Índice de Historia de la piratería de Philip GosseAPÉNDICE VIBiblioteca Virtual Antorcha

HISTORIA DE LA PIRATERÍA

APÉNDICE VII

LOS PIRATAS CHINOS MODERNOS




Extracto del Times, del 12 de diciembre de 1929:

Lanzar una empresa de piratería en las costas de China no es una operación muy distinta de los preliminares de la fundación de ciertas sociedades comerciales. Se necesita un capital y éste se encuentra generalmente. Hay muchos regateos y negociaciones en comité secreto, y aunque no se publican prospectos, ni nóminas de directores y accionistas, no por eso no existen los tales personajes. Reunidos los fondos indispensables, se confieren a un director general los poderes requeridos. Reclutar una pandilla digna de confianza, elegir una víctima aceptable, granjear informaciones útiles, llevar las empresas a feliz término y proveer oportunamente escondites para el botín y los prisioneros: he aquí tareas que exigen cualidades poco comunes.

Una vez elegida la víctima, el jefe y sus principales subordinados emprenden algunos viajes preliminares a fin de ponerse al tanto sobre la geografía del barco, su cuadro de servicio, las cualidades de sus oficiales, etc. Por cierto que cada chino que frecuenta conspicuamente un barco se hace sospechoso; pero el pasajero de primera clase de tal viaje, es pasajero de cubierta el mes siguiente, y resulta entonces harto difícil identificarle. Cuando ha concluído la investigación preliminar, toda la gavilla sube a bordo, algunos como pasajeros de primera, la mayoría como viajeros de entrepuente, y uno que otro como miembros de la tripulación. No son bribones torpes y cobardes, sino hombres dueños de su oficio que habitualmente procuran ejercerlo con éxito e incluso con humanidad, hasta donde la humanidad es compatible con el éxito.

Su primera tarea consiste en introducir a bordo armas y municiones. En Shangai, Hongkong y Singapur, los pasajeros chinos y sus equipajes son examinados por la policía marítima; empero cuando más de mil chinos se aprietan en la pasarela, formando una muchedumbre compacta, un verdadero registro resulta ser una cosa poco menos que imposible, y en los puertos tales como Amoy, Foutcheou y Swatow, las precauciones tomadas dejan mucho que desear, dando a los piratas la oportunidad que buscan. Pero basta una palabra de un pasajero o marino de que plenty pieces bad men come ship side (mucha mala gente ha subido a bordo), para que inmediatamente se cierren las rejas antipiratas, se alerten los guardias y los oficiales aparezcan con el revólver cargado en el cinturón. Siempre hay una guardia -cuatro sikhs o anamitas- a bordo de los vapores que hacen el transporte de pasajeros en la China meridional. Las rejas son puertas de sólidas barras de hierro y que aíslan el puente de paseo de la pasarela.

CÓMO OPERAN LOS PIRATAS

Imaginaos la escena de la puesta del sol a bordo de uno de aquellos barcos costeros que avanzan trabajosamente a través de la espesa marejada movida por el monzón de sudeste. Las calas de proa y de popa han sido transformadas en dormitorios blanqueados de cal y en cuyo fondo se mueve una comprimida masa humana de hombres, mujeres y niños, instalados sobre esteras y bultos con la minuciosa economía de las muchedumbres chinas. Unos preparan su comida; otros lavan su ropa o bien se acurrucan en grupos para jugar. Debajo de las lanchas salvavidas y sobre las berlingas aparecen las siluetas de durmientes, medio desnudos en noches tranquilas y calurosas. En el centro del barco, en el superpuesto puente de paseo, se ven algunos pasajeros de primera clase, ingleses y chinos; allí se encuentran los camarotes de los oficiales y el pasadizo. A la hora de la cena, cuando los oficiales que no están de cuarto y todos los pasajeros se hallan sentados sin armas en torno a las mesas del comedor, se da una señal -una vez fue el movimiento de encender un cigarrillo-, resuena un rudo ¡Arriba las manos!, y los estupefactos comensales bajan los ojos ante los cañones de las pistolas automáticas que apuntan sobre ellos los coolies, los comerciantes y los marinos.

Se recogen las armas; se registra por turno a cada uno de los pasajeros y los oficiales y se les encierra en los camarotes y salones. La guardia armada antipirata recibe la advertencia de que toda resistencia será castigada con la muerte. En el pasadizo, en los alojamientos de la guardia, en el puerto de radiotelegrafista, en la plataforma de las máquinas, en todas partes, se desarrolla la misma escena: una brusca orden, un cañón de pistola y la inevitable rendición. Y luego la cortés instrucción: Ustedes van a hacer rumbo hacia Bias Bay con objeto de llegar allí a las siete de la mañana. No se molestará a nadie, a menos de que intenten recuperar el barco. El servicio se hace como de ordinario; los cuartos se elevan como si no hubiese ocurrido nada anormal. Mientras tanto se saquea el cargamento, y los objetos de valor y las prendas de lujo son arrancadas a los aterrorizados pasajeros.

Los fuegos de ruta y las luces de los camarotes han sido apagados. Así, envuelto en completa oscuridad, el vapor navega hacia Bias Bay, lugar siniestro de la costa china. Es una inmensa extensión de agua poco profunda, cercada de colinas arenosas y cubiertas con las malezas típicas de aquella región. Se advierten algunas aldeas chinas, algunos sampanes de pesca, que sugieren la paz, el retiro y la belleza. Pero apenas ha anclado el barco, brotan de las orillas enjambres de sampanes; sus tripulantes saludan a los piratas con hosca impasibilidad, y en el instante siguiente los hombres de la costa, curtidos por el tiempo y harapientos, se lanzan a despojar el steamer. Hasta los cronómetros, las sextantes y las partes de bronce son robados frecuentemente. Se producen escenas desgarradoras cuando las familias son separadas a la fuerza, cuando un padre o una madre, se ve empujado bajo la amenaza de la pistola a bordo de un sampán para ser transportado a las montañas, tal vez con esperanza de salvación, pero más probablemente para morir allí de hambre y del rigor de las intemperies durante los interminables regateos por el rescate. El maltrecho vapor regresa penosamente a Hongkong, donde la policía toma en sus manos el asunto, inventariando el robo. Y poco a poco, el público comienza a olvidar lo sucedido.

UN COMBATE PASMOSO

Pero no todos los piratas trabajan con tanta suavidad. A menudo, la guardia de servicio india cae víctima de una salva traidora, y cuando los piratas capturaron el barco costero noruego Solviken, mataron al patrón, capitán Jastoff, porque no abrió instantáneamente la puerta de su camarote. En otro acto notable de piratería, el del Anking, una lluvia de balas disparadas a quemarropa, limpió el pasadizo, matando al oficial de cuarto y al cuartelmaestre e hiriendo gravemente al capitán. El primer maquinista murió apuñalado por la espalda, mientras estaba sentado sobre una silla, en el puente, y el oficial segundo fue derribado por golpes en la cabeza. Los piratas, sin embargo, cuidaron de curarle, pues necesitaban a alguien que pudiese conducir el vapor.

No es menos memorable el asunto del Sam Nam Roi. Una treintena de piratas asaltaron el barco cuando se encontraba apenas a quince minutos del pequeño puerto de Pekhai, en la desembocadura de uno de los ríos de la costa occidental. Una salva puso fuera de combate a la guardia hindú, e inmediatamente después se desarmaron aquellos de sus miembros que no estaban de servicio. El oficial de cuarto, Hugh Conway, saltó desde el pasadizo al puente, pero cayó herido de muerte. Mientras tanto el señor Houghton, primer maquinista, había desafiado una lluvia de balas, logrando cerrar la reja de babor del pasadizo. Tenía su revólver y pudo cubrir el lado de estribor del puente hasta que el patrón, capitán W. H. Sparke lo hubo reforzado en el pasadizo. La reja de estribor permanecía abierta y se hicieron esfuerzos desesperados para cerrarla. Con una pistola automática en cada mano, el capitán Sparke se enfrentó valientemente a los piratas y protegido por su fuego, el señor Houghton corrió tras él y cerró la reja ante sus narices. Se siguió un combate pasmoso, al arrastrarse el capitán Sparke de un bordo a otro para disparar sobre las caras patibularias que surgían en popa, y conducir al mismo tiempo el bárco, pues a la primera señal de peligro, el piloto y el cuartelmaestre habían huído, ocultándose con la tripulación. A un determinado momento de la batalla se agotaron las municiones, y el señor Houghton, tirador menos diestro que el capitán, se limitó a cargar el arma de este último y a vigilar.

Los piratas eran una pandilla de aficionados; algunos de ellos habían formado parte de una tripulación rebelde, desembarcada hacía un par de semanas por insubordinación. Una ingenua astucia acabó con su desfalleciente valor. El capitán Sparke dió cuatro toques con la sirena y cambió de rumbo, y los piratas creyendo que había avistado una cañonera se arrojaron al agua desde la parte trasera del barco. El capitán Sparke, dando media vuelta, abrió al lado de su valiente maquinista el fuego sobre las cabezas de los nadadores. El ruido del tiroteo había atraído la milicia de la aldea vecina que capturó unos quince de los fugitivos; los prisioneros, presos con cadenas, fueron enviados a Cantón, donde sufrieron la suerte habitual de los piratas.

El primer golpe eficaz asestado a la piratería en las costas de China fue el envío de una patrulla de submarinos a la bahía de Bias. Cierta noche de octubre de 1927, veíase llegar un barco con todas las luces disfrazadas y que no contestaba a las señales. Un cañonazo sobre su proa fue seguido por otro que dió en la sala de las máquinas, y el buque comenzó a hundirse. Era el Irene, propiedad de chinos, y atestado de pasajeros de cubierta. El submarino recogió a 226 pasajeros y capturó 7 piratas que fueron ahorcados en la prisión de Hongkong. Hubo algunas dificultades con las autoridades chinas y los propietarios de aquel barco; pero el Almirantazgo apoyó enérgicamente al comandante del L. 4, felicitándole por su iniciativa y por los resultados de su acción. El asunto pasó luego a manos del mariscal Li Chaisum, el audaz y competente dictador de Kuantung. Se construyó un puesto militar provisto de una emisora de radiotelegrafía y se organizaron patrullas de cañoneras a lo largo de la costa.

Pero la piratería es un juego que ya no rinde. Los gastos de establecimiento son excesivos y las ganancias poco seguras. Los asaltos contra el Sunning y el Irene fueron fracasos rotundos, y los beneficios sacados de las otras empresas dejaron mucho que desear. El botín del San Nam Hoi produjo 10,000 libras; el del Hsin Wah, 25,000 libras; el del Tean, solamente 7,000 libras. La captura del Hsin Chi y la del Ankling fueron golpes fructuosos, pues cada uno de los barcos tenía un valor de cerca de 100,000 libras; pero los demás actos de piratería no han sido buenos negocios.

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