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CAPÍTULO LVI

Lo de Soto

2S de febrero de 1866

Estando en Tlapa supe que una columna mandada por Don Juan Ortega; procedente de Oaxaca, trataba de penetrar al Estado de Guerrero por Jamiltepec y Pinotepa, y que traía armamento para organizar un batallón que se llamara Batallón de Jamiltepec.

Auxiliado por el General Álvarez, con una fuerza de Guardia Nacional de 200 hombres que mandaba el Coronel Antonio Reguera, emprendí mi marcha por Ometepec, hacia Jamiltepec, con objeto de encontrar a Ortega, y estando acampado en una ranchería que se llama Lo de Soto, el 25 de febrero de 1866, la avanzada que tenía sobre el camino a tres leguas y compuesta de vecinos armados, abandonó su puesto, sin replegarse al campamento, y por consiguiente sin que yo pudiera tener aviso de la presencia del enemigo a tan corta distancia, y solamente pude verlo cuando ya hacía fuego sobre mis soldados que éstos le contestaban.

Al oír los primeros tiros salí de un jacal que me servía de alojamiento, y me encontré con la caballería enemiga a muy corta distancia que comenzó a dispararme sus armas. No tuve más recurso que volver al mismo jacal; tomé mis pistolas que estaban en mi montura, y no pudiendo salir por la puerta, porque por allí me amagaba el enemigo, me abrí paso rompiendo por la parte posterior la cerca del jacal que era de mimbre e hice otro tanto con otros dos jacales que seguían, porque al entrar sucesivamente en cada uno, mis perseguidores ocupaban la puerta. En esos momentos encontré por accidente a un oficial con diez hombres armados y montados, que horas antes me habían pedido permiso para ir a bañarse al río distante cosa de una legua y que regresaba en esos momentos; tomé su caballo y con esos diez hombres cargué sobre el enemigo, eficazmente ayudado por los fuegos de algunos soldados del Batallón Fieles de Oaxaca que con el Teniente Coronel Don Martín Rivera habían ocupado un pequeño promontorio que estaba en el centro de la ranchería y desde allí batían bien a la caballería enemiga. Con esa eficaz ayuda pude llevarla hasta pasar una barranca, único paso que tenía y que era por donde ella había venido.

Una vez que logré arrojar la caballería enemiga al otro lado de la barranca, permanecí defendiendo el estrecho; pero a poco se me incorporó el Teniente Coronel Don Marcos Bravo, con veinte hombres, que hasta esos momentos habían podido ensillar sus caballos, y pocos instantes después se me presentó el Teniente Coronel Don Bernardino García, con otros cien hombres.

Salvada así la situación, pasé la barranca poniendo en retirada a la caballería enemiga que perseguí hasta el Rancho del Alacrán, donde ya no pude continuar por haberse incorporado a su infantería y su artillería que constituía el núcleo principal de la fuerza enemiga. Entonces comencé a retirarme porque el General Leyva me avisó que las mulas que pastaban a más de una legua, habían llegado y que estaban aparejadas y cargadas y formada la infantería. Entonces ordené que marcharan rumbo a Ometepec hasta los Horcones, y notando que en ese lugar podría presentarse acción con ventaja para nosotros, mandé al General Leyva que hiciera alto y me esperara. Una vez en los Horcones, me coloqué en condiciones de resistir un ataque, pero el enemigo no lo aceptó y volvió a pernoctar en Lo de Soto y nosotros en Ometepec.

En ese combate el enemigo había tenido seis o siete muertos y algunos heridos, y nosotros sólo perdimos al Teniente Coronel Don Manuel Aburto, que por estar gravemente enfermo y no habiéndose acordado de él sus compañeros que fueron de los más desmoralizados, lo encontró el enemigo en la cama y lo asesinó.

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