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HISTORIA DE LA PIRATERÍA

APÉNDICE V

EL DIARIO A BORDO DE EDWARD BARLOW




Barlow salió para Inglaterra como primer piloto del Septer, mercante de la Compañía de las Indias Orientales; pero durante la travesía murió el capitán y el mando pasó a manos de Barlow.

15 de agosto de 1697. Habiendo rebasado la pequeña isla de Bab, descubrimos en la mañana que nuestro grupo contaba un barco más, que se había introducido en nuestra flota; pues navegábamos bastante dispersos y se había formado en medio de nosotros un vacío tal que un buque podía pasar adentro fuera del alcance de los cañones de cualquiera de entre nosotros. No enarbolaba pabellón y voltejeaba bajo sus gavias cargadas de más velas que las que suele nevar una nave ordinaria; advertí en particular un perroquete de trinquete y un trinquete mayor, detalles que nos revelaron inmediatamente la naturaleza del intruso; como se aproximaba a nosotros, siempre manteniéndose a justa distancia de nuestro alcance, tuvimos confirmación acerca de la clase de buque que representaba. Era el Adventure Galley, una hermosa fragata que según supimos más tarde había sido construída en Dedford, armada de veintiocho o treinta cañones y que tenía a la altura de su batería inferior una hilera de portillas de remos, para poder hacer rumbo durante las calmas. No mostraba su pabellón; sólo llevaba una llama roja sin cruz alguna.

Temerosos de que pudiese tomarnos por uno de los barcos moros, tomamos nuestras disposiciones, pues queríamos dejarle acercarse cuanto le gustase ya que el convoy principal había quedado muy atrás y como casi no había brisa, no era de temer que se aproximara demasiado. Mas viendo que el pirata no avanzaba (se había puesto en dirección casi perpendicular a nuestra quilla), izamos nuestros colores y disparamos dos o tres cañonazos bien ajustados; luego bajamos al agua las dos chalupas para halarnos hacia él, puesto que había poca brisa. Mientras tanto, el pirata había disparado cuatro o cinco veces sobre uno de los barcos moros, dando en el casco y en las velas; pero advirtiendo que nos esforzábamos por alcanzarle, puso todo su velamen e incluso se sirvió de sus remos para conservar la distancia. Nosotros le cañoneábamos con todas nuestras piezas y nuestros hombres lanzaban gritos que oía tan distintamente que al parecer nos tomó por uno de los buques del Rey. Disparábamos sobre él mientras se hallaba a nuestro alcance y creo que recibió algunas balas.

Pero era mejor andador que nosotros, y una vez fuera de nuestro alcance metió sus remos, cargó sus altas velas y se puso al pairo, esperándonos.

Como no había viento, se alejaba de nosotros cuando nos aproximábamos a él. Repitió esta maniobra dos veces; luego, viendo que no dejábamos de seguirle, acabó por poner todas sus velas y huyó.

Puesto que algunos de los barcos moros transportaban grandes sumas de dinero y la flota se hallaba dispersa, de no encontrarse con ellos nuestro buque, es seguro que habría saqueado los mercantes de adelante, cosa que le hubiera sido muy fácil realizar, y los navíos holandeses no habrían podido acudir en auxilio de los moros, pues era muy buen andador y casi no había viento. Así, pues, prestamos un gran servicio a los intereses de la Compañía. Porque si hubiese ocurrido una desgracia a uno de los barcos o si alguno de ellos hubiera sido saqueado por los piratas, todos los ingleses habríamos sido detenidos como prisioneros en Surrat. En vez de esto, el pirata, viendo abortados sus proyectos y avistando otro gran convoy de mercantes moros, se dirigió hacia la costa de India.

Los barcos moros nos agradecieron mucho haberles protegido a tiempo contra los piratas cuyo capitán se llamaba William Kidd, como supimos en lo sucesivo.

Al día siguiente, el 16 de agosto, ya estaba fuera de vista.

Después de aquel encuentro, el Septer hizo escala en Karwar donde tuvo noticias de Kidd. Se supo lo siguiente:

El pirata, habiendo penetrado en la bahía so pretexto de pedir leña y agua, capturó allí una embarcación del país, propiedad de algún armador de Bombay y que, además de tripulantes negros, llevaba a bordo a uno o dos ingleses. Después de despojarla de todo cuanto le parecía útil y, por supuesto, de todo dinero que encontró, a saber, trescientas o cuatrocientas rupias, descendió por la costa, luego de haberle abandonado dos o tres de sus hombres, de los cuales uno era judío, que el ketch de la compañía había llevado a Bombay.

En Calcuta, Edward Barlow se enteó de que Kidd había hecho escala en este puerto:

Envió a sus hombres a tierra a pedir leña y agua, y mandó decir al señor Penning, el jefe local, que navegaba por orden del rey de Inglaterra y que tenía una comisión para capturar a los piratas y a los franceses. En realidad, él mismo se había hecho pirata. Había recibido una comisión que llevaba el sello del rey. ¿Cómo se la había procurado? Los que se la consiguieron lo sabrán mejor que nadie: hay quienes desearon que hiciera cosas malas en vez de obrar bien ... Pero el jefe no quiso enviarle nada a bordo, pues lo tomó por lo que era. A eso, Kidd mandó decirle que si le negaba ese pequeño favor, lo haría saber a Whitehall en cuanto llegase a Inglaterra.

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