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CAPÍTULO XXXIX

Invitación del General Uraga para servir a Maximiliano

Del 1° de marzo al 27 de noviembre de 1864

Un día se me presentó en Oaxaca el licenciado don Manuel Dublán, siendo portador de una carta de Don Juan Pablo Franco, que fungía como Prefecto superior político del Estado, nombrado por Maximiliano, en que me hacía proposiciones para que me adhiriera yo al imperio, ofreciéndome que conservaría yo el mando de los Estados que formaban la Línea de Oriente, y que no se mandarían a ellos fuerzas extranjeras. Me indigné de ver que no obstante sus relaciones personales y de familia con Juárez y las distinciones que había recibido del partido liberal, se prestara Dublán a hacerse instrumento de esa invitación, y considerándolo como enemigo, mandé ponerlo preso, para fusilarlo después como espía. Don Justo Benítez que era discípulo y amigo de Dublán, se empeñó grandemente por salvarlo, y accediendo a su recomendación consentí en que quedara en libertad, pero a condición de que saliera del Estado y de la República, con rumbo para Guatemala. En vez de hacerlo así, se quedó en Tehuantepec por varios días pretextando enfermedad, y permaneció allí, hasta que regresó de su expedición a Chiapas el General Salinas, de quien era amigo y quien lo trajo a Oaxaca. Le ordenó entonces que permaneciera en Tlacolula. Tal vez esto contribuyó a que después de la ocupación de Oaxaca por el General Bazaine, el licenciado Dublán sirviera abiertamente al imperio, pues aceptó y desempeñó en la citada ciudad un empleo de Maximiliano. Don Manuel Dublán, Don Luis Carbó, Don Ramón Cajiga y otros que habían sido liberales, fueron de los que más perjuicios me hicieron durante el sitio, fomentando el descontento y la deserción entre mis soldados. Afortunadamente, el licenciado Dublán sobrevivió lo bastante a esos sucesos, para revindicarse hasta donde era posible, poniendo su clara inteligencia al servicio de la República en una ocasión oportuna y con muy buen éxito.

El General Don José López Draga que mandando fuerzas nacionales se había pasado al enemigo y tenía algún empleo cerca de la persona de Maximiliano, me envió a su ayudante el Coronel Luis Álvarez, quien años antes había sido Jefe de mi Estado Mayor y estaba entonces sirviendo al Imperio, con una carta fechada en México el 18 de noviembre de 1864, en que me invitaba para seguirlo en su defección, y me ofrecía dejarme con el mando de los Estados que formaban la Línea de Oriente, y que no se mandarían a ellos soldados extranjeros sino en caso de que yo los pidiera, y aunque era verdad que yo había tenido mucha estimación y respeto por el General Draga, esa circunstancia no me hizo vacilar absolutamente en el cumplimiento de mi deber, porque con su conducta había perdido ya para mí toda consideración.

Me pareció, pues, que era oportuno, para templar mejor el ánimo de mis subordinados, poner en su conocimiento la invitación que me hacía el General Draga, y con tal motivo cité a una junta a los Grales. y Coroneles que tenían colocación en las filas; les di conocimiento de la carta del citado General, y partiendo de su respuesta que fue enérgica y caballerosa, redacté la mía el 27 del mismo mes de noviembre que mandé con el ya citado Coronel Álvarez, advirtiendo al General Draga que un segundo enviado, cualquiera que fuese su misión, sería tratado como espía. Dirigí en la misma fecha una circular a los Gobernadores y Jefes Militares de la Línea de Oriente, poniendo en su conocimiento lo ocurrido.

Inserto en seguida la carta del General Draga y mi respuesta:

Señor General Don Porfirio Díaz.
México, noviembre 18 de 1864.

Muy querido amigo:

Muy largo sería hacer a usted un relato de lo que se me ha hecho sufrir por mis correligionarios. Luis dirá a usted algo, pero baste decir a usted que sin quererse batir, sin querer salir del sur de Jalisco y sin querer sujetarse a no tomar del pueblo sino lo necesario para vivir, cada cual, amigo mío, esperaba y buscaba una fortuna en la Revolución y esto cuando se proponían no batirse nunca para sólo ser los últimos.

No creí que esto era servir al país ni defender nuestra causa ni honrar nuestros principios, y sin poder embarcarme ni salir por ningún punto, me mandé entregar en junio al Emperador para hacer cesar la guerra sin reconocer nada. Obré también mal, porque obré con desconfianza, pero hoy que proclamo aquí nuestros principios, que se me oye, que combato en un terreno legal y que veo todo lo noble, todo lo patriótico, todo lo progresista e ilustre del Emperador, le digo a usted, amigo querido, que nuestra causa es la causa del hombre que amante de su país y de su soberanía, no ve sino la salvación de su Independencia y su integridad. Está aquí, combatiendo con honor y lealtad por nuestros mismos principios, sin excusarlos, ni negarlos ni abandonarlos. Si yo hubiera visto peligrar nuestra Independencia e integridad de territorio, yo juro a usted que habría concluido en los cerros antes que reconocer nada y si hubiera tenido la cobardía de venir, yo tendría la buena fe de decir a usted hay que combatir; pero no es así Porfirio, creo que usted me hará justicia, que me conoce y que aceptará mi apreciación de las circunstancias. Nos perdemos y perderemos nuestra nacionalidad si continuamos esta guerra sin fruto ni resultado. Todo vendrá a poder de los americanos y entonces ¿qué tendremos como patria? Hasta hoy tiene usted un nombre limpio, honrado y considerado, buena aceptación y medios de hacer mucho por la causa del progreso, entrando franca y noblemente en materia. Mañana sin combatir por la cizaña de siniestros hombres, por las intrigas de sus émulos y por la misma situación, no quedaría nada, ni un nombre de gloria. Le mando a usted a Luis a quien conoce usted, esto y mi nombre ¿no son para usted una garantía de franqueza.y lealtad?

Luis hablará a usted; yo estoy aquí para todo cuanto usted quiera y cuando usted venga y vea lo que pasa y se vuelva a su punto y a sus fuerzas, si no conviene en lo que digo a usted, o diga lo más conveniente, en todo trabajaré. Conservémonos unidos: si hemos perdido el sistema, no perdamos los principios y sobre todo, el país en su integridad e independencia. Adiós querido Porfirio, usted sabe cuánto lo he querido, con qué franqueza le he hablado siempre y cómo es su amigo que lo ama y b.s.m.

José L. Uraga.




Señor Don José López Uraga.
México.

Mi antiguo General y estimado amigo:

Con indefmible placer abrí los brazos a Luis y fijé mi vista sobre la que con él se sirvió usted dirigirme, porque había creído que su venida y su misión tuviese otro objeto; pero si bien el desengaño fue tan pronto como doloroso y Luis me ha oído hablarle franca y extensamente, tengo que corresponder a usted si no con mucha extensión, sí con toda lealtad.

Quedo muy reconocido a la mediación que usted se digna ofrecerme, porque si bien lamento los errores que han dado lugar a este paso, comprendo todo el fondo de estimación y aprecio que entraña.

Yo no seré el que me constituya juez de los actos de usted, porque me faltaría la necesaria imparcialidad y antes de someterlo a juicio, lo abrazaría como a un hermano y lo comprometería a volver sobre sus pasos. Pero si usted puede explicar su conducta, yo no podría explicar la mía, porque mi situación, los elementos de que dispongo, los hombres y el pueblo que me ayudan, que según usted me dice, eran adversos a nuestra causa en el centro, son en oriente otros tantos gajes de indefectible triunfo.

El personal de la fuerza es de la misma clase que el de la brigada que mandaba yo en Puebla, y usted sabe que en pocos lugares encontraron los franceses la misma resistencia que cuando se las habían con Oaxaca. Tengo también fuerzas de otros Estados pero tan perfectamente identificadas a las otras por su moral, disciplina y entusiasmo, que son acreedoras a igual estimación.

En los Estados de oriente se mantiene una organización administrativa tan vigorosa, y tal escrúpulo en la contabilidad, que sus escasos recursos no proporcionan los medios necesarios de subsistencia, sin que tengamos que tomarlos de los pueblos, ni que yo me vea en la pena de soportar el pillaje ni las extorciones. Los franceses, después de la resistencia de Puebla, no han hecho más que dar un paseo triunfal por el interior, y yo me prometo que en Oaxaca, si el destino les reserva el triunfo, ha de ser a mucha costa y solamente porque nos aplasten por la superioridad en el número; pero no será tampoco remoto que obtengamos la victoria, y que la República toda se convierta al otro día en un extenso palenque. La lucha puede, es cierto, prolongarse como la que a principios del siglo nos hizo libres e independientes; pero el éxito es seguro.

Me hace usted justicia, que también le agradezco, en creer que conservo un nombre honrado y limpio, lo cual es todo mi orgullo, todo mi patrimonio, todo mi porvenir; pues bien, para la prensa asalariada no soy más que un bandido, ni seré otra cosa para el Archiduque Maximiliano y para el ejército invasor; y yo acepto con resignación y entereza que se deturpe mi nombre, sin arrepentirme de haberle consagrado al servicio de la República.

Siento en el alma que habiéndose usted separado del Ejército del Centro con el ánimo de no comprometerse en la política del extranjero, haya sido magnetizado por el Archiduque y venga con el tiempo a desenvainar en su defensa la gloriosa espada que otros días, ha dado a la Patria; pero si así fuere, tendré por lo menos el consuelo de haber continuado en las filas en que usted me enseñó a combatir y cuyo símbolo político usted grabó en mi corazón con palabras de fuego.

Al presentárseme un mexicano con las proposiciones de Luis, debí hacerlo juzgar con arreglo a las leyes, y no mandar a usted en contestación, más que la sentencia y la noticia de la muerte de su enviado; pero la buena amistad que usted invoca, los respetOs que le guardo y los recuerdos de mejores días que me unen tan íntimamente a usted, y a ese común amigo, relajan toda mi energía y la convierten en la debilidad de devolverlo sano y salvo, sin la menor palabra de odiosa recriminación.

La prueba a que usted me ha sujetado es gravísima, porque su nombre y su amistad constituyen la única influencia capaz, si la hubiera, de arrastrarme a renegar de todo mi pasado y a romper con mis propias manos el hermoso pabellón, emblema de las libertades e Independencia de México. Habiendo podido contestarla, puede usted creer firmemente que ni los más crueles desengaños, ni las mayores adversidades, llegarán a ocasionarme la menor vacilación. He hablado a usted casi exclusivamente de mi persona, pero no porque olvide a mis ameritados compañeros de armas, ni a los heroicos pueblos y Estados de Oriente, que tantos sacrificios han impendido por la defensa de la República. No cabe poner en duda la lealtad de tan dignos militares, ni la opinión pública pronunciada altamente y convertida en hechos decisivos en Tabasco, en Chiapas, en Oaxaca y aun Veracruz y Puebla. Como usted sabe, los dos primeros han arrojado a los imperiales de su seno: el tercero no les permite dar un paso en su territorio, y en el cuarto y el quinto, una extensa zona mantiene el fuego de la guerra. ¿Cree usted que yo podría sin traicionar mis deberes, disponer de su suerte sólo por asegurar la mía? ¿Cree usted que no me pedirían y con razón, estrecha cuenta de mi deslealtad, y que no sabrían sostenerse por sí mismos, o confiar su dirección a otro más constante y cumplido que el que los abandonara? Así, pues, ni por mí ni por el distinguido personal del ejército, ni por pueblos todos de esta extensa parte de la República, se puede creer en la posibilidad de un avenimiento con la invasión extranjera, resueltos como estamos, a combatir sin tregua, a vencer o morir en la demanda por legar a la generación que nos reemplace la misma República Libre y Soberana que heredamos de nuestros padres.

Ojalá, General, que no contrayendo usted ningún compromiso, vuelva con el tiempo a tomar la defensa de tan noble y sagrada causa. Que entre tanto se conserve usted bien, desea sinceramente su muy atento amigo y S.S.

Porfirio Diaz.
Oaxaca, noviembre 27 de 1864.

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