alturas vecinas, a la hacienda, comprendí que no estaba acampado dentro de la finca, sino en los barbechos, dejándola por delante como defensa contra nuestros fuegos de cañón. Establecí entonces una batería de montaña sobre una eminencia que hay en un flanco, desde donde comencé a batirlo y lo obligué a meterse dentro de la hacienda.

Al anochecer del día 9 llegó un ayudante mandado por el General Guadarrama, a quien había mandado de Querétaro el General Escobedo con una columna de cuatro o cinco mil caballos en observación de Márquez, y me participó que se ponía con ella a mis órdenes. No tenía yo noticia de la venida de esta fuerza, y ordené al General Guadarrama que con toda su columna cerrara, por el sur y occidente, el sitio que yo había empezado a poner a la hacienda por la parte oriental; pero Márquez comprendió mi propósito, e hizo salir un carro con dinero, conducido por unos cincuenta húngaros por donde estaba el grueso de la caballería de Guadarrama. Esto causó algún desorden en las tropas de Guadarrama, que batieron a esa escolta de húngaros y se dedicaron al pillaje del carro. Este desorden entorpeció las operaciones de Guadarrama y lo aprovechó Márquez para salirse con rumbo a San Cristóbal, tomando la carretera que conduce a Texcoco.

Cuando yo lo advertí, mandé a los Munícipes de Calpulálpam, que estaban conmigo, que fueran a destruir el puente de San Cristóbal, único paso para trenes que podía aprovechar el enemigo. A causa de la gran extensión de la barranca de ese nombre, mis agentes no tuvieron tiempo para destruir completamente el puente, pero lo desaterraron dejando los maderos desnudos y pretendieron quemarlos, lo que no permitió el enemigo que llegó en esos momentos.

Al mismo tiempo que ordené la destrucción del puente, salí con las caballerías de Leyva y Toro a gran trote sobre Márquez; en el camino se me incorporó el Coronel Lalanne, y poco después y cuando ya amanecía, el General Guadarrama con su caballería. Había dejado orden de que todo el Cuerpo del Ejército siguiera mi movimiento.

Sabedor Márquez de que el puente estaba inutilizado, mandó violentamente a unos ingenieros para repararlo, cosa que hubiera sido muy fácil, pero éstos metieron imprudentemente el carro en donde llevaban sus instrumentos de zapa, sobre el mismo puente y pasadas las patas de las mulas y las ruedas del carro, en los claros que dejaban los maderos, quedaron atorados el carro y las mulas y sirviendo de obstáculo en el puente, por cuyos flancos desfilaba la infantería y caballería confundidos y en condiciones de derrota, sin que Márquez pudiera evitarlo, y esto completaba la obstrucción del puente para el efecto de hacer pasar por él trenes. Entonces mandó Márquez arrojar al fondo de la barranca, que es muy profunda, toda su artillería con excepción de dos piezas de montaña de a siete, que hizo pasar en hombros, en momentos en que ya lo batíamos a corta distancia. Le pareció muy fácil defender aquel pozo tan estrecho y con ese objeto se colocó en aptitud de defensa, del otro lado del puente, pero una vez que comenzamos a batirlo seriamente, huyó dejándonos prisionera a toda su infantería, que sería como de dos mil hombres.

Seguimos la persecución todo ese día hasta Texcoco con muchos episodios muy poco sangrientos para nosotros, pero fatales casi todos para el enemigo. En la Hacienda Blanca hizo éste un supremo esfuerzo de resistencia que nos causó algunas pérdidas, entre ellas la del Coronel Don Mucio Maldonado, que fue muerto al tomar al enemigo las últimas dos piezas de montaña que le quedaban.

La fatiga del día y de la noche había sido tan fuerte para toda la tropa, cuyo número no le permitía encontrar alimento en todo el trayecto recorrido, que es muy poco poblado, que ya no me pareció prudente continuar la persecución, y mandé que la siguiera solamente el General Leyva con su caballería, que era de la localidad. Leyva siguió la persecución en toda esa noche y parte del día siguiente hasta cerca de los suburbios de la capital, y fue poderosamente ayudado por todos los indios cazadores de patos que hay por el rumbo del Peñón, en los pueblos situados en las márgenes de los Lagos de Texcoco y Chalco, a quienes ocurrió destrozar los puentes, obligando así a la caballería enemiga a atravesar pantanos inaccesibles, donde muy pocos podían salir a caballo, una vez metidos allí, y todo esto bajo los fuegbs de los indios y de la caballería de Leyva. Así se explica que al llegar a México tuviera el enemigo muchos heridos de balas menudas.

Una vez en Texcoco, ordené a todas las fuerzas que aún quedaban en marcha, que acamparan por brigadas en los puntos en que respectivamente se les acabara la luz del día y emprendieran su marcha al día siguiente hasta incorporárseme en Texcoco donde permanecí con ese objeto con la caballería y la muy poca infantería que pudo llegar a ese lugar antes de que anocheciera, y ordené que la brigada que mandaba el General Francisco Carreón y que había dejado durante la persecución en el puente de San Cristóbal para custodiar los prisioneros del enemigo y su material de guerra que había arrojado a la barranca, permaneciera allí hasta que todo ese material fuera sacado y conducido a Texcoco, para cuyo efecto le mandé una sección de ingenieros, y que con uno de sus batallones remitiera todos los prisioneros del enemigo, menos trescientos hombres que distribuiría como reclutas en sus tres batallones.

El siguiente parte escrito sobre la marcha, cerca de Texcoco, refiere el resultado de nuestro encuentro con las fuerzas de Márquez en San Lorenzo.


Ejército Republicano.
Línea de Oriente.
General en Jefe.

Tengo la satisfacción de participar a usted para que se sirva elevarlo al superior conocimiento del C. Presidente de la República, que habiendo logrado Márquez esquivar un combate decisivo en la Hacienda de San Lorenzo, lo he perseguido de cerca en la mañana de hoy, con la primera División de caballería de este ejército, que manda el C. General Manuel Toro (1), y una División de la misma arma, del Ejército de operaciones sobre Querétaro, que a las órdenes del C. General Amado Antonio Guadarrama, se me había incorporado anoche. El enemigo abandonó, para lograr salvarse, sesenta y dos carros de municiones y otros efectos, y habiendo sido alcanzado en el Puente de San Cristóbal, se vio obligado después de varios combates a dejar en nuestro poder su tren de artillería, parque, municiones y multitud de muertos y heridos y doscientos prisioneros (2); no habiendo podido seguir su marcha con más de una cuarta parte de su fuerza. Continuó la persecución por el camino de Texcoco, y creo que no llegarán a México más de los Jefes, Oficiales y el Cuerpo de Austriacos mercenarios, que por estar bien montados arribarán hoy mismo a dicha capital.

Lo que me complazco en comunicar a usted para su conocimiento y fines consiguientes, con protesta de mi distinguido aprecio.

Independencia y Reforma.
Abril 11 de 1867.
Porfirio Díaz.
Ciudadano Ministro de Guerra y Marina.




Notas

(1) Leyva mandaba la caballería con que se incorporó el día 2 de abril, y perteneció desde ese día a la brigada de caballería que mandaba Toro.

(2) En momentos de escribir este parte que fue cuando Márquez abandonaba la barranca de San Cristóbal, no se sabía más que de la captura de 200 prisioneros que fueron los que quedaron del otro lado de la barranca; pero durante la jornada cayó prisionera toda su infantería. Pasó el número de éstos de dos mil.

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