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2. La prédica de la cruzada real.
Similar al papel jugado en el proceso de organización de la cruzada señorial por la abadía de Cluny, lo sería el desempeñado por Bernardo de Claraval en la organización de la cruzada real.
Este notable clérigo, al que ya nos hemos referido, era sin duda la personalidad religiosa más influyente en la Europa de Occidente, gozando de gran prestigio entre los habitantes de la Europa latina. Conocedor de la situación en que se encontraban los Estados latinos de Medio Oriente, debido a su relación con la Orden de los Caballeros del Temple, Bernardo supo cuando comenzó a recibir los comunicados papales, que debía concentrar sus esfuerzos en la organización de una expedición militar que auxiliara a la cristiandad de Jerusalén.
Fue Luis VII quien realizó el primer llamado a sus vasallos, para que se unieran a la nueva expedición de la cruz. En efecto, tan pronto recibió la bula papal de manos del obispo de Jabala, convocó a todos sus vasallos a una asamblea en la ciudad de Bourges, en la que les comunicó su intención de partir en auxilio del amenazado Reino de Jerusalén, pidiéndoles que a él se unieran. Pero la respuesta de sus vasallos le desilusionó profundamente, ya que su llamado no sólo no tuvo ningún eco, sino que incluso levantó algunas críticas como la del abad de Saint-Denis, quien abiertamente manifestó su desacuerdo por la decisión del soberano.
Ante tan adversa situación, el Rey de Francia suplicó la intervención de Bernardo, quien le respondió aceptando su invitación, rogándole que convocara una nueva asamblea para el 31 de marzo de 1146 en Vazéley, anunciando a sus vasallos que él, Bernardo de Claraval, estaría presente.
Cuando los vasallos reales se enteraron de la participación del distinguido y admirado teólogo, acudieron en tropel a escucharle, y no sólo acudieron los vasallos del Rey, sino que también fueron no pocos burgueses, artesanos y campesinos libres. De nuevo se repetía lo ocurrido a finales del siglo XI, cuando Urbano II realizó su llamado para abrazar la cruz en Clermont.
Después del formidable éxito de aquella asamblea, Bernardo decidió emprender una gira propagandística por Borgoña, Lorena y Flandes. Y tal como había ocurrido durante la etapa de organización de las primeras expediciones de la cruz, volvió a presentarse el fenómeno del antisemitismo, mencionando cronistas e historiadores a un predicador de nombre Rodolfo, quien pregonaba en Renania, Worms, Magucia, Espira, Colonia y Estrasburgo, su llamado para limpiar de judíos a Europa. Tal fue la resonancia que alcanzaron sus prédicas, que el mismo Bernardo hubo de intervenir para acallar el belicismo antisemita de ese predicante.
En el otoño de 1146, el distinguido teólogo se entrevistaría por primera vez con el Emperador germano Conrado III, que se mostró indeciso para unirse a la empresa de la cruz. Sin insistir en convencerlo, Bernardo marcharía a otra gira propagandística visitando Basilea, Constanza, Friburgo y Schalffhau.
En 1147, el Papa Eugenio III visitó, primero al Rey francés Luis VII y después a Bernardo. Para ese entonces, el Emperador germano se había ya decidido a participar en la expedición para auxiliar los dominios de la cruz. Todo se encontraba listo para el inicio de la cruzada real.
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