Índice de Historia de la piratería de Philip GosseCAPÍTULO PRIMERO del Libro IVCAPÍTULO TERCERO del Libro IVBiblioteca Virtual Antorcha

HISTORIA DE LA PIRATERÍA

LIBRO CUARTO

CAPÍTULO II

LOS PIRATAS DE MALABAR




El litoral oeste de India, desde Bombay hasta Cochin, conocido entre los marinos bajo el nombre de la Costa Malabar, vió a fines del siglo XVII el advenimiento de una dinastía de piratas que adquirieron con el tiempo una especie de monopolio en ese género de negocios y que se hicieron tan poderosos que durante sesenta años una fuerza tal como la Compañía de las Indias Orientales, ayudada además, aunque de manera intermitente, por la Marina Real, se mostró incapaz de reducirlos. El gobierno de la federación se conservó siempre en manos de la familia Angria, clan de origen mahrata, pero cuyos agentes no eran todos hindúes. Los peores entre ellos eran europeos, sobre todo ingleses, atraídos hacia el Mar Rojo y el Océano Indico por los relatos sobre las fabulosas riquezas capturadas por Avery.

El primero de la familia Angria que ejerció un mando reconocido fue Kanhoji o Conadji que aparece hacia 1698 como almirante de la flota mahrata. Poco a poco, Kanhoji se hizo independiente de los señores de Punat patrones, convirtiéndose en amo de la costa en una extensión de trescientas millas al sur de Bombay. A todo lo largo de esta costa, Kanhoji construyó una serie de fortalezas, las principales en Alibag, Seeverndrug, y Vijaydrug, y de estas plazas salía con el poderío de un verdadero rey de los piratas a guerrear contra todo el tráfico marítimo, pero de manera especial contra la Compañía de las Indias Orientales.

Llegó un momento en que la jefatura de la Compañía, tan lenta en perder la paciencia como en obrar, se vió obligada a informar a Kanhoji que sus actos de piratería contra los mercantes ingleses ya no podrían continuar sin represalias. El potentado se limitó a contestar que proporcionaría a los británicos una oportunidad de recordar el nombre de Kanhoji Angria, y realizó su amenaza con tanto esmero que en 1704 le enviaron un emisario especial para advertirle que no era posible permitirle visitar los barcos en aguas de Bombay, a lo cual respondió por un desafío, diciendo que había procurado grandes beneficios a los ingleses, quienes, por su parte, no cumplían con sus promesas; y que en adelante se apoderaría de sus navíos donde quiera que los encontrase. La Compañía se quejó entonces ante sus directores en la metrópoli, con el solo resultado que Kanhoji acabó por capturar regularmente los barcos europeos, menos los más grandes y que, de hecho, apresó Ua todo lo largo de la costa, desde Surat a Debul ... todos los mercantes particulares que cruzasen su camino.

A los pocos años, Kanhoji se adueñó de una isla situada frente a Bombay, y la fortificó con tal éxito que con su flota de buques poderosamente armados, algunos de los cuales llevaban hasta sesenta cañones y cuyos comandantes eran, en su mayor parte, marinos europeos experimentados, se convirtió en una grave amenaza para la ciudad. Las defensas de Bombay eran de las más primitivas. Cada vez que los directores de la Compañía ordenaban poner en pie fortificaciones, el Consejo de Bombay se excusaba, observando: Sabemos que es cosa natural en los ingenieros construir objetos de curiosidad que cuestan muy caro, y se contentaba con algunas torres circulares a lo largo de la costa.

Los piratas se veían libres de detener a su gusto cualquier barco que entraba o salía. La asustada Compañía envió a título de represalias una poderosa flota de veinte galeotas. El resultado aparece en una lacónica mención del informe oficial sobre aquella expedición:

9 de Junio. Retiré al puerto nuestras galeotas, después de haber perdido cincuenta hombres a causa de la incompetencia de nuestro jefe, y destruído una de las plazas de Angria.

Sin embargo, cuando nos damos cuenta de la chusma que formaba el grueso de los oficiales y soldados de la Compañía, y de lo mal pagados e indisciplinados que eran, no podemos menos de extrañarnos que lograsen ganar victorias. La mediocridad de los directores es increíble. Estos hombres publicaron en cierta ocasión una orden que prohibía el uso de pólvora de cañón para ejercicios, admitiendo una sola excepción, a saber, que de cuando en cuando parecía necesario acostumbrar a los hombres al tiro para evitar que encontrándose en combate, se asustasen del ruido y rebote de sus armas.

En 1715, sin embargo, se nombró en Bombay un nuevo gobernador, Charles Boone, hombre de temple harto distinto del de sus débiles y venales predecesores, guiados principalmente por la preocupación de enriquecerse. Su primer acto fue la construcción de una muralla en torno al establecimiento. Después, hizo construir buques de guerra, pero tropezó con grandes dificultades para equiparlos, pues la Compañía pagaba a sus marinos sueldos tan míseros que los mejores preferían trabajar al servicio de Angria. Ello no obstante, Boone tuvo a poco tiempo a su disposición una magnífica armada de diecinueve fragatas, balandras, quetches y galeras de remo, con la que no habría tardado en suprimir la piratería de no interponerse la incompetencia e indisciplina de sus subordinados.

Cuando Matthews llegó a Bombay en 1721, procedente de Madagascar, el comodoro comprobó que Boone ya había organizado una fuerte coalición con los portugueses, lista para atacar mancomunadamente al azote de Malabar. Pero el carácter de Matthews imtó al comandante de los portugueses, los cuales luego se mostraron vacilantes, retirándose tras los primeros cañonazos cambiados en el ataque contra Colaba, una de las plazas fuertes de Angria, y la expedición terminó lamentablemente con disputas sobre el responsable de aquella derrota. Matthews golpeó al jefe portugués en plena cara con su bastón, incidente que deshizo inmediatamente la alianza.

Aquella expedición había de ser el coronamiento de los actos del gobierno de Boone, que se retiró decepcionado. Sin embargo, logró infligir tanto a los piratas de Malabar como a los del Mar Rojo más daño que ninguno de sus predecesores, no obstante las dificultades amontonadas en su camino por consejeros intrigantes y tenientes indisciplinados. El 9 de enero, Boone se embarcó para Inglaterra. Al navegar a lo largo de la costa, sus tres buques fueron agredidos por la escuadra de Angria, pero ésta huyó derrotada. Cerca de Andjediva, el ex-gobernador asestó su último golpe, sorprendiendo a los piratas a punto de saquear un mercante. Boone salvó el barco y capturó una de las piraguas enemigas.

Kanhoji Angria murió en 1729, dejando a sus cinco hijos la calamidad de disputarse sus riquezas. Los portugueses se aliaron sucesivamente a uno de los hermanos y luego a otro; pero al obrar así, empedraron el camino de su propia decadencia en la costa occidental de la India, descuidando precisamente a aquel de los hermanos que prevaleció: Tuladji. Este acabó por afianzar en sus manos la sucesión de su padre, y durante el mayor parte del resto del siglo XVIII, cuando comenzó a declinar el poderío de los holandeses y los franceses, entre él y los ingleses se entabló la lucha por el dominio de las aguas indias.

Las querellas intestinas de los mahratas aseguraron a la Compañía de las Indias una tregua de veinte años; intervalo que aprovechó construyendo y equipando buques de guerra y habilitándolos para sostener combates serios. Por varias veces, al verse atacados, estos buques pasaron a la ofensiva, hundiendo los grabs piratas al terminar el encuentro.

Pero la elevación de Tuladji Angri resucitó la vieja amenaza con toda su fuerza. El primer hecho del nuevo jefe fue una embestida contra toda una flota inglesa protegida por una escolta, y la captura de cinco veleros ante los cañones de dos cruceros. En 1749, Tuladji se apoderó del Restoration, el mejor barco del servicio de Bombay, tras un combate que se prolongó desde el mediodía hasta la noche y que hace poco honor a los artilleros y a la disciplina de aquel buque inglés.

Tuladji reinó entonces como soberano incontestado arriba y abajo de la costa, y todo el tráfico habría quedado suspendido sin la ayuda de cuatro buques de guerra enviados de Madras para proteger Bombay. Y aun así, los rápidos veleros de Angria perseguían a menudo durante días enteros los barcos que navegaban con escolta, acechando como una manada de lobos el momento de saltar sobre los rezagados.

No fue sino cuando la Compañía hubo comprendido lo importante que era tener buques destinados exclusivamente al combate, en vez de organizados con la doble tarea de combatir y de llevar cargamentos, cuando se obtuvo cierto grado de seguridad.

Los ingleses no eran, sin embargo, las únicas víctimas de los piratas de Malabar. También los portugueses y los holandeses perdían todos los años un número creciente de sus mercantes; los holandeses sufrieron su pérdida más desastrosa en 1754, año en que uno de sus navíos cargado de municiones cayó en manos del enemigo, en tanto que otros dos hicieron explosión después de un furioso combate, en el curso del cual Tuladji vió echados a pique dos grandes piraguas y muertos gran número de sus hombres.

A medida que se extendía el poderío de los británicos, abarcando toda la India como consecuencia de la derrota de los franceses, muchos piratas de los menos importantes, se sentían felices de poder llegar a un entendimiento con el gobierno de Bombay. Hasta el altivo Tuladji envió un emisario para proponer la paz. Las condiciones que ofrecía, ciertamente habrían sido aceptadas en vida de su padre; pero en el intervalo transcurrido desde aquella época, la posición del Consejo de Bombay se había fortalecido de una manera harto notable. Así es que la proposición de Tuladji de introducir un sistema de salvoconductos para los barcos de la Compañía, recibió la respuesta:

¿Se imagina usted que los ingleses se someterán jamás a recibir salvoconductos de una nación de la India? No podemos aceptar tal cosa. Nosotros concedemos salvoconductos, pero no los recibimos de nadie.

Se firmó entonces un pacto entre el Consejo y los Mahratas disidentes, con espíritu de atacar a Tuladji por tierra y por mar. La fuerza naval combatiiría bajo el mando del comodoro William James, quien, desde su llegada en 1751, había prestado buenos servicios contra los piratas de Malabar e iba a ganarse una gloria perenne.

El 22 de marzo de 1755, el comodoro James se hizo a la mar a bordo del Providence, crucero de cuarenta cañones, acompañado por el Swallow, de dieciséis cañones, por el quetche lanzabombas Viper, y por una balandra, el Triumph. Al cabo de un viaje de dos días, la escuadra se unió a la flota aliada compuesta de cerca de cincuenta embarcaciones grandes y pequeñas. El día 29, la armada llegó a la vista de Severndrug, fortaleza principal de Tuladji, en el momento en que la flota pirata salía del puerto. Inmediatamente, se izó la señal de caza, pero los barcos mahratas, que resultaban ser andadores más lentos que los de James se quedaron atrás y a la caída de la noche sus aliados aparecían apenas visibles en el horizonte.

Los partidarios de Angria estaban lejos de desear combate, aun con la reducida escuadra de James, y se les veía tender hasta sus turbantes y demás ropaje con objeto de aumentar el velamen. Todo el día siguiente continuaba la caza. El Providence se aventajaba cada vez más al resto de la escuadra, en tanto que la flota mahrata había desaparecido desde hacía mucho del horizonte. Dándose cuenta entonces de que la persecución era inútil, el comodoro cambió de rumbo y volvió a Sevemdrug. La ciudad, sita dentro de una rocosa ensenada en el extremo de una península, era defendida por la Fortaleza de Oro, bastida cuyas murallas tenían cincuenta pies de alto. A barlovento se hallaba otro fuerte poderoso, armado de cuarenta y cinco cañones, y hacia el sur se alzaban dos baluartes de menor importancia.

James vió en seguida que la reducción de estas fortificaciones por las tropas mahratas representaba un esfuerzo de varios meses, aun cuando estuviese en condiciones de cerrar el paso a todo los refuerzos por mar, cosa que el monzón no le permitía. Así que resolvió, contrariamente a las órdenes del Consejo, tomar el asunto en sus manos. Había pasado por una buena escuela y sabía que para oponer con éxito un buque a un fuerte, precisaba aproximarse a éste lo más posible y dominarlo por el peso del metal. Después de haber practicado las sondas necesarias, se acercó, el 21 de abril; a cuatro brazas de agua, teniendo a sus lados el Viper yel Triumph, y bombardeó la fortaleza de Severndrug. La flota mahrata no apoyó su acción, de suerte que el Swallow se encargó de guardar la entrada meridional.

El cañoneo continuó durante todo el día, hasta el momento en que una fuerte marejada impuso, a la caída de la noche, el cese del fuego. El fuerte contestó vivamente, pero sin causar muchas averías, mientras que la flota mahrata se mantenía fuera del alcance de las balas, observando una actitud de mera espectadora. Durante la noche, se presentó un desertor de la fortaleza, trayendo la noticia de que el gobernador había sido matado y que los estragos causados por el cañoneo eran grandes. Supieron también que no se podía hacer ninguna brecha en el punto sobre el cua! se dirigía el tiro del Providence por estar tallada aquella pared en roca maciza.

En la mañana, el Providence se hizo a la mar, y James dispuso sus fuerzas entre Severndrug y Gova, embistiendo Severndrug tan de cerca que el fuego de los hombres apostados en las cofas, sumado al tiro de dos o tres cañones del puente superior, impidió toda respuesta a los artilleros de la fortaleza. Con sus piezas de batería del bordo opuesto, James cañoneaba los otros fuertes, los cuales eran simultáneamente objeto de la atención del Viper y el Triumph. Difícil sería encontrar otro ejemplo de una acción en que sólo un buque de línea y dos queches lanzabombas, hayan atacado con éxito cuatro fuertes al mismo tiempo; fuertes cuya artillería era, además, numéricamente muy superior a la de los atacantes. Pero las disposiciones tomadas por James habían sido tan juiciosas que la operación se llevó a buen término sin averías ni bajas. Poco después de las doce, explotó el polvorín de Severndrug; el incendio se propagó, y pronto se vió una corriente de hombres, mujeres y niños que se precipitaban hacia sus embarcaciones para salvarse en tierra firme. Muchos de ellos fueron interceptados en el camino y llevados a bordo del Swallow y de las galeotas mahratas. El cañoneo de los fuertes de tierra continuó hasta la noche y fue reanudado la mañana siguiente. Hasta las diez, los tres bastiones arriaron la bandera. Así, pues, en cuarenta y ocho horas, James había reducido por su vigorosa acción aquella fortaleza de Angria, sólo inferior en cuanto a su poderío de defensa, a la de Gheriah, y eso sin perder un solo hombre.

En el jardín público de Woolwich se levanta un alto monumento, la llamada Torre de Severndrug, erigido por la viuda del comodoro James en memoria de los hechos de su ilustre esposo.

Esta tierra grandiosa visible desde lejos,
Evoca el historial de los valientes
y la demolición del poderío de Angria,
Devastador en aguas de Oriente.

Alentado por la asombrosa victoria de Severndrug, el Consejo de Bombay decidió emprender una tentativa análoga contra una fortaleza aun más poderosa» la de Gheriah. El 11 de febrero de 1756, los ingleses reunieron en aguas de Gheriah la fuerza naval más formidable que jamás había salido de Bombay. Al lado de la flota de la Compañía -dieciocho barcos bajo el mando del comodoro James- veíase una escuadra de seis buques de guerra, capitaneada por el contralmirante Watson, cuatro de cuyas unidades eran cruceros de línea. Esta armada transportaba un cuerpo expedicionario terrestre de ochocientos europeos y de seiscientos soldados indígenas bajo las órdenes del inmortal Robert Clive.

Algunas de las instrucciones del Consejo a los comandantes de la tropa y la flota, merecen ser recordadas. He aquí lo que dicen:

Parece probable que Tuladji Angria se muestre dispuesto a capitular, y es posible que ofrezca una suma de dinero; pero no debéis olvidar que ese individuo no puede ser tratado al igual que cualquier príncipe del mundo conocido, porque es un pirata indigno de confianza, pues capturó, quemó y destruyó no solamente barcos de todas las naciones europeas, sino también los pertenecientes a indígenas a pesar de ir provistos de salvoconductos de su propia mano, por los que cobraba todos los años sumas importantes. Caso que ofreciese dinero, éste debería considerarse tan sólo como indemnización de los numerosos y ricos buques que nos robó (y que no podemos encontrar aquí), sin hablar de las innumerables embarcaciones pequeñas.

Ante todo, el Consejo deseaba apoderarse de Tuladji muerto o vivo, pues mientras viviese y gozara de libertad, continuaría cometiendo agresiones.

Al llegar a Gheriah, los británicos hallaron el ejército de sus aliados mahratas acampado frente a la plaza, y un mensajero vino a informarles que con un poco de paciencia verían rendirse la fortaleza sin disparar un tiro; pues Tuladji había bajado al campamento, pronto a abrir negociaciones. Tal no era la intención de los ingleses: sabían que los mahratas sólo se interesaban por el botín y que habrían de repartirlo si el fuerte se entregase sin luchar, mientras que correspondería a los ingleses victoriosamente si la rendición era precedida por un asalto. A despecho del ofrecimiento de enviar parlamentarios, el almirante Watson se negó a negociar e invitó a los defensores de la fortaleza a rendirse sin condiciones. A la una y media de la tarde llegó la respuesta negativa, y la flota recibió entonces órdenes de forzar la entrada al puerto, cerrada por los grabs de Tuladji. Entre los cincuenta y ocho buques de guerra del pirata se encontraba el Restoration, capturado hacía seis años.

La flota inglesa soltó un bombardeo terrible; las balas caían tan densas sobre el fuerte, que los piratas no podían cargar sus cañones.

En el trascurso de aquella tarde de febrero, más de un cruel ultraje fue expiado bajo la granizada de hierro. Al cabo de dos horas de fuego una bala incendió el Restoration; el incendio se propagó a los grabs, y algunos instantes después, la flota de Angria, durante medio siglo el terror de la costa, no era más que una hoguera.

A la caída del día, Clive desembarcó a la cabeza de sus tropas y tomó posición a milla y media del fuerte, donde se le unieron los mahratas. Durante, toda la noche, los queches lanzabombas continuaron su obra de muerte; pero la fortaleza todavía no flaqueaba. La flota pirata, convertida en antorcha, comunicó el fuego a los bazares y almacenes, suministrando a los cañoneros ingleses un alumbramiento perfecto.

A primeras horas de la mañana, el almirante Watson despachó al fuerte otro parlamento; mas los defensores persistieron en su negativa de rendirse. Consiguientemente, los buques de línea entraron de nuevo en el puerto, reanudando el bombardeo, mientras Clive atacaba desde tierra. A las cuatro de la tarde se produjo en el fuerte una violenta explosión. Inmediatamente después se levantó la bandera blanca. Un oficial inglés se trasladó a tierra, pero Tuladji persistió en su renuencia a entregarse sin condición. Una vez más se abrió el fuego, y veinte minutos más tarde el pabellón pirata quedaba arriado definitivamente.

Hallaron en la fortaleza cantidades de oro, plata y piedras preciosas por valor de ciento treinta mil libras. El tesoro fue repartido entre las fuerzas terrestres y navales, con gran pena de los mahratos quienes aunque nada habían hecho por merecérselo, creían su deber reclamar una parte del botín. Tuladji mismo se rindió a ellos y no a los ingleses, y permaneció prisionero en sus manos por el resto de sus días, de suerte que ya no tuvo ocasión alguna de perjudicar a los marinos indígenas, ni a los extranjeros. Su caída y la toma de Gheriah pusieron prácticamente fin al reino de los piratas de Malabar.

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