Índice de Por el poder de la cruz. Una breve reflexión sobre la Primera Cruzada de Chantal López y Omar CortésCapiítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

5. La reconquista ibérica en los siglos X y XI.

Desde mediados del siglo VIII, cuando el célebre Abderramán I se apoderó de Córdoba estableciendo una dinastía islámica en tierras ibéricas, se inició, en el norte de la península, un movimiento visigodo cristiano de resistencia. El Reino de Asturias con su capital en Oviedo, sería precisamente en donde esa idea de resistencia se metamorfosearía en la mítica concepción de la reconquista, mito éste que al paso de los siglos establecería los imprescindibles lazos de hermanamiento entre los pueblos, Condados y Reinos hispanos adherentes al cristianismo, generando así las bases de una idea de nación.

Sumamente lenta y venciendo, poco a poco, un sin fin de adversidades, divisiones y enconos, la reconquista atravesará diversas etapas de desarrollo, que al paso de los siglos configurarán un difuso esquema de lo que posteriormente desembocará en la conformación de España, adquiriendo importancia para nuestro tema lo ocurrido durante los siglos X y XI.

Será precisamente en el siglo X que las fuerzas de ocupación islámicas alcanzarán la cumbre de su esplendor. En efecto, con el califato de Abderramán III, establecido a partir del año 929, el poderío islámico se manifestará tanto en el terreno militar como en la magnificencia de sus ciudades (el esplendor de Córdoba, por ejemplo), la estructuración gubernamental y el desarrollo de las ciencias y de las artes. Las campañas militares del visir Almanzor pondrán en continuo jaque a los cristianos ibéricos (recordemos que en 985, Almanzor saquearía Barcelona y en 997 destruiría la recién construida iglesia de Compostela, importantísimo centro de peregrinaje). Pero en el siglo XI, se iniciaría el irreversible declive del en otro tiempo poderosísimo califato islámico en tierras ibéricas. Abderramán III y Almanzor pasarán a la historia como los últimos grandes señores del Islam en la península ibérica, ya que jamás volverá a presentarse otro periodo de similar esplendor.

Paralelo al declive islámico, tomará un nuevo e inédito impulso el mito de la reconquista, generándose una fase en la que la ocupación militar territorial constituirá su distintivo. Y sería el Rey leones Fernando I, quien iniciaría esta novedosa fase de acción al extender las fronteras de su Reino, arrebatando a los islámicos considerables extensiones territoriales. Su hijo y sucesor, Alfonso VI, continuaría, con mayor impulso y vigor, la obra iniciada por su padre, llegando incluso a tomar la antiquísima capital del viejo Reino visigodo, la ciudad de Toledo. Otro inédito rasgo que presentará esta nueva fase, lo encontramos en la participación conjunta de los antaño enfrentados Reinos y Condados del cristianismo ibérico. En efecto, tanto los Reyes Navarro-Aragoneses, así como los gobernantes del Condado de Barcelona y los Reyes de los dominios de León y Castilla, jalarán parejo en esta empresa, facilitando así los imprescindibles puentes de comunicación y entendimiento entre la jefatura de la cristiandad ibera.

Sin embargo, no será en el terreno militar, sino en la importancia, artificialmente otorgada al peregrinaje a Santiago de Compostela, el lugar en el que supuestamente se encuentran enterrados los restos del apóstol Santiago, así como en el forcejeo que ocasionó entre la cristiandad ibérica la imposición del rito católico latino desplazando al autóctono rito católico visigótico, y en la participación que en todo esto tuvo la abadía de Cluny, donde encontramos el punto de unión entre la reconquista y nuestro tema.

Las peregrinaciones, organizadas y alentadas desde la mismísima abadía de Cluny, cuyo destino era la ciudad de Santiago de Compostela, fueron recibiendo, poco a poco, el interés y protección de los Reyes cristianos ibéricos.

Esto no tenía nada que ver con los sentimientos piadosos de esos soberanos, sino más bien era el interés económico lo que les movía a prestar atención a esas largas caravanas de personas provenientes de diversas regiones de la Europa cristiana, que multitudinariamente se desplazaban por sus territorios. Aquellas personas requerían de provisiones, alojamiento y múltiples servicios, despertando el interés de comerciantes y prestadores de servicios, por lo que los Reyes, en cuanto defensores de los intereses de sus súbditos, y promotores de la grandeza y felicidad de su Reino, veíanse obligados, cuando menos, a proteger a esos peregrinos mientras se encontrasen en sus dominios. Así emergió la institución del conductus o paz personal, mediante la cual el Rey quedaba comprometido a amparar y proteger a los viajeros, garantizando su seguridad en su paso por los territorios del Reino. Con el establecimiento de penas severísimas contra quienes osaran perturbar la seguridad de los comerciantes y peregrinos, se creó la institución de La paz del Rey. Así, el fortalecimiento de estas dos instituciones, ofreció plenas garantías para el desarrollo del peregrinaje a Santiago de Compostela. No está de más el señalar que en ese proceso, también puso su granito de arena el movimiento eremita, y como ejemplo de ello podemos citar la presencia de un eremita llamado Domingo, quien en 1076 fundó un hospital y un albergue en los que prestaba auxilio y alojaba a los cansados peregrinos.

Ahora bien, en lo referente al asunto del rito católico visigodo, no debemos olvidar que debido al aislamiento en que quedó la cristiandad visigoda después de la invasión islámica, se generó esta particularidad ritualística autóctona, que si bien no estaba en contradicción con el ritualismo católico romano, sí se diferenciaba de él. Impulsado por los eclesiásticos sevillanos Isidro y Leandro, los toledanos Eugenio, Ildefonso y Julián, así como por Braulio de Zaragoza, el ritualismo visigótico sirvió de punto de unión de la cristiandad ibérica en su lucha contra las religiones arriana y mosaica, además, claro está, de la islámica.

Con el ascenso al papado romano de Gregorio VII, se apuntaló, como ya lo hemos señalado, la corriente centralista reformadora que buscaba hacer depender de los dictados del Papa a toda la estructura clerical y a lo relacionado con el credo católico. Así, cualquier cosa que manifestara diversidad o diferencia para con los dictados o rituales aceptados por el Papa, se convertía, rápidamente, en objetivo a destruir, ya que el criterio centralista se oponía a la existencia de todo rasgo de autonomía u originalidad.

Siendo Alfonso VI Rey de León y Castilla, recibió del Papa Gregorio VII un comunicado en el que éste le sugería la necesidad de que a su lado pusiese, como legado pontificio (Sacrae Romanoe Ecclesiae Legatus), a la persona que considerase adecuada. El Rey respondió con la súplica de que le fuese enviado el cardenal Ricardo para desempeñar el puesto, a lo que Gregorio VII accedió.

El cardenal Ricardo arribaría al Reino leonés, en su calidad de legado papal, con la clara y rotunda consigna de analizar la forma de implantar, en los dominios reales de León y Castilla, el ritualismo católico romano como propio y exclusivo del Reino, lo que conllevaba a la forzosa necesidad de desplazar al ritualismo autóctono visigodo.

Por otra parte, el Rey Alfonso VI, admirador que era de Cluny, pidió a su amigo el abad Hugo. le enviase un monje de la abadía con el objeto de introducir, en los monasterios de León y Castilla, la observancia de la regla de Cluny. Hugo envió al Rey al monje Roberto, quien sería nombrado abad de Sahagún. El monje Roberto se trasladaría al Reino leonés con la única misión de introducir la observancia de la regla de Cluny en el seno del movimiento monástico de León y Castilla, sin tener nada que ver con las intenciones papales de hacer prevalecer el rito latino sobre el visigodo.

El monje Roberto rápidamente se dedicó a llevar a buen puerto la misión que se le había encomendado y para ello logró ganarse la estima y consideración del monarca. Posteriormente, buscando atraerse las simpatías de los clérigos leoneses y castellanos, se sumergió en el ambiente de sus costumbres, preferencias y rechazos. Percatándose de la gran veneración que tenían al rito católico visigodo, y que incluso era motivo de orgullo para la mayoría de los clérigos de esos Reinos, llegó a la conclusión de la necesidad política de alabar, respetar y venerar con igual celo al rito visigodo, con el fin de lograr la pronta penetración de la observancia de la regla de Cluny en aquellos monasterios. Fue por esta razón que el monje Roberto se convertiría en un ardiente defensor del rito autóctono, llegando a ser uno de sus principales abanderados. Sin embargo, la acción por él desarrollada provocaría un mayúsculo conflicto con el Papa Gregorio VII, que tuvo su origen en la falta de comunicación entre el papado y Cluny.

Serán los escandalosos y adúlteros amoríos de Alfonso VI con una pariente de su segunda esposa, el escenario en el que se desarrollaría la pugna papal por imponer, a toda costa, el predominio del ritualismo católico latino sobre el católico visigodo, originándose una serie de chismes y jocosos sucesos que acabarían inmiscuyendo al monje Roberto en aquel tinglado.

Pensando el Papa que el monje cluniciano era cómplice del Rey, decidió amenazar de excomunión a Alfonso VI si no abandonaba sus adúlteros amoríos y se deshacía del monje Roberto, enviándole de regreso a la abadía de Cluny. Para comunicar tal amenaza mandó a su legado, el cardenal Ricardo, teniendo el Rey que plegarse a los deseos del Papa, abandonando a su amante, y regresando a Cluny al monje Roberto.

En seguida, el mismo cardenal Ricardo, cumpliendo al pié de la letra las instrucciones de Gregorio VII, convocó y presidió un concilio en el que solemnemente se acordó la implantación del rito católico romano en los territorios del Reino de León y Castilla, abandonándose, definitivamente, el rito católico visigodo. El monje Roberto fue reemplazado por el cluniciano Bernardo, como abad de Sahagún.

La implantación de esas medidas, resolvió el asunto a favor de los deseos de Gregorio VII, dejando como enseñanza la necesidad de una constante comunicación entre el papado y las vertientes del movimiento monástico. Esa lección sería asimilada, siendo de gran utilidad para el posterior desarrollo y organización de la cruzada.


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